Nombre del fic: La leyenda de Kid Dallas

A mi gemela y a mi siempre nos han gustado las pelis del oeste: "La diligencia", "La ley del Talión", "dos hombres y un destino", "Río Bravo", "Infierno de cobardes"... y montones más que no pongo por no aburrir, así que cuando emitieron el 6x18 nos miramos y pensamos que el rubito y el sasquatch daban el pego como cowboys. Y surgió ésto.

- Rating: Soy el gemelo oscuro, así que no esperéis un cuento para niños.
- Categoría/Tema: RPS J2, always J2... aunque puede que intente un Chris/Steve, es que tienen nombre tan del oeste que había que meterlos en esta historia
- La historia está terminada y colgada en mi LJ y en el Supernatural_foro

Lo de siempre, ni los chicos son míos , (ya nos gustaría, aunque para ellos es mejor que no...) y de aquí sólo saco hacer sonreír a una amiga el día de su cumple... (que si quieren les doy su parte de esa sonrisa, no tengo ningún inconveniente)

Resumen:
"A veces la venganza puede transformarse en algo muy distinto"

A mi me da igual que comentéis, lo voy a colgar igual, está terminado...


Prólogo.

"La venganza de Kid Dallas"

La historia del Viejo Oeste americano está salpicada de leyendas más o menos verídicas sobre pistoleros, cuatreros, cowboys y toda suerte de personajes que convirtieron aquella época de la joven nación en una amalgama de héroes románticos y asesinos despiadados. Muchos de ellos sólo fueron personas atrapadas en un devenir de acontecimientos que les superaba y a los que se enfrentaron como buenamente pudieron, como ocurrió con Kid Dallas.

En los años posteriores a la Guerra Civil, el sur de Texas estaba controlado por la banda de Carlson, y entre los hombres del célebre forajido estaban su propio hijo Steve y un chico que recogieron en Dallas cuando sólo tenía ocho años.

Debido al descontrol existente en aquellos primeros años de post-guerra, la Banda de Carlson no tuvo más oposición que los rancheros y sus empleados, cuyos métodos no eran más honorables que los de los denominados bandidos.

En 1875 el sheriff de Austin era un norteño de apellido impronunciable, oficial retirado del ejército de Grant. Jefferson Padalecki regía los destinos de la capital del Estado de la rosa amarilla con mano de hierro. Durante cinco años llevó a cabo su trabajo con entrega y dedicación hasta el día que la banda de Carlson llegó a la ciudad.

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El hijo del Sheriff, un chico de catorce años, desgarbado, flaco, de cabello castaño y mirada curiosa, salió del periódico de la ciudad con la última novela sobre Kid Dallas bajo el brazo.

El miembro más joven de la banda de Carlson estaba de moda entre la juventud de la populosa ciudad, y Jared Padalecki era uno de sus admiradores más fervientes. Cuando pasó frente a la oficina de su padre había ocultado la novela entre los libros de texto del colegio. El sheriff de Austin no llevaba bien la admiración de su hijo por un forajido, en su opinión, los cuatreros, los asaltantes de diligencias y de trenes debían ir todos a la horca.

La puerta de la concurrida oficina de su padre estaba cerrada. Eso no era normal a esas horas de la tarde, así que se acercó a comprobar si había dejado una nota o algo parecido.

- ¿Dónde vas chaval? – le preguntó un desconocido mal encarado con pinta de haber llegado a la ciudad hacía pocos minutos.

- ¿Le conozco señor?

- No hijito, pero quizás si hayas oído hablar de mi jefe

El muchacho tuvo un mal presentimiento alargó la mano y abrió la puerta encontrándose a su padre y un par de comisarios rodeados por media docena de hombres armados.

- ¡Sal de aquí Jared! ¡Vete a casa y no salgas hasta que llegue! – ordenó Jefferson Padalecki

- ¿es tu hijo? – Preguntó un hombre con el pelo cano y una inquietante mirada – Se va a venir con nosotros sheriff, sabes dónde están las tierras de Cooper, si quieres que tu chico vuelva a casa. Tiene hasta el amanecer para despedirse de su esposa.

- Resolvámoslo ahora – gruñó el agente de la autoridad – no tengo miedo a tu Kid Dallas, si es un duelo a cara descubierta y me mata no incrementará la recompensa que piden por él.

La curiosidad era mayor que el miedo y Jared se quedó mirando al joven del que hablaban. Medía casi seis pies y el sombrero de fieltro negro ocultaba la verde y fría mirada de un joven de dieciocho años, de pose "elegantemente felina", exactamente como describían las novelas a Kid Dallas.

Las novelas no mencionaban los rasgos infantiles, ni las pecas que moteaban el joven rostro tostado por el sol. Tampoco mencionaban la indiferencia que parecía mostrar hacia lo que le rodeaba. El forajido sacó su arma sin que nadie supiera cómo lo había hecho y la apoyó en la frente del sheriff.

Con una voz suave y helada explicó al máximo responsable de la ley en Austin: "Voy a matarle Padalecki, he venido expresamente a eso, le aconsejo que acepte la oferta de Carlson y se ponga en paz con Dios y con los hombres" un leve atisbo de emoción brilló en los ojos gatunos cuando miró al muchacho que asistía a la escena más sorprendido que asustado.

- No le hagas daño, es sólo un niño – pidió el sheriff sin entender ese interés en matarle del hombre que enfundaba su colt lentamente.

- Al amanecer, junto a las cenizas del establo de Cooper – lo emplazó el jefe de la banda

- ¿Lo vais a matar también? – preguntó Jefferson Padalecki aparentando una calma que estaba muy lejos de sentir

- Considere que ya está muerto.

Los hombres de Carlson salieron uno a uno, el hijo del forajido apoyó su mano en el cuello del joven rehén y lo sacó de la oficina subiéndolo con él en el precioso pura sangre español que "adquiriera" unos meses atrás. Kid Dallas fue el último en salir.

- Al menos podrías decirme por qué, ¿no crees chico? – pidió el sheriff antes de que su verdugo atravesara el umbral de la puerta

- Dallas, veinticuatro de diciembre de mil ochocientos sesenta y tres

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El pequeño rancho estaba a aproximadamente diez kilómetros de la ciudad. El destacamento de soldados de la Unión detuvo sus monturas junto a un abrevadero dónde un crío de seis o siete años mostraba a una bebé de casi dos cómo flotaban unos barquitos de madera.

Al verlos llegar, el niño tomó a la pequeña en brazos y entró corriendo a la casa. Los soldados lo siguieron. El padre del chaval los apuntó con su rifle "Llévense lo que hayan venido a robar y abandonen mis tierras"

El jefe del destacamento, el teniente Cooper, sujetó a la niña y le puso su sable al cuello. "El ejército de la Unión necesita soldados Capitán Ackles, ¿creía que podría eludir la batalla? Si desertó de la Confederación sólo puede unirse a nosotros o morir"

El antiguo soldado sudista trató de evitar el enrolamiento forzoso, "son mis hijos, mi esposa murió al dar a luz a la pequeña, no puedo ir con ustedes, son muy pequeños y no tengo con quién dejarlos"

Sin mediar palabra, el teniente degolló a la niña ante el horror de su padre y el estupor de sus propios soldados. Ackles disparó a Cooper hiriéndolo en el hombro pero no puedo rematarlo pues uno de los soldados consiguió desarmarle mientras otro atrapaba al niño.

El Jefe de los azules sujetando su hombro malherido dio orden de que sacaran al capitán fuera, lo fusilaran y quemaran la casa. Los soldados ejecutaron la orden sin dudar ante los impresionados ojos del chico

"Padalecki, deshazte del mocoso" ordenó el teniente al soldado que retenía al niño, mientras los demás montaban y emprendían el camino. Jefferson Padalecki no estaba dispuesto a obedecer la brutal orden. Dejó ir al niño, pues no podía llevarlo consigo, con la angustia de saber que ese hombre que habían matado podía haber sido él mismo si las circunstancias hubiesen sido otras.

Abandonó el lugar siguiendo a sus compañeros después de dar dos disparos al aire. Mientras cabalgaba creía que sí debió matar al chico, hubiese sido más humano que dejarlo abandonado en un rancho en llamas junto a los cuerpos de su padre y su hermana.

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Aquella fecha tuvo la virtud de devolver a Jefferson a uno de los días más duros de su vida. Nunca pensó que su pasado lo atraparía de esa forma, era justo, permitió una atrocidad y ahora tenía que enfrentar las consecuencias.

Vio a los forajidos subir a sus monturas y desaparecer en dirección a las tierras de Cooper. El ranchero podía darse por muerto, no arriesgaría la vida de sus hombres en una matanza inútil. Sólo esperaba que ni Jared ni la esposa del teniente pagaran las consecuencias.

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Sólo el viejo Hodge se había quedado en el rancho cuando la banda de Carlson apareció en busca del teniente. No se quedó para proteger la propiedad, ni a su patrón, Elphias Hodge odiaba al hombre para el que trabajaba. Se quedó a cuidar de la esposa de Cooper.

Steve detuvo su montura antes de llegar a la propiedad, para que el rehén que llevaba a su grupa no se viera envuelto en fuego cruzado. Desde la distancia hombre y chico presenciaron cómo Kid Dallas sacaba un hombre de la casa a puñetazo limpio y después de una brutal paliza, mientras el tipo rogaba a gritos y de rodillas que no lo matara, el pistolero le cortaba la cabeza con un sable militar.

Serenity Cooper no derramó una lágrima por su esposo. Sin saberlo, el hecho de afrontar su muerte a manos de aquel sin gritar o llorar por él, hizo que los forajidos no matasen al viejo cocinero ni destrozasen su propiedad como tenían pensado desde un principio.

La encerraron junto al hijo del sheriff en el dormitorio del servicio. Y Elphias preparó comida para todos. Cuando creía que nadie le escuchaba musitó "Al fin te dieron tu merecido, maldito bastardo" con la vista puesta en el cuerpo decapitado. Al darse la vuelta con el cuenco de las patatas picadas para doce hombres su mirada se cruzó con la del asesino y sintió un escalofrío. No había notado su presencia.

- Ahí no hay patatas para quince personas – advirtió el joven ofreciéndose acto seguido - ¿pico algunas más?

- ¡Eh, Kid! - el otro muchacho de la banda de forajidos palmeó la espalda del miembro más joven – Papá quiere hablar contigo un momento, yo me encargo de esas patatas ¿vale?

El viejo cocinero de color lamentó el cambio de pinche, al principio, el hijo de Carlson era un charlatán. En un rato estuvo al tanto de lo que había llevado a Austin a los bandidos. "¿Mataréis a la señora Serenity y al chico?" ni siquiera preguntó por sí mismo, ya había vivido mucho más de lo que creía posible.

- Es la venganza de Kid Dallas – explicó el alto y melenudo pistolero – sólo queda el sheriff y habrá terminado.

- Si mata al sheriff y no mata al chico habrá empezado otra venganza ¿lo sabe? – preguntó el anciano

- Sí – había vuelto, quitó las patatas de manos de su amigo que sólo había sido capaz de pelarlas en todo ese rato y en un par de minutos las troceó sin añadir ni una sola palabra más.

Comieron todos en la mesa de los empleados, las tentativas de alguno de los miembros de banda hacia la viuda fueron cortadas de raíz por el jefe. Jared no podía apartar los ojos del hombre que a la mañana siguiente mataría a su padre. No quería creerlo, según las novelas a las que era tan aficionado, Kid Dallas no era un asesino, no mataba a sangre fría, sus duelos eran siempre cara a cara.

Steve había tomado al muchacho bajo su tutela, notando el escrutinio interrogó mudamente a su amigo que negó con un gesto seco. Sabía que el viejo cocinero tenía razón y que después de esa noche tendrían la alargada sombra de la venganza tomando el camino de vuelta hacia quien consideraba su hermano.

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El sol se levantaba recortando nítidamente la silueta del establo de Cooper contra el suelo. Jefferson Padalecki se acercó con su caballo al paso y desmontó junto al abrevadero. Carlson se quitó el sombrero de su leonina cabeza plateada y se acercó al sheriff, "Tiene mi palabra de que su hijo volverá a casa sin un rasguño, y que si es a la inversa y abate a mi chico no habrá ninguna represalia"

El recién llegado asintió, el jefe de los forajidos era famoso por mantener su palabra por encima de todo. Permitieron que se despidiera de Jared, y mientras el hijo de Carlson pugnaba por meterlo en la casa supo que eran sus últimos minutos sobre la Tierra.

- Hace un buen día para morir – musitó con una sonrisa

- Si – Kid Dallas estaba frente a él, dándole la ventaja de tener el sol de su lado, el ala del sombrero impedía advertir los rasgos del chico, protegiendo los ojos de los primeros rayos de sol. El colt, casi a la altura de la rodilla, parecía ansioso por salir de su funda, casi como si estuviera vivo.

- Tú dirás

- Colóquese en posición y cuando esté listo terminaremos.

El sheriff se quitó el guardapolvo dejándolo sobre su montura y se paró frente a su rival soltando la hebilla que sujetaba su arma. El silencio se volvió denso, el tiempo pareció detenerse hasta que una leve ráfaga de aire sirvió de detonante.

Jefferson notó la bala en su pecho antes de ver el revólver en manos de Kid Dallas, estaba sorprendido de que no doliera. Era todo tan hermoso, la arena dorada, el olor de la tierra, las blancas nubes que surcaban el azul perfecto del cielo, el rojo de la sangre que brotaba de la herida mortal.

- Estamos en paz – sonrió al chico que lo había matado

- Si

El pistolero depositó el cuerpo moribundo en el suelo. Una sensación de tristeza se apoderó de él. Todos los propósitos que habían conducido su joven vida hasta ese momento habían desaparecido. El llanto del chico del sheriff le quemaba las entrañas haciendo que el último tramo de su venganza fuese el más amargo.

Steve soltó al chaval que corrió junto al cuerpo de su padre. "¿Estás bien Kid?" susurró a su amigo que miraba inexpresivo como el niño lloraba sobre el cadáver "Si"

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Después de enterrar a su marido Elizabeth Padalecki volvió a casa de su padre llevando consigo a Jared. El General Kane la recibió en el vetusto rancho familiar, que si bien aún mostraba los estragos de la guerra, comenzaba a recobrar lentamente su perdido esplendor. Los ganaderos se habían recobrado antes de la derrota que los agricultores y la gente del viejo Jared Kane, mezcla a partes iguales de mexicanos, negros y soldados mutilados, llevaban con orgullo el trabajar para el ex general sudista.

Jared conoció a su tío Christian, medio hermano de su madre e hijo de la fallecida segunda esposa del general, que lo acogió como si se tratara de su hermano pequeño. Los años pasaron y primero Chris y más tarde Jared fueron admitidos en los Rangers de Texas como parte de la Compañía de Austin.

En todos esos años no perdió de vista las andanzas de la banda de Carlson. Supo del asesinato del líder por un traidor dentro de la misma al que su hijo arrastró meses después hasta la muerte y la desaparición de Steve Carlson y Kid Dallas después de aquello.

Las novelas sobre el pistolero que mató a su padre se dejaron de publicar en 1880, cuando se perdió toda pista sobre su protagonista. Y en el diario del joven Ranger, las anotaciones sobre posibles avistamientos se fueron haciendo más escasas. Eso no desanimó a Jared, la venganza era su obsesión y algún día encontraría a Kid Dallas y acabaría con él.

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La Compañía de Rangers de Austin envió a Kane y Padalecki a Brownsville. Al parecer había habido algún problema con los mexicanos del lugar. Una semana después, los dos Rangers cubiertos de polvo y agotados por dormir al raso llegaron a la ciudad fronteriza.

Estaba anocheciendo, y un grupo de siete u ocho adolescentes salían de una habitación en la planta baja de la posada con libros en las manos. Después una niña de seis años barría la entrada y apremiaba a alguien dentro.

Chris musitó algo sobre los padres irresponsables y entraron en el pequeño hostal cuyo comedor estaba atestado de gente para la cena. La encargada del local era una mujer de mediana edad y gestos decididos. Tuvieron suerte de que quedase una habitación doble y que tuviese unos baños junto al establo.

La niña de la calle entró en la posada corriendo "Mami, el tío Jensen dice que va a ver al tío Carl, pero que volverá para ayudarte a cerrar". Jared sonrió ante el desparpajo de la pequeña. La gente del lugar parecía habituada a sus carreras por allí.

- Su hija parece un torbellino – le dijo a la mesera, la mujer evaluó la sonrisa abierta y llena de hoyuelos del altísimo Ranger y le gustó el muchacho.

- Si Mary es muy despierta para su edad

- ¿No está casada? Oí que su tío vendría a ayudarla a cerrar

- Escucha muchacho, me encanta tu amabilidad pero no te lleves a engaño conmigo, ya acabé hastiada de hombres en mi vida – Dalila Samuels confirmó lo que el forastero sabía, era una prostituta retirada

- No quería ofenderla – Jared Padalecki seguía siendo un educado caballero sureño

- No lo haces muchacho, ¿van a cenar o prefieren acercarse al salón?

- No irá a reñirme por ir a echar unos tragos – se rió nuevamente haciendo que la mujer olvidara todas sus prevenciones

- No muchacho, además Carl Stevenson es amigo de la familia. Hazme un favor, si ves a Jensen dile que necesito que vuelva ¿vale? – al ver la cara de "¿Cómo sabré quién es?" explicó – Será el tipo rubio y con lentes que esté tocando el piano

- No se me olvidará, palabra de Ranger de Texas – prometió el forastero reuniéndose con su compañero para ir al salón.

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Dalila tenía razón, el pianista era inconfundible. Tocaba una melodía pegadiza acaparando a todas las chicas del lugar y poniendo de los nervios a un grupo de vaqueros que, aunque se veía a todas luces que estaban enfadados, no molestaban al músico ni a su corte de admiradoras.

Chris pidió un par de whiskies con soda y Jared se acercó a cumplir su encargo "¿Jensen?" "¿Sip?" replicó el tipo sin dejar de tocar y sin mirarle. Eso le irritó un poco, aunque no menos que su intromisión a las seis muchachas de vida alegre que bailoteaban y charlaban con el artista.

- Oye tío, sólo quería hacerle un favor a Dalila y darte un recado de su parte – gruñó dando media vuelta.

- Tienes toda mi atención – había dejado de tocar y haciendo girar su taburete le miraba a través de las gafas semi empañadas por el humo ignorando la protesta de las chicas - ¿Qué desea mi dama?

- Dice que te necesita para no sé qué cosa – Jared pensó que había algo familiar en los movimientos del tal Jensen

- Señoritas, lo siento, mi señora requiere mi presencia – dijo el pianista haciendo una teatral reverencia a las damas pintadas y acercándose a la barra - ¿Qué te debo barman?

- Lo de siempre pianista – sonrió el melenudo dueño del salón – ¿no vuelves?

- Mañana hay cole Carl, el deber me llama

- ¡Jensen! – el pianista se giró en las puertas batientes del salón con su ridículo sombrero hongo en las manos sonriendo de medio lado – ¿sigo guardándola?

- Sip – se colocó el sombrero y salió a la calle

El barman borró la sonrisa de su rostro, "es un inconsciente". Ambos Rangers se percataron de que el hombre que acababa de salir iba desarmado en una de las ciudades fronterizas más peligrosas de Texas.

Continuará...