Prólogo
Misty suspiró y miró por tercera vez la pantalla de su ordenador. No podía ser verdad. No quería que lo fuese. De nuevo Ash Ketchum. De nuevo la decepcionaba. ¿Qué había pasado con aquellos años en los que ella era una de las personas más importantes para el joven maestro?
Se limpió la lágrima furtiva que rodó por su mejilla y leyó el mensaje una vez más.
"Misty, lo siento, no voy a poder ir a verte en este cumpleaños. Sé que te prometí compensarte por todos los cumpleaños que me he perdido, pero el siguiente será especial, ya lo verás. Estoy muy muy muy liado con esto de ser maestro pokémon… Me reclaman en muchos sitios a la vez y no puedo multiplicarme, a veces me agobio mucho. Acabamos de salir de mi primera convención de maestros, donde he aprendido un montón, y ahora me toca ir directamente a la sede de la Liga Pokémon, a ocuparme de otros asuntos… No te enfades, te compensaré la próxima vez que nos veamos. Te envío veinte besos, como los veinte años que cumples. ¡Pásatelo bien!
Ash"
-¿Que me lo pase bien?—exclamó ella, hablando con las paredes—¿Cómo me lo voy a pasar bien si me duele tanto… el corazón?
La pelirroja rompió a llorar de forma exagerada, y se tumbó sobre su cama. Agradecía que sus hermanas no estuvieran en casa, para no verse obligada a responder a sus entrometidas preguntas. Necesitaba estar sola.
Tantas decepciones había sufrido ya con ese pequeñajo que ya no llevaba la cuenta.
Recordaba el profundo dolor que le supuso dejar de viajar con Ash y regresar a su gimnasio. Tenía tan solo trece años, pero ya era muy consciente del sentimiento que le unía a su amigo. Se trataba de un sentimiento intenso, mezcla de admiración y rabia. Admiración porque él era todo lo que ella anhelaba, y rabia porque sabía que nunca lo podría conseguir.
De hecho, él apenas se mostró afectado por su separación. Y las pocas veces que se habían vuelto a ver desde entonces, tampoco había manifestado una alegría especial por verla. O al menos eso era lo que ella recordaba.
Hizo memoria. Apenas se habrían visto en seis o siete ocasiones diferentes. Y la mayoría de las veces porque ella había acudido a Pueblo Paleta cuando sabía que él regresaría. Se consideró muy estúpida.
Estaba harta de esperar por él.
Harta de él y de ella misma. Porque desde que recuperó su puesto como líder de gimnasio, se había dedicado única y exclusivamente a ello. Apenas tenía tiempo para ella misma. Para divertirse, para salir con amigas, para tener otras aficiones.
Sus hermanas se habían aprovechado de sus buenas intenciones y de su perseverancia. Y pocas veces habían tenido palabras amables con ella.
¡Pues que se las arreglen solas!
Y Ash… Ash sencillamente era un impresentable. Un egocéntrico inmaduro que jamás había reparado en sus sentimientos.
¡Cómo lo odiaba en esos momentos!
Se incorporó y se sentó en la cama, quitándose las lágrimas a manotazos. Recordar los momentos, tanto buenos como malos que había pasado junto a él, teñían su delicado ego de un color gris apagado.
Recuerdos que acudían a su mente como retazos de su adolescencia. Simples retazos al fin y al cabo, pero que, por suerte o por desgracia, habían constituido las experiencias más importantes de su vida…