Nota de Alfax: Recomiendo leer esto de una manera un tanto poética, de lo contrario os costará un poco leer este capítulo. ¡Y disculpen, porque creo que me inventado el castellano antiguo!

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2. Amistad

Cuatro años vastos se sucedieron tras inusual alumbramiento, un joven y su señora habían madurado. Siendo tierna edad en la que encontrarse ambos estaban, se entretenían con sus juegos y pillerías, mas aunque eso no fuese lo indicado. Sin quererlo, amistad había nacido entre esos dos infantes, siendo él plebeyo y ella soberana.

Aquel sumiso niño de miradas dañinas se ocultaba, tanto señores como siervos lo veían con desprecio. Incomprendida tal situación, de mestizo impuro cuidando a divina y hermosa princesa. Dos de las gentes que trataban con dicho dueto, la señora Impa y el reverendo Rauru, miraban desconsolados al pequeño cuyo destino no le fue propicio y del que ahora más se mofaban los hermanos de la inconsciente muchacha. Y con preocupación, pues cariño había aflorado en el inexperto corazón de la noble, más aún que a sus hermanos o dignos padres.

Buena no debía ser la situación si continuaba así, consecuencias nefastas podría traer al muchacho. Los celos y malos pensamientos no son buenos compañeros de quién sufre sus efectos, siendo los herederos al trono artífices de innumerables fechorías contra aquel al que consideraban indigno de velar por las atenciones requeridas por su joven hermana.

Común era encontrarlos ocupados en tareas mundanas, sus juegos en tiempos fuera de los asignados para la debida y rigurosa educación de la noble dama.

-¡No sea así, esclavo mío! ¡Juguemos de nuevo a damas y corceles! –imploraba su ama con insistencia.

-Mi señora, mi intención no es contradecir vuestros deseos, pero habéis de entender que su persona no ha de acostumbrarse a tal clase de juegos infantiles, menos aún con alguien de mi casta.-intentó en vano disuadirla, mas sólo conseguía quejas de su parte.

-¡Mi edad es justificación suficiente! ¡Y no podéis desobedecerme! –zanjó el asunto de inmediato, jamás su criado tuvo las posibilidad de vencer.

Era de esperarse, por lo que continuaron aquel juego cuyo siervo debía arrodillarse y servir de falsa montura para su patrona, simulando el bello arte de la equitación que algún día su ama practicaría. Recorrieron esos amplios y dignos aposentos reales, por cuyo suelo estaban repartidos los cachivaches para el ocio de la princesa.

Aquella actividad atrajo su completa atención, impidiéndoles percatarse de los intrusos que penetraron en la cámara, mas no eran exactamente eso.

-Lastimosa visión que ven mis ojos…-empezó el primogénito, un muchacho de catorce años de edad- Nuestra hermana se relaciona con ese al cual las ratas le son más dignas. ¡Qué desfachatez!

-Cierto, hermano mío. Su inocencia y la condición femenina de la princesa la hacen vulnerable a comentarios de nuestros allegados o incluso acciones indecorosas por parte de ese malnacido.-añadió el segundo en la línea de sucesión, de doce años.

-Mis respetos, majestades. Sólo sirvo a cuya tarea me fue encomendada por vuestra noble y santa madre en el mismo momento de nacer vuestra hermana.-mostró sus disculpas el vasallo, que a pesar de poseer por aquel entonces una década de vida, mostraba un aspecto más infantil.

-¡Mera excusa es aquella que sale por vuestros labios, sucio metizo impuro! –enfureció el tercer hermano, nueve tiernos años- No merecéis permanecer con nuestra hermana, por muchos deseos que nuestra madre trae con ello. ¡Jamás aceptaremos tal ofensa!

-¿Osáis desafiar a madre, hermanos? Enterarse ella y padre de nuestras acciones, supondría un castigo de su parte, pues hermana nuestra delatarnos en última ocasión.-habló con sus recuerdos en mente el último de los hermanos, infante de seis años.

-¿Reprendernos por mostrar nuestra valía ante esa rata erguida? ¡Ja, ja, ja! ¡Eres el más joven y temeroso de nosotros, querido hermano! ¡Callad si no queréis que os abofetee por vuestra muestra de debilidad! –advertía a su hermano el heredero al trono, valiéndose de sus diferentes edades.

-¡Haced el favor de centraos, hermanos! ¿Olvidáis cual propósito es aquel que nos ha traído hasta aquí? –serenó segundo hermanos a los príncipes, recordándoles- Nuestra hermana muestra la necesidad de otros compañeros de juegos, aparte del susodicho perro que la acompaña. Es deber nuestro acompañadla en esos momentos de ocio, a la vez de estrechar lazos con nuestra línea de sangre. ¿Entendéis a lo que me refiero, príncipes de Hyrule? –mas su tono evadía por completo buenas intenciones, mostrando oscuridad en su rostro juvenil.

Falsedad y malicia escondían sus palabras, conociendo Link a que se enfrentaba. Arrebatado fue de las manos de su ama, una vez más lo someterían con cizaña. Empujes y mofas se sucedían una tras de otra, sin contemplación, sin razón. Tres jóvenes se divertían cual muñeco de trapo de tratase, mas uno de ellos decidió apartarse.

¿Era quizás su corazón más noble que el de sus hermanos? Nunca fue de su interés hacerle algún daño, obligado era siempre por sus hermanos. Reconocerlo no podía, pero lastima e impotencia sentía. Era él más cercano a su hermana y esclavo, que otros muchos, ya fueran sus hermanos. Quizás por ser el más pequeño, cuarto en línea sucesoria, conocer desde donde sus recuerdos alcanzaban, a dicho joven cautivo. Jamás entendió leyes y decretos, que juzgasen a gentes por divinos nacimientos. Gorons, Zoras o Kokiris, apartados era siempre de directrices o nombramientos. Sheikah vasallos y humanos esclavos, enseñado había sido así al joven amo. Mas no entendía la razón, por la cual juntarse no debían, mucho menos procrearían. Diferente era al resto de sus hermanos, más lo era a su hermana conocida.

Daltus, primogénito de Hyrule, ávido de poder era y atreverse a usarlo lo que más gustaba.

Gustaf, segundo hermano, seguidor del primero era y de mente poco abarcaba.

Nohansen, tercero y más temido por su joven hermano. Conocedor era él de la maldad de su corazón, valor no poseía para enfrentarlo. Ansiaba poder, mas tercer sucesor lo era, ocultando facultades que a sus otros hermanos escapaban y al pequeño le intimidaban.

Daphness, era al fin nombrado. No es necesario describirlo, pues conocedores sois de sus ideas y temores, de sus palabras y acciones, de su edad y condición.

Así eran los hermanos, diferentes en actitudes y pensamientos. Y sin embargo, una tortura continua aguardaba al esclavo, fuera acciones de tres e impotencia de dos. Desorden y apatía atraían aquel lugar, sin poder hacer nada el siervo se rindió. Pronto comenzaron las palizas y chanzas, antes miradas culpables e indiferentes. Impresionada la joven estaba, imposible le era hacer nada. Su cuarto hermano la sujetaba, temía que ocurrirle algo a ella le obligaba. Mientras, tres príncipes reían ante dolor ajeno, educados fueron para ello o aprendidos estaban desde antaño.

¡Oh, pobre niño desdichado! ¡Aguantar debes a señores tiranos! Pero así debe ser, destino cruel te fue encomendado.

Una luz blanca se le reveló cuando la señora Impa entró. Buscaba a los jóvenes príncipes y allí los encontró.

-¡Parad ahora mismo, mis nobles señores! ¿Osáis de nuevo desobedecer las órdenes de vuestra regia madre? ¿Y el rey? ¿Cuál será la explicación esta vez? –les reprendió algo apenada, no debía alzar la voz a sus señores.

-¡No es asunto vuestro, señora Impa! ¡Asuntos nuestros son y así serán! ¡Ocuparos sólo debéis de nuestra hermana! ¡Y a ese insolente merecido le estaba! –excusó su comportamiento el mayor de todos, Daltus, arrogante muchacho era.

-¡No dudéis de sus palabras! ¡Verdades como templos son! ¡Atreverse osó contestarnos este mestizo impuro! –secundó Gustaf al primero, miedo él sí padecía hacia la Sheikah.

-¡Recibió su castigo, simplemente! ¡A padre no habréis de avisar de nuestras acciones! –le siguió Nohansen, que a lo único que temía era a su padre.

-¿Qué clase de agravios pudo cometer ese esclavo? ¿Suficientes para hacer perder la cordura y las formas? ¡Miraos, futuros gobernantes de Hyrule! ¡Qué bajo habéis caído! –resonaron las palabras incrédulas del sabio Rauru, que entraba a la sala tras permanecer prudentemente afuera.

Ese sacerdote capaz era que contradecir su falsa versión, pues amistad forjada con su madre y buen consejero de su padre lo abalaban. Más previsivos debieron ser aquellos jóvenes calumniadores, pues debieron recordar que señora Impa y sacerdote a veces veían acompañarse.

-¿Y vos, señor Daphness? No he podido escuchar vuestras palabras, como a sus hermanos.-conocedor era de ser él de la nobleza del corazón del muchacho, comparado con sus hermanos. Mas también sabía que no poseía la audacia suficiente para demostrarlo.

-Yo…-deseaba que no le hubiera preguntado- Sólo puedo afirmar aquello que han dicho mis hermanos...-intentó mostrar valor, pero no podía defender a un esclavo abiertamente, traidor sería de intentarlo.

-¡Mentiras! ¡Sólo son mentiras! ¡Mi esclavo jamás hizo nada! ¡Creedme, sabio Rauru! –la inocencia de una niña era la única que lograba captar el valor necesario para hablar con la verdad.

-¡Silencio! ¡Ingenua eres por defenderlo! ¡No la escuchéis! ¡Sólo son las palabras de una niña! –se veía en apuros el mayor de los hermanos, pues en él recaería la mayor responsabilidad por sus acciones.

-¡Deberíais avergonzaros, mi joven señor! ¡En vos caerá algún día la responsabilidad de gobernar este reino! ¡Actuáis y huis luego de lo hecho! ¡Vuestra nunca ha mentido respecto a su vasallo! –enfurecido estaba Rauru, la honestidad era una virtud importante en un futuro gobernante.

-Si fuera cierta aquella afrenta contra vosotros, jóvenes príncipes, entonces os habéis rebajado a golpearlo en grupo y sin un veredicto de vuestro padre, el rey. ¿Tenéis algo que decir al respecto? –añadió Impa, amparando a su protegida.

En silencio se quedaron aquellos señores y sus mentiras, mirando a su hermana, algunos con ira y otro con desdicha. Marcharon entonces camino al trono, reunirse con su padre era su cometido. Tras ellos fue Rauru, dejando a Impa y a Zelda en ese cuarto.

-¿Os sentís bien, Link? ¿Podéis levantaros? –preguntó intranquila la joven princesa, su dulce corazón se lo pedía.

Niño abusado hacía tiempo que dejó de sentir daño, a pesar de los golpes propinados. Cicatrices y cardenales inundaban su cuerpo, señores y plebeyos eran culpables de ellos. Levantarse pudo hacerlo sin problemas, en silencio se mantuvo hasta que llegó la Sheikah.

-¿Qué decís? ¿Cierto es que respondisteis a los señores? –pregunta que deseó Impa que fuera contestada.

-Dejadlos, señora Impa. Es costumbre que trátenme a mí así, una diversión de los amos. No me siento cansado ni dolorido, acostumbrado estoy a ello. Por favor, hable con Rauru antes de que su padre soberano les reprimenda por un simple esclavo.-pedía humildemente aquel muchacho, aún sabiendo el daño ocasionado.

Un suspiró salió de sus labios, de los de la señora Impa para ser más exactos. Conocedora era de su carácter sumiso, propio de cualquier dominado.

Una princesa lo miraba desolada, siempre era lo mismo, siempre era igual. Entender no podía a su vasallo, a pesar de los abusos, él siempre se dejaba. No era correcto que ama se preocupara para por su esclavo, mas una niña era, de noble corazón también lo era.

Verían al rey pronto, probablemente no con una sonrisa en los labios…

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En la sala del trono, rey y reina se encontraban. Unidos a sus hijos, Rauru e Impa acompañaban. Joven princesa y esclavo allí también se encontraban, esperando las palabras del gran rey que meditaba.

-Siento cierto lo escuchado, solo queda decir…-comenzó relajado, su furia brotó ulteriormente- ¡¿Otra vez con ese mestizo? ¡Fe tenía que habíais madurado! ¡Mas todo ha sido un mero engaño! ¿Idea tenéis de vuestros actos? ¡Cuatro príncipes de Hyrule, golpeando a un esclavo! ¡Y criado de vuestra hermana, nada menos! ¡La ofensa es mayor por ello!

-Decepcionada estoy de vuestro absurdo comportamiento, metiéndoos con ese crío nada menos. Las Diosas perdonarán la furia de vuestro padre, pues lo vuestro no tiene explicación que darle.-habló la reina, después a su hijo mayor- Daltus, el mayor eres de todos los hermanos… ¿Por qué seguís comportándoos de tal manera, que a vuestro padre y a mí nos da pena?

-Madre, he de pediros disculpas a ti y a padre, no debía actuar y sí reflexionar.-arrepentido se sentía, de rodillas lo pedía- Aún así, no encuentro lógica a que hermana mía juegue con sucio esclavo y que lo acompañe a todas partes. Tiempo en exceso pasa con él, más que con sus padres o hermanos.

-Decisión mía fue hace años, en dejar a cargo suyo a tu hermana. Junto a siervos e Impa, han cuidado de ella hasta nuestros días. No es vuestra incumbencia cuestionar tales decisiones, ocupaos de vuestros asuntos y dejad a la princesa con lo suyo. ¿Es necesario repetirlo? -no gustaba en absoluto el comportamiento de sus hijos, desde siempre atormentando al chico.

-¡Ya habéis oído! ¡Si volviera ocurrir, benevolentes no seremos como esta vez! ¡Ahora marchaos! ¡Cosas mejores tenemos que atender! –finalizó el rey, auxiliado por su séquito al levantarse.

Corta fue la audiencia y corta fue la respuesta. Los testimonios no sirvieron, tampoco es que fueran verdaderos. Hartos los reyes estaban de aquello, ese día no estaban para juegos. Prometieron jamás hacerlo de nuevo, al menos delante de su hermana por supuesto, aunque eso no fue lo que dijeron.

Link sabía que nuevas palizas y abusos vendrían, pero siempre tendrían excusa y él siempre sería un esclavo. Lo esperarían cuando menos acompañado estuviera, también aprovechando cualquier fallo suyo que mereciese sanción. Era el predilecto de sus burlas y atropellos, otros criados sufrían también por ellos. Era común en el castillo y otros lados, que los señores abusaran de sus indefensos esclavos. Pero como él no había nadie, pues su dolor era un juego para ellos.

Desde hacía un tiempo, recibía palizas sobre todo de dos hermanos. Sólo el cuarto participaba por obligación, ahora el primero no tenía esa justificación. Con sus catorce años de edad, ciertos instintos aforaban en él, los cuales calmaba con jóvenes muchachas a su servicio. Su atención se centró desde entonces en sus esclavas, dejando a Link descansar más de lo habitual.

En fin, eso era sólo uno de los aspectos de la vida de un esclavo…

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Frío invierno vino tiempo más tarde, ventiscas azotaban los bellos paisajes. Muertos hubo por doquier, no hubo clemencia para aquellos desdichados. Nunca hubo otro invierno como aquel.

En el castillo se sufría también, la noche era peligrosa y sabían por qué. Un sueño del que nunca despertar, ese fue el destino de algunos criados. Nula era la acción del fuego, brotando de chimeneas y poco servían. Se encargaron pieles y demás, nada era suficiente.

Afanarse hacían las sirvientas con la joven, que protegía debía del frío mortal. Cenada y en cama estaba, helada y resfriada. Temor sentían sus padres y hermanos, que perderla podrían si no iban con cuidado. Sabio Rauru santiguado había hecho, doctor comprobado sus síntomas con esmero. Impa observaba, su siervo callaba.

Tiempo más tarde todos salieron, dejando sola a la princesa indispuesta. Menos uno, su fiel esclavo, que bajo pena de muerte hubo quedado. Deber suyo era cuidarla, avisar al médico si algo le pasara.

Dormía las noches en frío suelo, junto a la puerta cual perro o animal. Apenas se servía de trapos para cubrirse, una alfombra sucia donde acostarse. Así había sido siempre, durmiendo en habitación señorial, tal privilegio era inusual. Algunos esclavos dormían besando el suelo de sus señores, otros tantos muy juntos entre ellos.

No dormiría aquella noche, tampoco lo hizo la anterior. Cuidando de la joven se encontraba, avivando el fuego o de acólito si le hablaba.

-Siento frío…me hiela las entrañas…-temblando estaba al muchacho, su color pálido delataba.

-No hable, se le escapa el calor. Resista, su fortaleza podrá con está maldición que se ha propagado por Hyrule. Las Diosas lo impedirán, su muerte no será hoy ni mañana, aún es joven. Encontraré formas de aguardar calor dentro vuestro.-sus palabras pretendían más que animarla, preocupado estaba y ocultarlo no podía.

-¿Podríais…prestarme tu calor? He oído a siervos hablar de ello…sobrevivir me dijeron. Quizás sea algo inusual pediros esto…pero me muero y no sé cómo detenerlo.-pidió la princesa, inocente muchacha inexperta.

Grandes ojos quedaron reflejados en el rostro del muchacho, menuda petición indecente hubo hecho. ¿Siervo y señor compartiendo lecho? ¡Jamás en la vida semejante atrevimiento!

¿Mas le quedaba otra opción? Miró a sus ojos, vidriosos y apagados. Entumecido su frágil cuerpo se encontraba, escalofríos y calambres lo recorrían por completo. Conocedor era de la pena por hallarse junto a su ama, prohibida estaba sus cosas que le pertenecían.

Dudó unos instantes, nervioso se mostraba, deslizándose por las sábanas. Malas sensaciones al cuerpo le venía, de estar con su ama y además en su cama. Expuesto se encontraba a malas miradas, pues al sentir que lo abrazaba sintió que el mundo se acababa. Era sensación extraña aquella que sentía, ese calor nunca lo experimentó.

Insensible a muchas cosas se hizo con los años. Al dolor, al frío, al hambre…ni en sueños esperó eso. Creía anormal esa sensación, quizás los nervios le delataron. Aprovechó para arroparse a ambos, la noche era cruel y dañina. Y más inoportuno fue, cuando sus párpados le abandonaron…

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Mañana reluciente fue la que se encontró, un presentimiento extraño lo embargó y bajarse de la cama debió. Al poco, unas siervas entraron, seguidas de Impa y Rauru, apenados sin motivo.

Alegría se llevaron cuando a Zelda se la encontraron, plácidamente dormida y su fiebre había bajado. Milagro creyeron que fue, no alzaron la voz para despertarla sin querer. Murmullos cercanos advirtieron de una tragedia, ocurrida en el cuarto de sus padres, una vida se hubo ido.

Abandonaron la habitación, dejándola en sus sueños. Link se le acercó, aún confuso por aquello. Ella abrió los ojos, ligeramente cual flor despertar. Lo miró en silencio, lo miró feliz.

-Gracias…mi vida habéis salvado, a diferencia de la de mi hermano.-sinceras fueron sus palabras, desde aquel lecho sin moverse.

Lo había escuchado, fingió desde él despertarse. Un pequeño príncipe, meses atrás vio la luz. Era el sexto de los hermanos, la muerte se lo llevó temprano. Si no nombre no es necesario conocer, apenas había empezado a vivir y su historia jamás se contará. Incluso a los señores les tocaba llorar, otras muertes anteriores habían sufrido. De haber sobrevivido, ahora serían ocho hermanos, siete varones y una princesa. Pero eso no importaba, la vida es dura y hay que aceptarla.

Alegre se encontraba, cumplida su labor estaba. Y también sorprendido, sus palabras lo habían conmovido. Más extraño fue la siguiente acción, princesa contra siervo unidos en un abrazo.

-¿Por qué hacéis esto? Sólo he cumplido con mi deber, indecente es lo vos hacéis.-perplejo se encontraba, acción como esa nunca vio.

-Me has salvado, agradecida estoy contigo. Nadie se quedó conmigo, sólo tú lo hiciste. Siempre has estado ahí, velando por mí. Mis hermanos y mis padres son completos desconocidos para mí, así lo han demostrado. Eres alguien más, no sólo mi esclavo. Eres…un amigo, mi única compañía.-cuatro años bastaban para demostrarlo, pero él seguía sin asimilarlo.

¿Siervo y señora amigos? Permitidme que discrepe, pero de ello no podía surgir nada bueno…

Continuará…

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Nota de Alfax: Con eso de que en Literatura he estado dando la Edad Media y que tuve que leer textos en castellano antiguo o adaptaciones, me ha salido un tanto extraño el capítulo. ¡Ja, ja, ja!

Espero que os haya gustado, me ha costado lo mío. Ahora toca centrarme en los nuevos capítulos de mis otros fics y unos nuevo de Zelda que estoy planeando.

¡Hasta pronto!