Título: Fata Morgana

Pairing: Erik/Charles

Rating: M

Notas: Acabo de terminar este fic hoy, así que estaré actualizando con rapidez :D

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen Marvel ya quisiera yo tenerlos para mí.

Resumen: Erik no sabe que esperar de Charles Xavier, cuando acepta quedarse en la CIA.


(En una playa, donde lo está perdiendo todo)

Las olas siguen golpeando la arena con fuerza, pareciendo ser lo único que se mueve en el momento, el agua revotando en tierra firme como si la posibilidad de una tercera guerra mundial no estuviera jugándose en el momento.

La voz de Charles se oye por sobre el sonido del mar, haciendo que Erik quita su vista de los misiles que sostiene en el aire con solo su poder.

–Erik –Charles dice casi en un susurro, acercándose hasta él–, tú dijiste que somos los mejores hombres. Si sigues con esto, no habrá forma alguna de reparar el daño que Shaw intentó causar.

Sus ojos brillan con intensidad, con aquella determinación que admira y que le frustra tanto en momentos como éste–, Eres tú quien no entiende, Charles. Ésta será siempre su respuesta, atacarán una y otra vez para derrotarnos, para someternos. ¿Es eso lo que quieres, lo que ves en nuestro futuro?

Charles suspira, moviendo una de sus manos hacia su sien, sacándose unos mechones de los ojos, sin correr su vista–, Esto es lo que Shaw se proponía, Erik. No quiero creer que seguirás con su ideología, que tus palabras en el submarino eran ciertas –con lentitud pone una de sus manos sobre el hombro de Erik, sin fuerza–, eres mejor que esto, amigo mío. Sé que en ti hay más que toda esta furia. Si sigues por este camino, no habrá retorno, Erik.

Su mano cae y por primera vez durante la conversación, Charles mira hacia el océano, a los barcos.

Erik no contesta, siente en su cabeza mil pensamientos, hasta que algo en las palabras de Charles sobresalen entre todo lo demás–. ¿Mis palabras en el submarino? ¿Cómo puedes saber? –le contesta, aún con la mano alzada, manteniendo las armas a su alcance.

–Estaba sosteniéndolo –murmura Charles sin mirarlo–, debía hacerlo, debía –cierra los ojos y aprieta los puños para luego abrirlos con lentitud–, pero tú lo sabías, ¿no, Erik?

Y Erik no puede pensar, no puede moverse, se siente paralizado, completamente congelado ahí, con su mano estirada, indicando a los misiles, sosteniéndolos con todo su poder. Sus ojos están fijos en el telépata, y los latidos de su corazón parecen ser el único sonido que puede escuchar.

El casco de Shaw se siente frío contra su sien, impidiéndole sentir el aleteo de la mente de Charles.

Sabía, por supuesto que supo en el momento, en ese ansiado momento cuando tuvo a Shaw a su merced, cuando contó hasta cinco y movió la moneda como no pudo hacerlo hace tantos años atrás, quien le dio la oportunidad fue Charles, utilizando su telepatía. Fue Charles quien recibió su respuesta sobre la aniquilación de los humanos, fue Charles quien fijó a Shaw, lo sostuvo mientras una moneda atravesaba su cabeza. Fue Charles quien se convirtió en su cómplice.

Pero escucharlo, viéndolo ahí parado, con una postura derrotada, mirándolo con esos grandes ojos azules, tan llenos de algo. De emociones que odia pensar. ¡Es su culpa! Piensa furioso, su maldita culpa por ese afán mártir que tiene, él nunca le pidió que sostuviera a Shaw mientras lo mataba.

Pero Charles lo hizo y eso…

Suspira con lentitud, sintiendo el aire entrar y dejar su cuerpo.

Y recuerda.


(En un comienzo, cuando lo conoce)

Erik no sabe que esperar de Charles Xavier, cuando acepta quedarse en la CIA.

El hombre es un profesor y parece uno, con la forma en la que viste, pareciendo tratar de verse por lo menos treinta años mayor. O cuando habla de su tesis o las mutaciones que tienen los otros, los ojos brillándole con entusiasmo, moviendo las manos para intentar graficar lo que dice y explicando con detalles cualquier duda que tengan.

Y también si la ropa que ocupa y la forma en la que habla indica algo, es su cuna de plata. Xavier es un hombre de clase, no de nuevo dinero como muchos otros americanos, si no que de familia rica. El modo en el que se maneja, con una mezcla de refinada modestia y arrogancia sutil, en otros hombres sería increíblemente molesto, pero en él, Erik cree que es entrañable.

Es un hombre imposible, que Erik no debería encontrar simpático por motivo alguno, sus diferencias son demasiado grandes. Charles no lo entiende, por más que diga que sabe todo sobre él.

Intenta decirse que el único motivo por el que aceptó seguir trabajando con la CIA, es porque con ellos encontrará a Shaw más rápido. Porque ellos tienen más posibilidades e información. Pero dentro de sí sabe que el entusiasmo de Charles, la forma en la que sonríe luego de estar conectado en Cerebro, con nuevos paraderos de gente como ellos, es casi contagiosa.

Cuando Charles habla de un nuevo mundo, en donde ellos estarán viviendo como una gran comunidad, donde no tendrán que esconderse y podrán ser libres, Erik quiere creer que es posible. Que alguien tan destruido y reconstruido a base de odio y dolor como él, tiene un lugar en un mundo así.


El viaje de reclutamiento hasta ahora no sido tan positivo como Charles le dijo que sería. De dos lugares a los que han ido, en uno fueron rechazados de buena forma y en el otro les dijeron que se largaran a patadas. En el primero, una chica veinteañera con el poder de ver a través de la materia les dijo simplemente que ella estaba bien con su vida. En el otro lugar, donde les fue peor, el muchacho de unos quince, con la capacidad de levantar diez veces su peso, los amenazó con llamar a la policía si no se iban, creyéndolos algún tipo de pervertidos sexuales. El único motivo por el que se fueron pacíficamente, fue porque Charles se negó a causarle problemas, impidiéndole que le diera una lección al chico.

Por eso que cuando el joven profesor le ofreció ir a un bar a ahogar las frustraciones, Erik no pensó en refutar la invitación.

Y así se encuentra ahora, con algunos vasos de ginebra dentro del cuerpo, viendo con cierta diversión al refinado Charles Xavier, beber su peso en alcohol.

–Es bastante interesante, esto de las mutaciones –le dice Charles con los ojos muy azules y las mejillas sonrojadas por la bebida–, son una de las causas de la evolución, del proceso de selección natural. Pero no todas las mutaciones son grandilocuentes. Nuestras propias características físicas son en parte mutaciones, mi amigo –Charles se acerca, soltando la mesa en donde apoyó su mano, hasta quedar frente a frente a él, como si le fuera a contar un secreto–, tus ojos por ejemplo, son de color verde, un color causado por la intervención de los genes EYCL1 y EYCL3 y una cantidad moderada de melanina. Es un color muy macanudo, Erik.

Lo último lo dice aún más de cerca, moviendo una de sus cejas, como para darle más poder a su punto, para luego beber el resto de lo que le queda en el vaso y volver a llenarlo hasta la mitad.

Erik aguanta la risa, preguntándose hace cuanto tiempo que no lo pasa tan bien, mientras ve al profesor tratar de mantener un equilibrio en la silla, sin dar vuelta el vaso en la tabla.

–Y esa línea te sirve para algo –pregunta con diversión.

Charles frunce el entrecejo, como si sospechara que Erik se está riendo de él–, de vez en cuando, aunque tendría que aceptar que últimamente no mucho –finaliza con un ligero mohín en los labios.

–Eso veo, creo que Raven mencionó algo de tus líneas hace unos días, a Hank – le dice.

Charles cabecea, y de un momento a otro crispa los dedos, mirando con molestia a Erik–, sí, y ahora que recuerdo, Raven mencionó que le aparecías en cada momento que estaba a solas con Hank. No sé porque lo haces, pero como su hermano mayor – diciendo las palabras hermano mayor con un énfasis innecesario, y un giro dramático de su mano, que casi le causa votar el vaso medio vacío que tiene en el mesón–, es mi deber velar por su virtud y estar impidiendo que tenga intimidad y momentos a solas con Hank, por muy buen jovencito que parezca.

Erik lo mira con humor, no encontrando necesario responderle–, lo que creo necesario, es que volvamos al hotel y que duermas la borrachera.

–Mi amigo, no estoy borracho –Charles le responde con una sonrisa fácil en su rostro, el sonrojo en sus mejillas dándole un aspecto joven–, es cierto que estoy un poco mareado, y que debería parar mi consumo de alcohol. Pero es muy difícil que me emborrache.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque si lo estuviera, te habrías dado cuenta de inmediato –le responde con simpatía–, pierdo bastante el control de mi poder, y proyecto no solo mis pensamientos, si no que el de los otros. Así que puedes estar seguro de que sé cuándo parar.

Erik piensa en reprocharle la actitud despreocupada de beber a pesar de eso, pero viéndolo bien, y sabiendo lo que sabe sobre Charles Xavier, no lo hace. Confía en su palabra–. Aun así sigo con mi propuesta de volver al hotel.

–Muy bien –acepta Charles, bebiéndose de un golpe lo que le queda de bebida–, vámonos.


El viaje de regreso al motel es mucho más tranquilo de lo que Erik se esperaba.

–No mentí cuando dije que tu mutación era muy macanuda –le dice Charles, como si estuviera retomando una conversación olvidada–, tienes un potencial para lograr muchas cosas, que ni siquiera te imaginas.

–Ya me habías dicho algo por el estilo, Charles –responde sin ironía. Ve como el telépata, pelea un poco con los cordones de sus zapatos hasta desabrocharlos, continuando con una sonrisa satisfecha su chaleco y camisa.

– ¿Sí? –Dice con curiosidad, alzando una ceja–, creo que tienes razón –sonríe con cierta vergüenza, mirándolo sacarse la chaqueta marrón.

Erik no comenta. En un principio al comienzo del viaje, creyó que Charles sería mucho más recatado de lo que realmente es, no viendo problema en desnudarse delante de él, sin molestarse en esperar por turnos para cambiarse en el baño.

Como si le leyera la mente, Charles dice–, no tengo problemas con algo así, mi amigo, creo que ambos somos lo suficientemente maduros como para no reaccionar con molestia. Y no, no estaba leyéndote la mente, solo que estás pensando muy alto.

Erik sonríe por las palabras de Charles–, ¿pensando demasiado alto?

–Eso he dicho –Charles mueve sus manos indicando su frente–, pensamientos superficiales que son extremadamente fuertes, me son casi imposible de filtrar con mis bloqueos –termina de decir, poniéndose unos pantalones de seda a rallas que hacen juego con la parte de arriba abotonada.

Erik no comenta en la fealdad del pijama, si algo ha aprendido sobre Charles Xavier, es que su gusto estético deja mucho por desear.

Charles se estira, parándose y moviendo sus manos por sobre su cabeza, y Erik no puede evitar mirar la pálida piel que deja entrever el pijama, por sobre la línea de sus caderas. Apenas se da cuenta de lo que está haciendo, corre la vista, amarrándose los pantalones y tratando de pensar en cualquier cosa que no sea el hombre a unos metros de él.

–Creo que bebí demasiado –Charles frunce el ceño con molestia–, este viaje no ha salido como pensé.

–Me he dado cuenta de eso –no puede evitar sentirse un poco satisfecho, en la molestia del telépata–, hasta ahora solo hemos hecho un mejor trabajo que los vendedores ambulantes solo porque nos auspicia la CIA.

–Ya tendremos mejor suerte en la próxima –le responde Charles, con optimismo, y en la oscuridad, Erik puede jurar que sus ojos resplandecen por la luz que entra en la ventana.

–Si tú lo dices –es lo único que responde, sintiendo la boca seca mientras cierra los ojos y trata de dormir.


La atracción que siente por Charles, no debería molestarle tanto. No es la primera vez que se siente atraído por alguien, ni de lejos. En los años en los que ha estado viajando, una follada cuando la siente ha sido siempre necesaria y saludable, una forma de mantenerse en calma y sin demasiada tensión, un modo de relajarse.

Y tampoco es la primera vez que la atracción está enfocada en un hombre. Desde Auschwitz que sabe que la heterosexualidad no es el único modo de vida. Y si monstruos como los Nazis podrían intentar exterminar a la homosexualidad por creerla una depravación, Erik sabe bien que no es así.

El problema yace en Charles. En que no solo le atrae físicamente. En que sabe que aun follándoselo no terminará su ligera obsesión con él, con el color de sus ojos y la palidez de su piel, con el sonrojo en sus mejillas que aparece cuando habla con entusiasmo. Pero también con sus ideas sobre genética y mutaciones, con su levemente torpe manera de socializar, con la forma en la que su acento se vuelve más profundo cuando se relaja.

El problema es que quiere más de Charles, no solo una noche en una cama. Quiere verlo cada día. Quiere que haya un lugar en su vida para un hombre que solo ha tenido un propósito por tanto tiempo.

Charles también se siente atraído hacia él, lo sabe. Si los ojos de Charles siguiendo cada movimiento que hace cuando se desviste le dicen algo. O la forma en que busca su compañía, apoyando su mano innecesariamente en sus hombros o brazos cuando se encuentran juntos. En ciertas sonrisas que solo le dedica a él.

Y sabe que podría tenerlo. Podría tomar su mano sin dejar de mirarlo, aprovechar una de sus noches en un motel, besarlo hasta dejarlo sin aire una y otra vez. Charles le dejaría hacer eso y más, sin preguntas.

¡Cuánto quiere hacerlo! Cada vez que lo mira hablar o caminar, o incluso respirar. Mojarse esos condenados labios rojos, arquear una de esas refinadas cejas.

No puede creer que lo único que lo esté afirmando de hacer algo sea el miedo de destruir lo que tienen, una amistad que Erik nunca ha conocido antes, que teme hacer añicos si hace un movimiento.

Es bueno para Erik que al final, sea Charles quien se decida.


–Podríamos quedarnos hoy aquí –Charles dice, moviendo una de sus manos indicando la habitación en la que se están hospedando.

–Eres tú quien siempre insiste en ir a tomarse unas copas.

–Palabras, palabras, palabras –le responde, moviendo sus dedos–, eso solo lo hago porque creo que después de nuestro poco éxito necesitamos un poco de ánimo.

–Tanto altruismo –dice con ironía Erik–, debería nominarte a un Nobel de la Paz, por algo como eso.

–No seas así –contesta Charles con una sonrisa–, lo digo en serio, deberíamos quedarnos aquí. Además –continúa mientras se mueve hasta su bolso, sacando una botella mediana de whiskey–, aún tenemos algo de beber, junto con el juego de ajedrez que siempre traigo conmigo.

Erik ríe con libertad, viendo a Charles poner el tablero en su cama e indicarle con la mano que se acerque a él–, ¿supongo que querrás que compartamos la botella? –le pregunta con cierta sorna en su tono.

–No, no, mi amigo –Charles dice moviendo su mano hacia el bolso–, en el bolsillo dentro tengo unas copitas.

Las "copitas" son unos caballitos, más indicados para tomar Tequila que Whiskey, pero Erik sabe que servirán para su propósito.

Cuando ambos están sentados en la cama de Charles, moviendo las piezas a su conveniencia (Charles blanco y Erik negro), la pálida mano del telépata se posa de forma casual sobre la de Erik.

Erik no levanta la cabeza, solo sube la vista un poco, mirando por debajo de sus pestañas a Charles. El profesor parece ignorarlo por algunos pequeños segundos, mordiéndose levemente el labio inferior, hasta enfocar sus ojos en los suyos–, ¿qué haces? –Erik le murmura, sintiendo su voz más grave de lo normal y no sabiendo porque le está hablando en un susurro.

–Creo que ambos sabemos lo que estoy haciendo, Erik –Charles lo mira, con una ligera sonrisa en sus labios, sin soltarle la mano y con la otra corriendo el tablero hacia la pared.

Erik quita su mano con rapidez, levantándose de la cama. Charles confundido, con su mano estirada como si fuera a alcanzarlo, sigue observándolo pero Erik se aleja–. No hay tiempo para algún juego mental –le dice con dureza.

–No es un juego –responde Charles, sentándose recto en la cama–, como te he dicho más de una vez, ambos somos adultos, capaces de decisiones, con discernimiento y raciocinio. Sé que no tienes problemas con los homosexuales, Erik, y sé que te sientes atraído hacia mí.

– ¡¿Has leído mi mente? –Erik le pregunta furioso.

–No necesito leerte la mente cuando puedo ver perfectamente que tus ojos están fijos en mi trasero –habla, con una media sonrisa en el rostro–. Y yo también me siento atraído hacia ti. Como nunca antes, y mientras sé que esto podría ser una mala idea, prefiero pensar que no hacer nada al respecto es una peor.

Erik guarda silencio.

Charles cruza sus manos, mirándolo con sinceridad–. Es tu decisión, Erik.

Piensa en todas las dudas y posibles recriminaciones que tiene, cada explicación y excusa que ha creado. Y Charles está ahí, sentado y listo, con sus ojos gigantes y su sonrisa tranquila.

Erik cruza los pocos metros que existen hasta quedar frente a Charles, quien lo mira, levantando su cabeza, moviendo su mano hasta tomar la suya. Erik se agacha, arrodillándose hasta quedar a su altura, viéndolo.

Es Charles quien termina por acortar la distancia, moviendo su otra mano hasta el cuello de Erik y sellando sus labios en una suave caricia, atrayendo su cuerpo hacia el suyo, dejándolo profundizar el beso.

Erik se levanta de a poco, hasta quedar por sobre Charles en la cama, parando el beso solo para tomar aire, aprovechando de besar su quijada y cuello, mientras Charles remueve sus ropas. Pone una de sus manos en la cadera del telépata, sintiendo la piel con la que ha soñado tantos días, cerrando los ojos y deseando que esto no sea un error.

Cuando la mano de Charles llega a su pantalón, un joder pasa por su cabeza, y aquel es el último pensamiento coherente que tiene por el resto de la noche.


Notas: Tengo completito esta historia, serán unas cinco partes creo y es un fix it, así que tiene final feliz (he escrito mucha angst últimamente, así que un poco de felicidad no hace mal).

Groovy lo reemplacé con macanudo, que era una palabra cool en los sesenta :D