Watanuki yacía sentado a la luz de la luna.

Era bastante común encontrarlo en esa situación, después de todo le traía gratos recuerdos. Era en aquel lugar en donde había tenido incontables charlas con aquella mujer. Charlas que gradualmente lo habían marcado, y lo habían convertido en la persona que era, y que le habían hecho tomar las decisiones que había tomado. A pesar de todo lo que había sucedido desde el primer día que había pisado esa tienda, nada había cambiado, al menos ante el paso del tiempo. Pero en cuanto al espacio y a si mismo todo había cambiado, la tienda había cambiado de dueño ya que su encargada anterior ya no estaba. Ella se había ido. Al menos es lo que todos decían, su cuerpo sufrió un pequeño escalofrío al recordar ese día.

Había salido a la calle y nadie parecía recordarla. Nadie. Recordó su desesperación, probablemente el peor momento de su vida, ella se había ido. No importaba donde la buscara, no importaba a quien le preguntase, ninguno de ellos la recordaba. Ella ya no estaba.

El sueño. Aquel sueño, no pasaba un día en el que no pensara en eso. Sacudió su cabeza. No quería pensar en eso, aunque sabía que lo haría mas tarde. No había escapatoria. Jamás la había tenido.

Ya había renunciado a pensar que algún día lo olvidaría, y en realidad era estúpido pensar siquiera en la posibilidad de olvidarlo, ya que él no quería olvidarla. Si realmente hubiese querido deshacerse de todo lo vivido hubiese tomado otras decisiones, habría aceptado aquellas propuestas, habría hecho caso de la preocupación de Kohane, Domeki, etc. Pero el había tomado una decisión. Su posible vida como persona normal hacía mucho tiempo había caducado. Si, el se había decidido. No se movería de ahí.

Todos pensaban que aquella era una decisión limitada. Tomada por urgencia y que algún día caducaría y el podría irse de ahí. Pero él no se iría. ¿Qué sentido tenía? Él tenia un deseo, un deseo que solo la tienda le podía conceder. Solo en ese lugar sería posible que sucediera. Aunque ya de por si su deseo era imposible, pero si había una ínfima posibilidad de que se cumpliera, era en ese lugar. Estaba seguro. Vivía por su deseo, su deseo era su vida.

De repente sintió un movimiento entre sus ropas y vio un pequeño bulto negro. Sonrió. Había olvidado que Mokona estaba ahí, y ella estaba tan profundamente dormida que era como si no estuviera. Ella solía quedarse con él en esas noches de insomnio o meditación, las cuales eran bastante frecuentes. Aquel ser había sido una gran compañía desde el principio, no solían hablar demasiado de ella, pero estaba seguro que Mokona había entendido a la perfección su deseo y por tanto su elección. Los días habían pasado, y el había sufrido, había concedido deseos, había recibido precios. Todo se sucedía con naturalidad, pero en realidad nada era natural.

Sin avisar e interrumpiendo sus pensamientos, la piedra que Mokona tenía en la frente comenzó a emitir un leve brillo. Watanuki se sorprendió. Eso jamás había sucedido. De repente se siento atraído en dirección a la luna, la miró y creyó ver un leve resplandor. Idéntico al resplandor de Mokona. Le pareció sentir un leve cambio en el ambiente. Eso tenía algún sentido, algún propósito. Pero en ese momento Watanuki no lo comprendió. Sin embargo no se desesperó, sabía que algún día, cuando tuviese suficiente experiencia lo entendería.

En ese momento comenzó a dormirse, no quería, pero algo lo empujaba. Algo lo llamaba, confío en ese estímulo ya que le evocaba una sensación familiar, grata. Cuando se quedó dormido realmente no tuvo sueños, aunque se sentía como si los tuviera pero no los debiese recordar, al menos no aún. Y en mucho tiempo pudo dormir tranquilamente.

Mientras el muchacho dormía una mariposa sobrevoló el jardín , se detuvo un milisegundo y luego se alejó.