AL ROJO VIVO

BLOG DE JOHNLOCK

20 de diciembre de 2014

Llevo más de dos años sin publicar en este blog. En este tiempo, han pasado muchas cosas y creo que merece la pena que las muestre aquí. Hay partes que yo ya tenía escritas y otras que he tenido que escribir ahora. De ésas, es posible que no recuerde con exactitud todos los detalles, pero trataré de reproducir los hechos con la mayor fidelidad posible. Aunque, eso sí, desde mi punto de vista. Hay algunas cosas muy personales, así que no todas serán públicas..

He cambiado de nombre al Blog porque, aunque sea yo el que siga escribiendo en él, ahora, más que nunca, él y yo somos uno.

12 de enero de 2013. En terapia

Ese día hacía un año de la "muerte" de Sherlock. Un aniversario vacío. Un día más. Otro espacio en blanco, salpicado por la lluvia, arrastrado tediosamente por las paredes blancas y asépticas del hospital, con los murmullos de los pacientes de fondo, con sus imágenes y sus palabras borrosas, sostenido por la rutina, como un náufrago agarrado a una tabla.

Había vuelto al piso. Al principio, no podía soportar la idea. La señora Hudson insistía, incluso me ofreció una considerable rebaja en el alquiler. Ella también lo echaba de menos. Pero, una vez allí, aquella opresión en el pecho que no me dejaba dormir aflojó un poco. Era como no perderle del todo. Sabía que me estaba regodeando en la herida, pero no podía evitarlo. Sentía que tenía que seguir siéndole fiel, demostrar a todos que estaban equivocados, que nada de lo que me dijeran me haría cambiar.

Me alegré al comprobar que la señora Hudson no había sido capaz de deshacerse de sus cosas. La mayoría de ellas estaban en cajas, pero seguían allí; así que volví a colocar la calavera en la repisa de la chimenea, puse el violín al lado de su sillón, dejé las partituras junto a la ventana y traté, inútilmente, de abrir su portátil, pero resultó que el suyo sí que era el Fort Knox. Con la ropa no pude. Tuve la idea peregrina de sacar el abrigo y la gorra y colgarlos del perchero. Pero era demasiado. Sólo ver el abrigo me hizo estremecer, mis manos temblaron como las de un alcohólico.

Después, empecé a imaginar que estaba conmigo, sentado frente a mí. Algunas veces. Estaba mal, pero era un consuelo y nadie iba a enterarse de mis locas fantasías. En esos ratos, era yo el que hablaba solo, el que hablaba con él aunque no estuviese allí. Le contaba los crímenes que aparecían en las noticias, los problemas, pequeños y simples, de mis pacientes, las recaídas de mi hermana, mis torpes experimentos de química, los cambios de humor de Sarah que, repentinamente, había vuelto a tener interés por mí y, qué curioso, ahora que me dejaba frío, era más amable que nunca. Y me parecía oírle decir: "Aburrido".

Con gusto hubiera arrancado la fecha del calendario. No quería pensar. No quería recordar. Había puesto las noticias y me había preparado la cena. El teléfono sonó:

- ¿Diga?

- Hola John— Era Cassandra, la psicóloga. Me pilló por sorpresa — Hace casi un año que no te veo. Me gustaría saber qué tal estás. Tengo la costumbre de hacer un seguimiento de mis pacientes.

- Estoy bien —mentí.

- ¿Seguro?

- Bueno, todo lo bien que se puede estar.

- Le echas de menos todavía ¿verdad?

- Sí

- John, la última vez que te vi no te desahogaste, tienes todo eso guardado, sin sacarlo fuera. Recibiste un impacto emocional muy fuerte. Te haría bien, mucho bien, soltarlo.

- Tal vez — Me hizo dudar.

- El viernes por la tarde tengo horas libres. ¿Qué te parece si vienes a la consulta a las cinco?

- ¿Para qué? — No. Definitivamente, no quería hablar de ello.

- Vamos, John. No te digo esto como psicóloga, te lo digo como amiga. Necesitas verbalizar lo que ocurrió. Mientras no lo aceptes, no podrás superarlo.

- ¿Aceptar qué?

- Aún estás enfadado ¿furioso?

- Sí.

- Entonces quedamos a las cinco. Ya sabes dónde. Te espero.

Solté el teléfono como si me quemara. Me había sacado de quicio. ¿Aceptar qué? ¿Por qué? ¿Para qué? Nada iba a cambiar. Nada.

Pero le estuve dando vueltas en los días siguientes, no me podía quitar esa llamada de la cabeza. Me repelía y me atraía a la vez. Una parte de mí se negaba en redondo, pero otra… otra parecía luchar en mi interior por liberarse. Notaba el nudo en el pecho. La misma angustia con la que me despertaba en mitad de la noche, la que me desvelaba, la que me dejaba exhausto y agotado para todo el día. Aquella sensación para la que yo no tenía un nombre.

Me asombró que estuviera tan segura de que iba a aparecer. Me estaba esperando. En cierto modo, yo también estaba sorprendido de verme allí, otra vez.

- Estás muy tenso— Fue lo primero que me dijo— ¿Crees que puedes hablar ahora?

- Quiero intentarlo — Respondí. Era como volver a estar en el frente, pero ante un horizonte incierto y desconocido.

Fue doloroso, como abrir una pústula para hacerla supurar, como rajar un miembro infectado sin anestesia, como arrancar un trozo de piel. Me había negado a recordar, a pesar de que olvidar era imposible. Cuando la imagen de Sherlock cayendo desde la azotea apareció en mi mente, mientras trababa de ponerla en palabras, me sentí sumergido en un baño de agua helada, con la sangre congelada, con el corazón bombeando con fuerza tratando de combatir el frío. Tuve que hacer acopio de valor para volver a mirar la sangre chorreando por su cara, su cuerpo abatido en una extraña postura, como un muñeco roto, el charco rojo y viscoso bajo su cabeza, sus ojos celestes clavados en mí, muertos, la mano pálida, inerte, sin pulso. Cuando acabé de hablar, me di cuenta de que estaba jadeando, de que me faltaba el aire.

- ¿Qué pasó después, John? — La pregunta me sacó de repente de la acera ensangrentada.

- Intenté entrar en el hospital, ver su cuerpo, verle …— Mi voz sonó ronca y débil — Pero no me dejaron. Me fui a casa…

- ¿Y allí, qué hiciste?

El nudo, que había empezado a debilitarse, volvió a sofocarme, pero de manera mucho más violenta, dejándome casi sin aliento.

- No sabía lo que hacía. Estaba aturdido — dije, luchando por encontrarme la voz — Entré en el piso. Vi la taza en la que había tomado el té, el libro que estaba leyendo, abierto, en la mesita auxiliar, su bata en el sofá…— Otra vez, todas aquellas sensaciones sobrecogedoras circularon por mis venas, quemándome, ahogándome— Fui a su habitación. La cama estaba deshecha, su pijama esparcido encima….— Mi garganta se comprimió.

- Dilo, John. ¿Qué sentiste? Sácalo —. La voz dulce y acogedora de Cassandra hizo que el nudo explotara. Fue como entrar en trance, como trasladarme de nuevo a aquel día.

- Me… me metí en su cama —Noté cómo la vergüenza me subía a las mejillas — Me puse su ropa en la cara para aspirar su olor, para sentir su calor …

No pude continuar. Me cubrí el rostro con las manos, ocultando las lágrimas que me abrasaban los ojos. Cassandra permaneció en silencio y yo se lo agradecí inmensamente. No sé cuánto tiempo estuve así, dejando que los recuerdos me atravesaran y me sacudieran, llorando por fin hasta quedarme sin fuerzas. Su voz preocupada y cálida me devolvió a la realidad:

- ¿Duermes bien, John?

- No

- ¿Tienes sueños? ¿Pesadillas?

- Sí, tengo pesadillas.

- Cuéntamelas, John. ¿Qué sueñas?

- Hay un sueño que se repite.

- ¿Cuál?

- Estoy en la calle, paseando. O en un taxi. Todo está oscuro, pero no me importa. No siento frío ni calor. No sé dónde voy. De pronto, veo una calle con mucha luz, una luz blanca y potente. Y sé que él está allí. Entonces, voy corriendo, buscándole. Hay gente, mucha gente. Todos parecen felices, atareados, ocupados. La calle está empapada de agua y me mojo los pies en un charco, estoy descalzo. Le veo. Está de espaldas a mí, pero es inconfundible. Sé que es él. Y corro, corro hacia él hasta que me pongo delante de su cara. Pero me quedo helado. Es como si no pudiera verme. Le llamo, le grito, pero no me mira. No se mueve, no respira. Parece de piedra. Quiero tocarle, pero no puedo. Siempre me despierto después, empapado en sudor.

- ¿Algún otra cosa con la que hayas soñado varias veces?

- Hay otra pesadilla, sí. Una en el que él está en su casa. Es un edificio antiguo, de dos plantas, que no he visto nunca, pero sé que es su casa. Yo estoy fuera, en la calle. Veo la fachada del edificio, pero también veo el interior y le veo hablar con Lestrade, el inspector de policía, dándole alguna de sus explicaciones. Yo quiero entrar, pero no puedo. No veo la puerta. Ni siquiera sé muy bien dónde está la casa. Entonces grito, le llamo, le llamo a gritos, le pido que me deje entrar, que abra la puerta. Ellos giran su cabeza un momento, pero no me hacen caso. Y yo sigo gritando. La señora Hudson me ha dicho que me ha oído gritar alguna noche, pero no sé si ha sido con ese sueño o con otra cosa…

Me dolía la cabeza como si me fuera a estallar. Casandra se echó hacia atrás en su sillón y me echó una mirada que me pareció sospechosa, me estaba analizando. Soltó un fuerte suspiro:

- No has superado su muerte, John

Sentí un poderoso pinchazo en el pecho:

- Puede que no, es verdad.

- Ese sueño en el que le ves, pero él no reacciona, es muy característico. Cuando alguien pierde a un ser querido, y está muy reciente, tiene sueños así.

- Ya. Hasta no hace mucho, me costaba creerlo. Tenía una... minúscula esperanza de que todo fuera uno de sus trucos, una de sus increíbles actuaciones…

- Pero hay algo más. Y es por eso por lo que estás como hace un año.

- ¿El qué?

- Seré directa, John.

- Dime lo que sea— Le dije, confiado. Y entonces, me soltó aquello:

- Creo que estabas enamorado de él y hasta que no aceptes eso, no vas a poder superar lo que te ha pasado.

Una ola de indignación me subió por el cuerpo. Tuve que contenerme para quedarme quieto en el asiento. Sentí el impulso de darle un puñetazo. La miré atónito. Aquello no me lo esperaba:

- Tú — Le dije, controlándome para no alzar la voz — ¿Tú también?

¿También? — Lo dijo con suavidad, pero yo apenas podía reprimir la rabia.

- Sí, también. ¿Leíste la prensa amarilla? ¿te gustan los chismorreos? ¿te has tragado toda esa basura de que él era un farsante y de que éramos más que amigos? ¿lo has pasado bien con las apuestas de si teníamos una relación platónica o no?

- Siéntate, John, por favor.

Fue como si me acabaran de echar un jarro de agua fría. Me había puesto de pie frente a ella y tuve la sensación de que había estado gritando. Sentí dolor en las palmas de las manos. Había apretado los puños hasta clavarme las uñas. Me dejé caer en el sillón, derrotado, invadido por un súbito cansancio, como si me acabara de pasar un camión por encima.

- Lo siento

- No pasa nada, John. Tranquilízate

- Estoy tranquilo, pero no puedo creer que tú….

- No he leído nada de eso. Estoy hablando en serio.

- No, no puedes estar hablando en serio—. No me cabía en la cabeza. Era absurdo

- Voy a intentar explicártelo.

Me armé de paciencia. No tenía interés en lo que me fuera a contar. Estaba loco por acabar y salir cuanto antes de allí.

- Hay dos elementos en tus pesadillas que lo sugieren: el agua y la casa

- ¿Qué significa eso? —¿De qué demonios estaba hablando?

- El agua representa en los sueños el deseo sexual. En tu sueño te mojas los pies.

- Oh, vamos, eso es una estupidez— La cosa iba de mal en peor, me estaba tomando el pelo, había creído que era una profesional, una verdadera profesional…Por Dios santo, la tenían contratada en el Ministerio de Defensa.

- La casa representa a la persona. Creo que aún estás enfadado con Sherlock porque no te dejó entrar en su vida del modo en que tú realmente deseabas.

Era demasiado. Estaba estupefacto.

- Verás, Casandra. Estoy enfadado con Sherlock porque se suicidó, ¿lo entiendes? Porque no acabo de comprender por qué lo hizo. Por qué un hombre como él se quitó la vida. Por qué no luchó ¡Se dejó vencer! Eso del enamoramiento es una idiotez. ¡Por favor! Yo no soy gay.

Otra vez aquellas sandeces. Me daban náuseas.

- Yo no he dicho que lo seas.

¿Crees que no me hubiese dado cuenta? He estado en el ejército, en el campo de batalla. Me he pasado años rodeado sólo por hombres y jamás ¡jamás! se me ha pasado por la cabeza…

- A veces es posible enamorarse de una persona sin tener en cuenta su sexo. No tiene nada que ver tu orientación sexual.

- Ya está bien ¿quieres? — No aguantaba ni un segundo más —Déjalo. No trates de convencerme.

- Yo sólo quiero ayudarte, John. No puedo decirte lo que tienes qué hacer, sólo te pido que lo pienses.

Salí de la consulta, furioso. No me había servido de nada el esfuerzo. Había ido con la esperanza de desahogarme, de encontrar un buen consejo, pero me sentía estafado. No tenía nada qué pensar. Yo sabía por qué estaba aún enfadado con Sherlock. No sabía por qué aún tenía esas desagradables pesadillas que se repetían una y otra vez. Y tampoco sabía cómo enderezar mi vida. Cómo vivir sin él.