Los personajes no me pertenecen si no a Stephenie Meyer y la historia es de Carol Townend solo adapto.

La Novicia Inocente

Capítulo 10

Jasper se quitó los guantes al entrar en Brandon Hall y saludó a Esme, que estaba cosiendo en la puerta, donde había más luz. Nada más entrar, Jane le ofreció una taza de cerveza. Él la aceptó y se acercó al fuego. Estaba empapado.

Jane le quitó la capa, la sacudió y la colgó en una estaca. Maurice entró también. Estaba solo, ya que Peter y su escudero se habían quedado en Winchester. Jasper no veía a su esposa por ningún sitio. Se quitó la espada y se sentó junto al ruego, preguntándose dónde estaba. Después de que Tihell lo hubiera informado de que algunos rebeldes se escondían en los alrededores de Brandon, necesitaba verla. ¿Dónde diablos se había metido?

Esme estaba concentrada en la costura, Herfu entró en la sala, miró a Jasper y se dirigió a la mesa.

—Esme, ¿dónde está Alice? —preguntó Jasper.

El ama de llaves levantó la cabeza.

—Ha salido, señor —contestó, y continuó trabajando.

—¿Ha salido? ¿Adónde?

—No lo sé. No me lo dijo.

Brian Herfu se aclaró la garganta y dijo:

—¿Sir Jasper?

—¿Sabéis dónde está, Herfu?

—No, señor.

—¿Herfu?

—Su esposa salió antes del mediodía, señor. Me hizo creer que acompañaría a los chicos del molinero al bosque, para que cortaran madera. Pensé que regresaría al cabo de una hora o así.

—¿Y…? —Jasper se puso en pie.

—Dos horas después, Le Blanc salió a buscarla. Él tampoco ha regresado.

—¿Ella se ha marchado? —preguntó Jasper. Eso era lo que había temido que sucediera desde el momento en que Tihell le informara de que habían seguido a Bella de Brandon hasta el valle. Entonces, ¿por qué se sentía como si se hubiera abierto la tierra bajo sus pies? ¿Por qué sentía esa fuerte presión en el pecho?

—Sí, señor —contestó Herfu.

—¿Estáis seguro de que se marchó voluntariamente?

—Sí, señor.

—Bueno, Maurice —dijo Jasper—, parece que Tihell tenía razón. Su hermana está por la zona.

¿Apostaríais a que mi esposa se ha reunido con su hermana y con los rebeldes sajones?

Maurice se acercó a Jasper y miró a Esme.

—No estoy seguro, señor. Aquella mujer sabe más, estoy seguro.

Jasper se dirigió hacia Esme.

—¿Dónde está mi esposa?

—No lo sé —contestó ella, mirándolo fijamente a los ojos.

Aquella mujer sabía algo. Jasper estaba seguro de ello.

—¿Herfu?

—¿Señor?

—¿Qué ha sucedido después de que me marchara a Winchester? Hacedme un informe completo. ¿Qué hizo mi esposa?

Brian tragó saliva.

—Nos mandó trabajo a todos. Puesto que ya ha hecho la matanza, Lufu y las mujeres quedaron encargadas de salar las piezas, la tropa de hacer letrinas nuevas, y Harold y Cari de recoger leña. Lady Alice me hizo creer que había ido a acompañarlos.

—¿Os hizo creer, decís?

—Sí, señor.

Cerrando los ojos un instante, Jasper se obligó a aceptar el hecho de que Alice había engañado a aquel hombre a propósito. Y si era así, su lealtad ya no era cuestionable. Ella lo había traiciónado. Un fuerte dolor se apoderó de él. Un dolor tan intenso como el que había sentido tras la muerte de María.

No podía ser. Había jurado que nunca volvería a sufrir por una mujer.

—Fue extraño, señor —Brian continuó hablando—. Después de que el bebé desapareciera.

—¿El bebé? ¿De qué diablos estás hablando?

Con un suspiro, Esme clavó la aguja en la tela y la dejó a un lado.

—Emmett, señor —se aclaró la garganta—. Se ha perdido esta mañana.

—¿Perdido?

—Lo han robado —dijo Esme—. Vuestros hombres no lo encontraron y, cuando dejaron de buscar, Lady Alice fue a buscarlo en persona.

Jasper se frotó la frente. No comprendía nada. Esme estaba demasiado tranquila. Ella debía saber a dónde se habían llevado a Emmett, y eso significaba que sabía dónde había ido Alice.

—¿Se ha llevado un acompañante?

—Sí, señor. Por decir algo —contestó Herfu.

—¿Por decir algo?

—Wat la acompañó.

—¿Wat? Santo Cielo… ¡Ese chiquillo no sirve de escolta!

—Señor, ya os he dicho que lady Alice nos hizo creer que permanecería por los alrededores.

—Maldita sea. A veces, Herfu, carecéis de sentido común.

—Lo siento señor. Hay algo más…

—Soltadlo.

—Lufu, la cocinera. Se ha esfumado.

—¿Otra vez?

—Sí, señor. Acabo de ir a la cocina y Tanya dice que no la ha visto desde hace más de una hora. Ella y su marido han estado salando la carne, solos. La mula del molinero tampoco está.

Jasper blasfemó y agarró la espada.

—¡Maurice!

—¿Señor?

—Buscadme una capa seca y preparadme el caballo gris. Y los dos negros.

—¿Vamos a salir otra vez, señor?

—Chico listo.

—¿Con las armas?

—Sí al yelmo y no a la malla. No quiero llamar la atención, por eso me llevo el caballo gris y no a Flame.

Maurice abrió la boca pero no dijo nada.

—¿Qué?

—Sir Peter no lo aprobaría, señor.

—Sir Peter no está aquí para dar su aprobación. Pero llevaremos las túnicas de cuero acolchadas. ¡Moveos!

—Sí. señor.

Jasper se dirigió a Esme, que estaba levantando a Rosalie en brazos.

—Vos, venid aquí, por favor.

—¿Sir Jasper?

—¿Sabéis adonde se ha ido Alice?

—Sé hacia dónde se dirigía, señor.

—Bien. ¿Dónde está vuestro esposo?

—¿Carlisle? Limpiando las pieles de oveja detrás de la cocina, señor.

—¿Carlisle sabe montar a caballo?

—Por supuesto, señor.

—Llamadlo. Será nuestro guía. Herfu, quedaos aquí y poned algunos hombres a vigilar.

—¿Esperáis problemas, señor?

Abrochándose el cinturón de la espada, Jasper salió detrás de su escudero.

—¿Cuándo aprenderéis, chiquillo? Cualquier cosa es posible.

Bajo la lona, abrazando a Emmett contra su pecho, Alice luchaba contra la desesperación. Nadie la miraba a los ojos. Sin rendirse, se aclaró la garganta.

—¿Alguien ha visto a mi hermana Bella? Edward me dijo que estaba aquí.

Al ver que nadie le contestaba, miró directamente al pastor.

—Gunni, ¿Bella está bien?

Gunni se encogió de hombros y la miró por fin.

—Lady Bella está bien. Ha salido a recoger leña para encender el fuego esta noche. ¿Bella recogiendo leña bajo la lluvia?

—Entonces, la veré pronto.- Gunni asintió.

—Sí, pronto.

En menos de diez minutos más tarde, una mujer entró bajo la lona. A pesar de que la estaba esperando, Alice tardó un momento en reconocerla. Estaba empapada, llena de barro y se había quitado el velo por completo, como una campesina.

—¡Bella!

—¡Alice! —se abrazaron con Emmett entre medias—. ¿No te han hecho daño? Hice que Edward me prometiera… —se calló y se quitó los guantes.

Alice se fijó en que estaban descosidos y sucios. También en que su hermana ya no llevaba las botas de montar que ella recordaba, sino unas botas de trabajo parecidas a las que ella había llevado en el convento.

—¿Qué? —le preguntó Bella al ver la expresión de su cara.

—Nada. Es sólo que… Estás muy cambiada. -Bella dejó de sonreír.

—Todos hemos cambiado.

—Es cierto.

Dejando los guantes a un lado, Bella llevó a Alice hasta el banco y miró al bebé que tenía en cazos.

—Me preguntaba si él te traería hasta aquí. Esperaba que…

—¿Qué? ¿Qué me uniera a vosotros? —Alice negó con la cabeza—. Éste no es lugar para nuestro hermano, Bella.

Bella suspiró.

—Por supuesto que lo sé. Es sólo que Edward puede ser muy persuasivo. Siempre cree que tiene la razón.

—Pues aquí tenemos un ejemplo en el que no la tiene —dijo Alice, y se calló al ver que su hermana le apretaba el brazo.

En ese momento, entró Edward.

Bella se puso en pie tan pronto que Alice frunció el ceño. ¿Su hermana tenía miedo de él? Después de verlos en Winchester, en la catedral, había pensado que eran amantes, pero empezaba a pensar que ella le temía…

—¿Habéis conseguido bastante leña? —preguntó Edward muy serio, y colgó el dedo pulgar del cinturón.

Alice se fijó en que tenía un arañazo en una mano, y que la sangre era bastante fresca.

—Sí.

—¿Y la almenara? ¿Habéis ido a ver cómo está?

—Sí. La cubierta está intacta, así que la madera está bastante seca. He metido astillas allí también, por si acaso.

—Entonces, venid aquí, muchacha, y dadme un beso.

¿Muchacha? Alice observó cómo su hermana besaba a Edward delante de todo el mundo. Y ni siquiera se había sonrojado. Quizá el mundo hubiera cambiado, pero su hermana había cambiado aún más.

Entre tanto, Alice se fijó en la herida que Edward tenía en la mano. No parecía un arañazo. Parecía un mordisco, y más bien, ¡un mordisco de humano!

Carlisle guió a Jasper y a Maurice hasta la colina desde donde se divisaba el refugio de Gunni.

—Allí está, señor, el refugio de Gunni.

Desde lo alto de la colina Jasper vio un grupo de piedras cubiertas con helecho seco. Un hombre vestido con cota de malla había llegado antes que ellos. Le Blanc. Estaba arrodillado junto al refugio, inclinado sobre el cuerpo de una mujer y cubriéndola con su capa.

Jasper se quedó sin respiración. Apenas podía mirar. No podía ser Alice, no podía ser…

A su lado, Carlisle exclamó:

—¡Lufu!

Al oír el nombre, Jasper se sintió aliviado. No se alegraba de que fuera Lufu pero, al menos, no era Alice. Necesitaba saber que estaba bien. Sus dudas acerca de si lo había traicionado o no, no eran nada comparado con eso.

Se fijó en que junto a la cabaña había un caballo y una mula. ¿La del molinero?

—¡Lufu! —Carlisle se bajó del caballo.

Le Blanc acariciaba la mano de la mujer. Ella tenía el labio partido, sangre en el cabello y un pómulo morado.

—Está viva, señor —dijo Le Blanc—, pero no se despierta.

Jasper le entregó las riendas a Maurice y corrió hacia allí.

Carlisle acariciaba la otra mano de Lufu y le hablaba con suavidad.

—Parece que la haya aplastado un rodillo —dijo Jasper al verla.

—Más o menos —dijo Le Blanc, y señaló hacia unas rocas—. Le han pegado. Yo lo vi casi todo desde allí detrás. No pude hacer nada, señor. Eran demasiados.

—¿Demasiados?

—Sajones. Me habrían…

—Más despacio, Le Blanc, para que Carlisle pueda entenderte.

—Señor —Le Blanc miró a Carlisle—. Siento que esté herida, pero ese hombre se movía como un rayo…

—¿Era sajón?

—Sí. Al principio pensé que era mentira, no se me ocurrió que pudiera pegar a uno de los suyos, y cuando me di cuenta de que era cierto, ya casi había terminado. Además, había otros con él. Me habrían matado y, aún así, no habría podido evitarlo.

Carlisle frunció el ceño.

—¿Habéis dicho que lo hizo un sajón?

—Había varios, si no habría intervenido, lo juro. Pero sólo uno de ellos hablaba con ella, y sólo uno le pegaba —negó con la cabeza—. ¿Qué tipo de hombre pegaría a una compatriota de ese modo?

—Debemos meterla en el refugio —dijo Jasper—. Está empapada. Lo que le faltaba es ponerse enferma.

—Lo he pensado —dijo Le Blanc—. Pero es posible que tenga las costillas rotas y no quería moverla.

—Si utilizamos el escudo y la capa como camilla para meterla en la cabaña, estará bien —dijo Jasper—. Tenemos que mantenerla caliente. Y alguien debería ir a pedir ayuda —Jasper se volvió hacia Carlisle y le preguntó en inglés—. ¿Es vuestra mujer la persona más adecuada para ocuparse de esto?

—En ausencia de lady Alice, sí.

—Bien. Llevemos a Lufu a la cabaña para ponerla cómoda, y después, Carlisle irá a buscar a Esme. Ella decidirá si Lufu puede regresar a Brandon en estas condiciones.

Entre todos, metieron a Lufu en la cabaña. Dentro había poca luz, pero en un lado había un colchón de brezo. Colocaron a Lufu sobre él.

Después de que Carlisle se marchara hacia Brandon, Jasper le pidió a Le Blanc que se quitara la cota de malla.

—Dejad aquí el yelmo también —dijo él—. Yo voy a dejar el mío —Jasper prefería que si los sajones los veían los confundieran con cazadores.

—¿No será mejor esperar a que regrese Carlisle?

La idea de que Alice estuviera en manos de la bestia que había pegado a Lufu aterrorizaba a Jasper.

—No tenemos tiempo —dijo él—. Pero me llevaré a Maurice en lugar de a vos, si preferís quedaros con Lufu.

Le Blanc negó con la cabeza. Había luchado con Jasper en Bretaña y en Normandía, y no estaba dispuesto a cederle el puesto a un simple escudero.

—No, señor. Yo soy su hombre.

—Maurice, quedaos con la mujer.

—No la dejaré sola, señor.

A medida que los caballos subían hacia Seven Wells Hill, la lluvia comenzó a cesar. Una vez en la cima, se estremeció. Se estaba dejando guiar por el instinto, así que dedicó un par de minutos para ubicarse y pensar qué hacer. Abajo se veía el bosque por el que habían cabalgado desde Brandon. Detrás, hacia el norte, estaba Winchester con sus tierras cultivadas. Hacia el sur se veían los territorios de South Downs, y aunque ese día estaba nublado, en un día claro se podía ver el mar que él había cruzado.

—Echadle un vistazo a esto, señor.

Jasper miró hacia donde indicaba Le Blanc.

—¡Una almenara! —Le Blanc había subido a una zona plana y con hierba que había en lo alto de la colina. Inclinándose hacia un lado, sacó la espada y removió unos trozos de hierba que formaban un montículo en el medio. Al retirarlas, Jasper vio que camuflaban una lona bajo la que había un brasero de metal. Le Blanc levantó la lona con la espada. El brasero estaba lleno de astillas y listo para encender.

Era probable que la última vez que lo hubieran encendido fuera cuando la flota del duque William fuera divisada al este del Narrow Sea. En el lugar en el que estaba, la almenara de Seven Wells sería visible desde la mayor parte de Wessex…

—¿Creéis que todavía se utiliza? —dijo Jasper—. ¿Le Blanc?

—¿Señor?

—Encendedla. Arrojad hierba mojada sobre ella para que eche mucho humo y regresad a Brandon galopando. Traed a Herfu y a todos los hombres que podáis.

Le Blanc pestañeó.

—Pero, señor, los rebeldes sajones verán el humo y os perseguirán.

—Exacto —Jasper gesticuló con el brazo para señalar la vasta extensión de tierra de su alrededor—. Mirad, Le Blanc, si no la prendemos, podríamos estar buscando el campamento toda la vida. Con esto, los encontraremos enseguida.

—La encenderé, señor, pero no os dejaré solo. Seguro que Maurice verá el humo. Él dará la alarma.

—Serán más que nosotros.

Le Blanc se encogió de hombros.

—No obstante, no os dejaré solo.

Alice levantó la lona una pizca. Edmund estaba afuera, discutiendo con Edward.

—Es imposible, os lo digo —Edmund hablaba con exasperación—. ¡Hay tantos muertos! Y los que han quedado con vida han huido o no tienen autoridad.

—¿Qué hay del viejo Morcar de Lewes y de Sirward Carson?

—Acabáis de dar en el clavo, Edward. Son viejos. Ambos caminan tambaleándose, y lloran por sus hijos caídos en la batalla. Estáis loco si pensáis que pueden mostrar autoridad… —al ver a Alice, bajó la voz.

Alice no pudo escuchar el resto.

Suspirando, ella se acercó a mirar a Emmett. El bebé estaba a punto de dormirse, y tenía una gota de leche en la comisura de los labios.

—Gracias a Dios que has encontrado a Joan —murmuró Alice, dirigiéndose a Bella—. De otro nodo, no podríamos dormir en toda la noche. Sólo espero que podamos mantener a Emmett en un sitio caliente —de manera impulsiva, abrazó a su hermana—. Te quiero.

Bella se volvió con los ojos llenos de lágrimas.

—No se suponía que fuera a ser así —susurró ella—. Yo…

—¡Edward! —gritó un vigía—. ¡Prisioneros!

Alice se puso en pie al instante. «No… ¡No!».

Llevaban cuatro caballos al campamento. «Gracias a Dios», pensó Alice al ver que los hombres llevaban barba. Eran sajones. Flame no estaba entre los caballos. Se sintió aliviada. Sólo eran los hombres de Edward que regresaban para pasar la noche. No había prisioneros. El vigía se había equivocado.

De pronto, Alice se fijó en que dos de los caballos sí llevaban monturas con perilla en la parte delantera, como las de los caballeros. Se quedó de piedra. Sus compatriotas consideraban que los caballos eran demasiado valiosos como para ponerlos en peligro durante la batalla, y sólo los utilizaban para el transporte. Y puesto que los sajones luchaban a pie, no tenía sentido que llevaran esas monturas…

Entonces, lo vio. Jasper. Sintió que le daba un vuelco el corazón.

Jasper y otro hombre iban en la parte de atrás y les habían puesto una soga al cuello. Pero eso no era lo peor. También les habían puesto unas ramas para inmovilizarles los brazos. El hombre que iba al lado de Jasper era George Le Blanc. Ambos llevaban la ropa llena de barro y ocultaban su rostro agachando la cabeza.

Gimoteando, Alice agarró a Bella del brazo y la sacó del refugio de lona. Gunni las siguió en silencio.

Uno de los hombres del campamento desató la cuerda que ataba a Jasper y a Le Blanc a la perilla de su silla y se la tiró a Edward.

—He encontrado a un par de descarriados junto a la almenara —dijo, y se bajó del caballo con una sonrisa—. Pensé que os gustaría sacarlos de su miseria.

Alice trató de acercarse, pero Bella la agarró del brazo y la miró, negando con la cabeza. Ignorándola, Alice se liberó y avanzó un poco. Tenía que acercarse a Jasper. No había otra opción.

La luz de las antorchas iluminaba su cabello mojado. «Jasper, mírame», suplicó ella en silencio. «Permite que vea que no estás herido». Y entonces, mientras uno de los sajones le murmuraba algo a Edward, Jasper levantó la cabeza y una de las antorchas iluminó su rostro.

Alice sintió un nudo en el estómago. Habían pegado a Jasper. Tenía un ojo hinchado, y los pómulos manchados de algo negro que podía ser sangre, o barro. Tenía los brazos estirados, atados a la rama con tanta fuerza que le habían hecho sangre en las muñecas. Mirándola, esbozó una sonrisa y pronunció su nombre.

—Alice.

Edmund murmuró algo a Edward y miró a Jasper. Al ver que él entornaba los ojos, Alice supo que Jasper se había percatado de que Edmund no tenía la pierna herida.

—Bella —susurró Alice—. Dame el cuchillo de comer.

—¡No seas tonta!

Alice se contuvo para no enfadarse. ¿Qué podría hacer una chica con un cuchillo de comer? Pero no podía quedarse mirando cómo…

—Edmund me ha dicho que sois sir Jasper Whitlock —dijo Edward, hablando en inglés—. El héroe de Hastings y nuestro autoproclamado amo y señor —miró a George Le Blanc—. Éste debe de ser uno de vuestros Bretones. ¿Sólo uno? Qué extraño, había oído que teníais toda una tropa. ¿Cómo es que no habéis traído al resto? ¿Los demás han desertado?

Jasper movió la cabeza para retirar un mechón de pelo que se le había puesto delante del ojo, pero las ramas que le inmovilizaban los brazos le hicieron perder el equilibrio y tropezó.

Alguien se rió. Alice cerró los puños con fuerza.

—¿Os habéis tragado la lengua? —preguntó Edward—. ¿O es que no me entendéis?

—Os entiendo —contestó Jasper en inglés.

—Mi hombre me ha dicho que caísteis en sus brazos como un viejo amante —dijo Edward, y se cruzó de brazos—. ¿Y por qué?

—Vengo en busca de mi esposa.

A Alice se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¿Vuestra esposa? —preguntó Edward con incredulidad—. ¿Venís en busca de lady Alice de Brandon?

—Sí.

—Mentiroso… Creéis que podéis engañarme. Os envía el cuartel de Winchester. Sabemos que habéis estado allí esta mañana. Habéis venido para intentar descubrir dónde hemos escondido la plata.

—No, pero decidme dónde está y estaré encantado de enviar el mensaje.

—¡Gunni!

—¿Edward?

—Nuestro invitado no parece darse cuenta de que tiene un serio problema. Explicádselo, ¿queréis?

Gunni se arremangó y cerró los puños. Alice agarró a Bella, y cuando Gunni se disponía a golpear, se encogió y cerró los ojos.

—¿Así que vos sois Gunni? —preguntó Jasper—. ¿El pastor?

Gunni golpeó a Jasper en el vientre y él se dobló hacia delante. Al caerse, un extremo de las ramas golpeó en el barro, provocando que se arrodillara.

A Alice se le encogió el corazón. ¿Cuántos golpes habría soportado en la colina?

—¿Sois el hombre de Lufu? —dijo Jasper. La sangre se deslizaba por su rostro.

—¿Lufu? —Gunni se detuvo cuando estaba a punto de darle una patada en las costillas—. ¿Qué pasa con Lufu?

—Se pondrá bien —tomó aire y continuó—. O eso creemos.

Agarrando a Jasper de la túnica, Gunni lo puso en pie.

—¿Qué queréis decir con que creéis que se pondrá bien?

—Le Blanc la encontró —hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas—. Junto a la… En el refugio. Creo que ésa es la palabra. Vuestro refugio, o eso me dijeron. Estaba inconsciente.

—¡Mentiroso!

Jasper negó con la cabeza.

—La han golpeado y está en peor estado que yo.

De pronto, Gunni soltó a Jasper y se volvió con cara de terror.

—¿Edward? Brun dijo que habíais ido en esa dirección. ¿Visteis algo extraño?

—No.

—Edward, ¿vos no…?

—Por supuesto que no —dijo Edward—. Lo hizo el franco maldito.

—¡No! —soltó Alice—. ¡Jasper nunca haría una cosa así! Pero vos… tenéis un mordisco en la mano.

Edward se acercó a ella y la miró.

—¿Es un blando?

—Ni mucho menos —dijo Alice—. Pero no es tan cruel. Jasper hizo que castigaran a Lufu por perezosa, pero sólo la puso en el cepo. Jamás le habría pegado. Ninguno de ellos lo habría hecho. Pero vos… Vuestra mano es la prueba de que lo habéis hecho.

Bella se quedó boquiabierta y Alice se percató de que Gunni no era el único que estaba mirando a Edward con incredulidad. La expresión de Bella y de Edmund debía de parecerse mucho a la suya. Edward había sido el guardaespaldas de su padre, pero ya no era el hombre honrado de siempre. Se había convertido en un tirano.

—¿Brun? ¿Stigand? —Edmund llamó a dos hombres que estaban junto al fuego—. Vosotros acompañasteis a Edward. ¿Qué tenéis que decir?

Los hombres miraron a Edward y no dijeron nada. Su silencio lo condenó.

—¿Edward? —Edmund agarró la empuñadura de la espada.

—¡Santo cielo! ¿No creeréis su palabra sobre la mía? El maldito bretón está tratando de dividirnos. Gunni, continuad.

—Lo hizo él —dijo Le Blanc, mirando a Edward—. Yo… ¿Cómo se dice? Yo lo vi.

—¡Sois un bastardo, Edward! —dijo Gunni, y le propinó un puñetazo que lo tumbó. Gunni miró a Jasper—. En mi refugio, ¿dijisteis?

—Sí.

Gunni se montó en un caballo y se marchó, salpicando barro a su paso. El resto permaneció en silencio un instante. De pronto, Alice sintió algo frío en la palma de la mano. El cuchillo de Bella.

—¿Bella? —pero Bella estaba mirando a Edward como si fuese un bicho raro.

Sin pararse a pensar, Alice corrió hacia Jasper. Nadie trató de detenerla. Al llegar junto a él, le acarició el pómulo golpeado y el ojo hinchado.

Él le dedicó una media sonrisa. Entonces, ella comenzó a cortar las cinchas de cuero con las que lo habían atado a las ramas.

—De prisa, princesa —murmuró Jasper, al ver que alguien se acercaba.

—Lo sé, lo sé —pero tenía los dedos entumecidos por el frío, y el cuero se resistía. Además, tenía miedo de cortar a Jasper.

—Dejadme —dijo una voz detrás de ella. Era Edmund, con Gurth a su lado…

Desesperada, Alice agarró el cuchillo de Bella.

—Gurth, sujetad las ramas con fuerza —dijo Edmund. Gurth se colocó detrás de Jasper.

—Edmund, no —se quejó Alice.

Edmund sonrió y, por un momento, Alice vio al Edmund de antes. La persona que había conocido en su infancia. Edmund sacó el cuchillo y, al instante, Gurth recogió las ramas y las tiró al suelo.

Jasper dejó caer los brazos y palideció cuando sus extremidades recuperaron el riego sanguíneo. Alice le agarró la mano y la colocó en su hombro. Jasper se agarró a ella y, de pronto, a pesar del barro y del frío, parecía verano.

A Le Blanc también lo liberaron. Él se quedó de pie, frotándose las muñecas y mirando a Edward, que estaba tumbado en el barro con Stigand apuntándolo con la espada en el cuello.

Edmund envainó el cuchillo.

—Os he acompañado hasta aquí, Edward. Recorréis caminos que no me gustan. Lufu… —se frotó el rostro—. No deberíais haberlo hecho. Lufu es una de las nuestras..

—Esa mujerzuela habla demasiado. Había que callarla.

—Pero dejarla sangrando e inconsciente, ¡con este tiempo! No, Edward, eso no estuvo bien.

Stigand permitió que Edward se incorporara sobre un codo. Estaba sangrando por la nariz.

—Entonces, Edmund, vais a aliaros con el nuevo señor de Brandon?

—No he dicho tal cosa, pero he terminado con vos.

—¿Y qué haréis conmigo? ¿Me entregaréis a los francos, para que puedan colgarme de la horca más cercana?

Bella se llevó la mano a la boca. Alice se acercó a ella. A lo lejos se oían pisadas de caballos, procedentes del camino de Seven Wells Hill.

—Decidíos —dijo Edward, limpiándose la sangre de la nariz—. El bretón ha debido dejar rastro en el camino para que lo encuentre su caballería. Escucha, nos han encontrado.

—Maldita sea, Edward, sois como un hermano para mí. No quiero veros muerto —Edmund hizo un gesto a Stigand y éste envainó la espada—. Adelante… Marchaos.

Los caballos cada vez estaban más cerca. Edward se puso en pie, agarró un caballo y se montó en él. Antes de salir, le ofreció la mano a Bella.

—No es la vida que esperaba, amor mío, pero ¿me acompañarás?

Bella dio un paso atrás.

—Yo… Yo… ¡no! Lo siento, Edward. Yo… No puedo —corrió hasta el refugio de lona con lágrimas en las mejillas.

Edward se quedó boquiabierto.

—¿Bella? ¿Bella? —salió tras ella, pero Edmund agarró la brida del caballo.

—Marchaos, si apreciáis vuestra vida. ¡Ya casi están aquí!

Edward señaló a uno de los hombres que estaban junto al fuego.

—Azor, ¿venís conmigo?

—Sí —el hombre agarró un caballo y se montó en él.

—¿Eric?

—Me quedo con Edmund. Cuando se trata de golpear a nuestras mujeres… —Eric negó con la cabeza.

Edward miró a hacia donde se había marchado Bella por última vez y golpeó al caballo con los talones. Azor y él avanzaron hacia el norte, mientras los últimos rayos del sol iluminaban la copa de los árboles.

Momentos más tarde, Carlisle y Brian Herfu entraban a galope en el campamento. El resto de la tropa iba detrás.

Las velas iluminaban la buhardilla de Brandon Hall y los braseros hacían que Jasper entrara en calor. Desnudo hasta la cintura, después de haberse lavado, se sometía resignado los cuidados de Maurice.

Naturalmente habría preferido que hubiera sido su esposa quien le cuidara las heridas, pero Alice estaba en el piso de abajo cuidando de Lufu. Él sólo tenía un ojo morado, cortes y golpes. Al cabo de unos días estaría curado.

—Daos la vuelta, señor —dijo Maurice. Metió los dedos en un ungüento y lo extendió por el hombro de Jasper.

—No soy un caballo —dijo Jasper, quejándose porque Maurice lo hacía con brusquedad.

—Lo siento, señor.

—¿Qué diablos es eso que me habéis puesto?

—Su esposa dijo que reduciría la hinchazón. Tiene árnica. Sí, eso es lo que ella dijo.

—El árnica no olía así cuando mi madre la empleaba. ¿Con qué diablos está mezclada? ¿Con grasa rancia?

Se abrió la puerta y, al ver a Alice, Jasper sonrió.

—Es grasa de ganso, junto a otras cosas, y no está rancia —dijo ella, y sonrió también. Se acercó a Maurice y le quitó el bote de las manos.- Gracias, Maurice. Ya termino yo.

—Espero que no creas que voy a dejar que me pongas eso en la cara —dijo Jasper.

—¿No? ¿Crees que estropeará tu aspecto? —dijo ella—. Créeme, no podrías estar peor.

—Creo que sobreviviré.

—Sin duda, gracias a Dios —le agarró la mano y le acarició los dedos antes de aplicarle el ungüento en la muñeca.

Jasper la miró y sintió una presión en el pecho, además de un cosquilleo en la entrepierna. Ella no tenía ni idea de… Ya no era una mujer virgen, pero su inocencia permanecía intacta. No tenía ni idea de lo que provocaba en él. La deseaba. Y siempre la desearía. Pero quería algo más que su cuerpo, quería su corazón, su alma. Su intención no había sido que sucediera aquello. Temía sufrir.

Sin embargo, la amaba y deseaba que ella lo amara también. Igual que con María. Peor que con María. Aquello no debía suceder. A pesar de que ella había salido en su defensa, él todavía no se había ganado su confianza. ¿Cuál era el problema?

Nadie se lo había confirmado, pero Emmett tenía que ser su hermano. Si Alice se lo confesaba, él sabría que se había ganado su corazón y su confianza. Y, sí, su corazón era lo que él deseaba. Había dejado Bretaña en busca de una nueva vida, confiando en escapar de los viejos recuerdos. Nunca había imaginado que encontraría un nuevo amor en Wessex.

—¿Cómo está Lufu? —preguntó Jasper.

—Igual que tú, azul y morada. Me temo que tiene una costilla rota, así que la he vendado. Debe de haberse caído y golpeado la cabeza con una piedra, por eso estaba conmocionada, pero no está demasiado mal.

—Gracias a Dios.

—Sí. Bella y Esme la cuidarán por la noche —levantó la cabeza y sonrió—. Y Gunni, por supuesto. No se despega de su lado. Todo el mundo ha venido a verla. El padre Aelfric, Wat, Harold, Cari… Todo el mundo. Nuestra gente se alegra de tenerla con vida entre nosotros.

«Nuestra gente. Nuestra gente». Jasper se estremeció al sentir que la esperanza lo invadía por dentro. Ella continuaba curándole las muñecas. Él le acarició un mechón de pelo e inhaló su aroma. Alice. Su esposa.

—¿Y tú hermana? —preguntó él—. ¿Qué va a hacer?

—No estoy segura. Edmund se ha ofrecido a ayudar a Vladimir y a Tanya a construir una casa nueva en Winchester. Puede que ella vaya a vivir con ellos durante un tiempo.

—Puede quedarse aquí. Igual que Edmund.

Alice negó con la cabeza.

—No lo hará. De momento. Puede que más tarde, cuando los recuerdos se hayan disipado —dudó un instante y se calló.

—¿Sí?

—Nunca te dirán dónde está la plata. Ni siquiera me lo dirán a mí.

—Lo sé. Supongo que la tendrá Edward. Alice, no me importa la plata.

—¿De veras?

—De veras. Edward lucha por una causa perdida. Un cofre de plata no cambiará las cosas.

—Entonces… ¿Es cierto que no planeas entregar a Edmund al comandante del cuartel?

Jasper negó con la cabeza y le soltó el mechón de pelo.

—Ya he dicho que puede quedarse aquí si está dispuesto a jurarme lealtad.

—Con el tiempo, quizá —suspiró Alice.

—¿Princesa?

—He hablado con George Le Blanc mientras le curaba las heridas. Me contó cómo os capturaron.

—¿Y?

—Dice que atrajisteis a los rebeldes con el humo de la almenara. ¿Por qué?

Jasper se encogió de hombros y se volvió. No quería que ella viera lo que albergaba su corazón. No estaba preparada. Y quizá nunca lo estuviera.

—Espera, Jasper —dijo ella, agarrándole el otro brazo y aplicando ungüento sobre él—. ¿Por qué querías atraer su atención? ¿Pensabas que George y tú solos podrías defender vuestros intereses en Wessex?

Alice estaba concentrada en la muñeca de Jasper. Él se percató de que su respuesta era importante para ella. Sujetándola por la barbilla, le dijo:

—Alice, tal y como le dije a Edward, fui a buscarte.

—Sí, recuerdo que eso es lo que dijiste. ¿Pero te pusiste en peligro de muerte por mí?

—Fui a buscarte —le retiró el bote de la mano y la rodeó por la cintura—. Eres lo más importante para mí —dijo él, y la besó en la frente.

—¿Lo soy?

—Sin duda. Me gustaría decirte que tenía un plan para recuperarte, pero mentiría —negó con la cabeza—. Cuando regresé de Winchester y descubrí que te habías marchado, pensé que me habías traicionado.

—Estabas enfadado —dijo ella, apoyando el rostro en su pecho. Lo abrazó y él sintió que una ola de deseo recorría su cuerpo, haciendo que olvidara el dolor de las heridas.

—Sí, pero cuando nos encontramos con Lufu sólo quería encontrarte antes de que Edward te tratara de la misma manera. No tenía ni idea de qué iba a hacer cuando llegara al campamento. Sólo sé que corrí como un loco. Vaya estratega, ¿eh?

—Me alegro de que corrieras —dijo ella—. Bella y Edmund se dieron cuenta de que Edward se estaba convirtiendo en un monstruo.

—¿Y yo soy un monstruo para ti?

—Sabes que no. Te tengo mucho cariño. -¿Cariño? Jasper se sintió decepcionado, pero trató de disimular. ¿Siempre sería considerado un invasor?

—Ese comentario se merece un beso —dijo él—. Espero que te guste besar a un bretón feo con un ojo morado.

—Sí, siempre que se llame Jasper Whitlock.

—Qué suerte —dijo él, y sonrió antes de que sus labios se encontraran.

Fue un beso largo. Ella separó los labios y sus lenguas se acariciaron. Después, ella llevó las manos a la cinturilla de sus calzones y, sujetándolo por el trasero, lo estrechó contra su cuerpo. A Jasper se le escapó un gemido. Ella no tenía ni idea… Cuando se movía así él deseaba sentir sus senos sobre su pecho desnudo. Deseaba…

Sin aliento, se retiró y miró hacia la cama.

Ella se sonrojó y soltó una risita.

—Sí, es tarde ¿verdad?

Sonriendo, él la guió hasta la cama y comenzó a quitarle el velo.

—Es tarde. Es hora de que me demuestres lo mucho que te has encariñado conmigo.

Ella se retiró una pizca, sin mirarlo a los ojos.

—Jasper, hay algo…

—¿Mmm?

—Sobre Emmett.

Él se quedó de piedra. «¡Sí! ¡Dímelo!»

—Él… Él… —se separó de Jasper—. Jasper, dices que soy importante para ti, pero tengo que decirte algo que te hará enojar.

—Lo dudo.

—No, te enojará. Mira, te he mentido sobre Emmett.

—Lo sé.

—Él es mi hermano.

—Lo sé.

—No es el hijo de Esme, sino mi hermano… ¿Qué has dicho?

Jasper le agarró la mano y se la llevó a los labios.

—Lo sé. Lo sé todo. Lo descubrí hace algún tiempo.

—¿Y no estás enojado? ¿No has pensado en mandarlo fuera de aquí o en…?

—¿Matarlo? —Jasper frunció los labios—. Espero que sepas que nunca haría daño a un bebé.

—Lo sé… Sí, lo sé. Eres un buen hombre… ¿Si no cómo iba a amarte? Es sólo que…

Jasper sintió que se le aceleraba el corazón y la agarró por los hombros.

—Dilo otra vez.

—¿Qué?

—Eso de que me amas.

Ella lo miró a los ojos con timidez.

—Te quiero. Pero ya te lo había dicho…

—Dijiste que me tenías cariño —tragó saliva—. El cariño no es amor.

—Lo sé. Pensé que preferirías oír eso. Me doy cuenta de que nunca podré reemplazar a María, pero…

Jasper apoyó la frente sobre la de ella y se rió.

—Oh, cariño, por supuesto que no reemplazarás a María. No, no te vayas… -la detuvo cuando vio que comenzaba a alejarse- Escucha. María era María, y tú eres tú. Pero no creas que no te quiero. Te amo, Alice. Nunca dejaré de querer a María. Era parte de mí, pero de mi pasado. Tú formas parte de mi presente. Mi futuro. Te has convertido en la esposa de mi corazón. Cuando no estás conmigo deseo verte. Cuando estás conmigo… —sonrió—. Ya sabes lo que quiero hacer.

Ella lo miraba con ternura.

—¿En serio? ¿No sólo es amor carnal?

—En serio. Te quiero —la mirada de sus ojos hacía que se derritieran los huesos. Alice, su princesa…

—Tu hermano vivirá aquí —dijo él—. Y cuando sea mayor, si lo desea, lo educaré para que se convierta en escudero. Después… —se encogió de hombros—. El resto dependerá de él. Hará lo que quiera con su vida.

—Oh, Jasper —ella le ofreció los labios—. Bésame.

Él la estrechó entre sus brazos y la besó, saboreándola, y preguntándose cómo había podido vivir sin ella.

—Otra vez ese cosquilleo —murmuró ella.

—¿Cosquilleo?

Ella se llevó la mano al vientre.

—Aquí. Cuando me besas siento un cosquilleo…

—¿Y es agradable?

Alice le acarició la mejilla.

—Lo es. Y a veces, cuando me tocas… —suspiró—. Es muy extraño.

Él sonrió y le quitó el cinturón.

—A mí me pasa lo mismo —contestó mientras ella le desataba la cinturilla.

—¿De veras? Pues debemos ser muy raros. ¿Jasper…?

—¿Mmm?

—Dime que me quieres una vez más.

—Alice, te quiero. Eres el sol y la luna para mí. Eres mi alma… ¿Te basta con eso?

Sonriendo, ella se dejó caer en la cama y tiró de él.

—Bastará… De momento. —Estremeciéndose de placer mientras ella le acariciaba la espalda, Jasper señaló la vela de la mesilla.

—¿Quieres apagar la vela?

—No, amor mío. A partir de esta noche no habrá más secretos oscuros entre nosotros.

Sonriendo, él la abrazó y la besó de forma apasionada.

FIN

Auuu ya acabo T.T… una historia muy bonita y sin violencia, pobre Bella aunque Edward la amaba, pudo mas el poder que el amor, si si ahora Edward salió de malo jajajaja…