Bueno, logro subir esto con tan solo un día de retraso de la fecha que me había apuntado (¡record!). Además, ¡ha quedado mucho más largo de lo que me propuse! (que digo yo, eso es bueno, ¿no?).
Pues nada, que aquí lo dejo.
·Nieve
Si hay algo de lo que esté completamente seguro es que odio a Axel. Desde el primer momento que lo vi empezó a ser así, y aunque parezca increíble, empeoró aun más con los días.
Al principio ni siquiera podía soportar su sola presencia, sin embargo, con el paso del tiempo, muy poco a poco, creo que comencé a acostumbrarme a él. En el fondo no sé cómo pasó. Quizás simplemente ya me había rendido ante la idea de poder deshacerme de él algún día, lo que era mi idea principal.
En un buen principio yo sabía que no era más que un capricho pasajero, que en cuanto encontrase a otra persona a la que acosar me dejaría en paz. Pero no fue así. Nunca fue así.
Porque a mi parecer, Axel veía esto más como un juego. El que aguantase más, él insistiendo y yo mandándolo a la mierda, ganaría, teniendo así el derecho a decidir el empezar o no una relación.
Hasta ahora, estábamos empatados. Axel parecía tener un repertorio sin fondo de frases de ligoteo, y para colmo, por muchas veces que lo rechazara siempre aparecía con energías renovadas.
Algo así, quieras o no, termina cansando. Yo empezaba a ceder. No sé si él lo hubiese notado, pero al final me di cuenta que simplemente ya me había acostumbrado a su compañía.
Y al final llegó el día en el que me rendí.
Sencillamente ya me había cansado de jugar.
Ese día nevó. Hacía ya varios días que las calles habían sido cubiertas por una fina capa de granizo, sin embargo, tras las dos últimas noches ésta se había terminado convirtiendo finalmente en un gran montón de nieve que impedía el paso a los coches y obligaba a la gente a salir a la calle a pie.
Como era de esperar, Sora, emocionado ante este hecho, me llamó de buena mañana para invitarme a dar una vuelta. Lo que en su idioma significaba guerras de bolas de nieve, muñecos de nieve, ángeles de nieve, y todo aquello que tuviese algún tipo de relación con la nieve. Rechacé la oferta al instante. Yo estaba de fiesta. ¿Por qué iba a malgastar mis días en la calle pudiéndolos pasar en mi cama?
Sin embargo, ese no era el único motivo de mi negativa. Yo me encontraba mal. Es decir, no era como si agonizase de dolor sin poder salir de la cama, no. Simplemente sabía que si ese día se me ocurría salir a la calle, terminaría por pillar algún tipo de enfermedad de estas de invierno. Fiebre, gripe, lo que sea.
Que yo no salgo y punto.
A lo largo de la mañana, recibí cuatro llamadas más. Una de Hayner, otra de Olette, y dos más de Sora.
A lo único a lo que hice caso al final fue al mensaje de Naminé, el cual me "proponía" que saliese de una vez de la cama y fuese con ella a dar una vuelta para estirar las piernas. Igual que con los anteriores, también estuve a punto de eliminarlo. Y lo habría hecho de no ser por la frase final del mensaje, la cual, junto a uno de esos emoticonos con forma de carita feliz, me anunciaba que tenía un regalo para mí.
Tras dudarlo unos segundos, finalmente me encogí de hombros y me dispuse a salir. La idea de un regalo lo cambiaba un poco. Además, respirar algo de aire no me vendría mal.
No tardé en llegar al lugar indicado por Naminé. Ella había elegido una plaza situada en el centro del pueblo, a no más de diez minutos de mi casa.
Y cuál fue mi sorpresa al llegar y ver, junto a mi amiga, otra persona más. ¿Quién? Oh, pues el doble de alta que ella, pelo rojo y una gran sonrisa malvada de loco psicótico en los labios. ¿Por qué estaba él aquí? Lo primero que se me pasó por la cabeza es que Naminé me había tendido una trampa.
Al llegar a su altura, ni siquiera me molesté en devolver el saludo. Fui directo al grano.
—Dime que esta no es la sorpresa —le recriminé, señalando con el dedo directamente la cara de Axel—. Si llego a saberlo…
—Claro que no —me cortó—. Sólo nos hemos encontrado. ¿Verdad, Axel?
—Desde luego que sí —respondió él—. No es como si yo la hubiese, digamos… visto e intentado ignorar en vano. Nah, qué va. Nos hemos encontrado. —Decidí no comentar nada ante esto. Tras ignorarlo, me volví hacia ella.
—¿Entonces? ¿Cuál es el regalo del que hablabas? —Ella bufó, aparentemente molesta.
—Por favor, Roxas. ¿De verdad sólo has venido por eso? —Y entonces lo vi. Ella traía una bolsa. Supongo que la presencia de cierta persona me había impedido darme cuenta.
Con cuidado, Naminé la alzó y sacó de ella un paquete envuelto en papel de regalo lleno de adornos navideños. Me encogí de hombros.
—Supongo que fue uno de los factores que me ayudaron a tomar la decisión. —Axel se rio. Por lo visto eso había sido algo gracioso para él.
Al empezar a abrirlo, no pude evitar sentirme algo emocionado. Sin embargo, esa sensación se me pasó al instante en el que un celoso Axel decidió meter sus narices en el asunto.
—Venga ya. ¿Y quién hace regalos después de Navidad? —Le lancé una mirada fulminante. A punto estuve de soltarle algún comentario hiriente, pero Naminé se me adelantó.
—Pues alguien que ha sido tan torpe como para no lograr tenerlo antes.
Y finalmente, lo abrí. Era una prenda de ropa completamente blanca. No tardé más de cinco segundos en adivinar qué era exactamente.
—¿Una bufanda?
—Hecha a mano —añadió ella.
—¿Una bufanda hecha a mano?
—¡Claro! Es mi regalo de Navidad. Bueno, y siento no poder habértelo dado antes. ¿Te gusta? —¿Dado antes? ¡Yo ni siquiera le había dado uno!
—Desde luego. Muchas gracias —Y sin esperar más, me la envolví alrededor del cuello. La sensación de calor no tardó en llegar. Un par de guantes nuevos y ya no tendría problemas con este frío helador que solía llegar a la ciudad cada invierno.
—En fin, yo me marcho ya. —Alcé la mirada hacia ella, confuso.
—¿Cómo? Espera… —Me detuve un momento e intenté recordar el mensaje que me había mandado. Según ella, el trato era salir a dar una vuelta, no simplemente ir a recibir un regalo—. He salido de la cama precisamente porque me lo pediste tú. ¿Y ahora te vas?
—Roxas, he quedado con mi madre para ir a comprar algunas cosas. Y a no ser que quieras venir con nosotras…
—Desde luego que no.
—Pues entonces nada. Además, yo sólo quería darte eso. —De pronto volvió la vista hacia Axel. Pareciera que acabase de captar su presencia. En cuanto a él, ahora se dedicaba a mirar fijamente mi bufanda nueva con un brillo extraño en los ojos. Tal y como si la prenda fuese el peor de sus enemigos—. Oye, ¿y por qué no vas con él?
Evidentemente, su reacción no se hizo de esperar. Se olvidó completamente de la bufanda y clavó la mirada en mí persona.
—¿Una cita? ¡Genial!
—¡No es una cita! —Resoplé molesto. ¿Por qué Naminé me hacía esto?—. En fin. Nos vemos. Yo me marcho a casa. —Ella asintió. Tras despedirse con un gesto de los dos, dio media vuelta y se fue, Yo la imité y empecé a caminar. Tenía diez minutos por delante y una calle a, por lo menos, menos cinco grados de temperatura.
Axel habló tras de mí.
—Está bien. Pues te acompaño entonces.
—Nadie te lo ha pedido —repliqué, pero supe que eso no serviría de nada.
Se encogió de hombros.
—Lo haré igualmente. —Lo que yo decía.
No volví a oponerme. No valía la pena.
De esa manera, con Axel junto a mí, retomé mi marcha y continué caminando de vuelta a casa. Por un instante todo esto me recordó a uno de esos momentos, meses atrás, en los que tenía que salir del trabajo y volver a mi casa intentando por todos los medios evitar que Axel terminase siguiéndome. Siempre que lo veía por la calle –aunque yo sabía perfectamente que esos encuentros no eran casuales– intentaba evitarlo. Sin embargo no había día en el que él no lograse recorrer algunas calles junto a mí, así hasta lograr encontrar el momento y despistarlo. Siempre lo mismo.
Lo mismo… hasta que llegó la tarde en la que accedí a dejarlo acompañarme el camino al completo. Ahora me pregunto si habría cambiado algo de haber seguido evitándolo. Y es que es ahora que me doy cuenta que él siempre ha tenido mucha más ventaja que yo en el juego. Cada vez que cedía ante él, ni que fuese ante alguna nimiedad como aprender qué era lo que quería tomar siempre, como no echarlo del local a patadas, o incluso como el llegar a mantener una simple conversación, él se acercaba todavía más a la meta. Más a mí.
¿Quién le dio permiso para meterse en mi vida de esa manera?
De pronto, sacándome de mis pensamientos, noté cómo alguien tomó mi mano. Era Axel.
Durante un momento se me pasó por la cabeza la idea de dejarlo estar, pero la deseché al instante.
De esa forma, sin siquiera mirarlo, me zafé de él de un tirón y seguí caminando sin decir palabra. Esperaba no haber parecido tan desagradable como creí yo. Sin embargo, el suspiro que soltó él me confirmó que sí, lo había parecido. Un bastardo sin sentimientos que disfruta haciendo sufrir a la gente con su indiferencia y su frialdad.
Sin dejar de caminar, me volví hacia él. Abrí la boca, pero simplemente no supe qué decir. ¿Quizás unas disculpas? «Oye, que no eres repulsivo ni nada. Sólo que prefiero que no me toques». Eso sonaba… ¿Para qué engañarnos? Sonaba fatal. No podía decir algo así. De nuevo, clavé mi mirada en el suelo.
—¿Roxas? —Lo miré de reojo.
—¿Sí?
—Me preguntaba… —Dudó un instante. Incluso lo vi nervioso—. Me preguntaba si, en vez de volver ahora a tu casa, te apetecería ir a dar una vuelta conmigo.
Ahora el que dudó fui yo.
Me encontraba tan solo a un par de minutos de mi casa. Unas calles más y estaría allí.
Por otro lado, sabía que de pasar más tiempo del necesario a la intemperie corría el riesgo de que mi estado empeorase, lo que me llevaría a pasar como mínimo los próximos cinco días de fiesta hecho un trapo.
Axel carraspeó. Seguía esperando una respuesta.
Suspiré.
—Está bien. —Sus ojos se iluminaron—. Pero nada de ir demasiado lejos. Un paseo y punto.
—Hecho. —Asentí conforme. Sinceramente, sigo sin saber exactamente qué me llevó a aceptar su oferta, pero ya no importa. Lo hecho, hecho está. No podía echarme atrás.
Seguimos caminando aparentemente hacia mi casa, pero a petición de Axel, torcimos en una calle que terminó conduciéndonos directamente a la plaza de donde veníamos.
Me volví hacia él.
—¿Otra vez aquí? —le recriminé.
—Sí. En fin, ¿por qué no vamos a ver las tiendas del centro? A estas horas debe de haber un ambiente genial. Todo estará lleno de gente —¿Y qué tiene de bueno estar rodeado de gente? Me abstuve a preguntar.
—De acuerdo. Lo que sea con tal de no quedarme aquí de pie más tiempo. Me estoy congelando, ¿sabes?
—Bueno, si quieres te caliento.
—No es necesario, gracias. —Y dicho esto, retomamos la marcha, uno al lado del otro. Esta vez no volvió a intentar tomarme de la mano, pero por prevención, me las llevé a ambas a los bolsillos del abrigo.
Personalmente, la Navidad nunca ha sido una de mis épocas del año favoritas. Siempre me ha parecido todo demasiado comercial. Porque, ¿qué es lo que caracteriza más a estas fechas? Las compras. Los regalos para la familia y la comida, la cual probablemente cueste el doble de lo habitual, pero que aun así la gente se empeñará en llevarse a casa.
A consecuencia de todo esto, durante los últimos días las calles no han sido más que un tumulto de personas que corrían de arriba abajo para sus compras de última hora. Y así fue hasta el veinticuatro de diciembre. Sin embargo, ahora que esa fecha ha pasado, todo está mucho más tranquilo. Todavía queda gente preparándose para la próxima festividad, el días seis, aun así todavía es demasiado pronto.
Y es por eso que no me costó disfrutar del paseo con Axel. A decir verdad la vista era realmente preciosa. Las calles, completamente blancas, habían sido adornadas con montones de luces de colores. Algunas de ellas incluso estaban colocadas de manera que formasen alguna imagen. Renos tirando un trineo, árboles de Navidad, estrellas de nieve, y montones de cosas más relacionadas con la fiesta.
En cuanto a la gente, lo cierto es que Axel no mintió al decir que habría mucha rondando por aquí, pero más que para comprar, se limitaban a pasear, disfrutando del ambiente, tal y como habíamos venido a hacer nosotros. Sin embargo, había algo que me arruinaba el momento: el frío helado que hacía. Llegó un momento en el que finalmente incluso dejé de sentir las puntas de los dedos. Probablemente también tendría la nariz enrojecida. Achaqué a todo esto también unas décimas de fiebre de más y un dolor punzante en los oídos. No me encontraba peor que otras veces. El frío solía causar todo esto en la gente. Sin embargo, sabía que no me encontraba bien.
Con un solo vistazo, Axel supo que algo iba mal.
—Tienes mala cara —comentó, y llevó una mano a mi frente. Supuestamente ésta tendría que estar helada. Por su expresión, supe que era todo lo contrario—. ¡Roxas, estás ardiendo! ¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Estoy bien —repliqué, más que nada por el simple hecho de llevarle la contraria.
—Ya; lo dudo mucho. Sólo hay que verte. —¿Era yo o se acababa de meter con mi aspecto?—Mira, mi casa está aquí cerca. ¿Por qué no…?
—¡No! Y-yo me vuelvo a mi casa… —Empecé a tiritar, y al fin fui consciente de mi mal estado—. Y no hace falta qu-que me acompañes; puedo yo solo. —Intenté apartarme de él. Noté mi respiración cada vez más pesada. ¿Acaso había empeorado de golpe? Para colmo, a cada paso que daba me dolía más la cabeza. Él captó esto al instante.
—¿Bromeas? Por favor, Roxas. ¿Acaso te has visto? Tú no estás en condiciones de volver solo a ningún lugar. —No me dejó replicar. Yo no quería, pero aun así, terminó tomándome en brazos –en contra de mi voluntad, porque yo podía andar perfectamente– y empezó a caminar a paso veloz, llevándome en volandas por la calle.
Al final no sé exactamente dónde me llevó. El lugar no era precisamente cálido, pero al menos era mejor que estar en la intemperie. Escuché el sonido de la puerta cerrar tras nosotros, e instantes después, me encontraba tumbado en un mullido sofá.
Miré a mí alrededor como pude.
—¿Esta es tu casa? —pregunté.
—Sí.
—¿Y dónde están…?
—Fuera. Habrán ido a cenar. —Asentí conforme. No me habría sentido cómodo de haber tenido gente desconocida rondando por aquí.
Con tremendo cuidado, Axel me echó encima un par de mantas y empujó el sofá hasta colocarlo a tan solo un par de metros de la chimenea recién encendida. Inmediatamente noté cómo el frío me abandonaba, dando lugar a un calor abrasador que definitivamente me hizo sentir mejor.
Sin embargo, Axel todavía no había acabado. Desapareció de mi visión por unos segundos, y al volver, se trajo consigo un trapo húmedo que me colocó sobre la frente y un termómetro que me introdujo en la boca.
Tras asegurarse de no haberse olvidado de nada, finalmente se sentó en el suelo, quedando así su cabeza a la altura de la mía.
Yo quería volver a mi casa, pero en esas condiciones lo veía bastante difícil…
Él buscó mis ojos, sin embargo yo me negué a mirarlo. Me dolía la cabeza. Una sensación insoportable. Axel entendió esto, por lo que se mantuvo en silencio, eso sí, sin moverse ni un centímetro de mi lado.
El tiempo continuó pasando. Lentamente, la luz del atardecer empezó a desaparecer, hasta llegar a un punto en el que la sala donde con encontrábamos quedó completamente en penumbras, iluminada únicamente por la tenue luz de las llamas de la chimenea. Yo no quería dormirme, aun así sentía que en cualquier momento terminaría cediendo al sueño. Pero me negué rotundamente. Estaba en una casa ajena, y no me sentía a gusto sabiendo que sus dueños podrían llegar en cualquier momento.
Por su lado, Axel no se puede decir que me estuviese ayudando demasiado. Se había pasado desde el primer momento acariciándome la cara, variando entre el pelo, las mejillas y los labios, a la espera a que me relajase y me durmiese de una vez. No me quitaba la mirada de encima, y al contrario de lo que hubiese pensado, no me ponía de los nervios, tal y como sucedía siempre durante mis horas de trabajo.
—Venga, duérmete ya —susurró, tras pasar como mínimo un par de horas en total silencio. Negué con la cabeza, pero no respondí. Con un suspiro resignado, tomó el trapo húmedo de mi frente y se levantó para volver a remojarlo. De vuelta de nuevo, alcanzó el termómetro y me lo volvió a colocar. Seguía con fiebre; no había mejorado en absoluto.
Por primera vez desde que llegamos, me decidí a mirarlo a los ojos.
—Hoy estás muy atento, ¿no te parece?
Para mi diversión, se sobresaltó al oír mi voz. Sin embargo esto no lo detuvo a darme una respuesta.
—Yo siempre soy atento, Roxas, solo que no te das cuenta. —Dicho esto volvió a levantarse y alejarse de mí.
—¿Dónde vas? —cuestioné. Su respuesta me llegó desde la cocina.
—Tienes la garganta seca —anunció—. Supongo que algo de agua te vendrá bien.
Y dicho y hecho. Al aparecer de nuevo por la puerta, sostenía un vaso vacío y una jarra de cristal llena de agua. Dudé un instante.
—¿Y alguna pastilla para la fiebre?
—No. No me fio. —Alcé una ceja, interrogante. Él sonrió, sin embargo no dijo nada. A cambio, dejó todo junto al sofá, me ayudó a incorporarme y colocó un par de cojines tras mi espalda. Yo seguía esperando una respuesta cuando él llenó el vaso. Me temblaban las manos, por lo que por el bien del sofá, la alfombra del suelo y la tela de la manta, me ayudó a sostenerlo. Bebí, y a cambio, él respondió—. Para empezar, una pastilla puede terminar causando efectos secundarios según la persona que las tome, y no estoy dispuesto a correr el riesgo. Y por último —Se encogió de hombros—, no nos quedan. Hace un par de día que mi hermanos las agotó todas. —Me quitó el vaso de las manos y me volvió a empujar hacia el respaldo para tumbarme, pero yo me resistí.
—No —dije, evitando retroceder más—. Prefiero estar sentado. —No pareció gustarle la idea, pese a esto no replicó. Volvió a recoger el trapo y se sentó a mi lado. Con total cuidado, se abrió camino con su brazo tras mi espalda, me rodeó la cintura y me atrajo hacia él.
—¿Qué haces? —murmuré, notando mi rostro enrojecer, alzando la vista para mirarlo directamente a los ojos. Él me devolvió la mirada.
—Darte calor —dijo simplemente. Y lo dejé estar.
Poco a poco, noté cómo el sueño me iba venciendo, sin embargo luché contra mis párpados y los mantuve bien abiertos. La mejor manera de vencerlos, pensé, sería hablando.
—Oye, Axel. —Al principio no recibí respuesta, algo que me hizo pensar que él sí que se había dormido. Sin embargo, pasados unos segundos finalmente habló.
—¿Qué?
Lo pensé unos instantes antes de responder. Cuando la gente está enferma dice tonterías. Y supongo que en ningún momento he sido la excepción que rompe la regla.
—¿Por qué te gusto?
Una vez más, tardó en darme una respuesta. No tenía prisa, sin embargo habría sido una gran decepción para mí el que ni siquiera supiese contestarme. Pero no fue así.
—¿Tú qué crees? —Estuve por reprocharle el que me respondiese con otra pregunta, pero él prosiguió—. No lo sé, eres tú en general. —Hizo una pausa—. No negaré que en un principio sólo me fijé en ti por… Bueno, por tu aspecto. Pero sólo me hizo falta hablar contigo para darme cuenta de lo…
—¿Maravilloso que era? —probé, sarcástico.
Sonrió y se encogió de hombros.
—Iba a decir extraño, pero eso también vale. —Bufé. ¡Menuda respuesta!
—¿Soy extraño?
—Más bien, peculiar.
—Mira quién habla…
—Nah, no me refiero a eso. —Me acercó más a él y hundió su rostro en mi hombro—. Tú eres especial. No actúas como suele hacerlo la gente normal.
—La gente normal no tiene un acosador detrás día sí y día también —le recordé. Escuché una carcajada amortiguada con mi hombro. Sobresaltándome, alzó de nuevo el rostro y me besó en la comisura del labio.
—Ya, pero a diferencia de la gente normal, tú eres adorable.
Intenté encontrar algún comentario mordaz con el que replicar de nuevo, pero esta vez me quedé en blanco.
—¿Y tú? —prosiguió él—. ¿Por qué no te gusto?
Lo miré irónico.
—¿Va en serio?
—Desde luego.
—Está bien. —Realmente no tuve que parar a pensarlo. A lo largo de todos los meses me había dedicado a hacer una lista sobre absolutamente todo lo que no me gustaba de él. No era dificil—. Pues para empezar, eres un arrogante.
Enarcó una ceja.
—¿Eso piensas?
—No lo diría de no ser así. —Bufó inconforme, sin embargo no me contradijo.
—Sigue.
—A veces te comportas como un idiota.
—Eso te lo acepto.
—Eres un insensible.
—¿De verdad?
—Y además, agotador.
—Está bien, cuatro es el límite. Cortamos ya, ¿no? —Me encogí de hombros y no dije nada.
Una vez más, ambos nos quedamos en silencio. Pero de nuevo, Axel lo rompió.
—Y digo yo que también habrá algo bueno, ¿no? —preguntó, inquieto. Por lo visto, mi manera de verlo lo había afectado.
Carraspeé. Notaba mi garganta seca de nuevo, y al instante Axel me alcanzó el vaso para que bebiese. Tras darle un par de tragos, volví a hablar.
—Podría ser… —confesé—. La verdad, no estoy seguro.
—Ooh, vaaamos. ¿De verdad no ves nada bueno en mí? Me siento decepcionado… —Me quitó el vaso de las manos y volvió a dejarlo en su lugar. Eso sí, sin soltarme en ningún momento.
—Bueno… —Me paré a pensarlo—. Supongo que… Eres atento —Eso era cierto, pero eso ya se lo había dicho, y en teoría tenía que buscar algo más. Se había pasado la tarde entera cuidando de mí. Definitivamente no se había comportado como una persona arrogante haría. Y claramente, de haber sido un insensible como dije, ahora no me encontraría aquí. Lo de agotador no pienso retirarlo—, y paciente —añadí—. Y amable. Y supongo que también divertido. ¿Así está bien?
Por lo visto, no. Parecía exasperado.
—Entonces, ¿qué tengo que hacer para gustarte? Joder, no lo entiendo…
Abrí la boca. Creí que sabría responderle. Meses atrás esa pregunta ni siquiera hubiese necesitado respuesta, porque ésta era demasiado evidente. «No me gustas porque no te conozco, te pasas el día molestándome, me acosas, eres insufrible y te crees mejor que todos». Pero, ¿y ahora? Ahora lo conocía. ¿De verdad Axel era así?
Tardé unos segundo en asimilar todo esto. Mi mente no era más que un revoltijo de pensamientos contrarios entre ellos. Creí que era idiota, pero por lo visto es realmente inteligente. Creí que era un arrogante, y también que sólo se preocupaba por él mismo, pero me equivoqué. Y entonces, creí que lo odiaba, pero eso era antes. ¿Y ahora, qué?
Finalmente, tomé una decisión.
—…Quiero irme a mi casa.
Y esta vez, aceptó llevarme. Porque él tampoco sabía qué pensar.
·Quemado
Me llevó varios días, pero al final el tiempo libre que me dieron de vacaciones me ayudó a aclararme las ideas.
Me gustaba Axel.
¿Desde cuándo? No lo sabía. ¿Cómo había sucedido? Tampoco. ¿Por qué a mí? Supongo que al final era inevitable.
Ese era mi primer día de vuelta al trabajo. Sería la primera vez que lo vería desde el día en el que Naminé me regaló la bufanda.
Hoy se lo diría. Simplemente se lo debía.
—¡Buenos días, Roxas! ¿Qué tal hoy? —Ni siquiera necesité voltearme para ver quien era. Una persona tan ruidosa es difícil de confundir de entre el resto.
No pude evitar sonreír. Me volví hacia él para hacerle ver que lo había visto y fui directo hacia la barra a por el pedido. Noté su presencia detrás de mí—. Ey, no me ignores —me reclamó. Infantil.
—No te ignoro, Axel. Estoy trabajando —expliqué, intentando ignorarlo—. Ahora te atiendo.
—No te preocupes. No hay prisa.
¿Que no hay prisa? Eso sí que fue raro. ¿Desde cuándo él no tiene prisa por tener toda mi atención centrada en él?
—Me gusta tu uniforme —comentó súbitamente—. Pero tiene que ser un rollo tener que cambiarse en casa. —Tras pulsar los botones necesarios para que saliese el café, me volví hacia él para responder.
—Claro que no. Me cambio aquí. —Tomé el café ya listo y empecé a preparar otra taza.
—¿A sí? ¿Dónde?
¿A qué venía tanta curiosidad? Con un gesto de cabeza, le señalé algo confundido la puerta a la habitación en la que sólo podíamos entrar los que trabajábamos allí, lugar donde nos cambiábamos y dejábamos nuestras cosas.
—¿Y allí tienes también la bufanda?
—¿Qué?
—Nada. Oye, voy al baño un momento. —Me encogí de hombros y asentí. Aprovechando su marcha, fui directo a servir los pedidos. Sin embargo, tuve un presentimiento extraño. Por curiosidad, precaución o lo que sea, le eché un último vistazo a Axel. Aparentemente se dirigía al lavabo, sin embargo, en un último segundo, por lo visto cambió de opinión y se coló, justo al lado, por la puerta donde tenía prohibido el paso.
… … …¡Había infringido las normas! ¡Es más: me había ignorado!
Rápidamente, serví los cafés y me dispuse a correr hacia el lugar donde se encontraba Axel. Otros dos clientes me llamaron, pero los ignoré y, con un gesto, envié a Yuffie en mi lugar.
Al llegar a la puerta, tomé el pomo y la abrí lentamente. ¿Qué podía estar pasando por la cabeza de Axel al haber decidido entrar aquí? Ahora lo sabría.
Noté en el ambiente un ligero olor a quemado y me alarmé al instante. Y fue tras abrir completamente que lo vi.
¡Axel estaba quemando mi bufanda nueva!
—¡¿Axel? —Él se sobresaltó—. Tú… —empecé—. Dime que eso que acabas de quemar no es mi bufanda.
Al volverse hacia mí, pude ver en él una expresión de absoluto terror. No tenía precio, pero yo no estaba precisamente de buen humor como para reírme de él. Como si nada extraño o fuera de lugar estuviese pasando, me saludó amigablemente, aunque con voz temblorosa. Él sabía lo que le esperaba.
—¡Roxas! ¿Cómo tú por aquí?
—¡Axel! —Di un paso hacia delante y cerré la puerta detrás de mí, asegurándome así que nadie escuchase lo que sería nuestra "conversación". Me crucé de brazos y lo miré fijamente, a la espera de una respuesta.
—Puedo explicarlo —murmuró él.
—Pues empieza —inquirí. Cerró los ojos. Evidentemente no podía explicarlo. En cuanto a mí, me parecía más que claro: por algún estúpido motivo había decidido colarse aquí a quemar MIS pertenencias, como si con este simple hecho lograse llamar aun más mi atención. Era imbécil. Lo había estropeado todo.
—La bufanda… —Finalmente se decidió hablar— no me gustaba.
Lo acribillé con la mirada.
—¿Qué excusa es esa? ¡La bufanda me la hizo Naminé! —le recriminé. Él tragó saliva—. ¡¿Con qué derecho te atreves a colarte en una sala a la que tienes prohibida la entrada para quemar algo que ni te pertenece? ¡Tú estás mal!
Cohibido, dio un paso hacia mí. Tuve que resistir la tentación de salir corriendo de la sala. Sabía que si seguía ahí con él terminaría volviéndolo a odiar. Yo no quería eso, sin embargo, esperé.
Quería una respuesta. Una respuesta que me demostrase que él realmente no era un simple bastardo en busca de atención.
—Vale, escucha Roxas. Sé que no tendría que haberla quemado… Pero tuve un motivo de peso para hacerlo.
Respiré calmadamente para relajarme, tal y como me había enseñado la misma Naminé meses atrás, al poco tiempo de conocerlo a él.
—No me gusta que Naminé te haga regalos —confesó. Lo miré extrañado. No era exactamente lo que me esperaba escuchar—. No la aguanto —siguió—. No… no quiero verla cerca de ti.
Me tomé unos segundos para analizar todo lo dicho. Al final, seguía sin entenderlo. Noté cómo mi rabia disminuía lentamente, siendo así sustituida por la confusión. Pese a esto, quería seguir enfadado.
—Es decir… —Intenté atar cabos. Cerré los ojos y seguí pensando en el sentido de todo esto—. ¿Has quemado la bufanda porque la hizo Naminé?
—Sí.
—Porque ella, pese a no haberte hecho nada, te cae mal —continué yo.
—Exacto…
Me encontraba como al principio. No entendía nada.
—No lo entiendo —expresé, y él chasqueó la lengua.
—Míralo de esta manera: yo estoy loco por ti. Naminé pasa demasiado tiempo contigo, y para colmo, te hace regalos hechos a mano. —Noté mi cara enrojecer. , por lo que para disimularlo, fruncí el ceño—. No me gusta quedar de lado en todo esto, ¿sabes? Y sí, odio a Naminé. Y te quiero a ti. Y… y por eso la he quemado. A ella no. A la bufanda.
Oh, ahora sí que lo entendía. Finalmente logré llegar a una conclusión.
—Eres un maldito pirómano. —Él asintió—. Y un celoso obsesivo —añadí también. Probablemente al ver que ya no corría ningún tipo de peligro, se acercó hacia mí—. Estás loco —continué diciendo, ignorando por completo este hecho.
—Sí, loco por ti, Roxas…
Negué con la cabeza, inconforme.
—No. Simplemente estás loco. Has quemado una bufanda nueva en un arrebato de celos. Si eso no es estar loco, dime tú entonces qué. —Con parsimonia, llevó una de sus manos a mi mejilla. En esta ocasión, simplemente la dejé estar.
—No te voy a contradecir. Es cierto que estoy algo pirado. —murmuré, acercando lentamente mi rostro hacia él.
Sonreí ligeramente. Sabía lo que quería hacer. Últimamente sus intenciones solían ser bastante más evidentes que de costumbre.
—Te perdono… —respondí—. Pero querré una bufanda nueva.
—Te compraré una. —Me aseguró él, acercando todavía más su rostro, milímetro a milímetro.
—Y también unas disculpas para Naminé —añadí. Ni en un momento así tenía intención de olvidarme lo mal que se había comportado con mi amiga por unos simples celos. Él pareció inconforme.
—Eso… eso ya lo veremos —…Respuesta equivocada. Y antes de que sus labios llegaran a rozarme, logré apartarme a tiempo. Está bien; sí, me gustaba. Pero quería verlo sufrir un poco—. ¿Qué…?
—Me vuelvo al trabajo. —Me encogí de hombros—. Tengo un turno que cubrir.
—No, no, no. Espera… No puedes hacer eso. —Sonreí interiormente.
—Y sal de aquí antes de que te vea nadie —agregué—. Si mi jefe se entera de que has entrado, el que terminará pagándolo seré yo. —De esa manera, y tras dejarlo con la boca abierta, di un paso hacia atrás y salí por la puerta. Tal y como le ordené, él me siguió y se sentó en uno de los taburetes.
Busqué con la mirada algún otro cliente al que atender, pero por lo visto Yuffie, en mi ausencia, había terminado con todos ellos. Decidí entontes empezar a preparar el batido que probablemente me pediría Axel de aquí a unos segundos. Casi al instante, él me llamó.
—¿Puedo pedir lo de siempre? —preguntó, y me volví hacia él con batido en mano.
—Claro —respondí, dejándolo ante él.
—Vale… —Se apoyó sobre la barra y me miró fijamente—. ¿Quieres salir conmigo?
Sonreí.
La barra molestaba, por lo que simplemente crucé al otro lado, rodeándola, y me acerqué a él. Al llegar a su altura no lo dudé un instante y me incliné para besarlo. Él lo había esperado durante mucho tiempo, sin embargo yo no me vi capaz de aceptarlo hasta hacía pocos días atrás.
Supongo… que ya era hora.
·Ridículo
No sé desde qué momento empezó a pasarme. Lo que sí sé es que el único culpable de ello es Axel. Como siempre.
Sí. Él es el culpable de mi temor a hacer ridículo en público.
Ridículo, ¿cuándo?
Pues cuando me saluda.
Es grave. Y cada vez va a peor. Es cierto que cuando él no era más que un simple tipo pesado que se pasaba los días molestándome, el problema no era tan grande. Sin embargo, desde que empezamos a salir todo se ha, eh… complicado.
En el trabajo, por ejemplo. ¿Cómo era antes? Simple. Aparecía con su imborrable sonrisa, se sentaba ante mí y me lanzaba algún tipo de piropo. Y nada más.
Después esto cambió radicalmente. Sí, seguía entrando en el local con su sonrisa descarada de siempre, sin embargo, lo hacía de manera… distinta.
Ayer, por ejemplo, la cafetería estaba hasta arriba de clientes. Volvía a ser uno de esos días de donación de sangre, por lo que los pedidos nos llegaban por todas partes. La gente no dejaba de hablar, algo que nos hizo todavía más difícil nuestra labor. Y finalmente llegó Axel. Nada más entrar, miró a su alrededor, probablemente pensando en lo caótico que se veía todo ese día, para después subirse a una mesa y hacerlos callar a todos de un silbido.
Todos los ojos, incluidos los míos, se clavaron en su persona. Nadie entendía por qué un chico con un aspecto tan extraño se encontraba ahí subido. Pero claro, a él no le importó. Así, ignorando olímpicamente a todos aquellos que seguían mirándolo, se acercó a mí y me dio un beso que me dejó sin aire. En fin, a mí y al resto de los presentes.
Pero no conformándose con mi lugar de trabajo, desde ese mismo día empezó también a acudir a mi facultad, siempre que su horario se lo permitiese, para saludarme a su manera delante de profesores y compañeros de clase.
Al final, indignado ante tanto descaro, el rector terminó por prohibirle la entrada al edificio siempre que yo estuviera en él.
¿Más lugares donde le gustase mostrar su afecto en público? Oh, pues… En el tren, en el cine, en la biblioteca, el supermercado, y en general, cualquier lugar con gente.
Sin embargo, pese a todo esto, las peores veces siempre suelen ser en la misma calle, donde, contando con mucho más espacio libre para sus payasadas, se abalanza sobre mí, ignorando las miradas indignadas de la gente. Algunas veces incluso hemos acabado en el suelo.
Pese a ello, nunca, nunca le he dicho nada al respecto. Sí, es ridículo, vergonzoso e innecesario; ¿pero acaso importa? Porque al fin y al cabo, Axel no sería Axel de no hacer todas esas tonterías que tanto lo caracterizan. Y yo no soy quién para prohibirle nada que, muy en el fondo, realmente me gusta que haga.
·Suegra
Era ridículo estar nervioso. Yo lo sabía. En el fondo, ese día era exactamente igual a todos los demás. El mismo cielo nublado, la misma ciudad, las mismas calles… Sí, lo mismo de todo. Entonces, ¿por qué seguía sintiéndome como si alguien me hubiese pateado el estómago?
Caminábamos por la calle directos a la casa de Axel. Pese a haberle repetido en varias ocasiones que no huiría, él me llevaba bien sujeto de la mano. A ver, no es que no confiase en mí, simplemente era por precaución. ¿Quién le podía asegurar que en algún tipo de arrebato yo no saldría huyendo y lo dejaría allí abandonado?
En el fondo él lo sabía. Si no hubiese estado sujeto, me habría ido. Y punto.
Entre una cosa y otra, finalmente llegamos a nuestro destino: la casa de Axel.
Claro que no era la primera vez que estaba allí, pero sí lo sería estando en compañía de sus dos propietarios restantes: su madre –mi suegra– y su hermano –mi cuñado–.
Como era de esperar, cuando llegamos al jardín de la entrada yo ya me encontraba hecho un manojo de nervios.
—¿Y si no les gusto?
Axel rodó los ojos. Creo que esa ya era la cuarta vez que le hacía la misma pregunta.
—Ellos ya te conocen; les he hablado de ti. En serio, te adoran.
—Ya, pero… —me detuve.
—No, no hay peros. —Intentó tirar de mí, pero no me moví del sitio. Estaba paralizado—. Venga, no pretenderás huir ahora que ya te han visto, ¿no?
Esto me sobresaltó.
—¿Visto? ¿Dónde?
—Allí. —Señaló una de las ventanas de la planta inferior. Pude distinguir a través de ella un par de siluetas, sin embargo, éstas desaparecieron al instante tras las cortinas. Axel sonrió y se encogió de hombros.
—Están deseando conocerte.
—Sí, ya lo veo…
Ni siquiera llegamos a tocar el timbre. Ni llegamos a pisar el porche de la entrada. La puerta se abrió de par en par, y acompañada a voz de grito con un gran «¡al fin!», una mujer con una larga cabellera roja –más larga incluso que la de Axel…–, nos dio la bienvenida con un enorme y afilado cuchillo en mano.
No pude evitarlo. Terminé escondiéndome tras Axel. Incluso él, al ver a la mujer apuntándonos con el cuchillo, se vio obligado a retroceder.
—¿Pero qué clase de bienvenida es esa? —le reclamó él—. Mamá, baja el cuchillo ahora mismo. Estás asustando a Roxas. —«Y a ti también», quise añadir, pero me había quedado mudo del susto.
Ella rodó los ojos.
—Me habéis pillado cocinando. Y no es para tanto. —Pasado el mal rato, finalmente solté a Axel y me planté ante ella para presentarme. Evidentemente, esto no hizo ninguna falta. Como había dicho él momentos atrás, ella ya me conocía. Más que nada esto sería pura cordialidad.
Tras oír mi nombre, ella me dirigió una sonrisa deslumbrante.
—Al fin nos conocemos, Roxas —dijo, y se acercó más a mí—. ¿Sabes? Eres mucho más guapo que en las fotos.
Miré a Axel.
—¿Qué fotos?
—Eso no importa —respondió, rápidamente—. ¿Entramos ya?
Ambos asentimos. Y cuando creí que todo lo malo ya había pasado, una fuerte voz proveniente de la cocina volvió a alertarme.
—¡¿Dónde está mi cuñado? —Me paralicé. Esta vez era la voz de un hombre, pero por su tono, no supe distinguir si éste estaba alegre o enfadado. Eso me puso de los nervios.
Por el umbral de la puerta, apareció un chico… ¿Para qué engañarnos? ¡Era clavado a Axel! El mismo color de ojos, el mismo pelo… Casi me parecía estar viendo a Axel unos años mayor.
—Roxas, este es Reno, mi hermano —me dijo él. Al igual que con Reno, no supe descifrar su tono. ¿Estaba contento de presentármelo? ¿O era todo lo contrario?—. Por tu bien —añadió—, mira de no hablar mucho con él. Lo único que lograrías sería terminar con dolor de cabeza…
—¡Ey!
—Entendido —asentí.
—Oh, por favor… —Reno se acercó hacia mí, y al instante me puse alerta. Sinceramente, esperaba que el comportamiento de Axel no lo compartiese con su hermano. De ser así, sinceramente, no sé cómo podría sobrevivir con esta familia—. Roxas, no hagas le hagas caso. ¡Yo soy muy buena persona! En serio —exclamó, y para apoyar estas palabras, sonrió como un loco psicópata haría.
Siguiendo con su demostración de «fíjate, qué majo que soy», Reno se inclinó y me rodeó los hombros con un solo brazo. De reojo, pude ver la duda en los ojos de Axel. Probablemente se estaba debatiendo entre dejarme a manos de su hermano o correr a liberarme antes de que me hiciese nada.
Pero antes de que me hiciese… ¿qué?
—Bueno, chicos, la cena ya está casi lista. ¿Por qué no me ayudáis a preparar la mesa? —propuso de pronto mi suegra—. Pero antes que nada, Axel, enséñale la casa a Roxas.
—No es necesario, mamá —comentó él, arrancándome finalmente de las garras de su hermano—. Esta no es la primera vez que viene. Además, ya conoce lo fundamental. La sala de estar—Se volvió hacia mí y me guiñó un ojo—, y mi habitación.
Me sonrojé. Sólo había visto su habitación una vez, y en esa ocasión recuerdo perfectamente no haber llegado ni a entrar. Aun así decidí dejarlo estar. Era evidente que lo único que quería era meterme en alguna situación embarazosa con su familia por el simple placer de ver mi reacción.
A la hora de la cena, inevitablemente toda la atención volvió a caer sobre mí. Si en un principio había logrado relajarme un poco, todo eso había quedado atrás. Me encontraba en el mismo punto en el que estaba de camino aquí. Y por si fuera poco, Axel hacia de esto incluso más vergonzoso, dedicándose a robarme besos y acariciarme por debajo de la mesa. ¡Se estaba divirtiendo a mi costa! ¿Y por qué nadie le decía nada? Yo qué se, quizás un «Axel, deja de meterle mano y come de una vez». ¿Por qué tenía que hacérmelo tan difícil?
Ya verás qué divertido será todo el día que sea él quien tenga que presentarse a mis padres…
Risas, bromas, y un montón de anécdotas de su familia cuando ambos eran niños.
Al final, todo terminó cuando Reno intentó imitar a Axel en uno de sus intentos por avergonzarme.
«Sólo quería ver la cara que pondría». Fue esa su excusa. Como era de esperar, a ninguno de los dos nos hizo gracia su arrebato, y su madre terminó mandándolo a fregar los platos como castigo.
Sin embargo, esa no resultó ser la peor parte de la noche, no. Lo pero vino cuando entres los tres, ¡los tres!, se propusieron intentar convencerme para quedarme a dormir.
La primera en proponerlo fue mi suegra. Ella simplemente lo dejó caer, pero ese fue el incentivo para que Axel, completamente emocionado, se abalanzase sobre mí y empezase a suplicarme que me quedase.
Me negué, y entonces, tras dejar los platos completamente limpios, apareció Reno y comenzó a darme un montón de razones de porqué tendría que quedarme. Mencionó lo peligroso que podría ser para alguien como yo el salir a la calle a esas horas, después mi suegra añadió que últimamente hay muchos delincuentes sueltos por la ciudad, y para acabar, Axel concluyó que lo mejor sería que pasase la noche allí, con él, en su cama. Volví a negarme.
Decir que se decepcionaron es poco. Sólo decir que al final volvieron a ser los tres los que se ofrecieron a acompañarme a casa para que no me «secuestren y violen», palabras de la mujer de la familia.
Ella quería conocerme mejor, Reno quería hablarme de Axel a sus espaldas –una tentación, desde luego–, y Axel simplemente quería porque sí. Fue un milagro que no terminaron discutiendo.
Y me pregunto, en el hipotético caso de terminar casado con Axel, ¿qué clase de familia terminaré teniendo?
Yo me vengaría. Axel me había hecho sufrir, pero todavía faltaba que conociese a mi padre. Ese día se arrepentiría de habérmelo hecho pasar tan mal.
·Videojuego
Si existe algo que nunca me ha gustado es la gente que no sabe perder. Sobre todo en los videojuegos.
Hablo de ese tipo de personas que, tras perder, terminan lanzando el mando de la consola a la otra punta de la habitación, gritan, patalean como niños y te piden la revancha. ¿Un ejemplo? Sora.
Sí, Sora. Él es ese tipo de persona.
Sin embargo, estos no son los únicos. Existen distintos tipos de enfado:
Tenemos a los que son como Sora y su grito de guerra de niño pequeño de «ahora me enfado y no respiro». También están lo son como Hayner, que revientan el mando al impactarlo contra la pared, como Pince, que simplemente te piden la revancha, o como Naminé, que te acusan de tramposo.
En cuanto a mí, pues mira, no lo sé. ¿Qué quieres? Yo nunca he perdido.
Y luego están los que son como Axel.
Al principio, dada su personalidad, pensé que no le molestaría perder; que simplemente se reiría y me pediría otra. Pero no. No fue así en absoluto.
La primera vez que jugué contra Axel fue en su casa. Él eligió empezar con el Tekken 4, lo que es un simple juego de peleas. En fin, como era de prever, gané. Aunque en su defensa he de decir que él estaba un poco distraído. Claro que eso no fue mi culpa. Vamos, que gané limpiamente. Sin embargo él no quiso aceptarlo.
No estampó el mando contra nada, pero tampoco me pidió la revancha. Simplemente se limitó a mirarme enfurruñado, para después suspirar y tumbarse en el mismo suelo. ¿Quién lo entiende?
Si fuese otra persona probablemente me hubiese enfadado. Es decir, ¿le gano y no dice una palabra? Eso sí que es no saber perder.
Al principio no hice más que esperar en silencio a que me dijese algo. «Enhorabuena», «lo has hecho genial» o quizás, «no sabía que jugaras tan bien». Pero al ver que no recibiría ningún cumplido por su parte, terminé cediendo y acercándome a él a gatas.
—¿Axel? —lo llamé—. ¿Ocurre algo? —Por un instante se me pasó por la cabeza la idea de un Axel enfermo. Eso podría ser el motivo que justificase su comportamiento.
Preocupado a que realmente pudiese ser algo así, llevé una mano a su frente. Suspiré aliviado. Su temperatura era normal, por lo que podía desechar la gripe.
A punto estuve de preguntarle si se encontraba mal, pero de pronto fue él mismo el que se encargó de retirar mi mano. No lo hizo de una manera brusca, pero aun así fue algo extraño. Muy extraño.
Entorné los ojos y fijé mi mirada en él.
—¿Estás enfadado? —De ser así, desde luego habría sido muy egoísta por su parte. El pensar que se hubiese enfadado por una tontería así terminó incluso enfadándome a mí. Pero recapacité. Yo no quería eso. La sola idea de que algo así pudiese ocurrir ya me causaba malestar. ¿Habría hecho mal al ganarle? La respuesta era clara: no. Axel no era tan susceptible. Estaba claro que el juego no tenía nada que ver con su comportamiento.
—No —respondió, llevando ambas manos a la nuca y cerrando los ojos en el proceso. No sonrió, y eso me asustó aun más que el poder pensar que estuviese enfermo. Es más, me daba incluso más motivos para creer que realmente se había enfadado. Pero, ¿por qué?
Esperé a que continuase, pero no dijo nada más.
Volví a suspirar.
—Mira, si no me dices qué te pasa, no podré hacer nada, ¿sabes?
Y finalmente reaccionó. Abrió uno de los ojos y me miró. Seguía serio, pero eso era un avance.
—No me gusta perder —confesó, y quise matarlo.
—No te gusta perder… —Fruncí el ceño. Al final resulta que no era más que un niño enfadado—. ¿Y por eso tienes que comportarte así? ¡Me habías asustado, imbécil!
Me levanté, dispuesto a irme. Intenté abstenerme a darle una patada. Eso sería demasiado ruin por mi parte, y con un bastardo en la habitación ya era más que suficiente.
Di media vuelta y me dirigí hacia la puerta, pero antes de llegar a ella, Axel me sujetó por la muñeca.
—Espera, Roxas. No es lo que tú crees. Hay… Hay algo más. —Por unos segundos dudé. Por su voz, era evidente que Axel estaba utilizando en esos momentos su mirada suplicante de «vamos, quédate», a la cual, muy a mi pesar, recurría cada dos por tres, por lo que sabía que si me volvía, simplemente no llegaría a salir de esa habitación.
Además, yo quería seguir enfadado.
—Si tienes que decir algo, dilo ahora —declaré, sin volverme hacia él. Definitivamente así sería mucho más fácil.
Está claro que a él no le gustó esto, pero no le quedó otra que conformarse.
—Yo quería ganarte. —Eso sí que es una buena forma de empezar…—. Esta era la primera vez que quedábamos en mi casa para jugar, y me habría gustado, eh… ya sabes.
De muy mala gana, decidí ayudarle.
—¿Ganar?
—No —dijo con suavidad—. Impresionarte.
Fruncí el ceño ante la respuesta, y finalmente me volví de nuevo hacia él. Al contrario de lo que esperaba encontrarme, tenía una expresión sincera. Al menos en apariencia. Sin embargo esa excusa que me había dado era realmente terrible. No había quien se lo creyese.
—Venga ya. No esperarás que me crea eso, ¿verdad? —repliqué. Se encogió de hombros.
—Pues eso espero, porque es completamente cierto.
Y de esa forma, empezaron a pasar los segundos. Diez largos segundos en los cuales me dediqué a mirarlo en silencio. Él no parecía incómodo para nada, sin embargo, algo nervioso sí que lo notaba yo. Definitivamente, ese no era Axel.
—Sinceramente, en estos momentos es en los que creo realmente estar ante un hermano gemelo tuyo —murmuré—. Y encima, querías impresionarme… ¡ganándome al Tekken! Eso es… ¡ridículo! —No fue mi intención, pero al final no pude evitarlo y se me escapó una carcajada. Algo de lo que, por cierto, me arrepentí casi al instante. Porque por lo visto, a Axel no le hacía gracia alguna. Seguía sin sonreír, e incluso ahora parecía ofendido—. Oh, por favor, no puedes ponerte así por eso. —Me acerqué a él con gesto consolador—. Axel, de verdad, no tienes que impresionarme. Y menos aun con un estúpido juego.
Él se encogió de hombros.
Y noté algo raro. Es gesto… Ese simple gesto no era natural. Como si al final, todo esto no hubiese resultado ser más que una absurda actuación.
Sin embargo, deseché la idea al instante. Era una tontería. ¿Por qué motivo iba a hacer algo así?
Ese día me volví antes a mi casa.
Sin embargo, qué decir que desde ese momento, prácticamente me vi en la obligación de dejarlo ganar en todo aquello a lo que jugásemos uno contra uno, ya fuese en videojuegos de luchas o carreras, o en juegos de mesa, como el ajedrez o las damas.
En el fondo a mí no me importaba que él me ganase si con eso conseguía al menos mantenerlo en su estado de ánimo habitual.
Pero había un inconveniente: por mucho que yo intentase perder, siempre terminaba ganando. Parecía imposible, pero Axel de verdad era realmente malo en… todo. ¿Cómo podía ser que alguien perdiese incluso cuando se le dejaba ganar? Y claro, esto terminaba siempre con la misma situación: él depresivo, y yo, exasperado.
Al final me di cuenta que la mejor manera de "animar" a un Axel depresivo era a base de besos y caricias. Cuando finalmente recuperaba su estado de ánimo "normal", él mismo me proponía jugar de nuevo. Era una cadena sin fin de la que solo lograba librarme al volver a casa. Me llevó un tiempo el pensar cómo era que pudiese perder siempre, pero al final logré descubrí el porqué.
De nuevo, ese día había quedado con él en su casa para pasar el rato. Por raro que parezca, Marluxia me había dejado salir antes, por lo que terminé llegando más pronto de lo esperado.
Axel todavía no estaba, y fue Reno el que me invitó a pasar.
Siguiendo el consejo que Axel me dio en repetidas ocasiones, intenté no comenzar ningún tipo de conversación con él. Hasta ahora nunca había entendido el porqué de esta petición. Al fin y al cabo, Reno no era más que su hermano mayor, una buena persona según tenía entendido. En principio, no veía ningún problema al hablar con él, pero al final, fue ese mismo día que al fin lo comprendí.
Evidentemente, no fui yo el que empezó la conversación. Tras hacerme pasar a la sala, Reno se sentó junto a mí en el sofá para matar el tiempo hasta la llegada de Axel.
—Entonces… —empezó él, buscando algún tema de conversación con el que pasar el rato—. Ya lleváis más de un año, ¿no?
Dudé de si debía responderle o no, pero al final no tuve otra opción. Esto era simple cuestión de educación.
—Algo así, sí —respondí, aun sin apartar la vista de la televisión. En principio mi intención era centrar toda mi atención en ella, pero fue imposible. Él siguió hablando.
—Dime: ¿os habéis acostado ya? —No, no me sobresalté. Siendo sinceros, la pregunta no me tomó por sorpresa. Al fin y al cabo, se trataba del hermano de Axel. Se veía venir.
—Eso no es de tu incumbencia —dije simplemente.
—Oh, todo lo que tenga que ver con mi pequeño cuñado es de mi incumbencia —replicó. De reojo, pude ver cómo una sonrisilla de suficiencia aparecía lentamente en sus labios. No supe cómo interpretar esto—. Sobretodo cuando mi hermano se dedica a emplear esos pequeños trucos sucios contigo —añadió, con un suspiro de falsa indignación. Me volví hacia él al instante. ¿Había dicho trucos sucios?
Probablemente en ese momento la sola expresión de mi cara lo dijo todo, porque nada más verme, sonrió de esa forma que solo él y Axel saben. Sí, esa que suele sacar de quicio a la gente. Sin embargo, no dijo nada.
Ignorándome, se acomodó bien en el sofá y volcó toda su atención en la pantalla de la televisión. Esto también era algo de familia. Fingir desinterés para lograr hacer que la gente rogase por ellos. ¿Qué pasaba con esta gente?
—Reno, vamos. ¿A qué te refieres con "trucos sucios"?
Realmente yo no quería rogar, pero conocía lo suficiente a Axel para saber que esa era la única forma. Por ende, también lo era para Reno.
Como era de esperar, él permaneció en silencio. Sin embargo, mi paciencia hoy tenía un límite.
—¡Reno, dime! ¡¿De qué trucos sucios me hablas?
Para mi alivio, él se volvió hacia mí.
—¿Realmente quieres saberlo? —En serio, este tipo era frustrante. Igual que su hermano.
Tras soltar un gruñido más propio de un animal que de una persona, respondí.
—Sí.
—Está bien… Cuando hablo de trucos sucios, me refiero a…
—…¿A…?
Hubo unos instantes más de silencio. Pasados unos segundos se encogió de hombros.
—Nah, creí que Axel aparecería de repente para interrumpirme, pero no, todavía no ha llegado. —Esperé a que me diera una respuesta seria. Por lo visto hasta ahora, ésta tardaría en llegar—. En fin. ¿Quieres comer algo?
—¡Venga ya, Reno! ¡Dímelo ahora mismo!
—Ey, tranquilo, Roxy. Algún día te dará algo y terminarás por dejar a mi hermano viudo. ¿Eso es lo que quieres? —En lo único que pensaba yo ahora era en el daño que podría hacerle el soltarle un puñetazo en mitad de la cara por sorpresa. Pero logré contenerme. A cambio, repetí una última vez mi petición.
—Reno. No te lo diré de nuevo. Y si no me respondes ahora, simplemente lo olvidaré y me iré a la habitación de Axel a esperar. Así que allá va. —Respiré hondo y pregunté—. ¿Qué querías decir con eso de trucos sucios?
—Pues que Axel te engaña.
—¡¿Cómo? —Mi expresión debió de alarmarlo. Y no iba a ser menos. ¡Una persona no puede decir algo así y quedarse tan tranquila!
—Oh, no. No te confundas. Claro que no me refiero a eso. —Y el muy imbécil sonrió como si nada.
—¡Joder, Reno! ¡¿Si no es eso, entonces qué es?
—Pues que Axel finge estar… ¿cómo era? Oh, sí: deprimido. Yo le enseñé, ¿sabes? —Suspiró—. Qué rápido crecen…
—¿Que Axel… finge estar deprimido? —Negué con la cabeza. Imposible—. ¿Y por qué iba a hacer algo así? No tiene sentido.
—Oh, sí que lo tiene. —Dios, este chico era un demonio. ¿Por qué siempre que sonríe me imagino lo peor? —. Piensa, ¿qué es lo que le gusta más a Axel?
—El fuego —solté, absolutamente convencido de ello. Conozco a Axel, y sé que él siempre ha mostrado una extraña predilección ante las hogueras, los encendedores y todo aquello que pueda arder fácilmente, en general. No había duda de ello.
Aun así, Reno frunció el ceño. No era exactamente la respuesta que esperaba.
—No. Sí. Bueno, también. ¿Y además de eso?
—Eh… —Empecé a darle vueltas a la cabeza en busca de algo más. Pero supongo que la paciencia no era una de las virtudes de Reno, por lo que sin siquiera darme un tiempo para pensarlo, me soltó la respuesta.
—¡A ti! —exclamó de pronto. Tras darme unos segundos para asimilar lo dicho, siguió con su explicación—. Muy bien. Y ahora, ¿qué haces tú cuando tu querido novio se siente mal?
—¿…Animarlo? —Se encogió de hombros.
—Sí, supongo que también lo puedes llamar así. —Intenté replicar, pero él todavía no había acabado—. Vamos, Roxy. Piensa: ¿realmente crees que Axel, una persona con más de cuatrocientos juegos repartidos por toda su habitación, se dejaría ganar tan fácilmente? Uh, uh. Lo dudo mucho.
Reno continuó hablando, sin embargo mi cerebro ya se había alejado de allí, y ahora analizaba en profundidad lo que le acababan de decir. La confusión que sentía en ese instante era demasiada. Era como cuando descubrí que Santa Claus no existía. Desilusión total. Y el que Reno fuese el único presente no me animaba mucho.
Por suerte para mí, Axel no tardó en llegar. Yo no sabía cómo debía sentirme con él, si enfadado o decepcionado.
Sinceramente, me parecía una tontería enfadarme con Axel por una cosa así. Sin embargo, una vocecilla en mi cabeza –y no, no era Reno– me hablaba sobre lo inmaduro que había sido mi novio al engañarme de esa manera.
—¿Roxas? —Por unos instantes me miró extrañado, probablemente preguntándose qué hacía yo aquí a esas horas. Aun así, su expresión no tardó en cambiar, pasando una de desconcierto total a una de alegría—. ¡Roxas!
Me levanté al instante.
—Axel, ¿podemos hablar? —Y de esa manera, la cara de alegría pasó de nuevo a la de desconcierto.
—Vaaaya. Vuestra primera pelea de enamorados. Me muero por saber cómo termina esto…
—¿De qué? —preguntó Axel, ignorando olímpicamente a su hermano. Por un instante, clavó la vista a un punto detrás de mí. Miraba a Reno. Sabía que él había hecho algo.
—Aquí no. En tu habitación. —Él asintió conforme. Ambos sabíamos que, de quedarnos allí, Reno terminaría metiéndose en la conversación. Y precisamente eso no era algo que quisiésemos ninguno de los dos ahora mismo.
—Está bien. Adelante —expresó, nada más cerrar la puerta tras él. Se había asegurado de que Reno no nos siguiese, y no fue hasta prácticamente un minuto después que no se atrevió a cerrar. Eso sí que es confianza entre hermanos.
Me crucé de brazos e intenté mantener una expresión enfadada. Haciéndole ver que ya lo sabía sería mucho más fácil sonsacarle la verdad.
—Bueno, pero antes que nada —me detuvo—, quiero que sepas que todo lo que haya dicho Reno, es mentira. No te lo creas. Uno nunca puede fiarse de él.
Fruncí el ceño.
—Oh, ¿entonces de ti sí? —le reproché, mirándolo ceñudo. Esto pareció confundirlo.
—¿De qué hablas?
—Hablo de esos "juegos sucios" que utilizas conmigo. —Hasta ahora no estaba seguro del todo de si lo que me había dicho Reno era verdad. Pero tras ver la expresión de Axel, supe al instante que no me había mentido. Era más que evidente que era culpable—. ¿Se puede saber qué es eso de hacerte la víctima cuando pierdes? Él me lo ha contado todo. En serio, Axel, me decepcionas.
Sonrió como si no pasase nada.
—Sigo sin saber de qué hablas.
—Lo único que conseguirás insistiendo será empeorarlo aun más.
Nos miramos durante largos segundos. Por lo visto, él se empeñaba en ocultar la pequeña "bromita" que me había estado gastando hasta ahora, sin embargo a mí no me hacía ninguna gracia. Sentía como si ambos hermanos, tanto él como Reno, hubiesen estado jugando conmigo, e incluso tenía la sensación de que se por ello se habían pasado el tiempo burlándose a mis espaldas. Sí, sé que Axel no haría eso, pero el mal humor es lo que tiene. Encuentras defectos a la gente por todas partes.
—¿Por qué lo hiciste? —pregunté finalmente.
Él suspiró; una clara señal de derrota.
—Supongo que me pareció divertido.
Alcé una ceja.
—¿Divertido? —Lo cierto es que en el fondo, creo que incluso me lo esperaba. Al fin y al cabo, los impulsos de Axel suelen tener como objetivo… divertirse—. ¿Y acaso te molestaste en considerar lo que podía pensar yo de todo esto? Vamos, ¿qué se supone que tengo que hacer cuando descubro que tengo un novio depresivo?
Y de nuevo, silencio. No sabía si mis palabras lo habían afectado de alguna manera. Esperaba que sí, porque por el contrario, esto podría terminar muy, muy mal…
Finalmente suspiró.
—Roxas, ya me conoces. Me encanta cuando te pones cariñoso conmigo —murmuró, acercándose y rodeándome con ambos brazos. Lo acepté a regañadientes. Aun así, intenté no perder de vista sus ojos.
—¿Y la mejor manera para lograr eso es engañándome? —Bufé—. Te hubiese bastado con pedírmelo.
Él alzó una ceja. Su incredulidad me ofendió.
—¿En serio?
—Pues claro —repliqué—. Eres mi novio, ¿no?
Por lo visto le gustó que le recordase esto, porque no sólo me estrujó más entre sus brazos, si no que también se inclinó y, muy lentamente, empezó a darme uno de esos besos que suelen terminar dejándome algo atontado.
Al principio intenté seguirle, pero sabía que era muy difícil seguirle cuando se ponía en el plan «deja que me ocupe yo». Sin embargo, al final tuve que ser yo quien lo detuvo y se lo quitó de encima.
—Entonces… ¿No más farsas? —pregunté, intentando devolver a mi respiración un ritmo normal.
—No más farsas. —Al contrario que a mi, él estaba perfectamente. Supongo que era inmune a la falta de aire. Respiré hondo.
—Bien, pero tienes que asegurarme que no volverás a escuchar a tu hermano en cuanto a mí se refiera.
—Bueno, al menos acepta que a veces tiene buenas ideas. —No le respondí Esperaba que mi sólo silencio le bastase para entender mi postura—. Está bien. Te lo aseguro. —Se encogió de hombros y sonrió—. Aun así, me dirás que no a estado bien… —Lo golpeé en el hombro—. Uff… Supongo que no.
—Y al final, todo ha acabado bien —dijo de pronto alguien al otro lado de la puerta. Ambos nos sobresaltamos. A estas alturas estaba más que claro que Reno había estado escuchando desde el otro lado, sin embargo, ninguno de los dos nos molestamos en abrir y pedirle que se fuera. Él continuó hablando—. Roxas, si quieres, a ti también podría enseñarte algún truquillo como el de Axel. Tengo muchos, ¿sabes? Y lo mismo va por ti, hermanito. —No nos dejó responder. Tras un silencio, supuse que Reno se había ido al fin.
—¿Y bien? —dijo Axel, llamando de nuevo mi atención—. ¿Qué tal una partida?
—Claro, siempre que no intentes volver a dejarme ganar.
Rodó los ojos, divertido.
—Créeme, Roxy, si yo quiero ganar, ganaré. Por no decir que tengo un claro ejemplo de ello aquí mismo.
Alcé una ceja.
—¿Aquí, dónde?
—Pues entre mis brazos. ¿Dónde si no va a ser? Te gané a ti, ¿no? —Bufé de nuevo.
—Primero juguemos esa partida, y después ya veremos quién es el mejor aquí. —Me aparté de él y busqué en su estantería algún juego que valiese la pena. Mientras tanto, Axel se dedicó a preparar el escenario: montones de cojines en el suelo y comida y bebida de sobra para pasar horas y horas allí.
Sin embargo, esa terminó siendo la última vez que jugué allí con él.
Porque al final, tal y como dijo él, Axel me ganó. La siguiente también. Y la siguiente, y la otra, y creo que absolutamente todas las partidas que jugamos ese día. De esa manera descubrí que yo no era de los que lanzan el mando contra la pared o acusan de tramposo. Resulta que yo, igual que él, era de los que se deprimían.
En fin, final abierto, igual que con el otro. Sobra decir que esto ya no continúa. Me he quitado de encima todas las escenas que quería poner, y por ahora no quedan más por escribir. Claro que esto no era más que un simple intermedio con la otra historia (a la cual sí, sigo dedicándole tiempo de escritura), así que por ahora esto será todo.
Y muuuchas gracias a todos los que leyeron (hasta el final), y a los que no también, porque eso significa que no soy tan horrible como me parece ser a la hora de escribir resúmenes.
PD: Cualquier fallo, falta de ortografía, frase rara, dedazo o lo que sea, se me avisa, que si no me obsesiono.
Saludos pixelados para todos ;)