Sorpresa! Mucho más rápido de lo que seguro imaginaron ( bitch , mucho más rapido de lo que yo misma imaginé). La verdad que empece a escribir anoche y terminé hace nada, sorprendida de lo rápido que salio este capítulo. Muchas gracias por la buena onda. La vedad que siento mi primer intento de fic han sido muy pacientes y la buena onda que me han mandado sin duda me ayuda a querer continuar. Ojalá los pasos dado hayan sido certeros, estoy nerviosa. Bueno nada, espero que les guste, siempre es lindo cuando me lo hacen saber.
Happy Ending´s Issues - Part Two-
Sucede que vivir como la pareja de Sherlock no era tan diferente a lo que ya hacía de todas formas. Ellos no cambiarían de un día para otro y descubrir eso fue bueno. Todavía el detective le arrastraba a Scottland Yard y a las escenas de crimen sin consideración a lo que John estuviera haciendo (no es que se resistiera de todas maneras), aún pasaban cinco minutos frente al cadáver antes de que Sherlock encontrara un responsable, tres de esos cinco minutos eran usados para insultar a Anderson por supuesto. Sally Donovan todavía les llamaba "freaks" y hacía comentarios jocosos sobre la naturaleza de su relación.
John continuaba trabajando y faltando a sus horas de clínica cuando un caso era más importante, Sherlock tocaba el violín a deshoras, sus silencios eran largos e ignoraba a su compañero por largos periodos. Mycroft todavía se aparecía por el departamento abriendo las pequeñas batallas intelectuales entre los chicos Holmes. Si Mycroft sabía algo sobre el nuevo arreglo en su relación, se callaba su opinión, cosa que en verdad John agradecía. Sin embargo los momentos en que se sintió observado silenciosamente por el hermano mayor de Sherlock aumentaron porcentualmente.
No se habían vuelto a tocar.
Teniendo en cuenta la naturaleza de su arreglo uno podría pensar que es lo primero que cambiaría entre ellos. El apasionado Sherlock prácticamente ciego de lujuria que John había conocido aquella noche no había vuelvo a mostrarse. El que permanecía junto a él era el mismo detective consultor de siempre, brillante, analítico, insufrible, que alternaba sus periodos maniacos con el aburrimiento crónico, su mayor enemigo después de Jim Moriarty (a veces le quitaba el primer puesto). A ratos John buscaba con la mirada en aquel sujeto algún rastro del Sherlock que se había abalanzado como bestia en celo sobre él. Los primeros días una impronta dentaria perfectamente marcada sobre su cuello y hombro eran las únicas señales de la existencia de esa criatura mítica. Cuando las estudió frente al espejo del baño la mañana siguiente gimió indignado, el maldito prácticamente podía hacer reconocimiento forense de la identidad de Sherlock con esas "marcas amorosas". Pero la piel empezó a sanar y unas semanas después la garganta de John estaba cubierta por la pálida de siempre. Sin la evidencia física y con las memorias cada vez más borrosas del acto en cuestión, John empezó a dudar. ¿De verdad aquello había sucedido?
Dormían juntos y se habían besado. Probablemente la única señal, aparte de los papeles bajo la calavera, de que el trato había sido efectivo. De hecho fue el mismo Sherlock quien le recibió un día al regreso de la clínica con la noticia de que la mayoría de las pertenencias de John habían sido mudadas al cuarto de Sherlock, o como era conocido ahora, el cuarto. Uno solo para ambos. Su cuarto.
- ¿Sherlock por qué mis camisas no están en su lugar? Y mi laptod... ¿La confiscaste otra vez? - Preguntó John bajando por las escaleras provenientes de su habitación, con una pequeña nota de indignación en su voz.
Sherlock se encontraba en el salón, precisamente frente a la ventana, vestido en su bata azul sobre el pijama y apuntando a los transeúntes londinenses con su dedo índice simulando una pistola.
- Ah... ¿Pretendiendo otra vez que disparas a la gente? Sherlock eso puede no ser muy politico. ¿Lo sábes verdad?
- Estoy aburrido.- murmuró continuando con su fantasía de snipper. - Míralos John, tan pequeños y aburridos en sus pequeñas y aburridas rutinarias existencias...
- Ya. Claro. ¿Dónde están mis pertenencias?
Sherlock se volvió a mirarlo y señaló con un gesto de cabeza en dirección a su propia habitación. Sin comprender del todo John hizo el camino hasta el cuarto y encontró que ahora varias de sus propiedades se disponían armoniosamente mezcladas con las de Sherlock. Revisando el armario y los cajones halló su ropa. ¡Incluso había librado el cajón de las placas petri! Aquello era bastante considerado para los estándares de su compañero, reconoció John gratamente sorprendido.
Entonces estaba el cuarto, de ambos, donde dormían juntos aunque a destiempos. John que era el más ordenado con sus horarios de sueño, siempre era el primero en ir a la cama. Lograba dormirse rápidamente y unas horas después Sherlock le seguía. Por lo general Sherlock se acostaba después y se levantaba antes, pero John siempre estaba consciente de cuando esto pasaba. Su sueño era ligero y aunque reconocía en su compañero los intentos por meterse sutilmente a la cama, el siempre despertaba con el movimiento de las sábanas y el cambio de peso en el colchón. No le molestaba despertarse, porque cuando Sherlock finalmente se acostaba uno de sus propios puntos en el arreglo entraba en vigencia. No estaba del todo seguro de como proceder pero fue más fácil de lo que imagino en un principio. La primera noche John despertó y en la oscuridad encontró la silueta de Sherlock acomodando la almohada y jalando de las sábanas acaparadas por el doctor.
- Humm, lo siento.- Susurró con voz adormilada, cediéndole más sábanas.
Sherlock se cubrió casi hasta la cabeza y se giró sin decir una palabra, dándole la espalda. Permaneció observándole, sus ojos se fueron acostumbrando a la poca luz permitiéndole ver como las sábanas se adherían a los músculos de la espalda, los sutiles relieves de las vértebras, sus párpados pesados fueron entrecerrándose cuando escuchó a su compañero hablarle.
- Fui a Oxford. - Murmuró Sherlock, pero lo suficientemente alto como para darse a entender con claridad.- Licenciatura en química. No me gradué sin embargo.
- ¿Por qué? - preguntó John, con genuina curiosidad. Aún de espaldas Sherlock se encogió de hombros y hundió su rostro en la almohada, amortiguando el sonido de su voz.
- No lo necesitaba.
- ¿Aburrido. Soso. Predecible?- Inquirió el doctor soltando una risita.
John no había podido ser testigo de cuando una de sus comisura de estiró en una media sonrisa satisfecha.
- Buenas noches, Sherlock.- Deseó John y se giró hacia su propio costado.
- Buenas noches, John.- murmuró en respuesta.
Y así durmieron, espalda con espalda y separados por los suficientes centímetros como para jamás sentir el contacto mutuo.
Con los días las pequeñas charlas de almohada se volvieron la muestra más evidente de que su arreglo seguía vivo. Así supo que solo la madre de Sherlock seguía viva y que para su sorpresa, residía en Francia. Mummy, cuyo nombre verdadero era Dauphine Holmes, gozaba de excelente salud y un importante reconocimiento tanto en la sociedad británica como francesa en el campo de la colección de arte. De hecho ella descendía de una larga extirpe de coleccionistas de arte, con lo que su familia ya había amansado una pequeña fortuna antes de que uniera a William Abadie Holmes, terrateniente inglés. Que la familia de Sherlock por parte materna tuviera una raíz francesa tan fuerte resolvió algunas dudas en su compañero.
- Ahora entiendo porque cuando duermes balbuceas cosas en francés.- Comentó con satisfacción John una noche. Sherlock y él conversaban en la oscuridad, acostados sobre sus espaldas con la vista en el techo de la habitación.
- Yo no hago eso.- Espetó el detective girándose y descansando su peso en el codo, tratando de encontrar el rostro de John en la oscuridad. No lo veía con detalles pero lo escuchó reírse socarronamente.
- Claro que sí, te remueves y me despiertas así que tengo que escucharte balbucear cosas que creo son amenazas en francés y verte babeando la almohada.
- ¡No babeo la almohada!- La risita irónica creció hasta ser una franca risa de burla.- ¡Et vous ronflez comme un mammouth John Watson!- gritó Sherlock.
Se hizo un silencio en la habitación. John intento aguantarlo pero fue insoportable, estalló en una risa que le hicieron doler las costillas y le cobró todo el aire en los pulmones. Sherlock con las cejas fruncidas en un gesto de indignación fue todo lo que vio en la oscuridad antes de escuchar una segunda risa haciéndole coro.
- No... tengo... idea de lo que... lo que acabas de decir.- Logró articular con dificultad entre risas y la falta de aire.
- Oh John no puedo creer que en verdad no sepas nada de francés. - Dijo Sherlock intentando aplacar sus risas, no lográndolo del todo.
- Fui a Francia una vez en un viaje escolar hace demasiados años Sherlock, y sobreviví dignamente conociendo una única frase.
- ¿Cuál?
-Je ne comprands pas, je suis anglais. - Murmuró con una sonrisa descarada. Esta vez fue el turno de Sherlock para reír alto dejándose caer sobre su espalda sobre la cama junto a John.
Las risas cómplices por chistes estúpidos seguían igual, eso nunca cambiaría entre ellos. ¿Por qué tienes una tabla periódica en la pared? Quiso John saber una noche. Ya la había visto un par de veces, pero no fue hasta que se mudó a la habitación que había pensado conscientemente en ella. Era una tabla grande, simple, pero no lo suficientemente hermosa como para fines decorativos. No podría tener un fin práctico, John apostaba su Browning L9A1 a que su compañero sabía la tabla periódica de memoria. La razón de la misma, le explicó Sherlock esa noche, fue conservar la única cosa que tomó de su antigua sala de estudio en la mansión Holmes. Cuando se marchó para vivir solo se llevó unas pocas cosas de su casa, la tabla periódica y el cráneo de su esqueleto de cuerpo completo entre ellos. En parte por motivos sentimentales (Sherlock no lo puso así, pero John no podía dudarlo) y principalmente por irritar a Mycroft.
Había aprendido judo y baritsu en su adolescencia, después de una paliza recibida por unos compañeros de la academia. Si estaba decidido a continuar con esa vida de meterse en problemas, mejor saber defenderse. Entre parcas y antiguas anécdotas escolares Sherlock dejó entrever que no había tenido amigos durante su juventud. Lo más cercano a uno fue un muchacho en la universidad, Victor, que según las palabras textuales del detective era "afectuoso" con él. Aparentemente Sherlock había llegado a respetarlo y hasta acostumbrado a su presencia, Victor sonaba a un buen sujeto, deslumbrado por la inteligencia del menor de los Holmes y con más paciencia que el resto de los que le rodeaban por entonces, lo suficiente como para tolerar los hábitos particulares de Sherlock. Sin embargo las intensiones del muchacho iban más allá. Un tarde en el laboratorio de la universidad acorraló a su Sherlock y lo besó. No mucho después Victor Trevor salió de su vida.
- Había tenido la impresión de que nunca besaste a nadie. - Confesó el rubio al terminar la historia. Demasiado tarde sin embargo, pues Sherlock ya se había quedado dormido como para escucharlo.
O al menos es lo que John creyó antes de girarse y dormir el también. Ellos no se habían vuelto a tocar desde ese primer beso que sellara el acuerdo. El ex militar recordaba como había jalado a Sherlock hacia si, presionando sus labios contra los del detective y que como resultado el hombre más joven se quedara totalmente tieso. Sus músculos tensos y su boca apretada, sin devolverle la caricia. Se separó y cuando lo miró, Sherlock tenía los ojos muy abiertos por la sorpresa, parpadeaba confundido y buscaba en la expresión de John algo que delatara el motivo. "¿Por qué hiciste eso?" parecía preguntarle sin palabras. Pobre de respuestas el doctor se marchó a la cocina para preparar té. Sin volver a mencionar el asunto Sherlock atrajo su celular y comenzó a mandarle mensajes a Lestrade, exigiendo casos. Ninguno habló del asunto.
Un día de casos viajaron a Cardiff para investigar el triple homicidio de la familia Donoso, la evidencia había sido recolectada por la policía del lugar antes de que ellos llegaran, sin que Sherlock pudiera echarle un vistazo a los elementos más importantes de la investigación. Unas cuantas llamadas a Lestrade y la policía local accedió a compartir las piezas de evidencia como así también permitir el ingreso del detective consultor y su compañero a la morgue a primera hora, antes de que los cuerpos fueran llevados para ser velados. Por lo tanto tuvieron que pasar la noche ahí, alquilaron una habitación en un hotel cercano a la estación de policía (si la gente no hablaba antes, ahora lo haría cuando descubrieran que no necesitaban de dos camas) y compartieron lecho como todas las noches anteriores, esta vez Sherlock no durmió para nada pero se mantuvo acostado a su lado, como si velara su sueño.
- Si he tenido la experiencia previa de besos.- Declaró repentinamente y John tuvo que hacer un esfuerzo para entender como eso se relacionaba con las hipótesis del caso, tema que minuto antes habían estado desentrañando.
- Oh... bien.- Contestó automáticamente. Luego lo pensó mejor y frunció el ceño, confuso.- Espera. ¿En serio?
- Por supuesto que sí John.- Respondió, quizás más bruscamente de lo necesario, mientras rodaba los ojos y cruzaba de brazos.
- Oh... ¿Víctor y yo?
Sherlock asintió mirándolo fijo, como si lo desafiara.
- E Irene Adler.- Pronunció lentamente.
La Mujer. Pudo haber nombrado a Anderson en su lista y la idea no sería más repelente. La señorita Adler le provocaba malestar, siempre lo había hecho. John sabía exactamente la razón, sobre todo ahora, ella le causaba celos. La Mujer había sido la única persona capaz de ocasionar en Sherlock lo más parecido a una alteración emocional. Lo había escuchado tartamudear frente a ella en el salón de su casa cuando la desnuda fémina admitió que le atraían los detectives, la emoción que pretendía ocultar cuando recibía uno de esos mensajes de texto. Todavía recordaba la navidad en que la pensó muerta, la tristeza de sus melodías. Pero por sobre todo, el final de su relación, confesado tiempo atrás, se había arriesgado y ninguna célula terrorista en Karachi fue capaz de evitar que la salvara. Sin embargo era ahí donde se perdía el rastro, ellos no se habían comunicado nuevamente. "Las mejores historias de amor, señor Holmes, son las que terminan antes de comenzar". Fueron las palabras que Irene pronunció frente a Sherlock, antes de tomar el beso pendiente y huir.
No estaba seguro de cuales eran las intensiones de Sherlock, él sabía cuan celoso le ponía el que nombrara a La Mujer, pero cualquiera fueran, John no le daría el gusto de que lo viera perturbado. Simplemente se sentó en la cama y buscó la mirada desafiante de su detective. Sherlock no tenía idea.
Se reclinó y ahuecó la palma de su mano sobre la mejilla del más joven. Imprimiendo con su pulgar pequeñas caricias se acercó más, quedando a unos pocos centímetros de su boca.
- No es lo mismo, Sherlock. - murmuró sin dejar de verlo a los ojos, hoy azules, que alternaban entre la mirada de John y sus labios ansiosamente.- Dejarte besar a dar un beso. Pero no te preocupes, vas a aprender. - Sentenció, depositando un casto beso en su mejilla antes de apartarse y volver a acostarse, como siempre, dándole la espalda.
- Buenas noches, Sherlock.
- B-Buenas noches... John.- musitó en la oscuridad de la habitación.
El caso de Cardiff fue más intenso de lo que esperaban, al menos un ocho, confesó Sherlock con un tono lúgubre pero demasiado emocionado (no es decente, había dicho la señora Hudson). Ambos se habían exigido hasta los limites de su resistencia física e intelectual durante el proceso, pocas horas de sueño (ninguna en el caso del detective), pequeños y esporádicos almuerzos, correr de un sitio para otro, luchar contra la frustración de una burocracia que obstaculizaba la evolución de la investigación (la policía local de Cardiff se adjudicaba el caso pero Scottland Yard quería tomarlo debido a que la evidencia mostraba que el asesino podría ser el mismo de un antiguo caso que era de su jurisdicción). John se encontró más solicitado en ayuda que otras veces, siempre que estaba desocupado descubría a Sherlock mirándolo fijamente como si buscara su atención. Cuando el blogger le preguntaba si necesitaba ayuda, sorprendentemente Sherlock le respondía que si y le daba alguna tarea. Revisando las copias de los videos de seguridad de una planta de desechos tóxicos en sus respectivas computadoras, John apartó la vista de la pantalla por unos segundos y notó que otra vez el detective lo miraba fijamente.
- ¿Estás bien?- Le preguntó John y su amigo asintió silenciosamente antes de volver a su labor.
Ocho días después el caso estuvo cerrado. Un agotado Sherlock le expuso rápidamente su teoría a Lestrade vía telefónica y las patrullas policiales rodearon quince minutos después la casa del presunto asesino. El sujeto había entrado en pánico al verse acorralado, para alguien tan inteligente y cuidadoso a la hora de cometer una serie de asesinatos, termino siendo demasiado pasional al decidir, en el calor del momento, acabar con su vida. Un balazo en la sien y se terminó. Aquello siempre ponía de mal humor a los policías, no solo porque el maldito no iba a pagar por los crímenes cometidos, sino porque la situación acarreaba un papeleo que los mantendría ocupados varias horas. "Maldito cerdo egoísta" Escucharon mascullar a Lestrade cuando llegaron a la estación.
En estos casos ni siquiera ellos se libraban de la documentación, a regañadientes Sherlock era llevado hasta las oficinas de Scottland Yard para completar el papeleo requerido. John tenía su propia dosis también. Así que ahí estaban, encerrados en la pequeña oficina de paredes vidriadas, John, Sherlock, Lestrade, unos cuantos oficiales incluidos, para su pesar, Donovan y Anderson. Todos se veían cansados y deseosos de terminar una vez con el asunto. El ex militar completaba formulación y mantenía un ojo puesto en Sherlock al mismo tiempo, su amigo estaba ansioso. Normalmente siempre quería volver a casa apenas terminaba una investigación, no había novedad en eso, pero este día su compañero estaba más intranquilo y ansioso de lo normal. Intercambiaban miradas, se removía inquieto en su asiento, garabateaba en los informes y se jaloneaba de un mechón de rizos en la sien. Si bien estaba acostumbrado a cierto grado de histrionismo de su parte, las expresiones cambiantes en el rostro del menor de los Holmes eran preocupantes, no podía descifrarlas más allá de la ansiedad y el deseo urgente de marcharse.
- Ey... no te preocupes, ya casi terminamos. - Le dijo John en voz baja, palmeando amistosamente su mano.
Sherlock reaccionó de forma inesperada, abriendo aun más sus ojos y apartando la mano como si el tacto de John le hiciera daño. ¿Qué diablos le pasaba ahora?
No completaron todo el trabajo, un par de formularios más y Sherlock simplemente se puso de pie y me largó. John intento calmar las protestas de Lestrade prometiéndole que volverían en la mañana pero aún así se marchó tras su amigo con las protestas ruidosas de Sally Donovan a sus espaldas.
El camino de regreso en el taxi fue silencioso y rápido, Sherlock mantenía el rostro pegado a la ventana y no lo apartó de ahí en todo el trayecto hasta Baker Street. Por su parte el blogger revisaba su reloj constatando la hora, cuando la adrenalina descendía podía notar todo aquello que había estado solapando, el cansancio, el hambre. Dios, se estaba muriendo de hambre, y estaba seguro que en el piso no tenían nada de comer. Quizás la señora Hudson podía ayudarlos, esa mujer era una santa y siempre los sacaba de apuros.
Prácticamente como un autómata le pagó al taxista y salio caminando tras Sherlock, quien parecía demasiado apurado. ¿De donde sacaba tanta energía? Hizo los escalones y marchó directo hacia la cocina. Poner el agua a hervir, buscar las tasas, buscar en alacenas y cajones algún rastro de alimento inocuo que no hubiera sido involucrado en los experimentos de Sherlock. Escuchar a Sherlock moverse nervioso alrededor del salón, ¿qué tanto hacía? Se volvió para echarle un vistazo y lo encontró en la puerta de la cocina con una mirada indescifrable, dejando la calavera en la mesa y estirando un papel en su mano.
- ¿Qué diablos te pasa?
Sherlock se aproximó aún más, provocando que John retrocediera. La lista. Su lista, Sherlock tenía aquella lista oculta dentro de la calavera. ¿Qué estaba tratando de decir?
- Quiero algo y lo voy a pedir directamente.
Entonces era eso, finalmente iba a reclamar algo. John apagó la cocina y dejó la taza a un lado, asintiendo lentamente.
- Bien, me parece justo. ¿Qué es?
No pudo retroceder cuando Sherlock se acercó unos metros más hasta quedar a pocos centímetros de distancia, inclinó su rostro hasta su cuello y empezó a acariciar la piel de ese sector con los suaves toques de su nariz, aspirando el aroma de su compañero.
- Oh Dios me gusta como hueles.- Murmuró tan bajito que apenas fue audible.
- Sherlock... ¿qué es?- Repitió, intentando mantener la calma, pero su pulso se disparó cuando el detective rozó con sus dedos el cabello en la nuca de John, cerrando su mano ahí y empujándolo más cerca todavía. Un escalofrío recorrió su columna y provoco una puntada directamente en su ingle, con anticipación.
- Bésame.- Pidió, levantando la mirada y dirigiéndola a sus ojos. - Dijiste que iba a aprender, quiero aprender John, bésame de nuevo.
Parte de su cerebro le intentaba explicar que a causa de la fatiga había colapsado en las escaleras de la entrada y ahora alucinaba. Otra parte la mandó a pasear y presionó sus labios contra los de Sherlock, otra vez.
La vez anterior no pudo ser conciente de los detalles, como que los labios de su compañero eran suaves pero firmes, con la consistencia exacta para morder. No hubo tensión ni rechazo en esta ocasión, el efecto fue contrario, Sherlock se presiono más sobre él, poniendo en contacto su pecho, su cintura, cadera, los brazos le rodearon en un abrazo y John aprovechó para tomar su nuca y girar su cabeza hasta encontrar un ángulo que le permitiera profundizar más el beso.
Chupó el labio inferior de Sherlock, atrapándolo entre los suyos y acariciándolo suavemente con su lengua. "Cuando te lamen los labios, Sherlock, significa que debes abrirlos" quiso explicar, lamiendo repetidamente los labios del detective hasta que finalmente los separó y buscó acariciar a John con su lengua. Sherlock ahogo un jadeo cuando John tomó completa posesión de su boca. Invadió su interior, lo probó y chupó.
Los labios constituyen una de las zonas con mayor terminaciones nerviosas de todo el tejido epidémico... fue el último pensamiento lógico en el cerebro del detective. Aquello se sentía tan bien. El olor a John embotagaba sus demás sentidos, pero el tacto era conquistado por la boca de John y su sabor. Respiraba agitado y solo quería estar más cerca, sentirlo en todos lados. La idea lo abrumó cuando John mordió sus labios y escuchó escapar de su propia garganta un gemido profundo.
No era suficiente, sentía hambre, un hambre insoportable por John y por todo lo que le estaba haciendo, necesitaba aún más. Le devolvió el beso imitando los movimientos, eso era distinto, John tenía razón y en verdad el no tenía idea. Besar no es lo mismo que dejarse besar. Los sonidos que brotaban de su voz, irregulares quedándose en algún punto entre jadeos y gemidos, la respiración alterada de John. Sus manos perdiéndose en el interior de su saco, tanteando los bordes de su pantalón y apresurándose a quitar la camisa blanca que llevaba. El mismo terminó sacándose el saco y desprendiendo los últimos botones. No pudo continuar, John había descendido de su boca a su cuello y mordido, haciéndolo exhalar bruscamente.
Llevó sus dos manos a los hombros de John y las clavo ahí, como aferrándose presa del vértigo, era como caer y el ex militar, su John, era lo único a lo que valía la pena sostenerse. El por su parte continúo su impecable trabajo besando y succionando su cuello, bajando hasta su clavícula, mientras sus manos tanteaban el resto de los botones de la camisa. La desprendió por completo y se tomó unos segundos para contemplar el pecho pálido y firme del detective. Sin perder tiempo continuo su descenso progresivo por el pecho, besando y chupando, probando todo lo posible de esa piel. Cerró sus labios alrededor de uno de los pezones, jugando con su lengua antes de capturarlo entre sus dientes y tirar ligeramente de el.
La respuesta fue sorprendente, Sherlock abrió los ojos y la boca, se arqueo sobre el cuerpo de John y dejó escapar el ruido más increíble de sus labios. Un lamento, un gimoteo, sin duda un sonido al que John se podía volver adicto. Quería provocarlo una y otra vez, mierda, el quería destruir a Sherlock Holmes y volver a armarlo a besos y caricias.
- J-joh-nnn...- Pronunció a duras penas el agitado detective.
- ¿Humm?- Fue la respuesta obtenida mientras repartía besos fugaces en el borde de su mandíbula.
- Cama. Ahora.
- Oh Dios, sí. - Coincidió John tomándolo del brazo y la cintura, dirigiéndose directamente a la habitación. La única, de ambos. Su habitación.
Notas:
1- La historia sobre la familia de Sherlock es parcialmente cierta, es decir, en verdad su madre tiene raíces francesas y viene de una familia de coleccionistas de arte. Su padre al parecer viene de una familia acaudalada de terratenientes. Porque un tipo con tanta plata necesita compartir piso? Es algo que nunca comprendere, pero no me quejo.
2- Sherlock se queja en francés que John ronca como un mamut. John dice "No comprendo, soy inglés". La frase la he traido de mi nueva obsesion (nah mentira, solo estoy copada) Merlin, otra serie de la BBC. Es una frasecita que sale en los videos diaries de Bradley James.
3- Victor Trevor no es invento mio, de hecho se cree que fue amigo de Sherlock en su juventud. Las circuntanscias de esto lo desconozco, nunca he leído las novelas de sir arthur conan doyle, y tenia la intensión de buscar información al respecto para aclararles más esto. Pero tengo sueño y me dejé pasar, asi que bue, ya se los debo.