Buenos días, tardes o noches, queridos sempais que aún esperaban leer la continuación de este fic. ¿Verdad que me tardé? (owo), si, no es necesario decirlo, aunque me permito aclarar que... no, no fue falta de tiempo ni inspiración... (o3oU) o quizá un poco de ambas, pero más me pudo la tristeza de que el último capítulo recibiera tan pocos comentarios, realmente creo que eso me desmotivo mucho tiempo, y aún es así, después de todo escribí dos párrafos en las últimas dos semanas y me di por vencida (u-u) Total, con este fic ya no se puede, me digo (xD).

En fin... me estoy preparando con esto a una LARGA ausencia en el SasoDei (owo). Al menos, creo que así está la situación: Quiero escribir ItaSaso, escribir de ellos, ellos, ellos y solo ellos. Normalmente me daría una patada a mi misma, pero siendo sincera, si he de perder el esfuerzo aplastando mi cerebro con ideas para recibir tan poquitos reviews, lo siento, me pasare al ItaSaso (xD)... Igual lo haré, de todos modos (.3.) Aunque estos días he estado preparando una especie de proyecto con el SasoDei, pero parece tener toneladas de ItaSaso en el primer capítulo... sin embargo no me dignare a publicarle pronto, ni en este o Akuma ga daisukidesu (=w=U), así que con mis manos tan rebeldes y forzadas —literalmente, no les estoy mintiendo— a una especie de intento SD, aquí les dejo la continuación, esperando que les guste mucho.

Esta continuación solamente se logro gracias a mi querida alumna Valeria15, Mar y Amandi Hyuga. Si te ha gustado el fic, agradece y manda bendiciones de Jashin a las tres, porque son un vaso de agua en el desierto. También a todas aquellas que recordaron el fic en otros reviews —Mary lo siente, no encuentra en qué historias y quiénes han sido exactamente, pero cada una lo sabe y sepa que le doy mil gracias por decirme que apoyan o esperaban la historia—.

En fin, mil gracias a ustedes. Los dejó con la continuación esperando desde el fondo de mi corazón que lo encuentren merecedor de su tiempo (owo)/


4.

"El dulce sonido de esa voz que oigo. Ah, qué voz, incrustada tan profundo en mi corazón" Inva mula, Il dolce suono.

Inocencia y Maldad.

A través de corazones rotos.

.

¿Cuándo fue que el dolor consumió tu corazón, Akasuna no Sasori? ¿Cuándo perdiste la noción de lo que es vivir y soñar; amar u odiar? ¿Cuándo y por qué se derrumbó tu pequeño y frágil mundo de inocencia y se volvió maldad pura? ¿Cuándo olvidaste existir?

Sasori miró por encima del hombro a los árboles que se alineaban perfectamente unos entre otros, como si pretendieran unir sus ramas y volverse una muralla impenetrable. El viento dejó de soplar y hubo un momento en que un oscuro vacío se ciñó sobre su cuerpo, dejándolo tan estático que le pareció por un instante que sus articulaciones de madera le pesaban; le resultó un gran trabajo girar solo un poco la cabeza, para tener una mejor visión del bosque extendiéndose a un par de metros de ellos.

¿A qué temes, artista?

De ser todavía humano, estaba seguro que un escalofrío le recorrería el cuerpo, paralizándolo aún más. ¿Qué le sucedía?

Entre los árboles se movía una sombra y aún sintiendo la amenaza, Sasori no podía moverse.

¿Cuál es la mejor manera de controlar a los hombres? Su corazón; debes conocer, manipular y destruir su corazón.

—¿Danna? —le llamó Deidara y el sopor que le había envuelto se disipo con rapidez. Aunque no lo necesitara, el renegado de Suna parpadeo como si tratara de adaptar su mirada a la luz del día, luego se giró hacia el menor con una cara taciturna, vacía—. ¿Está bien, hum?

El pelirrojo no contestó. En vez de eso, volvió a girar la cabeza hacia atrás pero ya no había nada ahí; ni la sombra ni la sensación de que el mundo se ceñía en su contra. Su cabeza estaba despejada y la voz que había creído escuchar había desaparecido.

A su lado, el rubio le seguía mirando con el ceño fruncido, un poco nervioso por ver a Sasori tan distante. Es decir, no es como si el mayor pudiera prestarle mucha atención o destilara carisma, pero Deidara lo notaba disperso. Parecía soñar despierto y se había olvidado de cómo volver a la realidad, o al menos, que tenía que hacerlo.

Él también volvió su atención al bosque, intentando identificar la razón de que Sasori se quedara tan pensativo y ensimismado, pero no vio nada más que un par de aves que piaban una tranquila melodía algo discordante en sus notas; era como si uno de ellos dijera "Esto tiene que ser así" y el otro le riñera diciendo "No, tú estás completamente equivocado. Es así". De alguna manera —y aunque supiera lo absurdo que estaba a punto de pensar—, aquello le recordaba las discusiones que tenía con el pelirrojo sobre arte.

Los pájaros emprendieron vuelo y el oriundo de la Roca les siguió con la mirada un par de segundos —o quizá más, en vista de que espero a que desaparecieran en el cielo—, antes de volver su atención a su maestro.

—¿Sasori no danna? —insistió, ahora con un tono de voz más fuerte de lo usual, para hacerse escuchar entre la meditabunda consciencia del pelirrojo. Había alzado la mano hacia él, en un reflejo que pretendía llamar su atención. Unos segundos antes de siquiera rozarlo, Sasori se volvió hacia él, con el ceño fruncido. Deidara dejo caer la mano a su regazo.

—¿Qué quieres ahora, mocoso? —le preguntó, con hastío. El menor dejó escapar un gruñido, malhumorado.

—No me está escuchando, hum —se limitó a responder, sin llegar a esconder la indignación y el toque de desprecio. Sasori arqueó una ceja y luego se encogió de hombros.

—Lo que decías debió estar muy aburrido o estúpido —apartó la mirada hacia el arroyo y a Deidara le causo la sensación de que era lo más fascinante que había visto Sasori en su vida, por aquellos ojos escrutadores que observaban el agua con cierta admiración—, como siempre.

El rubio chasqueó la lengua.

—Le estaba diciendo que el arte era eterno, hum —señaló, con cierta molestia y burla. Sasori parpadeo y lo miró con el ceño fruncido mientras Deidara encogía los hombros—. Entonces solamente quería llamar su atención, porque lleva un par de minutos observando los árboles. Y no hay nada, ¿o sí?

Sasori le miró con desprecio poco disimulado antes de ponerse de pie y sacudirse la capa de Akatsuki. En realidad, en la aldea de la Roca no había ningún marionetista y tampoco conocía a muchos de la Arena, pero el menor se preguntó durante un breve instante si tener un jutsu como ese infundía bastante en la manera en que se movían los usuarios. Deidara observó al pelirrojo con detenimiento, admirando los elegantes movimientos que utilizaba Sasori en cada cosa que hacía, como si pretendiera dejar impregnado un estilo refinado y amenazador; un estilo que lo volvía atractivo y mortal al mismo tiempo.

—Gracias a ti y tus ridículos caprichos, hemos perdido mucho tiempo —le recriminó Sasori—. Así que vete poniendo de pie. Nos largamos de aquí.

—¿A dónde iremos ahora, hum? —preguntó Deidara mientras se ponía de pie y se ajustaba la bolsa de arcilla a la cintura y se ponía la capa. Sasori se estaba acomodando dentro de Hiruko para entonces.

—Iremos a un lugar para que comas. —Contestó antes de cerrar a Hiruko. Deidara apenas pudo ocultar su irritación—. ¿Algún problema? —añadió con aquella voz grave y horrible. El rubio miró hacia otro lado.

—Tenemos que encontrar a Takeo, hum. Porque tal vez a usted le dé igual que nos castiguen, pero a mí no.

—Oh, qué obediente —se burló Sasori, comenzando a andar—. ¿Por qué no eres así cuando pretendo enseñarte algún jutsu? ¿O cuando quiero que te calles?

—Soy obediente con respecto a los jutsus —se defendió, arqueando las cejas—, y es difícil quedarme callado si solo me acompaña usted.

—¿Eso qué quiere decir?

—Quiero decir que me aburro.

—Bueno, lamento que Su Majestad —contestó sarcástico—, encuentre tediosa mi compañía. Yo tampoco disfruto mucho la tuya. —Lo último parecía ir enserio, aunque (quiso decirse él mismo) no le dolió en lo absoluto.

—Nunca he dicho que le encuentro tediosa —murmuro el rubio, apenas como si fuera un suspiro. Sasori se quedó tan callado que de ser humano, se imaginó con cierto orgullo, podría haberse tensado de pies a cabeza. Sonrió altaneramente, de buen humor—. De hecho, creo que hay pocas personas de las que disfrutaría tanto una plática como usted; claro, cuando se digna a dirigirme la palabra, hum.

Al momento en que terminó de decir eso último, Deidara se dio cuenta del mal que se había hecho a sí mismo. Sasori se lo había repetido incontables veces, tantas que durante la primera semana no dejaron de rondarle las palabras en la cabeza, grabadas a fuego sobre su cerebro y sus parpados: "Nunca suspires realmente, porque demuestras debilidad; jamás digas lo que piensas, porque abres una brecha a tu corazón; no hables o pelees si la victoria no se te está asegurada; deja de sentir para poder pensar con fría y exacta claridad". Él rompía con la mayoría de esas reglas importantes en presencia de Sasori (aunque en su condición de compañeros, no le quedaban muchas personas con las que le pasara); algunas de ellas él mismo había sabido desde siempre, porque eran los principios de un ninja.

No se puede amar. Un ninja no tiene derecho a sentir nada, ¿verdad?

Deidara se quedó congelado en su lugar, con esas palabras rebotando en su mente.

Pero un artista crea a partir de sus emociones, de los sentimientos. ¿Cómo esperan que no sientas nada? No pueden pedirte que renuncies a ellos porque entonces ¿quién eres? ¿Qué importaría tu vida?

Sacudió la cabeza y miró al pelirrojo. ¿Sasori realmente idealizaba aquellas reglas como lo que le volvía un buen ninja? Si no lo pensara, no se habría transformado en marioneta, ¿verdad?

Un muñeco que no siente nada, vacío y roto por dentro. Tú no quieres volverte algo así… Esa cosa que Sasori añora, tú la repeles. ¿Qué eres si te quitan los sentimientos?

¿Y qué diferencia había entre tenerlos o negarlos?

Deidara se esforzó en seguir caminando, aunque se sentía algo pesado, como si sus pies fueran de plomo. Hasta ese momento, se dio cuenta de que el pelirrojo había seguido avanzando e iba varios pasos delante de él.

¿A qué le temes, artista?

—Hay una voz en el aire, ¿puede escucharla? —susurró, incómodo. Sasori no habló, pero Deidara casi podía sentirlo asintiendo dentro de su marioneta—. No me gusta esa sensación de que me observen.

—Te sientes como un animal de zoológico, ¿verdad? —se burló Sasori, aunque parecía compartir la inquietud del menor.

—¿Qué es? —preguntó sin rodeos. Miró de un lado a otro fugazmente, como si mantener la vista fija en un punto fuera a causar que explotara en mil pedazos. El viento volvió a agitar las ramas de los árboles y ambos se quedaron en silencio.

Pero aún puedo escucharte; oh, artista, escucho lo que tu corazón guarda en este momento y lo que dice del pasado.

0*0*0

El viento había dejado de aullar desde hace rato, amainando el ruido y dejándolos en silencio. Observó el reflejo que le prestaba un charco de agua: Un chico de ojos carbón y cabello ébano le devolvió la mirada, tan serio e indescifrable bajo una máscara de belleza, que solamente ocultaba la pena que realmente sentía.

Se había detenido apenas segundos antes, luego de escuchar a su compañero hablar sobre Takeo Murakami y los artistas de Akatsuki. Al parecer, Kisame encontraba sumamente divertido la tarea que les había encomendado el líder a esos dos. En realidad, a Itachi le tenía sin cuidado lo que pasara con los otros miembros y sus encomiendas; las relaciones entre otro Akatsuki que no fuera tu compañero usualmente generaban indiferencia entre la organización completa, aunque estaba seguro de que muchos se quejaban de su pareja. Aún así, como poco debía añadir, que él no consideraba ni mucho menos divertido la tarea que Pein había cargado sobre los hombros de Sasori y Deidara. De hecho, le generaba cierto recelo.

En ese entonces, Kisame fue el que peleó con el mayor de los Murakami, y lo había asesinado sin piedad alguna, como solía pasar. Itachi odiaba las imágenes que se venían a su mente cuando pensaba en ese determinado instante en el que las rocas se llenaron de sangre y el grito ahogado de aquel hombre…

Cuando se enteró de que su hermano buscaba venganza, sintió un terrible nudo en el estómago, acompañado por cierta molestia que tardó varios días en repeler, o al menos hacer que no fuera tan palpable en sus rasgos. Eso era peligroso. Podría amenazar su verdadera misión el descubrirle al resto de Akatsuki lo terrible que le parecían sus métodos y la constante tortura que era asesinar a sangre fría. Por ello, agradecía que fuera Kisame y no otro, su compañero.

No conocía personalmente al resto, pero Hidan asesinaba cada día a tres personas al menos, en nombre de Jashin; Kakuzu casi siempre tenía que andar por ahí acompañando al religioso y aunque odiaba perder el tiempo, era bastante seguro que a veces así mataba el tiempo; Deidara hablaba todo el tiempo de explosiones, lo que equivalía a destruir todo a su paso; Sasori solamente se preocupaba por agregar más marionetas humanas a su colección.

Sus pensamientos se detuvieron en este punto. Sin contar a Kisame, Sasori era el único al que había tratado personalmente durante varios meses. Luego de la deserción de Orochimaru, el Akasuna pasó a ser parte de su equipo de manera temporal. Itachi recordó cómo de feliz se había puesto Kisame por tener otro compañero para "charlar" y justo una semana después, el dueño de Samehada no dejaba de quejarse porque Sasori no era precisamente un gran conversador; de hecho, Itachi dudaba que la mitad de las veces siquiera hubiera prestado realmente atención a las pláticas de Kisame.

No hacía falta mucho cerebro para saber que Sasori odiaba a Itachi y claramente detestaba haberse quedado con ellos la temporada anterior a Deidara. El Uchiha nunca hizo ademán de conocer las razones, pues no le hacían falta, pero siempre le llamó la atención cómo funcionaba la mecánica del pelirrojo en sus días: La manera en que hablaba, desdeñándolo la mayoría de las veces; su forma de expresarse en cuanto al arte se refería, temiendo y eludiendo el tema de la muerte; el extremo cuidado que empleaba a la hora de crear sus marionetas. En realidad, había más de aquellos pocos detalles que Itachi logró atrapar de su carácter que parecía firme y era en realidad, miedo a que lo conocieran.

Cualquiera tenía miedo a eso, y era precisamente la razón por la que Itachi sentía lástima por los artistas.

—¿Y si con esa técnica se podrá descubrir la apariencia de Sasori? —preguntó Kisame, quien siempre se había mostrado curioso ante el tema. Itachi levantó la mirada de su reflejo y rompió con sus cavilaciones. El Hoshigaki le observaba con curiosidad, como si buscara encontrar algún tipo de interés en él. Pero Itachi ya manejaba tan bien sus emociones que no necesito mucho tiempo para borrar cualquier rastro de pensamiento sobre los artistas en solo un segundo—. ¿No te parece interesante?

Itachi lo pensó un segundo y luego negó con la cabeza.

—Tan locuaz como siempre —murmuró el peli azul con un suspiro cansado.

Itachi volvió a caminar con cierta lentitud, llegando al lado de su compañero. Le daba la sensación de que el hombre pez no podía comprender muy bien lo que se arremolinaba en su mente y, ¿por qué debería de hacerlo? Quizá, al dueño de Samehada le daba lo mismo si los artistas morían. Respingó un poco la nariz, ¿a caso se estaba insinuando a sí mismo que eso le importaba? No, para nada.

—La verdad no alcanzó a entender que te dé tan poca curiosidad —continúo Kisame, como si nada—. Durante años creí que la verdadera apariencia de Sasori era esa cosa desagradable. ¡Imagínate mi sorpresa cuando, al ser temporalmente nuestro compañero, descubrí que era solo un muñeco! Desde entonces no deja de rondarme en la cabeza, ¿sabes? ¿Era esta la razón por la que el desquiciado de Orochimaru lo acosaba?

El Uchiha arqueó ligeramente las cejas, una expresión que usualmente se reservaba para cuando realmente se había interesado aunque sea un poco en el tema de conversación; cosa que no pasaba a menudo.

—¿Lo acosaba? —no pudo evitar preguntar. Kisame sonrió y mostró sus dientes filosos y puntiagudos; la primera vez que Itachi los vio incluso le dieron un escalofrío.

—Oh, sí —respondió Kisame, como restándole importancia—. Cada vez que podía estaba detrás de él. Algo me decía que no tenía sentido que fuera de un lado a otro con esa cara de pervertido pero, ¿y si Sasori esta así de bueno en realidad?

Itachi arqueó una ceja y miró a su compañero. Kisame no pareció darse cuenta de la mirada que le dirigía, porque seguía especulando sobre la verdadera forma de Sasori.

—Ojos azules, piel blanca, pelo negro. O quizá rubio, ojos verdes, sonrisa encantadora. ¡Ah! Tal vez…

—¿Eso importa? —interrumpió Itachi. Kisame le dirigió toda su atención y se encogió de hombros.

—Tenemos mucho tiempo libre para pensar en cualquier cosa —admitió, algo fastidiado. Itachi volvió la mirada al camino. Recién estaban saliendo hacia un camino, y algunas extensiones pantanosas se abrían frente a ellos. Frunció ligeramente el ceño; realmente odiaba este tipo de lugares.

—Supongo que es cierto —contestó Itachi, con el tono de voz de alguien que insinúa que solo para su oyente. El peli azul lo miró ligeramente ofendido antes de volver a caminar.

—A la mejor, es muy parecido a ti; en vista de que Orochimaru también empezó a acosarte sin descanso.

—Tal vez. —Itachi procuró no hacer una mueca en el instante en que un olor penetrante, amargo y metálico se adentró en su nariz; a varios metros, olía un poco a sangre de algún animal. Kisame pareció tomar eso como una expresión de asco ante su último comentario. Sin embargo, aburrido como estaba, decidió seguir en su intento de interactuar con el moreno:

—Por otro lado, deberías considerarte afortunado de que solo le vieras de vez en cuando. Me preguntó qué habrá sido para el pobre de Sasori con él pegado todo el día a los talones. —Hizo una pausa, mientras levantaba una rama gruesa que le habría golpeado el cuello de no estar lo suficientemente atento para apartarla—. Lo que me hace pensar que, una vez que llegaste y Orochimaru te prestaba más atención a ti que a él… ¿Por qué te odiaba tanto? Es decir, debería estar agradecido por un momento de paz. A menos que siempre le haya gustado esa atención, pese a tantas quejas que daba.

—Lo dudo mucho —comentó Itachi, apenas sin pensar—. Es decir, que le gustara. —Kisame sonrió.

—¿Por qué?

—Porque creo que una persona a la que le gusta llamar la atención no se escondería detrás de esa marioneta.

—Uno nunca sabe —comentó Kisame, encogiéndose de hombros—; bien podría ser defensa. La verdad es que el nombre de Sasori es muy renombrado en su aldea y (gracias a Akatsuki) en muchas otras. Ahora piensa, ¿qué puede ocultar detrás de la cara tan horrible de su marioneta? Yo creía que lo hacía por Orochimaru, pero ahora que no está, ¿qué necesidad?

Itachi no contestó esta vez y se limitó a seguir caminando, tratando de ignorar la aguda voz de Kisame que seguía especulando como si no tuvieran una misión que cumplir. No obstante, sería poco decir que las palabras del Hoshigaki terminaron haciendo meollo en su interior. Quizá realmente a Sasori le gustaba la atención del maestro de las serpientes. Sí, ¿saben algo? En cuanto pensó eso, un escalofrío le bajo desde la nuca hasta la parte baja de la espalda; Itachi estaba completamente seguro de que esa no era la razón por la que Sasori lo odiaba. Quizá le recordaba algo o a alguien. ¿Podría ser? Sí, eso tenía más coherencia. Y ahora que lo mencionaba Kisame, ¿por qué se ocultaba? ¿Qué secreto escondía el maestro de las marionetas?

Echó un vistazo a su alrededor y el olor acre de la sangre aumento, pero él apenas le prestó la mínima atención.

Él sabía perfectamente que todos en Akatsuki eran asesinos de sangre fría. Nunca vio nada más en ellos pero conforme estuvo inmiscuyéndose en los asuntos de los criminales por su verdadera misión, descubrió que muchos de ellos tuvieron un pasado algo conflictivo. No había ido más a fondo, porque eso ya decía bastante. Así que como él, ¿todos en Akatsuki guardaban un secreto en el fondo del corazón, uno que era imprescindible seguir ocultando hasta la tumba?

Los secretos del corazón son el arma potencial de un enemigo. Si conocen todo aquello que sientes o piensas y saben usarlo en tu contra, estás perdido. —pensó el moreno, seriamente—. Es fácil ocultar tus expresiones, medir las palabras, callar y drenarte físicamente de todo, pero cuando tienes la posibilidad de usar una técnica como la de Takeo, cualquiera debe temer. Y supongo que sí tengo algo de curiosidad saber qué ocultan ustedes dos. Sasori, Deidara… si mueren, serán reemplazados; es el orden natural de la vida. Aún así, hay algo definitivamente distinto en ambos que hace que yo…

—El día está algo nublado —comentó Kisame, rompiendo con los pensamientos del joven Uchiha—. Me pregunto si lloverá. Creo que tendremos que encontrar dónde refugiarnos.

Itachi se limitó a asentir, todavía medio adentrado en sus cavilaciones. El día presagiaba muerte y olía a sangre; igual que siempre.

Ni siquiera hace falta saber en nombre de quién, o de cuántos.

0*0*0

Dolía profundamente. Su cabeza palpitaba y se estaba empezando a poner de malhumor. La verdad, es que Deidara nunca discutió cuando Onoki le llamaba impaciente o fácil de irritar; ciertamente, lo era. Y puede que fuera algo imprudente, pero quería hacer explotar todo el bosque para librarse de la sensación de que, entre las sombras, lo observaban. ¡No le importaba más que dejar todo despejado! Imposibilitar al enemigo de seguirlo acosando mientras se mantenía oculto, porque empezaba a entender la expresión de "te están tocando las narices". Mantenía los dientes tan apretados que poco le faltaba para rompérselos todos; las uñas comenzaban a lastimarle las palmas y el corazón le latía a mil. Cabe decir que empezaba a marearse, volteando la mirada de un lado a otro con la misma rapidez con la que un colibrí batía sus alas. Había olvidado incluso la existencia de Sasori, quien le adelantaba varios metros. El pelirrojo hacía caso omiso de aquella presencia, o quizá no la sentía; a la mejor solamente estaban atacándolo a él.

Los pies realmente le pesaban, y a su cabeza llegaban imágenes extrañas; imágenes viejas que corrían frente a sus ojos como una película vieja. Le hacían ahogar gemidos y mandaban una larga y constante punzada a la frente, que iba desde el borde del ojo derecho hasta la nuca. También se le estaba entumeciendo el cuello y lo movía más rápido y fuerte, ansioso por deshacerse de la sensación de que alguien se habría trepado a sus hombros y le clavaba un cuchillo en el cráneo. Por si no fuera poco, todas esas cosas que le molestaban no eran las peores. La peor era ese dolor punzante en el pecho, como si alguien le estuviera acuchillando el corazón.

¿A caso estaba enfermo? Sasori no se detenía y parecía lejos de hacerlo. Pronto, el par de metros que los separaba se convirtieron en tres y cuatro. Deidara abrió la boca para llamar a su danna, pero la voz murió en sus labios; ni siquiera podía levantar el brazo en un intento de alcanzarlo.

Y fue entonces que pasó. Algo húmedo resbaló de sus ojos hasta su barbilla, haciéndole cosquillas mientras la gota cálida y salda recorría su camino antes de caer a la tierra y humedecerla. Deidara bajó la mirada, con la sorpresa y el terror apoderándose de cada centímetro de su cuerpo. Se llevó las manos al rostro y se limpió otra serie de lágrimas que resbalaban, lenta y tranquilamente. Todas y cada una de ellas parecía gritarle, pertenecían a recuerdos que él no había evocado en ningún instante.

¿Se estaba muriendo? Tal vez a eso se referían cuando decían que veías pasar la vida frente a tus ojos.

Las manos del rubio temblaban y él ni siquiera podía soltar un sollozo. Cuando levantó la mirada, Sasori comenzaba a perderse entre los árboles.

¿Por qué no se detenía? ¿Qué no se daba cuenta de que él se estaba quedando atrás?

—Sa…Saso… —su voz era estrangulada, apenas un tenue murmullo que el viento se encargo de callar—. Danna… —y fue lo último que logró decir antes de quedarse sin voz; su cuerpo y mente estaban adormecidos o algo así.

Se preguntó si la oscuridad había llegado a cubrirlo, porque de pronto ya no estaba en aquel bosque, con la figura de Sasori alejándose; él estaba en la cama de su casa, mirando un techo dorado claro parecido a la arena. Estaba cómodo y mientras miraba de un lado a otro, se encontró con la recamara que había abandonado hace mucho tiempo, tanto que esto parecía de algún mundo que le pertenecía a alguien completamente diferente. Se mantuvo estático, aguantando la respiración.

Miró hacia la ventana que tenía a un lado y pensó que el sol estaba muy brillante. Si levantara la mirada hacia el cielo, seguramente que quedaría momentáneamente ciego. Aún así, le gustaba esa sensación cálida que lo engullía mientras apartaba las sábanas de sus pies. Se hincó sobre el colchón y lo oyó rechinar, tan molesto como lo había sido siempre.

La aldea de la Roca se extendía frente a sus ojos, con sus edificios opacos, casi deformes. Las montañas a las que tenía vista nunca fueron lo suficientemente altas para despojarlos del calor del sol, pero daban la impresión de una imponente muralla que los separaba de todo lo que hubiera detrás; el único color en ellas eran las pequeñas cascadas que se formaban, y encima, podía contar con los dedos los árboles que adornaban las casas de piedra tallada. La mansión del kage se alzaba y terminaba en punta, como siempre; al rubio siempre le hizo pensar en una especie de trompo volteado para dejar la punta hacia el cielo. Ver que entre él y la mansión de Onoki se marcaba una considerable distancia, le hizo saber que estaba donde su madre y él habían vivido antes de que ella falleciera. Ahora mismo, pensó Deidara mientras contemplaba sus manos, debía de tener aproximadamente unos ocho o nueve años.

¿Qué hacía aquí? Más que terror o confusión, estaba aborrecido por regresar a Iwa. ¿Lo de Akatsuki había sido un sueño? ¿Había vuelto al tiempo? ¿Estaba soñando? ¿Murió?

Miles de preguntas se formulaban en su cabeza, golpeándolo con fuerza. Pero él no dejaba de sentirse asqueado. ¡Estaba de nuevo en Iwa! ¡Ese lugar tan horrible! No había color, todo era tan aburrido como una piedra… todavía más que una roca, en realidad. ¡Se sentía aislado, tan solo como si fuera el único hombre en la tierra! Las nauseas comenzaban a producirle bilis y él apenas pudo reprimir las ganas de vomitar.

¡Salir! ¡Salir de allí ahora mismo!

Pero no se podía mover, tan solo contemplaba sus manos con una sonrisa. ¿Por qué sonreía? ¡Mierda, mierda! ¿Por qué no podía hacer que su cuerpo saliera pitando de ahí?

La puerta de su habitación se abrió y Deidara giró la cabeza. Por un instante se sorprendió por el movimiento que hace un instante encontró privado, pero luego, cuando miró a la mujer que entraba a la recamara, sintió que su corazón se detenía. Tenía un rostro perfilado y la piel tostada, con unos ojos azules increíblemente claros, la cintura pequeña y los brazos desprovistos de mangas mostraban una serie de pequeñas cicatrices que volvían la piel más blanca y lisa. Su cabello le caía debajo de la cintura, incluso aunque lo llevaba sujeto en una cola de caballo alta; era tan dorado como el suyo. La nariz recta y respingada, que armonizaba con la forma de las cejas y los ojos grandes. A simple vista, él y su madre eran lo mismo; a excepción claro de que ella era mujer y que Deidara tenía cierto aire de su padre, en la manera de los gestos y también en el contorno de los ojos delineados, pero todo lo demás, era como si hubiera copiado a su madre.

Sintió una pequeña punzada en la boca del estomago al ver que la mujer se le acercaba con una sonrisa y la mirada eternamente afable. Tenía un poco de arcilla, que parecía pasar desapercibida. Ella se acercó y le pasó una mano por los cabellos antes de enderezarse y empezar a hacer señas con las manos. Deidara la observó, tanto maravillado como cauteloso. Aún recordaba qué significaba cada gesto y le parecía incluso fácil descifrar el "Buenos días, hijo. ¿Listo para tu primer día en la Academia Ninja?" que le transmitió la mujer por medio de sus manos.

Como respondiendo a un reflejo, Deidara alzó las manos y empezó a hacer señas: "Listo y ansioso, puedes contar con ello", le respondió y un momento después algo se retorció en su interior. ¿Primer día de la Academia? ¿Había vuelto hasta ese día?

¡No! Eso… Esto fue hace años. No puede ser real. ¡No!

Se estremeció, pero su cuerpo parecía responder a la emoción de aquel momento. Quiso gritar, pero solamente sonreía de oreja a oreja, expectante, ansioso, feliz.

—¡Basta! ¡Despierta, hazlo de una vez! ¡Por favor!

La cara de su madre le otorgó cierta paz al momento. No le molestaba verla a ella, pero no estaba seguro de qué tanto podría mantener su cordura si en ese instante, solo pensaba en que esto ya había pasado, que él había vuelto de alguna manera al pasado y que, era un Akatsuki.

Sasori. Por un momento, dejó de existir el rostro de su madre y la habitación de roca; ahí estaba el pelirrojo, sonriendo de manera altiva aquella primera vez que vio su rostro. Deidara se aferro a ese recuerdo… ¿O era una ilusión? ¿Lo había soñado?

No, se dijo a sí mismo y lo repitió, imaginando que agitaba la cabeza y la despejaba. La imagen de su madre empezaba a distorsionarse.

Despierta, despierta. Ya casi. Un poco más.

Sasori. Sasori. Él aparecía y Deidara se aferró a esa imagen para volver a la realidad. Se aferró a ese momento en que lo llamaba: "Vuelve, maldito mocoso. Si te mueres, serás un artista indigno. ¡Deidara! No debes morir. No te mueras… por favor".

Y luego hubo oscuridad.

Deidara no escuchaba nada más que el silencio. Y a lo lejos, la voz apagada de su danna llamando insistentemente.

¿Qué pasó? ¿Qué sucedía?

Así que, él fue tu refugio para despertar en este mundo que no sabe apreciar lo que haces. Él te llamó y tú respondiste; lo hiciste con todas las fuerzas que fuiste capaz de reunir.

Su propia voz hizo eco en la oscuridad; decía que no quería que Sasori estuviera enojado con él.

¿Usted es inmortal? Significa que no va a morir nunca, ¿verdad?

Sí, creo que eso quiere decir la palabra inmortal.

¿Lo promete?

Silencio otra vez. Deidara gritó y entonces, escuchó una risa lejana.

Artista, ¿a qué le temes? A nada.

Artista, ¿a quién amas? A nadie, todo me lo arrebataron.

Artista… tú y yo sabemos que eso es una mentira.

Y como si lo arrojaran contra un árbol —que conste que esa experiencia ya la conocía en persona—, salió disparado hacia su cuerpo. La visión del bosque se dibujaba frente a sus ojos, borrosa aunque se fue difuminando hasta llegar a la claridad. No había nadie a su lado y se sorprendió al sentir la decepción aflorar entre su cuerpo todavía aletargado; era patético, pero había esperado que Sasori estuviera junto a su cuerpo, llamándole para que despertara. Pero no. Como sería de esperarse, el pelirrojo seguramente lo había abandonado.

Se sentó despacio, evitando pensar en las nauseas y el dolor punzante en la cabeza producto del golpe al desvanecerse sobre la tierra sin siquiera poner las manos. Se sobó la cabeza con cuidado, esperando encontrar un dolor tan agonizante como aquella vez que Sasori le había estrellado la cabeza contra la tierra, pero solo sintió un pequeño aguijonazo que desapareció casi al instante.

Maldijo en un susurro y escupió al suelo. Su boca le sabía a cenizas. Miró de un lado a otro, intentando inútilmente de dar con la figura de Hiruko.

—¿Sasori danna? —susurró, con apenas fuerzas. Durante un segundo, se dio cuenta de que se quedaría afónico en cualquier momento. ¿Había estado gritando? Si era así, ¿por qué el pelirrojo no volvió por él?

Eres como un peso muerto para él, ¿cierto? Se fue, se alejo lo más que pudo.

Deidara frunció el ceño. Esas palabras le dolieron, más en el orgullo que por cualquier otra cosa. Se limpió la boca con cierto salvajismo antes de ponerse de pie —tambaleándose un poco una vez que se enderezó— y cerró los ojos para menguar las vueltas que dio el mundo en aquel instante. Deidara inhaló profundamente antes de soltar el aire. Debía estar tranquilo, ya se imaginaba cosas.

Avanzó con cierta cautela antes de sentir que el vértigo aumentaba y lo dejaba tirado de rodillas en la tierra. Hizo un esfuerzo sobrehumano para respirar profundamente, pero las nauseas aumentaron e irremediablemente, empezó a vomitar.

Puedo escuchar la agonía en la que vives. ¿Quieres una ruta de escape a tu dolor?

Deidara no podía parar de volver el estomago. El aire se le estaba escapando e intercalaba respiraciones agitadas con gemidos de asco.

¿Quieres ser un artista? ¿Temes desaparecer pronto sin lograr tu sueño? ¿Qué anhela tu pequeño ser? ¡Grita, quiero escucharte gritar!

—¡Agh, maldito cobarde! —Gritó el rubio unos segundos después, antes de meter la mano en la bolsa de arcilla y moldear una de sus aves—. ¡Te haré volar con mi arte, hum!

Yo te voy a demostrar lo que es arte.

Deidara ahogó un gemido y la mano que había llevado hasta la arcilla se le acalambró en el acto y se quedo quieta. Las yemas de sus dedos podían sentir el material blando, pero no las alcanzaba. No era la primera vez que controlaban su cuerpo, Sasori lo había hecho infinidad de veces para arrojarlo a cualquier parte; sin embargo, justo en ese momento, no era precisamente porque le hicieran sucumbir ante la voluntad… él mismo parecía desear no moverse.

Apretó los ojos y los dientes con fuerza antes de irlos relajando poco a poco. ¿Volvería a quedarse sumido en algún sueño extraño?

Intentó llamar a Sasori y antes de volver a la oscuridad, lo vio aparecer tras sus párpados mirándole con odio y decepción; era justo esa mirada que le dirigía su abuelo, su padre…

Pero no él. De alguna manera le dolía más. Admiraba a Sasori, era su maestro y Deidara se había quedado en Akatsuki para aprender algo del Akasuna. Prometió vencerlo, que le mostraría la esencia del verdadero arte. Sasori le prometió estar presente para cuando él se inmolara a sí mismo.

Deidara no le temía a la muerte, pero realmente no quería desaparecer como cualquiera. Su partida al otro mundo tendría que ser grandiosa…artística. Tenía que hacer que Sasori la admirara, como artista, como maestro, como compañero, como igual.

Así que temes al desprecio de tu arte.

Yo no le temo. Lo odio.

Tienes que mostrar que eres todavía mejor de lo que piensan. ¡El maravilloso artista de lo efímero!

Sí.

¿Sabes que vas a morir siendo nadie?

¿Sabes que las palabras no me van a vencer? Sal de donde quiera que estés, maldito cobarde.

Solo te estoy esperando. Porque mientras dormías, me hice cargo del otro bastardo.

Deidara abrió los ojos con desmesurada fuerza antes de ahogar en sus labios un solo nombre: Sasori.

0*0*0

Sasori era consciente de que Deidara se había quedado muy atrás, pero no podía preocuparse por la creciente distancia que se marcaba entre ellos. Realmente no podía.

Un día, hace mucho tiempo, alguien le dijo que los marionetistas tenían una habilidad excepcional. Controlar el cuerpo de una persona era un arte supremo que solo unos cuantos podían aprender y ser capaces de utilizarlo con eficacia. Y Sasori era el mejor de todos, eso le constaba a cualquiera.

Pero siempre has sabido que las cosas no son así de fáciles, ¿cierto? Y te pregunto a ti, maestro de las marionetas: Quién es mejor, el que controla el cuerpo o el corazón

De haber sido humano, Sasori podría haberse estremecido. Ahora, simplemente no podía dejar de avanzar. Deidara estaba cada vez más atrás y si los separaban… bueno, él sabía que tarde o temprano podría librarse de esta especie de dolor que lo obligaba a alejarse, pero el menor…

¿Qué? ¿Qué tiene si él muere?

Sasori rompió el lazo que lo unía a la presencia invasora de su mente. Pero un segundo después, ésta volvió a acosarlo.

¿Qué tiene que muera?

Si muere, ¿qué podrá dar fe a que mi ambición se vuelva realidad?

En cuanto lo admitió, supo que había perdido. Una risa sonó en su mente y Hiruko siguió avanzando, manejado por el marionetista en un trance. Avanza, avanza, avanza. Sus dedos seguían dando órdenes a Hiruko, pero Sasori ya no hizo nada para evitarlo.

A través de los ojos de la marioneta podía entrever los altos árboles. Siempre se sentía fuera de lugar en ese mundo; no podía evitarlo. Y ahora que lo pensaba bien, no sabía por qué seguía esforzándose por encajar en algo que de entrada, odiaba.

Su corazón, su alma estaban rotas. Y su cuerpo… a veces ya sentía que no le pertenecía. Entonces, ¿por qué?

¿Esperas encontrar una razón para que valga la pena luchar por tu inmortalidad?

Eso no existe.

¿Esperas volver a un sitio hermoso, a través del tiempo, donde estén ellos?

Sasori sintió que el pánico afloraba. Por primera vez en quince años, tenía miedo. Ahogó una exclamación y dejo caer los brazos a los costados.

¿Ellos?

Padre y Madre. ¿No los extrañas? ¿No ansías volver a verles?

Tonterías.

Te lo dije; puedo escuchar tu corazón…

Una imagen vino a su mente. Y de pronto sintió como su cuerpo se movía de un lado a otro. Tenía la vaga sensación de que gritaba y algo se estaba rompiendo, pero Sasori no le prestaba mucha atención. No se hacía caso a sí mismo mientras gritaba y corría de un lado a otro en su habitación como un animal enjaulado, rompiendo las marionetas que lo rodeaban y parecían reírse de su desgracia.

Podía escucharse maldiciendo cuando cogió un cuchillo por el filo y lo apretó con su palma, todavía de carne y hueso. El dolor en la mano que no llegó sino mucho después. Y él gritaba, una y otra vez. Su habitación oscura y un espejo que quebró en un instante, deformando su imagen.

Qué criatura más repulsiva veía en ese espejo; lleno de una vida que no quería, y vacío al mismo tiempo. Como una marioneta mal hecha. Todo eso que tenía enfrente desaparecería, envejecería y se pudriría hasta no ser más que cenizas.

Todos olvidarían su nombre, así como les había sucedido a sus padres.

Él mismo olvidaría su propio rostro y la luz se desvanecería de sus ojos. Ya no podría moverse ni nada.

¿No te pasa eso ahora?

Recordó el grito que dio, un aullido de dolor tan profundo.

Te hicieron esperar, ¿y para qué? Te sentías solo y abandonado. Querías creer que volverían, pero eso jamás sucedió.

Perdió la vida, el camino y todo aquello que le importaba.

Y Sandaime alentó a tu abuela, ¿verdad? "Lo sabrá hasta que esté listo". ¿Lo estarías alguna vez? ¿Quién podría? "Más, más tiempo; más, más mentiras"

Sasori lanzaba improperios y juramentos incoherentes. Había perdido la cordura, la serenidad. Fue también la única vez que realmente deseó llorar.

Y no pudiste, no se te permitió.

Solo quería matarlos a todos; a aquellos que le quitaron el amor de sus padres.

Sandaime.

Él te sonreía y actuaba como un gran mentor, pero él fue el causante. Él y Chiyo causaron todo tu dolor.

Ellos lo destruyeron. Terminaron con todo lo que podía significar la bondad y lo convirtieron en alguien egoísta, cruel, enfermo.

Me odio. Siempre que me miro al espejo, me odio.

Sandaime estaba tirado en el suelo, escupiendo un líquido negro por la boca. Reía sin importarle el borbotón de sangre que ahogaba su voz; a Sasori le daba asco, no podía dejar de pensar en lo bien que se sintió terminar con su vida. Lo aborrecía. Quería traerlo a la vida solo para matarlo de nuevo.

Pretendía ocupar su lugar, el muy hipócrita.

Pero de eso se trataba el mundo ninja: Aprovecha ahora que dura tu vida, porque después terminara en un instante. ¿Por qué no lo comprendía?

Refugiarte en la eternidad para desdeñar lo único que necesitabas, ¿huh?

—¿Y eso qué es?

A lo que tú más le temes: Amor.

Silencio. Un profundo y largo silencio que ni siquiera la brisa podía romper. El mutismo quedo sobre su corazón y él odio sentirse realmente abandonado. ¿Dónde quedaron todas esas absurdas palabras de afecto? ¿Por qué, a pesar de todos esos años, él las seguía anhelando?

Y las marionetas son para abarcar el vacío. Entre más tengas, menos solo estarás. Pero eso es una mentira. Observa tú alrededor; date cuenta del hoyo en que estás sumido, en la oscuridad que te ciñe y el silencio que te acompaña…y cuéntame, ¿realmente has podido olvidar que deseas algo más que brazos de madera, fríos y muertos, como tú?

No. La respuesta es que nunca había llenado ese vacío en su pecho y la verdad es que nunca iba a dejar de dolerle. ¿Para qué molestarse en seguir ahí?

Podría hacerlo ahí mismo; no había quién lo detuviera. Sin embargo, al no tener control sobre sí mismo, abrió a Hiruko. El pequeño y acostumbrado "clic" se hizo presente mientras Sasori salía con extremo cuidado de su marioneta.

Todos tienen una debilidad. Dime cuál es la tuya, y dejaré que termines con esto rápidamente.

Apenas siendo consciente, y aturdido como estaba, comenzó a desabotonarse la capa.

Mi corazón.

El viento trajo consigo una risa. Y Sasori se limito a sacar el kunai con el que había asesinado a Natsuki y levantarlo a la altura del corazón. De ser humano, su cuerpo estaría temblando incontrolablemente, pero ahí se encontraba: Seguro, tranquilo, decidido.

Él también tenía una escena perfecta en la que morir; de alguna manera, siempre supo que iba a fallar en su meta de volverse inmortal. No tenía el valor para seguir de pie, no había nada que le ayudara a cargar el peso de esa soledad. Solo había una salida, pero justo en ese momento, se le ocurrió que quisiera, de alguna manera, morir al lado de sus padres...o al menos, de las marionetas que construyó de ellos.

Cerró los ojos y simplemente dejó que su propio brazo trazara un camino hacia el corazón.

0*0*0

Deidara frenó un instante al ver a Sasori fuera de Hiruko y sintió, durante un segundo, que el aire se le escapaba de los pulmones en una exhalación medio aliviada y otro poco asustada. Al menos, seguía ahí. Sin embargo, mientras estaba ahí parado, sin preocuparse de nada más que ver al pelirrojo todavía en pie, notó el kunai que relucía en la mano del pelirrojo. Pareció lanzar un brillo espectral y amenazante. Al fin, el menor giró la mirada en búsqueda de Takeo, pero algo le dijo que no hiciera caso de esa presencia en su cabeza, sino que fijara la atención en Sasori, porque…

Cuando el marionetista movió el kunai con esa rapidez asombrosa que poseía y lo dirigía a su pecho, el rubio sintió que el estómago se le encogía.

¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué? Y lo más importante, al ser inmortal, de qué iba a preocuparse Deidara por ver al pelirrojo clavarse un kunai. No lo sabía, pero ver que lo hacía, le causo tanto miedo que su voz podría quedarse ahogada.

Así que imaginen la sorpresa, cuando a pesar de todo, escuchó su propio grito elevarse por todo el bosque:

—¡Sasori danna!

Y corrió con una velocidad que no sabía que tenía. Lo hizo tan rápido que, cuando alcanzó a Sasori y lo empujo contra el suelo, se sintió mareado. En ese instante, el pelirrojo soltó el kunai y éste cayó a varios metros lejos de ambos.

De alguna increíble manera, el pelirrojo no perdió el equilibrio y se mantuvo con los pies firmemente clavados en el suelo. Deidara contempló a su maestro, estupefacto ante la mueca de sorpresa que se iba abriendo paso en el rostro siempre impasible. Justo después, el pelirrojo frunció el ceño y soltó un gruñido.

—¿Qué estás haciendo, mocoso? ¿Cómo te atreves?

—¿Atreverme? —Repitió el menor, abriendo los ojos de par en par—. ¡Si es usted el que actúa como si hubiera perdido el juicio! Estaba a punto de clavarse un kunai, ¿está consciente de ello, hum?

Sasori pareció descolocado, pero inmediatamente después apretó los puños.

—¿Insinúas que soy incapaz de velar por mí mismo? —Soltó, con amargura—. ¿Te das cuenta de que quitarme la vida es mi propia decisión y no la tuya?

—Pero si tú eres inmortal, hum.

¿Eso crees?

El rubio ahogó el resto de sus palabras; unas que, a propósito, no había pensado en realidad. Sasori levantó la comisura de sus labios en una sonrisa mezquina, como quien no quiere la cosa. A Deidara se le formó un nudo en el estómago.

—¿Eso crees? —Preguntó Sasori, con desdeño. Al segundo siguiente, Deidara no sabía por qué se sentía tan desubicado en espacio y tiempo. Se limito a asentir—. Eres tan idiota.

—¿Por creer en mi maestro, hum?

—¡Yo no soy tu maestro! —Gritó el pelirrojo y lanzó una carcajada. Deidara se tensó de pies a cabeza, pero lejos de resultar complacido por el agradable sonido que podía ser la risa de Sasori, simplemente se sintió asqueado y ofendido. Esa no era precisamente la risa de su maestro; ni siquiera se le acercaba, pero igual le pertenecía—. Eres tú el que se adjudico el puesto de alumno, lo que si me permites decirte, aborrezco más que la idea de que tengas razón sobre el arte efímero.

Este es el verdadero corazón que han escondido ustedes ante el mundo. Destrucción es lo que están destinados a sembrar; entonces rieguen sus cultivos contra ustedes mismos.

A pesar de que escuchaba esas palabras, Deidara apretó los puños y sintió la furia contra el mayor.

—Con que lo aborrece, ¿huh? ¡Pues yo también! Creo que sería más soportable besar el piso en el que caminan Itachi u Onoki antes que seguir siendo su discípulo.

—¿Entonces por qué me sigues llamando "danna"?

—Porque a diferencia de usted, estaba tratando de respetar un poco la porquería en la que ocupa todo el maldito día. ¡Me da lástima, hum!

Los ojos de Sasori se abrieron de par en par y durante un segundo, su boca también se dejo caer ligeramente. El rubio tomó aire y alzó la cabeza.

—¿A usted le gustaría que lo estuviera llamando con sobrenombres (ridículos) todo el tiempo? ¿A caso le complacería sentirse menospreciado por alguien a quien se esfuerza uno en sorprender? ¡Quiero que me vea enserio, pero no lo hace y pensé que si tal vez, le demostraba cierta admiración, podría mirarme!

—¿Para qué iba a ver a un mocoso imbécil como tú? ¡No eres nadie!

—¡Soy tu compañero, maldita sea!

—Por obligación. —Si Sasori se hubiera arrepentido de decir cualquier cosa; si hubiera tenido la decencia de hacerlo en ese momento, de todos modos el daño estaba hecho. Deidara sintió como si sus miembros se estremecieran, con el vello de los brazos y la nuca erizándose mientras él fruncía el ceño y ahogaba un grito de frustración que probablemente lo dejaría afónico e incapacitado para seguir hablando. Y fue entonces que simplemente dejo salir todo aquello que se le vino primero a la mente:

—¡Cierto! Porque de otra manera nadie querría estar con alguien como tú: ¡Pedante, egocéntrico, grosero, imbécil y enfermo! —Hizo una pausa, esperando ver que esas palabras lastimaban a Sasori, pero este se mantenía impasible—. Por mí, ¡Akatsuki un cuerno! Deberías podrirte solo con tus estúpidas marionetas ¡Tú y tus muñecas son escoria! —Jaló una bocanada de aire, antes de continuar—: ¿Pretendes ser inmortal? ¡Bah! Que me parta un rayo ahora mismo si lo lograras algún día. Actuar contra la naturaleza de las cosas, es de fenómenos y enfermos mentales, en lo que en mi opinión personal (y si me permites decirlo tan elegantemente como tú al insultarme), tú serías un espécimen perfecto.

Solamente la respiración de Deidara era agitada, pero de alguna manera, se complació de ver que Sasori parecía anonadado y también un poco enojado. Era fácil hacer que se enojara, pero esta parecía ser una de las contadas veces en que realmente se sorprendía por sus palabras. Él mismo seguía sin creer lo que acababa de decir.

No iba a negar que todas esas palabras las pensara mil y un veces, e incluso ensayado mentalmente durante los meses que llevaba junto al pelirrojo para decirlas en algún momento. Sin embargo, ahora no tenían nada que ver en su mundo. No le pertenecían.

—Tú nunca te has sentido como yo —murmuro el rubio, con el ceño fruncido. Se talló la barbilla, como si le escurriera algo de ella, aunque estaba completamente seca, igual que su garganta—. Siempre dicen que he estado un paso (o más) detrás de todos. Pero nunca me han visto realmente; y yo soy más de lo que un cualquiera como tú, o Akatsuki, o todo el mundo pretenden ver.

—Eres solo un niño mimado que no sabe nada del mundo —comentó Sasori, con sorna. Hizo un ademán con la mano—. Nunca has probado la realidad o la crueldad de la que son capaces todos. Por verte caer, por hacerte sufrir, por conseguir lo que quieren.

—Porque esa es la naturaleza del ser humano, ¿verdad, hum?

—Sí. Y nunca lo has sentido. Tal vez nunca me haya sentido como tú, mocoso, pero he vivido cosas peores.

—¿Y esa es la razón para tu falta de humanidad, hum? Matar a la gente y luego convertirlos en tus juguetes, ¿no te parece esa una visión retorcida de tu propio interior? Estás tratando de decir que todos deben obedecerte y postrarse ante ti. Los que no lo hacen, ¿son los que terminan convertidos en esas pútridas muñecas? ¿A cuántos has matado llevándote por esa naturaleza humana? ¿Qué te hace diferente a todos ellos?

El calor se extendía en oleadas dentro de su cuerpo gracias a la fuerte discusión, y pensó que eso era precisamente lo que diferenciaba a Sasori de los demás: La incapacidad de sentir física y emocionalmente.

—Yo pensaba que lo habías dado todo por tu arte y te admiraba, hum —comentó al fin, ante la renuencia de Sasori a decir algo—. Pero ahora me doy cuenta de que das lástima y asco. ¿Querías ser diferente de lo que todos pueden ser? Felicidades; estás vacío, estás solo y por eso nadie va a hacerte sufrir jamás.

No tuvo tiempo para reaccionar cuando la mano de Sasori trazó un arco hacia su rostro y lo abofeteó con una fuerza descomunal, que terminó por tirarlo en el suelo, de costado. El chasquido de su piel contra la madera podría haberse sumido en lo imperceptible de no estar rodeados por el silencio del bosque.

Cuando Deidara levantó la mirada hacia Sasori, la mejilla le ardía como si le pusieran en la piel un metal al rojo vivo. Enseguida, su boca se llenó con el regusto amargo de la sangre y escupió al suelo.

El maestro de las marionetas todavía tenía el brazo alzado, y lo observaba con el ceño fruncido y una expresión indescifrable; Deidara se permitió pensar que podría haberlo lastimado con sus palabras, pero eso era imposible. Sasori no podía sentir nada, ni siquiera el odio acumulado que pretendía enviarle como si fuera la ponzoña de una serpiente.

—Cierra la boca, bastardo. —Fue lo único que le dijo, entre dientes. El rubio sonrió cínicamente.

—¿O qué?

—O te la cerraré yo.

—A ver; quiero que lo intente, hum.

—Será un placer.

Mátalo. Mátalo ahora. Así como quisiste hacer la primera vez, artista eterno.

Muéstrale quién eres realmente. Debe aprender a respetarte, artista efímero.

¡AHORA!

Sasori movió las manos con su elegancia sobrenatural y un segundo después, la cola de Hiruko se levantó y salió proyectada contra Deidara. El rubio se apoyó con las manos y se impulsó hacia delante, poniéndose de pie con una agilidad cada vez más usual en él y se alejó de Sasori tanto como pudo. En cuanto plantó firmemente los pies en el suelo, levantó el borde de la capa y metió las manos en las bolsas de arcilla. Se apresuro a moldearla con las bocas de sus manos y sonrió de lado, con el corazón latiéndole de emoción.

El pelirrojo no se tomó la molestia de entrar a Hiruko, indicándole de esa manera, que lo veía completamente innecesario. Como era de esperarse, aquello logró cabrear a Deidara.

—¡Te mostraré cuál es el verdadero significado del arte, hum! —Exclamó antes de lanzar una serie de bombas en dirección de su (ahora) oponente. El pelirrojo retrocedió rápidamente y atravesó la cola de Hiruko; las aves de arcilla lanzaron una serie de estallidos mientras el rubio daba una voltereta hacia la rama de un árbol y seguía aventándole a Sasori más y más bombas, siendo éstas bloqueadas por Hiruko con una facilidad que irritaba al menor.

Debía ser impredecible, pensó con el ceño fruncido. Aunque usualmente podía comportarse así, Sasori había entrenado con él durante el tiempo suficiente como para conocer la mayoría de sus tácticas y jutsus. Por eso mismo, ahora no le resultaba particularmente difícil leer los movimientos que llevaba a cabo.

¿Cómo esperaba vencer al Sharingan de Itachi con movimientos tan legibles?

—Qué cliché más patético, Deidara —comentó Sasori, mientras movía los dedos y hacía que la boca de Hiruko se abriera, en una mueca terrorífica—. Ni siquiera necesitare entrar a Hiruko para protegerme de ti.

Porque Deidara estaría en desventaja en una batalla cuerpo a cuerpo y era fácil esquivar todas sus bombas, ¿no?

La cola de Hiruko se lanzó contra el árbol donde el rubio se escondía, y éste salto desde esa distancia, cayendo con el equilibrio de un gato sobre el suelo.

Precisamente. Deidara no tendría mucha ventaja en un combate a corta distancia; pero Sasori tampoco la tendría. Dicho eso, se encargó de moldear la arcilla con su mano derecha y recoger un kunai con la otra; salió corriendo y cuando la cola de Hiruko volvió por él, simplemente dio un brinco hacia otro árbol y se impulso al siguiente, con rapidez.

Sasori lo observó detenidamente mientras Deidara saltaba a través de los árboles, trazando círculos que hacían imposible golpearlo con la cola de Hiruko. Cuando, de vez en cuando llegaba a alcanzarlo, Deidara entremetía el kunai y se impulsaba hacia atrás.

El pelirrojo empezó a impacientarse, porque no entendía exactamente qué había llevado a Deidara a no lanzar sus bombas.

Fue un movimiento rápido, y para cuando Hiruko impulsó la cola hacia delante, Deidara se paró en seco, dio una vuelta y luego de recuperar el equilibrio, corrió por el metal que pertenecía a esa escalofriante cola. Sasori atrajo los dedos justo cuando la cola metálica se retorció como una serpiente en medio de un ataque, pero Deidara ya se deslizaba en el suelo, con kunai en mano y listo para hundirlo en cualquier parte. Sasori se preparó para recibir el golpe, y cuando vio salir una pequeña araña hacia su rostro, se sintió completamente estúpido.

La explosión sucedió unos segundos después, y Sasori se vio proyectado hacia atrás, con la cara completamente tiznada. Deidara aprovechó la cohibición del mayor para correr y conectar un montón de golpes en el cuerpo de madera; dejando pequeñas bombas a su alrededor.

—¡Katsu! —Gritó, y la serie de explosiones se llevó a cabo. El pelirrojo cayó al suelo con un estrépito pesado. Deidara trataba de recuperar el aire, sonriente y orgulloso de su hazaña. Hasta que se dio cuenta de que no se movía en absoluto. Uno de sus brazos estaba a sus pies, roto por la unión. El rubio se quedó estático, esperando que él iniciara sus insultos, pero no hubo más que silencio—. ¿Danna? —Preguntó al fin, con un hilo de voz—. Hey, Sasori.

Intranquilo, echó a correr hacia el lado de su maestro. Se hincó y le cargó entre los brazos. Los ojos del pelirrojo estaban cerrados y parecía dormir, justo como lo había visto la noche anterior. Tan tranquilo, tan inmóvil.

—¡Oe, Sasori danna!

Y entonces sintió un pinchazo en la cintura. No era como el filo de un cuchillo, simplemente parecía el de una de esas detestables agujas. Pero la sola idea era mala, no porque le temiera a ellas, sino por el usuario de ésta.

Observó al mayor entretanto abría los ojos y lo observaba.

—Te lo dije —soltó con amargura el pelirrojo—: El peor error de un ninja es tener sentimientos.

Las sombras cubrieron a Deidara mucho antes de caer de costado.

0*0*0

Mátalo. ¿A qué esperas?

Sasori observaba al rubio todavía inconsciente. Había sacado uno de sus cuerpos de repuesto y había cambiado su corazón a él justo antes de que sucediera algo grave; realmente la vio cerca en algún momento, le dolía admitir. Bueno, ya después se encargaría de arreglarse a sí mismo.

Había pensado durante horas meterse dentro de Hiruko, pero ahora mismo se hallaba sentado al pie de un árbol, observando receloso al joven rubio que había atado en un tronco. Veía la saliva que le escurría desde la comisura de los labios hasta la barbilla y pensó, que el mocoso debía agradecerle que hubiera tenido la suficiente humanidad para no matarlo en ese instante.

Pero no, le había costado un poco mantenerlo vivo la última vez. ¿Para qué desperdiciar el tiempo si al final iba a asesinarlo? No, habría carecido de sentido. Y Sasori se jactaba de no hacer cosas innecesarias. Lo que lo llevaba al siguiente punto: ¿Qué tenía esa voz en su cabeza que lo urgía a matarlo? Por más que intentó callarla, era imposible. Sin embargo, ya hace tiempo que había desistido de hacerlo, así que no había razón para que ésta volviera a alzarse con tanta fuerza en su cabeza.

Deidara gimió y movió la boca como si estuviera comiendo, por lo que Sasori sintió una pequeña curiosidad de saber qué estaba soñando.

Antes de darse cuenta estaba demasiado cerca del cuerpo inconsciente del menor. Se hincó a un lado y usó el dedo índice para cerrarle la boca completamente. ¿Saben que sería divertido? Darle de comer uno de esos chiles súper picantes que a veces abundaban por la zona; seguro que se lo comía y despertaba de una manera graciosa.

Sasori sonrió imperceptiblemente, entretenido por la imagen en su cabeza. No se obligó a pensar en algo más, pues eso le permitía un poco de silencio en la ajetreada mente, donde a través de las paredes del cerebro seguía gritando que lo asesinara.

No quitó su mano del rostro del menor, embelesado por la criatura que tenía frente. Puede que nunca fuera admitirlo en voz alta, pero definitivamente Deidara tenía unos atributos realmente hermosos, hacían sublime su figura y, si a esta edad tenía esa belleza, no podía imaginar cómo sería cuando tuviera unos años más y su cuerpo estuviera más desarrollado.

Lo recorrió fugazmente con la mirada y volvió a prestarle atención a su rostro. Cuando dormía se veía tan angelical. La imagen ya se le estaba haciendo familiar, como el mismo reflejo que veía día con día. Ladeó la cabeza, contando imaginariamente los cabellos que resbalaban por el rostro del menor hasta que, casi sin darse cuenta, le estaba apartando éstos de la cara. Deidara se removió un poco, suspirando en sueños.

Él dormía, pensó Sasori, pero nunca soñaba. Puede que, fuera una de las cosas que extrañaba y que envidiaba también del oriundo de Iwa. Durante años, el sueño había sido el único refugio de su apocado corazón y cuando se convirtió en marioneta, desaparecieron. Necesitaba descansar, pero se sumía no más que en oscuridad. Ahora se daba cuenta de la fascinación que le tuvo siempre a esa parte del día humano, tan impredecible… tan bello y placentero.

—Kasho —murmuró Deidara en algún momento, captando su atención—. Kashori.

Ladeó la cabeza. No cabía duda que estaba intrigado y muy en el fondo, molesto.

—¿Ya te despiertas, mocoso idiota? —no se había dado cuenta hasta ahora, pero la voz en su cabeza iba remitiendo.

—Danna —suspiró el más chico en respuesta. Al principio, Sasori creyó que ya se había despertado, pero Deidara seguía en los brazos de Morfeo. ¿Kasho? ¿Kashori? ¿Quién mierda era ese sujeto al que llamaba el rubio y encima, poniéndole su honorífico? No, espera, ¿por qué parecía que le enfurecía? Estaba a punto de decirle que despertara, quizá no de manera muy pacífica, cuando Deidara sonrió—. Sasori danna.

Hace años que no sentía ese pequeño calorcillo en el pecho, como si estuviera vivo otra vez. Parecía que recuperaba algo perdido desde hace mucho tiempo, una especie de neblina que lo iba engullendo de forma agradable mientras contemplaba a Deidara, atónito. ¿Estaba soñando con él?

Entreabrió la boca, dispuesto a irrumpir en su letargo, tanto por la vergüenza como porque no estaba bien que eso lo hiciera tan absurdamente feliz.

Puede que fuera tarde para deshacerse rápidamente del sentimiento.

En realidad, puede que matar a Deidara le habría ahorrado muchos problemas, porque entre las sombras, alguien ya había leído ese chispazo de sentimiento en su corazón.

Ya era muy tarde.

TO BE CONTINUED.


A estas alturas me parece una de las continuaciones más largas y tardadas de hacer, tan rara y llena de huecos que casi vomité la primera vez que la leí, pero (se encoge de hombros) no culpare a mis manitas ni a mi cerebro medio atrofiado por la escuela y el ItaSaso (xD).

¿Que por qué esta Itachi y Kisame? Lo siento, se me vienen las complicaciones de solamente usar a dos personajes (u-u) Es cansado, de verdad. No tiene —creo— nada que ver con mi obsesión IS.

Fue todo un enredo y me dio mucha lata el maldito Takeo, pero aún no me lo imagino peleando. Quiero que se empiecen a gustar, pero es muy dificil agarrar a Sasori y Deidara en un plano romántico manteniéndome tan fiel a sus personalidades o la misma historia. Se los juro, esta es la última vez que intentó con el mundo ninja en un fic tan "largo", pero sino hay reviews, me libro de la responsabilidad (nwn) —lo siento, y es mi culpa, pero de verdad tiendo a meter historias nuevas sin terminar las pasadas, y mejor que la inspiración no se me acorte por algo que no les gusta (Q.Q)—. Ok, basta de hacerme la Magdalena (:3) Con esto me despido hasta el cinco; ¡publicó ItaDei! ¡Yupi!... (-.-U) Estoy en problemas (xD)

Matta ne~