Bien, este es el último capitulo. Espero que le guste, etc, en especial a su cumpleañera pervertida, quizás te convierta al lado lindo de la fuerza, bueno, no creo, contigo no hay remedio Swii, pero aún así te amo con pasión.
· Advertencia: Nada. Este fic es más sano que la leche, creo que el Alfred/Osito!Arthur y sería (?)
Posiblemente Arthur aquel día en que ese muchacho le preguntó aquello: "¿A quién amas?", se lo estuvo preguntando todo el camino de vuelta a su casa, y para ser sinceros, estuvo con ella hasta las dos de la mañana, ¿A quién amaba?, el rostro, la sonrisa de aquel chico volvía a aparecer en su rostro, se sonrojó.
A quién amas… ¿Quién es ese alguien? ¿Ese chico se trasformo en su alguien? ¿Eso realmente fue lo que sucedió?
No, no lo era, eran sólo dos miserables semanas, nadie podía amar a alguien con tan poco, con tan "nada", suspiró, un mar de pensamientos llenaron su cabeza y comenzó a acordarse de las particularidades de ese chico, esa manera de caminar con las manos en los bolsillos cuando le costaba decir algo, su riza eufórica, la manera en que abría sus ojos reflejando admiración por la nación que le mostraban pero más que nada su sonrisa, esa sonrisa que le dedicaba cada vez que cruzaban sus ojos, sentía un choque, una marejada derrumbarlo, se sonrojaba un poco, era extraño, tonto.
Él sólo es un turista, un pasajero más.
Un pasajero que viene y va, lo marca y se marcha. Con ese pensamiento se fue a dormir, como todos los días. No quería pensar que ese chico había venido sólo para él, porque aunque le costara aceptarlo esa manera extraña y curiosa con la que se desenvolvía ese norteamericano lo sacaba de su monotonía y lo obligaba sonreír, rompía paredes y los unía como dos almas completamente desnudas en un sendero oscuro. Mierda no, que cursi, suspiró. Además, él no era gay, claro que no. Arthur Kirkland no era gay.
Pero parecía… sólo parecía que sí tenía sus excepciones.
A la mañana siguiente algo lo sorprendió, tenía un curioso mensaje de texto, después de tantas junta es claro que el americano perspicaz como siempre le pediría el número, suspiró, lo había mandado a las dos de la mañana, ¿Los estadounidenses no duermen?, allí ellos. Era simple, mal explicado, típico de un estadounidense.
Alfred:
The little Venice, allí te veo, antes de subirnos al "Waterside Café"
Te quiero un poco más que ayer, cuídate.
A las 12:30.
Mmm, The little Venice, algo estaba aprendiendo, sonrió medianamente, le gustaba que ese americano se informara un poco más, que aprendiera a amar Londres como él la amaba, aún así sus últimas palabras eran extrañas, eran palabras un tanto insinuantes, no por eso menos boy scout, o sea, no le decía "Bombón, te necesito en mi cama con urgencia" o cosas así, pero que quede claro: ÉL NO QUERÍA QUE LE DIJERA ESO. No, para nada.
No es como si pensara que ese americano en vez de sangre corriéndole por las venas tenía yogurt de frutilla, claro que no. Él no, no un inglés como él, tan decente, poco pervertido, nada activo, mentía cínicamente. No quería a un hombre en su vida… no quería un verdadero amor. A la mismísima mierda, iría, se vistió elegante, casi como si no fuera un guía, se peino, se puso un perfume que hacía derretir a chicos y a chicas, de esos que lo hacían lucir deliciosamente sensual con unas cejas matadoras. No se quería ver bien para el americano, sólo quería verse aceptable para Londres, era eso, definitivamente.
No es como si no hubiera tenido una cita hace años, no es como que si mira una foto de cuando tuvo una cita le salían arañas y estaba en blanco y negro, no, claro que no. Dios, mátame, que humillación. Fue hasta el lugar citado, Alfred lo estaba esperando con un masculino ramo de rosa y una varonil caja de chocolates, aún así, no se pudo burlar, sólo sonrió y los recibió.
"Ignora que tienen forma de corazón… ignóralo"
—¿Nos subimos?
—Claro, sé hacerlo…—dijo al ver que el estadounidense le tomaba la mano.
—Oh… por supuesto. —le soltó la mano el norteamericano con un leve deje de soledad en su mirada, como si algo se rompiera cuando el contacto con aquel inglés se desvanecía.
El Waterside Café es un barco que pasa por "The lithe Venece", un lugar extremadamente romántico, una miniatura dela Veneciade Italia, un canal de una alegre plaza con una vista hermosa, en tanto el barco en el que iban montados ofrecía la oportunidad de desayunar o merendar mecidos por las aguas del canal. Alfred… no pregunten cómo, pero hizo que sólo ellos fueran arriba, Arthur sonrió con una calida sonrisa, una sonrisa que hizo sonrojar al menor.
—Sabes…quiero ser especial para alguien, pero creo que es muy difícil…
—Lo serás, no estás tan mal.
—No entiendes Arthur, quiero ser tan especial como lo es él para mí…no simplemente especial—sonrió.
—¿Él?
—Ajám.
—¿Eres gay, Alfred? —su teoría del yogurt de frutilla en vez de sangre volvía a su cabeza.
—Supongo, por él sí…—susurró con un leve sonrojo en su cara.
Fue un día marcado por incomodas conversaciones, británicos llenos de regalos cursis por una americano mientras personas lo miraban extrañados por llevar mucha cosa rosa mientras un americano le sonreía. No era rápido, todo era lento, el inglés aún no se convencía del todo que ese estadounidense estuviera detrás de él, había otra razón.
Debía haberla.
—Adiós Arthur…—puso sus manos en su mejillas, el contacto quemaba la piel y hacia arder pasiones entre ambos, pero nadie se dejaba llevar del todo, Alfred cruzo la línea, se acercó, el inglés abrió los ojos mientras no sabía si alejar esos labios que se acercaban a su rostro, no se movió, su sangre hervía y tenía cientos de pensamientos y sensaciones encontradas.
Pero… aquel acto no llegó, Jones puso ambas manos y corrió la cara del inglés un poco depositando un beso corto, breve y lleno de dulzura en una de las mejillas del inglés, éste se removió un poco mientras el calor dentro suyo hacía el resto sonrojándolo un poco. Luego de eso el americano se fue, lo único que pensó el inglés después de eso…
Los besos en las mejillas no son masculinos, para nada, más masculino es que te besaran el trasero. Algo raro pasaba allí.
La siguiente cita no se hizo esperar dos días después de la anterior, Arthur se sentía fuera de lugar en su propio país, algo lo hacía perderse, su brújula no funcionaba, se había roto, ahora estaba desorientado en ese asunto, no sabía cuanto tiempo de su vida había gastado y quiso gastar en ese muchacho, su esencia lo envolvía, sentía que olía a él y eso le agradaba, esa esencia americana, masculina, aunque su actitud fuera la de un niño pequeño que necesitara muchos mimitos.
—¿Y cómo te va con él?
—Mejor que antes supongo…—se rió el americano.
No podía dejar de mirarlo, pero Arthur apartaba su mirada, cambiaba el tema, cada vez que acortaban esa indestructible distancia el inglés volvía a ser ese misterioso chico que conoció una vez, pero no se rendía, así no era un estadounidense. Estaban en Veeraswamy, tal como puede sugerir su nombre, es un restaurante indio, uno de los más, sino el más antiguo de Londres. Su localización, en pleno corazón del "West End", en Regent Street, una de las calles comerciales más importantes de la capital británica.
Todo después de eso fueron pequeñas caricias, suaves, superficiales, pequeños roces de manos, atracción inmediata, bailes, todo para estar uno más cerca del otro, Alfred era tan feliz que sentía que se elevaba del suelo y que se iba al cielo con aquel ángel, porque ese inglés no era un humano, no podía serlo. Él era diferente, quizás tal vez era un demonio.
Un demonio que vino a robarle el corazón para no entregárselo jamás hasta que le dijera que le entregaba su alma y Alfred no dudaría, él le entregaría su alma, su vida, su razón, su cordura, todo para él. El inglés le dio un pequeño peluche al americano, no era my especial, pero el inglés insistió en que a él se lo dio una persona X y no era muy de peluches, así que se lo regalaba a él.
El americano orgasmoneó, lloró y pataleó de alegría por el peluche, en privado claro, pero Arthur igual lo escuchó gritar "OH FUUUCK YEAHHHH" cosa que desconcertó pero hizo reír al inglés.
Ese americano era diferente, era… era especial.
Alfred cuando llegó a su hotel entró en su habitación y respiró, luego vuelve a respirar, se empieza ahogar con su propio aire y luego ríe arrojándose arriba de la cama. Ese inglés, ese inglés, su cuerpo, su sonrisa, su indomable personalidad, su atrevido sarcasmo, la forma en que lo sacaba del razonamiento, la manera en que hacía que quisiera tenerlo en su cama, todo era único.
Abrazó con extrema masculinidad el peluche que le había regalado para ir luego a uno de sus cajones, el osito lo esperaba en la cama, nervioso.
—No te preocupes, no dolerá…—le dijo con esa voz de macho que aparentaba tener, pero el peluche seguía batallando, al final de cuentas el americano tenía más fuerza que el virgen osito y había puesto tres rallas arriba de él, como las cejas de Arthur.
Luego de eso fue lujuria entre felpa y americano, los dos se miraron apasionadamente, Alfred con cara de Alfred y el ahora osito de Arthur con cara de peluche, la atracción era innegable, se querían devorar, querían arrancar gemidos afelpados y humanos, bueno, ni tanto, pero el americano empezó a desvestir la sensual jardinera del oso de peluche.
—Arthur… quiero que seas mío…—el osito lo miró inmóvil, sin moverse con los ojos abiertos, en realidad… era un oso, no podía moverse y siempre tenía los ojos abiertos pero bueno, era romántico, retorcidamente romántico.
—Como no veo resistencia supongo que me amas con pasión, bueno… ¡Tú lo has pedido! —y luego se arrojó al peluche a abrazarlo mientras giraba como un niño y se reía, la escenita rara entre él y el peluche era una vaga imitación de cómo sería una noche entre ellos dos.
Sin contar la parte de hacer girar al inglés, el británico se burlaría de él si en el sex se le ocurre hacer algo como eso. O peor, se le quitarían las ganas. No podría lidiar con ello.
Los días siguientes ambos no se juntaron, Alfred no podía parecer tan sospechoso y el inglés tenía otros turistas que atender, ambos seguían con sus vidas pero no había un momento en que Alfred no le dedicara a ese anglosajón en su mente, no había tiempo en que no se estremeciera al pensar que lo tenía en sus brazos, en que lo estaba besando, en que ambos se sacaban la ropa entre pequeños besos y caricias explorándose el uno al otro.
Pero todo acaba, Alfred lo sabía, la última cita, la última oportunidad que tenía era aquel día, no citó a Arthur temprano, lo citó aproximadamente a las 20:00, todo el día se dedico a pensar en él, en que este sería un hasta luego, el más doloroso de su vida, porque era un turista, luego de impregnarse con toda la esencia de un país podía volver orgulloso y con una sonrisa en la boca, pero… no quería separarse de la esencia de Londres, Londres era Arthur y mucho más.
Arthur era un mundo interminable, su mente era aquella cueva oscura a la que quería meterse, ser un aventurero no sólo en sus labios ni en su cuello, en todo su ser, su cuerpo era ese tesoro prohibido que quería palpar junto al suyo, su amor… su amor era el más grande milagro que podría crear la divinidad que puso comienzo al planeta tierra y a todo el universo.
Todo eso era Arthur Kirkland para él, todo eso y más. Porque el verdadero amor no se olvida y jamás tendrá precio.
¿Cómo hacer de ese día mágico y lleno de vida?
El día no tenía que hacerlo mágico, sólo estar ellos uno junto al otro lo hacía especial, lo hacía tener vida, llenaba su mundo de colores, le quitaba ese extraño opaco y gris, su fotografía sepia se volvía de colores, de demasiados colores, colores forjados de diferentes maneras, de diferentes formas, pero sólo por una persona, por su amado guía.
Al final de la noche ambos estaban admirando aquella torre, el lugar de su primer encuentro, Arthur desconocía que ese sería quizás el último día en que se vieran, pero Alfred lo tenía presente, como no tener presente el día en que aquella mitad se alejaría de tu lado, en donde no podría ver más su sonrisa, dolía, pero ahora, sujetando su mano mientras veían aquella cautivante escena pareció que todo lo demás era invisible, que podían dejar de tener miedo al que dirán y dejarse ser, pero las palabras queman, las palabras llegan.
—Amo Inglaterra…
—Es hermosa…—susurra con un suave suspiro enamorado hacia su patria el inglés.
—Amo Londres…
—Es perfecto…—acompaña al americano mientras siente que la tibia mano que aprieta la suya tirita y la aferra con más fuerza.
—Amo…amo a Arthur Kirkland…—eso marcó la noche.
No, no marcó la noche, marcó sus días, marcó sus existencias, para siempre.
Pero el inglés al escuchar algo así una parte adentro de él se descompuso, dejo de andar, como un reloj antiguo al que le hacia falta una tuerca esencial, una pequeña pero esencial, soltó la mano del americano con brusquedad y le dijo que se alejara, que él no pensaba igual que no podía creer que todo ese tiempo quisiera estar con él por esas intenciones, todo lo dijo sin pensarlo, todo lo dijo… para no dañarlo, para no dañarse.
—P-Pero Arthur…—se acercó, mas éste se seguía alejando algo eufórico, impactado y con miedo de la situación, miedo de las consecuencias que tendría amarse… y jamás volver a estar juntos. Porque lo había pensado, pero como una broma y siempre se dijo que no, que era una ilusión y él se lo inventaba al ser tan pervertido.
—No te amo. —susurró con frialdad, una que rompía el corazón de aquel viajero.
—A-Arthur…—susurra con dolor —Pensé que tú… tus sonrisas… nuestras manos…
—¡No era nada, idiot! ¿Qué pensabas? ¿Que me moría por ti? ¡No me hagas reír, sólo eres mi trabajo, sólo me das dinero!—grita cosas que no salen de su alma, se empieza a romper, pero es fuerte y continúa. —Será mejor que vayas a casa…
—Te amo…
El inglés no dijo nada, sólo agacho la cabeza.
—Ja… jaja, jajajaja—el americano se empieza a reír con fuerza cerrando los ojos, así acababa todo, era verdaderamente triste, pero sabía que si no se ría comenzaría a llorar, y no quería verse débil ante el amor de su vida, si tenía que irse, lo haría con la frente en alto o al menos, lloraría en soledad al no poder tenerlo, al jamás llegar a estar junto a él.
—¿Te acuerdas cuando dije que quería ser especial para alguien? —se acercó un poco, no demasiado para que el inglés no se apartara bruscamente de nuevo. —Pues bueno, no necesita ser especial para alguien… para nadie más, sólo quería, deseaba, anhelaba y rogaba… ser especial para ti mi amado guía…pero creo que a pesar de todo no pude lograrlo…
Y ese mundo lleno de colores después de eso se apagó, el hilo rojo que unía sus vidas por ambos dedos meñiques como cuenta la leyenda quizás fue cortado con anticipación, quizás debieron aprovechar la oportunidad de sus vidas, pero Alfred no siguió pelando aquella batalla y Arthur no desistió tan fácilmente, y así todo se comenzaba a oscurecerse y sus características sonrisas reemplazadas por amargas y tristes reacciones.
Arthur pensó en ello durante toda la noche y toda la mañana del día siguiente, eran las 12:36. No quería perder a alguien, no quería amar y perder, no podría soportarlo, por eso siempre era frío con los turistas, porque eran simples pasajeros, gente que se marcha marcándolo de por vida, pero nadie pudo marcarlo hasta ahora… sólo ese chico, sólo ese chico había grabado su nombre en sus labios, no podía olvidarlo, las manos le temblaban, había arrojado su celular, ya no sabía de él, no podía llamarlo, cortó su única comunicación con él, separó sus vidas para siempre quizás.
Y aún así…
—Espero que seas feliz, turista…—se hundía en sus piernas entre la oscuridad de su habitación, en un intervalo de tiempo pequeño y por mera ociosidad en un intento desesperado por alejar de sí el sentimiento de culpa, su mano fue a parar a su chaqueta que uso el día anterior, tenía algo, algo dentro de ella, lo sacó.
Un llavero… de la torre del reloj. Y dentro de ella una pequeña nota.
—Idiot…—susurró el inglés.
La inercia al abrir la nota fue increíble, no era realmente muy sentimental, sólo decía "El aeropuerto donde te conocí… a las 12:45… bye bye, Arthur"
Kirkland por un momento dejó todo su orgullo de lado, todas sus dudas en otra parte, las botaba a un basurero invisible en su mente y sólo pensaba en que ese chico que lo había conquistado y eso… es todo lo que debería importarle ¿Por qué no se pudo dar cuenta antes?
Y después de eso Arthur corrió, corrió como nunca antes, desesperado, como si se le fuera la vida en ello, como si ese chico fuera capaz de llevarse su sonrisa, todo de él, no quería perderlo y si era así, al menos, sólo al menos confesarle que había sido especial, que su estancia allí fue especial, que lo hizo sentir vivo, como si ya no fuera ese amargado y aburrido británico, como si fuera especial e irremplazable.
Llegó al aeropuerto luego de tomar distintos taxis por el tráfico y llego a la recepción, Arthur alterado preguntó si el vuelo a Estados Unidos ya había comenzado, sabía la respuesta, pero la esperanza es ciega y el amor ingenuo, por eso algo le decía que aún Alfred estaba allí, quizás sentado entre toda esa gente, sonriéndole.
—¿Usted es Arthur Kirkland? —preguntó la muchacha con una pequeña sonrisa.
—El mismo…—dijo roto, con una amarga expresión. Sentía dolor en el pecho, sentía el fracaso ¿Por qué no pudo llegar a tiempo? ¿Por qué aquel chico sólo podía ser un turista? ¿Era mucho pedir…?
Que pudieran ver los dos juntos… de la mano nuevamente Londres. Volver a tener aquella extraña sensación en su pecho, volver a escuchar esa voz diciendo "Te amo, Arthur Kirkland, gracias por ser mi guía" , sus labios en su boca. Aquel mágico estremecimiento. Aquel inolvidable viajero, visitante y turista que al marchar se llevaba algo más que un simple recuerdo, se llevaba consigo el corazón de aquel británico.
—Aquel señor le dejo esto…—extendió su mano mientras apreciaba una carta y otro llavero del supuesto "Big Ben".
Arthur los tomó anonadado. Se fue de aquel lugar hasta una silla cercana a la salida de los aviones, no estaba tan lleno aquel día y un extraño silencio inundaba el ambiente. Abrió el sobre leyendo suavemente y con ternura el remitente "The tourist".
Hello, you know, I love you.
Pero…
Al final no llegaste mi querido guía. Sí, soy yo, aquel estúpido turista de estas semanas.
Hoy tenía que volver a Estados Unidos y no podré viajar hasta finales de este año.
Pero no podía dejar este lugar sin decirte esto:
Ame Inglaterra,
Todo lo que me mostraste, la fascinación con la que mirabas cada parte de este país…
Fue hermosa, me hiciste ver a través de tus ojos…pero más que nada…
Pude conocerte.
Por que sí, ame Inglaterra.
¿Sabes por qué? Porque para mí… tú fuiste Inglaterra.
Todo este viaje contigo fue especial, todo fue maravilloso.
Lo mejor que tiene Londres eres definitivamente tú…
…
Te amé, te amo y te amaré. Soy un turista, yo viajo para conocer el mundo.
Congratulation, te convertiste en mi mundo.
Y sólo quería que lo supieras…
Arthur, estaba y estoy tan enamorado de ti.
Espero que para la próxima vez que venga a Londres tú vuelvas a ser mi guía.
Pero esta vez… para siempre.
Alfred F. Jones, The Tourist.
El inglés releyó esa carta unas seis veces mientras sentía el vuelo de los aviones y su corazón se agitaba con fuerza. Un gemido ahogado salió de su garganta con un pequeño "Git" entre sus labios apretados por sus dientes.
—Yo también quería que lo supieras…yo también quería decirte que me había enamorado de ti… —rió con una sonrisa amarga mientras arrugaba la carta en sus manos y la depositaba en el pecho. —¿Por qué no se atraso tu maldito vuelo? ¿Por qué…no pude decírtelo a tiempo?
Otra sonrisa amarga recorrió su rostro mientras tenía la imagen de aquella sonrisa en el rostro del americano, aquella forma de mirarlo…no podía olvidarlo, había sido guía de cientos de personas pero aquel chico había sido único, fue la excepción a su aburrida vida. No tenía nada con que contactar a aquel norteamericano. Nada…, un turista y un guía, un estadounidense y un inglés, un beso y una noche estrellada al son de las campadas, eso fue su encuentro, fugas y corto pero imborrable de sus mentes.
Ambos aún hoy están esperando nuevamente aquel día en que volverían a verse, donde no cometerían el mismo tonto y estúpido error de ocultar hasta el final aquellos sentimientos.
Había pasado el tiempo y ya sólo quedaban meses para que aquel norteamericano volviera a arribar vuelo hacia Londres, ya no tenía meta alguna más que ver al inglés nuevamente. Arthur sonrió mientras atendía a unos pasajeros estadounidenses acordándose de aquel chico, de aquel reloj, de aquel beso y de aquella confesión, aún guardaba su carta, su llavero, aún guardaba su sonrisa en su memoria, aún… estaba enamorado de él. Sólo le faltaba esperar por Alfred.
Te estaré esperando…durante mucho tiempo, aquí, en esta aburrida ciudad… ¿Está bien…turista?
Extra: Your map.
Romance and love
Siempre puede haber una segunda oportunidad, haré un extra, se los prometo…y veamos que pasa con este turista y su amado guía. Pero por ahora este es el capitulo final, el otro es una historia corta.
Me gusta lo romántico ¿Y a ustedes? adiós y se cuidan.
PD: El extra viene con lemon, pero el extra es a petición de ustedes. Agradezco comentarios, criticas constructivas y hasta tomates, siempre y cuando me los merezca según ustedes.