Summary: Lo que se puede identificar es de Meyer. La trama y los mellizos son míos.

Chicas/os! Muchísimas gracias por el apoyo que le han dado a todos mis one-shot's! He regresado por estos rumbos con esta nueva locura que va para largo.
Espero que me den su opinión con un review. Después de todo, es el alimento de las ganas de seguir escribiendo y de la inspiración.
Las/los quiero. Nos vemos abajo en el globito blanco :)


"Te digo adiós para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti."

José Ángel Buesa.

Prólogo

— ¿Edward? — lo llamó Tanya mientras entraba al departamento con la llave que su hermano le había entregado alguna vez.

El silencio inundaba el espacio y la oscuridad era densa dentro de la estancia.

Ella ya estaba más que enterada que él no estaba, no solo por lo desierto que se encontraba el apartamento sino que también porque no había contestado su llamado; y Edward siempre llegaba a su lado con tan solo nombrarlo.

Tanya empujó la carreola y encendió las luces de la estancia modera y sofisticada que era la sala. Miró todo con la tristeza pintada en su rostro, la tristeza propia que precede a lo que catalogamos como "la última vez".

La carreola estaba ya en medio de la estancia, cargando a dos angelitos de unos 5 meses apenas. Ambos yacían dormidos tranquilamente sin saber o tan siquiera entender que estaba pasando y que sucedería en el futuro.

Las manos pálidas de ella cubrieron los parpados cerrados que escondían sus ojos azules y pronto se vieron bañadas del agua y minerales que constituían sus lagrimas.

En su mente los pensamientos estaban distorcionados y con la cordura que le quedaba trataba de convencerse a sí misma que aunque tomar esa decisión era difícil, era la más acertada, la que cambiaría para bien el futuro de ellos si todo salía como ella lo había planeado y pensado.

El sillón negro hecho de cuero recibió su ya esbelto cuerpo y sacó del bolso azul que cargaba una pluma y la hoja de papel con el sobre blanco que había comprado esa mañana en una pequeña papelería.

Las lágrimas habían corrido ya su maquillaje y manchaban el papel en el cual el lapicero dejaba grabado su tinta, gracias al compás rápido de su mano al escribir con apresuro las palabras conexas que conformaban poco a poco una carta.

Cuando acabó, la leyó una vez más. Con una mueca en el rostro repaso las palabras que ella misma había escrito mientras se recordaba continuamente que eso era lo mejor que podía hacer.

El sobre recibió la hoja doblada en cuatro tres partes desiguales. Sus labios humedecieron el pegamento de los bordes y la cerró. Estaba lista ya. Respiró hondo durante unos segundos para recobrar valor, y cuando lo logró dejo el sobre en medio de los dos cuerpecitos en reposo de los pequeños.

Su instinto la obligó a revisarlos por lo que sería la última vez, acomodó sus abrigitos y la pequeña mantita que los cubría. Besó sus frentes con amor mientras un nuevo torrente de agua salía de sus ojos cual cascada abundante.

— Esto es lo mejor — les dijo a los niños mientras acariciaba sus cabellos, pero, hablaba más a su conciencia que no paraba de decirle a gritos que lo pensara y que no hiciera lo que estaba a punto de hacer.

Suspiró y acalló a su conciencia como pudo. La decisión estaba tomada, ya no había tiempo para volver atrás, o al menos eso era lo que ella creía.

Apagó la luz de la estancia y cerró la puerta con el cuidado de no despertar a los dos pequeñitos seres que estaban dentro.

Caminó por el pasillo llorando sin consuelo y en el espejo del ascensor miró su reflejo, el de una cobarde con el valor de aceptar que no podía con las cosas.

La calle fría y oscura la recibió con un frío impresionante justo después de haber abandonado el vestíbulo del edificio.

Emprendió el camino con pasos flojos y cansados, sin fijarse hacia donde iba o que era lo que haría. Sólo caminó como la muerte lo hace en medio de los callejones, en silencio y sin sentido.

— Esto es lo mejor — repitió de nuevo con la voz quebrada, intentando en vano convencerse.

Y así siguió hasta que se perdió en el mar negro de las calles de la ciudad de los vientos.


"No creo en la llamada de la sangre. La sangre no hace hermanos ni hijos. Los hace el amor y el respeto".

Jaime de Mora y Aragón.

CAPÍTULO 1: De cómo dos ángeles llegaron a mí.

Subí al auto sin muchas ganas, pero con el consuelo de que mi cama me esperaba en mi departamento.

Las calles estaban casi vacías a esa hora de la noche, unas cuantas almas iban a pie.

Divise la torre de apartamentos en la que se encontraba mi hogar, y minutos después aparque en el estacionamiento que me correspondía en el sótano del edificio.

Bajé del auto sin fuerzas y a duras penas me acerqué al ascensor que sin prisas me llevó hasta mi piso. Cansado di los pasos que me separaban de mi puerta y abrí sin fuerzas.

Un llanto me alertó y el cansancio se fue a reposar a un lugar lejano de mi cerebro. El llanto se me hacía conocido y se perdía en la oscuridad de mi apartamento.

Encendí la luz a tientas rápidamente y me sorprendió encontrar la carriola de mis sobrinos en medio de mi sala. A pasos agigantados me acerqué hasta donde estaban y Elizabeth era la que lloraba sin control.

Mis manos la tomaron para sacarla y la arrullé unos momentos hasta que se calmó y puede ver que Anthony también estaba ahí. Dormido pero presente.

La primera pregunto que me asalto fue el que hacían ahí, seguida de centenares de cuestionamientos nuevos, hasta que el llanto me llamó de nuevo.

Encontré la pañalera de ambos en el suelo y dentro de ella estaba una mamila preparada que le proporcioné a mi chiquita, Elizabeth la tomó con fuerza dándome a entender que su llanto era de hambre.

Estudié a la bebé mientras comía y en mi mente estaba preguntándome constantemente que rayos pasaba. El biberón pronto se vació y apoye le frágil cuerpecito en el mío para sacar un par de eructos. Una vez seguro de que todos los gases estaban fuera la acosté en el sillón flanqueándola de cojines y me senté a su lado pensando, levanté la vista a Tony y entonces un sobre blanco llamó mi atención.

Me puse de pie y lo tomé. Con ambas manos lo abrí con prisa, queriendo entender si esto era una broma pesada o si se trataba del típico caso de "Te pido el favor una vez lo hayas cumplido".

La caligrafía de Tanya me recibió, junto a gotas negras a lo largo del papel que supuse eran de maquillaje. ¿Por qué ella había corrido su maquillaje con llanto? ¿Cuál era el contenido de esta carta?

Querido Edward:

Lo siento hermano.

Sé que estas sorprendido de encontrar a Anthony y a Elizabeth en medio de tu apartamento, pero eres el único en el que yo puedo confiar.

Ya no puedo más y me duele el alma tener que aceptarlo, pues aunque quise no puedo. No nací para ser madre, o tal ves si pero no estoy lista aún y no quiero arruinar la vida de dos inocentes.

Me voy.

Sola y con mis penas. Quiero que tú cuides de ellos.

Se los hubiese dejado a papá y mamá, pero no quiero cargarlos más de lo que yo misma hice. No quiero que tengan más obligaciones de las que yo di y que para ser sinceros fueron demasiadas.

Eres el mayor y el que siempre quise más en secreto, por eso te busque a ti.

Fue un atrevimiento dejarlos así, pero en un futuro será lo mejor que pudo haberles pasado. Se tan bueno con ellos como lo fuiste conmigo y dales el amor que ni yo ni su padre pudimos darles.

Mi pecado será este, pero prefiero condenarme yo a que ellos sufran una vida dura a mi lado.

Es lo mejor y espero que lo entiendas.

No lo hagas por mí, hazlo por esas dos criaturas que de ahora en adelante son tuyas.

Nos vemos, tal ves cuando te dirijas al cielo y yo esté en el infierno.

Con amor,

Tanya.

Cuando terminé de leer los ojos me escocían de las lágrimas contenidas y las dejé salir sin tapujos.

Anthony despertó y me veía con una expresión reconfortante, como si esa cabecita entendiese la profunda e hiriente situación.

"De ahora en adelante, son tuyos" repetí en mi mente y el balde de agua fría me despertó del drama en el que me estaba sumiendo. Era padre ahora. No de la forma en que todos lo pensamos, pero padre al fin y al cabo.

Me dolió en lo mas profundo ver la actitud de Tanya, pero después de unos minutos no pude más que comprenderla; pues la vida que había escogido no era la correcta y abandonar a sus bebés era más un acto de compasión hacia ellos más que abandono en sí.

Un nuevo sollozo me sacó de mis cavilaciones y esta vez era Anthony que rogaba por su comida.

Lo alimenté en mis brazos viéndolo atentamente, a esos ojos verdes iguales a los míos. Repetí el proceso que con su hermana y una vez listo completado todo me sonrió con una sonrisa desdentada; aguando mis ojos y mi alma de una forma desconocida para mí.

Tome el teléfono con una nueva misión en la vida, una que la cambiaría sin lugar a dudas.

— ¿Diga? — contestó Alice con voz soñolienta al otro lado del teléfono.

— Alice – respondí serio — Los necesito a todos ahora. Es Tanya.