Sess: ¡Hola mundo que tiene la facultad de respirar el mismo aire que yo! Les tenemos un nuevo fic.

Shade: Se nos ocurrió una noche mientras leíamos un manga i oíamos algunos soundtracks y canciones de The Birthday Massacre y The Midnight Society. ¿Por qué esa música triste y tétrica? Porque ese fic será así, triste y tétrico, al menos los primeros capítulos.

Advertencias: +18 - 21. Escenas bastante gráficas de abuso, violaciones, muertes y descuartizamientos. Elementos y temas de oscurantismo y brujería. Lenguaje fuerte y blásfemo. No apto para personasde criterio sensible.

Dedicado a Ronny Ramos, mi querido esposo, ateo declarado y empedernido, quien suele tomar mis accesos de brujería con sano humor, pero siempre acompañándome de todos modos. (Actualización 2017).

Disclaimer: Vocaloid es propiedad de Criptón y Yamaha Corporation. Las Sagas Evil (The Servant of Evil) y Seven Sins (The Madness of Duke of Venomania) tampoco son nuestras sino de Mothy (Como me cae mal ese sujeto -.-")


Servant of Venomania

Created by Shade Shaw Reilly and SessKagome4Ever


"Siervos, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los injustos."

1 Pedro, 2:18.

"Criados, enemigos pagados."

Refrán criollo.

Las leves haces de luz del mortecino sol era lo único que más o menos iluminaba aquel desolado paraje; aun a la temprana hora, una densa neblina grisácea había rodeado el lugar y la temperatura había descendido bastante. Era un día sumamente triste para el pintoresco pueblo montañoso de Asmodín, que ya estaba empezando a sufrir las consecuencias del otoño, con las últimas cosechas del verano ya empezando a perderse. Algunas veces se oía, distante, el sonido de los cuervos y urracas sobrevolando los amarillentos campos de trigo, ya convertidos en maleza podrida a donde quiera que se mirase.

El joven Len Kagamine corría por el largo paraje sin pavimentar del bosquecillo que se alejaba del pueblo y conducía al hogar del señor feudal de toda esta tierra y también, su amo: Gakupo Kamui, el Duque de Venomania, un hombre joven de larga cabellera morada, heredero de un cuarto de millón de libras. Corría tanto como sus piernas se lo permitían. Si llegaba tarde otra vez, su amo podría castigarle y ya había tenido suficiente con los dos puntapiés que le propinó en la espinilla cuando había olvidado echarle azúcar a la taza de té una tarde.

Pronto divisó los ventanales de una edificación extremadamente lujosa y bien cuidada, medio oculta entre el bosque y un lago, lo que la hacía difícil de ver, a no ser que lo vieras desde las montañas. Era un pequeño castillo de piedra blanca y techos color malva, coronada con una gran torre del campanario, residencia de los Duques de Venomania desde hacía más de tres siglos. Len sacó una llave y abrió la alta verja negra que custodiaba un amplio y elegante jardín lleno de cedros y rododendros, entre los cuales paseaban ufanos pavos reales y faisanes. Subió las escalerillas de piedra y abrió la pesada puerta. Entró al vestíbulo con las suelas de las botas llenas de barro y con flato en un costado, como si tuviera un cuchillo enterrado entre las costillas, pero no podía esperar a que se le pasara.

El oscuro vestíbulo, apenas iluminados con velas apostadas en la pared, estaba tapizado de una lujosa tela morada oscura. Finalmente penetró en una enorme sala, también tapizada de la misma tela morada, con una chimenea tan grande como para asar un buey; en las paredes había cientos de objetos bañados en oro y plata, cuadros exquisitos y tapices. En un amplio sillón, de espaldas a él y observando el fuego alegremente crepitar, descansaba Gakupo, con la cabeza apoyada en una mano y con los ojos cerrados, como si aparentara dormir.

―Casi llegas tarde... otra vez.

―Le ruego que me perdone, mi señor―respondió Len haciendo una reverencia―, tenía que hacer un recado a...

―Sí, sí... Ya sé a dónde estabas, sirviente―le interrumpió Gakupo con aburrimiento―; Pero eso no justifica que llegues tarde... Lo descontaré de tu sueldo―Sentenció mientras tomaba una copa de vino a medio llenar y la vació de un solo sorbo―; ¡Ah, sí! Len: prepárame a Luka y a Miku para esta tarde ¿quieres?―Le pidió a Len, sonriendo de manera... morbosa. Los ojos azules del sirviente se ensombrecieron―. Ya puedes retirarte.

―Sí, señor...―repuso Len haciendo otra reverencia y retirándose a otra habitación. Bajó las escalerillas de madera que daban a la parte más baja de la casona, donde refugiadas en sus habitaciones, estaban las "huéspedes"... para traerle a su amo las mujeres que deseaba para hoy.

Len Kagamine ya llevaba cuatro años cumplidos sirviendo en esa casa; y en esos mismos años aprendió a obedecer sin rechistar ni hacer preguntas a su amo, aunque siempre se guardó para sí, desde lo más profundo de sus entrañas, una disimulada y muy bien justificada aversión:

El Duque Gakupo Kamui, bien podría parecer un señor feudal como cualquier otro de su época, pero tenía un oscuro y retorcido secreto que hizo que Len se santiguara muchas veces: En el sótano de su casa albergaba una escalofriante cantidad de mujeres, a las cuales el Duque hechizó de alguna manera, formando así su propio harem, cual sultán o jeque árabe de alguno de los cuentos de Las mil y una noches. Había mujeres de todas las clases y de todas las edades... todas usando una vestimenta parecida: un ligero vestido amarrado al cuello, que dejaba al descubierto sus brazos y piernas... así como sus pechos; decoradas con rosas de diferentes colores, para deleite del señor. Cada día y cada noche, Gakupo escogía a la que se le antojara, llevándose de a una, de a dos... de a cuatro e incluso hasta más, conforme le gustaran y le apeteciera, y para cuando terminaba de poseerlas y divertirse todo lo que quisiera, la dejaba por otra... Así siguió hasta entonces, con cada semana apareciendo otra mujer inocente para caer en las garras de Gakupo, mientras que en el pueblo la gente se preguntaba con absoluta desesperación que habrá sido de ellas. Nadie sospechaba del él, por supuesto, pues este, astutamente se hizo ver a la vista del pueblo como un justo y agradable señor feudal, carismático y generoso. Que farsa, señores.

El trabajo de Len como criado incluía preparar a las jóvenes que el Duque apeteciera para ese momento y llevarlas hasta él; y luego, después de que su amo se halla hartado, las devolvía a sus habitaciones. Era un trabajo horrible y desagradable, pero Gakupo logró silenciar a Len, dándole una cantidad extra a su bolsa de libras mensual, o bien empezaba a insinuarle sutiles amenazas de despido... Era en esos casos que Len dejaba de hacer preguntas y callaba...

...Porque en realidad, Len no tenía ningún lugar a donde ir.

Sus padres habían muerto de la pandemia de viruela que azotó Asmodín hace casi cinco años. Casi no recordaba (Ni quería recordar) esa época, en la que se olía y veía por todas partes la enfermedad, y diariamente cinco o seis cadáveres eran arrojados a fosas comunes del ya abarrotado camposanto. En esa misma epidemia su madre y su padre cayeron postrados en cama, cubiertos de horribles pústulas oscuras, jadeando y delirando por una fiebre altísima y finalmente sucumbiendo a la muerte... Jamás pudo entender de donde había provenido esa enfermedad y por qué se había llevado a sus progenitores, pues él no era más que un niño asustado, tratando inútilmente de consolar a Rin, su hermana gemela, quien lloraba tanto como él. Después de un penoso funeral colectivo, los hermanos Kagamine fueron llevados al orfanato del pueblo, donde vivieron con los otros niños y las monjas cerca de un año. Después de un tiempo, llegaron noticias: Len fue, por decirlo así, "adoptado" por el Duque Kamui de Venomania, quien lo apadrinó y le dio trabajo como mayordomo en su castillo, mientras que Rin consiguió por la Hermana Kaiko, una beca para el Conservatorio Criptón, ubicado en la región de Enbizaka, a más de 5000 kilómetros de Asmodín.

El día de la despedida fue muy triste. Len ignoraba cuanto tiempo duró abrazando a Rin, pero no le importó, pues quería conservar su esencia siempre con él. Rin lloró acurrucada en su pecho, pidiéndole que jamás la olvidara y que se mantuvieran en contacto. Len se lo prometió con un beso en la frente y dándole el guardapelo que su madre le había dado antes de morir, que tenía dentro una foto diminuta de los gemelos y al costado, en relieve, las palabras: "Anima mea tua est" (1)

Hoy, cuatro años después, Len sentía la misma sensación de vacío y abandono que en el primer día. Se sentía incompleto sin Rin, sin su hermosa sonrisa, su naturaleza solar, su actitud algo mandona pero generalmente dulce, el olor a naranjas maduras que solía despedir y su risa de reguero de frutas... Esperaba con ansias la siguiente carta. Eso es porque desde su partida, Len y Rin se enviaban cartas de una región a otra, contándose como la pasaban y dejando en claro lo mucho que se extrañaban. Esta mañana, había aprovechado su salida que su amo le daba una vez por semana de la casa para ir al pueblo, para dejar a la oficina de correos la siguiente carta:

Querida Rin:

Espero que estés bien.

Aquí en Asmodín no se ha acabado el otoño y ya tengo que andar con la chaqueta y la bufanda puestas, porque si no parezco una estatua de cera; me muero de envidia: allá en Enbizaka debe de ser mucho más cálido que aquí.

¿Cómo te va en el Conservatorio Criptón? En tu última carta dijiste que tuvieron una gran presentación de la Historia del Mal. Sé que tuviste el papel estelar como la Hija del Mal, Rillianne Lucifen. Estoy muy orgulloso de ti. Hubiera dado un brazo para ir a verte y oírte cantar, mi princesa.

¿Cuánto hace que no nos vemos? ¿Cuatro años? A mí me parecen cuatro siglos. Cuatro siglos eternos sin verte sonreír ni comerte una naranja o tan simplemente abrazarte y reír contigo... te extraño muchísimo, hermanita.

Espero con ansias la promesa del Duque de Venomania de dejarme tiempo libre esta primavera para ir a visitarte, tanto así que ya tengo ahorrado cerca de 1000 libras para el largo viaje. ¡No puedo esperar para divertirnos!

Te quiere con toda su alma,

Tu hermano Len.

Cada vez que Len dejaba la oficina de correos, se le escapaba el mismo gesto triste. Siempre se quedaba mirando los flamantes carruajes de los ricos y mercaderes que entraban y salían sin cesar por las enormes puertas de Asmodín... ¡Oh, cuanto daría por tomar alguno de esos carruajes e irse a la tierra de mercantes y artistas que era Enbizaka, para entrar al Conservatorio Criptón, navegar entre las diferentes muchachas hasta hallar finalmente a Rin y estrecharla entre sus brazos...!

...

Hacía un ventoso día. Las mujeres estaban desayunando dulces manjares en el comedor. Gakupo no había salido de su habitación todavía. Len pasaba la escoba por el salón-estudio de su amo, una habitación agradable, llena de libros aquí y allá. Al sirviente le gustaba mucho esa habitación, ya que podía pasarse las horas libres (que no eran muchas), leyendo alguna obra que le llamase la atención, después de haber limpiado: María de Francia, Guillermo de Aquitania, Juan XXII, Dante y Petrarca, y muchos poetas famosos más... Era de esa manera que pasaba el invierno en la casona, pues cuando era primavera y verano, a Len le encantaba pasearse por la caballeriza del amo, sacar alguno de los corceles (siendo su favorito, un fuerte y brioso macho de color pardo y crines oscuras, con una línea blanca en la frente y quien era quien mejor podía manejar, a quien bautizó "Innovador" (2)) y dar una rápida vuelta por el bosquecillo.

Len marcó cuidadosamente la página de una obra del Duque Guillermo IX de Aquitania (3) que lo tenía atrapado y que comenzaba así:

Del amor no puedo hablar,

Ni siquiera lo conozco,

Porque no tengo el que quiero...

Me ha pasado siempre igual,

De quien amo no gocé,

Ni gozo ni gozaré...

Esos poemas lo hacían pensar en Rin, sentada en un tronco, cantando una hermosa nana... Lo que incrementaba su nostalgia y sus ganas de estar con ella. Pasó el trapo por la mesa de trabajo de su amo, en la que se veía una pila de papeles ordenados. De pronto notó una hoja manuscrita doblada, asomada en una enciclopedia... La sacó, la alisó y la acercó a la vela.

Mi querido Len,

¿Cómo has estado? Yo también te he extrañado, ¡y mucho!

El conservatorio es extremadamente aburrido. Solo hay reglas, reglas y más reglas. Extraño esos días en que le jugábamos bromas a mamá y a papá disfrazándonos de la misma manera para provocarles dolor de cabeza. Aquí ni siquiera puedo deslizarme por las barandillas de las escaleras sin que alguna de las institutrices me regañe.

Pero ya no importa. ¿Sabes por qué? ¡Estoy de vacaciones! Aprovecharé estas navidades para ir a verte en ese castillo donde trabajas; ¡Ya quiero ver que tan grande es y ver en que podemos divertirnos! ¡Me muero por verte, hermanito!

Te quiere con todo el corazón,

Rin Kagamine.

Len se quedó extrañado. Aunque estaba muy feliz por tener una carta de su hermana, había algo que no encajaba: "Aprovecharé estas navidades para ir a verte..." ¿Cuándo Rin envió esta carta? Revisó la parte superior de la carta y se quedó helado: ¡La carta fue escrita dos semanas antes! Si sus cálculos eran correctos, (y no podía equivocarse, pues era bueno en matemáticas), considerando que el Conservatorio estaba a 10 días de Asmodín en un carruaje veloz, Rin... ¡debió de haber llegado ayer!

― ¡Rin!― exclamó Len, muerto de alegría―, ¡Rin está aquí!

Len corrió por todos los corredores del castillo, abriendo las puertas de cada una de las habitaciones, solo encontrando a las demás amantes del Duque, pero no había rastro de Rin; echó un vistazo a los jardines y no había señal de ella. Esperó en la puerta por varias puertas... y nada. Después de varias horas, Len empezó a sentirse abatido y desanimado. Quizás se había equivocado de fecha, se decía mientras se recostaba en la pequeña cama de su habitación, sin dejar de pensar en su hermana, pero entonces...

― ¡Len!―Escuchó la voz de su amo, desde el interior de su habitación―, ¡ven aquí! ¡Necesito un té!

"El amo me llama" pensó Len levantándose de su jergón y abriendo la puerta. A continuación fue a la cocina y sirvió una bandeja con tazas de té y una jarra de leche.

Subió otra vez las escaleras, pero ya llegando a la mitad, de repente se detuvo, pensando en la carta de Rin, con expresión abstraída. Ahora, si ese sobre era para Len... ¿por qué estaba entre los papeles del Duque en su despacho...? Y también, ¿por qué el Duque no ha salido de su habitación desde anoche...? Le llegó un horrible presentimiento, imposible de explicar. Un escalofrío le atravesó la espalda, como si una ventisca helada lo hubiera golpeado. Corrió rápidamente hasta el umbral de una puerta de caoba labrada que estaba cerrada. Con el corazón a mil y la respiración casi detenida, Len abrió la puerta...

Era una habitación inmensa, con amplios ventanales cubiertos de pesadas cortinas de color malva. La estancia estaba casi oscura, excepto por unos cuantos cirios de iglesia enormes que estaban apostados en la mesa de noche y en otros puntos. A un lado estaba una tremendamente enorme cama de color oscuro, con doseles transparentes en el techo al estilo medieval, completamente echados a un lado, revelando su interior. En la cama estaban...

La bandeja del té cayó al suelo, rompiéndose en pedazos las tazas y la jarra, derramando el líquido por toda la alfombra.

Su hermana Rin, una frágil muchacha de catorce años, casi idéntica a Len, de pelo rubio y enormes ojos azules, estaba acostada boca abajo en la cama, completamente desnuda y bañada en sudor, jadeando pesadamente, con los ojos cerrados. Su cabello rubio caía desordenado a un lado de su cara, cubriéndole el rostro, mientras una mano de largos dedos y uñas moradas le acariciaba de forma indolente: Era Gakupo.

Len se quedó clavado en el suelo, completamente tieso, incapaz de creer lo que estaba viendo. Su... su adorada hermanita, a quien juró proteger de todo y de todos, hasta con su vida, ante el lecho de muerte de sus padres, se había convertido en otra adquisición de la colección del Duque... Y eso lo probaba la sangre presente en las blancas y revueltas sábanas, revelando su antigua condición de virgen... Ahora arrebatada.

Rin... ― susurró Len, al borde de la absoluta desesperación―. Rin, no... No...

― ¡Sirviente inútil! ¡Arruinaste mi alfombra Axminster de 60.000 libras!―exclamó Gakupo―. ¿Sabes cuánto costaba, mocoso? ¡Ni vendiéndote al triple de tu cabeza lograrías conseguir suficiente dinero para comprar una! Bueno... ― se pasó la mano por la cara y cambió su expresión de rabia a una sonrisa cruel, al ver la desolada cara del rubio―: Te presento a tu hermanita, Len. Tuve la suerte de leer su última carta. Hace como... ocho horas que ha llegado a verte, y... bueno, semejante preciosidad apostada en mi puerta no podía desperdiciarse, ¿sabes...? Ahora retírate, ya que arruinaste mi merienda. ¿Continuamos, mi Rinny...?

―Sí, amo...―musitó Rin con voz ahogada, mirando a Len con placidez, pero él no la reconoció en lo absoluto. Su voz y sus ojos no eran los mismos: Había caído víctima del hechizo del Duque―. Tómame... tómame...

Todo sucedió en cámara lenta. Len salió corriendo de ese cuarto, con las lágrimas inundando sus mejillas y cayendo al suelo en su despavorida carrera... Entró en su habitación, cerrándola de un portazo, temblando de pies a cabeza. Aun desde allí se oían, los gemidos amortiguados de Rin y los desagradables jadeos de Gakupo, al poner sus asquerosas manos en la delicada piel de su gemela, profanándola, manchándola, envileciéndola... Rin ya no es Rin: Se ha convertido en otro de los títeres vivientes del Duque de Venomania, a su completa disposición y para su maligno placer...

Caminó hasta el manchado y viejo espejo de cuerpo entero que estaba junto al armario. Vio su reflejo en él: Un delgado y enclenque muchacho de catorce años, de tez lechosa, ojos azul zafiro y cabello rubio alborotado, largo y recogido en una cola de caballo con una cinta. Usaba un típico traje de criado: una camisa blanca, chaleco y pantalón de color oscuro y una corbata amarilla, manchados de polvo y de grasa. Su otro yo onírico le devolvía la misma expresión que él poseía: una mezcla de... horror, estupefacción, espanto, ira, rabia, dolor... y celos.

Cerró los ojos un momento, tratando de controlar la pedregosa respiración y los violentos latidos. Al volver a abrirlos, su gemela estaba al otro lado del espejo, donde brillaba el relicario en su cuello, sonriéndole. Len le devolvió suavemente la sonrisa... estiró la mano para posar las temblorosas yemas de los dedos en la superficie lisa del espejo, a la altura de su blanca y frágil mejilla, casi sintiéndolo de verdad... su media sonrisa se transformó en una mueca de conmoción al aparecer súbitamente Gakupo detrás de Rin, abrazándola por detrás y lamiendo su cuello. La muchacha cerró los ojos y suspiró fuertemente, echando la cabeza hacia atrás...

― ¡NOOOOOOO...!―chilló Len con voz desgarradora, golpeando violentamente la superficie del espejo con sus puños, así resquebrajándose y cayéndose a pedazos al suelo, desapareciendo así la horrible imagen, volando fragmentos rotos en todas direcciones. Len cayó de rodillas ante el destrozado espejo, presa de los espasmos, temblando violentamente, apretándose sus manos que sangraban profunda y copiosamente, ahogándose vivo en sollozos y lágrimas...

―Rin... Rin... Rin...―pronunciaba su nombre una y otra vez, sin poder creerlo―. ¿Por qué...? ¿Por qué, Dios, Santa Madre, por qué...?

Len sollozó sin descanso ni consuelo, durante horas, encogido como un niño pequeño, jurando ver que en cada uno de los fragmentos rotos y salpicados de sangre del espejo a su alrededor, se reflejaba la infernal cara de su amo, riéndose de él...

To be continued...

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Author's Note:

(1) "Mi alma por la tuya", en latín.

(2) Innovador es el nombre del corcel que Len posee en la canción-parodia de "La Hija del Mal", "The Prince of Evil", siendo lo que sería la yegua Josephine para Rin. [Link: watch?v=-3V_yr5q68g]

(3) Guillermo IX de Aquitania es el más antiguo poeta francés que escribió en romance vulgar en la Francia del Siglo X. El poema puede encontrarse a su vez en el primer tomo de Los Reyes Malditos: El Rey de Hierro.