Claim: Keith Goodman/Cis
Notas: Post-series. Digamos que a Cis la repararon (?
Rating: T
Género: Romance/Angst
Tabla de retos: Poema XV de Pablo Neruda
Tema: 10. Alegre de que no sea cierto.


—Te prometo que regresaré pronto, no te muevas de aquí —Keith murmuró las palabras por lo bajo, absorto en sus pensamientos, que lo llevaban una y otra vez al mismo momento, apenas una hora antes. No podía creérselo y su inconsciente pensaba que quizás reviviendo el diálogo en su cabeza eso lo haría más real, más tangible, tanto como el cosquilleo que danzaba en las palmas de sus manos, el sudor que le pegaba el pelo a la frente y la sonrisa enorme adornando sus facciones, únicas pruebas y mucho mejores, de la realidad.

La sensación no lo abandonaba, una especie de vértigo, un hueco en el estómago, las ganas de reír. Sin embargo, tenía que mantener la compostura, no sólo porque peligraba el secreto que lo hacía tan feliz, sino también porque estaba a punto de ver al alcalde de Sternbild y él querría ver a un héroe serio y comprometido con su trabajo, alguien en quien pudiera confiar. ¡Ah, pero costaba tanto trabajo!

Se detuvo frente a la puerta del despacho del hombre y respiró hondo tres veces, tratando de recomponer su semblante, aunque muchos opinaban que era imposible que Keith Goodman no tuviera una sonrisa en el rostro, similar al de un infante, en toda su ingenua simplicidad. Cuando logró su cometido, tocó la puerta con los nudillos dos veces y esperó pacientemente, tratando de que sus pensamientos no divagaran, mucho menos que el secreto, su secreto, se asomara por los pozos profundos que eran sus ojos.

El alcalde lo esperaba cómodamente sentado sobre su silla preferida de cuero negro, con un semblante que le indicaba que estaría muy feliz de escucharlo y luego irse directamente a casa, con su esposa, su hijo y su cómoda cama.

—Buenas noches, señor —saludó Keith y la sonrisa lo traicionó de inmediato.

—Buenas noches, Sky High, ¿cómo ha ido la misión? —con un gesto de su mano le indicó que se sentara, luego le ofreció una copa de vino que el héroe declinó con una disculpa nerviosa.

—Ha... Ha ido bien, señor —cualquiera que conociera perfectamente a Keith Goodman se habría dado cuenta de que mentía, o al menos parcialmente, pues nunca había vacilación en su voz, siempre alegre, potente, joven—. He registrado el laboratorio y no hay ningún peligro potencial para los equipos policiacos, aunque si usted gusta, me encantaría ayudar de nuevo.

El hombre asintió con la cabeza, distraido pero visiblemente aliviado de escuchar las buenas nuevas. El asunto del laboratorio de Rotwang, aquél cretino que había ayudado a Maverick a sembrar el caos en la ciudad, lo había mantenido despierto durante incontables noches, una tras otra desde la muerte del hombre, ideando teorías cada vez más descabelladas, desde potenciales bombas atómicas escondidas bajo la superficie de la ciudad hasta cientos de androides contra los cuales no podrían luchar; pero escuchar al héroe más confiable y sin duda, el más honesto de todos los que tenía, le hizo sentir más liviano, tanto que supo que llegando a casa se hundiría en el colchón y dormiría plácidamente. En ningún momento le pasó por la cabeza la idea de que el héroe, aquél en el que tanto confiaba y que era mucho más joven que él, le estuviera mintiendo. ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo desconfiar de esa sonrisa sincera, siempre dispuesta para ayudar a cualquiera?

No obstante, la historia de Keith era diferente a la que le estaba contado, al menos en cierto sentido. No había encontrado explosivos ni armas nucleares en el laboratorio del extraño científico, situado a las afueras de la ciudad cerca de unos vertederos de basura, pero dentro de las cápsulas de colores que adornaban las paredes del lugar, rodeado de cables y el zumbido de las computadores, un tesoro mucho más importante lo esperaba. Un tesoro que podría convertirse en una arma potencial en manos enemigas y sin duda, una amenaza para Sternbild. Algo que debía ser destruido, pero que Keith no podía permitirse perder.

Cis. El recuerdo de las letras doradas sobre la cápsula blanca, similar a un gran escaparate, cruzó bajo sus párpados mientras daba su informe al alcalde, omitiendo el importante detalle de que había encontrado a un androide en un contenedor con ese nombre, plácidamente dormido, o al menos eso parecía, pues la inscripción en los tableros del mando en realidad indicaba que estaba apagada. Apagada, como muerta. Cis. Un androide según los informes que encontró desperdigados por las mesas, que hablaban de todo tipo de reparaciones, de piezas nuevas y la base de datos atrofiada. Un androide y a la vez, una humana. Algo que no estaba escrito en el papel, lleno de cifras, cálculos indescifrables y nombres extraños que después tuvo que destruir. Algo que Keith sabía con tan sólo recordar, regresar a los días en que solían reunirse en el parque de la ciudad para observar la luz del sol muriendo en el horizonte, en los ojos de Cis, en su cabello que a veces parecía plateado.

No una potencial amenaza, sino más bien una víctima. Pero nadie iba a creerle, no después del incidente de Maverick. Nadie iba a creerle, ni a abogar por Cis, ni asalvarla de la oscuridad. Nadie la comprendería y sería destruida, tal vez antes empleada como arma de guerra. Muerta, muerta. Muerta incluso antes de morir en realidad, aislada de todos, de él. Keith no podía permitírselo, nunca había desobedecido órdenes, pero en cuanto la vio su cerebro pareció desconectarse y sus impulsos lo dominaron, lo obligaron, como en una rápida sucesión de imágenes a sacarla de la cápsula, envolverla en sus brazos, buscar el botón de encendido y hacer una promesa.

Formuló su promesa, esa y muchas otras mientras se dirigía a casa antes de visitar al alcalde, con ella en brazos, el vestido blanco siendo agitado en todas direcciones por el viento, como si éste tratara de arrebatársela, como si éste tratara de hacer lo correcto. Pero en ningún momento la soltó, en ningún momento dejó ir su frágil cuerpo, pesado pero esbelto, ni siquiera cuando ella le demandó que la soltara, que estaría bien por su cuenta. ¿Y qué si era un robot? ¿Y qué si eso la hacía siempre estar bien? Keith la quería, la quería todas las tardes mientras se sentaba a esperar en la banca del parque, la quería incluso cuando John se enojaba tras varias horas de espera, la quería aunque nunca se presentara, la quería aunque no fuera humana. No iba a dejarla ir. No ahora que había regresado, no ahora que no la sabía indiferente, enojada o lejos, lejos con otro. No, nunca.

—Has hecho muy bien tu trabajo, Sky High, ¡felicidades! ¡Sin ti la ciudad no sería segura! ¡Sigue así! ¿De acuerdo? —Keith no se dio cuenta de que su relato había terminado hasta que el alcalde le estrechó la mano y lo despidió con un gesto de la otra.

—Así lo haré, señor. ¡Muchas gracias y de nuevo, muchas gracias! —se sentía un tanto culpable por mentir, pero no encontraba otra manera. Él les demostraría que Cis era buena. En ese sentido, su gratitud era la primera verdad completa que había dicho desde que había llegado a la habitación, pero pronto eso cambiaría. Pronto, cuando enseñara a Cis a andar por el mundo. Cuando enseñara al mundo a comprender a Cis—. Buenas noches.

No esperó respuesta, se apresuró como un vendaval por la puerta y nada más estuvo fuera, se encaminó hacia la terraza para echar a volar. Esa noche no sólo lo esperaba John en casa, sino también Cis, su nueva vida y no quería perderse ni un sólo momento de ella.