Bueeeeeeeeeeeeno, pues aquí llego con un nuevo fic, he de decir que al principio iba a ser un crossover, pero al no encontrar la categoría que buscaba en FF tuve que adaptarlo a una pequeña historia. Y aquí está el primer capítulo. 3 Espero que os guste y lo disfrutéis, a pesar de que los detalles estén algo vagos, comprendedme, no puedo desvelar mucho en el principio. Una vez más, no diré canción con la que escuchar el capítulo, algo que suelo hacer, si se os ocurren ideas, son bien recibidas en los reviews.
Me despido ya.~ Enjoy.~
Oh, los personajes de X-Men First Class no me pertenecen, bla, bla, bla, algún día serán míos, bla bla bla, obligaré al fanservice entre Erik y Charles y bla bla bla.
"El hombre es un animal inteligente que se comporta como un imbécil". Albert Schweitzer
Capítulo 1: Llegada.
Podía considerarse una habitación realmente grande para ser un despacho, situado en la segunda planta de aquella clínica psiquiátrica, un gran ventanal proporcionaba una agradable luz que iluminaba cada rincón de la estancia, dejando atrás las temperaturas frías propias de una época como aquella, el invierno.
Sólo podía escucharse el ruido del bolígrafo al entrechocar contra el papel y el constante "tic tac" de su reloj de muñeca. Llevaba toda la mañana rellenando informes, sin haber tenido la posibilidad de recibir a nadie. Constantemente debía informar sobre el estado de los numerosos pacientes que sufrían de las más diversas enfermedades psicológicas, algunos evolucionaban, algunos retrocedían, muchos se quedaban y pocos salían, pero se tomaba realmente en serio su trabajo, pues el estado de cada persona, incluso, en el caso de las tendencias suicidas, la vida de cada uno de aquellos internos estaba en sus manos y en las de otros psiquiatras que compartían la profesión.
Dejó el bolígrafo sobre la mesa, reclinándose sobre aquella silla de color negro, pellizcándose el puente de la nariz, para luego pasar esa mano por aquellos cabellos de color claro siempre engominados, siempre perfectamente peinados. Con un leve quejido consiguió levantarse de aquel incómodo asiento, llevaba tanto tiempo en la misma posición que sus músculos estaban agarrotados.
Se paseó por aquella habitación, ojeando alguno de sus antiguos libros, estaba cansando, y era algo que se podía ver a través de aquellas marcas más oscuras que yacían justo debajo de sus ojos.
Unos golpes sonaron contra la puerta de madera, eran suaves y delicados, por lo que dedujo que se trataba de una mujer, seguramente alguna de las enfermeras.
-Adelante. – Dijo con una voz enronquecida, la cual era sólo otro signo de las horas de sueño que llevaba atrasadas. Dejó el libro que estaba sosteniendo sobre su mesa y se acercó a la puerta, esperando a que la mujer entrase. Era menuda, y llevaba aquel cabello pelirrojo recortado por encima de los hombros.
- Dr. Lehnsherr… -Comenzó con una voz agitada. Daba la impresión de que había estado corriendo, por lo que dedujo que el mensaje era importante.
-¿Ocurre algo? –Ahora, incluso preguntó con cierta preocupación, no entendía a qué se debía tanta urgencia, además, siendo viernes tarde pensaba que el turno de aquella enfermera había finalizado ya.
-Siento molestarle doctor, pero, nos traen a otro interno. – Su rostro se mantuvo imperturbable a excepción de una ceja que acababa de enarcar.
- ¿Otro? Van dos esta semana, y no es algo que suela darse muy a menudo. –Suspiró exasperado, negando con la cabeza, a veces se preguntaba quiénes estaban más locos, si los internos o la sociedad que los mandaba allí. - ¿Puedo preguntar quién se encargará de él? – La enfermera se mantuvo en silencio, tendiéndole un historial por toda respuesta. Erik sujetó el historial entre sus manos, pasando el dedo índice sobre aquella superficie áspera que escondía páginas y páginas de secretos inconfesables, confidencialidad entre doctor y paciente. Sin darse cuenta una sonrisa se formó en sus labios, una casi imperceptible, pero la cual, aunque Erik no fuera consciente de ello, marcó el inicio de una carrera a contrarreloj.
- ¿Cuándo llegará?- Hubo unos segundos de silencio.
- Si no se equivocan a última hora de la noche… Pero no es un paciente muy dado a colaborar, doctor. – Para aquella afirmación no hubo respuesta, pues aquel psiquiatra de origen polaco se hallaba sentado, leyendo aquel historial, repleto de hechos que no dejaron de sorprenderle.
Por lo que pudo leer era un paciente necesitado de ayuda urgente, claro que, esa era una primera impresión, y en su opinión, y si las anotaciones de otros psiquiatras no mentían, le sorprendía que no lo hubieran mandado allí antes. Al alzar la cabeza para preguntarle a la joven a qué se refería, ésta ya había salido. No le importaba que el paciente no colaborara, pues a lo largo de su carrera se había encontrado con muchos de esos, personas que jamás dirían nada para evitar maltrato o tal vez pensando que su condición en aquel centro podía ser peor de lo que ya era. No, no estaba de acuerdo con los métodos de la clínica, pero él no la dirigía, él sólo trabajaba allí, trataba de sacarlos de aquel infierno, y sabía lo importante que era para sus pacientes la confianza, conseguía que ellos se abrieran a él, y pese a los intentos tanto de sus pacientes, como de cualquier persona fuera o dentro del centro, él no se había abierto a nadie, era, por así decirlo, el historial más oscuro y cerrado de toda aquella ciudad, y no era una suposición, estaba totalmente seguro. Tal vez por eso había decidido ejercer de psiquiatra, tal vez trataba de acallar a aquel monstruo que yacía en su interior. Sacudió la cabeza, tratando de alejar aquellos pensamientos.
Se imaginó de mil formas a aquel nuevo paciente, y es que, se preguntaba cómo podía ser alguien con aquellas "cualidades". ¿Rubio? ¿Moreno? ¿Alto? ¿Corpulento? Se frotó el mentón, pensativo, no servía para saludar, ni siquiera para presentarse como el psiquiatra que les trataría, eso de mostrar una sonrisa decir unas meras palabras hipócritas le parecía una pérdida de tiempo, contraproducente. ¿Cómo sonreír cuando les abrías las puertas al mismísimo infierno?
Pero lo que más exasperaba a ese hombre era el hecho de que no le hubieran avisado antes de la llegada de un paciente, que además, él tendría que tratar. Una vez más, se levantó de la silla, caminando hacia la puerta, esta vez, para hablar con el director.
Ni siquiera había tenido tiempo para reaccionar, una tarde más, había llegado a aquella enorme mansión situada a las afueras de Westchester, Nueva York, tras pasar horas muertas en la biblioteca, ojeando libros, disfrutando de la tranquilidad, de todo el silencio que tiempo atrás juró mantener.
Unos golpes habían sonado contra la puerta principal, mientras él respetaba la hora del té. Fue a abrir, dejando que el eco de sus zapatos resonara por los corredores, y unos brazos corpulentos le devolvieran al interior, provocando que emitiera un mero quejido.
Quiso preguntar, reprochar, pero las palabras quedaron atrapadas en una desusada garganta.
Y aun así, cualquier duda se esfumó de su mente al ver la figura de su padre a contraluz en la puerta, una sonrisa triunfal asomaba entre aquellos arrugados y maltrechos labios. La estupefacción dejó paso a la impotencia, y la impotencia a la más absoluta rendición a medida que era arrastrado escaleras arriba. Aquellos hombres, abrieron cada puerta que encontraron, sin dejarle ninguna intimidad, sin tan siquiera preguntarle por la ubicación de su dormitorio antes de encontrarlo. Prácticamente lo lanzaron al interior, y cayó de rodillas, teniéndose que apoyar sobre el colchón para no magullarse aún más el cuerpo, pero no sintió nada, pues hacía tiempo que había dejado atrás el dolor.
Los gritos inundaron la habitación, le obligaban a coger lo imprescindible, y no comprendía el por qué, pero, de forma obediente, tal y como se esperaba de él, comenzó a meter algunos libros en un pequeño maletín, no necesitaba nada más, no importaba lo lejos que fuera, pues aquella mansión, realmente, jamás la había sentido como un hogar. Rodeó aquella maleta de color cobre con sus brazos, contra su pecho y cerró los ojos, suspirando, podía hacerse una idea de qué era exactamente lo que hacían aquellos hombres allí, al final, su padre había cumplido su amenaza. Una sonrisa cansada asomó por su rostro, en realidad, no era un mal hombre, sólo se preocupaba por él, o al menos, eso quería creer. Admitía que la culpa era suya, por lo que, sentir resentimiento u odio le era imposible, solamente la incertidumbre sacudía el cuerpo de aquel inglés.
Volvió a bajar hacia la planta principal acompañado por esos hombres, los cuales no dejaban de sostener sus hombros. Aquellos pasillos, aquellas habitaciones, le parecieron más frías y vacías que nunca, y percibió, que no volvería a pisar aquel suelo de mármol durante un tiempo. Seguramente, demasiado para su gusto.
Avanzó de nuevo hacia la entrada, con la vista fija en el suelo. Al pasar junto a su padre aspiró aquel aroma que tanto había temido desde una temprana edad. Y a pesar de las prisas que al parecer llevaban aquellos señores, que habían sido tan amables al guiarle por su propia casa, pudo percibir las palabras susurradas por aquel hombre.
- No vas a volver jamás. – Sus ojos se agrandaron, girando la cabeza hacia él, pidiendo con la mirada una explicación, jamás, era un término que no concordaba con sus planes de futuro, llevaba tiempo ahorrando para salir del país, ejercer como profesor de Biología, tal y como desde pequeño deseaba que así fuera, y por qué no, quedar los viernes y los fines de semana con los amigos a beber en un bar cercano. Todos aquellos sueños esperanzadores, que le ayudaban a hacer más llevadero el día a día yacían ahora aplastados bajo sus pies, pisoteados y destrozados por aquella figura paterna. Y por primera vez, después de mucho tiempo, sintió miedo. Las rodillas que antes habían impactado contra el suelo de su habitación comenzaron a dolerle, y ese autodominio había quedado en un segundo plano, siendo superado por el instinto de supervivencia.
Sus pies parecieron no reaccionar, lo dejaron estancado en el suelo, parecían querer mantenerle en su "hogar". En territorio, al menos, conocido. Aquella reacción sólo causó que los hombres se enfurecieran aún más, y como si fuera un peso muerto lo sujetaron firmemente por los antebrazos y lo levantaron, conduciéndole hacia el coche. A partir de ese momento no volvió a girar la vista atrás, ejerció presión sobre su el labio con los dientes superiores, descargó la rabia, el miedo, la impotencia, contra aquel miembro, notando como un pequeño sabor metálico inundaba su boca.
Se sentó en los asientos de detrás, reclinándose sobre ellos, revestidos con cuero, su cuerpo se encontraba totalmente pegado contra la ventanilla, incluso aunque fuera una postura incómoda y las costillas sufrieran la presión contra la puerta. Pegó la frente al cristal, entrecerrando los ojos.
Había empezado a llover.
Había empezado una verdadera tortura, y la idea de dedicarse a pegar gritos le resultó más que tentadora, total, hacía tiempo que había perdido.
- Goodbye, son. –Fueron las últimas palabras que llegó a escuchar antes de convertir la mano en un puño, golpeando el cristal del coche.
Comenzó a llover hacia las nueve de la noche, las nubes habían cubierto el cielo, provocando que cierta oscuridad se cerniera sobre la clínica, dejando que la lluvia repiquetease contra el cristal, bajando las agradables temperaturas de la tarde.
El Dr. Lehnsherr apoyó la mano contra el cristal, observando el espectáculo de gritos y empujones que se estaba llevando a cabo junto a la entrada principal.
Curvó las comisuras de los labios hacia arriba, aferrando el mango de su paraguas negro. Cogió el historial y salió de su despacho. El nuevo inquilino acababa de llegar.
Bajaba las escaleras con cierta impaciencia, notando como su ritmo cardiaco se había alterado levemente, no sabía si le ocurriría lo mismo a otros psiquiatras, pero a él le encantaba recibir nuevos pacientes, además, según el historial, éste en concreto llamaría su atención. Realmente deseaba comenzar con aquel nuevo puzle.
Abrió la puerta de cristal, siendo recibido por una brisa lejos de resultar agradable, alzó la vista, a la vez que pequeñas gotas de agua acudían a refugiarse en sus mejillas. Por su parte encontró resguardo bajó aquel desgastado paraguas, dio unos pasos hacia el frente, mientras el frío que lo envolvía era cada vez más intenso.
Observó al hombre que trataba de zafarse de los guardas, sin mediar palabra, sólo moviendo los hombros de forma brusca. Al percatarse de su presencia se detuvo de inmediato.
Estaba cabizbajo, y podía ver como unos cabellos marrones previamente bien peinados ahora se adherían a su frente debido a la lluvia. Iba bien vestido, una camisa azul, semi-oculta por un chaleco gris salpicado por puntos más oscuros causados por el mal tiempo. Los pantalones eran de color azul oscuro, incluso pensó en un principio que eran negros y por los zapatos pudo deducir que no se caracterizaba por la ausencia de dinero.
Su piel era clara, nívea, una piel británica. Y desde donde se encontraba podía percibir su miedo, o más bien pánico, pues lo expulsaba por cada poro que recorría aquel cuerpo menudo y aparentemente frágil. Llevaba un pequeño maletín, el cual era demasiado pequeño como para contener siquiera una muda de ropa. Un sentimiento parecido a la compasión sacudió al doctor, pues le pareció que aquel hombre de veintipocos años podía compararse con un niño al que engañaban con ir de acampada cuando en realidad lo llevaban a la cámara de los horrores.
Y ese sentimiento de pena se incrementó e hizo que el historial que llevaba entre sus manos vibrara con fuerza cuando levantó la cabeza y clavó en él sus ojos.
Azules.
Jamás había visto un azul igual, eran unos ojos de un azul intenso, brillante, hasta le dio la impresión de que podían iluminar el rincón más oscuro de una persona.
Volvió a dar un paso al frente, recortando las distancias. Se humedeció los labios antes de hablar, frunciendo levemente el ceño.
- Charles Francis Xavier, bienvenido a la clínica psiquiátrica. – Y así, volvió a abrir las puertas del infierno.
Y aquí termina el primer capítulo, bombas, amenazas, vigas de metal, en reviews. Se os agradece el haber llegado hasta aquí, y espero veros en el próximo capítulo.
Mención especial para mi Sharky. Gracias por soportarme.