Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer, la historia es de Sarah Morgan

Se que ha pasado desde la ultima vez que actualice esta historia, y lo siento mucho, pero la Universidad me tiene muy ocupada! Pero aquí les dejo el último capitulo de esta linda historia, espero que lo disfruten.


CAPITULO 10

—Una carta para ti, Bella —le dijo Rosalie.

—Gracias.

Sabía lo que era. La respuesta a una solicitud de empleo en el hospital de Dorset.

Había dado la dirección de la clínica para que Edward no supiera nada. Aunque tendría que enterarse tarde o temprano. Y estaba segura de que no querría detenerla.

Habían pasado varias semanas desde aquella noche y él seguía evitándola como a una plaga. Cada vez que entraba en una habitación, él salía y, por las mañanas, cuando se levantaba Edward se había marchado.

Su amistad pendía de un hilo y eso la apenaba de una forma extraordinaria. Nunca, en los veinticuatro años que habían sido amigos, habían discutido seriamente por nada... hasta aquel momento.

Cerrando la puerta de la consulta, abrió la carta con manos temblorosas. Como había imaginado, solicitaban una entrevista unos días después. Debería estar contenta, aunque sabía que si le daban el empleo no volvería a ver a Edward.

Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Edward ya no la necesitaba como falsa prometida y tampoco parecía necesitarla como amiga.

Le pidió a Eleazar el jueves libre y el director de la clínica no le pidió una explicación. Mejor.

Después de guardar la carta en el bolso, Bella llamó a su primer paciente del día: Angela Weber.

—Vaya, tienes mucho mejor aspecto. Y Harry también parece más contento.

—Ha cambiado por completo —sonrió la joven, sacando al niño del cochecito—. Ya no llora por la noche y está mucho más tranquilo.

—Parece un niño muy feliz. Mira qué sonrisa.

—Es verdad. Y yo estoy mucho más tranquila.

—¿Has venido a ver al doctor Cullen?

—Sí, me ha dicho que siga tomando los antidepresivos durante unos meses, pero cree que pronto podré dejar de tomarlos.

—¿Y qué tal con tu marido?

—Muy bien —sonrió Angela—. Ya mantenemos... relaciones normales. Además, como el niño no llora, la vida es más agradable para todos.

—Me alegro mucho —sonrió Bella—. ¿Y qué puedo hacer por ti?

—Es que no pude vacunar a Harry hace quince días porque estaba acatarrado y he pensado que quizá podría hacerlo ahora.

—Sí, claro. Pero la próxima vez, puedes vacunarlo aunque esté acatarrado. No pasa nada.

—La verdad es que me preocupa un poco eso de las vacunas. ¿No es demasiado para un niño tan pequeño?

—El sistema inmunológico de un niño se pone a prueba cada vez que sale de casa. Y cuando está en casa —explicó Bella—. Los bebés son bombardeados con gérmenes constantemente. Y, sin vacunas, corren el riesgo de sufrir cualquier enfermedad grave.

—Sí, claro. Eso es cierto.

Harry aceptó la inyección sin protestar y Bella le pidió a Angela que fuera a la sala de espera durante cinco minutos para comprobar si había reacción. Mientras tanto, vio a la segunda paciente.

—¡Betty!

Era la niña a la que había atendido el primer día, la que sufrió el mordisco del perro.

—Hola.

—¿Qué te pasa? ¿Estás malita?

—Le duelen mucho los oídos y tiene fiebre —contestó su madre—. La recepcionista me ha dicho que los médicos estaban muy ocupados esta mañana y por eso he pedido verla a usted. Espero que no le importe.

—No, claro. ¿Suele tener infecciones de oído?

—Nunca. Bueno, una vez, creo.

—¿Puedo mirarte los oídos, Betty? No voy a hacerte daño.

—Esta bien.

Cuando Bella comprobó el oído derecho, vio que lo tenía muy inflamado.

—Es otitis, señora Newton. Tendrá que verla un médico.

—¿Cree que debería haberla traído antes?

—No se preocupe, no es nada grave. Necesita tomar antibióticos, así que voy a pedirle una receta al doctor Hughes.

—¿Qué pasa aquí? —sonrió el hombre.

—La niña tiene otitis. El oído interno está muy inflamado y yo creo que necesita antibióticos. Amoxicilina, por ejemplo.

El director de la clínica examinó el oído de la niña.

—Sí, Amoxicilina le irá bien. Si me das la receta...

—Ahora mismo.

Cuando Betty y su madre salieron de la consulta, Bella se sorprendió al ver que Eleazar se quedaba.

—Estás muy pálida —dijo el hombre—. ¿Vas a decirme qué te pasa?

—No te entiendo.

Eleazar se metió las manos en los bolsillos, sonriendo.

—Bella, ¿por qué necesitas tener el jueves libre?

No podía mentirle. Ya había contado demasiadas mentiras.

—Siento tener que decírtelo, pero voy a una entrevista de trabajo.

—¿Edward lo sabe?

—Aún no.

—¿Es que tenéis problemas? No quiero meterme donde no me llaman, pero he notado que últimamente estáis un poco distantes.

—Sí, es verdad.

—¿Sigues enamorada de él?

—Con todo mi corazón —contestó ella, con voz estrangulada.

—¿Y cuándo fue la última vez que se lo dijiste?

La respuesta era: "nunca". Pero Eleazar no conocía la verdadera historia, de modo que no podía decírselo.

—Bella, no sé qué os ha pasado, pero si quieres un consejo, la solución no es salir corriendo. Pase lo que pase, cuéntaselo a Edward. Dile lo que sientes. Así no habrá malentendidos.

¿Decirle a Edward lo que sentía? Eso sería admitir que estaba enamorada de él... Pero, ¿por qué no iba a decírselo? Su amistad estaba rota y quizá la sinceridad haría que volvieran a tratarse como lo que eran: dos personas que se querían. De forma diferente, pero...

¿Qué tenía que perder?

Bella supo que ocurría algo en cuanto Edward entró en casa.

—¿Qué demonios ocurre? —preguntó, saliendo a la terraza con expresión iracunda.

—¿Cómo?

—¡Venga, Bella! Eleazar me ha dicho que quieres marcharte. ¡Tienes una entrevista de trabajo en otra clínica!

—Eleazar no tenía que habértelo dicho.

—Bella, se supone que eres mi prometida —le recordó él.

—Mira, he pensado que ya es hora de olvidar esta mascarada.

—Qué ironía, ¿no? Hemos sido tan convincentes que todo el mundo cree que estamos a punto de casarnos —murmuró Edward, pasándose la mano por el pelo—. ¿Por qué quieres marcharte, Bella?

—Ya no necesitas una prometida. Como acabas de decir, hemos sido muy convincentes. Pero ya no tenemos que seguir fingiendo.

Bella se quedó en silencio, mirándola.

—Seguimos necesitando una buena enfermera.

Bella se dio la vuelta para apoyarse en la barandilla.

—Ya encontraras a alguien.

—No quiero encontrar a otra persona —dijo él entonces.

Lo había dicho con un tono tan triste, tan agotado, que la sorprendió.

—No puedo quedarme. Tú lo sabes.

Edward se acercó de una zancada y la tomó del brazo.

—¿Porque nos acostamos juntos una noche?

Bella tragó saliva. ¿Qué debía hacer, decirle la verdad o marcharse escondiendo sus sentimientos?

—No. No solo por eso.

—¿Entonces, por qué?

—Porque las cosas han cambiado por completo entre nosotros, Edward. ¡Y no puedo soportarlo! Hemos sigo amigos durante más de veinte años y ahora no puedes estar conmigo en la misma habitación.

—Eso no es verdad...

—¡Sí lo es! Cada vez que entro en algún sitio, tú te marchas. Llegas tarde a casa, te vas a navegar cada vez que tienes un par de horas libres... Nunca estamos juntos. Y no puedo soportarlo.

—¿Qué ha pasado con nuestra amistad, Bella?

—No lo sé. Yo pensé que seríamos amigos para siempre. Pensé que nada podría dañar nuestra amistad, pero... me equivoqué.

—Bella...

—Contéstame a una pregunta, Edward —dijo ella entonces, levantando orgullosamente la barbilla—. ¿Por qué una noche de sexo ha matado nuestra amistad? Me he preguntado eso un millón de veces y no encuentro una respuesta.

—El sexo siempre cambia las cosas.

—No. Tú te has acostado con muchas mujeres y algunas de ellas siguen siendo tus amigas.

Él apartó la mirada, nervioso.

—Bella, por favor...

—Es verdad. Y te has acostado con muchas mujeres de las que no estabas enamorado. Tú mismo me lo has dicho.

—Obviamente, hablo mucho —murmuró Edward—. ¿Por qué me dices eso?

—Porque quiero entender. Yo pensé que los hombres podían acostarse con quien les diera la gana y no involucrarse emocionalmente. Pensé que podían separar el sexo del corazón.

Él respiró profundamente.

—Supongo que eso es cierto algunas veces. Pero...

—Entonces, ¿por qué una noche de sexo ha arruinado nuestra amistad? ¿Por qué no quieres verlo simplemente como algo físico? ¿Te has enfadado porque no querías... hacerlo conmigo?

Edward la miró, perplejo.

—¿Crees que yo no quería, Bella?

Ella se mordió los labios, avergonzada.

—Fui yo quien empezó.

—¿Tú? Yo te había besado un montón de veces.

—Eso era diferente. Me besabas porque querías que Rosalie creyera que estábamos juntos y...

—No.

—¿Cómo?

—Que no te besaba para que nos viera nadie. Te besaba porque quería hacerlo. Porque me moría por besarte.

El corazón de Bella pareció pararse de repente.

¿Qué estaba diciendo?

—No te entiendo...

—Lo sé, pero ya es hora de que te diga la verdad —murmuró Edward, apoyándose en la pared—. Te dije que estaba enamorado.

—Claro. Y quiero que me lo cuentes. Nunca hemos tenido secretos.

—Pero yo sí tengo un secreto, Bella —sonrió él con tristeza—. Uno enorme.

—Quiero que me lo cuentes, Edward. Quiero que me hables de ella.

—Pues quizá debería hacerlo. Como te marchas y nuestra amistad parece haber muerto... ¿qué tengo que perder?

—Nada —asintió ella, con un nudo en la garganta—. Cuéntamelo. Desde el principio.

—El principio fue hace mucho, mucho tiempo.

Bella sintió una punzada de celos. ¿Había guardado aquel secreto durante años?

—¿Cuánto tiempo?

—Nos conocimos cuando yo tenía cuatro años y ella, dos —dijo Edward entonces—. Jugábamos juntos, fuimos juntos al colegio... Yo le hacía jugarretas, pero ella no dejaba de quererme. Le echaba arena en los pañales, le corté la trenza... pero ella seguía queriéndome. No me di cuenta de que estaba enamorado hasta mucho tiempo después, claro.

—Edward... —murmuró Bella.

—Éramos los mejores amigos del mundo. Durante todos estos años, he tenido amantes, novias, amigas, pero nunca nadie me ha importando tanto como ella. Y entonces me di cuenta. No podía enamorarme de nadie porque ya estaba enamorado.

Bella tenía el corazón en la garganta. No podía ser...

—Yo pensé que me besabas porque Rosalie estaba mirando, porque intentabas probarle que estábamos juntos.

—Por eso te besé la primera vez. Solo la primera vez, el primer beso. Después volví a besarte porque no pude evitarlo. Y después...

—Edward...

—Y después lo estropeé todo —dijo él entonces, tomando su cara entre las manos—. Yo he arruinado nuestra amistad, Bella, no tú. En cuanto te besé, quise más. No solo quería besarte, te quería conmigo, te quería toda.

—Yo... estaba tan convencida de que no sentías nada por mí.

—Entonces me di cuenta de que estaba enamorado de ti. Que, probablemente, lo había estado toda mi vida. Con cualquier otra mujer, me habría ido a la cama sin dudarlo, pero contigo era diferente.

Bella no podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Por qué era diferente, Edward?

—Por nuestra amistad. Si te decía lo que sentía por ti y tú no sentías lo mismo, nuestra amistad se hundiría.

—¿De verdad te morías por besarme?

—Estaba desesperado por besarte.

—Pero... pero tú no parecías afectado.

—¿No? A lo mejor no mirabas donde tenías que mirar, cariño.

Bella tenía el corazón tan acelerado que casi no podía respirar.

—La noche que... tú no parecías convencido. Era yo quien llevaba la iniciativa.

—Porque no estaba seguro de lo que sentías por mí. Cuando me contaste lo que te había pasado con aquel borracho me puse furioso, enfermo. Solo quería consolarte pero, de repente, tú parecías querer más. Y yo no podía creerlo, Bella. Lo había deseado durante tanto tiempo...

—Entonces, si querías hacer el amor, ¿por qué estabas tan enfadado por la mañana?

—Estaba enfadado conmigo mismo por no haber sido capaz de controlarme. Y enfadado contigo porque no me habías dicho que me querías. Estaba herido porque insistías en que solo éramos amigos. No fue solo sexo, Bella. Es la primera vez en mi vida que he hecho el amor con una mujer.

—Oh, Edward —murmuró ella, con los ojos llenos de lágrimas.

—Y para empeorar las cosas, dejaste claro que te arrepentías —dijo él entonces, apartando el pelo de su cara.

—Estaba intentando ponértelo fácil. Pensé que lo lamentabas.

—Lo único que lamento es haberte hecho el amor cuando estabas tan triste. Me aproveché y luego me sentía culpable.

De repente, Bella se sintió ligera, como si su corazón tuviera alas.

—Entonces, la mujer de la que estás enamorado...

—¿No lo he dejado claro? ¿Quieres que te lo ponga por escrito? Bella Swan, te quiero. Te quiero con todo mi corazón. No como a una amiga, sino como un hombre ama a una mujer. Sé que no es eso lo que quieres, pero...

—Es lo que quiero, Edward.

—¿De verdad? —preguntó él. Bella notó que le temblaban las manos.

—De verdad.

Edward la miraba, pálido.

—Pero tú querías que siguiéramos siendo amigos.

—Porque pensaba que eso era lo que tú querías —le confesó ella—. Pensé que si sabías lo que sentía por ti, no querrías seguir siendo mi amigo.

—¿Y qué sientes, Bella?

—Te quiero, Edward. El día que me besaste en la playa supe que siempre te había amado. Por eso nunca he encontrado a nadie —sonrió Bella, acariciando sus hombros—. Hasta aquella noche contigo, nunca había querido... bueno, ya sabes.

—No me hables de otros hombres. No quiero ni imaginarlo —murmuró él, tomando su cara entre las manos—. Bella, aquella noche fue maravillosa. Te quiero tanto...

—Yo también. Pero pensé que lo sabías.

—A veces me lo he preguntado. Pero estaba tan desesperado porque me quisieras que lo creía imposible —admitió él, con cara de niño. Esa cara que ella amaba tanto—. Debo ser el hombre más afortunado del mundo. Voy a casarme con la mujer de la que he estado enamorado durante veinticuatro años.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo?

—No —sonrió Edward, apretando su mano—. Lo haré en la playa, al atardecer. Esa era tu fantasía, ¿recuerdas?

—Pero tú nunca has querido casarte.

—Porque me estaba guardando para ti. ¿Qué dices, Bella? ¿Me querrás, cuidarás de mí, estarás a mi lado en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe?

Bella se puso de puntillas y lo besó en los labios, con los ojos llenos de amor.

—Siempre juntos, Edward. Siempre juntos.

Fin