Cada vez que te vas, mírame.
Dip
Pip Pirrup no se había sentido tan desolado desde hacía mucho tiempo...probablemente, no desde que sus padres habían muerto.
Ese sentimiento de infinito dolor, tan espeso y absorbente que abstraía todos sus pensamientos. La melancolía más dolorosa que su frágil y ahora vacío corazón pudiera sentir.
Había sido abandonado y usado, no solo una sino repetidas veces, le dolía cada una de ellas multiplicada por cien ahora.
Pensó que era el fin, su fin.
El único causante de todos esos sentimientos se encontraba ahora en el séptimo círculo del infierno, talvez planeando como ganarse su corazón para destrozarlo de nuevo.
Con Estella había aprendido a no confiarle sus sentimientos a una chica, pensó que podía estar equivocado pero decidió no repetirlo pronto. Ahora se trataba de un chico, el más endemoniado de todos, literalmente...el mismísimo hijo de Satán, Damien.
Estaba acostumbrado a no verlo durante largos periodos de tiempo, pero habían ocasiones donde cada tarde se veían sin falta.
Todo había comenzado ni si quiera como amigos, conocidos quizás, Damien al inicio no era exactamente la persona más social de la clase, realmente parecía que nadie era digno de estar cerca de él…eso o todos temían que algo espantoso les ocurriera.
Pip pensó que nadie merecía estar solo, aun si el propio Damien así lo quería. Se acerco a él aconsejándole, tratando de ayudarlo. Al principio pareció funcionar, ahora Damien salía de vez en cuando con él. Le dolió mucho el cumpleaños de Cartman, pensó que por fin tendría un amigo, un buen amigo, pero este se fue.
Pasadas unas semanas Pip había dejado de pensar en eso, se había resignado a los maltratos y burlas creyendo que algún día se hartarían y serían mejores con él.
Pasaron meses y años, y el incluso había vuelto a Londres por un tiempo pero antes del inicio de segundo año de preparatoria algo le decía que debía regresar a América. Regreso justo a tiempo para empezar otro año escolar.
Tenía 16 casi 17 años, conservaba el corte recto y rubio característico de él. Era delgado y sin demasiada musculatura, proyectaba una imagen encantadora. Sus pestañas largas y mirada inocente nada hicieron por él con las personas…para entonces, creyó que ya habían madurado lo suficiente como para dejar de molestarlo aunque todavía eran de hielo en su trato.
Uno de los primeros días del curso apareció otro chico "nuevo". Igual que Pip, no era exactamente nuevo, solo había regresado. Era alto y un tanto pálido, con cabello negro corto pero rebelde, sus ojos solían iluminarse de un color antinaturalmente rojo cuando algo le perturbaba. No había dudas. Era Damien.
Había vuelto, así como también Pip.
Su rostro dominante y aún así cautivador de un chico de 17 años, había hecho efecto con una gran cantidad de féminas…no era que le importasen, todas eran unas perras superficiales. Él estaba consciente de que si alguna vez tendría sexo con alguna sería solo para asegurar descendencia.
Seguía siendo solitario y no parecía importarle.
Pip, después de una tortuosa semana de incertidumbre decidió hablarle, de nuevo, después de tanto tiempo.
-Un gusto verte de nuevo, Damien- su voz tenía un tono cortes melancólico. Damien solo le dirigió una mirada confusa.
-Acaso ¿ya no me recuerdas?- sus ojos reflejaban el fantasma del dolor que paso las primeras semanas en su ausencia.
-Eres Phillip, ¿cierto?, me sorprendería que no lo fueras con ese acento indudablemente británico.
Pip sintió un destello de felicidad en el fondo de su ser, le recordaba ¡se acordaba de él!
Intento disimular esa alegría pero no pudo evitar sonreír. Era una sonrisa dulce y ansiosa. Tan obvia que a Damien le resulto extraña, un poco estúpida.
Damien recordaba bien los acontecimientos pasados, tenía muy buena memoria así que no era sorpresa que cada día que pasaba en el reino de su padre recordara a la única persona que se intereso en él.
Su ridículo acento, su sombrero estúpido, su cabello tan rabio y tan lacio… y ese detestable, enorme y horrible moño, sin mencionar su sonrisa permanente. Si, lo recordaba perfectamente y también recordaba esa molestosa sensación en su oscuro ser cada vez que lo veía feliz, no era envidia ni nada como eso, era más similar a la dicha de ver a alguien que quieres feliz…No lo podía creer, no lo quería creer, él no podía desarrollar esa clase de sentimientos, no debía, no se lo iba a permitir. Fue una suerte que su padre hizo que se retiraran de ese pueblo, justo a tiempo, aunque al fin había conseguido "amigos"… a costa del único verdadero que tenía.
De vez en cuando volvía a South Park para ver cómo iba todo, no más de medio día cuando mucho.
Después de varios años de estar recluso en el infierno, conviviendo con las almas pecadoras y divirtiéndose con ellas (tanto haciéndolas sufrir como bromeando con ellas) quería salir a divertirse de verdad. Ya tenía 17 años, suficientes para poder hacer lo que quisiera. Además de sus visitas sorpresivas al pueblo, contaba con Kenny, de los pocos recurrentes en el infierno (sino el único) que entraba y salía como si fuera su propia casa. En algún momento llego a sentir algo muy fuerte por ese chico pero una cosa le impedía fomentar una buena "amistad" con él… el recuerdo de cierto otro rubio que en su vida, o bien muerte, pisaría el infierno. Damien ya lo podía ver, sería un ángel esplendido con bellas alas pomposas y dolorosamente blancas. Detestable, le daban ganas de arrancarle esas alas en cuanto se las otorgaran, para su suerte, al chico le faltaba mucho por vivir….mucho por hacer…
En cuanto esas palabras cruzaron su mente se puso en acción, no iba a permitir que el gran idiota de arriba se apropiara del chico, se sentía "encaprichado" con él después de darse cuenta de sus sentimientos hacia él. Esos sentimientos que había mantenido ocultos y retraídos por varios años… esta era su oportunidad de probarlos…Saber cuan reales eran.