DESPUÉS DE MESES PUDE ESCRIBIR UN CAPITULO DE ESTA NOVELA, SON LAS 12:30 Y AUN NO PUEDO CREER QUE POR FIN LO TENGA LISTO. BUENO ESTE CAPITULO SE TITULA COMBINACIÓN IMPERFECTA, A SIMPLE VISTA NO LO VERÁS, PERO ME GUSTARÍA SABER ¿CUÁL PIENSAS QUE ES? YO LO SÉ, PERO QUIERO VER SUS PUNTOS DE VISTA.

ESPERO DISFRUTEN DEL CAPITULO Y TAMBIÉN ESPERO LEER SUS COMENTARIOS. ACEPTO DE TODO, MENOS TOMATAZOS, ESOS DUELEN ;)

BESOS

ISA

Amor imposible

Combinación imperfecta

-Fredward Benson, arriba… -él gruñó cuando su madre lo llamó, estaba tan agotado y su cuerpo dolía horrores. –Freddie, mi vida, llegarás tarde a clases y no puedes…

Ella dejó de hablarle, algo estaba pasando. Intentó abrir los ojos y no pudo, todo le dolía. Sintió la mano de su madre sobre su frente y no pudo evitar estremecerse, ella estaba más fría de lo que esperaba.

-Tienes fiebre… -la escuchó murmurar. –Llamaré a Delia…

Delia era la doctora de la familia, desde que era pequeño atendía todas las enfermedades que su madre no podía prevenir, aunque le gano partida a muchas de ellas. Él comenzó a moverse e intentaba levantarse, ese día tenía al menos tres exámenes y no podía dejar de ir. Sin embargo, su cuerpo tembloroso y débil no le permitía si quiera moverse.

Pasaron algunos minutos antes de escuchar a su madre hablando con su doctora. Luego se acercó a él y comenzó a chequearlo. El castaño intentó decirle que de seguro sería un resfriado, pero ella no se lo permitió. Esperó pacientemente por el veredicto final, una de las cosas más resaltantes de esa mujer era su asertividad a la hora de una enfermedad, este o no iniciando. Tal vez era algo así como un don.

-Freddie, ¿Has sentido malestar estomacal? ¿Tos? –Él solo pudo asentir ya que no estaba seguro de poder decir algo. –Bien, pues es posible que esto sea Sarampión…

Los ojos del castaño se abrieron como platos y comenzó a negar con la cabeza.

-No puede ser… si ayer me sentía bien –murmuró con voz cansada.

-¿Cómo te sentiste ayer? –Preguntó ella de nuevo.

-¡Bien! Solo… solo más cansado de lo habitual –él veía como ella asentía mientras revisaba su piel.

-Te lo dije, Marissa. Debiste dejar que tu hijo pescara todas esas enfermedades de niño, ahora la pasará muy mal –Freddie escuchaba horrorizado. –Te recetaré medicinas algunas medicinas, algo para la fiebre y los ojos porque están muy irritados. Bueno, es todo… nos vemos en el hospital, Marissa.

Freddie esperaba que su madre no lo regañara, uno de los peores recuerdos que tenía sobre su niñez eran los regaños; cada vez que llegaba a casa con un resfriado o un golpes decidía no llevarlo más al colegio. Por eso piensa que fue un golpe de suerte permanecer tanto tiempo en Ridgeway, porque Sam no le hacía las cosas fáciles.

-Bueno, mi niño… mamá te cuidará hasta la tarde –la escuchó decir mientras dejaba escapar un suspiro. -Sé que te sientes muy mal, pero tenemos que darte una ducha de agua fresca. Bajaremos tu temperatura.

El comenzó a quejarse cuando su madre lo tomó de las muñecas y lo obligó a levantarse. Todo su cuerpo dolía mucho y ella parecía no importarle, su madre había entrado en modo enfermera. Algo que aprenden en la escuela de enfermería es que, sin importar el dolor que pueda tener un paciente, ella debía hacer todo lo que estuviera a su alcance para mejorar la condición del enfermo. Todos los días le explicaba el deber de una enfermera, ya ni podía recordar desde que edad.

Después del baño, Freddie se sintió mejor. En ocasiones se quedaba dormido, pero la fiebre era tan alta que le impedía descansar. Eran más de las dos de la tarde cuando su madre decidió partir, pero ella se encontró con una sorpresa no tan grata, en la entrada del apartamento.

-Buenas tardes, Señora Benson. ¿Se encuentra Freddie? –Ella sabía que debía actuar bien para conseguir algo de la loca.

-Sí, pero no puede atenderte… -respondió con simpleza cerrando la cuenta.

-¿Qué le sucede? –Preguntó extrañada.

-Tiene Sarampión… -volvió a responder de la misma forma.

-¿Sarampión? Freddie tiene… -alzó la voz Sam sorprendida.

-Sí, por eso no te puedo dejar pasar –aseguró Marissa.

-Ya a mi me dio sarampión… puedes ir a trabajar y yo cuidarlo –dijo la rubia con esperanza en su voz. –Además, hoy no trabajo y puedo cuidarlo hasta…

-¿Trabajas?

Sus ojos se abrieron para para luego cerrarse, había sido una tonta. Por su desespero, no notó que le había soltado todo su secreto.

-Por favor, no le diga a nadie… -murmuró la rubia con la mirada fija en el suelo. –Hasta ahora solo dos personas lo saben… Freddie y usted.

La escuchó suspirar antes de responderle.

-Está bien, Samantha. Tus problemas son tuyos y no debo entrometerme... –la ojiverde se quedó pensativa durante varios segundos. –Cuidarás a mi hijo hasta que yo llegué. Ten… -dijo sacando una tarjeta de presentación-, allí encontraras los números directos del puesto de enfermería y mi número personal.

Sam esbozó una gran sonrisa al saber que confiaba en ella para cuidarlo. Se sentía diferente al ser considerada de esa forma… alguien de confianza.

-En la mesa de noche hay dos cajitas, solo una es para la fiebre, de todas formas hay un récipe que debes seguir –explicó rápidamente. –Ya lo sabes, cualquier cosa no dudes en llamar.

Ella asintió antes de recibir las llaves del apartamento 8-D. Mientras abría la puerta se carcajeaba en silencio, era la primera vez que entraba sin forzar la cerradura. Se acercó rápidamente al cuarto de Freddie y cuando entró, no le gustó lo que vio. Sam se acercó lentamente a la cama donde se encontraba el castaño. Su cuerpo expedía un calor sorprendente, hasta el punto de quemar. Él se quejó cuando retiró la mano de su frente, se veía tan intranquilo. La rubia tomó una compresa de agua fría y la colocó en su frente; no sabe el tiempo que duró haciendo eso, pero se alegró mucho al ver que funcionaba.

-¿Sam? –Su voz lastimera casi la hace llorar.

-Sí, soy yo… -murmuró la rubia tocando su frente con cuidado.

-Agua… -ella lo ayudó a tomar un poco de agua. –No me dejes solo… -pidió con temblor en su voz.

-No lo haré, ñoño… aquí estaré –susurró atrayéndolo a su cuerpo, le haría sentir que no estaba solo.

Por al menos tres horas las cosas transcurrieron sin muchos cambios, pero eso cambio cuando el reloj dio las seis de la tarde. La rubia suspiró y comenzó a acariciar su cabello con suavidad, sabía bien que eso lograba calmar un poco el dolor y de cierto modo lo relajaba. Podía sentir los temblores de su amigo y los quejidos que escapaban de sus labios agrietados. Eso le preocupaba, se suponía que las famosas pastillas que había recetado su doctor le bajaría la temperatura; después de seis horas, seguía igual. Solo con cambios mínimos de fiebre normal a la más alta.

Después de un rato la habitación parecía arder en llamas y todo su cuerpo quemaba. Sam, alterada, tomó su celular y llamó a Marissa; ella era una enfermedad, tal vez sabía algo que ella no.

-¿Qué le sucede a mi hijo? –Sam giró sus ojos, pero al mismo tiempo veía lógica su reacción.

-Tiene mucha fiebre y está delirando… ¿Qué puedo hacer? –Por varios minutos la mamá de su amigo no habló, tal vez pensando en su respuesta.

-Sam, ¿Puedes hacer algo por mi Freddie?

-Lo que sea necesario –respondió rápidamente.

-Los adultos con enfermedades como la rubiola o el sarampión están en peligro de muerte; por las altas temperaturas y deshidratación –explicó rápidamente logrando asustarla. –Sam necesito que le bajes la fiebre a mi hijo. Ahora haz lo que te voy a decir…

Sam corrió al baño para llenar la bañera con agua fría. Luego abrió las gavetas del ropero y sacó varias toallas, para esparcirlas por todo el piso.

-Ahora busca dos toallas limpias para mi hijo… no estoy muy contenta de que lo vayas a ver desnudo…

-Por todos los cielos, Freddie está enfermo. No lo violaré –gritó exasperada.

-Muy bien. Busca ropa seca y una muda de ropa interior…

-Bóxer, Marissa… B-Ó-X-E-R, es fácil –bromeó ella sacando todo lo indicado.

-Como no ha bajado la fiebre puedes darle otra dosis de la pastilla para la fiebre. Te llamaré en una hora, debo atender a un paciente –ella cortó la llamada e hizo una última barrida con su mirada por toda la habitación.

Ella se quitó sus pantaloncillos y luego su camiseta, para solo quedar en ropa intima. Amarró su cabello en una coleta alta y se acercó hasta la cama donde Freddie se retorcía del dolor.

-Bien amigo, ayúdame a ayudarte… -susurró ella mientras lo obligaba a levantarse.

-Me siento mal… -dijo el castaño de pronto con cierto temor en su voz. –Creo que voy a vomitar.

Sam se apresuró en llegar al inodoro donde su amigo expulsó todo el contenido de su estomago. A pesar del asco que pudiera causarle, se sorprendió al notar que con él no era así. Por varios minutos Freddie no paró de vomitar y ella solo podía acariciar su espalda. A veces le susurraba que todo estaría bien y el castaño asentía esperanzado. Luego comenzó a desvestirlo.

-Coopera Benson, es por tu bien –él la observaba mientras quitaba su franela y lo despojaba de sus pantalones de algodón. Se sonrojó cuando le quitó los calzoncillos y luego ayudó a entrar en el agua fría.

El castaño silbó ante el dolor, el mínimo cambio de temperatura lo lastimaba. La rubia hizo lo propio colocándose a su espalda. Al cabo de cinco minutos, lo escuchó suspirar de alivio.

-Esto se siente bien… -murmuró apoyando su cabeza en el pecho de su amiga.

-Lo sé, tu piel ya no quema… -dijo dibujando una sonrisa mientras que con sus manos, se encargaba de masajear sus músculos tensos. –Pero solo serán unos minutos, no queremos otra enfermedad para lista.

Ella lo escuchó reír y luego suspirar. Era difícil y Sam lo sabía. ¿Para quién no lo sería? Lo estaba viendo como Dios lo trajo al mundo; aunque no sentía ni una pisca de deseo, solo ansias de cuidarlo. Al terminar, lo secó y vistió, dejando escapar una carcajada al verlo sonrojarse.

-Tienes buen cuerpo… para ser un ñoño –está vez el rubor superó a cualquier otro. –Ahora sécate mientras tomó algo de ropa seca, no pretenderás que me acueste mojada.

Freddie esbozó una sonrisa antes de dejarse caer en su cama. Su cabeza ya no dolía tanto y su cuerpo igual. Era un alivio que su amiga estuviera acompañándolo, porque solo jamás podría defenderse.

-Toma… -dijo su amiga entrando a la habitación con una píldora y un vaso de agua. –Roguemos que la fiebre cese al menos por ahora y logres descansar.

-Te ves bien –dijo ignorando sus palabras.

Ella llevaba una camiseta suya y unos calzoncillos que le quedaban algo sueltos.

-¡Cállate y apártate! Mamá está cansada –dijo entre bostezos-, a dormir.

Y él obedeció.

*A la mañana siguiente*

Marissa observaba horrorizada la escena, su hijo descansaba en los brazos de ese demonio a quien llamaba amiga. Decidió acercarse en completo silencio y tocó su frente, para saber si aun persistía la fiebre. Ella dejó escapar un suspiro de alivio y pensó, si debía o no, levantar a la rubia. Según la ultima conversación que había tenido con ella la tarde anterior, Sam estaba trabajando.

-Samantha, despierta son casi las ocho –dijo lo más alto que se permitió, quería despertarla a ella n hijo.

Escuchó los quejidos de la chica e hizo una mueca al ver su estado, no había descansado por lo visto. La rubia se deslizaba con mucho cuidado para no despertarlo, acarició su frente apartando mechones de cabellos pegados por el sudor. Después de decirle que debían dormir, en su forma más peculiar claro está, él pasó por un episodio fuerte de fiebre; en pocas palabras, ella no logró dormir después de eso.

Sin mediar palabra, Sam entró al baño y se cambió lo más rápido posible, si no se apresuraba llegaría tarde al trabajo. Minutos más tarde estaba en la cocina tomando un poco de café, que la madre de Freddie le había preparado.

-Gracias por cuidarlo… -murmuró Marissa de pronto.

-No tienes por qué agradecer, él es mi amigo –dijo ella dibujando una sonrisa. –Por mucho que quisiera quedarme no puedo, debo trabajar y estoy a treinta minutos de mi casa…

-Yo te llevaré a tu casa y luego a tu trabajo… -Sam comenzó a meditarlo hasta que acepto.

En todo el camino a su casa no dijo nada, solo pensaba en todo lo que había ocurrido anoche. Lo mal que la había pasado su amigo y lo cerca que estuvo de perderlo; la rubia sabía lo peligroso que podía ser la fiebre en una persona adulta o casi. Cuando llegó a su casa, corrió hasta su cuarto y se dio una ducha rápida. Luego comenzó a vestirse y a arreglar su apariencia, está vez tenía que darle un poco más de maquillaje a su rostro para borrar sus ojeras.

-Aun tengo quince minutos antes de entrar, estamos con tiempo… -dejó de hablar cuando sintió su mirada sobre ella. -¿Qué está mirando?

-Es que pareces una chica normal… hasta perfecta para… -la mamá de Freddie guardaba silencio mientras sonreía, ahora lo entendía todo. –Bueno, es hora de llevarte. No quiero dejar a mi Freddie solo.

La rubia asintió, quería llegar un poco más temprano para poder comprar su desayuno. Cuando llegaron, ella quiso darle las gracias, pero la ojiverde se bajó del coche. Al principio la rubia la creía loca, la apresuró para traerla al trabajo y ahora cruzaba la calle para ir a sabrá Dios quien. Decidió seguirla para preguntarle lo que se le proponía, pero se dio cuenta que era tarde, debía cumplir con su turno.

-Buenos días… -saludó la rubia ocupando su puesto. –Disculpé la tardanza, el trafico está de horrores –comentó como si hablara del clima.

-Buenos días, Samantha. En realidad llegaste cinco minutos antes –respondió su jefe sin despegar la mirada de su ordenador.

Todo ese tiempo que lleva trabajando en esa sucursal no lo vio hacer otra cosa que trabajar en el ordenador. Era algo así como un vicio, pero en las finanzas. La rubia negaba con la cabeza mientras se colocaba sus manos libres, esa mañana le tocaba atender todas las llamadas de personas interesadas en viajes y hoteles. Pasaron los minutos y comenzó a sentir un hambre atroz, hasta ese momento no había notado que solo tenía el almuerzo del día anterior y más nada.

La puerta se abrió dando aviso de un nuevo cliente, sin embargo, la rubia no levantó la mirada porque esa ya era tarea de otra compañera.

-Sam te buscan –ella frunció el ceño mientras caminaba hacia la recepción.

Era Marissa que traía una bolsa en sus manos.

-Imaginé que no desayunaste y quise darte algo –dijo con una sonrisa amable, era la primera vez que le sonreía de esa forma.

-Gracias… no debiste molestarte –dijo ella encogiéndose de hombros, pero aceptándolo por igual.

-¿Marissa? –las tres mujeres que estaban en la recepción se giraron. –Sí, eres tú… -gritó su jefe emocionado.

-¿Frank? –era la primera vez que Sam escuchaba a esa señora chillar como niña y también que se le viera tan radiante.

Por otro lado, Freddie se había levantado de su cama. El malestar había menguado y en su mente solo rondaba una sola cosa, comer. Después de haberse preparado un emparedado, tomó su PeraPad para navegar en la red un rato. Mientras lo hacía recordó el papelito que le habían dado en la escuela, introdujo el link y comenzó a leer. Él sabía que no podía durar mucho tiempo así, solo sería un poco para indagar en eso.

¿Una pagina de historias sobre iCarly? Estas personas definitivamente estaban locas. Freddie llevó el cursor hasta la barra de buscador y comenzó a escribir el nombre de la historia, "Amor Imposible".

-Muy bien, aquí vamos –susurró antes de comenzar a leer.

El primer capitulo le pareció super triste. ¿Cómo alguien podía escribir algo tan horrible sobre la vida de Sam? Después de un rato de tanto pensar decidió leer el segundo capitulo.

"Amor Imposible

Autor: Isabel

Sinopsis: Sam Puckett es una chica ruda o eso aparenta. Sus mejores amigos son Freddie y Carly, sin embargo, tanta rudeza y temple tiene un porqué. Entra y conoce la verdadera historia desde el inicio. *El amor no es suficiente*

Capitulo 2

Bajo las sabanas

El primer día de escuela no estuvo tan mal, hizo por primera vez en años a una amiga y le hizo olvidar el abandono de su hermana. Sin embargo, su vida no era del todo buena. Por más que quisiera ocultar las cosas en un mundo de fantasía, Samantha Puckett sufría en silencio. Tenía miedos, miedos que tal vez nunca podrá sacar y que siempre estarán escondidos en su interior, donde nadie pudiera aprovecharse de ellos.

-¡Sam! Voy a salir con mi nuevo novio –gritaba Pam desde afuera. –No esperes por mí…

Sam abrazaba su almohada a causa del miedo. Ella quería hacer como si eso no le importara, pero era mentirse a si misma. Era de noche y ella solo era una niña de nueve años, ¿qué tanto puede defenderse sola? Entonces, todo se rompió. El llanto se hizo presente y las suplicas comenzaron a salir de sus labios, no quería estar sola…"

-¿Qué? –Freddie lanzó la pregunta al aire. Con una mano limpió las lágrimas que salieron sin su permiso, estaba llorando desde el primer capitulo.

Nuca en su vida había llorado tanto, no podía ni siquiera imaginarse una vida como lo plasma esa escritora. Es una vida cruel e insólita. Freddie esperaba que la vida de Sam no fuera ni la mitad de lo que había leído, lo deseaba con todas sus fuerzas. Siguió con su lectura y se encontró que los siguientes capítulos empeoraban más y más, era imposible dejar de leer y de llorar.

-Buenas tardes… -dijo Sam mientras bostezaba. –Estoy muerta, hoy el señor Murray me exprimió… ¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? –Preguntó rápidamente subiéndose a la cama.

-Leí algo, que de cierta manera, me entristeció –le dijo Freddie esbozando una pequeña sonrisa.

-A ver… -murmuró y él no tuvo fuerzas para evitarlo.

De pronto su respiración se enganchó y sus ojos se inundaron de lágrimas.

-Yo… yo creo que… -ella no quería mirarlo.

-¿Eso es verdad? –preguntó asustado y ella solo asintió confirmando sus dudas.