— ¡Demonios Finnick!—gritó una enojada Annie mientras tallaba por enésima vez la horrible mancha en la bermuda de su Finnick en la lavandería de su casa a la orilla del mar del Distrito 4, su hogar.
Estando a unos metros detrás de ella recargado en una de las blancas paredes, Finnick contestó:
—Lo siento Annie, no fue mi intención hacer que trabajaras más—dijo Finnick tratando de contener una carcajada en vano, ya que terminó riéndose un segundo después.
Annie rodó sus ojos azules y preguntó molesta:
— ¿Qué es tan gracioso Odair?—dijo sin despegar su atención de la bermuda sucia.
—Eres tan bonita cuando te enojas, tus mejillas se encienden y frunces el ceño como una niña pequeña—dijo Finnick soltando una pequeña risilla acompañada de una sonrisa que solo Annie podía sacarle.
— ¿A sí? Entonces prepárate Odair por que estoy a punto de ponerme absolutamente hermosa—Finnick guardó silencio al instante que Annie cerró la llave del grifo del agua. Annie sonrió para si y volvió a abrir la llave sin cumplir su amenaza. Continuó con su misión casi imposible de lavar aquella prenda que ahora odiaba.
—De verdad lo siento Annie—dijo Finnick sinceramente.
—Sabes, esta mancha solo significa algo—dijo Annie agregando más jabón.
—Ilumíname querida, ¿Qué significa?—dijo Finnick con un falso acento a la vez que se acercaba a su Annie.
—Solo significa que estás perdiendo tu toque como pescador—dijo Annie soltando una pequeña risilla.
—Auch, eso duele—dijo Finnick fingiendo estar dolido.
— ¡Es verdad! Nunca antes habías llegado con semejantes manchas—
— ¡Puedo explicar!—
—Adelante, cuéntame—dijo Annie tras cerrar el grifo y cruzarse de brazos sin voltear a ver a su marido.
—Está bien, yo…um, yo… ¡está bien! Si estoy perdiendo el toque—Annie tuvo que reprimir una carcajada, él era tan adorable cuando no quería admitir algo—Después de pescar un par de peces, estos cobraron vida y saltaron de la cubeta al fango y por supuesto que no los dejaría ir, así que corrí tras ellos y, ya sabes lo que sucedió—.
Annie soltó las carcajadas que había estado reprimiendo.
—No es fácil Annie—
— ¡Mira quién habla! Finnick Odair del Distrito 4 dice que pescar no es fácil—dijo Annie en tono burlesco.
—Que yo sepa tú no sabes pescar querida—.
—Al menos yo no le estoy dando un dolor de cabeza gratis a mi esposa—.
—De verdad lo siento Annie—dijo Finnick apenado y pensativo—Te amo Annie—depositó un beso en la melena color marrón de esta—.
—Y yo a ti Finnick—dijo con una amplia sonrisa.
De repente, se escuchó el llanto de un bebé proveniente del piso de arriba. Solo podía pertenecer a alguien.
—Finnick, sube a checar a Finn mientras yo termino de arreglar este desorden—dijo Annie de manera dulce.
—En seguida mi cielo—dijo Finnick depositando un beso en la cabeza de Annie.
Pero los minutos pasaron y los llantos seguían. Extrañada, Annie dejó su trabajo terminado secándose al aire libre y se dirigió a la habitación del pequeño Finn. Al abrir la puerta se encontró con la cuna, decorada con motivos marinos, en su lugar habitual, con Finn recostado en ella llorando sin parar. Sin dudarlo, Annie lo tomó entre sus brazos y lo meció para tranquilizarlo, acarició sus cabellos finos y broncíneos y besó delicadamente su tierna cabecita. Después de un rato Annie consiguió que Finn volviera a dormir y lo depositó de nuevo en su cuna. Le dedicó una sonrisa dulce que solo una madre puede brindar y se fue a dormir.
Desde su regreso al Distrito 4, siempre fueron solo ellos dos, Annie y el pequeño Finn, nadie más, nadie menos. Todo lo demás era solo una ilusión.