Al final del capítulo agradecimientos y dedicatorias. Espero que disfruten la lectura y una disculpa por la demora… tuve un bloqueo :S De antemano les pido disculpas por todas las faltas que puedan encontrar en el capítulo, acabo de terminarlo.


Muñequita

Epílogo, parte II

Bella PoV.

Era un día fresco, pese a que el sol brillaba en el cielo azulado. Yo me encontraba atascada en el cuarto de baño con Alice terminando mi maquillaje y Rosalie peinando mi cabello mientras Esme iba por mi misterioso vestido de novia. Las chicas cuchicheaban acerca de lo emocionadas que estaban por la llegada de ese día y de lo contentas que estaban de que Edward y yo hubiésemos librado todos los obstáculos que había en nuestro camino.

— ¿Estas lista para ver tu vestido de novia? —Chilló Esme, asomando la cabeza por la puerta del baño entreabierta.

Ni si quiera me concedió el tiempo suficiente necesario para responder, o procesar las palaras siquiera. Alice se puso a botar de arriba abajo mientras chillaba por lo bajo y Rosalie me tomó del brazo con gentileza y me hizo salir del cuarto de baño. La habitación en la que nos encontrábamos era la vieja habitación de Alice cuando era más chica.

Me senté en la orilla de la cama, observando ansiosamente el vestido de novia que Esme traía oculto dentro de un saco de traje color negro. Rosalie tomó asiento a mi lado y estrechó mis hombros para que me relajara. La verdad es que había estado sumamente tensa con todo ese rollo de la boda precipitada que habían organizado Alice y Esme; estaba nerviosa porque no conocía ni a la mitad de los invitados, casi todos eran amigos de la familia y viejos compañeros de Edward de la universidad o colegas escritores.

Esme deslizó lentamente el cierre del saco y comenzó a sacar el blanco vestido. Lo primero que afloró del saco fue el fino satín de las mangas, blanco y puro… aquel vestido estaba hecho para representar la pureza del alma de una joven novia que unía su vida con quien sería el amor de su vida; una joven novia que fuera pulcra, frágil e inocente. Yo, en cambio, era una anteposición a la imagen que proyectaba ese hermoso vestido blanco.

Mi garganta se quedó seca mientras observaba el vestido. Era hermoso, de eso no cabía duda alguna. Las mangas caían abiertas y llegaría posiblemente hasta mis codos, rozando mi piel en cada movimiento. Era ceñido al torso, con un recatado escote cuadrado, y una caída libre en la falda con una larga cola.

— ¿Te gusta? —chilló Alice.

Cambié la mirada hacia Alice, luego al vestido, a Esme y finalmente al vestido de vuelta.

—Es… hermoso —susurré. Cosa que era cierta.

Pero no lo consideraba el vestido adecuado para mí. Demasiado recatado y hermoso para una persona con un pasado con el mío.

—Es un lindo vestido Isabella, y tú eres digna de usarlo. El pasado se queda atrás, es hora de comenzar un nuevo futuro lleno de luz y felicidad junto a la persona que amas —murmuró Rosalie, cómo si pudiese escuchar mi mente—. Tú eres digna de todo lo que te propongas hacer. No dejes que los demás te juzguen por lo que fuiste, lo importante es lo que eres ahora.

Le sonreí. Ella, quien había ido por mi cuando traté de suicidarme en el pasado y me tendió la mano para flotar de vuelta a la superficie, era mi mejor amiga… ella había cuidado de mí cuando estuve en su psiquiátrico y se mostró amable conmigo y cuidadosa, no hizo lío cuando se enteró de Edward infiltrado en su hospital para rescatarme, y siempre sabía qué decir para hacerme sentir bien.

Me puse de pie y con Rosalie a mi lado, me colgué el vestido. Tal como lo pensé, las mangas llegaban justo abajo de mis codos, acariciando mi piel, cuando extendía los brazos parecían las alas de un pájaro que estaba a punto de retomar el vuelo. Un ave con unas hermosas e impecables alas blancas y que estaba a punto remontar el vuelo y partir rumbo a su libertar y felicidad. El recatado escote cuadrado daba una pequeña visión de mi pecho; el vestido se cernía sobre mí, amoldándose a cada una de las curvas de mi cuerpo, abrazándome con una felicidad infinita que nadie sería capaz de romper. El suave satín del vestido acariciaba mi cuerpo con delicadeza y cortesía, me hacía sentir hermosa. La mujer más hermosa sobre la faz de la Tierra.

—Te ves preciosa —susurró Esme.

Miré a Rosalie, quien se limitó simplemente a dedicarme una sonrisa genuina y asentir con la cabeza. Sabía que no eran ni el vestido, ni el tocado o el maquillaje lo que me hacía ver hermosa ante los ojos de los demás. Era yo. Se trataba de mí misma pensando que era hermosa porque era libre. Era yo viéndome renacer de entre las cenizas, como un fénix. Siempre había sido yo. Ese poder de sentirme hermosa era lo que me hacía proyectar mi luz interna, lo que hacía a las personas que me vieran justamente como me sentía. Hermosa. Libre. Ligera. Feliz.

Alice salió de la habitación para llamar a Carlisle, quién me entregaría en el altar, mientras Rosalie colocaba mi velo de novia sobre mis ojos, ocultándome detrás de una ligera tela blanca con pequeñas incrustaciones que lo hacían brillar cuando los pequeños diamantes de utilería capturaban los haces de luz.

Bajé las escaleras de la mansión Cullen del brazo de Carlisle, aferrándome a él para no embrollar mis piernas con la tela de mi vestido.

—Quiero que sepas que pese a que no aceptaba que tú y mi hijo estuvieran juntos en un principio, me he dado cuenta con el tiempo de que él no podía haber encontrado a una mujer más perfecta que tú —murmuró mientras nos acercábamos al pasillo del improvisado altar que la familia Cullen había montado en el enorme y hermoso jardín de su propiedad—. Siempre deseé que mi hijo encontrara una mujer que hiciera que sus ojos se iluminaran al verla, que hiciera que le diese taquicardia cuando la tuviera cerca y que sus labios derrocharan miel al hablar de ella. Siempre quise que mi hijo encontrara una mujer de la cual se enamorara perdidamente de la misma forma en que yo me enamoré de su madre. Y no podía haberse enamorado de una mujer más perfecta… porque sé que tú sientes lo mismo que él.

Sentí las lágrimas picar en mis ojos. Alice me había prohibido terminantemente llorar durante la boda, pero sinceramente dudaba de poder cumplir sus deseos. Observé de reojo a Carlisle, él me dedicó una sonrisa.

—Gracias —susurré, cuando comenzamos a caminar por el ancho pasillo del altar.

—Gracias a ti por amar a mi hijo —respondió, estrechando mi mano.

Al final del pasillo una figura alta y elegante se encontraba de pie frente al pastor; vestía un traje negro, el cabello broncíneo despeinado con aire despreocupado. Contuve el aliento mientras mis pies se movían lentamente hacia él. Carlisle estrechaba mi mano con fuerza, en una forma tácita de decirme que todo estaría bien. Mi pecho se hinchó cuando se dio la vuelta para encararme, robándome el aliento de una tajada.

No podía concebir un ser más hermoso en toda mi imaginación. Su belleza era tanta que se volvía dolorosa de ver, pero tan hipnotizante que apartar la vista era prácticamente imposible. La comisura de sus labios se levantó al verme caminar hacia él, no podía verme a través del velo de novia que capturaba la luz y la reflejaba en distintas direcciones, haciendo brillar… pero él estaba ahí, observando a la altura de mis ojos, penetrando el velo de novia y observando mi alma y el amor que ésta sentía por él.

Finalmente estuvimos cara a cara, su aliento me golpeó con fuerza e hizo mi boca agua. Su esencia era dulce y embriagadora. Exquisita pero sutil.

Le di un abrazo a Carlisle, quien dejó mi mano descansar en la palma de Edward y besó mi mejilla antes de irse, dejándome frente al que en cuestión de minutos sería mi marido.

—Hola —susurró, cogiendo mi velo de novia por los bordes y tirándolo hacia atrás con lentitud.

—Hola —respondí, sonriente.

Se embelesó observando mi rostro. Levantó una mano y pasó las yemas de sus dedos por mi pómulo derecho, sentí una débil corriente recorrerme e involuntariamente solté un suspiro, extasiada.

El pastor llamó la atención de todos los presentes, avisando que la ceremonia estaba por comenzar. Edward me ayudó a tomar asiento y después ocupó su lugar a mi lado, sosteniendo mi mano y observando hacia el pastor con respeto. Mi pecho volvió a hincharse de orgullo. Edward era la perfección personalizada… y era todo mío.

El momento del beso fue exuberante, sensacional e increíble… fue uno de esos profundos besos que me roban el aliento, en los cuales permite que su amor se derrame por cada borde. Me sentí volar mientras me sostenía entre sus brazos. Fue como aquel primer beso de amor en nuestro prado… tan surreal y perfecto. El suelo bajo mis pies se desdibujó, dejándome flotando en medio de una nada pacífica y exorbitante, dónde sus labios me brindaban la única fuente de oxígeno para subsistir.

—Señora Cullen —murmuró, juntando nuestras frentes mientras ambos jadeábamos en busca de aire.

—Señor Cullen —ronroneé, sonriente y desbordante de felicidad.

Me cogió en brazos como el día en que le di la noticia de mi embarazo, haciéndome girar en el aire mientras ambos reíamos como un par de locos.

— ¡Yo idolatro a esta mujer! —gritó Edward, atrayéndome a su cuerpo con cariño.

Los invitados vitoreaban y celebraban nuestra unión. Pasé de brazo en brazo, recibiendo felicitaciones, besos y buenos deseos por parte de los invitados, todo eso sin soltar la mano de Edward en ningún momento.

El zumbido en mi bolsillo me acarreó de vuelta a la realidad. Me había quedado dormida mientras leía el libro de Edward. Coloqué el marcador en la página que estaba leyendo y busqué mi móvil en el bolsillo.

— ¿Hola?

"¿Te desperté, cariño? Lo siento, no era mi intención" murmuró Edward desde la otra línea "Acabamos de arribar a Luxemburgo".

— ¡Edward! —Jadeé, sonriente— No, no importa ¿Cómo estuvo tu vuelo?

"Tranquilo, dormí casi todo el camino ¿Alguna novedad?" mi corazón se encogió, sabiendo que se encontraba a miles de millones de kilómetros de distancia. Sofoqué un sollozo.

—Había pensado ir a visitar a Emmett y Rosalie en estos días, no quiero estar sola en esta gran casa. Se siente muy vacía sin ti en ella.

Él rió.

"Suena bien, sólo llámame o envíame un texto para estar al pendiente de tu viaje y pídele a Seth que te lleve, no quiero que cojas el bus".

—Lo haré. ¡Oh! Y otra cosa.

"¿Qué cosa?"

—Gracias.

"¿Por qué?" preguntó, y casi lo pude imaginar frunciendo el ceño.

—Encontré el libro. Es… hermoso.

"¿Has leído mucho?"

—Me quedé dormida mientras leía el capítulo nueve, donde ella escapa.

"Será mejor que descanses lo suficiente y no te esfuerces en sobremanera, ¿cómo están los niños?"

Acaricié mi vientre hinchado y sonreí.

—Están bien, han estado tranquilos.

"Me alegra. Muñequita, tengo que irme, aún tenemos que recoger nuestras maletas y Jack ya está rezando por llegar al hotel pronto. Y ciertamente, yo también"

—Claro, corazón. Descansa.

"La entrevista empieza a las cinco de la tarde".

—Estaré atenta.

Colgué el teléfono después de eso, con la fiel intensión de ir a mi habitación y tumbarme a dormir, cosa que los gemelos no me permitieron hacer ya que estuvieron enterrándome sus rodillas y codos en las costillas, volviendo prácticamente imposible el quedarme tumbada en la cama.

Cogí un par de auriculares y los conecté a mi iPhone, puse la lista de reproducción con las baladas que Edward había grabado para mí como regalo de bodas y algunas más que yo había grabado en mis clases de violín, y coloqué los auriculares alrededor de mi vientre abultado. Luego cogí el libro y me dispuse a leer por un largo rato.

Los días y semanas pasaron volando y cuando me di cuenta ya había pasado un mes desde que Edward se había ido a su gira. Yo pasaba el día ensayando con mi violín, aprendiendo nuevas melodías para tranquilizar a mis pequeños renacuajos, y de vez en cuando, me sentaba a experimentar con las cuerdas de mi violín, tratando de reflejar la enorme felicidad que me invadía desde que me había convertido en la señora Cullen, y tratando de dejar al margen aquellas emociones que inundaban mi corazón con mi pasado, por el bien de mis pequeños.

Edward me llamaba todos los días y me contaba sobre su gira. Prometió que nos llevaría a París cuando los gemelos cumplieran un año y aseguró que amaría Venecia si estuviera ahí con él. Mientras los días pasaban, la llegada de mis hijos estaba más y más cerca y no podía quedarme en casa con Seth y Leah solamente. Así que dos semanas antes de la fecha programada del parto, viajé a casa de Rosalie y Emmett, quienes me recibieron con los brazos abiertos.

Rose y Emm no estaban casados, vivían en unión libre pero el aura que los rodeaba era de amor puro y real. Edward llegaría el día del parto a primera hora y estaría conmigo a tiempo para ir al hospital y ver llegar a nuestros pequeños al mundo juntos.

—Bella, me llamaron para ir a valorar un paciente ¿Necesitas algo? —preguntó Rosalie, asomando la cabeza por la puerta de la habitación que ella y Emmett amablemente me habían cedido en mi estadía en su casa.

—No, gracias —respondí, sonriente.

—Vale, volveré más tarde. Emmett estará aquí en una media hora —la vi ponerse su chaqueta beige y acomodar su larga cabellera con bucles.

—No hay problema.

Rose salió de la casa y un minuto más tarde escuché que el auto salía del garaje. Yo me encontraba releyendo la última página de mi tomo de "la chica del antifaz".

Y al final del día, todo lo que escribo es por y para ti. Tú eres mi musa. Mi inspiración.

Supe que eras tú mientras conversábamos en ese 'Starbucks', con tu sonrisa genuina y tus ojos brillando de una manera tan irreal y adorable que hacías a mi corazón detenerse.

Ciertamente, aún logras tener ese efecto en mí.

Cuando me diste la noticia de que sería padre, mi corazón sufrió un shock eléctrico que me dejó totalmente perplejo ¡No podía creer que tendría un pedacito de ti! Sin duda alguna, corazón, eres lo mejor que pudo haberme sucedido.

Agradezco todas y cada una de las noches que paso junto a ti. Agradezco al cielo por haber sido tan bondadoso y haberte puesto en mi camino. Agradezco al destino y al corazón, que hizo que nos enamoráramos locamente del otro.

Siempre, amor mío, mi corazón y mi amor serán tuyos. No habrá nadie que se compare a tu belleza y hermosura divina. Eres mi ángel personal… y no de dejaré escapar de mi lado.

Con éste libro, mi muñequita, quise contarle a todo el mundo lo dichoso que soy al tenerte conmigo. Tal vez me falten palabras para expresar el lío que provocas en mi interior con tu presencia y el revoltijo que creas en mí, pero confío en que tendremos el tiempo necesario para poder demostrarte cuán grande es mi amor por ti.

Gracias por llegar a mi vida.

Te amo.

—Gracias a ti por haber llegado a la mía —susurré, acariciando la última hoja del libro.

Cerré el libro y lo estreché en mi pecho, imaginando que los fuertes y suaves brazos de Edward me rodeaban en ese instante y me transportaban a nuestro lugar feliz, donde sólo nuestro amor por el otro nos mantenía con vida.

En ése momento, sentí un agudo dolor en lo bajo de mi vientre. Se trataba de un dolor punzante que logró sacar todo el aire de mi cuerpo. Abrí la boca para coger aire, en un acto desesperado de llenar mis pulmones. Una punzada más atacó mi vientre, haciéndome soltar un chillido de dolor.

¡Eran contracciones! ¡Mis bebés estaban a punto de nacer!

Comencé a respirar como me habían explicado en el hospital y como lo hacía en los ejercicios mientras trataba ponerme de pie y alcanzar mi móvil y llamar a una ambulancia. En cuanto me puse de pie la punzada se agravió. Inhalé y exhalé con un ritmo constante, colocando una mano debajo de mi vientre hinchado y con la otra tratando de apoyarme en las paredes para llegar a la sala, donde había dejado mi móvil.

— ¡Aaaah! —grité, sintiendo como si millones de agujas se enterraran en lo bajo de mi vientre. Respirar se volvía cada vez más difícil, y el dolor casi no me dejaba caminar.

—Tengo que llegar al sofá y llamar a Rose —gruñí, apretando los dientes.

Una lengüetada de dolor recorrió mi cuerpo y me hizo sollozar. Había tenido contracciones antes, pero estas eran un millón más fuertes. Mi barriga comenzó a sentirse dura y pesada y podía sentir un movimiento extraño en los huesos de mis caderas; quería moverme más rápido y llegar donde mi móvil deprisa, pero el dolor era tan agonizante que no me permitía avanzar como yo quería, tenía que detenerme por completo y tomar una fuerte bocanada de aire antes de poder dar dos pasos y tener que repetir el proceso. Mi barriga enorme se volvía más y más pesada y dura y comencé a temer por mis bebés.

De pronto, sentí como mi derredor comenzaba a dar vueltas, haciéndome sentir mareada y confundida… ¿Qué estaba haciendo? Un pinchazo en mi vientre me lo recordó.

Mi móvil.

Jadeé mientras luchaba por acercarme al sofá. Mis energías estaban escaseando. Me sentía pesada y sumamente agotada, respirar consistía en hacer un esfuerzo sobrehumano, mi corazón latía frenéticamente y eso no ayudaba a mi respiración, mis oídos pitaban, mi derredor se movía en picada. Sentí algo frío y duro contra mi mejilla. Mi frente estaba poblada de sudor mientras intentaba ponerme de pie nuevamente y llegar a mi móvil para pedir ayuda. Sólo estaba a unos pocos centímetros de distancia de él. Estiré la mano, jugueteando con mis dedos para alcanzar el móvil, en eso una fuerte punzada de dolor arremetió contra mí, provocando que un grito desgarrador saliera de mi garganta.

Y entonces, todo se volvió negro.

Una luz centelleante se posó frente a mí, llenando de luz todo lo que estaba detrás de mis ojos. Aturdida, comencé a abrir mis pesados parpados. Frente a mi entorné el rostro de un doctor de mediana edad con cabello canoso y un cubre bocas azul.

— ¿Dónde estoy? —pregunté.

— ¡A despertado! —anunció a no sé quién y después volvió la vista a mi— Estas en el hospital, te desmayaste por la intensidad de las contracciones. Tus hijos están a punto de nacer.

Me costó un poco de trabajo comprender sus palabras, pero cuando finalmente lo hice, mis manos volaron hasta mi hinchado vientre que estaba duro como una piedra.

— ¿Ellos están bien? —pregunté, preocupada.

—Sí, su cuñado la encontró a tiempo para traerla al hospital. Vamos a comenzar, ¿de acuerdo?

Asentí.

Alguien elevó mis piernas y las abrió con cuidado, observando mi cavidad. Entonces, una luz se encendió en mi cabeza.

— ¿Y Edward? —chillé.

Miré esperanzada al doctor que había estado hablando conmigo, pero él negó con la cabeza, indicándome que Edward no estaba ahí pese a haberme prometido que estaría ahí conmigo, sosteniendo mi mano y viendo como nuestros hijos llegaban al mundo. Juntos.

Mi corazón se hundió en mi pecho; él no estaba. Él no escucharía a nuestros hijos gritar cuando nacieran, no compartiría mi dicha al verlos en sus primeros segundos en el mundo…

—Bien, señora Cullen, necesito que comience con los ejercicios de respiración y puje. Estamos listos.

Aparté el sentimiento de abandono de mi lado y traté de pujar con todas mis fuerzas mientras inhalaba y exhalaba profundamente, pero mis esfuerzos parecían escasos.

— ¡Más fuerte! —ordenó el doctor. Una enfermera secó el sudor de mi frente.

—Estoy haciéndolo lo mejor que puedo —chillé, pujando una vez más y aferrándome a las sábanas de la camilla.

—Más fuerte, aun no puedo ver su cabeza —insistió.

Gemí de dolor mientras lo intentaba una vez más. Un dolor espeluznante recorrió mi cuerpo con una sacudida y me hizo soltar un sollozo. Apreté los dientes con fuerza y me esforcé por pujar más fuerte.

De pronto sentí una mano coger mi mano engarrotada en acariciarla con ternura. levanté la vista y ahí estaba él. Sus esmeraldas abrazadoras y tranquilizantes me observaban con cierto grado de preocupación y admiración.

—Lamento la demora —susurró, besando mi frente.

Sonreí. Y volví mi atención al médico quien me dedicó una mirada urgida.

—Por favor —rugió—, más fuerte.

Edward apretó mi mano con cariño.

—Tú puedes, mi muñequita. Sé que tú puedes —me animó.

Tragué saliva e inhalé profundamente preparándome para pujar una vez más. Esta vez sentí como Edward me transmitía su fuerza mediante su mano cogida con la mía. Apreté mis dedos entorno a su palma con extrema fuerza mientras soltaba un grito y pujaba con todas mis fuerzas, como si me fuera la vida en ello. Pujar, tenía que hacerlo con suficiente fuerza para que mis bebés lograran llegar al mundo. Pujé una segunda vez, apretando mis dientes con fuerza y escuchando un chillido a lo lejos, pero el sonido a mi derredor se escuchaba tan distante y surreal… chillé una vez más mientras pujaba con fuerza y apretaba la mano de Edward entre la mía. Mi interior se desgarraba lenta y dolorosamente pero no me importó en lo absoluto.

Mi respiración estaba acelerada y mis ojos llenos de lágrimas cuando escuché el segundo chillido, un sonido agudo y que sería capaz de romper los tímpanos de cualquiera que estuviese demasiado cerca. Fui conciente que mi segundo bebé había nacido y entonces me desparramé en la camilla, inhalando y exhalando demasiado rápido.

—Lo has hecho bien. Lo has hecho muy bien —susurró Edward.

— ¿Dónde están? —pregunté, mientras trataba de recuperar el aliento.

Pronto, una enfermera colocó un pequeño cuerpecito caliente en mis brazos y lo dejó descansar. Alcé la mirada a Edward, quien sostenía otro pequeño y hermoso ser en sus brazos. Dobló su cuerpo elegantemente para poner a mi bebé a mi lado y que así tuviera a ambos cuerpecitos entre mis brazos.

—Son tan hermosos —sollocé.

—Las creaturas más hermosas sobre la faz de la Tierra —murmuró, acariciando mi cabello húmedo— ¿Cómo los llamaremos?

Sonreí. Observé al pequeño que estaba a mi izquierda, envuelto en una sabanita azul y con sus ojitos cerrados.

—Ethan Alexander Cullen Swan —murmuré, besando su cálida frente.

Volví mi atención a la pequeña niña que cerraba sus puñitos y abría su pequeña boquita formando una perfecta "O", sus ojitos estaban abiertos y me observaba con sus preciosos ojos verde esmeralda.

—Suzanna Geraldine Cullen Swan —susurré, mientras una lágrima salía de mis ojos.

Su boquita formó una sonrisa y de entre sus labios saltó la melodía más dulce que mis oídos habían tenido la dicha de escuchar hasta entonces: su risa de bebé.

Mis ojos buscaron los de Edward en ese instante, él nos observaba a los tres con los ojos aguados mientras su mano se había detenido en lo alto de mi cabeza. Sonreí a través de mis lágrimas y el correspondió mi sonrisa. Se inclinó, con cuidado de no lastimar a Ethan, y besó mis labios con ternura.

—Por siempre juntos —murmuré.

—Los cuatro —acordó.

Y volvió a besarme.

FIN


Espero que realmente les haya gustado la última parte del epílogo. Y deseo agradecer a todas las chicas que leyeron desde el principio, a aquellas que siguieron su lectura hasta este punto ¡GRACIAS! Porque fueron sus comentarios los que me hicieron. Fueron muchas pero deseo agradecer a LAPARRA y janalez, quienes siguieron la historia desde el principio ¡Gracias, corazones! A nardamat, quien siempre deja un review desde que encontró la historia. A mi querida Susana Aguilar, que se convirtió en mi amiga y posteriormente en mi hija virtual, mi pequeña :')Mi hermana poetiza, hermosa y divina quien colaboró con los poemas que leyeron en el fic, Tania Geraldine, ustedes dos son el mejor regalo que Muñequita me pudo dejar ¡Las adoro!

En fin, les agradezco a todas y cada una de ustedes que siguieron conmigo a lo largo de este casi un año en que se estuvo publicando el fic… gracias por soportar mis tardanzas en actualizar, por aguantar mis semanas de exámenes, mis extraños bloqueos y mis bipolaridades.

Y bien, les aseguro que si les ha gustado este fic, tengo otro que igualmente amarán. Lo pueden encontrar en mi perfil, se llama "La última promesa" les agradecería que leyeran los pocos capítulos que están publicados y que me dejaran sus opiniones. Por ahora todavía se está planteando la trama pero estoy segura que le cogerán cariño de la misma forma que se la cogieron a este fic.

Como último, sólo deseo pedirles un poco de ayuda. En capítulos anteriores dije que estaba participando en un concurso de literatura. Bien, gracias a su apoyo, mi relato se ha colocado entre los primeros cinco finalistas (en segundo lugar) y mi relato será publicado en una antología en FÍSICO y su publicación ya es segura, ¿pueden creer cómo me encuentro? La convocatoria sigue abierta y aún puedo competir para coronarme en el primer lugar. Si aún no votan por mí, ¿podrían hacerlo? La cosa es simple, sólo tienen que ir al link de abajo (sacando los espacios)

www . hitsbook es / concursos / lavozylapalabra / mi-angel-anabel-miranda /

Si no están registrados, en la parte superior derecha aparece Registro/Entrar, entran y pueden registrarse de manera tradicional o logear su cuenta de Facebook o cuenta de google, una vez registrados, vuelven al link del vídeo y, debajo del número de votos, cogen la manita y la arrastran hasta la carita (el final de la línea) y esperan unos segunditos a que su voto se guarde. Pueden dejar un comentario si así lo desean.

¡Miles de gracias por su apoyo en esta loca aventura!

Nos seguiremos leyendo en mis demás ocurrencias.

Un beso enorme y pronto tendrán noticias sobre la adaptación del fic para una historia original titulada "La chica del antifaz"

Con amor,

Anna.