El príncipe del mal.
Parte primera.
Vocaloid no me pertenece.
Notas iniciales: El fic entero se divide en secciones, compuestas de varios capítulos cada una, por ahora, del capítulo 1 al 5, es el fanfic de "Compromiso", a partir del 6 en adelante, es el fanfic "La alegre vida de la realeza." Solo esa aclaración, que tengan buena lectura.
Era una mañana hermosa en aquellas montañas que se elevaban entre las extensas nubes del cielo. El sol que se percibía a través el espacio que había entre las colosales formaciones rocosas naturales iluminaba la característica roca verdosa de las laterales de las montañas, dándole un hermoso brillo como el del jade, únicamente apreciable en el momento en el que la tierra se encontraba en ese justo momento de su rotación diaria.
Entre las miles de personas que se iluminaban por ese sol de la nueva mañana, se encontraba un joven chico rubio de no más de dieciséis años, quien se encontraba tirado sobre una gran y extensa cama de tamaño matrimonial, despojado de sus prendas, cubierto únicamente por una fina sabana y abrazando a quien reconocía como el amor de su vida.
Los tenues rayos de luz molestaban su placido sueño, y consecuentemente, estos le provocaron que sus ojos se abrieran, cerrándolos al instante al sentirlos irritados por la intensidad de la luz solar.
Volteó su cabeza, siendo un perfecto y fino rostro angelical lo primero que sus ojos le mostraron.
Esa era la manera en la que se quería despertar todos los días, viéndola a ella.
Acarició con ternura la mejilla de la chica, recibiendo unas risitas como respuesta a su acción. Y siendo él una persona tan cariñosa como se podía, decidió despertar a su amada con un beso en los labios.
Al separarse pudo ver como un par de claros y grandes ojos color verdusco como las mismas montañas se mostraban ante él.
—Hola Len— le saludo con cariño la chica, quien al moverse descubrió parte de su cuerpo, previamente cubierto por las sabanas, mostrando así que ella también se había deshecho de sus ropajes.
—Hola Miku— le llamó él de manera cariñosa, volviendo a juntar con un rápido movimiento sus labios en un beso apasionado y cálido de la mañana, mientras acariciaba su largo cabello verde.
— ¿Estás seguro de que te tienes que ir?— le preguntó de manera seductora mientras acortaba la distancia entre los dos, logrando que sus cuerpos desnudos comenzaran un roce que provocaba cierta excitación en el chico.
—Buen, yo estoy seguro de que…. — pero antes de que el chico pudiera terminar su frase, un sonido de golpeteo, bastante molesto, lo interrumpió.
Toc, toc, toc.
—Mi señor, ¿está usted listo para partir?— preguntó una voz infantil, casi femenina del otro lado de la gruesa puerta de madera, a la vez que dejaba de escucharse el golpeteo.
El joven Len volteó a ver a su acompañante y lanzándole una mirada de suplica, como prometiéndole que terminarían con eso en otra ocasión, a cambio de que le dejara ir en ese momento.
—Mi señor, son casi las nueve de la mañana, debemos partir en este momento si no queremos llegar hasta en la noche a nuestro destino— le explicó la voz sin necesidad de levantar la voz, se suponía que lo habían arreglado todo en la noche anterior, y la hora de salida se había pasado.
—En seguida voy sirviente— respondió con molestia y con aparente condescendencia a la servidumbre.
El chico entonces se levantó de la cama y se dispuso a recoger su ropa que se encontraba regada por todo el suelo de la habitación. Después de juntarla toda, comenzó a vestirse, empezando por sus ropa interior, luego por sus pantalones, su camisa, su chaleco, sus calcetas, sus botas, y su saco.
Mientras la chica solo se mantenía viendo, Len se preparó y despidiendo a su amada con un beso en los labios, caminó hasta la puerta.
—Mi señor, le pido por favor que se apresure, debimos de haber salido hace ya una hora, y dejaremos a su padre esperando y…— pero el sirviente no terminó su frase, pues en ese momento Len abrió la puerta, dejando mostrar a un pequeño de cabello blanco con la oreja apoyada en la puerta, usaba un traje de sirviente real de color amarillo.
—Estoy listo sirviente— le dijo pasando a su lado, dejando la puerta abierta al salir. El peli blanco se asomó a través del marco de la puerta y sus mejillas se pusieron rojas al ver a una chica de pelo verde acostada sobre la cama, cubierta únicamente por una sabana e incluso en una pose un tanto provocativa, no dedicada al entrometido sirviente de ojos bicolor, sino para su amado novio Len.
—Mis disculpas mi señora Hatsune— hizo una reverencia el peli blanco completamente sonrojado, para luego cerrar la puerta después de haber hecho una reverencia, dejando a la chica de ojos verdes bastante molesta.
Conforme el joven príncipe Len caminaba por los pasillos de piedra verde de aquél lujosos y tranquilo paraje, un ejército personal de veinte hombres todos colocados a ambos lados de la pared, comenzaron a rodearle mientras el rubio ni se molestaba en inmutarse. Pronto, la unidad formó un perímetro defensivo alrededor del muchacho y lo seguían firmemente, respetando su paso.
Cada uno de aquellos soldados llevaba tres espadas, dos de ellas colocadas en la parte derecha e izquierda de sus caderas, siendo ambas del mismo tamaño, y la tercer espada era aun mas grande, y se encontraba en la espalda de cada soldado, además de eso, tenían varias navajas colocadas en sus cinturones, tanto en el pecho, como en la cintura, y en el hombro, exclusivamente para el lanzamiento, además de que cada uno llevaba un cuchillo atado en su muñeca, que estaba listo para ser tomado en caso de quedar deshabilitados de sus armas principales.
Tenían aparte de todo eso, una armadura ligera, pero resistente, formada de pequeñas placas entrelazadas y cubiertas por de piel gruesa como de jabalí, con forraje de tela naranja con el símbolo real dibujado en el pecho con tinta amarilla. Y como una forma de protección extra, todos ellos llevaban capuchas y capas de color marrón, además de que para proteger su identidad llevaban una pañoleta naranja que cubría el espacio del cuello a la nariz.
Aquellos eran los guardias de honor del ejército de elite del reino amarillo, cuya función exclusiva era proteger a la realeza del reino amarillo.
Y en ese momento, la única y más importante tarea de esos hombres era proteger al príncipe Allen, conocido por la mayoría como Len, cabecilla pública de la familia real del poderoso reino amarillo. Sin duda un titulo que le quedaba relativamente inapropiado.
Al llegar hasta el pórtico de la salida del recinto que daba a un camino pedregoso, en donde esperaban tres carruajes cargadas todas de más soldados armados hasta los dientes, cada una jalada por cuatro caballos.
El joven príncipe dio un pesado suspiro y se dispuso a abordar el carruaje del medio, pero antes de que alcanzara a dar siquiera un paso, el pequeño sirviente que le había interrumpido la mañana con anterioridad le detuvo con un grito.
— ¡Espere mi señor!— se acercaba corriendo con prisa mientras en su espalda cargaba una gran bolsa casi de su tamaño y seguramente del doble de su peso. Al llegar hasta donde en rubio se encontraba, abrió la bolsa, dejando ver una gran cantidad de metales relucientes cubiertos en pieles. Eran la armadura del príncipe.
Len soltó un suspiro aun mayor al saber que se tendría que colocar aquellos kilos de metales innecesarios tan solo para el viaje. Metió su mano en la bolsa y sacó una de las partes más grandes que encontró, la pechera. —¿Qué motivo tiene tal cantidad de proteccion?—le preguntó al peliblanco con molestia.
—Son solo medidas de seguridad en contra de bandidos y asaltantes que nos pudieran sorprender en el camino mi señor— le explico con sumisión el peliblanco mientras le tendía una parte de la armadura sobre el brazo para que se la pusiera.
De nuevo el rubio soltó un suspiro y accedió a colocarse la armadura entera, que a excepción de la cabeza, cubría todo su cuerpo.
Seguido de esto, se dispuso a subir al carruaje del centro, seguido del sirviente a no más de dos metros de distancia, y detrás de ellos entraron otros cuatro soldados que se colocaron en las esquinas de interior de la carreta.
Una vez estando el objetivo dentro del vehículo, los jinetes echaron a andar a los animales esclavizados, para luego emprender el camino al reino amarillo.
Al estar sentado sobre los asientos aterciopelados de color rojo, el príncipe no pudo comenzar a sentir cierta incertidumbre acerca del motivo del viaje. Los soldados que le acompañaban no dejaban de verlo con una mirada bastante fría, se suponía que eran los hombres de su padre, a quien respetaban y obedecían sin importar cual fuese la orden, y aun así, miraban al joven príncipe con un mero desprecio como si se tratara de un perro sarnoso.
—Y dime Piko— se refirió el rubio a su sirviente de una manera más personal, pues el realmente no despreciaba a la servidumbre, simplemente que era de esa manera en la que se comportaba la familia Hatsune con las clases inferiores, y ni quería contrastar frente a su novia —¿A que se debe la repentina petición por parte de mi padre de que yo regresara al reino justo en mitad de mi descanso de verano?—
—Bueno, no estoy muy seguro de la razón— dijo el pequeño mientras alejaba el libro que apenas había abierto para leer —pero sí que debe de ser algo muy importante— reafirmó la idea que tenía en mente Allen.
—Eso espero, pues mi padre sabe lo mucho que detesto que mi tiempo libre se vea interferido por simples asuntos superfluos— al momento de decir eso, pudo escuchar una cierta maldición entre dientes dirigida a su persona, por parte del soldado que estaba a su derecha.
—Pues, es solo una idea mía, pero pienso que, tal vez, su padre le llamó para decirle que aprobaría su unión matrimonial con la señorita Hatsune— expreso con la esperanza de recibir un alago por su brillante deducción.
—No, no lo creo Piko— le respondió —En primera, porque en ese caso, habría mandado a llamar también a Miku para verla cara a cara en el momento en el que nos diera la bendición para nuestro casamiento— razonó —Y en segunda, porque conozco a mi padre lo suficiente como para decir que es un obstinado— de nuevo volvió a escuchar un murmullo, esta vez del soldado de su izquierda —Desde el primer momento en el que vio a Miku, incluso cuando ella tan solo tenía ocho años, le ha tomado cierta manía a despreciarla, solo porque no la considera digna de estar conmigo, cosa que me parece bastante injusta— explicó mirando el libro que tenía su sirviente a un lado suyo.
—Bueno, quizá se dio cuenta de la magnífica y hermosa señorita que es Hatsune Miku, si no le parece muy atrevida mi declaración, mi señor— se disculpó el peli blanco.
—Para nada amigo— le respondió con una expresión relajada.
—Y tal vez pensó que siendo usted un muchacho que ha probado a tantas damiselas, y que de entre todas ellas haya elegido a solamente Miku, quiere decir algo acerca de los sentimientos que tiene por ella— soltó sin siquiera darse cuenta de lo que había dicho.
—Eso sí que fue atrevido, amigo— le dijo Allen con una expresión bastante seria.
Piko solamente bajo su mirada a sus piernas y decidió permanecer en silencio.
—Por si no lo sabes, los rumores que dicen que yo soy una especie de galante que persigue las faldas de las "damiselas" son solo eso, rumores, rumores mal infundados y que solo manchan mi nombre— escupió mirando a la ventana, viendo que se aproximaban a un bosque entre las montañas —Deberían cortarle la lengua a quienes esparcen esas absurdas calumnias a mi nombre.
Piko mordió su lengua al escuchar aquello. De nuevo un par de murmullos sonaron a su lado izquierdo y derecho, esta vez con un tono de burla, en vez de desprecio, provocando que el príncipe frunciera el seño.
—Mi señor, ya hemos llegado— le anunciaba una voz al príncipe Allen, quien sin darse cuenta se había quedado dormido en el carruaje, el cual había llegado ya a su destino.
Se despertó con rapidez, y espabilando un poco se levanto por completo dentro de la carrosa.
Al salir por la pequeña puerta de madrea, se dio cuenta de que estaba enfrente del lugar que reconocía como su casa, el castillo espejo del reino amarillo.
Era un castillo grande imponente, hecho de piedra amarillenta y paredes cubiertas de oro, hecho así para mostrar la grandeza del reino. Se le llamaba castillo espejo, porque había sido construido en forma perfectamente simétrica desde el centro a los extremos laterales. Tenía cientos de cuartos, de los cuales tenía dos de cada uno, dos cocinas, dos bibliotecas, dos salas de juntas de guerra, dos capillas en la parte trasera, y en la parte de arriba, un par de torres con un par de cruces sobre estas. Todo de manera simétrica, hasta la última de las ventanas, cada una de las puertas, cada uno de los bloques de roca que conformaban el muro del perímetro del castillo, cada una de las esculturas que se combinaban entre el estilo barroco y el estilo gótico.
Una construcción única entre todas las del mundo, una excepción de la arquitectura de la época.
Allen bajó lentamente del carruaje, pero no sin antes recibir en las manos, por parte de uno de los soldados que lo esperaba en la entrada, su espada, que había estado esperándolo desde su salida del reino.
Fue seguido de nuevo por varios soldados hasta la entrada del castillo. Las enormes puertas de metal con las imágenes de antiguos reyes, que daban la bienvenida a los exteriores, se abrieron a su paso, pero en lugar de dirigirse a la sala del trono, los soldados condujeron al príncipe por uno de los pasillos del lado derecho del trono. Pasaron por una gran cantidad de salas, pasillos y escaleras, los cuales estaban llenos de más y más soldados, lo cual causo cierta alerta en el príncipe.
Los soldados dejaron a Len seguir el camino que guiaba el pasillo en dirección a la oficina principal del castillo, que junto con la sala del trono, constituía una de las únicas habitaciones de las cuales solo habían una en el castillo. Era la sala en donde su padre, el rey, trataba los asuntos de suma importancia, incluso llegando a ser este espacio más importante que la misma sala de guerra, era a qué en donde se disponían los decretos y las decisiones bélicas. El que lo hubiera citado en ese lugar indicaba que el asunto a tratar era uno de mucha importancia.
Pero tan pronto como dio vuelta por el pasillo, logró ver a cierta persona de cabello rubio parada de espaldas frente a la puerta de la oficina, vestida con una armadura similar a la de él, esperando a que le permitieran el paso. Con bastante cautela, y sosteniendo parte de su armadura para evitar que hiciera el más mínimo ruido, se acercó hasta a aquella persona. Y a tan solo unas decenas de centímetros del contacto físico, la chica se dio la vuelta, mostrándole al príncipe él un par de ojos azules que el reconocía bastante.
—Por los mil demonios— soltó la chica tan pronto como su mirada hizo contacto con la del joven.
— ¿Qué es lo que pasa Rin?— preguntó el chico — ¿Acaso esa es la manera en la que tu saludas a tu amadísimo hermano gemelo?— dijo fingiendo sentirse ofendido.
—No, esa es la manera en la que yo saludo a un insulto de príncipe quien rebaja su dignidad a la de una simple cortesana— sonrió al decir aquello, dándose cuenta de que había logrado borrar la sonrisa en la cara de su hermano —aunque creo que esta comparación es algo absurda— rectificó —pues al menos la cortesana exige un pago por aquello por lo que de ti cualquier mujer toma gratuitamente— se burló de él, esta vez manteniendo una actitud seria.
—Por favor, tú sabes que todas aquellas palabrerías sobre mí no son más que calumnias, no es como si fuera un libertino, tan solo me gusta disfrutar de la única vida que tenemos— Tomo su espada y la sacó de su funda para luego recargarse sobre ella como si se tratara de un bastón —cosa que tal vez tu deberías de intentar de vez en cuando, en lugar de solo pasártela encerrada en tu palacio pidiendo postres tras postre a tus sirvientes—
—Yo también se disfrutar de la vida, solo que a diferencia de ti, yo si entiendo lo que es la moderación— le respondió intentando controlar su ira, pues detestaba que la consideraran como solo una princesa inútil y caprichosa —no soy yo quien necesita cambiar de amante con cada semana, yo solo necesito de una pareja— de nuevo tocó el delicado nervio de la cuestionable castidad del príncipe.
—¿No me digas que estás hablando de ese niño mimado de Mikuo?— soltó una burla al referirse al novio de su hermana —por favor, ese inútil se la pasa más tiempo arreglando su cabello que aprendiendo a usar una espada— esto sí que irritó a Rin, detestaba las burlas a Mikuo, que solo porque de vez en cuando se cuidaba un poco, eso no lo hacía narcisista, a diferencia de Len, quien decía que no necesitaba cuidarse porque Dios le había bendecido con una belleza natural.
— ¡Al menos el si sabe cómo tratar bien a una dama!— le gritó enojada.
—¡me alegro por él!— exclamó Len —Quizá cuando termine con "esa dama" al fin pueda fijarse en ti, pues según entiendo, lo único que haces tú, es besar el suelo por el que él camina— se atrevió a decir terminando con la poca paciencia que a Rin le quedaba.
Sin previo aviso la rubia pateo la parte sin filo de la espada sobre la cual se recargaba su hermano, logrando que este cayera al piso, con bastante riesgo de cortarse con su propia espada al caer sobre esta, de no ser porque logró mover el filo del otro lado de su cuerpo antes de caer contra el suelo.
Y claro, esto no le agradó nada al rubio.
— ¿Pero qué demonios te pasa maldita zorra?— gritó levantándose del suelo, sin siquiera molestarse en levantar también su espada.
—No te atrevas a hablarme así idiota— le respondió ella levando sus manos a su espada a punto de desenvainarla y usarla sin medir las consecuencias.
Fue en el momento justo a cuando Len estaba por levantar su arma que de repente la puerta del despacho real se abrió ante ellos dos.
Inmediatamente un hombre de unos cincuenta años de edad y de largo y canoso cabello atado se asomó por la puerta, viendo a los gemelos con una expresión de molestia.
—¿Por qué carajo están haciendo tanto ruido?— preguntó enojado mirando directamente a la espada que tenía Rin alzada en el aire —Baja eso antes de que te hagas daño— le ordenó, siendo rápidamente obedecido por Rin —Ahora pasen, que ya se nos ha hecho tarde para la junta— y luego de decir eso, volvió a entrar, dejando la puerta abierta para los gemelos.
—Yo llegue desde el medio día— intentó disculparse Rin —Pero al parecer el idiota de mi hermano no tenía tiempo de atender las ordenes de nuestro padre— dijo mientras pasaba al despacho, siendo seguido por un muy disgustado Len.
—Cállate, no me interesa— le detuvo el hombre, que al entrar pudo dejar ver que llevaba puesta una armadura similar a las de los soldados que habían escoltado al joven Len, solo que gris y sin la capucha ni el cubre bocas.
El despacho, era un espacio un poco pequeño, en comparación del resto de las habitaciones del castillo, apenas como para unas veinte personas apretadas, con un gran escritorio de madera oscura, varios libreros llenos a los lados, un par de armaduras recargadas en las paredes, cerca de los escudos de guerra representativos de la nación, además de una gran ventana cubierta por una manta amarilla con la marca del reino en ella.
Había solo tres sillas, dos del lado entrante de la oficina y la otra recargada al balcón de la ventana, del otro lado del escritorio.
Pero lo que más le llamó la atención a los gemelos, es que su padre no estaba por ningún lado.
—De acuerdo, siéntense niños, que hay mucho que discutir hoy— dijo el hombre con seriedad tomando el asiento del otro lado del escritorio. Los gemelos solo volvieron a obedecer.
—Disculpe— llamó la atención Len al sentarse en su lugar —Es usted uno de los amigos de mi padre, ¿no? Un general…— preguntó tratando de identificarlo mentalmente.
—Soy el general supremo Salta para ti— se identificó ante el muchacho.
—De acuerdo general Salta— le dijo Rin directamente —díganos en donde esta nuestro padre— fue esta vez ella quien le ordenó.
—Sí, nos han dicho que nos veríamos con el nuestro padre, el rey, no con un simple general como usted— se refirió Len con desprecio.
—No, se les envió la orden de que vinieran aquí a hablar de su padre, no con él— les corrió, —Lo dice el mensaje que les enviamos, si no me creen tengo una copia de letra por letra del contenido de sus cartas— sacó de uno de los cajones del escritorio una copia idéntica a la que habían recibido ambos gemelos, con el mismo sello incluso, por lo cual ambos callaron.
— ¿Y qué asunto es tan importante como para haber interrumpido mis vacaciones?— preguntó Len.
—Lo último que supimos es que papá seguía su lucha en la frontera— recordó Rin de la última vez que había visto al rey a lado de Len.
—Exactamente es acerca de la lucha que se lleva a cabo en la frontera— les explico a los gemelos —Lo que ocurre es que su padre ha muerto— soltó sin siquiera detenerse antes.
— ¡¿Qué?— Gritaron los dos simultáneamente, parándose de sus asientos de manera sincronizada.
El general únicamente asintió —Así es, incluso yo sentí cierto sentimiento similar a la tristeza al verle morir— admitió en voz baja.
—Pero eso es imposible— dijo Len reteniendo las lagrimas al pensar en su amadísimo padre los había abandonado, aunque Rin no estaba en mejores condiciones
—Él era el rey, como es posible que haya caído si la campaña en la frontera apenas empezaba— exigió saber Rin, comenzando a molestarse por la incertidumbre del asunto.
—No fue un ataque del enemigo, fue un ataque desde nuestras propias filas al momento de la formación previa a la marcha de salida del país amarillo—
— ¡Nuestras propias filas!— exclamo Len incrédulo — ¿Eso quiere decir que fue una traición?—ninguno de los dos rubios podía creer lo que les contaba el general.
—Si así es— dijo con simpleza el hombre mayor, recargándose cobre su propio asiento —Pero ese es otro asunto, por supuesto, el consejo del pueblo jamás les había molestado sus vacaciones para avisarles de algo tan absurdo como de la muerte del rey, no, claro que no, eso habría sido egoísta— ironizo lo absurda de las quejas que ambos habían tenido al principio.
— ¿Entonces para que nos ha llamado?— preguntó Rin perdiendo la paciencia ante la falta respeto a sus sentimientos.
Len notó que Rin estaba tomando su espada con la mano izquierda, tal vez dispuesta a degollar al general, aunque la conocía lo suficiente para saber que no era capaz de eso.
—Simple— el general tomó un respiro hondo —Les hablamos para decirles acerca de quien será el próximo rey y de cuál será su deber con el reino— después de decir esto, se levanto de la silla y se dirigió hasta el baúl que estaba tras él, y abriéndolo con una llave que traía colgada en su cuello sacó de su interior cuatro cartas.
Cada una de estas era diferente, pero todas estaban impecables hasta en el más mínimo de los aspectos. Una de las cartas era de color gris, y estaba sellada con una marca de sera de una estrella de seis picos, otra era de color rojizo claro, casi naranja, y estaba sellado con una marca de será con dos serpientes enrolladas. La tercera era de color azul claro y estaba sellada con un sello en forma de cruz. Y la última, era de color amarillo, similar al color de las banderas del castillo, sellado con una marca de un lobo, y que parecía ser la carta más delgada de todas.
Volvió a sentarse en su lugar y colocó los sobres frente a los gemelos.
—Antes de partir a la batalla, su padre se tomó la molestia de dejar cuatro cartas a cuatro personas diferentes con su última voluntad y en donde también decía quien sería el próximo gobernante— explicó. Tomó entonces la cata gris —Esta carta es para el general supremo, en otras palabras, para mí— entonces la guardó en un espacio de su armadura —en ella contiene las ultimas órdenes militares, movimientos de tropas, retiradas, entre otras cosas—
Después tomó la carta de color rojizo.
—La segunda carta es para el ministro de salud del pueblo, que contiene las ultimas ordenes y decretos acerca de la salud de los pueblerinos, y que también trata el asunto de la plaga que está surgiendo en el sur del país cerca de las minas, entre otras cosas— guardó la segunda carta en el mismo lugar que la primera —La tercera carta— dijo mientras tomaba la carta de color azul —Es para el obispo, quien lidera a la iglesia de este país, tiene escrita las ultimas ordenes acerca de cómo será exhumado su cadáver, además de ciertas ideas de su padre acerca de lo que era Dios y la religión y otras blasfemias las cuales realmente no me interesan, entre otras cosas— guardó la tercer carta en donde estaban las otras dos—
Entonces tomó la última carta, la carta amarilla sellada con la imagen de un lobo. La única que no había sido abierta y vuelta a cerrar.
—Y la última carta, es para el próximo rey de este país— dijo mientras la extendía a una distancia justa entre ambos gemelos.
De una manera instintiva, ambos intentaron tomarla al mismo tiempo, pero fueron detenidos.
— ¿Pero qué es lo que hacen? ¿Acaso les he dicho que alguno de ustedes será el rey?—
Volvió a tomar la carta entre sus dos manos y luego la volvió a depositar en el mismo baúl de antes, cerrándolo con llave.
—Pero uno de nosotros dos tiene que ser el rey— le razonó Rin.
—Eso sin duda es cierto— le contestó con calma el general.
—Obviamente seré yo— dijo Len decidido.
— ¿De qué hablas?— Gritó Rin indignada —Yo soy la que nació primero, seré yo quien gobernará—
—Pero tú eres mujer, una mujer no podría gobernar sola— le respondió su hermano desde un punto de vista machista, común en su mundo.
—Ninguno de ustedes dos será el rey— intervino el general Salta.
Ambos permanecieron viéndolo, sin poder creer aun eso que acababan de escuchar.
—Riliane— comenzó a decir el hombre de mayor de cincuenta años —Eres una princesa inútil, mimada y caprichosa, no sirves para otra cosa que no sea la violencia absurda y tu autocomplacencia— Rin estuvo a punto de decir algo pero fue nuevamente interrumpida —Y apuesto que si tu gobernaras, terminarías hundiendo a este país en una depresión terrible, invadirías países inocentes y muy probablemente tu reinado acabaría en un golpe de estado y guerra civil—
La rubia solo bajó la cabeza y cambio su expresión a un profundo enojo, o quizás ¿tristeza? A lo cual Len solo rió.
—Y tu Allen— continuó —he visto mas auto respetó por una prostituta con lepra de un pueblo en hambruna que en ti durante toda tu vida— Len no pudo decir nada, aunque quería protestar, no salían las palabras de su boca —Tus concurridas aventuras de libertinaje son una vergüenza para esta nación, y de ser por mí, ya se te habría arrestado por actos contra la moral desde hace mucho—
Len y Rin permanecían callados, no porque no tuvieran argumentos para intentar defenderse, simplemente porque sentían que no tendría sentido hacerlo.
—Aun así, sus y por sobre mis opiniones, su padre tomo decisiones las cuales los incluían a ustedes dos, y es eso precisamente para lo que los llamamos— volvió a recargarse sobre su asiento a tomar un gran respiro.
— ¿Y entonces quien será el rey?— preguntó Rin intentando ver a los ojos a ese sujeto.
—En lo personal no me sorprendió bastante la decisión de su padre, aunque siendo honesto hubiera preferido una opción más… "rápida" por así decirlo— aclaró su garganta un poco y luego dijo —El próximo rey, según la última voluntad de su padre, será su hijo—
Ninguno de los dos pareció entender mucho de lo que se trataba todo ese asunto. Hasta que Len se levantó y gritó.
—No hay ningún problema, solo deme dos semanas y habré concebido al próximo rey— recargó sus manos sobre el escritorio, provocando una gran irritación y un tic nervioso en el rostro del general.
—De ninguna manera— protestó Rin —Mikuo me ha propuesto matrimonio, solo necesito la aprobación del consejo y podré casarme en menos de tres días, y podré dar a luz a un hijo en no más de diez meses— volteo a ver sonrientemente a Len mientras este solo la miraba con una expresión de sorpresa, mas por la noticia de que Mikuo se le había propuesto que por el resto.
En cuanto al general, el solo permanecía con una cara de incredulidad, dedicada al sobreestimado limite de estupidez de los gemelos, pues al parecer no habían entendido nada.
—No, idiotas— les contestó con enojo y alejándolos del escritorio, provocando que se sentaran los dos de nuevo —Me refiero a su hijo, suyo de ustedes dos— al parecer en esta ocasión les había comunicado mejor el mensaje, pues sus expresiones habían cambiado a una repulsión total, pero para no dejar ninguna ambigüedad —es decir, el próximo rey, será el hijo que ustedes dos van a concebir tan pronto como se casen, ¿entienden?—
La noticia no fue nada buena ni para Len, ni para Rin.
—Pero eso es imposible, no me puedo casar con esta estúpida niña mimada— se opuso Len, levantándose de nuevo para recargar sus manos en el escritorio.
—Y yo no quiero pasar el resto de mi vida con este degenerado infeliz— Gritó Rin intentando alejar su silla de la de su hermano.
— ¿Qué tiene de malo?— preguntó el general —Son un hombre y una mujer de la misma edad, no le veo nada por lo cual no podrían unirse— comentó con ironía.
— ¡Que somos hermanos!— gritaron los dos al unísono.
— ¿Y que tiene es de importancia? Las familias reales del viejo mundo lo hacen todo el tiempo para preservar pura la sangre de la realeza— razonó sin mucho interés —la sangre real se mantendrá intacta por al menos una generación mas, de hecho no sé porque nuestro reino no había recurrido al incesto desde antes— se cuestiono a sí mismo.
—Pero es algo que está mal— Le gritó Rin en cada momento más desesperada.
— ¿Por qué?— preguntó con simpleza sin necesidad de exaltarse.
—Va contra las normas de la sociedad civilizada, además de ser algo desgastante— objetó Len.
—De eso trataba la carta que me fue entregada a mi— contestó con ingenio el hombre, sacando de su armadura la carta gris —En esta decía que las leyes cambiarían para permitir el incesto, al menos en la familia real, como ven, las normas de la sociedad las imponemos nosotros la autoridad— respondió con ingenio —Además de que la carta también me daba permiso de reprimir cualquier oposición u opinión negativa a la unión tanto del consejo como del pueblo, así que no se tienen que preocupar de las opiniones negativas—
—Pero va en contra de la naturaleza— se opuso esta vez Rin.
—Por eso tampoco se preocupen— sacó de su armadura la carta rojiza —Su padre sabía la clase de personas que trabajaban para nosotros experimentando continuamente con la vida, y estaba seguro de que con el cuidado médico adecuado, no habría ningún problema con la salud del futuro rey, así que tampoco tienen que preocuparse porque su hijo nazca con cola de chancho— rió un poco y luego se dispuso a guardar las cartas en su armadura de nuevo.
—Pero eso va en contra de las leyes sagradas de Dios— volvió a objetar Len, ya sin saber que mas decir, pues él no era la clase de personas religiosas por voluntad.
—De eso tampoco se tienen que preocupar— contesto el general, sacando la carta azul de su armadura —En la carta dedicada al obispo, su padre razonaba y explicaba que una unión incestuosa no tenía nada de malo, y ordenaba a la iglesia que diera su bendición, aprobación y celebración para su unión, así que de eso tampoco tiene que preocuparse— acabó de decir y volvió a guardarse las cartas —Como ven, su padre lo tenía todo muy bien previsto, asó que no tienen nada en contra de ustedes, sino todo a favor—
Aun así, los gemelos no se iban a rendir tan fácilmente, no aceptarían un casamiento con la persona que mas odiaban en el mundo.
—No quiero pasar el resto de mi vida con esta escoria humana— se quejó Rin sin retenerse.
—Ni siquiera aguanto diez minutos con ella, sería una tortura casarnos a los dos— habló esta vez Len.
Después de eso, ambos comenzaron a insultarse mutuamente. Las faltas de respeto se arrojaban de una al otro sin guardarse ningún respeto, sin siquiera mantener ningún sentido, hasta que finalmente, acabaron con la paciencia del general.
— ¡Ustedes dos, cállense de una puta vez!— gritó con enojo.
Len y Rin detuvieron su discusión al instante y prefirieron sentarse en sus lugares, pues era bien conocido por todo el reino que el general supremo era capaz de degollar a un hombre con solo una espada en una mano.
—Toda su vida, su padre los protegió a ustedes dos, oró por ustedes, defendió la reputación que ustedes tiraban a la basura, pagó su educación y todos los demás gastos que ocupaban sus patéticos y ridículos caprichos, e incluso accedió a ir a la guerra después de que el reino de las tierras pantanosas amenazó con nuestra soberanía, no por orgullo propio, sino para protegerlos a ustedes, y aun así,— tomó un poco de aire —¿después de todo el sacrificio, no son capaces de hacer ni su última maldita voluntad siendo esta no más que decir un simple acepto?—
Se paró de su asiento y se recargo cobre el escritorio, mirándolos agresivamente.
—ustedes no tienen ningún poder ahora, son considerados solo nobles y harán lo que yo les ordene, ¿me entendieron?— aclaró con voz firme volviendo a tomar asiento.
— ¿Y si no oponemos?—preguntó Len sin levantar la voz.
—Pues en ese caso— se acomodó el cabello que se había movido al momento de gritar —Se les exiliará del reino, no sin antes de que se les hayan atado de los brazos con cadenas jaladas con caballos, y se les arrestará a ambos por los caminos más pedregosos de todo el reino, se les ondeará a los aldeanos de toda la tierra que se acomoden al lado de los caminos para que les lancen rocas y vidrios rotos para que corten su piel, y fruta podrida y excrementos para que infecten esas heridas—
"sería bueno probar ese castigo improvisado", pensó.
—Además de que al ser expulsados del reino, jamás se les permitirá volver a entrar, bajo pena de muerte— se acercó a baúl de nuevo y lo abrió, sacando esta vez una pequeña caja de madera.
Al abrir la caja, dejo ver tres pares de anillos, un par de bronce, uno de palta y uno más de oro. Tomó el par de bronce y lo colocó sobre el escritorio.
—¿Aceptan?— preguntó señalando los anillos, uno para cada uno — ¿o tengo que llamar a los guardias para que los escolten al calabozo por desacato?— les amenazó.
Len y Rin entendieron que esos anillos eran de pre—compromiso, una simple tradición de tres anillos un poco común en ese reino.
Ambos pasaron unos segundos sin decir nada, aparentemente esperando a que algo ocurriera que los salvara de un destino apenas mejor que el castigo.
— ¿Pero me nombraran rey y gobernaré?— preguntó Len, molestando a Rin por su insolencia.
—Una vez que se casen, serán nombrados rey y reina, aunque será solo un titulo por obligación, si, se les permitirá gobernar— una vez explicado aquello, ya no quedaba más que decir.
Rin acercó su mano al anillo del lado de Len, pero antes de tomarlo, dijo —¿Sabes Len? Siempre me he preguntado, porqué Dios me castigo ligándome desde el nacimiento a una escoria como tú, y la verdad, jamás he encontrado respuesta para eso, igual y solo estoy destinada a sufrir en esta vida— tomo el anillo y lo sostuvo entre sus manos —Pero si es por papá, aceptaré el infierno— luego de eso, se colocó el anillo de bronce en el dedo anillar izquierdo.
Len tardó un poco más en decidirse, pero al final acabó por aceptar su "tormentoso" destino.
— ¡De acuerdo!— gritó mientras acercaba su mano al anillo, pero antes de tomarlo dijo —Supongo que tener relaciones contigo es un poco menos peor que infectarme de lepra— luego de eso, tomó el anillo en sus dedos —Pero que conste, que esto solo lo hago para evitar que nuestra prima Neru se haga del reino— y lo colocó en si dedo anillar izquierdo, al igual que el de Rin.
Un par de aves cantaron por fuera de la ventana, llegando el sonido a los oídos de los gemelos.
—Muy bien, en ese caso…— el general tomó la caja de los anillos y la sostuvo en sus manos, para después levantarse y caminar alrededor del escritorio —la boda, será dentro de dos semanas, ¿escucharon?— aclaró para el horror de los rubios, solo dos semanas más de libertad —Pero antes, se realizará una ceremonia de compromiso ante el resto del consejo y con la presencia de un obispo, así que no saldrán del país hasta que se casen— y luego de eso, se dispuso a salir del despacho —Y por cierto— dijo al abrir la puerta —felicidades por su compromiso— y salió, cerrando la puerta tras de sí.
El despacho permaneció en mayor silencio, interrumpido únicamente por los petirrojos que se escuchaban en el jardín del castillo, llevados a ese hábitat hacía ya mucho tiempo.
Rin observaba el anillo en su mano con desilusión, pensando en Mikuo. Len solo permanecía callado, viendo el baúl—
—Solo para aclarar Riliane — dijo el rubio, sacando a su hermana de su trance —Tendremos sexo solo con motivos reproductivos— aclaró.
—De acuerdo Allen— concordó Rin con él.
Luego los dos se quedaron callados, sin moverse hasta que un par de horas después, el sirviente de Len les llamó para la cena, y que al igual que el general Salta, les felicito por su compromiso.
Ambos maldijeron a los mil demonios por su destino.
Fin del capítulo 1,
Notas finales: (editado) Solo para aclarar, este nuevo fic que les traigo, está inspirado en la saga del mal. Ojo, con esto no me refiero a que sea la misma historia de Rin siendo asesinada para que después resultase ser Len, y de Miku siendo la chica inocente y perfecta que enamora a todos. No, esta historia es mía, pero surgió a partir de que la saga del mal llegara a mi cerebro, es un universo completamente diferente, con personajes diferentes, actitudes diferentes, y situaciones diferentes, siento mucho si esperaban la misma historia de la hija del mal de siempre, esta no es, y no esperen a que sea igual. Lo siento
El tiempo y la locación de este fic no están especificados, pero supongo que son realidades alternas, aunque la época se ubicaría casi al final de la edad media previamente a la creación de las armas de fuego, y la locación en un lugar que no es de Europa. Simplemente un lugar y tiempo imaginario, quizá con algunas referencias un poco confusas a la realidad.
Ahora sí, se que alguno de los lectores(o todos) habrán detectado el cliché de la pareja que se odia pero al final se queda junta, pues tal vez esto sea algo parecido, pero quiero cambiarlo un poco, para que no sea tan predecible.
Además de que quería hacer lo opuesto al fic de "¿Cómo puede ser el amor algo malo?" en done Len y Rin son una pareja de hermanos que se aman y que desea casarse y tener un hijo, aun cuando la sociedad, la genética y la religión se opone a ellos, mientras que en esta, Len y Rin son una pareja de hermanos que no se quiere tanto, y que la autoridad, la religión y la sociedad les obliga a casarse y a tener un hijo. Me agrada variarle un poco ^_^
El personaje del general, es el mismo que decidí usar para el personaje del maestro, su nombre "Salta" es el nombre original del personaje que yo le di cuando lo cree en su primera historia original, hace como diez años de su creación, aunque no fue el primero de mis OC´s, no recuerdo porqué le puse ese nombre, ni de donde salió °3°, realmente no lo recuerdo.
Por lo demás, el fic, este fic es tan solo el prologo de la historia principal, la cual se llama "El príncipe del mal" el cual planea ser un long-fic, el cual no sé si escribiré o no. Pero por ahora los dejo con este fic, esperando a que les haya gustado, y a que lean las próximas partes.
Muchas gracias por leer, espero no haberlos aburrido, no sabía si subir esto, pero Isa no Tenshi me sugirió (obligó) a subirlo ^_^, dejen reviews si les gustó o si tienen alguna crítica constructiva, pues jamás he escrito algo del tipo de reino.
Que tengan un buen día, tarde, noche.
BYE_.—
P.D.: Detesté el LenxMiku, créanme, aunque en este fic, no planeo que Miku sea mala, solo algo diferente a la clásica damisela en apuros o la zorra malnacida (¿?)