Bueno aquí les dejo el capitulo final u3u espero que les guste (: ya llegamos al final de este grandioso fanfiction gracias a todos por sus reviews y nos vemos en mi otro fanfic que me queda por terminar que es el de The Priestess And The Prisoner ….sayonara un gran abrazo y beso a todos de parte de Luna-Oscura10

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La única razón por la que ellos estaban allí, era porque la Sacristía de Ateliesta quiso dar una ceremonia en honor a los fallecidos por las tragedias de Matsue, que habían sacudido toda la comarca. La voz del fraile se perdía en las altas bóvedas de la Iglesia, el sol de la mañana arrancaba destellos dorados de las cabezas presentes.

InuYasha entornó la vista hacia uno de los bancos, cabeceando levemente, esperando no caer dormido. No ponía ningún esfuerzo en seguir la lectura; y para ser justos con InuYasha, la voz del diácono era tan horripilante, casi de ultratumba, que retumbaba en las paredes, en una larga diatriba sobre el Infierno y como evitarlo… ¡Ja! ¡Como si a InuYasha le importara todo ese rollo de la Vida Eterna! Ya sabía que él se iría al Infierno algún día, y lo mejor era disfrutar la vida humana lo mejor posible.

Dicen además, que el Cielo está lleno de buenos hechos y el Infierno de buenos deseos.

El coro se levantó para dar comienzo a los cánticos. InuYasha se puso a contemplar los vitrales de las ventanas, como San Jorge empalando al Dragón, a San Pedro jalando sus innumerables redes; incluso se veía a Santa Zita con el manto de lana, de la que InuYasha fue devoto antaño atrás, la más impresionante de esas imágenes era la de la Virgen, extendiendo su mano a alguna alma necesitada. Cada una de estas imágenes parecía ejercer emociones en los pobres feligreses, como si les hicieran creer que no importa que tanto los apaleen en la vida terrenal, con solo serbueno, te ganaste un pase el Cielo… ¡Bah! Para InuYasha no eran más que ventabas decorativas. ¿Emoción en su alma? Más bien sentía impaciencia.

—Este hombre… ¿No terminará nunca?

—Por favor, InuYasha…—susurró Kikyou mirándolo con una mirada fría fingida—. Cállate.

—Lo intento querida, pero es demasiado tedioso para soportarlo—contestó InuYasha con su típica voz arrogante, posando la mano en el vientre de la joven, recibiendo una leve patada. Miró a su amiga y le sonrió ampliamente.

Así es: Kikyou estaba embarazada de InuYasha. Lo supieron cuando la azabache comenzó a tener los mismos síntomas que Sango-chan, quien había tenido ya tres hijos con el joven Miroku; Después del primer desconcierto general, siguieron abrazos y lágrimas para los jóvenes. La idea de estar juntos y con futuros hijos en camino, era una bendición. Y si InuYasha se dignó a rezar, lo hizo para agradecer este maravilloso regalo y por que el bebé naciera bien. Una alegría así de grande solo se vive una vez en la vida.

— ¡InuYasha, mira! ¡Fíjate en el fraile que acaba de salir! ¡Tiene una verruga gigante!

— ¡Si, ya lo veo! Parece un meteorito o una bomba. ¿Y si explota?

Algunos presentes volvieron las cabezas ante esas risas y cuchicheos, y al sentirse observados, Kikyou e InuYasha dejaron de hablar y adoptaron unas caras de fingida compunción. Observaron como al fraile de la verruga, al hablar, se la tocaba sin parar. InuYasha bajó rápidamente la cabeza para ocultar su hilaridad, mientras Kikyou trataba con todas sus fuerzas de no estallar en una risa histérica disfrazándola por una mirada sin expresión alguna.

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Salieron tomados de la mano, riéndose a carcajada batiente del fraile verrugoso, incluso en la grotesca parte donde logró reventárselo en plena comunión y todo el pus cayó en una anciana que tenia la boca bien abierta.

Caminaban pausadamente, por si Kikyou sintiese alguna molestia, aunque hasta ahora no sentía nada, pues la chica Fujitaka era joven y podía sobrellevarlo mejor. Se regocijaba al ver la barriga ya empezando a notarse levemente, donde reposaba el fruto de su hermosa relación que sobrevivió a todas las adversidades. Disfrutaba tocarlo, hablarle y tararearle, dejar que InuYasha posara la mano y sentir las pataditas, hablar con Sango-chan sobre cosas como embarazos y mamás y reírse de los ataques de pánico de Miroku, aunque Kikyou temía si sería una buena madre Sango siempre le decía que sería la mejor del mundo debido a su amor por los niños.

InuYasha era el que la guiaba. El atardecer ya estaba a punto de esconderse y la Luna ya había salido. El cielo estaba ya empezando a tachonarse de estrellas que imitaban al manto de la Santa Virgen. El bosque exhalaba fragancias de humus, helechos y tierra mojada; hasta un arrendajo provocaba un amplio eco con sus trinos. Se detuvieron frente a un viejo roble, medio oculto entre rocas. La pareja quedó en silencio.

— ¿Qué estamos esperando? —quiso preguntar Kikyou.

InuYasha no contestó. Le sonrió a su compañera y con la cabeza le indicó que mirara hacia arriba. La joven alzó la cabeza y quedó maravillada: De las ramas del viejo árbol, ya de por si cargado hasta reventar de campanillas y muérdagos, flotaban varias luciérnagas entre ellas, como si fueran faroles vivientes. Era un espectáculo increíble. La azabache rió y estiró la mano, esperando que algunos de los bichos alados se posaran entre sus dedos.

Volteó a ver a InuYasha, quien había aprovechado el embeleso de su querida Kikyou, para arrodillarse ante ella, sonriéndole. La joven Fujitaka quedó confundida y, extrañamente nerviosa, ¿Qué estaba haciendo?

— ¿Qué…? ¿Qué estás haciendo, InuYasha? —inquirió Kikyou con voz nerviosa, sin saber por qué.

—Kikyou quiero que sepas que siempre has sido y siempre serás importante para mi…eres la mujer que amo con toda mi alma —besó la mano de la joven Fujitaka, poniéndola todavía más nerviosa y dijo con voz solemne— Eres my princesa y yo soy vuestro humilde sirviente. Haría cualquier cosa con tal de verla siempre sonreír…

Estaba imitando una frase de un libro de caballería, que Miroku le obligó a aprenderse, con riesgo de estrangulamientos se equivocaba… Kikyou tenía los ojos como platos y por poco se va al suelo al ver a InuYasha sacar del bolsillo una sortija adornada con un cabujón, tendiéndola frente a ella. El pelinegro respiró hondo y dijo lo siguiente:

—Princesa, ¿Me haría el honor de desposarse conmigo?

Kikyou se quedó de una pieza, tratando lentamente de asimilar lo que oyó. Ahogó un grito con una mano, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, le temblaba la mano que InuYasha estaba aferrando… Era lo más maravilloso que jamáshabía escuchado, abrió la boca, dispuesta a decir "Si, quiero".

—Yo… yo…

— ¡Enhorabuena! —gritó una voz desde los arboles. Los dos jóvenes dieron un respingo y escudriñaron los arbustos. De ellos saltó Miroku, interrumpiendo la hermosa escena que a InuYasha le había costado mucho crear — ¡Felicidades a ambos!

—Eh, Miroku…Kikyou ni siquiera ha dicho "Sí" —dijo InuYasha con su característico tono recriminador.

—Oh… Parece que me adelantéun poquito, ¿verdad? —dijo Miroku avergonzado. Los jovenes asintieron a la vez… Momentos después, Kikyou e InuYasha estallaron a carcajadas— ¡Oigan! ¿De qué se ríen ustedes dos? —exclamó el pelinegro inflando las mejillas.

— ¡Ja ja ja! ¡Miroku, parece que te sentaste sobre hiedra venenosa! —exclamó Kikyou entre risas. Miroku bajó la vista: Debajo de sus pantalones cortos, en su piel aparecían un montón de ampollas rojas, como si un ejército de abejas le hubiera caído encima, provocándole una picazón infernal.

— ¡KYAAA! —Chilló Miroku tirándose al suelo y revolcándose como loco— ¡Quítenmela! ¡Quítenmela!

InuYasha y Kikyou se rieron por un buen rato, claro InuYasha se reía más escandaloso que Kikyou. Pero luego se aburrieron y apiadándose de él, lo agarraron y lo llevaron arrastrándolo a casa, donde los esperaba Sango-chan quien estaba molesta con MiroKu por haberse ido sin decirle adonde, pero luego sonrió al verlo siendo arrastrado por los pelinegros… Y por los jovenes, quien entre los gritos y retorcidas de Miroku, Kikyou le susurró a InuYasha "Si, quiero".

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— ¡Sango-chan! ¡Abre la puerta!

—Miroku… ¿Trajiste lo que te pedí?

—Eh…

Miroku ocultó la cesta donde tenía lo que había compradopara que su querida Sango no lo viera.La pelinegra se cruzó de brazos. Estaba algo agotada por el trajín que se armó desde temprano.

— ¡Y bienMiroku! ¿Dónde está?

No tenía otra salida. No podía decirle que si había comprado las cosas, pues mentirle a Sango era equivalente a molestar a un oso Grizzly en plena primavera… Así que lentamente mostró la cesta, sonriendo, esperando estúpidamente que su mujer lo perdonara… Pero no pudo zafarse de que Sango lo cogiera violentamente por una oreja, como un niño travieso:

— ¡Miroku, te lo repetí cinco veces! "Vas a la farmacia de Hoshiyomi Tamashiro, compras varias fórmulas para bebés, luego vas a la tienda y compras unos vestidos para las gemelas y luego compras algo de frutas. ¡Eso era todo! —Miroku lloriqueaba, tratando de soltarse del agarre—Pero Miroku tenía que pasar justamentepor una tienda sex- online y traer sientos de revistas de mujeres desnudas! …—Por fin lo soltó y se frotó la cara—Regresas allá y compras todo lo que PEDÍ, ¿entendido? —Miroku asintió asustado y salió disparado como alma que le lleva al diablo.

Regresó casi media hora después, temblando y empapado, apestando a agua de alcantarilla; pero esta vez sí traía lo que le pidieron. Sango volvió a recibirlo.

—Miroku, ¿porqué tardaste tanto?

— ¡Buaaaa! ¡Si supieras todo lo que me ha pasado! —chilló Miroku con cara traumada—Compré todo lo que me pediste, pero luego cai sobre una alcantarilla abierta, ¡que ni siquiera tenía un cartel de aviso! Por suerte, no me rompí nada… ¡Pero luego apareció un lagarto monstruoso que quiso comerme! ¡Buaaaa! ¡No quiero volver allí…!—gimió aterrorizado abrazándose a Sango. La pelinegra se quedo extrañada, pero le devolvió el abrazo, como si fuera un niño pequeño. Total, estaba acostumbrada a estos actos de Miroku

—Ya, ya. Eso te pasa por andar distraído. Sube y cámbiate: Hay una nueva carita que debes conocer.

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Miroku entró en la misma habitación donde semanas antes y hace 2 años antes Sango había dado a luz. Nuestro amado pervertido idiota era el feliz padre de un niño llamado Keiji y dos gemelas llamadas Saya y Kagami

Luego de casi diez horas de parto, Sango expulsó a la criatura y Miroku, al ver la cantidad de sangre, se desmayó de la impresión. Cuando volvió en sí, junto a la cama estaba un bebé de pelo negro y ojos azules, mirándole fijamente. Miroku estaba encantado de tener en sus brazos a su tercer hijo un hermoso varón, junto a el se encontraban las dos hermosas gemelas de apenas 2 años alegres de haber tenido un hermanito. Con el bebe en brazos se acerco a la mujer de su vida. Ahora volvía a la misma habitación, donde volvían a tapizar el suelo de flores, como es costumbre en los nacimientos: rosas y flores de campanillas que se aplastaban al caminar sobre ellas.

Un mes después de Miroku, a InuYasha le llegó su turno.

Se habían quedado en casa de Miroku y Sango y, en las primeras horas de la madrugada, a Kikyou le empezaron a dar los primeros dolores. La joven Sango (quien se volvió buena para estas cosas) actuó de inmediato… Primero que nada, sacando afuera a Miroku para que no estorbase con otro desmayo y encerrándose con InuYasha durante horas. Finalmente todo terminó.

Sango estaba secándose las manos con un trapo, inclinada sobre una cuna de lujo, hablándole en voz baja a lo que estuviera dentro de ella. La joven parturienta, pálida, con los ojos brillantes y el rostro todavía desfigurado, reposaba en la misma cama con doseles, con una vara que se extendía por el suelo. Parecía extremadamente cansada y trataba de mantenerse despierta.

InuYasha estaba sentado a su lado en la cabecera de la cama, imponiendo una amable presencia. Su mirada rotaba desde la cuna que estaba a un extremo de la habitación, a su esposa, como si mirara un partido de tenis. Después de pasar muchas horas de tensión, por fin podía respirar tranquilo.

Pues en aquellos siglos, dos tercios de los niños morían en la cuna y la mitad de las mujeres, de parto. Además 3 meses atrás Kikyou se había caído de las escaleras debido a que intentaba atrapar a una de las traviesas gemelas de su querida amiga Sango dándole una señal de aborto pero por suerte ambos estuvieron bien tanto el bebe como la joven pelinegra pero tubo que estar en reposo por el resto del embarazo porque al parecer había sido riesgoso y estuvo apunto de abortar a la criatura y con eso se gano la mirada vigilante de InuYasha sobre ella y no salir de la cama para nada, siendo mimada y atendida las 24 horas del dia por su joven esposo. Miroku no se preocupó demasiado, pues Sango era robusta, pero InuYasha si se ganó sus buenos sustos, pues Kikyou era más joven además de estrecha era su primer parto. Sin que Sango-chan si diera cuenta, InuYasha le había pasado un paño por la frente de Kikyou, cuando jadeaba por la fiebre, recitando misteriosas plegarias que no tenían sentido ni en latín ni en ninguna otra lengua. Por suerte, todo salió bien, y aquella bebe en la cunita lo probaba.

Habían tenido una niña.

— ¡Mírala nada más! ¡es una copia al carbón de ustedes! Es bien hermosa esta linda chica — musitó Sango alzando a la bebe. Algo desagradable, sin embargo enternecedor, como es todo bebé en las primeras horas: Rubicunda, fija la mirada y lleno de babas, con un minúsculo mechón negro en la cabeza— ¿Cómo piensan llamarla?— dijo viendo a InuYasha y a Kikyou intrigada después de todo aun no le habían puesto un nombre.

—Estaba pensando en ponerle Izayoi— alcanzó a decir Kikyou ganándose una mirada de extrañeza y sorpresa por parte de su marido.

— ¿Izayoi? ¿Por qué el nombre de mi madre? —dijo InuYasha sorprendido y acosijado.

—Porque se lo importante que era tu madre para ti — dijo Kikyou mientras veía fijamente a InuYasha- además quiero hacer un honor hacia ella y por eso que mejor nombre para nuestra hija, que el de la mujer que te dio la vida — el comentario hizo que InuYasha se sonrojara y volteara hacia otro lado ocultando una sonrisa por las cosas maravillosas que hacia su esposa por él.

— Me parece un hermoso nombre — dijo Sango sonriente mientras le daba a la pequeña a su madre — ten Kikyou dale algo de comer debe estar realmente hambrienta.

Por unos momentos solo se escuchaba los ruidos de succión de la pequeña. InuYasha no dejaba de contemplar el rostro agotado, pero aun así feliz de su mujer mientras daba de mamar, ver aquel pecho rosado, abundante y dilatado; de admirar, casi por primera vez, una maternidad que siempre fue interrumpida vilmente.

— ¿Quieres cargarla? —murmuró Kikyou, cubriéndose el pecho y extendiendo la pequeña a su esposo. InuYasha asintió y torpemente logró cargarla. Durante unos instantes estudió detenidamente la carita inocente y sonrosada, ya serena porque había comido.

Durante ocho años, InuYasha tuvo bebés en sus brazos… Pero esos no eran más que pedacitos de carne, sanguinolentos y sin vida, concebidos por accidente y por ende, destinados a ser enterrados y escondidos como alimañas en la fría tierra. Si durante ese tiempo le hubieran dicho que años más tarde tendría un niño vivo en sus brazos y que este fuera su hijita, InuYasha no lo hubiera creído.

Muchas veces la felicidad parece un mero espejismo, sobre todo si uno no ha conocido otra cosa que el sufrimiento. "La felicidad es un pájaro" le dijeron una vez e InuYasha la había atrapado.

Esta pequeña no tendría que sufrir las penas de sus padres; no los perderían tras una epidemia que asole pueblos enteros; no tendría que vivir desolada y sin apoyo en un frío y deprimente orfanato. No sería atrapada en un horrible castillo, donde tendría que servir como sexual… No tendría que hacer nada de eso.

En cambio, podría jugar y disfrutar la vida sin preocupaciones en los campos, desde la primavera hasta el otoño, para que en invierno armara batallas de nieve hasta que fuera la hora de la cena, donde se reunirían todos juntos en la chimenea, disfrutando del calor y el amor mutuo. Los días oscuros se quedaron atrás para nunca más volver.

—Es… preciosa—musitó InuYasha acariciando la redondeada mejilla con un dedo, maravillándose de su suavidad, ganando una risita de su pequeña. Decir que InuYasha era feliz era quedarse muy corto: Se sentía hombre, se sentía fuerte. Volteó la cabeza donde estaba su querida Kikyou y se inclinó para besarla suavemente. Sango salió del cuarto dejándolos solos, pues debía alimentar a sus hermosos 3 hijos.

Durante el resto de minutos los dos pelinegros contemplaron con infinita ternura a su pequeña bebe dormir plácidamente en los brazos de InuYasha. Costaba creer que una felicidad, así de grande, llegara a sus vidas, después de tanto sufrimiento. Quizás… El Duque de Venomania, entre toda su maldad, hiciera inconscientemente algo bueno, ¿no?

— ¡Oigan! ¡Hay que perpetuar esto para la posteridad! —exclamó Miroku sacando de quien sabe donde una pesada máquina fotográfica manual y la apuntó hacia ellos—Prepárense… Uno…

—Miroku, no creo que sea una buena idea…—empezó InuYasha.

—Dos…

—Eh… ¿Miroku? —inquirió Kikyou.

— ¡Tres!

El fuerte flash blanquecino de la cámara los encegueció por un segundo, seguido por un estruendoso sonido de la máquina… Dio como consecuencia unos fuertes llantos de parte de los dos bebés y de las gemelas, que se asustaron.

— ¡Miroku! —gritó Sango.

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Cada primavera, y siempre solo, InuYasha iba a la colina donde estaba la vieja retama. Los bellos recuerdos que le trajo ese lugar siempre lo ayudaban mucho. Se sentaba ante el árbol en silencio, a veces durante una hora, con las manos entrelazadas sobre el regazo. No venía para adorarlo ni para rezar, pero siempre él tenía la sensación de que se trataba de un ritual necesario.

Necesitaba aliviar la pesada carga del Malque aun vivía en su interior, con solo ver a su pequeña hija y recordar las sonrisas de su esposa e hija, apaciguaba a los demonios internosque lo empujaron a torturar a Naraku hasta su muerte. El odio es parte de todos nosotros; es parte de la condición humana, e InuYasha ya lo tenía claro.

Es como le había dicho el Viejo del Aquelarre: "Llegaste al final del rompecabezas imposible que era tu vida; quizás algún día lo desordenes de nuevo para resolverlo, InuYasha; porque la vida nunca se dijo que fuera fácil".

Todas las cosas están claras como el cristal, como habría dicho el viejo. Había llegado a puerto; y en esas mañanas de primavera que pasaba junto al árbol, sentado en el claro silencioso y cubierto de maleza que casi no ha cambiado, con las piernas dobladas bajo el cuerpo, a veces experimentaba una gratitud tan plena que tenía la sensación de que el corazón le iba a estallar. Es esa gratitud misma la que impulsaba a InuYasha a veces a cantar. Tenía que cantar. No le quedaba otra opción.

Dejó de cantar por un momento, pues escuchó gritos y risas: "¡Tate! ¡Tate!" Seguramente era Izayoi, jugando al Gato y al Ratón con Saya, Keiji y Kagami en el mismo terreno baldío donde él y Kikyou tuvieron un "encuentro cercano" con el pasado.

¡Como pasaba el tiempo…! Y lo gracioso es que él apenas tenía veinte años… ¿Qué no hace nueve años se dedicaba a lustrarle los zapatos a otro? "Un perrito faldero" como le dijo el viejo desdeñosamente hacía mucho tiempo atrás.

"He aprendido a no volver a agachar las orejas, ni a esconder la cola" pensaba InuYasha, tanto para su mentor, como para él mismo, con una risita altanera.

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Han pasado casi 50 años.

Izayoi ya era toda una mujer su cabello negro y brillante se había vuelto blancos con el paso de los años. Cada año sube a la colina de la Vieja Retama, en compañía de sus hijos y de su ahora esposo y los nietos de ellos. Sus padres Kikyou Fujitaka e InuYasha Taishou hacía mucho que murieron. Los enterraron allí, bajo la misma retama, ya completamente ennegrecida y seca.

Matsue nunca se recuperó. Todos los sucesos narrados en esta historia, a manera de puñales, lo hicieron desangrar tanto, que ya no quedaba nada. El pueblo quedó completamente desierto; las casas se derrumbaron y solo quedaron las estructuras. Todo, hasta el cementerio de la campiña, quedó cubierto de maleza. Ya nadie, ni siquiera los vagabundos sin hogar, desean quedarse, por su reputación del pueblo del demonio, donde este mismo habitó alguna vez.

En las ruinas del viejo castillo del Duque de Venomania, las piedras calcinadas por el incendio, revelaban al desprevenido viajero la historia de lujuria, amor y sangre. Se dice que en el lugar donde Naraku Fujiwara fue enterrado, sin mortaja ni oración alguna, brotan rosas de un insólito color negro, único en el mundo; otros cuentan que, de vez en cuando, brotan rosas rojas y flores de campanilla, pero que no volvían a aparecer hasta el aniversario de aquel fatídico día. ¿Sería una maldición póstuma echada por algún brujo?

Sea como fuese, el hecho es que en ese mismo lugar donde ocurrió esa triste leyenda de lascivia y crueldad, el acto de alguien, alguien que según la sociedad y la religión jamás debía alzar la cabeza, decir lo que pensaba y siempre debía callar… Fue la chispa que provocó aquel voraz incendio que lo cambió todo para siempre.

Todo por la acción de un sirviente.

InuYasha Taishou… El perrito faldero que se convirtió en un perro demonio.

FIN