¡ATENCION! LEER PRIMERO ESTO: Este fic contiene relato de tipo sexual y que no están nada relacionados con el estilo romántico de Jane Austen. Algunos párrafos de este fic si tienen algo del estilo de Jane Austen ¡pero vuelvo a repetirlo! Para nada es romántico, tiene contenido erótico y puramente sexual. ¡Es para mayores de 18 años! Si te gusta el romanticismo no sigas leyendo, a ver si va a venir algún comentario diciéndome que le he pervertido o que si Jane Austen se levantara de la tumba y leyera esto se arrepentiría de volver a estar viva, ect…
Este fic no me pertenece a R. Grace y su verdadero titulo es "A Taste". Esto es una TRADUCCION.
Lo que Elizabeth hacía solo podría describirse como esconderse. Sabía que se sentía culpable por mentir a sus amigos y decirles que tenía un dolor de cabeza que no padecía pero no podía encontrarse con él otra vez.
Esa mañana, Elizabeth se había encontrado con el señor Darcy mientras caminaba otra vez, ella estaba completamente convencida de que tenía un propósito buscándola cuando sabía que estaba sola. La manera en que sus ojos oscuros recorrían las curvas de su cuerpo le hacían temblar. Lo más alarmante es que a ella no le disgustaba del todo aquella sensación.
Por mucho que intentaba que su mente odiara al señor Darcy, Elizabeth Bennet no podía controlar la reacción de su cuerpo en su presencia. Ella se había descubierto a si misma observándole cuando nadie estaba mirando. No podía negar que era un esplendido ejemplo de belleza masculina. Hombros anchos y caderas estrechas, piernas marcadas que lucían bien en sus botas de montar, y los ojos tan oscuros que eran casi negros si no fuese por algunos rasgos que desconcertaban aun mas a Elizabeth. Parecía terriblemente injusto que alguien tan perfecto físicamente tuviese tantos defectos en carácter, comportamiento y juicio.
Elizabeth era inocente. Sabía muy poco acerca de la atracción entre un hombre y una mujer pero sabía que los hombres tienen ciertas necesidades. Esas necesidades, aunque eran un misterio para Elizabeth, estaban escritas en los ojos del señor Darcy cuando la miraba y estaban solos en los bosques. Estaba acostumbrada a su mirada. Había lidiado con ella desde que le había conocido. Su intenso escrutinio hacia que Elizabeth se sintiese incomoda, pero hasta que ellos habían estado solos en los bosques ella había asumido que él solo la miraba para criticarla y encontrarle alguna falta. Sin embargo, cuando habían estado solos en la estrecha senda con su mano atrapada en su brazo, Elizabeth le asignó otro significado a la mirada.
El resultado de aquello es que Elizabeth estaba asustada de él. Ella sabía que él no sentía amor por ella. Estaba claro que a él solo le atraía físicamente. Ella sabía su carácter por boca del señor Wickham y observándole desde el primer día que se conocieron sabía que no era de fiar. Cierto, él siempre se había comportado como el perfecto caballero cuando ellos habían estado juntos mucho tiempo pero quizás solo quería que ella se sintiese confortable en su presencia antes de que él… ella no estaba segura de poder explicarlo… comprometerla de alguna manera. Y lo que más temía de todo era a ella misma. Los sentimientos que despertaban en su cuerpo su mirada y su cercanía eran difíciles de ignorar, y estaba segura de que él sabía aquello y que lo usaría en su ventaja. Dudaba de su capacidad de resistirse a él cuando estaban juntos. Se lo imaginaba caminando y acercándose a ella, los ojos negros fundiéndose con los suyos, cogiendo su mano, llevándola a sus labios… Cerró los ojos y descansó su cabeza en el respaldo de la silla. Sus manos temblaban.
Elizabeth reaccionó cuando la puerta de la sala se abrió. Cuando sus ojos se abrieron tuvo que pestañear varias veces para darse cuenta de que estaba despierta. ¡Allí, de pie en la sala se encontraba el señor Darcy!
"¿Está usted bien, señorita Elizabeth?" preguntó. Su voz era áspera y su respiraba rápidamente. Elizabeth pensó que nunca lo había visto tan agitado.
"Lo estoy, gracias," ella replicó con fría serenidad, aun aturdida por su presencia.
"Cuando oí que estaba enferma, tuve que venir," él continuo. La boca de Elizabeth se abrió atónita y confundida. ¿Qué le hacía preocuparse por su salud? Ella tenía que descubrirlo.
El señor Darcy se sentó durante unos breves momentos, luego se levantó y empezó a pasear desde la silla hasta la repisa de la chimenea y después hasta la ventana. Él hizo ese circuito dos veces antes de pararse enfrente de Elizabeth donde se acercó a su silla con silencio confundido.
Pasándose los dedos por el pelo nervioso, él empezó-
"He luchado en vano. No ha funcionado. Mis sentimientos no pueden ser reprimidos por más tiempo." Aquí él se paró y tomo su mano en las suyas antes de continuar. "Debe dejarme que le diga como ardientemente la admiro… y la amo."
Elizabeth no se había quedado más sorprendida en veinte años. Sentía que el color le llegaba desde el pecho hasta el cabello. Se preguntó si le había oído bien o si quizás estaba soñando. Antes de que pudiese dar cualquier tipo de respuesta, él continúo.
"Desde casi el primer momento que nos conocimos, tu belleza me ha atormentado. ¡Oh, como te deseo! Te he anhelado hasta el punto del dolor físico. Tu belleza, ingenio e inteligencia me han cautivado. He luchado para olvidar estos sentimientos en vano. A pesar de la su inferioridad, de la degradación que la alianza hará en mi nombre y de las inferioridad de su familia y amigos, yo debo estar con usted o iré a la tumba. Así que le suplico que acepte mi mano."
Cuando dijo aquello acercó la mano que tenía cautiva a sus labios y otorgó besos en la palma y en la muñeca gradualmente hasta llegar a su antebrazo. Él se quedó sorprendido cuando Elizabeth bruscamente arrancó la mano de su agarre y la limpió en su falda.
"¿Cómo se atreve?" dijo ella mirándole enfadada. "¿Cómo se atreve a insultarme y a tomarse estas libertades?"
El señor Darcy estaba furioso. ¿Tenía alguna idea de lo que le había costado abrirse a ella como lo había hecho? ¿De ofrecerle todo lo que tenia?
"¿Es esta toda la respuesta que tengo el honor de esperar?"
"Sí, lo es," le escupió ella.
"¡Yo creo, señorita, que en estos casos es obligación expresar, al menos, gratitud, por los sentimientos mostrados!"
"¡Si pudiese sentir gratitud, se lo mostraría pero no puedo! ¡Nunca he deseado su buena opinión y usted mismo a confesado que su cariño es contra su voluntad!"
Sus ojos negros la absorbieron y avanzó un paso hacia ella. Ella automáticamente se echo hacia atrás. Sus piernas chocaron con la silla que estaba detrás de ella, la cual rápidamente puso entre ella y el señor Darcy. La pequeña barrera entre ellos le dio fuerzas para continuar.
"¡Yo lamentaría tener que causar dolor a cualquiera- excepto quizás a usted! ¡Pero tranquilo señor, estoy seguro que los sentimientos que han considerado su estima le harán olvidarla!"
"Usted es muy cruel, señorita, al rechazarme con esa total falta de cortesía. Todos los meses que he sufrido por usted han sido reducidos a unos pocos besos en su mano. ¡Para el extenso deseo que siento por usted es una nimiedad!"
Sus ojos negros hablaban elocuentemente de su necesidad. Ella se quedó helada bajo su mirada cuando se arrodillo en la silla delante de ella y volvió a capturar su mano, volviéndola instantáneamente y besándola la palma. Ella dio un grito ahogado ante la inesperada sensación de su lengua caliente en su piel y sus gentiles besos en su muñeca. Su corazón latía salvajemente.
Tan pronto como Elizabeth recordó su enfado intentó separar la mano de nuevo. Esta vez, sin embargo, él barajaba aquella posibilidad. Así que por más que lo intentó no pudo liberar su mano de su fuerte agarre.
"¿No es usted cruel hablándome de su deseo y luego diciendo que una alianza con migo le degradara con el mismo aliento? ¿No es acaso una excusa para mi falta de descortesía en el caso de que lo fuese? ¡Pero tengo otros motivos, usted lo sabe!"
El señor Darcy hizo una pausa en sus besos en su antebrazo cuando oyó la última frase. ¿Qué más podía impedirle estar con él? ¿De qué era culpable él que no fuese de derrochar su atención en tal desagradecida e indigna muchacha? Su mirada de frustración inflamó a Elizabeth.
"¿Honestamente piensa que debo tener alguna consideración en aceptar al hombre que ha arruinado, quizás para siempre, la felicidad de mi más querida hermana?"
El señor Darcy se quedó blanco. ¿Cómo sabia ella que había interferido entre el señor Bingley y su hermana? Él nunca había subestimado su inteligencia. Nada parecía escapar a su capacidad de observación.
"¿Se atreve a negar que ha sido el principal culpable, lo que no quiere decir que también hayan sido separados por otros, que los ha expuesto a la censura del mundo por caprichosos e inestables, y al escarnio de las esperanzas frustradas hundiéndolos en la más aguda miseria? ¡Y aun, usted tiene la audacia de presumir de lo que su esfuerzo logro!"
La fuente por la que Elizabeth hubiese podido conseguir la información se le paso al señor Darcy por la cabeza. ¡Maldito Richard! ¡No era lo suficiente insufrible intentando coquetear constantemente con Elizabeth desde su primer encuentro, así que tuvo que abrir la boca y hacerle pensar de él peor de lo que lo había hecho hasta ahora! El señor Darcy se había preguntado en varias ocasiones desde que había llegado a Rosings si Elizabeth prefería la compañía de Richard a la suya. La furia y los celos le ahogaban.
"¿Puede negar usted que lo ha hecho?" Elizabeth repitió.
"No tengo deseo de negar que hice todo lo que estuvo en mi poder para separar a mi amigo de tu hermana y que me regocijo de lo que logre. Con él he sido más bueno que con migo."
Después de aquello, el envolvió su mano alrededor de su cintura y la acercó a él, enterrando su cara en su cuello con un gemido, probando su piel suave con la lengua. Era imposible tener la tentación de su cuerpo tan cerca y aun creer que no podía tenerla. Al menos, él podría saborear sus delicias antes de renunciar a ella.
La sangre de Elizabeth se agitó por su cercanía y por sus suaves labios en su cuello. Se sintió indefensa entre el brazo que envolvía su cintura. Pero no era una sensación totalmente desagradable. Ella tomó aire, esperando que su mente se aclarara, pero su olor, tan embriagador y desenfadado, le hizo sentir una oleada de deseo que nunca antes había experimentado. Su lustroso pelo negro, tan cerca de su cara, tentó sus dedos a tocarlo. Sus fuertes hombros le tentaban a presionarlos. Sacudió su cabeza para aclarar aquellos pensamientos indeseados y se forzó a si misma a recordar que le había rechazado. Ahora él estaba mordiendo su clavícula. Sabía que debía distraerle antes de que él fuese más allá.
"Pero no es solo ese asunto lo que me desagrada." El dejó de besarla y la miró. ¿Qué mas ahora?
"Mucho antes ya había fundado una opinión sobre usted. Su carácter me fue revelado en una conversación con el señor Wickham algunos meses antes. ¿Sobre ese punto, que tiene usted que decir? ¿En qué acto imaginario de amistad se defenderá a sí mismo?"
Ante la mención del nombre del señor Wickham, el temperamento del señor Darcy estalló, y sus celos por ella, ya inflamados por los pensamientos de su primo, crecieron a límites insospechados. Él apretó su agarre en su cintura y se inclinó al hablarle.
"¡Se toma mucho interés en los asuntos de ese caballero!"
Sin sentirse intimidada, Elizabeth le miró directamente a los ojos y replicó, "¿Quién que conozca sus infortunios no podría sentir interés por él?"
"¡Sus infortunios!" Darcy repitió despectivo, "¡Sí, sus infortunios han sido muy grandes sin duda!"
"¡Y todo por su culpa!" Elizabeth gritó con energía.
Darcy la zarandeó, quizás más fuerte de lo que quería, pero sintió la urgencia de hacerla entrar en razón. ¿Cómo podía simpatizar con Whickham? ¿Como podía permitirse en caer en sus falsos encantos? Él no podía permitirse el pensamiento de perder a la mujer que quería a favor de su peor enemigo. El necesitar proclamarla como suya alcanzó un nuevo nivel para el señor Darcy y apartó la silla que había entre ellos poniendo su exuberante cuerpo contra el suyo. Finalmente, liberó su mano, solo para acariciar tiernamente su cara, su pelo y su cuello.
"¡Elizabeth, no te perderé ante él! ¡He perdido demasiadas cosas en las manos de ese demonio ya y no te entregare a ti también! Elizabeth ¿No puedes ver que haría lo que fuese por ti? Te quiero, te necesito," sus manos apretaron sus caderas contra las suyas haciéndole despertar su excitación, "me muero por ti."
Él se inclinó sobre ella y le susurró al oído, "por favor dime que serás mía. ¿Qué tengo que decir o hacer para convencerte?"
Elizabeth temblaba debido a su cercanía, su aliento caliente en su mejilla. No estaba exactamente segura de que era la presión que sentía en su cadera pero era casi imposible resistir la urgencia de frotarse contra él. Estaba envuelta en su olor, su calor. Su tentador cuerpo masculino pedía a gritos ser tocado, idolatrado. Su cuerpo rogaba por ser tocado también. ¿Por qué, oh por qué no podía ella simplemente rendirse? ¡Era tan injusto!"
Ella se puso más furiosa aun, la razón de su furia era cada vez más confusa. ¿Estaba ella enfadada con él o con el hecho de que lo desease? Juntando todos los vestigios de coraje y resistencia de su cuerpo, ella golpeó sus manos contra su espalda. Él paró y la miró inquisitivo. Mostró el dolor en sus ojos debido a la decisión de Elizabeth. Con aquel desafiante acto, ella colocó sus manos en su pecho y le empujó bruscamente lejos de ella. Después, le escupió.
"¡Fitzwilliam Darcy, usted es, sin lugar a duda, el último hombre del mundo con el que decidiría casarme!"
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, ella deseó no haberlas dicho. La mirada de dolor y desesperación de su hermosa cara hizo que se arrepintiese de su decisión. Sus puños la liberaron y sus manos se apostaron limpiamente a sus lados. Todo el enfado se había ido y sus ojos se nublaron con lágrimas.
El señor Darcy estaba aturdido y dolido por sus palabras, más de lo que habría creído posible. Ahora él sabía que detrás de la duda él amaba de verdad a Elizabeth. Él quería algo más a parte de solamente tenerla como compañera de cama y mesa. Él la quería y necesitaba que le amase y que le quisiese también. Si ella no podría darle nunca aquello, no tenía sentido forzarla a estar con él. Alicaído, miro su bella cara, preciosa incluso después de las palabras de enfado que le había dirigido. Estaba desesperado porque pudiese ser la última vez que la vería.
Mientras estaba observando su cara, el señor Darcy empezó a sentir esperanza de nuevo debido a que el enfado había desaparecido y ella le miraba con ¿Arrepentimiento? ¿Remordimiento? ¿Qué era aquello que él veía en sus ojos? ¿Nostalgia quizás? ¿Sería capaz de creerlo? Cuando vio lagrimas en sus ojos él pensó que su corazón se derretiría. Sus ojos suplicaban silenciosamente que ella le siguiese mirando así. ¿Podrían ser sus comentarios mordaces tan verdad y bien pensados como su hiriente comentario en la sala la fatídica noche que se habían conocido? Ella era lo suficientemente bonita para tentarle. ¿Pensó él alguna vez que ella podría prevalecer entre las demás?
Elizabeth vio la duda en sus ojos como si oyera su silencioso ruego. ¿Dónde estaba el hombre arrogante que había caminado por la habitación? El señor Darcy que la miraba ahora era tan vulnerable. Ella empezó a sentir que su corazón se suavizaba hacia él. Recordó lo que se sentía estando en sus brazos, presionada contra su fuerte cuerpo. ¿Podría el sostenerla de nuevo de aquella manera? ¿Le deseaba ella verdaderamente?
El señor Darcy notó que los ojos de Elizabeth empezaban a moverse por su cuerpo, y su mirada tentadora captó que su pecho subía y bajaba rápidamente. Cuando sus ojos se encontraron de nuevo, él tendió sus manos hacia ella. Elizabeth abandonó su lucha y se echó en sus brazos sin preocuparse de las consecuencias. Solo quería sentirle rodeándola de nuevo. Los labios del señor Darcy inmediatamente se acercaron a los suyos y ella suspiró en su primer contacto. Él la besó fuerte con todo el deseo y la desesperación que sentía. Elizabeth agarró sus fuertes hombros con una mano, apretándolos, admirando los duros músculos debajo de su chaqueta. Su otra mano agarro firmemente su pelo.
Por algunos minutos, el señor Darcy estuvo tan inmerso en la sensación de sus labios finalmente tocando los suyos que estuvo casi inconsciente. Pronto, sin embargo, él deseo más. Tenía que saber que ella seria suya.
"Elizabeth," él susurró, rompiendo su apasionado beso, "¿Esto quiere decir que nos casaremos?"
Cuando no le dio inmediatamente una respuesta, él busco sus ojos. Estaban llenos de pasión pero también estaban dudosos. De repente, ella rompió el contacto visual y tragó saliva. Sus dedos inconscientemente acariciaban su pecho hasta su chaleco. Él puso una de sus grandes manos sobre ella, acercándola más a él. Intentó que le volviese a mirar. Ella sabía que debía darle una respuesta pero no sabía cuál debía dar.
"Yo," ella empezó, "Yo… Yo no estoy segura. Tendré que pensarlo."
"¡Argh!" él gruño y volvió a apretarla contra él de nuevo, "¡Maldita sea, Elizabeth! ¡Verdaderamente me llevaras a la tumba!"
"Lo siento," fue la única débil respuesta que pudo reunir.
"Elizabeth, por favor al menos di que consideraras mi oferta. Nosotros pertenecemos el uno al otro. Nunca he sentido por una mujer lo que siento por ti. Y yo no creo que estés tan receptiva a mis avances si tu no sientes algo por mí."
Elizabeth miró su pecho para no encontrarse con sus ojos. No podía pensar cuando miraba en la profundidad de sus ojos oscuros. Tampoco podía con sus cálidas manos acariciando su cintura y sus caderas a través de su vestido o su cuello. Era verdad que ella sentía algo por él- algo muy impropio de hecho.
Elizabeth exhaló aire fuertemente, frustrada por la agitación en su mente y en su cuerpo. El señor Darcy encontró su silencio lo suficientemente largo para estimularle. El susurró roncamente contra la piel cálida de su cuello, "solo imagina como seria pertenecer el uno al otro. Sin reglas ni límites entre nosotros, solo pasión, revelación y aventura. Yo puedo llevarte a lugares donde nunca habrías soñado llegar."
Elizabeth estaba aun en silencio. Su discurso había causado extrañas reacciones en su cuerpo. Se estremeció, sintiéndose mareada, pensando que iba a caer sobre sus rodillas e involuntariamente se apretaron músculos secretos que ella no sabía que poseía. Todo aquello se multiplicó por diez cuando su gran mano se acercó sigilosamente a su pecho y lo acaricio gentilmente. Ella ahogó un grito y se agarró en sus músculos para no caerse.
El señor Darcy gruño y susurró, "Te daré una prueba de lo que podría ser cuando estuviésemos casados. Así quizás tengas mas información a la hora de tomar tu decisión."
Él deslizó sus dedos debajo de la manga de su vestido y lo retiró hasta su hombro, dejando la sedosa carne a merced de sus hambrientos labios. De repente se sintió acalorado, empezó a quitarse el chaquetón y lo dejo caer al suelo, luego empezó a deshacer los nudos de su corbata. Elizabeth miró a su cuello expuesto ávidamente. Ella situó una mano en uno de los lados de su cuello, disfrutando de la cálida sensación de su piel bajo sus manos. Después de unos momentos, él la beso fieramente y sus manos se hundieron en su cuerpo levantándola del suelo. Él la llevó al sofá y la tendió encima, sin romper el beso, presionando su cuerpo contra el suyo.
Elizabeth nunca se había sentido tan abrumada. Ella podía sentir su fuerte cuerpo en todas las partes que le tocaba. Ella se estremeció pensando que él podría hacer todo lo que quisiese con ella y que ella no podría defenderse. Incluso no podía hacer que su cuerpo intentase defenderse. Su lengua presionaba sus labios, y ella gimió, enganchando involuntariamente su rodilla sobre su cadera. Él agarró el dobladillo de la falda y la levantó hasta sus caderas, sus manos envolvieron sus piernas alrededor de él. Después, su boca se movió para atrapar los pezones que sobresalían a través de su fino vestido. Ella dio un grito ahogado ante la encantadora y nueva sensación que estaba provocando.
"No puedes resistirte. Déjate llevar, Elizabeth. Admite que yo he ganado."
Elizabeth inmediatamente se aclaró la mente cuando oyó la arrogancia de la frase. ¿Quién se pensaba que era? Intentó separarle de ella pero era demasiado pesado. Retiró sus piernas y sus manos contra el sofá y se arqueó parar intentar arrojarlo de encima de ella pero lo único que consiguió fue hundir sus caderas contra él, provocando que él gruñese salvajemente ante el inesperado placer. Agarró su cadera y se movió contra ella de nuevo, presionando sus labios en el hueco de su hombro. Ella sintió que sus labios se volvían una sonrisa ante su impotente grito.
"Sabes que te gusta, Elizabeth," dijo él mofándose.
Ella forcejeó de nuevo. El señor Darcy no pudo evitar reírse de sus patéticos intentos y sus gruñidos y gemidos de frustración. Elizabeth reaccionó agarrando firmemente dos puñados de pelo y procediendo a tirar de ellos fuertemente. Darcy solo continuó riendo.
"¡Arrogante!... tiró… ¡engreído!... tiró… ¡irritante!" Ella tiraba del pelo con todas sus fuerzas para liberar su cuello. No estaba preparada para el instante de debilidad en que sus ojos se encontraron con los suyos que estaban llenos de pasión. Una de sus manos se movió para agarrar su mentón. "Apuesto…" El señor Darcy gruñó e invadió sus labios con su lengua. "Tentador…" Presionó su cabeza en su cuello, besando, probando y saboreando como se sentía y olía su piel cálida. Sus dedos empezaron a remover su pelo, sujetándola. "¡Insufrible!" ella grito cuando le mordió el cuello lo suficiente para dejarle una marca.
"¡Aw!" Él gruñó y bruscamente agarró su pecho con una mano, dejando la otra enredándose en su pelo.
"¡Incorregible!" Ella retiró su mano y le abofeteo en la cara. Rápidamente capturó sus manos con las suyas y las puso encima de su cabeza. Ahora estaba verdaderamente indefensa. Sus labios se arrastraron por su oreja, luego por su mejilla hacia su mentón, sobre su cuello y después pasando por su clavícula; él presionó su cara en su pecho, gimiendo suavemente cuando sus labios por fin atraparon sus pezones a través de su vestido. No pudo contener su suspiro de satisfacción. "Cautivador…" Tan pronto como la palabra salió de sus labios, él la besaba de nuevo. Su beso era brusco hasta que él sintió la apasionada respuesta, encantado con la sensación de sus dientes mordiendo su labio inferior. Entonces, liberó sus manos lo que le permitió apreciar sus suaves curvas. Sus manos se movían voluntariamente por sus hombros y su espalda, luego entre sus cuerpos para acariciar su pecho. Frustrada por la interferencia del chaleco, sus dedos desabrocharon todos los botones hasta liberarle de él completamente. La fina tela de su blusa no era casi una barrera. Podía sentir cada musculo firme de su pecho y su estomago, y la sensación era esplendida. El señor Darcy apenas pudo contener su entusiasmo al notar que ella estaba tan interesada en su cuerpo como él en el de ella.
Elizabeth sentía casi un dolor vacio en lo profundo de su estomago que no podía explicar. Gimió miserablemente cuando el dolor se intensificó. El señor Darcy parecía saber lo que ella necesitaba. Ella tembló cuando sus dedos encontraron el punto sensible entre sus muslos, sorprendiéndola al descubrir cuál era la fuente de su dolor. Sabía que podía pararle pero parece que había perdido el control de sus facultades. Sus dedos cálidos seguían acariciándola. Pronto ella empezó a retorcerse y sus delicados gemidos eran música para sus oídos.
¡Oh, señor Darcy!" ella jadeo cuando la sensación empezó a intensificarse, concentrándose en el punto en que sus dedos acariciaban su piel. Ella se quedó aturdida y casi enfadada cuando sus dedos la liberaron, y él se quitó de encima de ella. Sin embargo, no la privó de él totalmente. Sus brazos rodearon su cintura y la levantaron, cambiando de posición y sentándola a horcajadas sobre él. Sus manos acariciaban sus sedosos muslos, y sus manos reanudaron su exploración por su pecho y su estomago a través de su blusa. Por un momento ellos solamente se admiraron el uno al otro, él admiraba su despeinado pelo y sus hinchados labios, ella lo hacía con su ancho pecho ascendiendo y cayendo, tensándose contra su fina blusa.
Después de unos momentos, sus dedos se movieron otra vez acariciándola de nuevo. Él se movía debajo de ella y empezó a mover las caderas contra ella al tiempo que lo hacían sus dedos. Su otra mano agarró la cadera de Elizabeth, alentándola a que se moviera con él. Ella lo hizo, encontrando que eso intensificaba su placer bastante. Elizabeth se inflamó de sus gemidos de satisfacción cuando se movieron al unisonó adorando que él estuviese tan implicado como lo estaba ella. La sensación dentro de ella se intensificó de nuevo. Creció más y más hasta que movió su cabeza hacia atrás y cerró los ojos, mordiéndose los labios para no gritar. La sensación empezó a descender y ella le miró. Él sonrió satisfactoriamente al ver la emoción que estaba tan claramente escrita en su cara.
Él abrió sus brazos hacia ella y la atrajo contra su pecho. Ella juntó sus dedos con el pelo de él y presionó suaves besos en su cuello y en su mentón. Sus manos se movían debajo de su blusa hasta su trasero, presionándolo hacia ella. "Oh, Elizabeth," él gimió cuando se movió contra ella, "¡mi amor, sí!" Ella siguió haciéndolo entendiendo lo que le contentaba. "¡Oh, señor, si!" él grito, agarrándola cerca antes de que con un indefenso gimoteo, repentinamente y finalmente se libró de ella.
Ellos yacieron exhaustos antes de que él tomase su cara entre sus manos, levantándola para mirarla a los ojos.
"Esto, mi amor, es solo una muestra de lo que nuestras vidas como marido y mujer pueden ser. Aun hay mucho más que puedo enseñarte, mucho más que descubriremos juntos. Eres la más bella, apasionada y generosa compañera que un hombre puede esperar tener. Esta tarde solo has reforzado mi decisión de tenerte. Estoy más seguro que nunca de que pertenecemos el uno al otro. No tienes que darme una respuesta ahora. Piensa sobre ello. Piensa esta noche en tu cama. Imagina como seria estar en la cama con migo, sosteniéndote y amándote. Yo me imaginare lo mismo, como cada noche desde hace meses lo he hecho." Él acarició sus labios sobre los de ella tiernamente, luego continúo. "Yo te adoro, Elizabeth. Por favor déjame hacerlo para siempre."
Con aquello, él se levantó y la dejó tendida en el sofá, recogiendo su ropa esparcida, y desapareciendo.