Te ubicas en aquel tejado que visitas habitualmente, y una vez que te encuentras sentada, comienzas a observar al gentío que se moviliza en las calles. Ves jóvenes madres que tienen la mano de su niñito fuertemente aferrada a la suya, y mujeres que lucen costosos vestidos y contonean sus caderas con sensualidad, y tan naturalmente que te provoca una envidia enfermiza.

Te duele pensar que tu nunca podrás emanar ese atractivo característico de las féminas adineradas de Venecia, y que nunca podrás arrancarle suspiros a un hombre como ellas lo hacen.

Porque tu vistes harapos sucios que deslucen tus finas curvas, porque tu tienes una forma muy tosca de hablar, basada en insultos y otras agresiones. Porque sabes muy bien que nadie se fijaría en una mujer como tú, en una denigrante ladrona.

Repentinamente alguien se acomoda a tu lado, y te observa en silencio:

— ¿Que tanto me ves, Ezio? – Exclamas mientras frunces el seño, y el asesino solo sonríe de lado –

—Siempre te veo aquí arriba, observando a la gente de una manera especial. Me preocupa, Rosa – Y te sorprende que él, Ezio Auditore de Florencia, se preocupe realmente por ti – Me gustaría conocer tu disgusto, quizás pueda ayudarte – Sonríe otra vez, y odias como tu corazón se acelera por la sonrisa de ese maldito stronzo

Tomas una bocanada de aire, y decides contárselo:

— Siempre quise ser tan hermosa como esas jóvenes que caminan por las calles. Lucir vestidos y ropas ostentosas, llamar la atención de los hombres, casarme, tener mi propia familia... y por sobre todo, sentirme amada.

El te mira con cierta confusión en sus ojos. Te sientes una idiota por haberle contado tu mayor secreto, ese que ni el mismo Antonio sabe. Y repentinamente, el te acaricia la barbilla, y tu sientes un escalofrío atravesando tu columna vertebral.

—Tú eres hermosa. A tu manera. – Susurra el Auditore mientras acorta un poco la distancia existente entre ustedes – Y no necesitas ropas costosas o cosas por el estilo para serlo. Quien no se fije en ti se pierde de una gran mujer.

Aquello te toma desprevenida. Sientes algo en la boca de tu estómago, y el palpitar de tu corazón se acelera aún más.

—Gracias... – Es lo único que se te ocurre responder. Ezio sonríe y mueve su cabeza de arriba a abajo – Realmente lo aprecio.

Repentinamente te besa. Si, así sin más, sin siquiera un permiso otorgado, te roba un beso. Y tú, que nunca fuiste una experta en el tema de besar, mueves tus labios con torpeza, y sientes como el sonríe. Ezio abre su boca, y tu solo copias sus movimientos. Introduce su lengua en tu cavidad bucal, e instantáneamente haces lo mismo.

El se detiene y te mira a los ojos, y tú solo te sientes desnuda ante esa mirada tan penetrante.

—A mi me gustaría que fueras mi esposa – Comenta con picardía y ríe –

¡Cazzo! – Vociferas mientras lo golpeas en el hombro, visiblemente avergonzada –

Y hoy, sonríes al pensar que todos tus anhelos fueron cumplidos por aquel assassino.