Con por lo menos una docena de globos en la mano, Winry observaba a Edward con la boca ligeramente abierta. Había una enorme manta pegada en el centro del parque, pero aún ella no se lo podía creer.
—Intercambio equivalente: te doy la mitad de mi vida y tú me das la mitad de la tuya.
Sí. Ahora sí se lo creía. Ese era el estilo de Edward, no ese "¿Quieres casarte conmigo?" que tenía escrito la manta con colores chillantes, los favoritos de ella.
Winry soltó los globos y se precipitó hacia él. Lo besó en los labios lentamente.
—Siempre. Juntos para siempre —respondió.
DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Todo es de Hiromu Arakawa, todo excepto la trama.
PERSUASIÓN
Capítulo 1: El Reencuentro
Edward debía admitirlo, no creyó volver a ver a Winry jamás. Para ser sinceros, eso había sido algo muy ingenuo, pues ahora mismo él se encontraba en una fiesta de graduación "diez años después" a la que él había asistido por propia voluntad. Winry charlaba con viejos compañeros como si se hubieran estado viendo desde siempre, reía con ellos y bebía sorbos de su copa, le sonreía a otros tantos por no ser capaz de recordarlos y luego rotaba de grupo. Había sido una generación numerosa. La rubia llevaba así gran parte de la noche y Edward lo sabía porque la había estado observando de cuando en cuando. Elric bebió de su copa, la cuarta de esa noche, y se sintió un poco mareado. Pensó que si quería regresar a su departamento sano y salvo debía parar ahora de beber.
—¡Acero! —escuchó su viejo apodo de bachillerado y un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral. Solamente una persona podría seguir llamándolo así después de tantos años.
—Mustang.
—¿Por qué esa cara, pequeñín? Esto es una fiesta, deberías estar alegre.
—Tu aparición se ha llevado todo mi espíritu festivo.
Roy soltó una carcajada.
—Es una lástima, pero dime, ¿cómo te ha ido?
Los dos hombres iniciaron una larga y amena charla, olvidando todas aquellas diferencias que tuvieron en el pasado. Ambos eran hombres maduros a un par de años de entrar a sus treintas, se respetaban profesionalmente y también como personas. Era sorprendente lo mucho que las personas podían cambiar en 10 años.
—La última vez que supe de ti estabas con Winry, pero eso fue hace años. ¿Qué pasó después?
Habían llegado a la parte incómoda de la charla y Edward lo sabía, pero tampoco había hecho nada por evitarlo. Sabía que tarde o temprano esa noche tendría que explicárselo a alguien y estaba secretamente contento que el primero fuera Roy, estaba seguro de que él lo comprendería sin juzgarlo.
—Nos divorciamos —explicó Edward observando la copa vacía e su mano derecha. Roy se quedó en silencio ante su respuesta.
—Así que no funcionó, ¿eh? —dijo Roy después de un rato, aunque ya se lo sospechaba; ambos rubios habían llegado separados al evento y no se había dirigido la palabra ni una sola vez en toda la noche—. ¿Puedo preguntar por qué se separaron?
—Diferencias irreconciliables —citó Edward y se quedó callado un momento—. Eso fue lo que firmamos hace más de cuatro años en el acta de divorcio. No la volví a ver desde entonces.
—Hasta hoy.
—Sí, hasta hoy.
Mustang se abstuvo de preguntar si él aún sentía algo por ella, eso sería demasiado entrometido, además de que él podría aventurarse a afirmar esta pregunta; ya había notado la manera en que Edward miraba a su ex esposa. Cambió de tema oportunamente y preguntó por su hermano Alphonse, el cual no estaba en la fiesta porque él era una generación más joven. Edward le contestó que estaba teniendo mucho éxito como médico y que había conseguido una plaza en el Hospital Central y que eso lo tenía muy contento y ocupado, pero que aun así se encontraba ocupado planeando su boda con una muchacha de descendencia china, Mei, una enfermera que realizaba su residencia en el mismo hospital.
—¿Qué hay de ti? Estudiaste química ¿no, Acero?
—Tengo una licenciatura siendo Químico Farmacobiólogo, para tu información…
OoOoOoOoOoO
A Winry le dolían los pies de tanto haber bailado; aún a sus veintiocho años no podía acostumbrarse a utilizar tacones por tiempo prolongado, ella era una ingeniera, el estilo no era su prioridad en el trabajo. Había estado bailando con Russel, uno de sus ex novios, que ahora era un prestigiado Ingeniero Ambiental; el chico ya era casado y estaba a punto de ser padre, mas su esposa le había dejado salir esa noche para que se divirtiera mientras ella molestaba con sus hormonas de embarazada a su cuñado Fletcher.
Robó otra copa de la bandeja de un mesero que iba pasando por ahí y le pidió un tequila también. Ella tenía mucho aguante para las bebidas alcohólicas y eso era una fiesta, por lo que no se medía mucho en su consumo.
—Deberías parar de beber, Winry. Y hola —saludó Riza Hawkeye, antigua compañera de aula. La ojiazul le devolvió el gesto de manera efusiva y la invitó a sentarse a su lado, dispuesta a conocer más de su vida de lo que pasaban en los noticieros matutinos.
—Cuéntame cómo te ha ido —pidió Winry realmente interesada—. ¿Sigues de niñera de Roy, cierto?
Hawkeye le regaló una sonrisa cordial y contestó:
—Soy su directora de campaña, si eso es a lo que te refieres.
—Cierto, el próximo año son las elecciones.
Para todos era bien sabido que Roy Mustang y Riza Hawkeye no se había separado nunca desde que terminaron el instituto. Roy se había desenvuelto en la política luego de graduarse en lo propio en una prestigiosa universidad y Riza, quien estudió una carrera de apoyo para él en el mismo campus, era su directora de campaña y quien le ayudaba a realizar sus discursos y, a veces, a controlar y callar a la prensa. Salían frecuentemente por la televisión, por lo que su vida no era un gran secreto.
—Pero no se han casado, ¿verdad? Aquí todo están casados; hasta Pitt, él que juraba no creer en el matrimonio acaba de comprometerse "para toda la vida" —ironizó— con mi antigua vecina, Nelly. Todos son unos aburridos ya. No cometas el error de volverte una aburrida tú también, Riza.
—Me sorprende escucharte hablar así —dijo la otra mujer aún con su semblante sereno—. Recuerdo que siempre eras tú la que hablaba sobre príncipes y finales felices que terminaban con un vestido blanco y un enorme pastel.
—El matrimonio no es siempre un final feliz —declaró Winry con nostalgia y amargura, echándole un vistazo fugaz a Edward que conversaba amenamente con Roy al otro lado del salón. La rubia no podía negarse a sí misma que había estado observándolo gran parte de la noche, cada vez que tenía la oportunidad sin resultar obvia.
—Es verídico lo que he escuchado entonces. Te casaste con Edward para divorciarte de él al poco tiempo.
—¿Quién te lo dijo?
—Ya estás ebria, Winry. Has estado divulgándolo a todas tus parejas de baile, un dato así es fácil de extender en un lugar como éste. Deja de beber ya —la directora de campaña dejó a la ojiazul después de este último comentario e hizo su propio camino para reunirse con Roy nuevamente.
La ingeniera se sintió otra vez como una niña regañada a pesar de que llevaba años sin lo uno y lo otro. Riza tendría su misma edad pero su tono de voz era igual al de una madre enojada. Winry se sintió realmente mal después de haber escuchado a Riza, pero su mente medio nublada por el alcohol no aceptó parar de beber, no ahora que lo necesitaba más que en cualquier otro momento de la noche. Había recordado sus sueños adolescentes y el fracaso de su matrimonio, así que sólo tenía ganas de beber y olvidar nuevamente.
OoOoOoOoOoO
Ya era muy tarde, Edward se encontraba en una mesa jugando póker con Ling, Greed, Envy y Kimbley. Había perdido una buena cantidad de dinero, sin mencionar que su mano actual era realmente mala. Se dijo a sí mismo que se estaba volviendo malo para estos juegos de estrategia y azar; le echó la culpa a su trabajo, puesto que, ocupado como estaba lo últimos años, no había tenido tiempo para divertirse ni ser ocioso. Ahora sí estaba contento por primera vez desde que Dante le dio las vacaciones obligadas.
—Me voy.
Apagó su cigarro contra la suela de su zapato y dejó sus cartas y su apuesta al centro de la mesa. Se retiró de allí en medio de una avalancha de insultos y chiflidos contra su persona y él les hizo una seña obscena como gesto de despedida. Ya los volvería a ver para pedirles la revancha.
OoOoOoOoOoO
Hacía mucho frío afuera, tanto que Edward veía su propio aliento mezclarse con el ambiente cada vez que expiraba. Metió las manos en las bolsas de su pantalón en busca de calor y las llaves de su auto. Las removió un poco apurado, puesto que quería llegar ya a su casa y su auto tenía calefacción, dos buenas razones para querer encontrarlas. Caminó algo apresurado hasta el estacionamiento e hizo sonar su Mercedes al desactivar la alarma; estaba a punto de abordarlo cuando escuchó a una voz femenina maldecir cerca de él. Giró la cabeza y vio a Winry Rockbell a tres carros de él luchando contra sus llaves y su propio vehículo.
—Entra —repetía la chica tratando de insertar la llave en su Beatle al tiempo que tiritaba de frío.
Al lado de su Mercedes, Edward dudaba (aún perturbado por estar tan cerca pero tan lejos de ella) entre ayudarle y ser un perfecto caballero o salir pitando de allí como un cretino. No sabía cuál era la mejor de sus opciones, mientras Rockbell seguía luchando contra su vehículo.
—Permíteme —dijo el químico y le arrebató las llaves a la mujer. Edward descubrió que el problema con el auto no era el auto, sino que la chica estaba tratando de insertar la llave al revés. Abrió la puerta para ella y estuvo a punto de regresarle las llaves y terminar de una vez con todo eso, pero al encontrarse tan cerca de ella pudo percatarse del estado de embriaguez de la mujer, la cual tenía la mirada perdida y apenas podía sostenerse en pie mientras le entregaba una sonrisa ebria como agradecimiento.
Convenciéndose a sí mismo que dejarla sola era un crimen y un peligro al volante, Edward volvió a cerrar la portezuela del pequeño carro y le activó la alarma. Tomó a Winry por la cintura y la ayudó a caminar hasta su Mercedes.
OoOoOoOoOoO
—¿Dónde vives? —le preguntó Edward estando ya adentro de su coche. Ella soltó una risita boba y lo ignoró por cuarta vez en esa noche. El hombre se estaba desesperando. Quería dejarla ya a su casa y largarse a la suya propia para fingir que nada de eso había pasado. Pero sabía que eso no sucedería pronto, así que manejó con dirección a una tienda de veinticuatro horas para conseguirle un café; tal vez eso la ayudaría un poco a recobrar la lucidez.
—Tú eres Edward —dijo la rubia de la nada, él no le contestó siquiera—. Yo estuve casada contigo hace —y contó con sus dedos como una niña pequeña, luego le mostró los cinco dedos— cuatro años —se echó a reír. Edward no compartió su alegría—. Antes sonreías más —se quejó la rubia con un adorable puchero—. Así no me gustas. Llévame a casa, eres un aburrido.
—Entonces dime dónde vives —exigió Edward, fingiendo que su voz y sus palabras no hacían mella en él. Ella le dio su dirección y balanceó la llave de su casa frente a él, provocando que casi se saliera del camino. Elric apartó su mano y sus llaves con la suya propia y dio una vuelta de 180° en plena autopista. No habría café para ella.
Llegaron a la dirección indicada y Edward estacionó frente al edificio donde moraba la rubia. Quitó el seguro a las puertas y le pidió que se marchara. Ella abrió la puerta y salió al aire frío, pero no dio ni dos pasos cuando ya se había caído al suelo. Tal vez sí debió haberle comprado café. Edward salió del auto y lo rodeó hasta estar frente a la chica, la ayudó a pararse, pero ella se negó, se frotó los brazos con las palmas de sus manos y se quedó ahí sentada. Elric se dio cuenta entonces que la chica sólo llevaba puesto un corto vestido morado sin mangas, que mostraba más de lo que debía ahora que ella estaba tirada en el suelo. Él se quitó su saco y se lo colocó a ella en los hombros, ella se abrazó a él al instante y metió las manos en las mangas.
—Levántate ya.
—¡Noooo! ¡Llévame túúú!
—Sólo levántate, por favor —pidió él. Ella volvió a negarse y le extendió los brazos, esperando que la cargara. Edward dudó un poco, pero cedió casi al instante—. Sujétate bien —Winry pasó sus delgados y blancos brazos cubiertos por el saco alrededor del cuello de su ex marido y enterró la cabeza en su hombro— ¿Qué piso?
—Quinto. Número… 503.
—Bien.
Llevándola en sus brazos, Edward entró en el edificio siendo víctima del frío durante el transcurso del trayecto. No encontró al guardia de seguridad dentro del edificio para dejar a la rubia a su custodia así que buscó el elevador y le indicó al aparato que se detuviera hasta el quinto piso.
—Hueles bien —dijo Winry de la nada, aún entre sus brazos y acariciando con su nariz el cuello del hombre. A Edward le dieron escalofríos ante su contacto, pero lo que más lo shockeó fue lo que ella dijo. Siempre le decía eso mismo cuando eran novios y también durante sus primeros meses de casados, antes de que todo se fuera al carajo. Al licenciado le urgía terminar con su suplicio ya.
El elevador paró en el piso indicado y, sin mayores contratiempos, Edward se apresuró hasta llegar a la puerta correcta, abrirla y entrar con la rubia. Ella le indicó con susurros en su oreja y jugando con sus cabellos adonde debía dirigirse. La depositó en la cama con cuidado, pero ella seguía aferrándose a su camisa.
—Sólo duérmete y déjame ir, Winry —medio le suplicó. Era realmente doloroso para él tenerla tan cerca y entre sus brazos sin poderla besar, sin poder explicarle que aún la amaba y que se había arrepentido cada día de estos últimos cuatro años por aceptar el divorcio tan fácilmente.
—Te extraño… —dijo ella y a Edward le dio un vuelco el corazón. Se zafó de sus brazos como pudo y salió apresurado de su departamento.
Ella está borracha, no sabe lo que está diciendo, se repitió camino a casa.