A ver, seguramente os estaréis preguntando por qué no sale Japón y es que es el inicio de la 1º Guerra mundial y por eso está Austria dando por saco y no Japón XD También me gustaría disculparme con las fans de Austria, en este capítulo lo he puesto muy malvado, pero comprenderme necesitaba un malo y debido al pasado de éste con Sacro Imperio Romano, me venía de perlas.
La verdad es que no esperaba subir este capítulo hoy ya que, como veréis es bastante largo, pero bueno, espero que os guste igualmente.
Bueno, sin más dilación, espero que os guste el último capítulo.
Muchos besos y muchas gracias a todas por vuestro apoyo :)
Disclaimer: los personajes de esta historia no me pertenecen, ni tengo ningún derecho sobre ellos, simplemente estoy escribiendo sobre ellos por diversión.
Advertencias: Lemon aunque es cortito (me entra demasiada vergüenza escribirlo y digo ah! Termina, termina! la verdad es que prefiero leerlo que escribirlo jajaja.
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Alemania
1914
Alemania
-¿C… cómo dices? –Pregunté, casi sin poder creérmelo cómo podía ser la misma persona que Sacro Imperio Romano ¡si ni siquiera lo conocía! ¡No sabía quién era!
Austria, suspiró pesadamente.
-Nunca he querido llegar a esto…
-¿Quién es ese Sacro Imperio Romano? ¿Y por qué no he sabido nunca sobre él?
-Siéntate, por favor, Alemania…
-Austria, déjate de estupideces y explícame por qué has hecho llorar a Italia.
-Todo tendrá sentido en un momento. –Me prometió Austria-. Por favor, tranquilízate…
Y, antes de que yo pudiera rechistar de nuevo, empezó a hablar de forma nostálgica.
-Mira que te lo advertí. Te advertí que no era nada bueno seguir amarrado a la esperanza de encontrarte con ella, Sacro Imperio, pero tú no me escuchaste. –En los ojos de Austria había un brillo de tristeza-. Hace mucho tiempo, tú y yo éramos aliados. Tú y yo contra el mundo, dijiste una vez, no habría nadie que nos detuviera, nadie nos osaría enfrentarse a nosotros, la Nación más grande del mundo.
Austria sonrió.
-Buenos tiempos, pero no duraron mucho. –Continuó-. Un hombre llamado Napoleón quiso enfrentarse a nosotros ¿te imaginas? El pequeño Imperio francés contra nosotros, qué risa nos dio cuando vimos su declaración de guerra, en aquel momento ya te habías enamorado de ella, una pequeña sirvienta de mi castillo a la que no podías dejar de mirar en ningún momento. En aquel momento no me pareció mal la relación que manteníais, incluso te regaló una maldita escoba y qué feliz parecías llevándola a todos sitios. Pero luego empezó la guerra, los franceses eran más fuertes de lo que esperábamos y luchamos como leones contra ellos, pero nos superaban en número, en fuerza y en armas. Estaba todo perdido, no había nada que hacer, insistí en firmar la paz con ellos pero tú no querías. "Debo protegerla" me dijiste, y seguiste enfrentándote a ellos aunque sabías cuál era tu final. Ella fue tu perdición.
Me había quedado sin habla. Toda aquella historia me parecía familiar, pero al mismo tiempo muy lejano, como si fuera un sueño muy antiguo o una pesadilla que intentaba olvidar.
-¿Qué… qué sucedió? –Pregunté.
Austria cogió su pañuelo y se lo colocó en el labio, a pesar de que ya no hacía falta, la sangre se había secado y se estaba formando costra.
-El seis de agosto del año mil ochocientos seis, Bonaparte te venció. Y tú moriste.
-Pero ¡una nación no puede morir! Alguien me lo dijo, alguien…
-Yo fui quien te lo dijo, Sacro Imperio. Las naciones no mueren, ¿recuerdas? simplemente renacen con otro nombre, más fuertes y con mayor experiencia.
-¿Y por qué, por qué no me acuerdo de nada, ni de Bonaparte, ni de Sacro Imperio, ni de ella?
-Fui yo quien impidió que recordaras nada. –Se confesó sin un ápice de arrepentimiento-. Ella había hecho que cayeras en la desgracia, no podías recordarla porque si no, caerías otra vez en los mismos errores.
Despertaste casi setenta años después, como una Nación, más dura, más fuerte y sin ni un recuerdo en la memoria, como suele suceder cuando se renace.
-"¿Usted es el señor Austria?" –Me dijiste cuando despertaste-. "¿Dónde estoy?"
-"Tranquilo, pequeño, ya estás a salvo. Los franceses han fracasado y tú ya puedes levantarte como una Nación."
-"Me duele la cabeza."
-"Lo sé, tranquilo, ya estás a salvo." –Se suponía que era yo quien debía ayudarte a recordar tu pasado, pero no estaba dispuesto a hacerlo, no después de recuperarte después de tanto tiempo.
-"¿Qué ha ocurrido?"
-"Nada, no ha pasado absolutamente nada, Alemania. Acabas de nacer, nada más. No hay nada que temer. No hay nada que recordar."
-No puede ser, no, no. Es mentira. –Me sentía tan inseguro, no sabía quién era, de dónde venía, qué había sucedido en mi pasado. –No entiendo nada, absolutamente nada. –De repente, me di cuenta de algo realmente importante-. ¿E Italia? ¿Qué tiene que ver con todo esto, con todo lo que me has contado?
-¿Aún no lo comprendes, Sacro Imperio? Italia era la sirvienta. –Austria se rió-. Eras tan pequeño que no sabías diferenciar un hombre de una mujer y yo jamás te dije la verdad.
-Me duele, me duele la cabeza. –Miles de imágenes pasaban ahora por mi cabeza, sin poder evitarlo, mi escenas entrecortadas, conversaciones perdidas, conocimiento borrado hacía mucho tiempo y… ella.
-¿Qué quieres decir?
-Exactamente lo que dije.
Debía irme ya. No podía ver cómo sufría en silencio un segundo más.
-Nos vemos. Cuídate mucho. –Dije con todo el dolor de mi alma.
Me di la vuelta, no podía soportarlo más tiempo, quería cabalgar y hacer que miles de leguas me separaran de ella y no verla nunca más. No quería, no quería dejar de verla, pero debía hacerlo, por mi Nación, por mi gente.
-¡Espera, espera! –Gritó ella-. ¡No! ¿Qué puedo hacer? ¡Sacro Imperio Romano!
Me giré y vi la inquietud de su cara y las lágrimas en sus ojos.
-Yo… te daré esto. –Y me ofreció la escoba que de la que no se había separado ni un segundo mientras estuve en casa de Austria-. Piensa que soy yo y llévalo contigo.
Sonreí mientras me acercaba a ella.
-Acepto tus sentimientos. –Dije al coger la escoba-. ¿Y en tu casa qué se hace por la persona que uno quiere?
-Tal vez… un beso.
-Debo hacer algo. –Mascullé cuando me recuperé-. Tengo que decirle que le amo, como le amaba antes y como seguiré amándole siempre.
-Pues deberías de darte prisa. –Me avisó Austria, mirando el reloj de pared. –Va a coger el tren de las seis y volverá a su país.
-No puede hacer eso ¿por qué haría eso?
-Porque yo se lo pedí. Era necesario, la guerra…
No escuché nada más de lo que me dijo, me largué de ahí en cuanto pude.
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-"No puede ser, no puedo haber llegado tarde, no por favor, que no se haya ido, que no haya cogido el tren…"
Había cogido una de las motos más rápidas que tenía en la mansión, había sorteado peligrosamente (en algunos casos, rayando el suicidio) los coches de la carretera, pero aún así, llegaba un minuto tarde. El tren podía haberse ido perfectamente.
Pero no, milagrosamente, el tren con dirección a Italia seguí ahí.
-¡Italia! –Era enorme, con múltiples vagones a ambos lados, no era posible que me escuchara-. ¡Italia! ¡Italia! ¡Italia! –No tenía billete así que no me dejaron pasar en ningún vagón de los que intenté pasar, así que recé porque me oyera y saliera del tren-. ¡Italia! ¡Italia! ¡Italia! ¡Por favor! ¡Italia! ¡Italia!
-¡Pasajeros al tren! –Gritó el revisor.
-No, no por favor. –No podía estar pasando, no, era un mal sueño. Italia no se podía ir, no podía irse, no…
-¿Ludwig? –Preguntó él, saliendo de uno de los últimos vagones que había visitado-. Q… quiero decir Alemania ¿qué haces aquí?
Suspiré de alivio. Ahora la que creía que era la parte difícil, pero las palabras brotaron de mis labios atropelladamente, como si las hubiera ensayado mil veces.
-No me importa, Italia. No me importa que me llames Alemania, Ludwig o Sacro Imperio Romano. Me da exactamente igual el nombre que utilices al llamarme. Lo único que te pido es que jamás te separes de mí, porque he estado demasiado solo sin ti estos años.
Por una vez en su vida, Italia se había quedado sin palabras, me miraba al principio con miedo, luego con nerviosismo y por último, feliz. Muy feliz.
-Vámonos a casa, Italia. –Le pedí, tendiéndole la mano.
Pero él se tiró encima de mí, abrazándome y riendo mientras sus lágrimas mojaban mi camisa y las mías amenazaban por salir de mis ojos.
Y así, abrazado a él en la mitad de la estación de Lehrter Bahnhof, fue cuando besé a mi amado por segunda vez.
Y fue un beso muy real, de los que jamás se me olvidarían.
Romano
1493
Italia
-Aléjate de él. –Repetí, tensando aún más la cuerda-.
-Romano, tranquilízate. –Las palabras de mi hermano me dolieron incluso más de lo que estaba viendo ahora mismo ¿acaso estaba defendiendo a España?- Escúchale…
-Creo que ya le he escuchado suficiente. Ahora me gustaría probar qué tal le sentaría a su cabeza una flecha que la atravesase como adorno. ¿Qué te parecería eso como regalo de bodas, eh España? Una bonita flecha…
-No vas a dispararme. –Me dijo el bastardo con toda la cara dura del mundo.
-Claro que sí, lo haré, ya lo verás. Oh, espera, no lo verás porque estarás muerto. –Mi hombro me empezaba a doler, no podría sostener el arco mucho más tiempo.
-Romano, por favor. –Me suplicó mi hermano-. Él sólo intentaba advertirme.
-¿Advertirte de qué? Si de lo único que deberías de tener cuidado es de él.
-Ya basta de tonterías. –Y con esas palabras, España se abalanzó sobre mí, me quitó el arco y cerró la puerta con el pie, mientras me empujaba a la cama con mi hermano. Todo esto, en menos de un suspiro-. Deja de hacerte la víctima de una novela romántica y escucha.
-¡Canalla! Devuél…
-España sólo quería decirme que tuviera más cuidado para ocultar mi identidad. –Me explicó mi hermano poniéndome una mano en el hombro para evitar que atacara a España-. Hay algunas personas que van a ir a la boda que todavía podrían recordarme como sirvienta de Austria y en seguida atarían cabos.
-Gente muy lista, por cierto. –Añadió España dejando el arco en el escritorio, fuera de mi alcance.
-¿Y tú cómo sabías que yo no era Veneciano? –Había hecho una actuación perfecta, había dicho mil estupideces enfrente del Papa, había "olvidado" dónde se encontraba mi habitación un par de veces y me había puesto en evidencia delante de toda Roma.
-Oh, lo sabía desde el principio. Intenté decírtelo un par de veces, bajo la lluvia, en el patio hace un rato, pero no nos dejaban solos ni siquiera un segundo. Así que dejé las cosas como estaban. –España se apoyó en el escritorio y suspiró muy cansado-. Además ¿creías que yo no reconocería a la persona que amo?
Me quedé sin respiración durante un segundo, el corazón me empezó a latir muy aprisa después de oír esas palabras. No podía ser, él, ¿qué? ¿había oído mal quizás? ¿estaría hablando de otra persona? Se me ocurrían mil razones por las que él estaba diciendo eso, pero en ningún momento quise pensar que él me amaba a mí. No quise pensar eso. Era muy doloroso.
-Así que con esta boda estaría todo solucionado. –Continuó él-. Tú protegerías a tu hermano y yo… ligaría mi vida con el hombre que desde siempre había estado enamorado. Todos contentos ¿verdad?
-Oh, pero es que mi hermano también está enamorado de ti, España. –Dijo Veneciano, para horror mío-. Siempre está diciendo que te odia, que no quiere ni verte, pero siempre está recordando lo que habéis hecho juntos, lo que le decías, lo que aprendió contigo así que yo creo…
No dejé que hablara más, le había puesto la mano firmemente sujeta en su boca para que no dijera una palabra más. ¿Cómo podía ser tan inmensamente idiota? ¿Nunca había sabido quedarse callado?
-Veneciano, por favor, lárgate. –No estaba dispuesto que dijera una palabra más. Así que le tiré del pelo hasta llevarlo fuera de la habitación-. No te creas ni una palabra de lo que dice. –Dije intentando tomármelo un poco a broma-. Es un idiota, no sabe lo que dice, no para de decir tonterías…
-Romano ¿es verdad? ¿tú me quieres? –Preguntó mientras se acercaba lentamente hacia mí.
-P… pero ¿cómo te voy a querer, estúpido pervertido? ¡Que sepas que yo jamás te he amado y jamás te amaré! No… no te acerques más. No… más… tú… ah…
Aparté la mirada, España estaba a menos de dos centímetros de mi cara, no podía soportar esta tensión mucho más tiempo, no quería, no, yo no amaba a España, no…
Sin embargo dijo…
-Lovino… -Y yo estuve absolutamente a su merced.
Me besó con timidez, fue casi un mínimo roce entre nuestros labios, pero en seguida se volvieron más y más intensos y antes de darme cuenta, ya le había cogido del pelo y le había introducido la lengua dentro de su cálida boca, embriagándome de su olor, de sus caricias, de él.
-España… -Dije en un momento que paré a respirar. –Bésame más. –Había sido la única palabra que había aprendido en español.
Él sonrió.
-Aprendiste bien, Lovino. –Me felicitó besándome con mayor intensidad. Sus manos expertas, quitaron uno a uno cada botón de mi camisa, para recorrer cada centímetro de mi piel con sus caricias.
Estaba en el cielo, no, mucho más allá. El cielo no podía ser tan maravilloso como él me estaba mostrando.
No fui consciente de que me estaba llevando a la cama hasta que sentí las sábanas bajo mi piel. Me quitó completamente la camisa con un gesto y la tiró hasta el otro lado de la habitación y empezó a saborear mi piel con sus labios.
Gemí, gemí y volví a gemir. A pesar de que quería retener mi voz todo lo posible, fue imposible al sentirme tan bien como me estaba sintiendo. En ese momento, sólo podía decir monosílabos cargados de pasión y de placer. Era imposible comparar las manos de España, los besos de España, sus labios, sus caricias, a ninguna otra cosa del mundo. No había nada que me hiciera sentir tan bien como me estaba sintiendo.
-Jefe España… -Dije al sentir su lengua en uno de mis pezones. Me estaba torturando, sin duda estaba torturándome, intentando conseguir alguna cosa que a mí se me escapaba.
-No. –Susurró España, acercándose a mi oído-. Hoy no soy tu Jefe España. Hoy soy tu esclavo, un esclavo que está completamente a tu merced. –Añadió pellizcándome un pezón, haciendo que a mí se me escapara un grito de placer.
España no se paró ahí. No. Siguió bajando peligrosamente sus labios hasta mi ombligo y deshizo en nudo de mi pantalón.
-No. Por favor, no. –Si hacía lo que creía que iba a hacer, yo estaría completamente perdido.
Y así fue.
Cuando sentí que la lengua de España recorría la extensión de mi pene, cada vez más y más rápido, ya había olvidado quién era, dónde estaba, había olvidado lo que era dolor, el sufrimiento, el odio, dejando lugar un inmenso placer que recorría todo mi cuerpo como un río de agua ardiendo. Le amaba y el resto no importaba.
-España… no, más… voy a…
Al momento, España sacó la boca de mi pene, dejándome a punto de correrme. Me apartó el pelo sudoroso de la cara y dijo.
-Déjame ver cómo te corres…
-Bast… ah, ah. –Y siguió acariciando mi miembro con su mano, mientas me observaba con esos perversos ojos verdes que brillaban con demasiada intensidad. Cuando me vine, me estremecí bajo él y derramé mi líquido en su mano. Respiré muy trabajosamente, pero apenas me llegaba el oxígeno a los pulmones. El muy imbécil sonrió.
-Ha sido mejor de lo que creía.
¿Cómo podía estar enamorado de tal demonio? Jamás lo entendería, pero tampoco quería entenderlo. Sólo quería que me siguiera besando como había estado haciendo hasta el momento.
Con la misma mano que me había tocado, se acercó a mi ano y empezó a juguetear con mi agujero. Chillé por la sorpresa.
-¿No… no me vas… a dejar… un segundo… para descansar? –Pregunté, haciéndome para atrás hasta tocar mi espalda contra la pared. Él no contestó, estaba bastante claro que no me iba a dejar ni un momento de cuartel, así que introdujo el primer dedo.
Se sentía tan extraño, que explorara cada milímetro de mi ser con esas manos cargadas de mi semen, pero yo no tenía fuerzas para rechazarle. De hecho, quería todo lo contrario, que me poseyera al momento ya que había estado esperando demasiado tiempo sentirme uno con él.
Me preparó cuidadosamente, recorriendo mi interior sin prisas hasta encontrar el punto que me hacía enloquecer.
-Así que es aquí. -Dijo el muy idiota, sin darse cuenta de lo deseoso que estaba yo porque me tomara.
-Hazlo de una vez… -Pude articular entre bocanadas de aire.
Cuando entró dentro de mí, yo me sentí desfallecer por la pasión que tenía cada embestida dentro de mí. Me miró con una cara de de placer que me hizo sonrojar aún más de lo que estaba. Me agarré a su espalda, él me besó profundamente y estuvimos saboreándonos el uno al otro hasta que él llegó al orgasmo muy poco después de que yo llegara por segunda vez.
Poco después, estábamos los dos abrazados, con las piernas entrelazadas. Yo apoyaba mi cabeza en su hombro mientras él acariciaba mi pelo con una dulzura indescriptible. Nada podía estropear ese momento de felicidad que sentía al notar la calidez de España, el suave aliento de España, los latidos de su corazón, sus caricias.
A menos que…
-¿Y ni siquiera después de lo que hemos hecho, vas a decir mi nombre, Lovino? –Me preguntó él con picardía. La verdad es que se merecía un buen cabezazo en el estómago, pero simplemente le pegué un puñetazo con todas mis ganas en su cara de idiota-. ¡Au! Eso ha dolido.
-Y más que te tiene que doler. –Refunfuñé. ¿A quién se le ocurriría decir semejante estupidez después de haber hecho lo que acabábamos de hacer? Sinceramente, callado estaba más guapo, así no podía estropear un momento tan bonito para decir una tontería tan grande. Sí, la verdad es que lo prefería callado, sin decir una palabra…
-Ti amo, Lovino. –Dijo antes de besarme suavemente en los labios.
Rápidamente me arrepentí de mis palabras. Esas me las podía decir las veces que quisiera y me las podría repetir un millón de veces, que yo jamás me cansaría de oírselas decir.
Epílogo
Italia
1914
Alemania
-¿Quieres otro trozo de tarta, Italia? –Me preguntó Erika, poniéndome un trozo enorme en el plato.
-¡Muchas gracias, Erika! Eres una cocinera excepcional, ¿es que no te sale nada mal nunca? –Dije metiéndome un trozo enorme en la boca.
Desde que había vuelto a la mansión, los criados se habían propuesto cebarme para que no me volviera a ir nunca más, de hecho, ellos mismos me lo dijeron cuando me vieron cruzar la puerta de la mansión con Alemania del brazo. Después, se había puesto a discutir con Austria sobre la Guerra que si yo entraba, que si no, amenazas, insultos y gritos y poco después ya estaba dentro. ¡Estaba tan feliz! Por fin podía estar al lado de mi querido Alemania todo el tiempo sin que nadie nos molestara, pero debía desempolvar mi bandera blanca de rendición, por si acaso algo iba mal.
-El señor Rusia llegará de un momento a otro. –Me avisó Hans, dándome una servilleta para que me limpiara la cara-. ¿Por qué no vas a decírselo al señor Alemania?
-Sí, en seguida voy. –Alemania ahora pasaba las tardes encerrado en su Biblioteca, leyendo más y más documentos sobre Sacro Imperio Romano, y siempre tenía algún descubrimiento nuevo que contarme.
-"¿Sabes que yo inicié el Protestantismo?" –Me decía muy emocionado-. "¿Y ahora es una religión en pleno auge, Italia! ¿Te lo puedes creer?"
Yo lo único que sabía era que Alemania era lo único que quería en esta vida. Me encantaba su voz, su mirada penetrante, su cabello, su forma de ver la vida, lo lindo que se veía cuando se sonrojaba cuando yo decía algo. Y decían que yo era lindo, para mí, Alemania era mil veces más lindo que yo.
-¡Alemania, Alemania! –Dije irrumpiendo en la Biblioteca-. Hans dice que Rusia está a punto de llegar, tienes que ir a cambiarte, Alemania.
Pero Alemania no me estaba oyendo, estaba enfrascado en la lectura de un libro polvoriento, con la mirada perdida y tan blanco como la leche.
-¿Alemania, te encuentras mal? –Pregunté, acercándome a él muy asustado.
-Tú… con… tú… pero… por qué… tú… no… -Alemania ya me estaba asustando en serio, no tenía ningún sentido lo que decía-. Estás casado. –Concluyó finalmente.
-¡¿Qué? Yo no estoy casado, jamás lo he estado.
-Pues aquí lo dice bien claro. –Dijo señalándome un párrafo del libro.
"El día 7 de septiembre del año 1493, España por fin contraía nupcias con Italia del Norte, boda a la que fueron invitados los Reyes Católicos, el Papa Alejandro VI, y diversas nacionalidades del mundo, reunidos todos en la ciudad de Roma…"
-¿Pero qué…? –No pude decir nada más, Alemania se alejaba de la Biblioteca con su pistola y su gorro de guerra-. ¿Qué intentas hacer?
-Matar a España. –Me contesta como si fuera algo bastante obvio.
-¡No! No lo mates. –Le supliqué.
-No intentes protegerle.
-No, Alemania, no lo entiendes. Quien se casó con España fue mi hermano Romano, no yo.
-Qué excusa tan pobre. –Le impedí que abriera la puerta de la Biblioteca con mi propio cuerpo. No podía permitir que matara al pobre de España.
-Sí, de verdad. Romano se hizo pasar por mí en la boda y se casó con él, apuesto lo que quieras a que ese libro que me has enseñado es anterior al año mil quinientos.
-Es del año 1495. –Reconoció él.
-¿Lo ves? Años después se descubrió el engaño, pero aún así ellos siguieron juntos hasta el día de hoy. –Aún recordaba el día de la boda, había tomates condimentados por todos sitios, Romano tenía una cara de aburrimiento que se le cambiaba radicalmente al mirar a España. España estuvo muy feliz durante toda la boda y no soltó la mano de mi hermano en ningún momento, fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.
-¿Crees que si estuviera casado, te dejaría que me hicieras lo que me haces todas las noches? –Pregunté con sinceridad. Alemania se sonrojó hasta el nacimiento de su cabello, si es que era tan lindo que no lo podía soportar-. Yo con el único que quiero compartir mi vida es contigo.
-¿De verdad? –Me preguntó, aún sonrojado. Me había dicho que le daba mucha vergüenza que le dijera las frases por las que me declaraba una y otra vez, pero yo no podía evitarlo. Le amaba demasiado.
-De verdad, amore. –Le prometí, posando mis manos en su cuello-. Te he estado esperando toda mi vida, ¿qué más pruebas necesitas para que te lo demuestre?
Y le besé en los labios, como él había hecho hace mucho tiempo, cuando él tenía otro nombre y yo era una simple sirvienta en casa de Austria y cuando me juró que nos volveríamos a ver.
Casi no me podía creer que hubiera cumplido la promesa.
Próximamente
Las Naciones son bastante pervertidas ¿no creéis? Todos, desde Inglaterra hasta el dormilón de Grecia, tienen pensamientos sucios en la cabeza. Bueno, también hay que decir que hay uno que les supera con creces, el país del amor, Francia , quien se ha ligado a cualquier Nación que se ha encontrado en su camino y no ha habido ninguna que se le haya resistido... ¿ninguna? ¿seguro? ¿Apostamos algo?