Capítulo 11
Desayunar sola se estaba convirtiendo en una costumbre, pensó Bella con desmayo sentada en la terraza. Jasper había vuelto a Cullen para visitar a Alice de nuevo. Mientras desdoblaba el periódico inglés al que Edward la había suscrito, María le sirvió una taza de café.
Las letras se le hicieron borrosas. Era incapaz de concentrarse y apenas había dormido la noche anterior. En lo único que había podido pensar era en Edward y Tanya. ¿Estarían… juntos?
Pasó las páginas con descuido entre sorbo y sorbo esperando a que María le sirviera el desayuno. Entonces, cuando llegó a la sección de sociedad, dejó escapar un grito. La frágil taza de china se le escapó de la mano y estalló contra el suelo y apenas sintió el líquido ardiente en los tobillos. Los dedos de la otra mano, apretaron el periódico con salvajismo arrugándolo.
Envuelta en los brazos de Edward, Tanya sonreía burlona desde el centro de la página. La dura expresión de Edward era inescrutable. Con los ojos brillantes, Bella le miró a los oscuros ojos negros.
—¿Por qué? —preguntó en voz alta.
Incluso desde la fotografía, le agitó todos los sentidos, recordándola su fuerza y virilidad. Desvió los ojos de la foto para leer el artículo de debajo y cada palabra le quemaba el alma como una plancha al rojo.
El empresario recién casado, Edward Anthony Cullen Masen cenando en Maxim's con su ex-novia, la famosa bailarina Tanya Chernitzky…
Incapaz de seguir leyendo porque las letras le danzaban, Bella tragó saliva para quitarse el amargo sabor de café.
Alzó la barbilla hacia atrás con orgullo y se obligó a levantarse. Las piernas parecieron sujetarla de milagro. No había motivo para esperar por María; no podría probar bocado.
Con pasos muy lentos, se dirigió a la biblioteca sin querer pensar que estaba destrozada. Marcó el primer número que encontró de una compañía aérea. Después de equivocarse tres veces, el contestador la tuvo a la espera más de cinco minutos.
—No hay ningún pasaje en los vuelos a Nueva York, pero señorita, puede hacer transbordo en Londres en doce horas si toma ese vuelo —le informó la chica que respondió.
—Resérveme algo para hoy. Cualquier vuelo que salga de Atenas —pidió Bella sin escuchar—. No me importa el destino.
No le importaba nada, excepto que quería irse antes de que Edward regresara.
La imagen de él, moreno de la semana en el Egeo, la devoraba produciéndole un dolor horrible.
No quería volver a verlo y sin embargo, se moría por él. Por supuesto, el hombre que ella quería, no existía, se dijo a sí misma. La fotografía le había confirmado todas sus dudas y había destrozado todas sus esperanzas de futuro. No tenía el corazón roto, sino despedazado, como un vaso de cristal que se hubiera hecho añicos.
¡No pensaba terminar como su madre! Ya se había permitido suficiente estupidez al enamorarse de un hombre incapaz de amar a una sola mujer. Pero no iba a arruinar su vida permitiéndole dañarla más. Eso sólo aumentaría su error inicial.
Arrugó el entrecejo e intentó leer lo que había apuntado ¿Qué le había dicho exactamente la chica? La mente de Bella era un torbellino de cifras y letras. Al final comprendió que se le había roto la punta del bolígrafo. Y ella normalmente tenía una letra muy legible.
Su vuelo salía a las seis y media, lo que le dejaba varias horas para recoger sus cosas.
Mientras Bella metía sus cosas en las maletas, María le avisó por el interfono que tenía una llamada.
¡No pensaba hablar! ¡Con nadie! Pero sintió una violenta sacudida. Tenía que hacerlo. Tenía que mantener la fachada de normalidad hasta que se hubiera ido. Se estiró el pelo y suspiró pesadamente para calmarse. Entonces descolgó el receptor.
—Bella…
La profunda voz de Edward la agitó con la violencia del relámpago. Dejó escapar un gemido y el miedo le paralizó los músculos de la garganta. El cínico calor de su tono de voz era una tortura. Por fin consiguió dejar escapar el aire, que la estaba estrangulando.
—He trabajado casi toda la noche —dijo él—, y casi he podido terminar todos mis asuntos. Sólo me queda una cita más y estaré en casa esta noche, un poco antes de las ocho —sonaba muy feliz, pero no obtuvo respuesta—. Bella ¿es que pasa algo?
—No, no —mintió con una suavidad que estaba muy lejos de sentir—. ¿Has trabajado toda la noche… sin hacer un descanso siquiera para cenar?
Bella captó una débil vacilación antes de que respondiera.
—Me hubiera librado de la cena si hubiera dependido de mí, pero Harold Cameron reservó mesa en Maxim's, así que tuve que ir con él. Y la verdad, le puso de tan buen humor el vino que ha aceptado mis condiciones en términos mucho más favorables de los que esperaba. Ese es uno de los motivos por los que podré llegar antes a casa… a tu lado… esta noche.
El sugerente tono de su voz evocó en ella una respuesta enloquecedora y estuvo a punto de colgar el teléfono de golpe.
Cuando Edward colgó, Bella se desvaneció y cayó al suelo echa un ovillo. Su llamada la agitaba como siempre. Y como siempre, él parecía preocupado por ella y ella era tan tonta que estaba deseando creerle; hasta la mentira de Harold. Quizá hubiera una verdad a medias en aquella historia. Pero las fotografías no mentían. Y sí lo hacían los maridos dispuestos a engañar a sus mujeres.
Si se quedaba, cada nuevo encuentro sería como aquel; inteligentes mentiras por parte de él y estúpido deseo de creerle por parte de ella. No podía quedarse allí sin que aumentara el desprecio que acabaría sintiendo por los dos.
Y sin embargo… sin él… la vida se le extendía ante ella como un gran vacío en un paisaje desértico.
Bella bajó sus maletas al pie de la escalera e iba a buscar a Georgios cuando escuchó los acordes de El Pájaro de Fuego que venían del teatro. Eran las ocho en punto, la hora del ensayo final. El ballet iba a actuar para el público al día siguiente.
Curiosa por saber si Tanya había regresado, Bella se deslizó en silencio hasta una de las butacas de atrás y permitió que la misteriosa música la envolviera. Las semanas parecieron desvanecerse llevándola de vuelta a la primera noche en París en que había ido al ballet y después… había conocido a Edward.
El escenario, que estaba envuelto en tinieblas, se iluminó levemente. Iván, vestido de campesino ruso, se puso a bailar en un bosque fantástico. De repente, la música se aceleró y la luz ámbar empezó a perseguirlo por el escenario. Asustado, corrió y tropezó. La música aumentó de ritmo y de repente el asombroso pájaro de fuego voló sobre el escenario en una serie de pasos ejecutados con maestría.
Tanya era brillante en el baile; triunfal, pensó Bella. El escenario quedó invadido por la luz de cientos de antorchas y desde la distancia, la exquisita gracia de la bailarina le hacía parecer mucho más joven de lo que era.
Bella no pudo soportarlo más. Comprendía demasiado bien la causa del salvaje triunfalismo de Tanya.
Decidida a escapar de una vez al aeropuerto, salió de puntillas del teatro y cerró las puertas con cuidado.
Sus dos maletas descansaban en el recibidor, pero el bolso no aparecía por ningún lado. ¿Cómo se habría olvidado bajarlo?, se riñó a sí misma.
Se obligó a recordar donde lo había visto por última vez. Le vino de inmediato a la mente la mesilla donde había dejado una nota para Edward y otra para Jasper. Insertó la llave en el ascensor y entró en cuanto se abrieron las puertas. El aparato crujió y vaciló a medio camino aumentando su aprensión. Muy despacio, llegó a arriba.
¡Su bolso no estaba en la mesilla! Muy nerviosa, rebuscó por todo el ático con una creciente ansiedad al pasar los minutos. Media hora después, lo descubrió caído entre la mesilla y la cama. Dejó escapar un profundo suspiro y echó un vistazo al reloj. Eran sólo las tres en punto. El aeropuerto estaba a una hora de camino y le sobraría bastante tiempo hasta la hora del vuelo.
Pero cuando metió de nuevo la llave en la ranura del ascensor, no sucedió nada. El estómago vacío le dio un vuelco. Sin querer creer en lo evidente, giró la llave con nerviosismo en la cerradura. Tampoco pasó nada. Sintió que se le aceleraba el corazón. El ascensor siempre había funcionado bien, así que debía estar haciendo algo mal. ¿Por qué no tendría el talento para la mecánica de Jasper?
Sacó la llave y repitió el proceso con los mismos resultados. Se secó el sudor que le empañaba la frente. ¡Hacía tanto calor! ¡Demasiado calor! Parecía que también se había estropeado el aire acondicionado.
Le llamó la atención el olor acre de cable quemado causándole un sobresalto. Las llaves se le cayeron al suelo de golpe. De repente, todo quedó en silencio. Se esforzó en escuchar la música el teatro, pero para su horror no llegó ningún sonido.
¡El Pájaro de Fuego! Fuego… las antorchas… Los pensamientos le asaltaron a toda velocidad. La llamativa y brillante versión de Tanya era muy efectista y sin querer, le volvió la imagen del fuego accidental en París ¿habría habido otro accidente? ¿Estaba la casa en llamas? La idea era horrible.
Las ráfagas de humo que llegaron a través de las salidas de aire acondicionado y del ascensor, confirmaron sus peores temores. El ático estaba justo encima del escenario y nadie sabía que se encontraba allí.
El humo se empezó a hacer más espeso. Bella salió a la terraza tosiendo. Edward había dicho que era de piedra. Desde allí pudo ver las densas nubes de humo subiendo de las paredes del teatro. Se acercó a la balaustrada hasta que encontró la escalera de incendios. Pero cuando miró hacia abajo, el suelo pareció moverse. Se agarró a la balaustrada intentando concentrarse en su objetivo, pero la vieja sensación de vértigo se apoderó de ella. El rectángulo de la piscina se le borraba y la visión se le oscureció. Toda su fuerza pareció escapársele del cuerpo y no había forma de salir ileso por aquella escalera.
Desde la puerta que había dejado medio abierta, llegó una columna de humo negro. Desde la distancia escuchó las sirenas y con menos intensidad, el sonido de una voz llamándola.
El calor, el humo y el miedo juntos la sofocaban. No podía respirar. La piedra bajo sus pies parecía moverse y su sujeción a la balaustrada debilitarse. Pero, irónicamente, lo único que le importaba en el último momento de consciencia era Edward y el hecho de que nunca lo volvería a ver. Por fin murmuró su nombre varias veces y se rindió a la oscuridad que la envolvió.
—Edward…
Bella se retorció como si hasta su nombre le hiciera daño. Él no vendría. Estaba lejos, perdido para siempre. Estaba Tanya… pero siguió llamándolo una y otra vez con voz cada vez más débil.
—Estoy aquí, pequeña.
El lento susurro era inconfundible, acariciador y Bella se aferró a él.
—Edward…
—Sí, cariño. Ya estás a salvo… conmigo. No intentes hablar. Debes descansar.
Bella sintió el increíble calor de su cuerpo abrazándola, el roce de sus labios como plumas sobre su piel. Escuchó el desacompasado latido de su corazón contra su fuerte torso y se apretó más a él buscando la seguridad de su cercanía. Encontró los bordes metálicos de un objeto y sin verlo, comprendió que se trataba del medallón que siempre llevaba; el del Pájaro de Fuego. Lo agarró con fuerza, como si fuera un salvavidas.
¡Estaba allí! ¡Era real! Entreabrió las pestañas y distinguió con claridad sus oscuras y fuertes facciones. Tenía una fea cicatriz escarlata sobre una de las cejas.
Estaban echados sobre la colcha de satén de la cama de su vieja habitación.
—¿Qué ha pasado? —preguntó vacilando—. El ático y el teatro…
—Se pueden reconstruir y esta vez de piedra —terminó él como si no importara nada—. El resto de la casa no ha sufrido daños.
Bella le acarició el moretón sobre la ceja.
—Te has hecho daño —susurró con ternura.
—Es sólo un arañazo —su intensa mirada era magnética—. Casi te pierdo, cariño. Te desmayaste y tuve que bajarte en brazos. Llegué a tiempo de milagro.
Lo dijo con un tono como si nunca se hubiera perdonado el que le hubiera ocurrido algo.
El ático se había convertido en un infierno y él había arriesgado su propia vida por salvarla.
—¡Te podrías haber matado! —gimió ella horrorizada.
—¿Crees que hubiera querido seguir viviendo sin ti?
El ardor de su voz y el fiero brillo de sus ojos, despertaron las emociones más profundas en Bella.
—Pero Tanya… pensé que te habías casado conmigo por culpa de tus negocios…
—¿Cuándo vas a dejar de atribuirme segundas intenciones para todo? Sólo me casé contigo por un motivo, porque te quiero. Eres la única mujer que quiero. ¿Qué tengo que hacer para demostrarte que no soy como tu padre? Porque ya se me han agotado las ideas.
—¿Cómo sabes lo de Charlie?
—Pensé que era muy raro que no viniera a nuestra boda. Cuando le pregunté a Jasper por él, me contó lo suficiente como para empezar a preguntarme si no me estarías transfiriendo la falta de confianza que sentías por él.
—Tú eres encantador y atractivo como él.
—Y por esos crímenes, me condenas como a un criminal —bromeó Edward—. ¿Preferirías un marido feo y sádico?
—Por supuesto que no —susurró ella sabiendo que era el único hombre al que podría amar—, pero… ¿y qué pasa con Tanya? Estuvo en París… contigo.
—Estuvo en París, pero no conmigo.
—Yo… yo vi la fotografía en el periódico. Estabais… juntos en Maxim's.
—Harold me enseñó una copia del periódico nada más hablar contigo esta mañana y pensé que la habrías visto en el desayuno. Por eso reservé el primer vuelo para venir a casa antes y explicártelo. Había cuatro hombres de negocios con nosotros en la mesa. El fotógrafo los excluyó a propósito. Te puedo dar los nombres y números de teléfono…
—No hace falta —murmuró ella en éxtasis al sentir la verdad en cada una de sus palabras.
—Tanya se acercó sólo a nuestra mesa para celebrar que le habían ofrecido el papel protagonista en otra obra. A su edad, no se consiguen tan fácilmente esos papeles.
—¡Oh!
—¿Cuándo vas a creer en ti misma y comprender lo adorable que eres? Te quiero y creo que me enamoré de ti la primera noche que te vi en París. Pero estabas tan en contra mía, tan decidida a abandonar Grecia y a mí… Pero cuando llegaste a mi oficina por lo de Jasper, decidí que no te podía dejarte ir. Te quería con tal desesperación que te obligué a vivir conmigo con la esperanza de que comprendieras que no era el ogro que creías. Pero las cosas parecieron empeorar enseguida. Incluso después de casarnos, sabía que seguías dudando de mí.
—Pero tú… nunca me habías dicho que me querías.
—¿Me hubieras creído?
—Probablemente no —admitió Bella.
—Desearía que hubiera alguna forma de convencerte de que sólo te quiero a ti —murmuró con voz ronca.
Bella deslizó los dedos por su espeso cabello negro y atrajo su cabeza hacia abajo.
—Creo que eres suficientemente inteligente como para encontrar la forma —susurró arqueando el cuerpo hacia él.
Edward arrugó los labios antes de sonreír.
—Vaya con la impúdica pequeña bromista —gimió atrayéndola más.
—No estoy bromeando —murmuró ella con voz quebrada.
—Será mejor que no lo hagas —susurró él con fiereza bajando los labios hacia ella, seduciéndola y enviando oleadas de ardor y deseo a sus venas. Cada caricia suya era como fuego.
El satén se deslizó hacia atrás y la genuina intensidad de su pasión silenció las dudas acerca de su amor para siempre.
Fin
ADAPTACION*
EL PAJARO DE FUEGO - ANN MAJOR