Disclaimer: Los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto, yo sólo los utilizo sin fines lucrativos para entretener a mi público.

EDIT: En reconstrucción después de tantos años. Espero que ahora les sea de más agrado. Editaré cada capítulo poco a poco mientras trabajo en los nuevos.


Comida

La comida sin duda alguna era de las peores cosas que existían en ese lugar frío y gris.

Muchas veces había sido elogiado, admirado y hasta envidiado por tener los ojos que tenía, unos ojos privilegiados que heredó de su abuelo, una vista capaz de más allá de lo normal. Pero en veces como esa deseaba que no fuese así, porque con sus excepcionales ojos negros podía observar a las monjas regordetas comiendo suculentas delicias en su propia mesa, al frente del comedor, apartadas de las mesas de los niños como él o su hermana menor.

Podía alcanzar a distinguir perfectamente como daban grandes bocados que apenas cabían dentro de sus grandes y enrojecidos cachetes. Podía ver también que lo poco que masticaban la comida lo hacían con la boca abierta, luciendo como sapos tragando insectos, e incluso como después casi se ahogaban tratando de pasar el bocado entero. Sin embargo, lo peor era ver como las migajas y la grasa escurrían desde las comisuras de sus bocas hasta sus ropas, manchándolas.

Itachi sintió su camisa siendo jalada con suaves tirones por debajo de la mesa, giró la cabeza y vio esa cabellera rosa que tanto adoraba. La carita de Sakura se veía compungida

-Itachi, sabe mal… -dijo ella en susurros mientras observaba "la comida" que tenía sobre el plato frente a ella. Un engrudo grisáceo, con enormes grumos del tamaño de canicas y superficie burbujeante, que definitivamente no podía ser comestible.

-Come todo lo que puedas y el resto dáselo a Chouji, él se lo comerá –y que va, si el niño obeso de cachetes rollizos se comía todo lo que le servían. La niña asintió con la cabeza y le sonrió, como hacen todos los niños al entender. Ella con mirada determinada y aguantando el aliento, tomó una gran cucharada del engrudo y lo metió a su boca tratando de tragarlo lo más rápido posible para no saborearlo.

Itachi se preguntaba por qué debían tratarlos tan mal, por qué las pocas cosas buenas que habían en ese lugar era sólo para esas señoras gordas con dientes amarillentos, manchas en la piel y en sus ropas, y no para su hermana o el resto de los niños. Se hacían de la vista gorda, como ellas mismas, para casi matarlos de hambre o descuidos, pero pregonaban la palabra del señor con tanta fervencia que hasta miedo daban… Viejas asquerosas e hipócritas, pensó Itachi con rabia y asco, si tan sólo se dieran cuenta de lo que salía de sus propias bocas, tanto palabras como restos de comida.

No era suficiente con darles con tanto descuido esas comidas tan asquerosas y dañinas, sino que también los obligaban a comérselas, les gustara o no. Con coraje, mientras observaba con su penetrante mirada a las mujeres al fondo, se enfocó en tragar lo que tenía enfrente sin devolverlo como al chico de la mesa contigua le había sucedido, aunque las arcadas lo estaban haciendo muy difícil. Seguramente al chico que vomitó le tocaría de castigo bañarse con agua fría o lavar la ropa de un día por "desperdiciar" esa comida que no era adecuada ni para un animal. Pero así eran las cosas en ese lugar.

De verdad no entendía porque señoras que obviamente odiaban a los niños debían hacer de su monasterio un orfanato si no tenían la vocación para ello. Pero claro, el dinero habla y tiene pies, y atraer donadores y caridad mediante la lástima a niños sin padres era siempre algo viable. Aun así, Itachi no comprendía cómo es que vivían en semejante pobreza, con paredes y techos llenos de grietas, pintura seca y carcomida, madera descolorida y astillada, muebles desvencijados, medio quebrados y frágiles, que si no fuera porque al parecer casi todos los niños de ese lugar estaban desnutridos y casi en huesos, seguro terminarían por quebrarse. Algo hacían con ese dinero, porque era más que claro que no lo invertían en mejorar las condiciones de ese lugar.

Itachi, malhumorado, fastidiado y soportando las arcadas que esa asquerosa comida le producía, miró a su hermana quien repetía lo mismo que él hacía, tratar de tragar soportando las arcadas. La veía hacer gestos de asco, como trataba de respirar lejos del plato para no olerlo y como aguantaba la respiración al acercarse de nuevo a tomar una pequeña y maloliente cucharada más.

E Itachi pensó que ya era más que suficiente. Ya era suficiente de tanta tortura a su hermana y a él mismo. Se decidió entonces por hurtar un poco de la comida que sobraba de la mesa de las monjas, llevarla escondida bajo su ropa holgada y sucia, y compartirla en su habitación con su pequeña Sakura. Aunque no era algo sencillo sino arriesgado, aun así valía la pena arriesgarse, tener una oportunidad de lograr su cometido y tener un poco de comida decente. Además, él era ágil, rápido, sigiloso y evasivo, lo suficiente como para intentarlo y creer que sus propias habilidades lo llevarían a realizar esa misión autoimpuesta con éxito.

Finalmente no pudo comer una sola cucharada más y se la entregó al niño que por increíble que sonara, comía y tragaba todo. Éste con gusto aceptó el plato extra. Al ver la mirada confusa de su hermanita, el pelinegro le indicó que hiciera lo mismo, que solo comiera lo que pudiera y aguantara sin devolverlo, sin forzarse más, y el resto se lo diera a Chouji una vez ella acabara, justo como él mismo había hecho.

Volteó su cabeza, y observó al único niño gordo en el orfanato. Se preguntaba seguido cómo es que ese chico podía seguir vivo después de comer la comida que les daban y en tanta cantidad. Probablemente, pensó tratando de animarse un poco a sí mismo, que el chico tenía un agujero de gusano dentro de su estómago, o tal vez con tanta comida que parecía proveniente del drenaje, sus papilas gustativas habían muerto y su estómago se había vuelto inmune a los efectos del casi veneno.

La hora de la comida por fin culminó con el repique de la pequeña campana que la hermana Mariya se esforzaba por tocar con estruendo. El caos en la habitación comenzó cuando los niños empezaron a levantarse de sus mesas, preparándose para poner los platos y cubiertos que llevaban consigo en las tinas de lavado y luego enfilarse para ser llevados a sus habitaciones. Con maestría innata de su cuerpo joven y ligero, aunque algo delgaducho, Itachi, aprovechando el caos en el comedor, se escurrió por debajo de las mesas hasta la del rincón más lejano, golpeándose la pierna de paso pero sin notarlo, tomó rápidamente unas cuantas galletas y una manzana, las metió precariamente dentro de sus ropas, y regresó de nuevo escurriéndose por entre los pasillos y debajo de las mesas a la fila de niños, ocupando su lugar. Miró atento de lado a lado, tratando de no moverse mucho para evitar verse sospechoso, tratando de encontrar algún indicio de que había sido descubierto por alguna de las monjas supervisoras, encargadas de mantener el orden. Pero nadie lo veía y probablemente nadie lo vio cuando robó la comida.

Sentía la adrenalina fluir por su cuerpo, alterando su respiración y su ritmo cardíaco hacia niveles casi sospechosos. Itachi trató de disimularlo lo más que pudo, incluso aguantó la respiración al pasar al lado de una de las hermanas, mas ésta no se dio cuenta de nada. El niño comenzó a sentirse un poco culpable y decepcionado consigo mismo, robar era algo deshonesto que jamás había hecho. Él era demasiado orgulloso y digno para algo así, sin embargo, no le importaba mellar su propia dignidad, ser castigado, o tener una mala reputación si con eso lograba darle aunque sea un poco de comida propia a su pequeña hermana.

El trayecto hacia los dormitorios era tenso, aún más para el joven de cabello negro. Aún no estaba a salvo de que lo descubrieran. No fue hasta ese momento que comenzó a pensar dónde escondería los restos de la comida, cómo ocultaría las migajas o la suciedad de haberlas, o qué tal si notaban el bulto en su cadera cuando hiciera algún movimiento. El estrés se acumulaba en sus hombros, tal vez haber robado la comida era lo sencillo y lo difícil era hacer que nadie se diera cuenta hasta el siguiente día.

Los niños debían ir en filas perfectamente ordenadas, una de niños y otra de niñas, sin embargo, en cierto punto las filas dejaban de tener ese perfecto orden pues Sakura caminaba sujetada de la mano de su hermano en la fila de niños, porque con sus pasos pequeños usualmente se quedaba atrasada por las hermanas que siempre iban apuradas. Cada tantos pasos, en los diferentes pasillos de los dormitorios, se detenían a dejar a cada pareja de niños (ya fuese un par de niños o un par de niñas, pero nunca un niño y una niña) en sus habitaciones y los encerraban con llave después, porque a los niños no se les permitía andar fuera de sus dormitorios en la noche. La habitación más lejana era el dormitorio de Itachi y Sakura, la única excepción a la regla.

Los dejaron, avisándoles con ese tono de molestia que siempre usaban con los niños, que se prepararan pronto porque después de un rato irían por ellos para llevarlos a que tomaran la ducha de cada tarde.

Itachi pudo respirar una vez que escuchó el pestillo de la puerta girar cuando la monja cerró la puerta con llave, las llaves saliendo del hueco de la cerradura y los pasos de la monja alejándose. Finalmente pudo sentirse a salvo, sus hombros se relajaron inmediatamente, y soltó un gran suspiro, el cual llamó la atención de su Sakura, quien lo miraba con ojos inquisitivos y curiosos. Escuchó entonces el leve gruñido que provino del estómago pequeño y ligeramente sumido de Sakura, ella se había quedado con hambre.

La culpa lo azotó con fuerza, ¿y si la comida no era suficiente para llenar su insatisfecho estómago? Tal vez desde el principio no debió arriesgarse porque de haber fallado definitivamente estaría ahora con las manos vacías y el estómago de Sakura igual… pero al mismo tiempo debía considerar si seguir comiendo esa asquerosidad era lo más correcto. Se decidió entonces que si era necesario, saldría de alguna manera de la habitación a robar un poco más de comida para que Sakura quedara satisfecha. Después de todo ya había hecho el mal, qué tanto más podría afectarlo robar un poco más si era por una buena causa.

- Ven –le dijo él mientras se sentaba en la cama y sacaba los alimentos de debajo de su camiseta. Ella se acercó tímidamente. –Mira–indicó mostrándole la manzana y las galletas.

-Itachi... no debiste –mencionó ella entrecortadamente, sorprendida. Sus ojos se tornaron en una mezcolanza de preocupación, tristeza y un poco de alegría. Sabía lo que implicaba ver esa comida ahí y además entendió por fin lo que su hermano había querido decir cuando le indicó que le diera el resto de la comida a Choji. Con los ojos llorosos, le dio mil y un veces las gracias y mil y dos veces más un regaño con la mirada. Pero de todas maneras no podía negarlo, estaba feliz porque comería algo que lucía delicioso, aunque al mismo tiempo, pensar en lo que había hecho su hermano le resultaba doloroso y entristecedor, sin mencionar el remordimiento de conciencia que comenzaba a sentir.

-Anda deja de llorar y come rápido. Si nos descubren tendremos problemas –apremió él con un tanto de prisa. Por más que ya estuvieran en su habitación, él seguía preocupado, sin relajarse por completo pues todavía había posibilidades de que algo saliera mal.

La niña se prometió a sí misma que esa noche haría una larga oración especial para que Dios los perdonara por pecar, pero al instante los ojos de la niña se iluminaron y tomó gustosa la galleta que le ofrecía la mano de su querido hermano. Sabía dulce y su consistencia crujiente era agradable. Devoró la galletita con rapidez y pidió otra.

Itachi se deleitó al verla comer con tantas ganas, desbordando felicidad. Precisamente era eso de lo que hablaba, bien podía irse al infierno y violar sus propios valores, todo por esa sonrisa. Le dio unas cuantas mordidas a la manzana, quitando un poco de la cáscara de esta, para que ella después pudiera morderla sin problemas pues su boca era pequeña, y se la entregó. La jugosa manzana le llenaba los labios de dulce líquido que quiso limpiar, pero la dejó comer tranquila hasta saciarse.

Del pequeño cúmulo de galletas que había llevado quedaban sólo dos y el centro de la manzana, esa que nunca nadie se come porque contiene la vena y las semillas. No lo suficiente para saciar el estómago del chico, pero sí para darle la fuerza necesaria para aguantar el hambre hasta la mañana siguiente que les dieran el desayuno. Internamente rogaba porque no decidieran hacer recalentado del platillo grumoso y pastoso de la cena.

-Itachi, gracias. Te quiero mucho –dijo ella con una linda sonrisa, se aventó sobre su hermano y le dio un casto beso en los labios.

Ese beso lo había tomado por sorpresa, las migajas que habían estado pegadas en la boca de su hermana así como el sabor a manzana ahora se encontraban en sus labios, y gustoso se relamió.

-Yo también te quiero, Sakura –y le sonrió, con una de esas sonrisas cálidas que sólo le daba a ella.