Capítulo 5

Los personajes no me pertenecen, solo la trama. Y todo lo demás ya lo saben.

A todas los que esperaban con ansias esta versión, que es la NOVELA, no el FANFICTION, POR AMOR, aquí lo tienen. Si quieren leer el fanfiction, bueno estoy segura que en algunos de los grupos de Facebook pueden encontrarlo o tal vez no. Lo siento si es así.

Solo permítanme aclarar que en esta versión los personajes fueron trabajados con una persona a la que le agradezco inmensamente sus enseñanzas. Durante el fanfic, los que me conocen saben que siempre trabajé con personas maravillosas que aportaron sus conocimientos médicos y técnicos para darle mayor realismo a la historia. Por lo que era obvio que, siendo la novela, me preparara por años para tener los conocimientos básicos para pulirla. Desde la elección del narrador, —que creo fue lo más difícil ya que escribí varios capítulos con todos los narradores habidos y por haber—, para poder elegir al mejor, cuenta cuentos. Hasta cómo estructurar la novela. ¿Por qué hice eso y otras cosas más? Porque trabajé el borrador (fanfiction) dentro de un taller de escritura. Hoy, sigo agregando algunas escenas perdidas entre apuntes que me parecieron maravillosas y muy dementes, pero que finalmente hicieron que el personaje creciera o mostrara algo muy interno de él. Estoy feliz con el resultado.

En cuanto a puntuación sigo siendo un asco, busco Beta por si alguien quiere participar en esto y tiene tiempo de trabajar a marchas forzadas. Sin más por el momento gracias por todo.

Mi correo es: rakelluvre (a) o.(c o m).( m x ) o bien, Face, Rakel Luvre Obscuro Corazón.

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«La diferencia entre vivir y morir, es que una vez que mueres: ¡ya no hay más dolor!»

Bella observa el cielo nocturno desde la ventana de su habitación mientras se limpia las lágrimas que recorren su mejilla. Se siente cansada y piensa que, Edward, quizá tenga razón y lo mejor sea que tomen caminos diferentes. Por mucho que le duela reconocer, ya nada volverá a lo que fue. Su esposo jamás la amó, al menos no como ella, que ha salvaguardado su corazón durante todo este lapso. Soportando sus infidelidades en silencio, porque no era idiota y aprendió muy rápido que él era incapaz de mirarla a la cara cuando una noche antes había estado con otra mujer, simplemente es que no quería reconocerlo. Al mismo tiempo, considera preferible callar que perder, nunca esas mujeres se sintieron tan reales, hasta en el momento que lo escuchó hablar con su amante. Los constantes desafíos para romperla, los malos tratos físicos por su torpeza, las humillantes palabras y apodos, él era así, no se cansaba en condenarla por lo que no podía darle.

Y después de todo ese sacrificio y abnegación, ¿le ha servido de algo? No, salvo para engrandecer su ego. Ahora, si le confesaba que se equivocó, ¿Edward, querría marcharse? No, porque estúpidamente él cree que nadie te amará si eres estéril. ¿De pronto la amaría de nuevo? Sí, definitivamente volvería a colocarla en el centro de su universo, donde se encuentran todas las cosas que le importan. ¿Por qué no le dijo la verdad en ese entonces? Bella recuerda el maldito día en que un simple mal entendido causo un tsunami que arrasó con su relación dejándola en ruinas.

Cuando salió del hospital regresó a casa destrozada y preocupada por él. ¿Cómo tenía que explicarle sin destruir su autoestima? Edward parecía alguien fuerte de carácter, pero detrás de esa fachada de hombre poderoso, no estaba más que un niño mimado con una vida fácil y cómoda bajo el resguardo de sus maravillosos padres, sin sufrimiento a su alrededor, no obstante, ella sabía mejor de esos pesares. Por eso, miraba una y otra vez los análisis médicos, su esposo, era estéril y todavía no podía creerlo, y se preguntaba de nuevo cómo decirle. No se encontraba preparada para ese escenario, y ¡vaya que pensó en muchos! Obviamente, no en ese. De verdad creyó que el problema era suyo, de todos modos ¿cuánta probabilidad había de que fuera él? El asunto era más común de lo que supuso. ¡Qué ignorante fue! Lo peor es que al enterarse de la realidad, no se sintió preferible. Nunca hubiera querido que pasara por eso en su lugar. De ahí que, Bella imaginó qué si el caso fuese al revés, Edward no la abandonaría, se hallaba segura de que gozaría de todo el apoyo incondicional que hubiese necesitado.

—¡Maldición! ¡Oh, Edward! —dijo en voz alta mientras que el pecho le dolía demasiado fuerte, muy cerca del corazón.

¿Quién desearía el sufrimiento del ser amado? A pesar de que también anhelaba ser madre, Edward, era mucho más considerable que cualquiera. Por lo tanto, segura de sus sentimientos, decidió nunca abandonarlo ni reprocharle algo que estaba fuera de sus manos remediar. Además, siempre podrían realizar una inseminación in vitro, aunque las posibilidades eran bajas nada perdían con intentarlo, no rendirse. Por otro lado, si eso fallaba otra opción era ir por la adopción y solicitar ayuda a su suegra, —que era benefactora de varios orfanatos en la ciudad—, con su apoyo y guía les resultaría fácil el proceso. Pese a la tristeza, Bella tenía fe en que todo saldría bien.

Al final, Edward, malinterpretó todo y aunque quiso sacarlo de su error después de ser silenciada cruelmente, creyó que tal vez sería mejor de esta manera, al menos para él. Tomó el sobre de los análisis y los guardó dentro de su diario. Jamás se le ocurrió que al no decirle la verdad terminaría destruyendo su matrimonio y peor aún descubriría cuyo amor era unilateral. De vuelta al presente, Bella desea dormir profundamente y no soñar, así que se dirige al cajón de su buró y saca un frasco de pastillas, últimamente ha necesitado una dosis más alta para conciliar el sueño. Sin embargo, solo toma una píldora. No quiere quedarse dormida por la mañana.

En la cocina, después que de Bella lo dejara solo, Edward, hizo un gran esfuerzo por no ir detrás sus pasos y explicarle, la llamada que con seguridad escuchó. «¿De qué le serviría?», pensó. Estaba enterada de que había una nueva mujer en su vida y más que consciente de sus razones de estar ahí. Fue ella quien propuso semejante plan, lo único que busca es terminar su matrimonio en cinco días, sin drama, ni objeciones. Entonces, ¿por qué debería ir tras su esposa e intentar negarlo todo? Sin embargo, no pudo dejar de sentir aquella terrible sensación de culpa por sus infidelidades. Las que comenzaron cuando supo que no podrían ser padres.

Luego de dos meses de la gran noticia, ya parecían dos desconocidos viviendo juntos, él aparecía cada vez más tarde declarando una fuerte carga de trabajo. Los fines de semana salía al bar con sus amigos a jugar billar o a charlar. Tiempo después, esas salidas por las tardes se convirtieron en nocturnas. Llegaba al amanecer o simplemente al siguiente día. Mentía excusándose con que, ya sea Mike o Jonathan, no le permitían manejar ebrio, por lo que terminaba pasando la noche en casa de alguno de ellos; confiaba en él tan ciegamente que en ocasiones le dolía. En cuanto a la esterilidad de Bella, optaron por no volver a mencionar el tema ya que era demasiado doloroso y la conversación, concluía con reproches y palabras hirientes.

Al poco tiempo, Edward colocó un muro entre los dos y con pena, más no la suficiente para cambiar de opinión, veía a su mujer tratar una y otra vez derribarlo sin éxito; desde ofrecerle una calurosa bienvenida al llegar a casa después del trabajo, hasta pretender seducirlo con lencería que nunca antes había usado. Más tarde, el entusiasmo se limitó a un, «¡Hola!», para luego refugiarse en algún rincón del departamento enseguida de servirle la cena. Ya no hablaban cómo solían hacerlo. Edward se negaba a perdonarla. No fue inclusive, que casi lo descubre cuando intentó hacer a un lado su deseo de un niño.

Edward se levantó a medio día, sin el deseo de compartir la tarde con su mujer salió lo antes posible de su hogar con el pretexto de ir a correr. Tan desesperado por huir, olvidó sacar los preservativos de su pantalón.

Al regresar, vio a Bella como una hormiguita trabajadora limpiando con esmero el departamento y tan mecánicamente que lo enfermó. Al principio, cuando comenzaron a vivir juntos le pareció bien su esfuerzo por la limpieza, posteriormente notó su obsesión por el orden. Realmente, no le importaba entretanto no se metiera en su estudio donde pasaba horas trabajando en casos especiales que requirieran su atención inmediata e intentara ordenarlo y desordenarlo a la vez, pero Bella tenía otra buena cualidad y era que respetaba la privacidad de Edward. Tan es así que ocupó un cuarto para su espacio personal mientras que él trabajaba en casa y había un acuerdo silencioso que mantenían con respecto a no cruzar sus líneas. Para Edward fue agradable no tenerla fisgoneando en sus cosas tal cual mujer celosa y posesiva. Aunque, al mismo tiempo era incapaz de aceptar la ciega confianza de Bella. Por eso, se propuso atraparla dentro de su habitación o husmeando en los cajones de su escritorio. Sin embargo, al parecer Bella era tan meticulosa que jamás tocó nada, quizá se tomaba un momento y así mantener todo como si no hubiese estado ahí o simplemente nunca entró sin su permiso. Por curioso que pareciera, eso le impedía entrar en su santuario —nombrado de esa manera por Bella —, y enterarse de una vez por todas qué demonios podría esconder su esposa.

Por lo que cuando encontró los preservativos en su pantalón, se dio cuenta de que a lo mejor le había dado demasiado crédito y Bella era como todas las mujeres que buscaban encontrar las fallas de sus esposos para hacerlos sentir una mierda. Por lo que se negó a que esa mujer que se fingía perfecta lo hiciera sentirse culpable por acostarse con prostitutas mal pagadas, si ella era una estúpida defectuosa que no podía engendrar un niño.

Sin decir nada, pasó de Bella en dirección a la habitación, sacó un conjunto de prendas limpias y comenzó a desnudarse sin pudor frente a su esposa, que lo siguió en el momento que se percató de su llegada. Primero se quitó la sudadera y la dejó caer al piso, en su vida había sido tan desordenado, pero realmente odiaba la obsesión de Bella por mantener todo como revista de diseño de interiores. Luego, le dio la espalda para deshacerse del resto de la ropa mientras caminaba rumbo al cuarto de baño.

—Acabo de ordenar. ¿Podrías poner eso en su lugar? —preguntó entre dientes, Bella.

—¿Por qué? Pensé que te gustaba ordenar y limpiar. Ya que ya no estudias, ni trabajas, ni tienes un niño que cuidar… —respondió con tono sarcástico y con una mueca en la cara.

—¡No seas grosero, Edward! No trabajo porque…

—¿Por qué? ¿Eh? —Se dio media vuelta para mirarla a la cara. No le sorprendió que se estremeciera, ella parecía un ratón asustado frente a un felino. Y el felino quería tragarla entera.

—Hicimos un trato, querías un bebé, por eso rechacé la propuesta de…

—¡Pero no los puedes tener, Bella! —Manoteó en el rostro de su esposa, encolerizado. Bella parpadeó dando un paso atrás.

—Podríamos, si tú quisieras… —dijo suplicante con la voz tan baja que le costó a Edward comprender sus palabras.

Edward, cerró los ojos cuando sintió las manos de Bella sujetar sus antebrazos, el tono de súplica lo enfermó. No lo toleraba. Así, que se soltó de su agarre y dio un paso atrás.

—¿Cómo, Bella?

—¡Inseminación! Edward, por favor escúchame —rogó de nuevo con los ojos llorosos.

—¿Y que mi hijo sea un estúpido ratón de laboratorio? ¿Quieres que tire mi dinero en esa estupidez? ¿Después de cuántas veces crees tú que podrás engendrar un niño en tu vientre inerte?

—Entonces, ¿por qué no adoptamos?

—¡Vete a la mierda!

—¿Vete a la mierda? ¿Vete a la mierda, Bella? ¡Sí, claro! ¿Es de verdad eso, Edward? Porque yo creo que, estás engañándome —dijo entre lágrimas.

Entonces sacó del bolsillo de su sudadera los preservativos que Edward no ocupó la noche anterior, estiró su mano hacia él y abrió su puño tembloroso dejándolos al descubierto. Él los mira por un momento luego, observa con detenimiento sus ojos verdes. Ladea un poco la cabeza y como si nada pasara le pregunta:

— ¿Por eso lloras? —Le responde con cinismo y más tranquilo de lo que le gustaría escuchar a Bella. Mientras señala, los preservativos.

—¿Y lo dices tan tranquilo? ¡Eres un imbécil!

— ¡Escucha! Mide tus palabras, Bella. Además, ¿has estás revisando mis cosas? ¿Qué no se supone que hay confianza?

—No revisé nada, se cayeron de tú pantalón mientras lo levantaba del piso. Dime, ¿me eres infiel?

—¡Ay, Bella! ¿Qué sarta de tonterías me estás diciendo? Por qué iba a engañarte y complicarme la vida cuando puedo dejarte y salir con quien yo quiera sin temor a una esposa celosa y patética.

Pero más había tardado en responder, que en que ella lo abofeteara tan fuerte que le hizo girar el rostro a un lado. Su mejilla estaba roja en el lugar en donde lo golpeó. Edward sintió la ira arder en su cuerpo y sin pensarlo tampoco, le regresó el golpe provocando su caída al piso.

—¡No vuelvas a tocarme, Bella! —gritó—. ¡Qué no estamos en igualdad de condiciones! Deberías darme las gracias por no dejarte cuando no eres más que una tonta mujer inservible una… ¡Maldita flor marchita!

Edward, se colocó de nuevo la playera que había estado en su mano izquierda todo el tiempo y salió de la habitación pisoteando su sudadera en el piso de camino, mientras que ella permaneció sentada sin poder levantarse por el dolor y sujetando su mejilla.

Cuando Edward estuvo fuera del edificio no podía creer lo que había ocurrido. Caminó furioso hasta el parque dónde solía correr. Se sentó en una banca y haló sus cabellos, todavía molesto con ella, pero más con él.

«¿Qué hice? La golpeé con tanta furia que seguramente le dejaré marca. La insulté y, sin embargo, ella tiene razón y todo el derecho del mundo a reclamarme. ¡Mierda!», exclamó. En ese momento, se dio cuenta cuán lejos estaba llegando a causa de lo que sentía y que, además, era incapaz de confesarle.

Miró el cielo e intentó serenarse, no fue hasta una hora después que cansado de mirar a los pájaros atravesar los cielos y aterrizar en los árboles para luego salir volando de nuevo. Más relajado, se levantó y comenzó el camino de regreso a casa. Tardíamente pensó en que debía disculparse por lo que se dirigió a una florería y le compró un ramo de rosas rojas.

Edward entró a su hogar, apreció con gusto el calor reconfortante de estar bajo techo, después de sentirse adormecido por el aire frío de la calle; olía a flores silvestres tras la ardua limpieza de su esposa. Le agradaba el aroma. Le gustaban muchas cosas de ella que no creía encontrar en alguien más. Pero, sobre todo el que Bella lo amara a pesar del daño que le causaban sus palabras, la convertía en algo muy valioso. Aunque, no estaba muy seguro de poder atesorarla. Al atravesar la estancia la escuchó hablar en la cocina. Se acercó y la vio sujetar el teléfono entre su cabeza y su hombro, mientras sacaba del congelador cubos de hielo.

—Claro, sí me interesa, ¿a qué hora?... De acuerdo… A nombre de Bella Swan. Gracias. Sí… enseguida le doy los datos.

Edward, levantó una ceja al escuchar su nombre de soltera. Nunca la había escuchado tan molesta y a la vez tan pasiva. La vio rebuscar en su bolsa un momento y luego, sacó la tarjeta de crédito y dio los datos para realizar un cargo. Al principio no comprendía lo que compraba, hasta que mencionó la hora y el andén.

—Gracias señorita. ¡Qué tenga buen día!

Bella no se sorprendió, al encontrarlo de pie debajo del marco de la puerta cuando se giró. Pasó cabizbaja y con el hielo envuelto en una toalla sosteniéndolo sobre la parte magullada del rostro. La siguió. En el instante que entraron a la habitación, Edward, se dio cuenta de que no estaba listo para dejarla o en su defecto que lo abandonara. Incluso, no podía arrancar el sentimiento que lo obligaba a necesitarla en su vida, muy quieta a su lado. Todavía anhelaba sus brazos, sus labios, su cuerpo, aunque se negara a devolverle el afecto y despreciara todo lo que ella hacía para obtener su perdón.

—¿Qué haces? —preguntó al mismo tiempo que apretaba el ramo de flores, sintiéndose impotente y un imbécil.

—Me voy. Discúlpame por el golpe, realmente no fue mi intención causarte daño.

Escucharla lo hizo sentirse despreciable y vil, ella no era culpable de nada y todavía se disculpaba.

—No, Bella. Lo merecía, tú me hiciste saber que no podía seguir haciéndote daño. Te falte el respeto. No estoy orgulloso por lo que hice. En realidad… ¡Soy despreciable!

—No, Edward. Una cosa son las palabras y otra son los golpes. Cruce una línea que pudo llevar a un desenlace todavía peor.

—Perdóname tú a mí, Bella. Yo también perdí el control. No debí seguirte el juego. Ambos nos equivocamos, ¿no lo crees?

Bella no respondió, se mantuvo tan serena y racional que Edward ya comenzaba a desesperarse. Era tan perfecta y amable, que el que no saltara como una fiera gritando por lo que le hizo, lo enloquecía. Ella era lo que siempre había querido de una mujer. Dócil, sensata y manejable. Tan meticulosa, guardaba su ropa en una maleta con una tranquilidad que él estaba lejos de sentir. Quería arrancarle la ropa de las manos y lanzarla con todo y la maleta al piso. Sujetarla por ambos brazos y sacudirla hasta que perdiera la cordura y lo arañara o le hablara de lo que sentía.

—Mira, te traje rosas. Son tus favoritas. —Ella no lo miró—. ¡Dios! Bella no te vayas. Por favor, te lo ruego.

Cuando por fin le dio la cara, Edward se horrorizó al advertir los indicios de un grave moretón en su mejilla. Él, que protegía a mujeres de cretinos golpeadores, se había convertido en uno de ellos. Sintió su dolor, al verla llorando, cada lágrima derramada era la suya también. Lanzó las rosas a la cama y la abrazó. Besó tiernamente cada centímetro de su rostro magullado. La sostuvo un momento entre sus brazos, enterró el rostro en el cuello de Bella y aspiró su aroma. De inmediato se embriagó, ¡Bella, olía tan bien!

—Perdóname, no volverá a ocurrir. Te lo juro —susurró en su oreja y luego la mordisqueó suavemente.

—¿Me engañas? —Su pregunta llena de dolor y esperanza de no escuchar la verdad le dio la salida fácil para negarlo. Nuevamente, enterró su rostro en su cuello incapaz de mirarla a los ojos.

—No preciosa, ¿cómo crees? Son de Oliver. Quería que me fuera con una mujer que se acercó a la mesa, pero no lo hice, porque te amo. Perdóname no volveré a salir con ellos te lo prometo. ¿Sí? Por favor, quédate y nos daremos una oportunidad y todo saldrá bien. Volveremos a ser los de antes.

Levantó su rostro y la besó con pasión sin permitirle responder. Desquitó el tiempo que se privó de ellos tan caprichosamente y tan solo por rencor. Un segundo después, abandonó su boca, que consideró en ese instante su refugio predilecto. Tomó el ramo de rosas y se lo ofreció, rogándole con los ojos que lo aceptará. Bella, lo recibió gustosa y con una bonita sonrisa aspiró su aroma. No, él no quería ternura en ese instante, necesitaba borrar las caricias de las mujeres que había estado frecuentando y que penosamente nunca lo llenaron.

No lo complementaron como su mujer. Así, que tiró al piso las maletas y la ropa que yacía en la cama, mientras que ella sostenía el ramo de rosas detrás de él, observando su urgencia se mordió los labios, expectante a lo que vendría. Edward conoce a la perfección a su esposa por eso sabe que siente lo mismo. Lo desea, porque bien podría ser gentil, tímida en cuanto a sus sentimientos y demostraciones de afecto, pero la verdad es, que era apasionada y muy receptiva a sus caricias. No fingía sus gemidos de placer, ni los te amos, tampoco la maravillosa conexión que tenían, cuando se miraban a los ojos en pleno éxtasis. No como las prostitutas que gemían y gritaban creyendo que eso lo excitaría más y lo hacía, siempre que fuera real. Bella no aparentaba, ni exageraba y era lo que más apreciaba de su esposa. Su honestidad.

Le quitó las flores de nuevo y las regresó a la cama para después comenzar a deshojarlas y a esparcirlas por todas partes. Vio a Bella ir al baño mientras él trabajaba a toda prisa. No deseaba tomarla así sin más, ese reencuentro debía ser especial, porque realmente quería intentarlo y sabía qué, si se montaba en su esposa como una bestia hambrienta de deseo, simplemente todo acabaría demasiado rápido y ambos se sentirían terribles. En el momento en que volvió ya estaba terminando, nuevamente la tomó entre sus brazos y la besó con ternura. Depositó varios besos en sus mejillas y recorrió el camino con sus labios hasta su cuello y una vez que se perdió en la deliciosa sensación de cosquilleo, le sacó la camiseta y luego el pantalón; dejándola solo en la ropa interior de color blanco. Todavía arrodillado tras haberle quitado las zapatillas deportivas y los calcetines, la observó con detenimiento. Bella tenía un cuerpo delicioso a sus ojos, lleno de curvas que con gusto recorría con las manos y que de vez en cuando se dedicaba a amasar.

Su vientre era plano, pero en esos momentos le hubiera gustado verlo redondo con un niño formándose dentro. Una lágrima resbaló por su mejilla, mientras lo besaba. Escuchó el jadeo de Bella y luego sintió sus lágrimas mojar su cabello. Una vez de pie, ella lo recompensó con caricias suaves y besos tiernos en su cuerpo, al mismo tiempo que lo desnudaba. Concluida la tarea de Bella, la tomó en brazos y la depositó sobre la cama. Las rosas a su alrededor enmarcaron el cuadro de la hermosa mujer, que era suya para disfrutar y para amar. Por su mente pasó la idea de perdonarla y amarla a pesar de la semilla de rencor que yace en su corazón por haberle negado la felicidad total.

Al cabo de un tiempo, a pesar de luchar por recuperar lo perdido, de intentar que el amor por ella no muriera, se convirtió en una carga demasiado pesada para llevar. Ambos ponían de su parte y habría funcionado de no ser porque él no pudo olvidar.

En el trabajo todo era presión, necesitaba una fuga de escape y pronto llegó a él bajo los brazos de sus empleadas, fue una lástima que no entendieran que solo era, el momento. Siempre queriendo más por lo que las despedía, en cuanto comenzaban a enamorarse. Hasta que conoció a la mujer perfectamente prohibida.

Edward abre los ojos, el apetito se le había ido. Antes de beber un trago de vino se quita de la mente los últimos recuerdos de aquellos tiempos. Apaga las luces y se dirige directo a la recamara que en algún momento lejano compartió con su esposa.

Ha trascurrido una hora cuando él entra a la habitación. Ella está en el lugar que siempre ocupa en la cama, dándole la espalda.

Bella, no quiere incomodarlo y tampoco creyó que dormiría en su recamara esa noche. ¡Es la primera vez en meses! Prefiere fingirse dormida, pero lo siente, su peso en la cama. En el instante que Edward se acuesta el calor que de su cuerpo emana, le brinda la sensación de bienestar y nostalgia por su compañía; sus movimientos para acomodarse sin despertarla, son torpes. Puede imaginarse su incomodidad al recostarse en un estrecho lugar, así que se hace un poco más a su orilla. Supone que "ella" es delgada y hermosa; lo imagina abrazándola por detrás, o tal vez ella se recuesta en su pecho para dormir…

Edward se queda mirando el techo de la habitación, cierra los ojos para dormir, pero no es hasta después de un par de horas que logra conciliar el sueño. La presencia de su esposa lo hace sentirse extraño.

El despertador suena y Bella apenas y ha dormido un par de horas, había estado martirizándose con escenas de Edward y su amante, hasta que el sueño la venció. Se dio la vuelta para mirarlo viendo el techo sin moverse. ¿Cuánto tiempo llevaba despierto?

—¡Buenos días! —Le dice. Edward, cierra los ojos y suspira. Bella al notar que no obtendrá respuesta de su parte se decide por salir de la cama y no presionarlo.

Ella lleva puesto un pants viejo y una sudadera, las noches en ese lugar son muy frías y, además, de que cubría a la perfección su horrible figura. Pero, con todo y eso siente que no es suficiente por lo que se apresura a salir de su vista lo más rápido que puede.

Cuando él llega al comedor ella ya lo espera con un sustancioso desayuno. Edward toma asiento frente a su esposa y aspira el aroma de la comida caliente mientras cierra los ojos. Su sonrisa de satisfacción le indica que le ha gustado la sorpresa. Satisfecha desvía la mirada a su vaso con dibujos de enormes y gordas vacas, tal como su figura. Imagina su rostro en el cuerpo de una de ellas y se sorprende al escuchar su voz:

—¿No vas a comer algo además de leche?

Lo mira extrañada por la amabilidad, porque, aunque prometió que lo intentaría —a volver a ser el de antes—, nunca creyó que de verdad lo haría.

—No. Quella me ha pedido que la acompañe a un almuerzo.

—Mmm.

Él continúa con su desayuno mientras lee el periódico del día y Bella tiene un brillo en los ojos de felicidad oculta, se siente… Menos ignorada. Más tarde, se despide de él con una media sonrisa y un ademán con la mano, a cambio, recibe un asentimiento de su parte. Finalmente, se cierra la puerta y Bella, mira a su alrededor y no hay nada más que una decoración fría. Es la soledad, la única compañera que permanece a su lado cada día. Reconoce qué si él se va, ella, la consumirá. Suspira con melancolía para luego dirigirse al cuarto de baño y expulsar el líquido que había bebido. Al terminar, se sienta en el piso, sintiéndose exhausta. Recarga su cabeza en la pared; el frío de las baldosas le sienta… ¡Tan bien! Y cierra los ojos un momento ya que todo se ha vuelto oscuridad.

Edward sale de su hogar con sentimientos encontrados, por un lado, estaba el remordimiento, por otro, el rencor y por qué no mencionar lo que significa para él su mujer; ¿costumbre, incertidumbre o nada? Se siente extraño al haber dormido con ella después de meses y aunque solo compartieron un espacio en la cama no deja de sentirse incómodo. No es como con su amante, donde puede ser de nuevo el mismo de antes; pero el sentimiento de culpa le dicta que debe complacer a su esposa por última vez. Sabe, que le será muy difícil encontrar un hombre que pretenda permanecer en su vida, por amor. ¿Quién iba a amarla si es estéril?

Edward suspira frustrado ante aquel recuerdo amargo cuando su móvil timbra, por el tono sabe que es su amante. Sin deseos de discutir tan temprano, continúa el camino hacia la oficina. Podría decirse que amaba su vida hasta que tenía que hablar de lo personal. Profesionalmente estaba realizado.

Llega al edificio del cual podía decir con orgullo que era el propietario. Los guardias lo saludaban y él asentía en respuesta. Ya no era como antaño que llegaba y apenas y lo miraban. Parte fue por sus logros y otra por su padre quien le había ayudado a conseguir el dinero que necesitaba para comprar su puesto, invirtiendo en los diversos negocios a los que pertenecían. Esa inversión le dio la luz verde para que tiempo después se adueñara de todo.

Cuando llega a su piso ve a Rosalie hablando con la secretaria de Jonathan, pasa de largo ignorando ambos saludos, no deseaba lidiar, ni escucharlas. Pero, el alivio le dura muy poco ya que no tarda mucho en que Rosalie entrara detrás de él.

—Edward —Rosalie lo llama, cerrando la puerta detrás para evitar interrupciones. Las puertas de vidrio dejan a ambos dentro más nadie podía escucharlos desde afuera.

—Comunícate con Mike y Charles diles que los quiero ahora en mi oficina con el informe del caso de Steve Carrasco.

—Sí —respondió la mujer haciendo como que anotaba indicaciones en una libreta.

—¡Caroline, no tengo todo el día! —dijo Edward desesperado al verla de pie frente a su escritorio fingiendo. Él ya se había quitado su saco y puesto cómodo.

—Yo tampoco tengo toda la vida. ¡Dijiste que ya no volverías a su casa! —dijo la mujer que hasta ese momento hizo lo imposible por contenerse de gritarle en el rostro. Mas su tono, aunque firme no era alto y sus labios dejaban entre ver una sonrisa que para la espectadora detrás de los vidrios que observaba con detenimiento su intercambio, era normal. Había rumores, y ella quería averiguar.

—¡No comiences Caroline! Con los reproches de Bella tengo para toda una vida como para soportar los tuyos también. Ya te he explicado que solo serán cinco malditos días.

—¿Cuándo le diremos que estamos juntos?

—Cuando estemos divorciados podrás decirle a tu amiga que tú eras mi amante —respondió con sarcasmo. Mientras, acomodaba un expediente en su escritorio y comenzaba a mirar la pantalla de su lap top.

—¿De verdad vas a dejarla? ¿No estarás engañándome, cierto?

—¿Tú qué crees? —respondió sin mirarla.

—No lo sé, eres tan inestable.

Edward sonrió. Era evidente la molestia de su amante y de verdad le importaba poco su ansiedad.

—Puedo ser lo que quieras menos inestable.

—Dime que me amas y que cumplirás tu palabra.

—Yo… —su móvil vibra debajo de las telas de su pantalón que lo salvaguardaban—. Me llaman, lo siento será en otro momento.

—No respondas, dime: ¿me amas? —ordenó.

—Es mi hermana, Caroline—. Edward la vio su rostro enrojecido lleno de ira y el fuego en sus ojos azules lo excitó.

—¡No me interesa!

—¡Pues a mí sí! Y si no quieres que te despida has tu trabajo —. Torció la boca y se dijo que era una lástima que no pudiera follarla sobre su escritorio en ese momento, y se prometió que lo haría más tarde.

—¡Eres un…!

—¡Silencio¡Hola hermanita! ¿Cómo estás?

Rosalie al verse ignorada sale de la habitación para encontrarse que Brisel, la otra secretaria ya no está. Toma su bolso y le hace señas a su jefe mostrándole un cheque. «Voy al banco» mueve sus labios para que él los lea. Al recibir su asentimiento. Sale del edificio y solo cuando está a dos cuadras lejos, se permite derrumbarse.

Nota:

Nadie: gracias por tus palabras siempre estoy encantada de saber sus opiniones sinceras. Porque utilizo el famosísimo Método para editar y escribir algunas escenas de Elena (Bella), y es muy cansado emocionalmente para mí, entrar y salir de la mente de este personaje y luego pasar al de Ethan que son hasta cierto punto polos opuestos.

ZellidethSaga76: Sí vas a leerla completa a su tiempo.

Luz C.C aquí está,

MariePrewettMellark, gracias.

Guest: siento tardar tanto, pero créeme no está en mis manos.

Guest: Aquí tienes el capítulo espero te haya gustado.

Yuki, hola gracias por leer. Te mando un abrazo desde México.

Diana Huerta, gracias.

Angie: no sabía que hablaban de ella.

Bloss Cherr Muchas gracias por tu atención.

CjfeatKstew, muchas cosas creo.

Jade HSos, gracias a ti por leer.

Saraygarcia08, no lo sé ja ja ja.

Jocelyn, hay que decir de inmediato a esas relaciones toxicas y será, Trilogia.

Adriana Molina, buena idea esa, pero lamentablemente no será así.

Lehadecall, gracias espero sigas por quí.

Rosana, siento el retraso, no sabes cómo.

Carolina, ¿sabes cuál es el nombre de Rosalie en la novela? Caroline.

Sylvana, gracias, un beso.

Verónica: Teníamos por ahí un club anti Edward, pero la verdad no funcionó porque realmente amaban a ese malnacido. Ja ja ja.

¿Tomatazos, flores, algo que quieran agregar? Acepto todo tipo de críticas.

Gracias por leer. Pero, sobre todo por esperar.

Próxima actualización el martes de la siguiente semana y si no es así no desesperen que todo tiene un motivo de fuerza mayor, pero no voy a aburrirles con el drama que es mi vida. Los amo mis queridos lectores.