Bueno otra de mis historias, tengo ganas de ser común... tengo ganas de ser corriente y llevarme por lo que ya está hecho pero a mi manera... espero les guste esta historia...

Besos

Isa


Despertar imposible

Samantha Puckett, ese era mi nombre. A mis dieciséis años no tenía mucho en mente, solo dormir y comer. Estaba en la secundaría con mis dos mejores amigos, claro que uno de ellos no sabía que lo consideraba de esa forma. Pero antes de hablarles de ellos deben saber sobre mí.

Yo vivo en un parque de casas rodantes en la parte menos sana de Seattle. Nací y me críe allí junto a mi hermana Melanie. Cuando era pequeña recuerdo tener una infancia feliz. Jugaba con mi hermana en el patio y mis padres siempre acompañándonos. En ese momento no importaba el dinero, tener una familia unida sí. Pero como toda historia, las cosas no podían ser solo felicidad y cuentos de hada.

Las peleas comenzaron, con ellas los golpes y maltratos. Mi hermana y yo nos escondíamos bajo la cama y cerrábamos los ojos con fuerza, para tratar de ignorar los gritos de mi madre o el sonido de los puños de mi padre en su rostro. Con el pasar del tiempo se volvió una rutina, ya no esperábamos el inicio de la pelea, solo nos escondíamos bajo la cama y dormíamos abrazadas. Esas noches definirían nuestro comportamiento de por vida.

Melanie pasó a ser más femenina, aprendió el arte del engaño por medio de dulces e inocentes comportamientos. Comenzó a sacar mejores calificaciones y postuló para una beca sin decirme, abandonándome en el primer intento. Ese mísero instante donde lloraba su partida, redefinió mi actitud para con el mundo.

Recuerdo que yo era una chica normal, de calificaciones promedio y amigos. Sin embargo, mientras más cambiaba mi vida, mi personalidad lo hacía por igual. Cuando cumplí ocho años mi padre nos abandonó, era de esperarse después de tres años de infierno. Mi madre no lloró, se mantuvo firme a su decisión y yo la apoyé. De verdad pensé que todo cambiaría, pero me equivoque. Pam Puckett, mi madre, comenzó a tomar y a salir con un tipo diferente cada semana.

Yo sabía que se sentía sola, pero jamás buscó consuelo en su familia. Solo buscaba personas ajenas para recibir atención de una manera diferente. Por las noches escuchaba sus gritos y gemidos, era repugnante. Con el tiempo aprendí a aceptarlos y a ignorarlos. Mientras menos le prestaba atención mejor.

A esa edad, había forjado mis muros. Nadie podía acercase a mí y mucho menos tocarme, de lograrlo podía mandarlos al hospital con facilidad. Entonces, llegó a mi vida Carly Shay. Cuando la conocí, ella era la típica niñita fresa blanco de mis bromas, pero algo llamó mi atención. Siempre estaba triste y sola, tanto como yo.

Por semanas la ignoré, trate de no pensar en ese interés repentino y me limite a hacer lo que mejor me salía, dormir en clases. Una mañana, durante el desayuno, La'Bel y su grupo de estúpidas decidieron meterse con ellas. Algo dentro de mí hizo click, yo sabía que debía defenderla y eso hice.

Nuestro inicio fue atropellado, teníamos muchas diferencias. Pero con el tiempo aprendí a aceptarla y ella hizo lo mismo conmigo. Allí podía decir que yo tenía una amiga, una verdadera y no solo mis secuaces de bromas.

Después llegó Fredward Benson. Él era más extraño que Carly. Usaba zapatos de plataforma y ropa ñoña, pero también tenía algo que me llamaba la atención. Solo tenía una clase con el chico y esa era Literatura. Al principio me tenía miedo como todos, pero poco a poco creamos una amistad bizarra. Él se reía de mis bromas y de la forma en que yo veía mi mundo, yo escuchaba interesada todas esas historias que me contaba sobre guerras del espacio y juegos, que de cierto modo, no tenían sentido para mí.

El día de mi cumpleaños número diez la vio por primera vez. Freddie no apartaba la mirada de mi amiga y lo supe, a él le gustaba Carly. Con eso vinieron las vacaciones de verano, él se marcharía a un campamento por tres meses y yo me quedaría con Carly. Después de tres meses de espera, moría de ganas por verlo y contarle todas las cosas que hice ese verano. Pero cuando lo vi, él huyó de mí.

Cuando lo enfrenté chilló que no le hiciera daño y que lo dejara en paz. Esa fue la primera y última vez que Fredward Benson me haría daño, me lo juré a mí misma. Por ello, él paso a ser el blanco de mis bromas y arrebatos. Mi amiga Carly le tenía lástima porque cada broma sobrepasaba los límites de lo normal.

Después vino iCarly, un programa creado por nosotros tres. El ñoño logró entrar en nuestro círculo, olvidar su miedo y asco hacia mí, solo para centrarse en conquistar a Carly. Casi lo logra, pero Carly es demasiado plástica como para ver un atractivo en él. Nuestras peleas se hacían más constantes, más cuando escapaba de las peleas de mi madre. Todo mi estrés y dolor lo expulsaba con Freddie con golpes, y las palabras eran exclusivas para mi amiga. Ese es un pequeño resumen de lo que es mi vida, no hay necesidad de alargar más mis rutinas.

-Samantha Puckett, mueve tu sucio culo para acá… -gruñí al escuchar sus palabras, estaba harta de tanto insulto.

-¿Qué coño quieres, madre? –Ella hizo un sonido gracioso con sus labios mientras se acercaba a mí amenazadoramente.

Algo cambio en mí, la Sam de nueve años lloraba cuando escuchaba lo decepcionada que estaba de mí, ella rogaba por amor; en cambio, la Sam de dieciséis no.

-¿Te atreves a hablarme así, pequeña zorra? –Levanté la ceja y comencé a reír.

-Sí, madre –caminé lentamente hasta la cocina y abrí la nevera. No pude evitar sonreír y negar con la cabeza, ni una jarra de agua había. -¿Qué deseas…?

No tuve tiempo, juro por Dios que no lo vi venir. Ella había dejado sus cinco dedos marcados en mi mejilla. Mi frente pegó en la puerta de la nevera, no perdí el conocimiento, solo fue un golpe.

-¿Qué carajos pasa, Pam? –grité ardida y confundida al mismo tiempo.

-No sirves para nada. No tienes trabajo y tampoco buenas calificaciones. No me extrañaría verte trabajando como puta en pocos años –curvé mis labios en lo que sería una sonrisa sínica, pero la verdad era que me dolía. ¿No se supone que tu madre es la que debe apoyarte? ¿No debería contar con ella? ¡Claro! Como si eso fuera a suceder.

-Bien, tomaré vacaciones de ti y de tu inmunda vida –grité antes de salir corriendo, de no hacerlo me habría pegado.

Y bien, ahora estaba en las calles de Seattle a las ocho de la noche caminando hacía el único lugar que podía considerar hogar, Brushwell Plaza. Cuando llegué, burlé la segura del lobby. No que fuera tan difícil, el portero vivía durmiendo y no le prestaba atención a nadie. Subí hasta el piso ocho y sin tocar la puerta, entré al apartamento de mi mejor amiga.

Sabía que se molestaría y que luego me perdonaría, pero ella no podía conocer como era mi vida, no mi verdadera vida. Podía vivir mintiéndole y fingiendo que el trato de mi madre era solo diferencias. Abrí la nevera y busqué un poco de jamón, tenía tanta hambre que podía comerlo completo, pero eso no sería justo.

-Me parece perfecto, Freddie… pero creo que debemos contarle a Sam –escuché la voz de Carly mientras bajaban las escaleras.

-Es solo un sketch, no creo que se moleste por hacer esos cambios… -comentó Freddie con indiferencia. –Además, ella muestra mucha agresividad y eso no es lo que necesita el público.

Yo solo sonreí, el blanco perfecto, en el momento perfecto.

-Entonces, Fredraro, puede explicarme de esos cambios –mi voz salió con un tinte de odio.

Cuando vi su rostro contraerse en una mueca de asco mi pecho dolió, pero no le iba a demostrar nada.

-Le decía a Carly que deberías cambiar tu papel, eres muy agresiva… -no le permití seguir hablando. Lo tomé del brazo e hice lo que mejor se hacer, dañarle.

-A nadie le importa lo que tú pienses, ñoño de pacotilla –le grité y pude sentir esa descarga de adrenalina en mi cuerpo. –Solo eres un muchacho estúpido, con una vida estúpida y amigos ñoños estúpidos. Deberías agradecer que seas más normal gracias a nosotras…

-A Carly tal vez, pero a ti nunca… eres solo una perra que me ha hecho daño desde que me conociste –bramó zafándose de mi agarre. –Prefiero mil veces ser estúpido y tener todo lo que conlleva a ello, que ser algo como tú. Vives llena de ira y no te das cuenta que pides a gritos atención, algo que no conseguirás con nadie…

Mi puño chocó contra su estomago.

-Cállate, no te atrevas a retarme…

-¿Yo, retarte? Por favor, Sam –dijo con sorna. –Nadie con tres dedos de frente se acercaría a ti para eso, eres un repelente de personas…

-¡Freddie! ¡Sam! Ya basta… -Carly intentó detener todo, pero eso no se iba a quedar así.

-Pff, ¿Crees que me importa lo que pienses? De alguien que se la pasa hablando de estupideces, no lo creo –aseguré con una sonrisa en los labios. Entonces lo vi, había mucha ira en sus ojos.

-Te quedaras sola, Puckett. Nadie aguantará tu forma de ser. Tendrás una vida podrida como camarera o peor. No estudias, no haces nada y eres un parasito…

-Freddie, no digas eso… -chilló Carly sorprendida, al igual que yo.

-No digas nada Carly… deja que termine –susurré con los dientes apretados, no iba a llorar. No delante de ese estúpido.

-Me tienes harto, Puckett, llegué a mi limite. Por mí iCarly y tú se pueden ir al demonio –dijo con voz neutra.

-Suficiente… -grité pegándole fuertemente en el ojo y dejándolo inconsciente.

Abrí la puerta del apartamento y corrí con todas mis fuerzas de regreso a mi casa. Cerré la puerta de mi cuarto con llave y me acosté. El estúpido tenía razón, me estaba quedando sola y no era su culpa, solo mía.

No sé cuánto tiempo dormí, pero la alarma sonaba insistentemente. Busqué como loca algo para callarla, pero mi cama parecía haber crecido unos cuantos metros porque no llegaba a mi mesa de noche. Algo no estaba bien, por eso abrí mis ojos y todo lo que estaba a mí alrededor se detuvo. ¿Qué rayos hacía en la habitación de Freddie?