Prólogo

-Jaken-

Por siglos había acompañado al Amo Sesshomaru en sus viajes, lo conocía en prácticamente todos sus aspectos, a decir verdad, hasta este momento habría podido jurar que conocía todos sus aspectos. A veces me sorprendía, como con Rin quien llegó a cambiarlo todo. ¿Era posible que después de haber cruzado estas tierras en toda su magnitud, haciéndose fama por la frialdad de su corazón, una niña de no más de seis años llegara a cambiarlo todo? ¿Cómo? Por supuesto, yo Jaken, no tengo semejante respuesta. Pero si fui testigo de eso, y siendo sinceros, nunca me había sentido más extraño en mi vida. Ya estaba acostumbrado a la falta de misericordia del Amo. Si alguien se cruzaba en su camino, hombre, mujer, niño o demonio, lo destazaba. No necesitaban hacer nada más que estar ahí, en el momento equivocado. Pero Rin… Cualquier otra persona que se hubiera acercado a él, y más en el estado en que se encontraba, hubiera muerto en un parpadeo; pero yo creo que fue algo a primera vista. Una especie de amor, por más trabajo que me cueste aceptar esto, pues el Señor Sesshomaru no ama… O no amaba. Y no me refiero al amor entre un hombre y una mujer para formar pareja y tener hijos; como el idiota de Inuyasha y la sacerdotisa de otra época. Al menos aún no. Más bien esto era una escondida necesidad de él, como si parte de su alma, o su corazón que había estado tanto tiempo apagado, de pronto necesitara urgentemente proteger algo, o a alguien en este caso. La forma en la que se aferró a la niña…bien, no sé cómo expresarlo. Me robó el aliento y paralizó mi alma. No lo creía. Al principio no parecía importarle mucho, ahora sé que aún estaba negándose esa nueva debilidad, por llamarlo de algún modo. Debió pensar que eso no podía ser posible, incluso debió sentirse confundido. Aunque yo no soy nadie para siquiera ponerme en su lugar, si él supiera que me atrevo a decir estas cosas seguro me aniquila. Pero después, ¡vaya! ¡Ante mis propios ojos! La niña gritaba y él ya estaba a su lado en un suspiro. La escuchaba, le tenía paciencia. ¡El Amo Sesshomaru, el más fuerte y despiadado de todos los demonios, el Príncipe de Hielo, teniéndole paciencia a una niña humana! ¿Y su desprecio por los humanos? Si, muchas veces me lo pregunté, es más, me lo pregunté por años. Y aunque quise algún día tener el valor de decírselo de frente, mi cobardía nunca me lo permitió. Ya no dañaba humanos, y eso también fue algo que comenzó a hacer desde que apareciera la niña. Antes atacaba a diestra y siniestra, ahora se medía.

Y ni hablar de cómo cruzaba los cielos con tal de ir a rescatarla de cualquier peligro, o del terror, verdadero terror, que sentía de perderla. Imposible olvidar la forma en la que se sintió cuando Rin murió por segunda vez, en el Infierno. Bien, el Amo Sesshomaru y yo, después de tanto tiempo juntos, creamos una especie de unión telepática. No le puedo leer la mente ni porque me queme el cerebro, pero puedo sentir lo que él siente, sólo y únicamente cuando es algo que se desborda de su corazón. Es decir, cuando pierde el control de sus sentimientos. Y si yo lloré esa vez, fue sólo porque él quería llorar, porque lo sentí… Sentí su necesidad. ¡Él jamás, jamás se rebajaría a hacer algo así! Eso pensaba yo. Pero me había equivocado. Cuando algo se salía de la fortaleza de hierro de su corazón, inmediatamente me lo aventaba a mi, pues a pesar de poder lidiar con el enemigo más peligroso que pueda existir, no podía lidiar consigo mismo. Y sin embargo, apenas Rin volvió a abrir los ojos, él se arrodilló ante ella para darle la primer muestra de cariño irrefutable. Acariciarle la mejilla y mirarla como si fuera el Sol mismo. El Sol. De vez en cuando me tengo que repetir estas cosas para poder creerlas, y ni así funciona siempre. Pero como si eso no fuera suficiente, por primera vez en toda mi vida vi algo más en su gesto que no fuera seriedad o rabia… vi alivio. La niña estaba viva y estaba con él.

Y dentro de todo el impacto que este cambio de actitud en él me provocaba, me parece que se hizo más fuerte de mente, y por más difícil de creer que sea, también de corazón. Se convirtió en un verdadero guerrero.

Pero yo quería llegar a algo, ah sí, ahora veo. A este momento. En medio de una aldea desolada, masacrada por un demonio que murió a manos de mi Amo en un instante. Nunca había visto al Señor Sesshomaru atacar con tanta… ¿cómo decirlo? No fue ira, no fue rabia, fue algo que lo dejó ciego por un instante. Lo convirtió en un destajador. ¿Necesito decir por qué? El demonio que atacó la aldea, hozó a atacar a Rin… y acertó.

Y no le ocasionó cualquier herida, sino algo verdaderamente profundo y visiblemente grave. La niña acababa de cumplir los catorce años, hacía dos que dejó la aldea de la anciana Kaede por más intentos que hice al tratar de convencerla de que se quedara. Nos volvió a seguir y el Amo Sesshomaru no puso ni la más ligera objeción, porque en realidad anhelaba el día de volverla a tener a su lado así. Ahora, una vez más, se volvía a arrepentir. Él antes no se arrepentía de nada, nunca, pero con Rin constantemente lo hacía.

Pero ahora… Ahora es diferente, por muchas razones. Primero, porque en mi pecho revolotea una angustia helada que se mezcla con la mía; la de él. Segundo, porque la niña en sus brazos, delante de mí, agoniza, y creo que el Amo Sesshomaru ni siquiera puede moverse. Tercero, tiene los ojos desorbitados, y está boquiabierto. Con la otra mano le acaricia el rostro, le aparta los cabellos negros de la frente sudorosa, y no tiene ni idea, ni la más remota idea, de qué hacer. Y la sangre le empapa las mangas blancas, luego las piernas, el pecho, y se extiende en el kimono rojo de la pequeña.

Rin está muriendo.

Y el Amo Sesshomaru está perdiendo lo único, que en su larga vida, ha amado.