Lamento haber tardado tanto, tenía un curso de Cálculo y no me di el tiempo para escribir. He editado algunos detallitos de los capítulos pasados, nada importante.
Gracias por esperar.
Disclaimer: Bleach no es mío, si lo fuera no mataría a los mejores personajes a cada rato.
Capítulo II
"Corazón"
¿Qué es el corazón?
Las gotas de lluvia golpetean la ventana de mi apartamento; su sonido es suave, como si realmente no existieran, a veces me pregunto si esta vida es real.
Llevo la mano a mi esternón, últimamente la cicatriz me ha dolido bastante; si fuera supersticioso o paranoico creería que se trata de un mal presagio. Estoy cansado, este fin de semana disminuyó enormemente mi energía... Sé por qué Urahara me exige tanto, para él las nacionales son muy importantes, tanto que ha ignorado a Kurosaki y Abarai los últimos dos días, me pregunto cuándo decidirá la basura que tuvo suficiente y me retará. Espero que no sea esta semana, tengo suficiente con el curso, la biblioteca y los entrenamientos como para perder el tiempo así.
Aprovechando el relámpago que iluminó el cielo, reviso el reloj que está sobre mi cómoda: casi media noche, necesito dormir para poder soportar mañana sin desfallecer. Cierro los ojos, deseando silenciosamente que tarde en amanecer.
Todo está oscuro.
La humedad del ambiente es sofocante, el sudor hace que los cabellos se me peguen en la frente y mi respiración acelerada, junto al cansancio, hacen que mi vista se nuble.
'No puede haber ido muy lejos' escucho decir a alguien cuyo nombre, por alguna razón, no recuerdo.
Miro al piso: maldición.
Rápidamente arranco la manga de mi saco, la ocupo como torniquete para detener el flujo de sangre en mi costado y no sólo parar la pérdida de sangre, sino evitar seguir dejando rastro. Me obligué a ahogar el grito que salió de mi garganta cuando apreté la tela sobre la carne lastimada de mi torso.
Escucho los pasos de aquellos que me siguen acercarse.
Rápidamente y con las pocas fuerzas que me restan, emprendo la huída.
"¡Ahí está!" tal vez es mi hora final. Intento perderlos de vista cerca del muelle, pero me están pisando los talones... ¿por qué no han disparado de nuevo? Lamentablemente, de todos los escenarios que me he planteado, la única razón por la que sigo vivo y no me han atacado otra vez es porque Aizen desea eliminarme personalmente o estar presente por lo menos. Lo peor es que todo lo que he analizado como posibilidad termina de la misma manera: con mi muerte.
No me entiendo a mí mismo. Aizen me dio un propósito, fue como un padre para mí y desde pequeño me entrenó para ser su sucesor. Me castigó cuando era necesario, las cicatrices que surcan mi rostro, como si fueran lágrimas son prueba de ello; mas sé que lo hizo por mi bien, en un mundo así, el llorar era signo de debilidad y tuvo que hacerlo para que me fortaleciera y olvidara todos esos inútiles sentimientos humanos que lo único que harían sería dificultar mi supervivencia. Conocía perfectamente que una vez dentro de su 'negocio', la única forma de salir es dentro de una bolsa de plástico en el fondo del mar.
'Ulquiorra, hijo' mi cuerpo se queda pasmado. Traté de ordenar mis ideas y en un impulso me di la vuelta para encararlo.
'Señor Aizen' mi voz sonó rasposa. Retrocedí un par de pasos y al sentir el borde del muelle volví a ver su rostro. Me sonreía, con esa mueca tan suave pero vacía; levantó la mano, cegándome momentáneamente por el resplandor plateado de se pistola... sudé frío.
'Fuiste un gran hijo, un fiel sirviente; mi hombre de confianza y mano derecha' retrocedí por inercia un poco más. El olor a agua de mar más la perdida de sangre me mareó y el que hablara en pasado no aminoró el tumulto de sensaciones incómodas y extrañas que me invadían.
Al ver mi expresión de cansancio su sonrisa creció.
'No sabes cuánto aprecié tus servicios... pero ya no me eres útil' di otro paso hacia atrás, tambaleándome en el muelle, casi cayendo.
'Adiós'
El sonido de un disparo, el olor a pólvora, un dolor punzante en mi pecho, el frío del mar, el sabor a agua salada y todo se volvió negro; en un instante, me volví nada.
Mis ojos se abrieron de golpe, busqué rápidamente la herida que la bala de Aizen dejó en mi esternón completamente seguro de que me desangraría en minutos; mas no encontré nada.
No, no fue un sueño ni una pesadilla; más bien fantasmas del pasado recordándome mi lugar y lo afortunado o miserable que era al haber sobrevivido, después de todo: No puede existir desesperación sin esperanza; la esperanza de seguir vivo me hundía en una enorme desesperación al saber que él me encontraría de un modo u otro. No sé si el miedo es lo que me impulsa a intentar estudiar en Alemania y he decidido utilizar la excusa del hambre que tengo por saber para ocultar mi propia debilidad.
La bala que me atravesó pudo haberme matado; pero no lo hizo… fue inexplicable, unos milímetros –me atrevería a decir micrómetros- en cualquier otra dirección y mi existencia habría terminado. Cuando le conté a Grimmjow la historia –con la esperanza de que me temiera y dejara tranquilo-, me dio una palmada en la espalda, mucho más fuerte de lo necesario y me dijo: 'Parece que no eres tan inútil para el mundo como creí, aun tienes que hacer algo, imbécil. Así que mueve tu trasero y deja de quejarte de que las cosas no tienen sentido, ni razón… seguirán así a menos de que tú busques significado'. Tonto optimista, aunque le moleste que lo diga, se parece a Kurosaki más de lo que quiere aceptar.
Con las manos temblorosas, limpio el sudor frío que invade mi frente, recriminándome el estar asustado por algo tan tonto como un recuerdo. Volteo a ver el reloj, las cinco cuarenta y cinco. No vale la pena dormir otra vez, mi despertador sonará en quince minutos así que puedo aprovecharlos para desestresarme en la ducha y despejar mi mente.
Me levanto lentamente, tratando de estabilizar las piernas y que no me traicionaran me dirigí a mi cómoda, sacando unos pantalones azul oscuro, una camisa color verde y los primeros bóxers que encontré en mi cajón. Me dirigí al baño, despojándome de mi pijama y doblándola cuidadosamente para dejarla sobre la mesita color blanco que tenía todo lo necesario en primeros auxilios y se encontraba en el interior. Observé los mosaicos color nácar de las paredes y abrí el agua caliente, metiéndome de inmediato bajo el chorro de agua y dejando que éste destensara mis músculos.
Me duché con cuidado, evitando hacer demasiada presión en los nuevos moretones que se mostraban abundantes en mi piel, como si fueran tatuajes… ya se la cobraré a Urahara después de las nacionales.
Salí de la ducha y aproveché para rasurarme la poca barba que me crece. Mi tonto compañero de apartamento siempre se burla de eso, diciendo que los verdaderos hombres tienen pelo en pecho como él; en lo personal agradezco no tener, que tanta vellosidad es asquerosa. Miro al fregadero y observo pequeñas gotas de sangre; sorprendido observo mi rostro y encuentro una cortada en mi mejilla. Al parecer estoy más distraído de lo normal.
Limpio los rastros de sangre y me coloco una banda en el corte, para evitar que se infecte y me vestí.
Salí de la ducha, dejando que el cabello me goteara y me dirigí a mi habitación para preparar un cuaderno, un par de plumas y un lápiz, colocándolas en la mochila con mi cambio de ropa para después del entrenamiento de esgrima.
Tendí mi cama, recordando el orden exacto en el cual coloco las cosas, evitando equivocarme y volver a empezar.
Me dirigí a mi estéreo y coloqué un disco de mi grupo japonés favorito: Mono. A pesar de no tener letra alguna, encuentro su música placentera. Busqué en la lista de canciones alguna para poder evitar el silencio de mi habitación y no pensar; de pronto, me encontré con un título que llamó mi atención: A heart has asked for the pleasure.
Heart. Corazón.
Aquellos ojos cafés, heridos y temerosos pasaron momentáneamente por mi mente. Antes de poder detenerme, había puesto esa canción.
El sonido era calmado, no me sonada para nada como la mujer; aunque no pude evitar preguntarme por qué esa elección de notas, ¿qué esperaba el grupo al componerla y tocarla?, ¿a caso esperaban transmitir algo con ello? En mi caso habían fallado, sólo sirvió para dejarme con más dudas sobre esa cosa intangible que la mujer defendía con tanto fervor.
Terminé de acomodar todo lo necesario y pasé una sola vez mis manos por mis cabellos, desenredándolos. Salí apresuradamente de mi apartamento al darme cuenta que faltaban quince minutos para la hora de entrada. Maldije internamente el vivir en el cuarto piso de un edificio sin elevador, odio sudar por las mañanas.
Justo cuando me acercaba a las escaleras, caí. No supe si golpeé algo o el golpeado fui yo. Escuché una suave voz emitir un quejido y miré a mi lado.
Todo lo que vi fue anaranjado.
–¿Mujer? –la expresión de su rostro no tenía precio: La boca ligeramente abierta –supuse que interrumpí el inicio de una de sus típicas peticiones de disculpa-, los ojos abiertos, las cejas levantadas en una mueca de sorpresa, el cabello enmarañado y las manos pasmadas frente a ella. Me sorprendió verla en el edificio donde vivía… y por lo visto ella también. ¿Cómo no la vi antes? ¿Cuánto tiempo tiene viviendo aquí?
–¿U-Ulqui? –pareció calmarse un poco, para después sonrojarse de un tono oscuro… un momento.
–¿Ulqui?, recuerdo haberte dicho que mi nombre es Ulquiorra, no me llames de otra forma que no sea esa, mujer
Inmediatamente después de eso bajó la mirada, mas su tristeza no duró mucho. Se tensó, como si una corriente eléctrica la hubiera atravesado y miró al frente, decidida y fiera.
–Y yo recuerdo haberte dicho que mi nombre es Orihime, no mujer –me espetó, claramente molesta. El rubor que antes era de vergüenza, paso a ser de ira–. Así que si insistes en decirme mujer, yo tengo todo el derecho de decirte Ulqui.
Y sonrió, a sabiendas de su pequeño triunfo.
–Como quieras, mujer problemática –le dije, desinteresadamente y miré mi reloj. Cinco para las ocho; sin duda llegaré tarde a mi primer día, genial.
–¡Qué malo eres, Ulqui! –casi gritó, canturreando la 'i' y sonriendo para enfatizar la burla.
Ella también trató de levantarse, para después caer de golpe y sobar su pie. Rayos, con surte y sólo se trata de una torcedura y no un esguince, ruptura de ligamento o un hueso roto. Torpe mujer.
Niego lentamente con la cabeza, recordando que cuando la conocí lo primero que pensé fue el que sería mi perdición.
Revisé el reloj: las ocho con cinco.
Maldije mentalmente el perderme mi primera clase, ya me las apañaría para recuperarme.
–¿Puedes levantarte, mujer?, ¿sientes mucho dolor en tu tobillo? –negó con vehemencia e intentó apoyarse en su pierna derecha, para después sisear por el dolor–. Te llevaré al hospital.
–No es necesario, además si llego tarde a mi trabajo el señor Gilga me despedirá.
Sonaba casi desesperada, juraría que pequeñas lagrimitas comenzaban a asomarse en la comisura de sus ojos.
–Tonterías, he dicho que te llevaré al hospital, no seas testaruda.
–Y yo he dicho que no –mordió sus labios y bajó la cabeza–, creo que el testarudo eres tú por insistir.
Suspiré, frustrado. Mujer tonta, si no se trata el pie su recuperación tardará más de lo esperado y el dolor será mayor.
Extendí la mano y la tomé del brazo.
–Lo siguiente que dirás será sí, cualquier otra cosa y te llevaré como un saco de papas hasta el hospital, incluso te amordazaré si gritas y ataré si te mueves –le dije firmemente, esperando que mi amenaza surtiera el efecto deseado. Me miró, sorprendida y observé su garganta moverse cuando pasó saliva pesadamente–, así que te lo diré sólo esta vez: Ven conmigo, mujer.
Suavemente deslizó el brazo hasta que su mano estuvo en la mía.
Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir el suave tacto de su piel recorrer la mía. Fue… electrizante; lo único que puedo comparar ese sentimiento fue cuando un cable me dio toques, aunque esto era como pequeñas descargas eléctricas que hacían que mi piel se erizara.
–Sí.
Apretó su mano en la mía y la intenté ayudar a levantarse, fracasando miserablemente.
–Tendré que cargarte.
La expresión de su rostro cambió de seriedad, a sorpresa y después a vergüenza. Soltó mi mano de golpe.
–¡No es necesario, puedo caminar! –intentó levantarse de nuevo, pero cayó de golpe e inmediatamente se sonrojó.
–Al parecer no puedes –le dije, con un deje de burla en mi voz, lo que provocó que me mirara mal, volviendo a sonrojarse de furia. Me puse en, le di la espalda para tomar su mano y colocarla enroscada en mi cuello. Al mismo tiempo, tomé la bolsa que dejó caer al piso y el bastón para invidentes–. Sujétate.
Lentamente su otro brazo se colocó alrededor de mi cuello. Me levanté y ella colocó las piernas alrededor de mi cintura, las sujeté con mis brazos para evitar tirarla.
–Gracias al cielo me puse pantalones y no una falda –apretó los brazos, casi estrangulándome. No sé si la falta de aire fue lo que más me incomodó, o fue el sentir su voluptuoso cuerpo en mi espalda–. Qué vergüenza, ¿soy una molestia, verdad? ¡Lo siento tanto, si no fuera tan torpe no tendrías que hacer esto!
–Mujer, no aprietes tanto –dije, con esfuerzo. Inmediatamente la presión fue liberada.
Cuando me recuperé de la anoxia momentánea a la que fui sometido, no pude evitar imaginarme su rostro sonrojado.
–¡Lo siento tanto! –y como siempre, parecía que no se cansaba de disculparse. Qué mujer tan más extraña–, si no me hubiera detenido te habría estrangulado y sería una asesina; ¿pero luego qué?, seguro las autoridades me atraparían y me condenarían a una vida sin salsa dulce de frijoles rojos para después echarme en una celda con un asesino intergaláctico que intentaría secuestrarme y robar tu cuerpo. Luego, sería obligada a revivirte con parte de otros aliens y nos condenarían a una vida de esclavitud eterna en su planeta… ¡Claro, te saldrían alas de murciélago y nos sacarías volando de ahí!
¿Aliens? ¿Alas de murciélago? ¿Qué rayos fuma esta mujer?
–¡Nada de lo que dices tiene sentido! No morí, así que no te preocupes. Y dudo mucho que si existiera un asesino intergaláctico lo tengan en una prisión junto a los humanos.
Suspiró, aliviada. Creo que nunca entenderé a esta mujer, primero habla de corazones inexistentes y ahora de aliens; es muy rara. No: está loca.
Comencé a bajar las escaleras reprimiendo del deseo de decirle que pesaba, recuerdo que Grimmjow se lo dijo a Nelliel y se ganó una nariz rota, un ojo morado y una semana pidiéndole disculpas… no pienso pasar por eso, aunque si lo hago no malgastaría mi tiempo en algo tan vano como pedir disculpas.
El grito de sorpresa que soltó la mujer me sorprendió y provocó que la gente en la recepción del edificio la mirara extrañada.
–¡Tienes tanta razón, Ulqui!, ¡eres muy sabio!, tendrían al alien en una prisión secreta, ¿no?
Nuevamente, imaginé su cara haciendo un puchero de sorpresa.
–Silencio, mujer. Nos estás avergonzando –mascullé, tratando de evitar las miradas de los inquilinos.
Otro gritillo. A esta mujer sí que le gusta gritar, genial.
–¡Perdón, Ulqui, tienes razón!
Sí, ¿entonces por qué gritas? Mujer tonta.
Llegamos al estacionamiento, busqué mi moto y al llegar a su lado, la senté en ella. Le di su bolsa y su bastón.
–Iremos en moto, así que espero sigas mis instrucciones para llevarte a salvo al hospital y no a la morgue.
Fue entretenido ver el horror reflejado en su rostro. Ella asintió con fuerza.
Le coloqué mi casco y me senté frente a ella.
–Sujétate fuerte y no te sueltes hasta que yo te diga.
Me abrazó, casi lastimando mis costillas y la sentí asentir contra mi espalda.
Arranqué y salimos rumbo al hospital.
Traté de no ir tan rápido, para evitar tener cargos de homicidio si la torpe chica en mi moto caía, no necesitaba pasar el resto de mis días en una prisión por su culpa.
La sentí resbalarse un poco, así que solté el manubrio de un lado y jalé sus manos para que las colocara enredadas en mis brazos y se sujetara más; justo antes de que la soltara, hizo algo que me sorprendió:
Con una de sus manos, entrelazó sus dedos con los míos. Estaba muy fría; tal vez la velocidad no sea lo suyo y esté asustada.
Carraspeé, no confiando en mi voz.
—Mujer, si no me sueltas puedes provocar un accidente, no puedo manejar bien así.
Inmediatamente la presión en mi mano fue liberada y me concentré en llegar al hospital, deteniéndome en el estacionamiento de éste y asegurando mi motocicleta.
—Sujétate —le dije secamente. Su única respuesta fue enrollas nuevamente los brazos en mi cuello mientras yo sostenía sus piernas y la llevaba a la entrada.
Tardamos mucho, estuvimos sentados aproximadamente dos horas, esperando que la atendieran, platicamos de cosas triviales. Ella me preguntó que estudiaba y no vi una razón plausible para no responderle, le conté que finalicé el cuarto semestre de Física y había iniciado un curso de biofísica en la facultad Biología. Parecía sorprendida.
—Wow, ¿física? Por cómo actúas pensé en leyes o criminología, pero nunca en algo relacionado con ciencia.
—No es tan sorprendente, mujer.
Me sonrió, moviendo sus pies en el aire como si fuera una niña pequeña.
—Dices que vas en cuarto semestre, ¿puedo saber tu edad?
—No veo el por qué eso sea relevante…
Colocó bruscamente su mano en mi rostro, en lo que supuse fue un intento de atinarle a mi boca y callarme, pero terminó en mis ojos.
—Mujer, estás cubriendo mis ojos.
Me soltó y negó firmemente, para después estirar sus brazos frente a ella.
—No intentes cambiar el tema —y me sacó la lengua. Que chica tan más infantil, comenzaba a fastidiarme—. Yo entraré a tercer semestre en letras, así que asumiendo que yo tengo diecinueve años, eso te dejaría a ti con veinte si no eres asíncrono.
Acertó. No me molesté en disimular mi sorpresa.
—Correcto.
Aplaudió, feliz de haber acertado. Justo en esos momentos un médico de pelo grisáceo, ojos azules y lentes nos indicó que era nuestro turno.
Por lo que escuché parece que conocía perfectamente a su médico, un tal Ryuuken Ishida. Platicaron por lo que me parecieron horas en lugar de minutos mientras me limitaba a observar cómo tomaban las radiografías de su pie.
—Parece que sólo es una torcedura —me dijo. Lo miré extrañado.
—Creo que debería decirle eso a ella.
Se acomodó los lentes y me miró fijamente.
—He conocido a la señorita Inoue desde que ella cursaba la preparatoria, fue compañera de mi hijo así que me preocupa su bienestar.
Lo interrumpí.
—Sigo sin saber qué tiene que ver eso conmigo —suspiré, ignorando lo desagradable que me resultaba el olor a medicamentos del hospital.
—No debe moverse mucho si quiere recuperarse rápido —volteo a verla. Una enfermera se encontraba aplicándole un desinflamatorio y colocándole una venda mientras la mujer tomaba lo que supuse era un analgésico—. Como lo sabes, es ciega. Ha vivido sola desde hace años; pero está lastimada así que no es seguro para ella ir por ahí sola en este estado.
Asentí, pensando en todos los problemas que me causará esta mujer… no pude evitar recordarme algo que ya sabía: Esta mujer será mi perdición. Lo que me faltaba, ahora seré su niñero;¿después qué?, ¿le ayudaré a enterrar un cadáver en el parque?
—Entiendo —me observó un poco más y se dirigió hasta ella, entregándole una receta y dándole algunas instrucciones de los cuidados que debería llevar de ahora en adelante. Después, justo cuando ella intentaba ponerse de pie, la detuvo y realizó un gesto dándome a entender que tendría que cargar con ella de nuevo.
—Sube —volví a ordenarle. Intentó quejarse y antes de que tuviera oportunidad de contestarle, el médico le dijo que era necesario. Nuevamente sus brazos estaban en mu cuerpo y la levanté.
Pagué en la recepción, a pesar de los reclamos de la chica en mi espalda y la subí a la moto.
—Mujer, ¿dónde trabajas?
Sus ojos se abrieron, se veía un poco aturdida por el analgésico.
—En la empresa 'Santa Teresa'.
Una empresa de telecomunicaciones cerca de la facultad de física y el centro de entrenamiento Urahara. Revisé el reloj: Las doce cuarenta y cinco. No tiene caso que intente llegar a Biología, faltan sólo quince minutos para que las clases terminen.
Que gran inicio de curso.
Por lo menos llegaré a tiempo a mi entrenamiento.
—Te llevaré.
—No es necesario, ya te he causado demasiadas molestias —me dijo, nerviosa y azorada.
—No era una pregunta —y a pesar de sus protestas, la llevé a ese lugar. Cuidando no lastimarla al cargarla y llevarla a la recepción.
—Inoue, llegas tarde —una voz siseó. Pareciera que el sujeto era una serpiente o algo parecido… que desagradable.
Era muy alto, demasiado aunque tal vez sólo lo digo porque no llego ni al metro setenta de estatura. Su cabello era de un color negro menos intenso que el mío y utilizaba un parche en el ojo. Sospechoso.
—¡L-lo siento señor Gilga!, lamento la tardanza, estuve en el hospital, no volverá a pasar.
La mueca de molestia que el hombre portaba, se disipó dando paso a una sonrisa lasciva cuando la mujer se inclinó, provocando –por cómo es su carácter no fue intencional- que sus senos sobresalieran aún más.
—Tanquila, mascotita —¿mascotita?, parece que no me equivoqué, este sujeto es desagradable—, repórtate con Rangiku, que ha estado insoportable.
Asintió, y antes de irse la detuve. No supe de donde salió el impulso de hacer caso al médico y cuidarla.
'Es ciega' pensé 'No es seguro que esté sola mientras está herida'
Traté de convencerme que esa era la razón. Además, vive en mi edificio, no me desviaré mucho.
—¿A qué hora sales?
Se tensó, claramente sorprendida -¿o tal vez es por el miedo que le provoco?-.
—A las siete.
Oh, por eso siempre llega cerca de las ocho a la biblioteca.
—Vendré por ti — y la solté. A le pediría a Yoruichi permiso para salir y lo repondría.
Comenzó a caminar y justo cuando pasó a lado del sujeto, Gilga alzó la mano, en un claro ademán de darle un golpe en un sitio indecoroso y en un gesto claramente insultante para las mujeres: Una palmada en el trasero.
Lo detuve antes de que su mano la tocara, apretando con más fuerza de la necesaria su brazo y mirándolo fijamente, evitando mostrar la ira que se comenzaba a formar dentro de mí.
—Basura.
Lo solté de golpe y me miró furibundo en una clara declaración de guerra.
—¿Qué? —espetó con sorna. Me mantuve en calma, no me rebajaría a su nivel—, ¿es tuya?
Suspiré, aburrido.
—No —le dije, frío, sin emoción—, pero sólo las criaturas más rastreras se aprovecharían así de una invidente.
Lo que dije pareció causarle gracia.
—¿A caso ya la disciplinaste? —la insinuación sexual en sus palabras era demasiado burda.
Personas como ésta hacen parecer a Grimmjow todo un caballero.
—Qué desagradable.
Y me di la vuelta para salir del edificio.
—Cómo si no quisieras hacerlo, enano.
Lo fulminé con la mirada, no caería ante sus provocaciones.
I
El sudor escurría por mi piel.
Volteé a ver el reloj, las cinco y cuarto, era hora de ducharme si quería llegar limpio a mi trabajo.
Desvié bruscamente el florete de Urahara y ataqué rápidamente.
—Touché —le dije, sonando lo más serio posible e intentando ocultar la satisfacción que me produjo vencerlo.
Me miró y asintió. Me di la vuelta rápidamente, ignorando las miradas hostiles de íchigo y las bromas sarcásticas de Abarai, el cual abrazaba a una Kuchiki –sinceramente la tomaba or alguien más inteligente, nunca sabré qué vio en el simio que la convenció de salir con él.
—Ulquiorra, recuerda que debes medir la agresividad de tus movimientos, que puede ser juzgada como violencia innecesaria y te amonestarán —me dijo, yo lo ignoré y caminé hacia las duchas, a sabiendas de que me seguiría—. Así que, por favor Ulqui, si estás molesto evita demostrarlo, algunos pueden aprovecharse de esto y usarlo en tu contra, como tú lo haces en tus peleas contra Kurosaki y el gorrón de Abarai.
Me dio una palmada en el brazo y comenzó a reír cuando la novia del mono pelirrojo evito que éste se abalanzara contra el entrenador porque lo llamó gorrón.
Me duché, cuidando el eliminar cualquier rastro de mal olor de mi cuerpo. No, no lo hacía por esa mujer, sino porque sus comentarios podrían avergonzarme en un futuro.
Al terminar me vestí, salí del centro Urahara yme dirigí a mi moto para después, ver la hora: Cinco treinta, podré llegar a la biblioteca a las cinco cuarenta, y utilizar esos minutos extra para que Yoruichi me deje ir por la mujer.
Llegué a la recepción y hablé con ella. Se mostró preocupada al saber que la mujer rara se había lastimado.
—Claro que puedes ir por ella, la seguridad de Hime es más importante —me dijo, pero repentinamente sus ojos se tornaron hostiles—. Aunque sólo tendrás diez minutos, que son los que has recuperado al llegar temprano.
Y sonrió cínicamente. Cualquier pensamiento que me decía que la mujer frente a mí era comprensiva, se esfumó.
—Entendido.
Fui por mis cosas, me coloqué el chaleco. Me apresuré a reacomodar los libros que habían dejado en el escritorio en sus estantes, cuidando que estuvieran en orden de acuerdo al género, autor, año y folio de registro.
Volví a revisar mi reloj: Diez para las seis. Ya me estoy fastidiando de cuidar tanto la hora.
Salía apresuradamente y subí a mi moto, dirigiéndome lo más rápido posible a 'Santa Teresa'. Ese tipo, Gilga, no me daba confianza. Puede que no lo demuestre, pero no soy tan canalla como para dejarla a merced de un depravado, no lo haría por nada del mundo; ella es fastidiosa, pero eso no me da el derecho a permitir que le falten al respeto.
Cuando llegué, rápidamente me planté en la recepción del edificio, agradeciendo silenciosamente a la voluptuosa y… coqueta mujer que la guiaba, manteniéndola lejos de la basura.
La rubia depositó a la mujer en mi espalda, a pesar de las protestas de la misma y me guiñó el ojo.
—Awwww, ¡qué suerte tiene Hime! —dijo en voz alta, acercándose a mí y pellizcando mi mejilla. Traté de controlar la vergüenza que me dio y la incomodidad que provocó la invasión de mi espacio personal mirándola de mala manera, a lo que sólo rió.
—¿A qué te refieres, Rangiku? —preguntó, ajena al espectáculo que sucedía en esos instantes.
La mujer revolvió los cabellos anaranjados de la mujer.
—Hime, te lleva en la espalda todo un bombón, créeme, tiene los ojos más bonitos que he visto y unas cicatrices que le dan un aspecto… salvaje —y para enfatizar, intentó imitar a un león; pero salió más parecido a un gato.
Retiro lo dicho de la mujer en mi espalda, ella es tolerable a comparación de su compañera.
—Suficiente, me voy —y caminé hacia la salida, escuchando a la mujer gritarle a la exhibicionista algo parecido a 'nos vemos mañana'.
Caminé, con cuidado de no tirarla y cuando llegamos a la moto, la senté y le ajusté el casco.
—Oye, Ulqui —me llamó. Le di un gruñido como respuesta, aun molesto por tener que soportar el ridículo mote con el que me llamó—, ¿de qué color son tus ojos?
¿Por qué le interesa saber el color de mis ojos?
—Verdes.
No dije nada más. Ella asintió, mientras sus mejillas se coloreaban.
—Por tu acento puedo decir que naciste en Japón. Así que el que tengas los ojos verdes es algo exótico, por eso Rangiku te encontró… lindo. Perdónala, habla sin pensar y generalmente incomoda a muchos; pero es buena persona.
Asentí, pasmado ante lo que había dicho, ¿trataba de hacerme sentir mejor?
—No importa —contesté y ella comenzó a agitarse en el asiento.
—¡Apúrate, que Orgullo y prejuicio no se leerá por sí solo!
Tsk, molesta mujer. No le contesté y me senté, dejando que se aferrara a mí.
Antes de llegar, escuché que me llamaba, y la dejé saber que la estaba escuchando.
—¿Recuerdas que me dijiste que no sentías y por eso no sabías qué era el corazón?
—Sí —espeté secamente, sorprendido internamente porque decidiera sacar el tema.
Se aferró aún más a mi espalda.
—He decidido algo.
No dije nada, permitiéndole interpretar mi silencio como un 'prosigue'. Di vuelta en un callejón y divisé a lo lejos la fachada del edificio.
—Yo te enseñaré.
¿Qué les parece? Ulqui se ha vuelto un irresponsable Xd
Contestación a Reviews anónimos:
Guest: Gracias por el comentario y sí, Nelliel es la ciega Xd Aunque creo que por su masoquismo, la atraen los hombres como Grimmjow y Nnoitora, y evita caballeros como Ulqui :3! Espero te guste el capítulo.