Hola a todos. Este es mi primer fanfic de KKM y mi primer fanfic publicado en , aunque no el primero que he hecho jejeje. Espero que les guste. Dejen sus comentarios porfis.

Disclaimer: Los personajes de KKM no me pertenecen.

Advertencias: Yaoi/ Shounen-Ai

Rated: T (puede cambiar en algún momento, aún no sé si agragar lemon jejeje)


Capítulo I

Cumpleaños, lágrimas y pastel de chocolate.


- ¡Ohh, wow! Luce fantástico, papá – exclamó con entusiasmo una muy sonriente y emocionada joven de vivaces ojos cafés y largo cabello castaño hasta la cintura.

- ¿Tú crees?

- Por supuesto que sí, este es sin duda el mejor de todos. – respondió la chica, levantándose de su asiento para abrazar a su muy querido papá Wolfram.

- Supongo que todo fue gracias a tu ayuda – dijo él, mientras la rodeaba con los brazos y le palmeaba suavemente la cabeza que ya le llegaba hasta el hombro

La pequeña Greta, con catorce años de edad cumplidos, ya no era, ni mucho menos, tan pequeña como en aquel tiempo en que había llegado por primera vez al castillo, hacia casi cuatro años atrás, cuando había sido adoptada por el Mau, La princesa estaba creciendo rápidamente, no sólo en tamaño, sino también en gracia y belleza. Con cada nuevo día que pasaba, la joven se iba transformando cada vez más en una auténtica joya.

A los ojos de Wolfram, su orgulloso padre de 85 años (con apariencia de 16), Greta era la niña más hermosa del mundo. Para él, no existía ni en este ni en ningún reino, una joven dama que fuera más hermosa que su pequeña princesa.

- Creo que te luciste, papá. Seguramente a mi papi Yuuri le agradará mucho lo que preparaste para él – le susurró Greta al oído mientras lo abrazaba. Al separarse de él, le guiñó un ojo para luego dar media vuelta y encaminarse, tarareando alegremente, hacia la puerta de la cocina. Antes de salir por ella, se volvió con una sonrisa hacia su padre y le dijo:

- Los estaré esperando en el jardín para celebrar juntos. No tarden mucho, ¿vale?

- ¿Eh? – Wolfram la miró, extrañado, unos segundos mientras se alejaba caminando por el pasillo antes de reaccionar y salir corriendo para alcanzarla -. ¡Espera, Greta!

- ¿Qué ocurre? – la chica se detuvo a mitad de camino.

- ¿No se supone, que iríamos juntos a darle la sorpresa y a entregarle el pastel?

Greta comenzó a reír cantarinamente. Wolfram la miró, entre molesto y confundido. ¿Cuál es la gracia en todo esto? – pensó. Finalmente, cuando dejó de reír, Greta miró a Wolfram con seriedad, pero con la risa todavía pintada en los ojos.

- No, no, papá – le dijó moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de negación –. El pastel lo preparaste tú y sólo tú, por lo tanto es justo que tú solito se lo des. Seguramente le agradará el detalle. Además yo ya tengo mi regalo para él – terminó de de decir la joven, al tiempo que se encogía de hombros, y sin más dio media vuelta y desapareció por un recodo antes de que Wolfram pudiera detenerla.

El soldado mazoku resopló, incapaz de enojarse con su hija, y dando un suspiró regresó a la cocina, donde un enorme pastel de chocolate, magníficamente decorado con betún y pedazos de galleta, descansaba sobre un plato encima de la mesa.

Wolfram contempló su gran obra maestra con una sonrisa ligeramente petulante. En verdad que ese pastel lucía estupendo. Aunque claro, todo se debía a la valiosísima ayuda de Greta y las múltiples horas que había pasado practicando con su hija, día tras día, para mejorar su técnica hasta llegar al resultado actual. Había que admitir que sus primeros intentos habían resultado catastróficos.

El chico, apenas si podía creer que hubiera logrado preparar algo semejante. Después de todo, las cosas de la cocina no se le daban muy bien. Era un soldado, por todos los cielos, no había necesidad para él de ser bueno en algo como aquello. Sin embargo, ahí estaba, el gran pastel, preparado especialmente para ese día… para esa persona.

Wolfram se sonrojó al pensar en él … en Yuuri. Se puso más rojo y de nuevo resopló. Más le valía al enclenque darle gracias por esto.¡Oh si! Definitivamente tendría que agradecérselo, de lo contrarío, el joven demonio mazoku se encargaría de tostarlo vivo.

El chico rubio tomó el pastel y sonrió de nuevo, esta vez con ternura y anhelo reflejado en sus hermosos ojos verdes. Realmente se sentía orgulloso de su trabajo. Esperaba que a Yuuri le gustara. Y sin darle más vueltas al asunto, salió de la cocina con rumbo a la oficina del Maoh.


Solo, en su oficina, Yuuri Shibuya firmaba la pila de documentos que tenía pendientes. El rasgueo de la pluma sobre el papel era el único sonido que se escuchaba en la vacìa estancia. Era un trabajo pesado y aburrido, pero el joven ya no se quejaba ni huía de su labor como hiciera cuatro años atrás cuando por primera vez llego a Shin Makoku para descubrir que era nada más y nada menos que el soberano de una gran nación de demonios.

El dìa de hoy era su cumpleaños número diecinueve y la conciencia de ese hecho, le traía a la memoria viejos recuerdos. Recuerdos del primer día en que visitó Shin Makoku

Mientras las escenas de aquellos tiempos le venían a la memoria, Yuuri no podía evitar sonreír para sus adentros al recordar toda su confusión, su ingenuidad y su completa falta de carácter para gobernar, así como su indecisión y torpeza. Debía admitir que Wolfram había tenido razón al decir que era un enclenque. Todavía había ocasiones en que lo era, aunque claro, nunca aceptaría ese hecho abiertamente frente a su amigo rubio.

Sin embargo, no cabía duda de que Yuuri había cambiado mucho desde entonces. Y vaay que había cambiado.

Si bien su gentileza, su amabilidad y compasión, así como su pacifismo e ideales se habían conservado intactos tras todos esos años; la transformación que se había ido suscitando paulatinamente en él a través de los años en varios otros aspectos de su personalidad era algo innegable.

En la actualidad, el joven Maoh poseía ya el porte, la astucia y las características todas de un verdadero rey. Su manera de actuar, de vestir, de caminar y de hablar eran completamente diferentes de las de aquel chico simple de 15 años que alguna vez fue.

Desde el momento en que verdaderamente decidió aceptar su cargo como Maoh, Yuuri había dado todo de sí para convertirse en el monarca que su país merecía: un soberano prudente, capaz y benévolo que pudiera gobernar con justicia y sabiduría a la nación. De modo que había puesto todo su empeño y dedicación en aprender todo lo necesario para llevar a cabo dicho propósito.

Había pasado largas horas y dìas estudiado caligrafía,oratoria, historia, leyes, geografía, música y poesìa con Gunter; etiqueta, danza, equitación y esgrima con Wolfram y Conrad; estrategia militar, administración, polìtica, diplomacia y negociaciòn con Gwendal, incluso había dedicado algo de tiempo a estudiar un poco de ciencia en los laboratorios con Anissina (acción que le había valido varias lesiones y traumas de por vida sin duda, aunque había que admitir que por lo menos había aprendido un par de cosas interesantes). También había estudiado un poco de astronomía y navegación.

En la Tierra, Yuuri recientemente habìa logrado ingresar a la universidad para estudiar Relaciones Internacionales y Economía, esperando con ello mejorar aún más sus habilidades.

Y todo su esfuerzo, todo su estudio, todos las noches de desvelo y las largas horas de soportar arduo entrenamiento por fin estaban dando frutos. Yuuri Shibuya ya no era ningún debelicho, se había convertido el Rey Demonio de Shin Makoku, capaz de controlar su magia y sus poderes. Y con cada nuevo día que pasaba se volvía cada vez más fuerte y se sentía más seguro de sí mismo.

El nuevo Yuuri Shibuya era capaz de escribir y pronunciar un discurso político con asertividad, fuerza y decisión ante un gran auditorio, sin trabarse y sin que las piernas le temblaran como mantequilla, conocía mucho de la historia y costumbres de su pueblo, montaba a caballo como un auténtico jinete, bailaba con gracia, sabía tocar la faluta y el piano y podía medirse como un igual, sin hacer el rídiculo, frente a Wolfram o Conrad con la espada.

Físicamente, el chico también había cambiado mucho. Llevaba el cabello un poco más largo que cuando tennía 15, aunque no tanto como en su versión más oscura del Maoh, su cuerpo, antes flacucho y débil, se había transformado en uno fuerte, esbelto, fornido y atlético (sin duda producto del ejercicio que hacía en el baseball y en sus entrenamientos con la espada), sus ojos, negros y profundos, reflejaban mucha más sabiduría y seriedad que anteriormente, aunque aún conservaban ese brillo risueño y gentil de cuando era más joven. También había crecido varios centímetros. Ahora era mucho más alto que Wolfram, Yuuri estaba seguro que por lo menos le sacba una cabeza al que una vez había sido de su misma estatura y pese a que era cierto que aún no era tan alto como Conrad, al menos ya no tenía que levantar tanto la vista para mirar a los ojos a su padrino.

Aún le quedaba mucho por aprender y mejorar, pero al joven las cosas le estabna saliendo de maravilla, sólo tenía que continuar esforzándose. Nuevamente una sonrisa se formó en sus labios.

(Toc, toc, toc)…

Yuuri se vio sacado de su ensimismamiento cuando escuchó a alguien tocar la puerta de su oficina.

- Adelante – contestó con voz tranquila y pausada.

La puerta se abrió para dar paso a un hombre alto y castaño con una enorme y amable sonrisa pintada en el rostro.

- ¡Ah, Conrad! – exclamó Yuuri con agrado en cuanto vio a su padrino. Su rostro iluminándose con una sonrisa de oreja a oreja.

- Buenos días, majestad – respondió el castaño sonriéndole aún más.

- Es Yuuri, Conrad… Yuu - ri – reprendió el joven rey al tiempo que hacía una mueca de fastidio al escuchar a su padrino llamarlo por su título nuevamente - ¿Cuántas veces tendré que repetirlo? –. Cruzó los brazos y miró a su padrino con ojos tristes.

- De acuerdo, Yuuri – dijo Conrad.

El chico sonrió, satisfecho con la respuesta temporal de su padrino, aunque sabía que más tarde tendría que recordárselo de nuevo. Aún cuando había sido él, el que le había dado el nombre y pese a llevar cuatro años de conocerse, Conrad parecía incapaz de llamarlo por su nombre.

- Y… ¿qué te trae por acá tan temprano en la mañana?

- Vine para darle mis felicitaciones y entregarle mi regalo de cumpleaños – contestó el soldado al tiempo que sacaba del bolsillo una pequeña caja envuelta en papel de regalo y se la tendía. Yuuri la tomó.

- No es mucho pero… - se encogió de hombros.

- ¡Bah! No te preocupes – respondió el Maoh con una leve sonrisa –. Muchas gracias, Conrad.

Conrad lo miró. Había algo extraño en la mirada de su ahijado que le hizo pensar que algo no iba bien con él.

- ¿Sucede algo? – preguntó con cautela, no queriendo importunar al rey.

- ¿Eh? ¿qué? – respondió un muy distraído Yuuri.

- Parece que algo le preocupa, ¿se encuentra bien?

- Mmmm…

Yuuri se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana, dándole la espalda al hombre que tenía enfrente, para mirar a través del cristal hacia el exterior y suspirando melancólicamente dijo:

- Ya han pasado cuatro años, Conrad.

- Ya veo –. Conrad agachó la cabeza en un gesto de entendimiento al tiempo que sus puños se cerraban con fuerza –. Se refiere a…

Yuuri lo cortó antes de que pudiera terminar.

- Sí, me refiero a Wolfram.


Wolfram llegó frente a la puerta de la oficina de Yuuri con el pastel en las manos y una sonrisa en el rostro, listo para sorprender a su prometido. Estaba a punto de tocar cuando escuchó la voz de Yuuri pronunciar su nombre desde adentro. Parecía que estaba hablando con alguien sobre… ¿él?

El chico mazoku no se habría detenido jamás a escuchar una conversación privada de Yuuri, aunque tratara sobre él, si el tono de voz que manifestara su prometido al hablar no hubiese sido tan angustiante. Parecía como si el monarca estuviera a punto de echarse a llorar.

Quizá en el pasado Wolfram habría irrumpido estruendosamente en la habitación, sin consideración alguna, y armado un alboroto para exigirle una explicación a Yuuri del porque hablaba de él a sus espaldas, pero en aquellos días, el orgulloso ex-príncipe había aprendido a controlar mucho mejor su ímpetu, de modo que ya no solía hacer tanto escándalo ni espiar tan seguido a su prometido. Sin embargo, en ese momento, se vio incapaz de moverse de su lugar para evitar oír lo que se estaba diciendo ahí dentro.

- Si tanto le preocupa, majestad, creo que debería hablarlo claro con él – la voz seria y sincera de Conrad se dejó oír.

Wolfram no pudo evitar sentir una ligera punzada de celos al escuchar la voz de su hermano. Debió suponer que era él con quien Yuuri estaba hablando tan confiadamente. ¿Con quién si no? Al chico le dolía que Yuuri no confiara del mismo modo en él. ¿Por qué nunca le contaba a él lo que le preocupaba del mismo modo tan familiar que hacía con Conrad?

Se escuchó un ruido como si alguien acabara de derrumbarse en una silla sin ningún cuidado.

- Ese es el problema. Yo no… no puedo hacer eso…No puedo decirle.

Silencio. Wolfram esperó con impaciencia a que Yuuri continuara. Por alguna razón inexplicable, tenía un mal presentimiento respecto a todo aquéllo. La felicidad que minutos atrás sintiera, comenzaba a abandonarlo. Algo estaba mal, muy mal. Lo sabía, lo sentía, pero no podía moverse. Tras unos segundos que se hicieron eternos, la voz de Yuuri sonó nuevamente en un susurró ahogado apenas audible cargado de culpa.

- No quiero lastimarlo, Conrad.

- ¡Pero no se da cuenta que así sólo conseguirá lastimarlo más! ¿Acaso no ve que todo este tiempo le ha estado dando falsas esperanzas al no decirle la verdad?

Wolfram se sorprendió de lo alterada que se escuchó la voz de Weller en ese momento. Nunca habría pensado que su hermano pudiera hablarle así a Yurri. Aquello casi había sido un grito de enojo. Al parecer Yuuri también se había sorprendido porque tardó varios minutos en volver a hablar y cuando lo hizo parecía que estaba sollozando.

- Lo sé , Conrad, lo sé. Precisamente por eso es que me siento así. Porque sé que al mantener haber mantenido esta farsa por tanto tiempo sólo he alimentado su esperanza cuando realmente nunca ha existido ninguna posibilidad de que yo… de que yo…

- ¿De qué lo amé? – inquirió la voz un poco más calmada de Conrad.

- Sí. – suspiró Yuuri – .Nunca ha habido nada, Conrad. Nunca lo he amado y nunca podré hacerlo. Somos dos chicos, después de todo y aunque sé bien que en este mundo la relación entre personas del mismo sexo está más que permitida y no es mal vista por nadie; sigue siendo algo con lo que yo no puedo sentirme cómodo. Respeto a quien decida entablar una relación con alguien de su sexo y no me molesta, pero yo no puedo. No puedo.

Wolfram se había quedado helado al escuchar aquello. Sentía como si su corazón hubiera dejado de latir, todo a su alrededor daba vueltas y él deseaba salir corriendo de ahí lo antes posible, dejar de escuchar todo aquello, olvidar que había pasado, pero sus piernas no respondían.

- ¿En verdad esa es la única razón por la que no puede aceptarlo, majestad? –preguntó Conrad – Si es así, no me parece que sea la mejor de las razones.

- Lo sé. Pero no sólo es eso, Conrad – respondió Yuuri con pesadumbre y luego continuó en un tono muy diferente:

- Tú hermano se ha pasado la vida persiguiéndome desde que llegue aquí. Se ha pasado la vida alejando a todas las chicas que han tratado de acercarse a mí - la voz de Yuuri comenzaba a sonar demasiado alto, demasiado alterada. Como si estuviera liberándose de un peso enorme y no pudiera contenerse. Comenzó a gritar.

Tengo diecinueve años, Conrad y nunca he tenido novia. ¿Cómo se supone que la iba a tener si Wolfram se la pasa ahuyentando a todo el que se acerca a mi persona? Nunca he sabido lo que se siente amar a alguien ¿Cómo voy a encontrar el amor así? ¿Cómo voy a identificarlo así?... Si él se la pasa impidiéndome hacer nada, siguiéndome a todos, mortificándome con sus rabietas… y berrinches… y…

- ¡Basta! ¡No permitiré que hable así de mi hermano!

Yuuri se calló en seguida. Conrad no había elevado su tono de voz, pero algo en la forma en que había dicho las últimas palabras indicaba claramente que no estaba dispuesto a seguir escuchando lo que el rey decía sobre Wolfram sin tomar cartas en el asunto. Por un momento sólo se escuchó la respiración entrecortada de Yuuri, detrás de la puerta. Cuando al fin se recuperó, su voz sonó triste y herida nuevamente.

- Lo siento. Tienes razón, Conrad. No tengo derecho a hablar así de él. Me ha apoyado tanto y yo en cambio... No… no quiero lastimarlo, de verdad.

- Está bien, majestad. Yo también lo lamento. Creo que ambos nos dejamos llevar un poco. Sé que no fue su intención.

- Lo siento, lo siento – Yuuri sollozaba.

Sigo pensando que hay un motivo más, detrás de todo esto, por el cual apenas ahora usted se ha puesto a considerar seriamente estas cuestiones por las que no se molestó mucho en pensar mucho anteriormente.

Wolfram contuvo la respiración detrás de la puerta y esperó. Fuera lo que fuese lo que Yuuri estaba a punto de decir, no pensaba que pudiera doler más de lo que ya dolía. En realidad, ya nada podía herirlo más, nada.

Error. Aún quedaba una cosa que podía terminar de hacer polvo a su pobre y destrozado corazón.

- Yo… conocí a alguien, Conrad.

Wolfram no pudo más y echó a correr. El pastel casi se le había resbalado de las manos al escuchar la última frase de Yuuri, pero como pudo consiguió atraparlo justo antes de que cayera al suelo y el ruido revelara su presencia a los que habían estado hablando en la oficina.

Las lágrimas, cálidas y numerosas, le resbalaban sin control por las mejillas mientras corría hacia su habitación, ansioso por llegar y tumbarse en la cama a llorar. Esperaba llegar a tiempo antes de desvanecerse por completo en algún lugar a medio pasillo. La visión comenzaba a ponérsele borrosa por tantas lágrimas.

Al fin divisó la puerta. La abrió de un tirón y la cerró dando un portazo. Acomodó sin mucho cuidado el pastel en su mesita de noche y fue entonces cuando las fuerzas por fin le fallaron; las rodillas se le doblaron y cayó hincado al suelo mientras era sacudido por los fuertes temblores provocados por sus sollozos.

Jamás en su vida se había sentido peor que en ese momento. Sentía que el aire le faltaba, la cabeza le daba vueltas, los ojos se le nublaban, su cuerpo se convulsionaba violentamente y el pecho le dolía de un modo tan terrible, como si lo hubieran atravesado de lado a lado con una espada de doble filo. Su corazón sangraba, aplastado, destrozado, pulverizado hasta no dejar más que diminutos pedazos que parecía imposible volver a pegar. Sentía que se estaba quemando por dentro.

Se abrazaba el cuerpo tratando desesperadamente de aplacar el agudo dolor que amenazaba con acabar con él, boqueaba en busca de aire, tratando de no ahogarse con sus propias lágrimas que no paraban de emanar de sus ojos.

No quería sentir más ese dolor. Quería desaparecer, deseaba con todas sus fuerzas dejar de existir en ese momento con tal de erradicar todo el daño que había sufrido.

No supo cuanto tiempo duró aquello. Le pareció que habían pasado horas, días, tal vez años, hasta que por fin comenzó a sentir que los temblores disminuían y el aire comenzaba a entrar más fácilmente a sus pulmones de nuevo. Las lágrimas también iban desapareciendo. Wolfram no se había dado cuenta en que momento había resbalado hasta quedar acostado boca abajo sobre suelo. El frío en su mejilla derecha, le hizo darse cuenta de su posición.

Cuando el llanto cesó, el chico permaneció varios minutos sin moverse, demasiado débil incluso para intentarlo. Cuando por fin lo hizo, le costó mucho trabajo lograr incorporarse hasta quedar sentado. Luego se arrastró dificultosamente y con mucho cuidado hasta su cama, donde se tumbó y cubrió con las mantas. Y de nuevo comenzó a llorar, está vez de un modo mucho menos violento, pero mucho más desolador. Las lágrimas se deslizaban silenciosa y lentamente por su bello rostro.

No supo en que momento se quedó dormido. Exhausto y dolorido, no dejó de soñar con Yuuri y su amor no correspondido. Continuamente sus mejillas volvían a cubrirse de lágrimas entre sueños.