¡Hey! (;
Este es el primer fanfic que publico aquí y estoy acojonada.
Lemmon, por supuesto, es mi especialidad.
Espero que os guste tanto como a mi me gusto escribirlo.
Un beso :3
Ardor
Estaba caliente. Realmente caliente. Jodidamente caliente.
No sabía la temperatura exacta que había en el cuarto. Tampoco me interesaba.
Mi cuerpo estaba pegajoso por mi propio sudor y tal vez un poco del de Peeta. Recorrí la cama con mis manos, en su busca.
Mi Peeta.
Palpé su brazo, y no sé si era debido al sudor que lo empapaba o a lo caliente que yo ya me encontraba, pero su musculatura me resultó... excitante. Me obligué mentalmente a dejar de pensar eso y, como la oscuridad me impedía ver si se encontraba despierto, simplemente localicé sus labios, y le besé.
Sus labios calientes, suaves, me devolvieron el beso, confirmando que él ya estaba despierto.
–Hace demasiado calor para dormir –lloriqueé–. Estoy demasiado acalorada.
–Yo también, preciosa –dijo él con una voz endemoniadamente sexy.
Un momento.
¿He pensado que su voz es sexy? Bueno, sinceramente, todo en él es atractivo... Su mandíbula, sus ojos azules, sus brazos, su sonrisa... Definitivamente, Peeta era sexy.
Ante ese pensamiento me vi obligada a apartar la mirada de sus ojos, con las mejillas rojas por el rubor. Peeta seguramente pensaría que era por el calor. Menos mal.
–Abriré las ventanas, a ver si así esto se enfría y puedes dormir un rato. Pareces cansada –su voz seguía siendo tan atractiva como antes. ¿Lo estaba haciendo conscientemente?
Peeta y yo manteníamos una muy buena relación. Nos queríamos, nos amábamos (aunque yo no lo dijera a menudo, él lo sabía), nos besábamos y nos consolábamos el uno al otro cuando las pesadillas nos envolvían. Pero nunca había sido nada... sexual.
A veces, los besos se volvían más y más apasionados y sus manos acariciaban mi trasero o mis piernas, mientras que las mías se entretenían en su pecho.
Pero él nunca empujó los límites, él nunca intentó nada.
Él siempre es un caballero, ante todo.
Me pregunté si él había tenido alguna experiencia sexual antes. Los celos traspasaron por la sangre de mis venas con solo imaginarlo haciendo el amor con otra mujer.
–Katniss –él susurró. Su voz seguía siendo ronca, sexy– ¿En qué estas pensando? Pareces preocupada. ¿Estas bien?
Oh, mi Peeta.
Él siempre se preocupaba por mi, para que estuviera feliz y cómoda. Asentí levemente con la cabeza, y en respuesta, él me dedicó una sonrisa ladeada y se levantó de la cama para abrir las ventanas.
Dios Santo, que espalda.
Podía notar como los músculos se le contraían al abrir las ventanas, y el deseo de tocarlo se incrementó.
También me había fijado en sus manos. Eran grandes, y siempre estaban suaves y calentitas cuando hacía pan.
Definitivamente no me equivocaba; todo en Peeta Mellark es sexy.
Me mordí el labio y no pude evitar preguntar.
–Tengo una pregunta –susurré con voz tímida.
Demonios, pensé. No eres así de tímida para pensar en lo sexy que es, ¿eh, Katniss?
–Bien, dispara –dijo con calma, echándose de nuevo a mi lado en la cama.
La habitación solo estaba iluminada por la luz de la luna, que ahora entraba por los grandes ventanales, y que ahora me ayudaba a ver detenidamente su rostro. Eso no ayudó a mis nervios.
–Eres virgen, ¿real o no? –murmuré con voz torpe.
–Real. Y tu, pequeña, ¿real o no real?
Ese era uno de esos momentos en los que lamentaba no ser como Peeta, capaz de hablar de algo y tener las palabras perfectas para decir lo que quiero decir.
–Real. Nunca he estado con nadie... de ningún modo –admití.
–Bien –soltó. Lo miré perpleja –Solamente no me gustaría pensar que algún tipo te ha tocado como yo deseo tocarte –explicó.
–Espera, espera. ¿Has dicho que no te gustaría que nadie me tocara como tu deseas tocarme?
Él se ruborizó con furia.
–Yo no quise decir eso... –dijo rápidamente.
Lo miré directamente a los ojos, como tantas veces lo hice, pero ahora de una manera completamente distinta.
Sexo.
Quiero tener sexo con Peeta.
Y esa afirmación tan clara en mi cabeza hizo que una ola de confianza me golpeara y, sin pensarlo dos veces, me lancé a besarle. No tardó en responderme.
Sus manos acariciaban mi espalda de arriba a abajo, produciendo en mi escalofríos de placer. Deseaba más, y lo deseaba ahora. Peeta lamió mi labio inferior, como una petición silenciosa para entrar. Yo acepte gustosa, dejando que su lengua, caliente y dulce, explorará mi boca. Eso hizo que una sensación nueva y sorprendente, y sobre todo excitante, recorriera mi cuerpo para llegar entre mis piernas.
Solté un gemido que pareció encender a Peeta, que tiró de mi para colocarme a horcajadas sobre él. Me empezó a besar por todas partes: la boca, el cuello, la mandíbula, el lóbulo de la oreja...
Los besos dieron paso a los lametones, y los lametones a los mordiscos.
Yo gemía y suspiraba cada vez que mordisqueaba mi cuello, o cuando simplemente me besaba con ardor.
Y lo noté.
Me pregunté como no lo había notado antes. Moví mis caderas sobre las de él, para estar segura, y él gruñó de forma excitante.
Él estaba excitado por mi. Eso era evidente, por como su virilidad se encontraba dura y... oh Dios, eso hacía que el dolor entre mis piernas fuera insoportable.
Sus labios volvieron a atrapar los mios y le quité la camisa con una habilidad desconocida. Su pecho era aún más musculoso que antes, como cuando lo vi por primera vez en la arena de los primeros juegos, pero varías cicatrices lo adornaban. Quizá más de las que a mi me gustaría. Me incliné y besé cada cicatriz con devoción, haciendo que varios suspiros de placer salieran de sus labios.
Acaricié y lamí toda la amplitud de su pecho, no dispuesta a dejar nada sin probar. Justo cuando mis manos llegaron al borde de su pantalón de pijama, dispuestas a bajarlo, él me paró.
Le miré, entristecida y tal vez un poco dolida, segura de que había cambiado de idea. Seguramente el no me encontraba atractiva.
Pero él se colocó sobre mi rápidamente, casi con rudeza, apoyándose en sus antebrazos. Me beso con fuerza, ahogando mi gemido de placer.
–Mi padre siempre me enseñó que las damas van primero –susurró él, con voz ronca, caliente.
Sus manos acariciaron mi espalda por debajo de mi camiseta, sin permiso, aunque tampoco fuera necesario. Mi camisa acabo en el suelo, donde probablemente se encontrara también la suya. Las yemas de sus dedos acariciaron sensualmente mi estomago, el hueso de la cadera y también el valle de mis pechos. La piel se me puso de gallina. Sus labios remplazaron a sus dedos, besando y lamiendo cada parte de mi torso.
Sus manos, tan grandes como había observado, recorrieron mi espalda hasta llegar al broche de mi sujetador. Sus labios rozaron mi oreja, haciendo que un gemido entrecortado saliera de mis labios.
–¿Puedo? –preguntó, con una voz tan ronca y excitada que temí tener mi primer orgasmo en ese mismo momento.
Incluso así, excitados, calientes y llenos de lujuria como nos encontrábamos, era todo un caballero.
Arqueé la espalda, esperando que eso sirviera de indirecta. Una sonrisa picara apareció en su rostro y me miró a los ojos mientras se deshacía de mi sujetador. Los zafiros que tenía por ojos brillaban, oscurecidos por la lujuria.
Bajo la vista para recorrer mi cuerpo con los ojos. Sus pupilas se dilataron y se inclinó para besar mi cuello, mientras sus manos fueron derechas a mis pechos. Los apretó y recorrió los pezones con la palma, haciéndome soltar un gritito entrecortado de puro placer.
Peeta gruñó en respuesta y pellizcó los pezones, haciendo que me retorciera, arqueándome por completo. Pero él parecía insatisfecho, quería más. Así que se inclinó y recorrió con la lengua aquello que ya había tocado, acariciado y pellizcado. Tomó el pezón entre los dientes y no dejó el otro pecho solo, sino que lo acarició y exprimió hasta que yo soltaba jadeos irregulares.
Necesitaba más, necesitaba más Peeta.
Juro que él tuvo que leerme la mente porque sus besos bajaron hasta el hueso de mi cadera, donde dio pequeños mordisquitos mientras bajaba mis pantalones del pijama. Antes incluso de que pudiera gemir, él tenía entre los dientes la cinturilla de mi ropa interior, lo único que tapaba mi cuerpo a esas alturas.
Lentamente, arrastró la prenda por mis piernas hasta que cayó al suelo causando apenas un susurro.
Pronto me dí cuenta que era la primera vez que estaba desnuda delante de un hombre (Cinna no contaba en esta ocasión) y busqué desesperadamente la manta para cubrirme, pero la mano de Peeta me frenó.
–¿Te avergüenzas, Katniss? –preguntó en un susurro bajo, ronco, pero dulce. Me encogí de hombros y él me miró directamente a los ojos. Los suyos estaban más oscuros de lo normal y tenían las pupilas dilatadas, fruto de la lujuria–. Solo soy yo. Solo yo, y yo pienso y veo a la mujer más hermosa del mundo. Todo en ti es hermoso, cielo. Sobre todo lo que estoy viendo ahora mismo... Pero si no estas cómoda y quieres parar...
Y le besé. Le besé porque solo él podía ser un caballero ahora. Solo él podía hacer que me sintiera hermosa. Pero, sobre todo, lo besé por que no había nada más en el mundo comparado con ello.
Peeta volvió a tumbarme en la cama y empezó a bajar de nuevo por mi cuerpo, llenándolo de besos y marcas de dientes que desearía conservar siempre. Quería que todo el Distrito 12 supiera que era suya. Y, por que no, todo Panem.
Solté un grito ahogado cuando noté como me besó allí donde más deseaba que me besara. Él besó y besó y, antes de darme cuenta, él lamía con ansias toda mi feminidad y yo me arqueaba como pez fuera del agua, soltando una mezcla extraña entre gemidos y jadeos.
–Dios Santo, Peetaaaa... –gemí en voz alta, alargando la ultima letra de su nombre hasta que gemí otra vez.
Eso pareció excitarlo aún más, dado que desliza uno de sus largos dedos dentro de mi. Yo ya no gemía; yo directamente gritaba de placer. Él seguía lamiendo y chupando como si pasara hambre y bombeaba con su dedo dentro de mi como si no hubiera mañana.
Mi cabeza daba vueltas. Peeta me volvía loca.
Yo jadeaba, gritaba, gemía y movía mis caderas al ritmo de su lengua, sintiendo como el calor que sentía en mi vientre crecía y crecía sin parar.
–Peeta... –jadeé su nombre con desesperación.
Él me miró con esos ojos azules y juró que pude sentir una sonrisa traviesa en mi feminidad antes de que introdujera otro largo dedo en mi.
Grité.
Y él siguió, sin parar, arriba y abajo, fuera y adentro. Volviéndome loca. Me aferré a sus rizos rubios cuando dobló sus dedos dentro de mi, tocando algo que simplemente hizo que no pudiera más.
Arqueé la espalda, grité, y tuve el primer orgasmo de mi vida.
Y mientras, Peeta siguió lamiendo todo, con ayuda de sus dedos, y podía jurar que fue el orgasmo más largo de la historia.
Caí rendida en la cama y cerré los ojos, atrayendo a Peeta hacía mi. Lo besé con toda la fuerza y pasión que era capaz de procesar, porque aún estaba débil por el orgasmo. Él sonrió pícaramente mientras me besaba y susurró.
–Sabes condenadamente bien, preciosa.
Esas cuatro palabras fueron suficientes para volver a excitarme por completo. Lo empujé sobre la cama y me monté a horcajadas sobre él, sin parar de besarlo ni un momento. Sus manos vagaron por mi cuerpo hasta encontrar mi cintura, donde descansaron. Deslicé mis dedos por dentro de su pantalón de pijama y lo baje hasta quitárselo del todo. Peeta gruño de forma extrañamente seductora cuando mis pechos rozaron levemente su virilidad, todavía confinada en sus boxers.
Mordisqueé la piel de su abdomen ante su atenta mirada. Bien, él estaba duro como una roca, así que podía imaginar lo que deseaba. Sonreí endiabladamente, traviesa, como un niño que va ha hacer alguna travesura.
Baje sus boxers y su miembro saltó.
Puede que fuera la primera vez que veía uno, y que fuera inexperta, pero sabía que eso se salía de los margenes.
Era enorme.
Era largo, caliente y estaba duro como una piedra.
No dudé en tomarlo entre mis manos, pero por un momento, no tuve ni idea que hacer. Era la primera vez que hacía esto. En cambio, él parecía tan experto, sabía tan bien como darme placer...
Empecé a mover mis manos arriba y abajo, solo con la idea de darle tanto placer como él me había dado. Mi nombre empezó a salir en pequeños gemidos de su boca, a medida que yo aumentaba el ritmo de mis manos. Pero yo no quería gemidos, yo quería que Peeta gritara como yo lo había hecho.
Así que me agaché y lo tomé con la boca. Inmediatamente, un gruñido sonó del fondo de su pecho; un sonido totalmente animal, primitivo.
Me excitó.
Seguí moviendo mi boca y mis manos en una extraña danza que hacía que Peeta gruñera y jadeara sin parar. Recorrí con mi lengua la punta de su miembro, y eso pareció volverle loco.
–Kat...Katniss, joder... –gimió él rapidamente.
Peeta nunca utilizaba ese tipo de vocablos soeces, pero parecía lo suficiente excitado como para olvidar sus modales.
–Para, Katniss... –volvió a jadear.
¿Estaba haciendo algo mal? ¿No lo estaba disfrutando?
Le miré, apartándome levemente, esperando una replica, pero Peeta seguía gruñendo de esa forma que solo él puede hacer sensual.
–No quiero que... hagas algo... que no quieras... no es...
No le dejé continuar, por que ya había vuelto a meter su miembro en mi boca y lo chupaba como si de un helado se tratase. Él no quería correrse en mi boca porque no quería hacerme sentir incomoda, creía que eso no era propio de una dama.
Pero yo deseaba que lo hiciera.
Cuando arañé sus caderas, metiendo todo lo que pude su miembro en mi boca, él exploto. Yo tragué todo lo que me dio, y, aunque no fuera la cosa más deliciosa que hubiera probado en mi vida, tampoco le hice ascos. Él seguía soltando jadeos y gruñidos que no pude descifrar cuando me aparté, relamiendo las comisuras de mis labios.
–No tenías que...
No se me ocurrió una forma más eficaz de callarle que besándole. Me besó de vuelta y nos hizo girar, colocándose sobre mi.
–¿Estas segura, pequeña? –susurró en mi oído, dándome con sus labios una dulce caricia.
¿Como podía tener dudas a estas alturas? Lo amaba, lo deseaba, y no necesitaba ninguna de las neuronas que había perdido en lo que llevábamos de noche para saber que quería ser suya.
Cogí su rostro entre mis manos y lo besé, con un simple roce de labios primero, para después volcar todo mi amor en él. Sus manos bajaron por mi cintura mientras yo abría mis piernas, ansiando más y más ese momento. Pude percibir como se posicionaba entre mis piernas cuando separó ligeramente sus labios de los mios, aún manteniendo su roce.
–Mírame, Katniss.
No era una petición; no era una orden.
Era un ruego.
Abrí mis ojos y me encontré con su poderosa y brillante mirada a escasos milímetros de mi. Se limitó a rozar nuestros labios y mantener nuestra mirada mientras entraba lentamente en mi.
Podía notar la tensión en su cuerpo, muestra de cuanto se controlaba solo para que a mi no me resultara doloroso. Cuando se topó con la barrera que mostraba mi virginidad, moví mis manos por su espalda para calmarle, animarle a seguir. Su mirada no se separó de la mía cuando, con un movimiento de cadera, entro por completo en mi.
No me dolió tanto como esperaba. Es más, no sentí dolor en absoluto. Solo la pequeña molestia ante la perdida de mi virginidad. Peeta gimió en mis labios y me pidió suplicante con la mirada el poder seguir.
Alcé mis caderas y las moví levemente, haciendo que ambos gruñéramos de placer. Tomando la iniciativa, Peeta empezó un vaivén con las caderas, lento, alejándose hasta casi salir de mi para luego entrar de golpe hasta el fondo. Jadeé y moví mis caderas al compás, haciéndolas chocar, aumentando el ritmo. El ritmo aumentó y aumentó, hasta que se volvió completamente salvaje.
Mis ojos se cerraron automáticamente mientras prácticamente gritaba ante sus embestidas salvajes. Mis uñas arañaron su espalda, clavándose en la tierna carne; de seguro dejarían marcas en su cremosa piel.
Sus manos pellizcaban mis pezones, estrujaban mis pechos y cuando menos me lo esperaba, un largo dedo encontró mi clítoris, moviéndose a la misma potencia y rapidez que su miembro. Con la mano que le sobraba, atrapó mi rostro y rozó nuestro labios, que se entreabrían para soltar gruñidos y gemidos.
–Los ojos, Katniss. Mírame –gruñó sobre mis labios. Aquello sí que era una orden.
Obedecí, presa del placer y la lujuria, y sus ojos me atraparon mientras aumentaba la fuerza y la rapidez de sus embistes.
Me equivoqué.
Ese si había sido el mejor orgasmo de la historia.
Grite, me arqueé, gemí, gruñí... Y cuando grité el nombre de Peeta, pareció como si hubiera encendido un interruptor, y él se corrió dentro de mí.
Ambos no pudimos controlar el impulso de cerrar los ojos y besarnos como dos locos, ahogando nuestros gemidos en la boca del otro.
Peeta cayó sobre mí, derrotado, ambos intentando controlar nuestras respiraciones. De repente, salió de mi y me rodeó con su musculoso brazo, haciéndonos girar y colocándome sobre él. Estuvimos varios minutos en silencio, mientras su mano acariciaba mi pelo empapado de sudor y yo me acurrucaba en su pecho. Solo rompió el silencio su risa, tan natural y dulce como siempre.
–Ahora estas mucho más caliente que antes. Lo siento.
Mi risa hizo coro con la de él. Solo Peeta podía decir eso tras hacerme el amor por primera vez.
–Ha valido la pena –susurré en respuesta, acurrucándome en su pecho aún más.
Se carcajeó una vez más, abrazándome fuerte.
–Te amo, preciosa. Más de lo que podrías imaginar.
–Lo se. Yo... también.
Beso mi coronilla con ternura y me acunó contra si, como si fuera una niña pequeña.
–Hace tiempo que querías hacerme lo que acabas de hacerme, ¿real o no? –murmuré contra su pecho.
Volvió a reír.
–Real. Y tu quieres repetirlo. ¿Real o no?
–Demasiado real para tu propia seguridad.
Alzó mi mentón y me obligó a verle a los ojos. Había una chispa de lujuria aún en ellos.
–Ahora si que necesitas descansar, cielo. Duerme, es tarde.
Se me cerraron los ojos con solo oír sus palabras. Apoyó su mandíbula en mi coronilla y relajo la presión de sus brazos a mi alrededor.
–Buenas noches, Peeta.
–Buenas noches, amor.