Desconcierto

¿Te has sentido en una rutina donde tu vida del día a día no tiene sentido alguno? ¿Qué pasaría si las historias, mitos y leyendas se hacen realidad? ¿Qué pasaría si un día despiertas sintiéndote con una sed insaciable, una sed que matarías por obtener?, porque eres inmortal…

Me encontraba en las calles de Port Ángeles, esperando a mi próxima víctima, sentada fumándome un cigarrillo. Pertenecía al bajo mundo, por lo que mi vida no era muy glamorosa e importante. Robaba para poder comer y comprar las cosas que me gustaban y no era algo con lo que gozaba, es más, lo detestaba, era algo de lo que no estaba orgullosa de hacer, pero no podía hacer nada más. Además de eso, tenía mi autoestima baja, me sentía fea y no tenía confianza en mí misma, pero esa era yo y nada podía cambiar.

Mi nombre es Isabella, tengo 20 años y no era muy agraciada como las modelos de alta costura o como las típicas mujeres que gastan una fortuna para cuidar su piel, sus cabellos y sus uñas para verse más jóvenes. A diferencia de ellas mi cabello era tan corto como el de un hombre y teñido de color negro, tenía un pequeño piercing en mi nariz, oreja y ombligo. En la parte baja de mi cadera derecha, poseía un tatuaje con líneas con forma de espinas rodeando a una pequeña mariposa, que para mi gusto no era tan fea. Mi modo de vestir no era con cosas caras y femeninas, solo ropa de fácil uso y comodidad por el simple hecho de que necesitaba correr después de robar, y de fácil uso me refiero a un sudadera, pantalones anchos y zapatillas de lona, no me maquillaba los ojos o los labios, por lo que a simple vista parecía un hombre y era mejor así, porque si descubrían que era una chica podían darme una buena paliza.

Vivía sola en un pequeño apartamento del bajo mundo de Port Ángeles. Mi madre me abandonó cuando yo tenía solo dieciséis años y mi padre nos dejó cuando yo tenía siete. A veces me preguntaba si yo era la del problema… jamás tuve una caricia o un beso tierno. Cuando iba a las plazas de alto mundo, me sentaba debajo de un árbol a fumar un cigarro y veía pasar a las familias felices de la vida con sus hijos, compartiendo, riendo, jugando, bebiendo, mostrando sus joyas y trajes elegantes para que todo el mundo las vieran como las más distinguidas y refinadas mujeres compitiendo unas con otras. Quería creer que yo tuve algo similar, quería creer que esa era mi vida, pero mi realidad era otra, a veces me preguntaba si era masoquista por el simple hecho de ver las cosas que me producían dolor… me daba tanta envidia esa gente de la alta alcurnia que lo tenían todo con solo sentar su enorme culo en una silla detrás de un escritorio y dentro de una oficina, donde su único trabajo era mirar y ordenar a los demás para hacer el trabajo pesado. ¿Por qué no tuve esa suerte? Supongo que en mi corazón tenia tanto odio hacia mi madre que quizás Dios me estaba castigando.

Tenía veinte años y hace tiempo que no poseía una relación con alguien, estaba sola, pero creo que era lo mejor. Me he preguntado si existe alguien en este mundo quien pueda hacerme realmente feliz, para abrazarlo tan fuerte con ambos brazos y no dejarlo escapar jamás.

Ya tenía puesta mi vista en mi próxima víctima, me llamó la atención su collar de oro en su cuello y su cartera en su hombro. Tenía ventaja de escapar porque ella era una anciana que con suerte casi caminaba. Me dirigí hacia ella caminando más rápido de lo normal, sentía que mi corazón saldría de mi garganta por la adrenalina subiendo por mis venas y ya al toparme frente a frente con ella tomé su collar y le arrebaté su cartera, corriendo lo más rápido que pude sin parar y sin mirar hacia atrás. No me sentía orgullosa de robarle a una anciana que ni siquiera podía defenderse, pero tenía hambre, casi no me quedaban cigarros y tenía que pagar las cuentas de mí casa o si podía llamarle así. Ya en un lugar seguro guardé su collar en el bolsillo y solo saque el dinero que tenía en su billetera, tuve la américa con esa señora, había suficiente como para no robar en un mes. ¿Cómo se le ocurría andar con tanto dinero en la cartera? Regresé a mi departamento y me cambié la ropa a algo más femenino para ir a la agencia de policía sin que sospecharan nada, para devolver la cartera antes que me empezaran a buscar. No me gustaba tener evidencia de las cosas robadas asique las dejaba fuera de la estación de policía o simplemente las devolvía.

Me dirigí a la estación más cercana y entré. Estaba nerviosa pero no podía dejar la cartera tirada como solía hacerlo porque estaba lleno de policías afuera.

-Hola. ¿Puedo ayudarte?

-Sí. Encontré esta cartera no muy lejos de aquí y quise venir a dejarla. – traté de no ponerme nerviosa. – quizás puedan contactar a la dueña o algo.

-Eso haremos, gracias. - Me estaba alejando para irme cuando sentí que me habló de nuevo. – ¿No quieres esperar a la señora?

-No. – dije dando casi un salto y recordé que debía relajarme. – Tengo que hacer cosas.

-¿Segura? ¿Por qué no la esperas? – me ganó, recordé que no debía actuar de forma sospechosa.

-Está bien. – me senté cerca del mesón donde estaba el hombre.

Miraba por todas partes, lo minutos pasaron y vi cuando el policía llamaba a la anciana. Me sentía nerviosa, temía que la anciana reconociera mi rostro o algo de mí. Me acerqué al policía casi sudando como caballo.

-Disculpa.

-¿Te sientes bien? – me miró un poco extrañado por mi forma de sudar. Me preguntó un poco preocupado.

-Si… bueno no... Me duele el estómago... ¿Dónde está el baño?

-Al fondo a la izquierda.

-Gracias.

Me dirigí al baño caminando lo más normal posible, pero sentía mis piernas temblar de una forma casi anormal. Estaba asustada, temía que la señora me reconociera, debía quitarme ese sentimiento de mi cuerpo antes de salir del baño, antes que mis nervios me traicionaran. Respiré lo más hondo posible un par de veces y conté hasta diez, dicen que eso relaja. – Tranquila, todo saldrá bien. – mojé mi rostro, lo sequé con un pedazo de papel y salí del baño.

Al salir, vi a la señora que había robado. El policía dirigió su mirada hacia mí al igual que la anciana, traté de poner mi mejor cara y dar una sonrisa sínica.

-¿Tú encontraste mi cartera? – me preguntó la señora con su voz temblorosa.

-Sí. La encontré no muy lejos de aquí. – la señora dio unos pasos hacia mí y me dio un abrazo.

-Gracias mijita, pensé que tendría que hacer todo un papeleo. - no sabía qué hacer, me sentí tan culpable, solo hice lo que cualquiera hubiera hecho y la abracé. Fue lo más sínico que había hecho en mi vida.

-De nada.

-Ten. – la vieja estiró su mano dándome un pequeño sobre.

-¿Qué es?

-Tú recompensa. – agregó dándome una sonrisa en su cara arrugada. Abrí el sobre y era mucho dinero, quería aceptar pero se me caía la cara de vergüenza.

-No… no puedo…

-Por favor… acepta las gracias de una pobre vieja. – sus ojos se llenaron de lágrimas.

-Está bien. – me sentí mal, la misma persona que me estaba dando dinero era la persona a quien yo le había robado. El policía me miró sonriendo, como si él hubiera recibido el dinero. Tomé el sobre y me fui de ahí. No me sentía para nada orgullosa pero lo necesitaba. Traté de pensar que nada me importaba, solo mi felicidad era la que importaba, solo yo y nadie más.

Pasaron los días y fui a caminar dirigiéndome a cualquier lado que fuera posible y vi a unos hombres entrar por un callejón y después por una puerta, de curiosa me dirigí hacia allá y me paré frente esa puerta. No supe si tocar o no, pero cuando tenía decidido irme de ahí, me abrieron la puerta y entré. Caminé por un pasillo largo y me encontré con un antro enorme. Había mucha gente pero tampoco había una gran multitud que suele encontrarse en la mayoría de los antros de Port Ángeles, era lo justo y lo necesario para hacer el lugar un poco más grato. Comencé a bailar para despejar mi mente, cuando empecé a divertirme una mujer se acercó a mí y comenzó a bailar conmigo. Tomó un manojo de dinero y me lo puso frente a mis ojos, intenté robárselos pero no pude.

-¿Cómo te llamas? – se acercó a mi oído para que pudiera escucharla.

-Isabella…

-Sí que sabes bailar Bella. ¿Quieres un trago?

-Sólo si tú invitas. – me sonrió, supuse que eso fue un sí. Se dirigió a la barra y yo la seguí. Nos dieron dos tragos apenas la mujer se acercó.

-¿Y tus amigas?

-No tengo amigas…

-¿Y eso por qué? Todo el mundo tiene amigas y hoy en día nadie sale sin ellas.

Ella era delgada, su cabello le llegaba hasta los hombros y era de color castaño oscuro, su rostro era delicado, casi sin ninguna imperfección y sus ojos eran de color ámbar pero tenían algo extraño, su mirada me causaba un poco de miedo.

-Supongo que me gusta la soledad… - le sonreí. - Disculpa tengo que ir al baño.

Me dirigí al baño, estaba transpirando, el calor de ahí adentro me estaba sofocando. Abrí la llave del agua, mojé mi rostro y bebí un poco. Sentí una leve brisa que hicieron ponerme los pelos de punta.

-¿Qué haces aquí sola? - Me di vuelta a mirar, era ella.

-Te dije… me gusta la soledad…

-A nadie le gusta la soledad, Bella…

-Isabella… - le corregí.

-Diminutivo. Te queda bien. – se acercó más a mí. – Eres muy hermosa. – No quería oírla más, quería salir de ahí, algo dentro de mí me decía que corriera lo más rápido posible. Me di vuelta y miré al espejo, ella solo me observaba.

-Debes estar ciega. - ¿Cómo podía decir que era hermosa si yo misma estaba viendo mi rostro en el espejo y no tenía nada de hermosa?

-¿Por qué dices eso?

-Eres la primera persona que lo dice…

-Ese es el problema… no soy una persona. – se acercó a mi oído. – Soy un vampiro… - me susurró. Vi como sacó sus colmillos y los clavó en mi cuello. Vi mi sangre cayendo por mis hombros, mis pupilas se dilataron, mi respiración era lenta y casi sin aliento. Cuando comencé a gritar me soltó y en un parpadeo la mujer me dejó sola en el baño, sin pensarlo solo corrí sin detenerme para salir de ahí. Me dolía demasiado la herida en mi cuello, llegué a mi departamento casi con un hilo en la garganta, quería gritar. Puse pestillo a la puerta, cerré todas las ventanas, fui al baño y traté de limpiar la herida, pero no dejaba de sangrar y yo no dejaba de sudar. Me sentía enferma. Quizás todo eso de la mordida estaba provocando que mi cuerpo pensara que me estaba enfermando, asique me fui a la cama a tratar de dormir. Me sentí muy débil.

Sentía un ardor casi insoportable, no dejaba de sudar, no sabía que me pasaba. La mejor opción hubiera sido ir a un hospital, pero me sentía tan débil, tan endeble y enferma que no era capaz de tomar el teléfono para llamar a urgencias. Estaba sola y asustada. ¿Realmente me había mordido un vampiro? ¿Realmente esas cosas existían? ¿Qué era real? Nada parecía tener sentido, nada parecía ser cuerdo, nada era equilibrado. ¿Realmente tenía veneno en mi sangre? ¿Qué me pasaba? Estaba confundida, perdida en mi oscuridad. ¿Sería esto un castigo? ¿Estaría pagando por las cosas malas que hice? ¿Por qué me estaba pasando esto a mí? ¿Qué fue lo que ella vio en mí? ¿Por qué yo?...

La luz del sol me despertó, me molestaba en mis ojos, quizás tenia migraña. Traté de cerrar las cortinas pero una pequeña porción de luz tocó mi brazo y lo quemó.

-¿Pero qué mierda…? – ¿era esto posible? Pensé que todo había sido una pesadilla. Pero al parecer no era así. Puse mi mano en el rayo de luz con un poco de miedo y dudosa de volver a hacerlo. - ¡AH! – volví a quemarme. - ¡¿Por qué está pasándome esto? – golpeé la cama con mis puños y tiré la almohada lejos de mí. Me oculté en la sombra, estaba asustada. Con cuidado traté de cerrar la cortina y pude lograrlo. Me dirigí al baño y miré mi pálido, sudoroso y ensangrentado rostro. No podía salir del departamento con el sol en alto, debía ingeniármelas para que llegara la noche rápido y dirigirme a ese lugar a plantarle cara a la mujer que me hizo esto, si es que lograba encontrarla. No hallé nada mejor que prender la televisión y tratar de ver algo que me gustara, pero no había nada. Me dirigí nuevamente a mi habitación y me estiré en la cama para tratar de dormir.

Al despertar ya era el atardecer y rogué con que solo fuera un sueño. Volví a poner mi mano frente a un rayo de luz con la esperanza de que no me quemara, pero fue inútil, el sol volvió a quemarme y había algo que me quemaba aún más, era algo que me quemaba mi garganta. Fui a la cocina a buscar comida, vi pollo y le di una mordida para comerlo, pero a los segundos de ponerlo en mi boca, a los mismos segundos lo escupí, sentí un sabor extraño, un sabor que jamás había sentido, un sabor parecido a lo podrido y no encontraba la explicación del ¿Por qué? si el pollo era de ayer. Busqué más cosas, saqué una bebida, flan, cualquier cosa y todo lo escupía. Abrí el congelador y había un pedazo de carne medio congelado, apenas lo vi mi boca se hizo agua. Estuve esperando a que se derritiera y cada gota de sangre que daba la carne me lo tomaba, era tanta mi desesperación que comencé a lamer la carne cruda para derretirlo un poco más. Tomé la bandeja de carne y la puse en el sol con mucho cuidado para no quemarme. Puse agua en una olla y la puse a calentar. Desesperada para que se calentara rápido saqué la carne que había puesto en el sol y algo se descongeló. Tiró mucha más sangre y sin pensarlo un segundo más, la bebí lo más rápido posible. Tomé un poco del agua caliente y lo puse sobre la carne para que arrojara más sangre. Su sabor no lo podía comparar, era tan delicioso, tan dulce que parecía que todo era una simple mentira, un producto de mi imaginación. La carne comenzó a ponerse tierna y en cuanto pude comencé a beber la sangre que estaba ahí adentro. Deseaba más, mi cuerpo pedía más.