¡Buenas! Viaje al pasado cumplió 7 años de estar en emisión, un largo rato y en los que muy pocas han abandonado la historia, y es por esas fieles lectoras que quise darles un especial de está historia que he amado hacer y escribir desde el instante en que la idea me vino a la mente.
Espero lo disfruten.
Disclaimer: InuYasha no me pertenece ni ninguno de sus personajes.
Advertencias: Especial pre-viaje al pasado.
Especial de Viaje al pasado
Sayumi antes del viaje en el tiempo
Una semana antes del ataque de Naraku
—¡Sayumi!
La niña dejó de girar para mirar hacia las escaleras del templo, sonrió al ver a su abuela saludarla mientras que su tío sostenía todas las bolsas de compras, desde su boda con Hitomi casi ya no pasaba por el templo, menos ahora que estaba embarazada.
—¡Abue! ¡Tío! —se acercó a ellos con la escoba en manos, ya luego terminaría por limpiar para que su bisabuelo, o, mejor dicho, abuelo, porque prefería ese término; se pusiera feliz, en esos últimos días parecía bastante melancólico y disperso, pero tenía sintiendo ese amor por los relatos antiguos que amaba contarle cada que tenía la oportunidad.
—¿Cómo está la princesa de este lugar?
Saludó con cariño pasando su mano desocupada por la cabeza de su sobrina adorada, a la que había criado junto a toda su familia, cuando su hermana volvió hace casi 11 años destrozada de su aventura, pensó que nada volvería hacerla sonreír, apenas se daba cuenta de lo que le rodeaba, su madre tuvo que velar por ella varias semanas porque la morena despertaba gritando y llorando, él tuvo que detenerla varias veces antes de que llegara al pozo, fueron semanas muy duras hasta que un desmayó lo cambió todo.
La espera en el hospital fue larga, pero la noticia los impactó.
Kagome estaba embarazada.
Y eso significo todo para su hermana, que al saberlo lloró, las lágrimas no dejaron de caer hasta que sus manos se posaron en el estómago plano que meses después se volvería grande y redondeado; ese bebe le devolvió el brillo a sus ojos y la sonrisa más suave y dulce que había visto.
Sayumi fue una bendición para toda la familia, esa bebé pequeña, redonda y perfecta salvó a su hermana.
—¡Contenta! —canturreó yendo a acurrucarse en el cuerpo de su abuela en un fuerte abrazo, siendo mimada de inmediato por la mujer, la niña lanzó una mirada a las escaleras y frunció el ceño—. ¿Y Hitomi-san?
—Se quedó con sus padres, con la fecha del parto tan próximo es mejor que estuviera cerca del hospital y su casa es la más cercana, así que decidimos que se hospedara con ellos… además, su mamá ha estado consintiéndola desde que llegó así que obtuve su permiso para venir de visita por un rato —explicó con una sonrisa algo aliviada, amaba a su esposa, pero el embarazo definitivamente sacaba el lado más manipulador de la mujer y pararse en la madrugada por los extraños antojos de la futura mamá eran un reto constante de paciencia y amor, ni Kagome fue tan demandante, sólo exigía muchos platillos con carne, a horas ligeramente razonables y lo más difícil eran sus horas oscuras, pero nada que no pudieran manejar al recordarle a su futuro bebé.
—¡Oh! —Sayumi se apagó visiblemente—. Quería saludarla.
A ella le gustaba poner su cabeza sobre el sobresaliente vientre y escuchar como el bebé se movía, sobre todo cuando su tío hablaba porque era cuando más movimiento se suscitaba, definitivamente su tío sería amado.
—Si mi hermana te da permiso, puedo llevarte a visitarla mañana.
Sayumi sonrió antes de recordar cómo había estado actuando su madre últimamente y frunció el ceño, siempre había sido sobreprotectora, a pesar, de la excusa de enseñarle defensa personal y el manejo de las armas por su sangre yōkai, sabía que había más tras eso, pero nunca se lo cuestionó, y aceptaba todos los amuletos de protección que ponía en ella antes de salir del templo, aunque esperaba un día saber por qué de la obsesión por su seguridad.
—Me gustaría, pero tú hablaras con ella —declaró con un tono que no daba lugar a replicas.
Sōta sonrió, puede que la niña no lo supiera o que simplemente lo redujera a una cordial amabilidad, pero las personas siempre tendían hacer lo que ella mandaba, no era algo consiente, simplemente era algo natural y cuando se lo llegó a mencionar a su hermana, ella sonrió antes de explicarle que era el glamur de los yōkais, que a pesar del miedo irracional que despertaban –y despiertan- había algo fascinante en ellos, las yōkais femeninas tendían a usarlo más, casi siempre para su diversión y ego, eran mucho más peligrosas y sádicas que sus homólogos masculinos.
—Por supuesto —concedió sin pensarlo—, ¿dónde está?
—Se fue hacer un encargo —respondió Sayumi algo tensa.
Los encargos como eran llamados las peticiones de exorcismos, purificaciones y control de plagas –demonios-, eran un tema delicado con la niña alrededor, pues odiaba que su madre fuera, entendía, claro que lo hacía, un mundo mejor y libre de sombras era bueno, pero la que acababa cargando todo era ella, a pesar de que era casi imposible dejarle cicatrices visibles, las heridas fantasmas seguían ahí, cuando hacía algún movimiento y se congelaba; y sólo basto una vez, aquella vez que su tío llegó con su madre agonizando en que detesto que tuviera que hacer su trabajo.
—Ya veo, bueno, mientras la esperamos cuéntame cómo te ha ido en la escuela —cambió el tema rápidamente, lo que menos soportaban era que Sayumi se pusiera triste.
Pronto estuvieron entrado a la casa con una muy feliz ambarina que relataba con lujo y detalle sus clases de historia antigua, su amor por ese Japón fue alimentada por el abuelo y su hermana, aunque sus versiones chocaban con las oficiales, pero no parecía importarle, podía separar bien cuando podía hablar de su Japón lleno de magia, yōkais y guerras infinitas por una perla que sólo traía desgracias.
—Sayumi, cariño, ¿puedes ir a ver al abuelo? No dejes que te engañe.
—Sí.
Rápidamente se dirigió al cuarto del abuelo que quedaba en la planta baja para su comodidad, mientras que ella había tomado la habitación que fue de Sōta durante toda su vida antes de mudarse con su esposa, cuando él venía de visita –solo o acompañado- se quedaba en la de invitados como seguro lo haría, a menos que Hitomi lo necesitará; con calma tocó la puerta, pero no obtuvo respuesta alguna, así que silenciosamente entreabrió para asegurarse que todo estuviera bien, la respiración y algunos ronquidos le hicieron sonreír, volvió a cerrar con cuidado.
—Está dormido —anunció mientras entraba a la cocina donde ambos adultos trabajaban en la cena, se sorprendió con la agilidad de Sōta, antes no era muy coordinado con el cuchillo.
—¿A qué es sorprendente? —el hombre se percató de inmediato del sentir de Sayumi—. A Hitomi no le gusta la comida pre-hecha, así que tuve que aprender o enfrentarme a una mujer embarazada, nunca elijas la segunda, consejo de buena fe.
—Lo aceptaré. ¿Puedo ayudar en algo?
—Pues po-
—¡Estoy en casa!
Sayumi se iluminó antes de salir corriendo.
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Kagome estaba quitándose el calzado cuando oyó unos pasos apresurados, sonrió y su corazón dejó de latir de preocupación, alejarse de su hija era casi un dolor físico, sabía que estaba mal depender tanto así, pero ella era lo más preciado que tenía y que le recordaba a Sesshōmaru de una manera tan real que verla le traía tanta nostalgia como felicidad.
Sin embargo, sabía que encerrarla en una jaula de oro sólo funcionaría por el momento, el algún momento tendría que liberar su parte sellada y dejarla alcanzar su verdadero potencial, pero el mundo era peligroso, más para una nacida de sangre real, a pesar de tratar de mantener un perfil bajo sabía que su aroma estaba lejos de ser el de una humana y sacerdotisa, los rumores ya se empezaban a correr por bajos círculos.
Una heredera para la silla vacía del Oeste.
La única razón por la que seguía vacante y no hubo revueltas, o por lo menos, lo bastante fuertes para que fuera usurpado, fue por las órdenes que quedaron de Sesshōmaru y posteriormente de Jaken, quien cuando llegó al futuro el consejero yōkai ya había fallecido, pero dejó todo arreglado y asentado a un grupo de fieles que esperaban su retorno, no pudo evitar admirar la lealtad que tenían, pero a su regreso lo último que quería era tomar una carga tan pesada, se reunió con los consejeros meses después, cuando supo de su embarazo y de no ser por el aroma de Sesshōmaru que aun predominaba en ella, posiblemente hubiera rechazado a la niña, cómo si ella pudiera concebir ser tocada por otro hombre o yōkai; no es que los culpara, su estadía en la casa de la Luna en el pasado no fue mucha antes de que la batalla contra Naraku se desatara, una humana que apenas podía mantenerse de pie de no ser por el ser que crecía en ella, no era lo que se esperaba de la Lady del Oeste, porque para la decepción de todos los viejos yōkais su marca de emparejamiento era inconfundible, ordenó que no se anunciara nada, no quería arriesgarse a ser atacada en un estado tan vulnerable y a pesar de la discreción, los rumores no fueron acallados.
Cuando Sayumi nació, tuvo que usar su estatus para impedir que se la llevaran, porque si pensaron que dejaría que educaran a su hija estaban muy equivocados, y por supuesto, su voz prevaleció, porque sus advertencias no son broma, no se veía amenazante, pero sus poderes espirituales no se debieron tomar a la ligera, si aun permanecía la cicatriz en el yōkai que intentó tocar a Sayumi fue únicamente por su culpa al no escucharla.
Pero no sería eterno.
Se le permitió sellar la parte yōkai para protegerla en su vida diaria y pudiera tener algo de normalidad, sin embargo, los consejeros cada mes pedían reportes de su crecimiento, sabía que no iba a poder contenerlos por mucho tiempo.
Y a pesar de todo, ver la felicidad de su hija al recibirla como ahora, le hacía olvidar todo.
—¡Bienvenida, mamá!
Kagome recibió gustosa a la niña en brazos, otra cosa de la que se percató con el paso de los años es que Sayumi era físicamente afectiva, le gustaba tocar y abrazar, a su familia eso no le supuso ningún problema le daban todo el amor y afecto que necesitara, ahora, el resto del mundo no veía con buenos ojos ese cariño tan abierto, ¿cómo si a ella le importará lo que las personas pensaran?
—Estoy en casa —respondió besando su cabellera brevemente antes de avanzar hacia la cocina con su hija pisándole los talones—. Vaya, ¿qué haces por aquí, Sōta? Pensé que Hitomi no iba a dejarte fuera de su alcance hasta que naciera su bebé.
El hombre rió entre dientes, mientras ponía las verduras cortadas en la olla que hervía a fuego lento.
—Sus padres me están cubriendo la espalda.
Las mujeres rieron ante el honesto comentario, el ambiente se hizo más familiar y juguetón mientras Kagome alcanzaba su delantal para sumarse a la preparación de la cena, Sayumi sabiendo que no sería requerida se sentó en la mesa mirando de cerca toda la interacción, siempre le era interesante el ver como su abuela y tío giraban alrededor de su madre, parecía algo natural como si estuvieran velando por su seguridad, algo que era hilarante, siendo que su madre era la mejor sacerdotisa de todo Tokio, aunque seguía sin gustarle ni un poco esos encargos a los que respondía.
Sin embargo, no podía simplemente decirle que no fuera. Por eso esperaba que cuando fuera lo suficientemente fuerte pudiera acompañarla y ser de ayuda, así no tendría que preocuparse cada que la viera salir.
Sonrió al ver a su tío quejarse por algo que Kagome mencionó, a veces él podía mostrar ese tipo de rostro infantil.
—Veo que se están divirtiendo sin mí.
—¡Abuelo!
El hombre sonrió mientras se dejaba guiar por Sayumi, quien fue a su encuentro rápidamente, hacia la mesa y tomar asiento con tranquilidad, la familia se arremolinó preguntando sobre cómo se sentía antes de ser alejadas con firmes ademanes y palabras suaves, sin embargo, todos notaron la piel pálida y el cansancio en sus ojos, pero prefirieron hacerle caso y continuar con lo que hacía, mientras él comenzaba a contar esas historias tan encantadoras y a veces, exageradas, que atraían tanto a Sayumi.
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—¡Descansa, abuelo!
La Higurashi menor le dio un suave abrazo al hombre antes de apartarse, la cena había acabado entre risas y preguntas que siempre rondaban entre las clases y amigos de Sayumi.
—Sayumi —ella se detuvo en el umbral y le miró con curiosidad—, la sangre es importante, pero no más que tus convicciones y enseñanzas.
—¿Qué quieres decir?
Él sonrió mientras se acomodaba.
—Que llegara un momento que en el cual deberás elegir, elige no lo más fácil, sino lo correcto. Buenas noches.
—…buenas noches.
A pesar de lo extraño de ese dialogo, no pudo preguntar más al ser despedida con esa última frase, muchas veces su abuelo al igual que su madre le daban acertijos porque les gusta ver cómo le daba vueltas a todo hasta que lo resolvía o iba por pistas, así que salió de la habitación con la mirada perdida, intentando comprender el trasfondo.
Aun pensando se dirigió a su habitación, quería cambiarse y dormir temprano, pues su madre había dado permiso para que fuera a visitar a Hitomi, y estaba emocionada, sin embargo, las palabras de su abuelo seguían girando y girando en su cabeza.
—¿Lista para dormir?
Kagome miró a su hija sentada en la cama con un libro en sus piernas, alzó su ceja derecha al ver que era uno de los que trajo de su viaje al pasado, era la historia de los Inugami y el ascenso de su poder desde el período Yayoi hasta el Muromachi, era una de los pocos libros que contaban su historia y que definitivamente no iba a poder dejar atrás cuando decidió macharse al futuro, después de la muerte de Sesshōmaru. Le sorprendía que lo estuviera leyendo, aun no sabía leer japonés antiguo, o por lo menos, no lo suficiente.
—Sí, sólo intentaba comprender… algo…
—¿Algo?
Sayumi levantó la vista mientras tamborileaba sus dedos sobre sus rodillas antes de suspirar.
—Mamá, ¿cómo era padre?
Kagome se sorprendió ante la pregunta, no es como si no lo supiera, desde que nació ella se encargó de contarle sobre el tiempo que estuvo junto a él, sus aventuras y uno que otro dato histórico, pero nunca profundizaba tanto, porque muchos de esos relatos no eran felices, la guerra nunca dejaba nada bueno, sólo sangre y tristeza, cosas que definitivamente no quería que su niña tuviera que oír, por lo menos, no ahora.
Se sentó en el espacio derecho de la heredera, hablar de Sesshōmaru ya no era tan complicado como al principio, pues siempre terminaba llorando y con un cuadro de ansiedad, pero pronto se dio cuenta que era algo que necesitaba hacer para recuperarse y sanar, por lo que ahora, hablar de quien amo era simplemente melancólico, no es que estuviera libre de episodios de depresión, pero eran menos frecuentes, porque ahora tenía a Sayumi.
—¿Tu padre? —casi instintivamente miró a través de la ventana que estaba a sus espaldas, Sayumi siguió esa acción para clavar sus ojos dorados en el astro nocturno—. ¿Físicamente? —desvió la mirada hacia la niña antes de sonreír con amor—. Se parece a ti.
Sayumi frunció el ceño.
—Todos dicen que me parezco a ti.
Kagome rió.
—Porque no conocen a Sesshōmaru —replicó acunando las mejillas rosadas infantiles entre sus manos, y hacia que sus narices se tocaran—. Puede que el color de cabello lo hayas heredado de mí, pero tus pómulos, esa pequeña nariz perfecta y tus largas pestañas son sin duda de él, cuando te miró lo veo; la forma en que frunces el ceño, tus gruñidos adorables y la forma en que caminas, nadie podría dudar de que tienes sangre de Inugami, su sangre. Eres nuestra pequeña princesa —rió mientras le quitaba el libro y lo ponía en la mesita de noche antes de jalarla a su regazo—. Ahora, si te refieres a su carácter, bien, era un yōkai difícil de tratar, pero una vez que lograras acercarte lo suficiente puedes comprender lo cálido y protector que puede llegar a ser, lo maravilloso que fue amarlo.
Sayumi se apoyó contra el cuerpo de su madre, buscando su calidez y llenándose de su fresco y salvaje aroma.
—Suena perfecto.
La mujer sonrió.
—Pero no lo era, claro que no; era grosero y me sacaba de quicio la manera en que trataba a los humanos y hanyōs, ¿sabes cuántas discusiones tuvimos por eso? Su fría indiferencia era casi igual de fuerte que mi temperamento; creo que muchos de los kitsunes esperaban que lo purificara, ellos no hacen apuestas, pero tal vez comenzaron hacerlo con nuestras constantes discusiones. Tu padre era todo menos perfecto, pero lo amé, aun lo hago.
La quietud le siguió a esa confesión.
—¿Me habría amado?
Kagome se sobresaltó ante esa pregunta, nunca la había hecho, pero en realidad debió esperar que algún día lo hiciera, siempre cuestionó más que nada sus aventuras y relaciones, nada que la ligara completamente.
La morena abrazó fuertemente a la niña.
—Su espada y vida que un día prometió a mí, se habría extendido sin duda a ti, serías la primavera eterna. Que se marchitara si no duerme sus horas completas, ¿de acuerdo? Seguiremos mañana cuando vuelvas de visitar a Hitomi.
Sayumi sonrió antes de separarse para escurrirse entre sus sábanas.
—Le mandaré saludos al bebé de tu parte —sabía que no los acompañaría por cuidar al abuelo.
—Eso me gustaría —besó la frente libre de su marca de nacimiento, un día la portaría con orgullo—. Descansa.
—Descansa, madre.
Sayumi cerró los ojos momentáneamente mientras su madre apagaba la luz, antes de que los abriera para ver el momento en que la espalda de su madre quedaba a oscura, mientras la luz del pasillo iluminaba su silueta antes de que la oscuridad reinara, se giró para quedar a de cara a la ventana, miró fijamente a la Luna por varios segundos antes de que la calma tocara su corazón.
—Descansa, padre.
El nacimiento de Sayumi
El dolor penetró su cuerpo tan intenso y gradual que le resultaba casi insoportable, sus manos estaban contraídas en duros puños sosteniendo la suave sábana bajo ella, su madre le había dicho, sus amigas igual, pero en definitiva nada puede prepararte para el dolor real.
—Necesita respirar, Kagome-sama.
La morena entreabrió los ojos para ver a la mujer que asistía a su parto, sus ojos suaves y dulces le recordaban a la pequeña Rin, pero en estos había una sombra que sólo los años y el dolor de la perdida podía poner ahí, no lograba recordar su nombre entre el dolor nebuloso de su mente, pero agradecía que estuviera ahí, pues los consejeros no habían permitido que su madre estuviera ahí, por sus estúpidas reglas y creencias.
—Ne-nece- —su voz quedó apagada cuando una contracción le hizo quedarse sin aliento.
La mujer se acercó a su lado rápidamente, había estado preparando todo para cuando las yōkais entraran, era de las pocas humanas que tenían un lugar dentro de la Casa de la Luna.
—Mi señora, resista un poco más.
Apenas terminó de hablar cuando la puerta de la habitación fue abierta, para dar entrada a 3 yōkais que venían para recibir a la heredera, el trío sin demora se acercó el olor ya era el indicado, era momento de que naciera.
—Es hora, retírate —ordenó a la humana mientras se lavaban las manos.
—N-no —Kagome se aferró a la mano de la mujer—, se qu-queda.
Miraron a la yōkai que tenía más rango.
—Lo que ordene se le da —replicó acercándose y mirando a la humana—, puedes quedarte, se un apoyo.
Kagome apretó la mano que se deslizó entre sus dedos, el dolor estaba haciendo que sus ojos se volvieran brumosos, a penas y escuchaba lo que le decían, el sudor corría por su cuerpo hasta que todo se detuvo, en la cúspide del dolor, mientras su cuerpo se curvaba y se abría para dar una nueva vida, el silencio y la quietud le envolvió.
Sus ojos seguían igual de nublados, pero en medio de todo pudo ver una imagen, la bella imagen de una mujer que le daba la espalda vestida con magníficos ropajes empuñando una espada, su cabellera azabache con puntas plateadas se agitaban mientras caminaba hacia el ocaso, era una escena intensa y desconocida, pero algo en esa brillante vida le dio confort.
La mujer se detuvo y la miró.
Sus ojos dorados con un destello escondido de celeste.
Y el dolor explotó con una última contracción antes de que el lugar se inundará de un fuerte llanto, Kagome inhaló profundamente mientras la humana le ayudaba a acomodarse entre los almohadones, no pasó mucho antes de que las yōkais se acercaran con un pequeño bulto envuelto en suaves telas, apenas le sostuvo la tristeza se detuvo.
—Está completamente saludable, mi señora.
La morena miró con adoración a ese ser pequeño y adorable, era perfecta, con la luna menguante adornando su frente y el pequeño mechón de cabello oscuro con algo de blanco, ¿cómo algo podía ser tan hermoso y precioso?
Las lágrimas cayeron por sus mejillas, esa bebé era la prueba de su amor; la llevó hacia su pecho abrazándola con suavidad, hasta que la sintió removerse y entonces, la vio intentar abrir sus ojos y Kagome se derritió al ver ese suave color miel entreverse entre sus parpados, pero lo más sorprendente fue como la pequeña levantó su pequeña cabecita para tratar de llegar a algo.
Ella no necesito mucho tiempo para entenderlo.
La luna se alzaba orgullosa en el manto nocturno.
—Tu padre dice hola, mi pequeña —la besó—, mi tesoro. Sayumi.
Las yōkais se arrodillaron al escuchar el nombre de su heredera.
La casa de la Luna celebró.
Espero les haya gustado, lo hice con mucho cariño, espero esto conteste preguntas que me han hecho a lo largo de la historia, comenzando por el por qué Kagome entrenaba tanto a Sayumi de niña.
Con amor, FiraLili