Disclaimer: Los personajes del manga/anime de Inuyasha solo le pertenecen a la honorable Rumiko Takahashi, a quien agradezco por haber creado tan magnífico manga. La historia por el contrario me pertenece a mí.

Consecuencias.

Capítulo 1: "Inevitable"

El trabajo lo tenía demasiado estresado; el constante sonido del teléfono, las citas agendadas por los clientes, la compra de nuevos productos y los asuntos individuales de la compañía, se convirtieron en un verdadero martirio. Todo, gracias a que decidió despedir a su incompetente secretaria, pero aun con ella, el estrés jamás se redujo; la sinvergüenza mujer se la pasaba holgazaneando, limpiando y pintando sus largas uñas, atendiendo temas relacionados con su belleza y evitando cualquier deber dentro de la empresa.

Tal vez su paciencia no se habría quebrado si aquella bonita y mordaz lengua se mantuviera en su lugar, pero la impertinente mujer se negó a cumplir con sus obligaciones, ofendiéndolo y gritando una sarta de palabrerías en su contra. Expresó sin más, que cualquier problema de la empresa eran asuntos aburridos y sin contribución a si misma; por si fuera poco, gritó que no auxiliaría a ningún perro como él, a hacerse más rico de lo que ya era.

Bien, aunque no podía arrepentirse del descanso de aquél drama, deseaba tranquilidad y enfocarse a lo que realmente le correspondía como presidente de la empresa. Cansado pasó sus dedos por el cabello oscuro y cerró los ojos con frustración, hace más de dos semanas que no veía a su adorable esposa y ni siquiera salía a divertirse con sus viejos amigos debido al trabajo; el único consuelo es que no era el único. Miroku estaba en la misma situación que él.

Solo que su amigo poseía la buena fortuna de tener a su esposa en el mismo país, Kikyo por el contrario, estaba demasiado lejos para alcanzarla. Las llamadas eran una buena opción, pero lamentablemente no podía fastidiar una sesión de trabajo, el tacto de su esposa solo lograría tenerlo hasta que ella volviera.

Desesperado, se levantó bruscamente y caminó hacia el pequeño sofá ubicado en una esquina de su oficina, la necesidad de dormir un poco y recuperar energía lo incitaron a dejarse llevar por el sueño. Más tarde, prometió, se pondría al corriente con los papeleos.

Este no era su día de suerte, los pies le dolían y su estómago gruñía, exigiendo algo para comer, había pasado toda la mañana buscando un empleo, pero en las agencias que se había presentado ninguno necesitaba a una fotógrafa recién graduada; para todos ellos, solo era una novata.

Se detuvo frente a un enorme aparador, su mirada café inspeccionó las prendas de marca y la elegante joyería, podría comprarla, una pieza por mes se dijo a sí misma, pero eso equivalía a gastar todo su dinero o lo poco que quedaba. Si conseguía un empleo debería cambiar su atuendo, verse elegante y sofisticada, presentía que los ajustados jeans y sus zapatillas de deporte no eran la elección correcta, menos si su misión era trabajar en una empresa de modelaje. Pero el atuendo más formal que poseía era una desgastada falda color verde olivo y una blusa holgada que alguna vez perteneció a su abuela. Y en cuestión a zapatos, podría usar los de su madre, aún calificaban como modernos, pero caminar con ellos sería un verdadero castigo. Suspiró cansada, acercándose más al cristal, observando detenidamente cada prenda; la idea de poseer algo así la llevo a considerar la opción de casarse, conseguir un novio o un apuesto hombre rico como amante. El ridículo pensamiento casi la hizo reír, la posibilidad de hacerlo era nula, primero, porque para su desgracia su corazón ya había sido roto, segundo, la palabra amor sonaba tan vacía para ella y tercero, nadie con un estatus superior voltearía a darle una segunda mirada. No es que fuera horrible, pero se consideraba una aburrida.

Además, ¿podría ella convertirse en la aventura accidental de algún hombre rico? Alguien que quedara fascinado por ella, atractivo y que no fuera lo suficientemente viejo. Sin compromisos de por medio, aunque solo se aventurara a disfrutar de aquello. Evidentemente no, ella no era así, su último novio era un recuerdo lejano de cuando tenía quince años y nunca permitió que las cosas pasaran al siguiente nivel, bien podría haber pasado por anticuada o porque a pesar de que era un joven apuesto, temía ser usada y abandonada. A veces, en ocasiones tan extrañas como esta, desearía ser una mujer seductora, atrevida y sin problemas a disfrutar de su sexualidad; no necesariamente entregarse por joyas o dinero, solo por placer.

Deshaciendo la neblina de su mente, dejo de mirar aquél lujoso aparador y continuó con su camino, dentro de poco necesitaría pagar el departamento que alquilaba y algunas cuentas pendientes, su familia la apoyaba, pero con la delicada salud de su abuelo y el colegio de su hermano menor, los gastos eran mayores a cuando ella estaba bajo su protección. Si lograba conseguir un empleo y no necesariamente como mesera, igual que cuando estuvo en la Universidad, ayudaría a su familia y facilitaría su propia independencia.

Sumida en sus pensamientos y los planes que trazaba, no se dio cuenta que estaba a pocas calles de la casa de Sango; la mujer que por años había sido su inseparable amiga y que después de la trágica perdida de su familia, ahora poseía la oportunidad de crear una nueva. Ambas estudiaron juntas desde pequeñas, después de que Miroku apareciera en escena, ambos se mudaron a Tokio como pareja, cinco años después, su amiga estaba casándose con el hombre a quien todo mundo conoció como un mujeriego. Kagome se unió a ellos después de terminar la preparatoria, la universidad pareció ser el capítulo más difícil de su vida, con un trabajo a medio tiempo y una beca, la oportunidad de terminar su carrera se veía lejana, pero afortunadamente lo logró. Sin embargo, esta nueva etapa, se consideraba un desafío para una novata como ella.

Reduciendo la distancia entre la enorme puerta de la casa y la avenida, se atrevió a tocar el timbre y esperó con calma. El cerrojo hizo aquél típico "clic" y el sorprendido rostro de su amiga apareció frente a ella, Kagome esbozó una frágil sonrisa, la vergüenza desplazada a un rincón oscuro. Sango se sacudió las manos llenas de harina, llevaba un delantal blanco sobre sus caderas y las mejillas manchadas por lo que debía ser chocolate. El simple pensamiento de comida la hizo consciente de su estado de debilidad, su estómago protestó en queja e imploró por un pedazo de alimento. Sus mejillas se sonrosaron ante la reacción de su cuerpo, Sango soltó una risita a modo de burla.

—Vamos, estaba preparando un postre— invitó, Kagome la siguió poco después de cerrar la puerta. El dulce aroma tentó sus sentidos, la cocina era enorme al igual que toda la casa, pero a pesar de ello y del nivel económico de su amiga, no se sintió intimidada. En algún momento Sango trabajo en un bufete de abogados, por más de un año ella fue toda una celebridad, antes de decidirse a continuar su vida como una esposa dedicada. Kagome no la culpaba, pero sabía que en el fondo, su amiga extrañaba aquella rutina.

Vio los últimos detalles de lo que sería una deliciosa tarta, su amiga en silencio decoraba el postre y ella lo miró con anhelo. Su dedo robó un pedazo de crema antes de ser regañada.

—¿Y bien?— indagó la castaña —Suéltalo, te ahogarás si no lo haces.

Kagome rió. Se recargó contra el fregadero y suspiró, sus ojos prestaron atención a la ventana que mostraba el tranquilo vecindario.

—No es nada— mintió y guardó silencio por unos minutos. Sango sabía que lo mejor era no presionar a la joven, ella hablaría y derramaría sus problemas en un momento, así que continuó con su labor. —¿Crees que me equivoqué al elegir mi carrera?— preguntó después de casi una eternidad.

Sango enarcó una ceja.

—No lo sé— se encogió de hombros —Yo me equivoqué al elegir leyes en lugar de diseño, pero una vez que entré a la facultad y al graduarme, mi primer juicio me hizo ver la realidad. La adrenalina y el poder me arrollaron peor que un orgasmo.

Kagome le ofreció una mueca de disgusto, tomó una servilleta de la loseta y la lanzó a su amiga. La risa de la otra mujer llenó el espacio.

—No fue un error, Kagome— el rostro salpicado de diminutas pecas volteó a mirarla —Sé que amas lo que elegiste, pero temes al futuro. Es normal, todos sentimos ese miedo. Era como estar protegidos dentro de una capa antes de ver el mundo real, pero no te rindas.

La azabache asintió.

—Con mil deudas sobre mi cabeza y sin un empleo fijo temo que volveré a Niigata, mi madre espera que regrese y ayude con el templo.

Sango hizo un gesto despectivo.

—No lo hagas— casi suplicó —Ahora eres libre, disfruta de esto antes de rendirte. Consíguete un buen chico y móntatelo hasta el cansancio.

La expresión indignada de Kagome logró hacerla reír.

Kagome comprendió aquello. Era una novata, pero lograría salir adelante. Se acercó con pasos pequeños a la mesa en el centro de la cocina y robó una buena porción de tarta antes de que Sango la golpeara. La risa de ambas volvió a estallar, alejando los fantasmas sobre la mente de Kagome.

Miroku entró a la oficina del presidente, burlándose interiormente por el puesto que su amigo ocupaba; tener su propia empresa era la mejor realización en la vida, pero por otro lado, ocuparse de que fuera la numero uno en el mundo, era una tarea sofocante. Sobre todo, si ésta casi había rayado la ruina con el anterior presidente. Suspiró antes de buscar con la mirada a Inuyasha, el sillón de cuero, tan típico de toda empresa, lo saludó vacío y sin su ocupante más importante. Sorprendido caminó hasta el escritorio de madera, el olor a tinta lo abrazó junto con el característico calor de la habitación, sus ojos azules dieron un vistazo al ventanal detrás de la mesa del presidente, un enorme anuncio cubría parte de la maravillosa vista. Giró y encontró el cuerpo estirado del ojidorado sobre el sofá, laxo y perdido en lo que parecía un sueño profundo.

A escasos pasos distinguió las ojeras en el rostro de su joven presidente, el cabello revuelto y la barba que ya comenzaba a cubrir las mejillas del hombre. Sintió un poco de lastima por su amigo, algo que nunca admitiría frente a él, de lo contrario recibiría una golpiza. Pensó en una manera eficaz de ayudarlo, pero sabía que era inútil, no había nada al alcance para liberarlo de sus tareas diarias; toda la empresa estaba atascada de trabajo, incluyendo a los nuevos empleados. El presupuesto por otro lado, era muy poco para bajar la guardia. Inuyasha estaba en un momento difícil, después de años de llevarlos nuevamente a la cima, la compañía Taisho tenía un problema y estaba casi seguro, que si no lograban solucionarlo, perderían la posesión más preciada de Inuyasha Taisho.

Cerró su mente a ideas pesimistas y decidió despertar a su amigo.

—Inuyasha— llamó, tocándole el hombro. El ojidorado solo refunfuñó algunas palabras y se acurrucó más en su improvisada cama. –Vamos Inuyasha, tenemos trabajo— intentó de nuevo.

Las últimas palabras penetraron la bruma del sueño, el joven pareció reaccionar, abrió con pereza sus ojos, mostrando un dorado apagado y ausente, antes de recobrar el usual brillo intenso del ámbar. Se irguió, llevando su mano derecha a la cabeza, tratando de eliminar la molestia en las paredes de su mente. Tanteó y acarició la larga melena, una señal de rebeldía a todos aquellos cretinos que se creían mejor en el negocio.

—Lo siento— se disculpó, un bostezo escapó de su boca —No he dormido lo suficiente— confesó, recostándose por última vez en el respaldo del sofá.

Miroku sonrió en comprensión.

—Está resultando difícil, ¿cierto?— dijo mientras introducía sus manos en los bolsillos de su pantalón —Entiendo que no puedas tomarte un descanso— lo vio tallarse los parpados —Una vez que todo esto se resuelva, vayamos a beber un trago— su amigo le confirmó con una sonrisa. Miroku estaba a punto de irse, pero el solitario escritorio acaparó su atención, un puesto que debería estar ocupado por algún empleado para facilitar las obligaciones de Inuyasha. –¿Por qué no contratas una nueva secretaria?

Inuyasha bufó.

—¿Para qué? ¿Para que grite que soy un perro ambicioso? No, gracias. Una empleada más no solo restaría recursos financieros, también retrasaría el trabajo— se levantó con la intención de continuar su trabajo.

—Imagino que si es como Tsubaki no habrá diferencia, pero existen millones de chicas enérgicas— dio un tono pícaro a la última palabra —Una mujer te ayudaría a dormir mejor.

El joven presidente comprendió la nota impresa en ese consejo. El inútil de su amigo no solo se refería a una secretaria, también a su vida personal.

—¿Una chica enérgica?— interrogó cambiando la dirección de la conversación. —¿Estás seguro que no buscas la forma de meter a una mujer en tu cama?— Miroku negó con una sonrisa, levantó su mano y le mostró el anillo que envolvía su dedo anular.

—Siendo sincero, el único que necesita meter a una mujer en su cama eres tú— después de decir esto, Inuyasha no solo le mostró la argolla dorada de matrimonio, también enseñó su dedo medio. Miroku volvió a reír, hacia tanto tiempo que no bromeaba con su amigo que se sentía nostálgico. —Por otro lado, las condiciones en las que estamos no son agradables— señaló, recuperando la seriedad en el asunto —Necesitamos un poco de ayuda y creo que eres consciente de ello.

Inuyasha suspiró, llevó sus dedos hasta su rostro y apretó el puente de su nariz. —Bien, es verdad que necesitamos ayuda, pero no contamos con el tiempo para entrevistar a una candidata o candidato; sin embargo, debido a tu excesiva preocupación por mí, te cederé esa tarea importante. Busca una excelente secretaria, que cumpla con cada requisito y las cualidades necesarias, pero sobre todo, no solo tomes en cuenta su apariencia y no descuides tus responsabilidades a causa de ello. Le contaré a Sango todo si coqueteas con alguna, ¿entendido?

Miroku solo se permitió expresar su disgusto, cualquier queja que tuviera quedó acallada por la fría mirada del presidente.

—¿Hablas en serio?— resignado ante la afirmación de su amigo, dejo caer sus brazos a los costados —La buscaré— aceptó —Y cuando la encuentre, deberás darme las gracias por salvar tu vida.

Inuyasha lo miró con la ceja arqueada, colocó su lapicero entre sus dedos y esbozó una pequeña sonrisa.

-Sí— la maldita sonrisa engreída jamás desapareció —te daré las gracias por salvar mi pobre vida— enfatizó con burla —Ahora ve y continua con los pendientes. No olvides, mientras más rápido la encuentres mejor.

Miroku salió de la oficina con el ceño fruncido y la mente agotada. Mañana mismo comenzaría a buscar una, no creía que fuera tan difícil. Al menos, eso esperaba él.

Sango cocinó aperitivos para su amiga, trató de consolarla y darle el apoyo que necesitaba. Las cosas serían más fáciles si Kagome aceptara vivir con ellos, pero también comprendía la necesidad de demostrarse a sí misma que podía con el reto. Era la misma situación que la de ella cuando decidió vivir lejos de aquello que conocía, pero a diferencia de su mejor amiga, Sango tuvo a Miroku como apoyo, su marido fue el motivo y el refugio que siempre estuvo presente.

Suspirando, colocó una taza de té frente a la joven y acarició el cabello azabache. Minutos después, se escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse, ella levantó su mirada café y esperó a que su marido hiciera aparición en la sala.

—Estoy en casa— gritó el ojiazul. Sango respondió con el habitual "bienvenido", a su lado Kagome esbozó una sonrisa traviesa.

—¡Bienvenido a casa cariño!— exclamó la recién graduada con una vocecita de ardilla.

Miroku regresó el gesto con una enorme sonrisa.

—Buda al fin me ha bendecido con dos esposas— el pelinegro unió sus manos en un rezo silencioso de agradecimiento. Ambas mujeres rieron.

—Bueno, ya es hora de que vuelva a casa— se puso de pie, Sango la imitó al instante. —Gracias Sango— hizo una reverencia de despedida a su amiga y luego a Miroku, este se la devolvió con gusto.

—Espera— Sango se apresuró hasta llegar a Kagome —Te llevaremos.

Miroku asintió, tomó de vuelta sus llaves y fue detrás de su esposa. Kagome negó.

—No es necesario— tranquilizó —tomaré un taxi y además Miroku parece exhausto— él agradeció el gesto, pero aquella mujer era importante para él como para su bella esposa. Temía que a veces, se comportaban como una pareja de padres preocupados por su problemática hija y aun así, no cambiarían su forma de expresar cariño a la chica.

—¿Estás segura?— preguntó Sango, recibiendo un asentimiento por parte de la pelinegra. Miroku observó la mirada de preocupación en el rostro de su mujer y luego una de infinito amor hacia la joven.

—¿Sucede algo?— inquirió, notando la misma expresión de pesar en el rostro de Kagome.

—Hay algunos inconvenientes, pero nada serio.

—Kagome no ha conseguido un trabajo— informó la castaña, ganándose un gesto de reproche. La mente del ojiazul se enlazó en segundos. La facilidad de una respuesta llegó a trompicones a su boca y ni siquiera se molestó en analizarla.

—Sango— regañó la azabache. Suspiró y luego enfocó su atención en su amigo. —No se preocupen por mí, estaré bien— agarró su bolso, atravesando la correa sobre su pecho; luego se agachó y se puso sus zapatillas de deporte, ya desgastadas por el constante uso.

—¡Kagome!— gritó el marido de Sango. Tendió una mano hacia ella, como si con ese gesto evitara que ella se fuera. —Tengo una propuesta. Creo que puedo ayudarte— estuvo tentado a abrazarla y agradecer al destino por su buena suerte. Kagome lo miró confundida.

—¿A qué te refieres?— Sango estaba igual de confundida que su amiga ante la reacción de su esposo.

—Trabaja para nosotros— pidió, ella casi se cae por la impresión.

—Yo te agradezco el gesto, pero…— sus ojos se desplazaron por toda la casa, teniendo la falsa idea de a qué se refería Miroku.

—Explícate— la orden de Sango cortó cualquier replica de Kagome.

—Necesitamos una secretaría en la empresa, Inuyasha despidió a la última y tenemos demasiadas tareas, que es imposible resolverlas sin ayuda.

Kagome exhaló un suspiro de alivio. Casi creyó que Miroku se refería a trabajar aquí, en la enorme casa. En todo el tiempo que venía nunca vio una sola persona de servicio, así que sus sospechas eran infundadas. Ahora, con la aclaración, Kagome prestó atención a la información de Miroku.

—Tu oferta es buena, solo que Kagome es una fotógrafa profesional, no una secretaria. Tendrás que buscar a otra persona— la esperanza de Miroku cayó al suelo, golpeándose mentalmente se atrevió a disculparse con su amiga.

—No es una mala idea— cortó Kagome, llamando su atención —Es decir, nunca he trabajado en una oficina, así que me costará acostumbrarme. Creo que no será difícil, puedo usar una computadora y me esforzaré al máximo. Así que puedo hacerlo— su mirada café ascendió hasta trabarla con la azul de Miroku.

Los ojos de Miroku brillaron nuevamente y con más intensidad.

—¿Harías eso por mí?

—No lo hago por ti— murmuró la joven, no queriendo ofenderlo —Necesito un trabajo. Además, no estoy en posición de desaprovechar una oportunidad.

—Sin embargo— interrumpió la castaña —Miroku deberá presentarte con el presidente, conozco a Inuyasha y no aceptará que seas su empleada solo por ser nuestra amiga—. Ambos asintieron en acuerdo, Sango sabía que el presidente de la compañía Taisho era un engreído y soberbio hombre. La amabilidad no formaba parte de su persona.

—No será difícil, tengo su aprobación con respecto a esto y además Kagome tendrá mis referencias, yo sé que es una excelente chica en cuestiones laborales y con la experiencia suficiente. No hay por qué preocuparse.

Sango concordó con aquello, sonrió a su mejor amiga, agradeciendo la nueva oportunidad que su esposo le daba.

—¿Cuándo debo presentarme?— preguntó un poco ansiosa.

—Mañana mismo, te recogeré a primera hora— hubo una chispa de miedo en los ojos de Kagome que desapareció tan rápido como apareció —Todo saldrá bien.

Kagome respondió con una sonrisa, volvió a despedirse, negando de nuevo la oferta de ser llevada. Si se apresuraba, lograría conseguir un conjunto decente para su entrevista de mañana. Dudaba que diera una buena impresión con lo que traía. Contenta por el nuevo giro a su vida, se propuso no echar a perder esta oportunidad.

A la mañana siguiente, ella y Miroku se encontraban frente a un enorme edificio de cristal; tan magnífico como era daba un aspecto de poder que solo logró intimidarla. Estaba casi segura que solo las personas de la alta sociedad entraban ahí. Siguió a Miroku, quien le ofrecía su brazo para entrar.

La recepción solo exhumaba lujo y elegancia, guiada por su amigo, llegaron hasta donde se encontraba una mujer joven, Kagome dio su nombre y el motivo de su visita, agradeciendo la amabilidad de la fémina, volvió con Miroku y ambos subieron al ascensor. Negar sus nervios sería una pérdida de tiempo, nunca había entrado a un lugar como ese y la sola idea de imaginar al dueño de ese palacio, la hacía estremecer.

El elevador continuó su camino hasta el último piso, las puertas de metal lanzaron su reflejo, una mujer casi desconocida la miraba en aquél material brilloso. La ansiedad invadió su mente un instante solo para ser disipada en segundos. Esta no era su primera entrevista y aun así, no pudo abandonar la agitación que sentía, la debilidad y el ligero temblor en su cuerpo. Volteó a ver a su acompañante, él se mostraba demasiado calmado, dominaba la situación con todo el temple del mundo. En estos momentos, deseo ser como él.

—¿Nerviosa?— el ojiazul la observaba minuciosamente.

La joven se mordió el labio inferior, respondiendo a la pregunta.

—Tranquila— confortó, brindándole valor para aguantar la extraña sensación que emanaba de sí misma.

El ascensor se abrió, mostrándole una estancia enorme, había dos únicas puertas en cada extremo, una frente a otra, un escritorio ocupaba el espacio más cercano a una de ellas, pero carecía de cualquier adorno o detalle, completamente vacío. La sensación de frialdad la instó a huir. Tragó saliva con dificultad, un nudo de inseguridad se apretó en su garganta.

Miroku permitió que ella le precediera, luego se detuvieron frente a una de las puertas de madera.

—¿Lista?— inquirió, ella asintió muda.

Miroku suspiró antes de atreverse a tocar la puerta. La ronca voz del otro lado la sobresaltó, su amigo le dio una última sonrisa y abrió la puerta.

Adentro, lo que más logró impresionarla, fue la vista detrás de aquél hombre. Su mirada entonces descendió hasta posarse en quien suponía era el presidente, sentado sobre un asiento de piel y escondido tras un escritorio de madera, había un atractivo caballero, ajeno a la inesperada presencia.

—Inuyasha— llamó, la otra persona levantó su mirada, posándola primordialmente sobre Miroku —Ella es Kagome Higurashi— presentó, la inseguridad trepó sobre él al sentir la intensidad de aquella mirada.

Kagome lo inspeccionó, mientras él observaba a Miroku. No había mucho que detallar debido a la distancia, pero sabía que ese hombre expiraba autoridad y control. Notó además, que era demasiado joven como para ser el dueño de una compañía tan grande; pero no podía deducir más, él mantenía una expresión calmada y sus ojos se ocultaban detrás de esos anteojos de cristal, oscureciendo el color real de su mirada, a simple vista parecían ser de color café. El escrutinio se rompió, cuando inesperadamente, aquél individuo enfocó su vista en ella. Había una muda pregunta en sus ojos.

Inuyasha prestó atención a la joven que había traído Miroku, una mujer curvilínea y definitivamente guapa; la falda en color rojo se ceñía con gracia a sus caderas, estilizando la silueta femenina, llevaba unos altos tacones del mismo color que su falda y una blusa a juego en color blanco. Los ojos de Inuyasha subieron hasta aquella expresión sorprendida, el cabello negro azabache estaba recogido en una media cola, presumiendo el largo que casi tocaba el inicio de las caderas femeninas. Toda ella gritaba sensualidad y placeres ocultos, algo que un hombre nunca se atrevería a negar. Los carnosos labios de un rojo intenso y brillante llenaron de fantasías su pervertida mente. La preciosa cereza frente a él era un pecado andante.

Fue todo un reto despegar su ansiosa mirada de ella y regresarla a Miroku, quien hasta ese momento no había dicho más que el nombre de la joven.

—¿Y bien?— demandó con voz ronca.

Miroku tardó unos segundos en rebobinar sus ideas.

—Ella será tu nueva secretaria.

Inuyasha casi rió, era evidente que su amigo se dejó llevar por la apariencia de la mujer. No era algo extraño, tratándose del mujeriego de Miroku.

—¿Es así?— volvió su atención a la callada chica —señorita Higurashi, soy Inuyasha Taisho— arqueó una ceja y sonrió de medio lado —Disculpe mi falta de respeto y por favor tome asiento— ella obedeció, sentándose frente al enorme escritorio. —Bien, ¿sabe cuál es el puesto que quiere tomar?

Kagome asintió sin evadir la mirada del caballero.

—Es un buen avance— cruzó los brazos encima de la mesa —¿Qué experiencia tiene sobre el empleo?

La azabache lo miró avergonzada.

—Temo que ninguna.

Inuyasha sonrió con su típica arrogancia. ¿Ninguna? La estupidez de su mejor amigo le quedó clara.

—¿Cuál fue su anterior empleo?— volvió a interrogar.

—No fue un empleo fijo, trabajé como mesera antes de graduarme en la universidad.

—¿Qué universidad?

—La universidad de Tōdai.

Esa información sorprendió al presidente. Evaluó con calma a la mujer, ella no bajó la mirada a pesar de la intensidad de su examen.

—Supongo que tienes referencias de la universidad.

Kagome negó. No poseía más que su título y certificado de carrera.

—Entonces, ¿cuáles son tus referencias? No son útiles las de un trabajo de medio tiempo.

—Te aseguro que es una chica eficiente— defendió Miroku. Inuyasha lo interrogó en silencio, asimilando el asunto.

Una sonrisa nerviosa fue la respuesta del ojiazul.

—¿En qué te matriculaste?

—Soy fotógrafa profesional— contestó ella, cada vez más desanimada. Inuyasha achicó los ojos y dio una mirada recelosa al inútil de Miroku.

—Así que, has traído a una chica recién graduada en fotografía para que sea mi secretaria, ¿No te parece esto una broma de mal gusto?

—No, nunca bromearía de esta manera y menos usaría a Kagome. Es importante que la contrates porque…

—No seas insensato— interrumpió, olvidándose momentáneamente de Kagome. —No contrataré a una chica que debería estar en el área de diseño y no aquí. Consigue a alguien más, no la aceptaré.

—No es necesario— la voz de Kagome hizo que Inuyasha disminuyera su temperamento y la mirara fijamente, esperando a que continuara —Quiero el trabajo, puedo hacerlo y me esforzaré por no fallarle.

Inuyasha la observó un tanto exasperado y respiró tratando de recuperar su calma. Echó un vistazo a Miroku antes de fulminarlo con la mirada.

—¿Cuántos años tienes?— ella se desconcertó ante la pregunta, pero aun así contestó.

—Veintidós— él gimió, era tan joven como la imaginaba; con un último respingo y apoyando su frente contra su mano, se decidió a aceptarla.

—Está bien— declaró —A partir de hoy eres una empleada de esta empresa, entiendo perfectamente el conflicto de ser una recién graduada; así que después de obtener referencias de la empresa podrás elegir qué camino tomar.

Kagome casi saltó de felicidad, sonrió tanto como pudo y agradeció al presidente. Inuyasha se levantó de su asiento y le ofreció la mano, se desprendió de los anteojos y dejó boquiabierta a su nueva secretaria.

—¡Cielos!— exclamó cubriéndose la boca. Inuyasha la miró extrañado ante su repentina agitación, esperando que era lo que observaba tanto de él —Sus ojos son dorados— la fascinación de la bella dama dejó atontado a Inuyasha.

Ella rodeó el enorme escritorio, se acercó con delicadeza y tomó su rostro entre sus manos, escudriñando sus ojos con mucha atención; la cercanía y el ímpetu de la chica casi le hicieron sonrojar. Su mente quedó atrapada bajo el hechizo de aquellos ojos cafés.

—¿Puedes creer que existan unos ojos tan hermosos?— se preguntó a sí misma. La intensa mirada se desplazó por todo su rostro, Kagome sonrió al verlos moverse, las pupilas se dilataron consumiendo una pequeña parte del precioso ámbar. El color de la miel y el oro luchaban en aquellas esferas con la finalidad de encantar a quien los viera. —Nunca había visto ojos tan magníficos.

La extraña chica embelesó a Inuyasha, su actitud y deliberada expresión penetró hasta el rincón más oscuro de su ser. En el pasado su mirada siempre fue un arma de seducción, pero jamás una mujer se perdió en ellos como esta, ni siquiera su propia esposa se tomaba el tiempo para apreciarlos con tanta delicadeza y concentración.

Miroku carraspeó, rompiendo el trance de Kagome. Ella reaccionó impresionada por lo que había hecho, alzó su cabeza y se encontró ante el rostro sonriente de su nuevo jefe, él enarcó una ceja y ella se apresuró a liberarlo. Un furioso sonrojo acudió a sus mejillas y el nerviosismo la atrapó en sus redes.

—Discúlpeme— jugueteó con sus dedos. Ese arrebatado comportamiento la había dejado como a una tonta.

—No hay problema— Inuyasha sonrió, demasiado consciente de la vergüenza de ella. —Bienvenida a la empresa, Kagome.

Kagome le devolvió la sonrisa. —Será un placer trabajar con usted, Señor Taisho.


N/A: Comencé con la edición, en esencia el capítulo es el mismo y siguiendo exactamente la anterior dirección, solo agregué y quité lo que enturbiaba la lectura. No es perfecto y lo sé, pero me hizo sentir mejor a como estaba antes. No todos los capítulos serán editados, creo que solo hasta el ocho o nueve, avisaré en la última actualización que haga hasta donde editaré.

A quienes me siguieron desde que publiqué la historia, quienes me aceptaron a pesar de la crudeza en mi redacción, gracias por su apoyo, por el constante seguimiento y por leer este fic. Creo que a aquellos que me leyeron de principio a fin, que notaron mi desarrollo como escritora, tienen el gran derecho de aplaudir y abuchear mi trabajo. Pero no a insultarme, así como los que no leyeron ni la mitad de la historia. Nunca les daré el derecho si solo califican el primer capítulo, lee de principio a fin y trataré de comprenderte.

Bueno, estaré editando y reemplazando, no hay manera de que se den cuenta cuando subo un capítulo editado, pero comenzaré con esto.

Besos:

Layla Ryu.