Advertencia: Esta historia contiene lenguaje inapropiado y futuras escenas sexuales, no es recomendado para menores.

Los personajes de está historia no me pertenecen, solo son un préstamo.


Capítulo I

La única excepción.

Llevaba casi tres horas meditando. Ninguna respuesta a todas esas preguntas. Ya casi perdía la cabeza defendiendo lo indefendible, persiguiendo lo inalcanzable. Pero cada vez que creía tener la respuesta se ponía más confuso y volvía al comienzo, quizás no es que no encontrar la respuesta a sus dilemas, quizás no quería encontrarla. Amaba lo nuevo, siempre le había gustado ponerse a prueba, pero esto... esto no era un mero desafío o una simple prueba de valor, era algo total y completamente diferente, imposible, ¿cuál era la palabra? Esa misma: Prohibido. Estaba total y completamente Prohibido.

¿Qué mierda estaba pasando? Ya había perdido la cuenta de todas las veces que llevaba despertando a media noche, todo exaltado, ni mucho menos podía recordar cuando había empezado a ocurrir todo esto. Algo que si recordaba, es que ésta era, por lo menos, la tercera vez que le sucedía la misma noche.

La respiración zigzagueante, su sangre dando embestidas a cada vaso sanguíneo que tenía a su paso, su cuerpo sudoroso y excitado pedía a gritos un poco de aire fresco. Saltó de la cama atacado por la falta de oxígeno y caminó pesadamente hasta el balcón, sin antes golpear un estante a su paso, desparramando unos pocos libros al suelo.

Oh, delicioso balcón. Cuanto disfrutaba las sutiles frisas que se apoderaban de aquel modesto balcón, motivo suficiente para hacerlo su lugar favorito de todo el departamento, su pequeño santuario. Lugar para sobrellevar aquel puto insomnio que carcomía al platinado últimamente. Una brisa más le golpe el cuerpo entero, y justo cuando el frío erizó cada centímetro de su piel, la imagen clara y nítida de sus sueños, del pecado mismo, afloró en su mente, asomándose aquel brillo lujurioso en sus ojos.

El cuerpo desnudo entre sus s banas, su piel suave y cremosa.

Su cabello pegado a su frente por el sudor. Sus grandes y

brillantes ojos, y esos tiernos y rosado labios susurrando,

gimiendo el nombre.

Vergüenza. Qué mal chiste de vida tenía, que fue a atormentarlo a él tal dilema. Era sencillamente humillante que a un estudioso de su calibre, reconocido por su disciplina e inteligencia, se viera a merced de sus más perversos instintos y sucumbiera ante sus deseos más oscuros. Por que se consideraba una persona de bien, un hombre hecho y derecho, y eso era lo que la gente pensaba de él. Hasta sus más cercanos, a pesar de conocer sus más ridículos fetiches y su escondida perversión, le regañaban por ser siempre tan correcto y cerebral.

Y ahora nos encontramos con aquel hombre... inseguro? Había comenzado a dudar si de verdad poseía control sobre si mismo, ¿y todo por? Incluso no queriendo admitirlo, sabía que todo era causa de esa molesta colegiala y sus revolucionarias hormonas. Que con una simple mirada y esa dulce y traviesa sonrisa le derretía desmesuradamente el corazón, y que con ese caminar suyo, y perdóneme dios, que ese meneo juguetón e inocente de sus voluptuosas y bien formadas caderas le robaban el aliento y provocaban en él hasta la más perversa libido.

Era difícil buscar algo en su cabeza, pues todo camino guiaba al mismo sueño. Mientras lo evitaba, más recurrente eran esas imágenes y cada vez que lo soñaba, se volvía más nítido y perverso. Atar cabos era caso perdido, pero había otro recuerdo que le taladraba la cabeza.

Fue un día sin fecha, justo al término de clases. Había dejado los deberes que debía corregir para el día siguiente en el escritorio del salón de clases. A pesar de su excelencia académica, solía ser bastante abstraído y tenía fama de ser bastante descuidado. Así que caminó despreocupada mente hasta el salón en cuestión.

-Que molesta...- Escuchó a través de la puerta, la cual, acto seguido, se abrió y pudo reconocer al dueño de esa áspera voz. El muchacho de cabellera azabache paso indiferente a su lado y desapareci detrás del pasillo con su típica mirada de pocos amigos.

Uchiha Sasuke, pequeño genio insufrible.

Sin dar real importancia a lo sucedido, continuó su caminar y entró al aula. Se dirigió hacia el mesón del profesor sin distraerse con nada y abrió la primera gaveta. Ahí estaban, justo donde los olvido.

Venditos deberes.

Para cuando los tomó y cerró la gaveta, su mirada se había desviado un poco hacia el frente y pudo contemplar, justo en medio del salón, los más destrozados y vulnerables orbes que pudo en su vida imaginar.

Inmóvil. Parecía hipnotizada, profundamente perdida y sin noción de la realidad. Y, como buen académico y dedicado profesor que presumía ser, se acercó, sin dudar si quiera, a la muchacha portadora de tan bella mirada. Simplemente hermosa. Aún con la boca media abierta y sus ojos casi fuera de sus cavidades, ahogados en lágrimas. Incluso con el rostro pálido y sin vida seguía siendo hermosa, peculiarmente hermosa.

Si, lo admitía. Siempre había sentido un peculiar apego por esa muchacha...

-¿Sakura-chan?- murmuró suavemente al acercarse a la petrificada- ¿Sakura-chan, qué sucede?- En un dulce gesto, rozó la mejilla pálida de su estudiante con su tibio dedo índice.

Haruno Sakura, una de los mejores estudiantes de la escuela, si no la mejor. Asistente de enfermería y capitana del club de Aikido. Definitivamente mi favorita.

-Sen... se- Pronunció en un entre cortado y débil susurro, aquel tibio contacto la había devuelto a la realidad por un segundo. Si bien sus ojos desbordaban lágrimas, y como si fuese posible, las lágrimas aumentaban cada vez más.

Sin decir más, la joven rompió en el llanto. Movía con desesperación sus manos intentando borrar esas lágrimas esparcidas por todo su rostro. Gemía como si su vida dependiera de ello.

Frágil. Aquella entusiasta y siempre alegre jovencita, que podría tumbar al más grande de los matones, se encontraba frente a sus ojos pálida y frágil como nunca la había visto, parecía una muñeca de porcelana de esas que con solo mirarlas se quiebran. Pálida y frágil, tan frágil. Para cuando el platinado volvió en sí, la muchacha se encontraba entre sus brazos.

-Ya está, Sakura-chan...-Susurró a su oído- No sigas llorando...

-Se... sen se...- apenas y pudo murmurar, entre tanto sollozo.

Ella mantuvo su rostro escondido entre sus manos, mientras se refugiaba en el amplio y fornido pecho de su maestro. Simplemente parecía otra, estaba completamente ida de sí. Sumida en esa desesperación y el frenético lloriqueo. No podía soportarlo, me rompía el alma, se le hizo imperdonable causar tal conmoción en su pequeña alumna y comenzaba a deducir la razón de aquel lamento. Ya no podía aguantar ver a la pelirosa en tal estado.

-¡Ya está!- Apartó, algo molesto, a su alumna de sí, tomándole por los brazos- ¡Está bueno de llanto, Haruno!

Sabía que no era forma ni momento para sermones, pero también sabía que no podría hacer más por la muchacha que sacarla de aquel estado de catarsis, conociendo una sola forma de hacerlo. Lo mejor era que llegara a casa, y si quería llorar, que lo hiciera, pero no enfrente de él. La joven se sorprendió, pero junto a aquella sorpresa cayó en cuenta y dejó de llorar, frotó sus ojos y respiró profundo. Miro unos segundos el suelo con melancolía y suspiró pesadamente.

-Lo siento, Kakashi-sensei...- Murmuró suavemente, adoptando una expresión de seriedad en el rostro.

Como era de esperarse, siempre obediente.

-Está bien que llores cuando te sientas triste,- hizo una pausa y la miró dulcemente- pero te vez mucho más hermosa con una sonrisa en tus labios...

No era de extrañarse que dijese tal cursilería, era hombre de palabras, la prosa se le daba de maravilla y no era nada difícil decirle cosas linda a quién se las merecía. Sus estudiantes siempre lo molestaban por estar dándoselas de poeta cada vez que había una mujer de por medio; pero lo siguiente fue confuso. Sin darse cuenta, una vez más, se encontró acariciando suavemente el cabello rosa y sonriendo sin inhibición alguna. Solo volvió en si al ver el sorprendido, pero sobre todo sonrojado rostro de su pupila.

Dio un pequeño salto hacia atrás soltando el mechón rosado, media vuelta y con papeles en mano y haciendo un pequeño gesto, salió del salón.

Peligroso. Cuando estaba a solas con aquella muchacha, perdía el control de su cuerpo, como si nada, y su mente comenzaba a divagar banalidades sobre la ojiverde. Pero esa preocupación pasó a segundo plano cuando sintió un pequeño malestar. Algo lo perturbaba mucho más, demasiado para su gusto. Le dolía mucho el pecho, como si la gravedad hubiese aumentado mil veces y el centro de atracción se ubicase justo en medio de su abdomen, haciendo un nudo de todos sus órganos; y esas ganas, esas tremendas ganas de moler a golpes al idiota de Uchiha...

-¡Buenos días, seeeenseeeeeei!-

Perfecto. Anoche había vuelto a tener una noche agitada, apenas había dormido y ahora tenía que aparecer el idiota eufórico, no faltaba más.

-Buenos, Naruto...- Murmuór amargamente, intentando hacer caso omiso al griterío que tenía su rubio alumno.

-¡Eh, sensei! ¿No tuviste buena noche...-se dispuso a responder ante la indiferencia de su maestro- o quizás fue demasiado buena?

Grandioso. Bastó con aquel comentario para que el vívido recuerdo de su sueño hiciera eco en su mente y estragos en su anatomía. Gracias a dios, que estoy sentado.

-No estoy de humor, Naruto. De verdad que no,..- Debía admitir que, a pesar de todo el cariño y la estima que le tenía a aquel revoltoso adolescente, podía ser tan insufrible como el imbécil de Uchiha- Apenas y es el primer receso, ¿qué quieres tan temprano?

-¡Vamos no seas, tan frió con el chico, Kakashi!- escuchó la eufórica voz de otro molestoso más, si hace poco había dicho que no podía ser peor, se equivocaba, y la vida lo castigaba por hablar por adelantado- Debes estar emocionado, ¿no chico?

-¡Gai-sensei! Por fin es el día...- Agregó el rubio ilusionado.

Se limitó a guardar silencio y observó como el rubio y su colega de gruesas cejas daban saltitos de alegría y giraban al rededor de los escritorios de la sala de profesores, intentando unir a todo aquel que se les cruzaras a sus danzas, casi tribales.

-Sigo sin entender...-murmuró sin darse cuenta de que pensaba en voz alta.

-¿Pero que demonios?- A poco y casi maldicen a los cuatro vientos, el rubio y el excéntrico profesor, ganándose una mirada de odio de parte de la mitad de los profesores en el aula.

Aquí viene otra vez. Era, quizás la 5ta vez que le daban aquel sermón en apenas 3 días. Que los chocolates, las chicas, el amor, las confesiones. Nunca había tenido algún significado especial aquel día, y nunca lo tendría. Después de todo, a sus escépticos ojos, San Valentín no es más que otra fecha en la que el mercado, en especial las chocolaterías y supermercados, se aprovecha de la ingenuidad de la gente.

-Ingenuos...- Murmuró como protesta luego de que el sermón concluyera.

-Seguro... Tú dices eso, pero eres el profesor que más recibe obsequios en esta fecha- Agregó Gai, lloriqueando al comparar su escritorio con apenas una caja, ni siquiera adornada de parte de una de sus alumnas, con el repleto y casi lleno de Kakashi, quién ya había botado casi la mitad de los obsequios.

- ¡Recibes incluso más que yo!- Y con un puchero en la boca, continuó la protesta el rubio- ¡Y ni siquiera abres ni comes ninguno!

Insisto, ingenuos. Desesperadamente ingenuos.

-Oooh, con que el inútil de Naruto si recibe chocolates- Insinuó Gai con cierta sorpresa en sus palabras.

- ¡Y a qué viene eso!- Respondió el rubio haciéndose el ofendido- De hecho, recibí cuatro este año- agregó orgulloso.

-¿Cuatro? ¿Alguno hecho en casa?- Continuó Gai, con cierta mezcla de sorpresa y aparente envidia, echándole más leña al fuego.

-Por supuesto que si, todos...- Respondió victorioso- Bueno, excepto el de Sakura-chan...

Eso bastó para que toda la atención del platinado pasara, de su preciada lectura, a la ridícula conversación de los otros dos. Intentando disimular, se inclinó un poco en su asiento y comenzó a mirarlos de soslayo.

-Sakura-chan nunca a podido cocinar bien, siempre a sido muy torpe con la comida...- hizo una pausa para reír y continuó - Deberían verla en clases de cocina, con ella todo sale mal... El otro día por poco y no provoca un incendió, no me la imagino intentando hacer choco...

-Naruto, se te hace tarde- Le interrumpió secamente- ¿Por qué mejor no te vas al salón?

- ¿eeeeeehh? Pero, Kakashi-sensei...-

-Pero nada, pronto tocarán la campana. No puedo dejar que llegues tarde otra vez, sabes como se pone Tsunade-sama con eso... Es muy estricta con estas cosas.

El muchacho pocas veces lograba entender indirectas, pero cuando se trataba de Kakashi sabía que era mejor evitar que se enojara. Dejó de protestar y salió sin entender del todo el por qué del mal humor de su maestro.

-Eh, Kakashi... Te haz pasado- agregó el cejudo.

-No empieces tú también...- Le respondió algo empotrado.

No entendía por qué estaba tan molesto, que Naruto hablara de lo mal que la Haruno cocinara no era nada nuevo, él en persona había sido víctima de unas inocentes galletas que le pelirosa le había dulcemente ofrecido, luego de que nadie quisiera comerlas. Por otra parte, ya debería estar acostumbrado al griterío del rubio, éste sería el tercer año que debía tomar cargo sobre su clase, pero por alguna razón, hoy le parecía insoportable...

Tomó sus cosas y se dirigió al aula antes de que Gai pudiese reprocharle una vez más. Necesitaba un poco de paz, y qué mejor que un refrescante ejercicio de lectura para apaciguar el mal genio. Rió para sus adentros.

La mañana y la tarde transcurrieron tranquilamente, de vez en cuando se topaba con el griterío que armaba el rubio a donde fuese. Hubo un momento de la tarde un poco más tenso, a la hora después de almuerzo iba por el pasillo del segundo piso, cuando se cruzó con ese par de ojazos esmeralda. No tuvieron la más profunda de las conversaciones, en situaciones normales pasarían hablando horas de banalidades, pero desde el incidente con el idiota de Uchiha se habían limitado al estúpido y circunstancial Qué buen clima el de hoy.

De sobre manera, extrañaba sus triviales y simples charlas de lo primero que la pelirosa tuviese en mente.

Por fin hora de ir a casa. No más Naruto, no más clases, ni mucho menos vagos sin remedio y aburridos consejos de profesores.

Pero esa felicidad y grata libertad fue interrumpida de golpe cuando, al salir del edificio, divisó la figura de cierta muchacha dándole la espalda. Pudo haber guardado silencio y continuar con su camino a la libertad,... pero algo se lo impidió.

-¡Sakura-chan!- Murmuró un poco exaltado.

-Kakashi... sensei- Respondió un tanto o todavía más sorprendida, girando sobre su eje, para enfrentar al aludido.

-¿Tenías entrenamiento?- Preguntó recuperando su serenidad, intentando traer normalidad a la conversación- No deberías quedarte hasta tan tarde, es peligroso.

-Necesitaba...- Balbuceó insegura- Yo, necesitaba hablar... con usted.

-Pero no tenías que esperarme hasta estas horas, pudiste haberme llamado en el receso, ya sabes- comenzó a cortar distancia entre ella y el, preocupado o más bien molesto por la actitud irresponsable de la muchacha.

-No quería ser una molestia...- Quiso continuar, pero se vio interrumpida por una suave carcajada.

-¿Una molestia? No digas esas cosas, sabes que jamás serías molestia...-

-La otra vez... bueno, yo la otra vez...-

-La otra vez nada, no te preocupes...- Si parecía relajado, no era más que apariencia. Ese tema no parecía ser de agrado para ninguno, pero sabía que tarde o temprano ella querría aclarar las cosas, aún cuando no hubiese nada que aclarar- No hay razón para que yo esté molesto...

-Lo sé, pero desde entonces casi no hemos hablado... Pensé que quizás usted me despreciaba.- Hizo una pausa para mirar el rostro del platinado, encontrando una notoria mueca de enojo y reproche- Ahora que sé que no es así, me siento mucho mejor,- volvió a respirar y observar el relajado seño de su maestro, para continuar- pero aún siento que le debo una disculpa...

-No tienes por qué ...-

-¡Si, si tengo y no me discuta! ¡Solo déjeme hacerlo!- Parecía impaciente, nerviosa. Sabía que su alumna tenía carácter, y eso le encantaba. En especial cuando era él quien la sacaba de sus cabales. Había días, cuando estaba aburrido, en los cuales se encaprichaba con la de ojos verdes y comenzaba a preguntarle durante la clase cada vez que la veía distraída, poniéndola en aprietos y avergonzándola en frente de la clase.

La muchacha le tomó por los brazos, evitando su escape, y depositó una bolsa en sus manos. Sin más jaleo, salió corriendo como alma que lleva el diablo.

-¡Sakura!-

Ella no volteó a mirar, desapareciendo al doblar en la entrada del establecimiento. Para cuando el hombre reaccionó a salir tras ella, ya era demasiado tarde.

Anonadado, subió al auto y partió rumbo a su hogar. Para cuando salió de la conmoción, ya se encontraba dentro de su apartamento. Tiró al suelo su maletín y se tiró de espaldas al sofá, luego de depositar la misteriosa bolsa sobre la mesa de centro.

¿Y ahora qué? No sabía que esperar de aquel obsequio, a pesar de ser una simple bolsa de cartulina blanca con el diseño minimalista de una conocida tienda le inspiraba total expectación. Aún sabiendo que no podría ser nada especial, después de todo era un pequeño detalle de condescendencia. San Valentín, recordó. Sakura no sabía cocinar, volvi a recordar. Alzó su brazo derecho para alcanzar el objeto. No, definitivamente no puede ser. Quería disculpase, dijo ella. Sacudió su cabeza, como intentando liberarse de todas sus confusiones y dudas, tragando aire pesadamente volvió a su típica serenidad, que cada vez le parecía menos típica en él, pero que esta vez se cargaba de un semblante de decepción.

Tomó coraje, abrió la bolsa y miró en su interior. Una bufanda, bufó al instante en que aquella palabra cruzaba una vez más su mente: Decepción. Sacó la delicada bufanda de la bolsa intentando hacer razonar sus pensamientos, no estaba seguro de nada más que del buen gusto que su alumna tenía. Sonrió. Después de todo, era su favorita, no podía esperar menos. A pesar del caos que tenía en la cabeza, la palabra decepción había perdido significado, después de todo, era el quién había perdido el tiempo fantaseando como una niña de diez años. Lo admitía, la Haruno no lo había decepcionado, era el quien esperaba encontrar fantasías en esa caja, era él quien se imaginaba encontrando chocolates en ella. Por supuesto, agradecía que aquello no ocurriese, habría sido una perdida de esfuerzo o dinero, la bufanda era mucho más útil, y venía a la perfección con su frívola personalidad... Al fin y al cabo, odio los días de frío.

Volvió a sonreír, ahora burlándose de sí mismo y de su reciente ingenuidad. Olvidándose de la bolsa, la dejo caer al suelo, para descubrir que algo más se ocultaba en su interior. Miró, con ansiedad, una vez más su interior. Una tenue carcajada brotó de su garganta al comprobar el contenido de la ahora abandonada caja.

Un marcador de página, de color blanco crema y con unos cuantos pétalos reales de cerezo. Definitivamente hecho a mano. Junto a él, una pequeña tarjeta:

Sensei:

Lamento tremendamente mi actitud las pasadas semanas, me siento muy avergonzada.

Pero más que nada, agradezco su compañía y apoyo en aquel y tantos otros momentos.

Tome esta bufanda en muestra de mi agradecimiento.

Volteó la tarjeta como si algo faltase, y encontró:

Sé que a sensei no le gustan los chocolates, y mucho menos esta fecha,

pero espero no le moleste que le halla hecho un pequeño obsequio.

Feliz San Valentín.

Se dejó caer de espaldas al sofá y tapó su rostro con una de sus manos. Ese día había recibido muchos chocolates y muchos regalos, ese día había desechado muchos chocolates y muchos regalos; ese día, por primera vez en muchos años, había abierto un regalo y disfrutado de él. Ese día había ganado una elegante bufanda color fuego y un encantador marca páginas que le recordaba el nombre de su estudiante en cada centímetro. Sus labios se curvaron, formando una enorme y sincera sonrisa. Jamás había tenido una especial atracción por lo dulce, pero así como iban resultando las cosas...

Te estás convirtiendo en la excepción...

Fin capítulo I.