El Sabor del Amor

Kagome huyó de su exigente familia y se encontró directamente en los brazos de Takahashi Inuyasha. Viéndose envuelta en su mundo, le resulta difícil irse ya que ha degustado, por primera vez, el sabor del amor.

Disclaimer: Los personajes y la historia no son míos. Los personajes son de Rumiko Takahashi y la historia es de Wolf Blossom.

Rangos de edad: Kagome – 20, Sango – 22, Miroku – 25, Inuyasha – 26

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Nunca

En los medios de comunicación, los Higurashi ocupaban lo más alto en el ranking de la Industria del Cine. Akira Higurashi, un hombre alto de pelo blanco recogido en la nuca, era el mejor director que hubiera visto Asia. Había dirigido importantes películas como El Vuelo de los Cerezos en Flor así como Los Verdaderos Colores de una Geisha. Era un hombre de cuarenta y muchos, pero seguía estando tan activo como hace más de veinte años.

Su esposa, Korari Higurashi, una mujer de cuarenta y pocos de corto y rizado pelo marrón, era una diseñadora de renombre. Ella había elegido muchos trajes para vendedores de taquilla, como para la película de su marido, Los Verdaderos Colores de una Geisha así como para el éxito de ciencia ficción, Androides: Cielo Versus Infierno. Su estilo y su sentido de la moda hacían hablar a la crítica.

Y luego estaba su hijo de quince años, Souta Higurashi, quien ya había alcanzado lo que a la gente le gustaba llamar Sensación Adolescente y se había hecho un buen sitio en su carrera como actor juvenil. Él también había pasado por muchos directores fantásticos, habiendo incluso actuado en algunas de las películas de su padre. Akira y Korari estaban orgullosos de su hijo.

Su hija, sin embargo, era otra historia…

A la joven edad de 20 años, con el cuerpo de un ángel, la sonrisa de un hada, la actitud de una diablesa y el brillo de una mujer, en vez de trabajar en el ámbito familiar, había decidido realizar un pintoresco trabajo en la… heladería local…

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—¡MARCHANDO! —Una joven camarera sonrió mientras sostenía una bandeja llena de postres lácteos y pasaba entre muchos de sus clientes para buscar la mesa más lejana de una familia joven, un hombre, una mujer y su, al parecer, hijo de tres años.

—Aquí tienen. —Kagome Higurashi se rió mientras bajaba la bandeja y hacía una reverencia—. ¡Disfruten de su postre!

La mujer sonrió y le dio las gracias a Kagome.

—Gracias, —sonrió—, ¿sabes? Te pareces mucho a esa modelo, ¿se llamaba Miko?

Kagome ocultó su mirada de sorpresa mientras sonreía.

—Muchas gracias —dijo mientras se retiraba, rezando silenciosamente y agradeciéndole a Dios que no supieran quién era. Kagome Higurashi, tras la insistencia de su madre y su padre, había hecho algunas sesiones de modelaje como Miko, ya que tenía un legado de Doncellas de Templos Sintoístas. Kagome fue hacia la parte de atrás, se quitó su delantal y reveló su uniforme, pantalones negros, zapatillas negras, una camiseta azul marino y una gorra blanca que decía El Dilema del Helado de Ari y Yoshi.

—¡Hola, Kagome! —dijo su encargada, Ari Yamato mientras entraba, y sonrió.

—¿Qué pasa? —dijo Kagome mientras se sentaba en una silla y se cruzaba de piernas.

—¿Has leído el periódico? —dijo Ari tendiéndole un pequeño fragmento de un artículo. Kagome alzó una ceja al bajar la mirada y leer el titular.

Takahashi Inuyasha, hombre de palabra, inaugura el Hospital.

Kagome arqueó una ceja.

—Oh, no puede ser…

Ari se rió.

—¡Sí, lo sé! Kazu —Kazu es el marido de Ari—, dijo que a lo mejor no lo hacía. Es decir, para un hombre de su estatus y con su grupo de amigos, me pregunto por qué ha inaugurado un hospital.

Kagome se rió mientras leía el artículo. Takahashi Inuyasha era el hombre del que más se hablaba en el día a día y estaba segura de que incluso tenía más fama que su familia. Fijó la mirada en la foto y vio a un hombre que parecía realmente alto de pelo largo y negro recogido en una coleta. Tenía unos impresionantes ojos dorados que parecían severos e insensibles. Inuyasha llevaba puesto un traje negro, pantalones de vestir y una camisa blanca que no llevaba por dentro de los pantalones, con los dos botones superiores desabrochados. Él, a quien Kagome encontraba impresionantemente guapo, no llevaba corbata y en vez de la chaqueta de su traje, vestía una americana negra.

Estaba estrechándole la mano a quien, pensaba Kagome, era el Ministro de Sanidad mientras estaban de pie en una plataforma.

—Es bastante guapo. —Ari sonrió mientras Kagome se reía.

—¡Espera a que Kazu te oiga!

—Oh, él sabe que adulo a hombres guapos y famosos —bromeó Ari y Kagome soltó una risita. A ella no le gustaba todo eso de ser famoso. Según su familia, ser famoso significaba ir a grandes banquetes, vestirse con ropa lujosa e ir a muchos bailes.

A Kagome no le divertía nada de eso. Así que, en contra de los deseos de sus padres, había conseguido un trabajo en la localidad el cual, tenía que admitir, adoraba. Debido a las insistencias de su madre, había hecho tres sesiones de fotos con el nombre de Miko, para que no se descubriera su tapadera en el mundo real.

—Bueno —Ari le tendió un sobre a Kagome—, hoy es día de paga, ¿raro eh?

Kagome se rió mientras se metía el sobre en el bolsillo de atrás y dejaba el artículo del periódico sobre la mesa del café que estaba en la sala del personal, en la parte de atrás de la tienda.

—Tu turno se acaba en media hora —reflexionó Ari—, y no estamos muy ocupados, ¿quieres irte a casa antes?

Kagome se encogió de hombros.

—No importa, Ari-chan.

Ari le sonrió a la hermosa joven que estaba delante de ella. Higurashi Kagome, para Ari, tenía que ser la mujer más hermosa que hubiera pisado la tierra. Tenía pelo negro que bajaba en cascada por su espalda y terminaba en su cintura. Era pelo liso que se curvaba abajo, haciendo parecer que lo había hecho un profesional. Kagome tenía unos profundos ojos chocolate, una nariz diminuta y unos labios bastante llenos. Ari había adoptado a Kagome como su hermana pequeña y el marido de Ari, Kazu, también era protector con Kagome.

—Ve a casa, cariño, —Ari sonrió, tenía treinta y pocos años, y Kagome tenía poco más de veinte—, deja que los mayores nos encarguemos de esta tienda.

Kagome se rió.

—¿Estás segura?

—Segura. Ahora ve a casa y haz lo que hacéis las mujeres de hoy en día. Las uñas, peinado —Ari le guiñó un ojo a Kagome—, ¡aumento de pecho!

Kagome sofocó una sonrisa horrorizada mientras Ari se desplomaba en la silla en la que Kagome había estado sentada hace un segundo.

—Ve a casa y duerme o algo. —Ari puso los ojos en blanco—. Tú fuiste la que cerró la tienda anoche y la abrió hoy. ¡Me sorprende que puedas mantener los ojos abiertos!

Kagome sonrió ligeramente mientras cogía su jersey, era principios de junio y el tiempo se estaba volviendo agradable. Se puso su jersey marrón con cremallera y se despidió con la mano de sus compañeros de trabajo mientras abandonaba el edificio. Sacó las llaves de su bolsillo y su coche volvió a la vida al pulsar el botón de encendido automático. Kagome se metió en su Lexus GS 430 negro. Se había asegurado de que fuera un coche de marchas, ya que decía que el sistema de marchas automático era una lata.

Kagome salió del aparcamiento maniobrando de forma experta y cambió de marcha mientras empezaba a conducir hacia su mansión.

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Kagome condujo por el largo camino de entrada y marcó el código de la puerta para que se abriera. Pasó por el asfalto, aparcando con soltura su coche en la plaza designada entre los muchos sitios que estaban disponibles. El coche de su padre estaba allí, al igual que el de su madre y la limusina también estaba allí, lo que significaba que Souta estaba en casa.

Sin embargo, también había otro coche y Kagome frunció el ceño. Hoy no esperábamos tener compañía… Por lo menos yo no… No creo que…

Kagome se sacó el sombrero y lo dejó en su coche antes de ir hacia la casa. El hombre de la puerta principal sonrió mientras se la abría, ella murmuró un "gracias" en voz baja y le sonrió antes de entrar.

Las voces del salón le llegaron a la vez. Alzó una ceja mientras apretaba las llaves de su coche, caminando hacia donde provenían las voces. Oyó la risa de su madre, la risita de su padre, la carcajada de su hermano y tres voces más que Kagome no pudo distinguir.

—Ahh —Akira sonrió—, la princesa está en casa.

Kagome hizo una reverencia respetuosa antes de mirar a Souta quien se encogió de hombros, lo que quería decir que él tampoco tenía ni idea de quiénes eran estas personas. Kagome se sentó al lado de su hermano en el sofá de dos plazas mientras su madre le sonreía, haciendo que Kagome se sintiera todavía más confundida.

—Buenas tardes —bramó una mujer bastante pequeña y regordeta, sonando como un sapo con helio. Tenía el pelo gris recogido en una coleta alta. La mujer tenía una cara rechoncha, redonda y cubierta de maquillaje, haciéndole tener el rostro de un payaso.

—Buenas tardes. —Kagome sonrió mientras la mujer se movía en su sitio, inclinándose hacia el borde.

—Vaya, eres una belleza.

Kagome sonrió.

—Gracias.

El anciano, que tenía pelo corto grasiento y el rostro de un jerbo, sonrió, mostrando sus horribles dientes negros.

—Miko está a la altura de las expectativas por lo que veo. Soy Hiroshi Onigumo y ésta es mi esposa, Setsuna Onigumo. Él —El hombre señaló a un hombre que estaba sentado al lado de su madre, inclinándose hacia los demás, examinando vagamente a Kagome—, es nuestro hijo, Naraku.

Kagome sonrió educadamente mientras le daba un codazo a Souta. Souta se encogió de hombros y Kagome frunció el ceño, mirando a su madre. Korari parecía estar adorando a Naraku, lo cual asqueaba a Kagome ya que era un híbrido del sapo payaso y del jerbo. Kagome se levantó de repente e hizo una reverencia a modo de disculpa.

—Lo siento mucho. Acabo de llegar a casa y me gustaría refrescarme. Bajaré en seguida.

Souta saltó como si le cayera un rayo y miró apresuradamente a su hermana.

—¡Iré contigo!

Kagome asintió y los hermanos se dirigieron hacia la escalera de caracol. Akira se rió entre dientes.

—A Kagome a veces le gusta vivir como una plebeya. Tiene un trabajo a media jornada además de su carrera de modelo.

Hiroshi sonrió.

—No hay problema. Los niños tienen sus etapas…

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—¿Quiénes son? —gruñó Kagome mientras cogía una pieza de ropa de su habitación y se dirigía a su cuarto de baño, que también estaba en su habitación. Souta se tumbó sobre su cama y fijó la mirada en el techo, frunciendo el ceño.

—Ni idea, pero huelen a pescado.

Kagome se rió mientras abría la cortina y entraba en la ducha con la ropa puesta. Quería seguir manteniendo una conversación con su hermano, así que no había cerrado la puerta. En cuanto estuvo detrás de la cortina, se sacó la ropa y la lanzó sobre la barra.

—¿Malas vibraciones? —dijo Kagome mientras abría el agua.

—Definitivamente.

—¿Y cómo te fue hoy en el rodaje? —le preguntó Kagome a su hermano cuando empezó a empaparse bajo el agua—. He oído rumores en la heladería de Ari de que Souta va a hacer de estudiante de intercambio de Latinoamérica.

Souta bufó.

—¡No! ¡Se supone que voy a ayudar a una chica latinoamericana a vivir en Japón y que voy a enamorarme de ella!

—Eso fue lo que pensé. Leí tus manuscritos. En serio, internet apesta hoy en día.

—Tú lo has dicho —masculló Souta.

—Dime, ¿quién va a ser la protagonista?

—Amelia Cortez —dijo Souta instantáneamente, nombrando a una famosa actriz latina. Kagome silbó en voz baja, bueno, lo mejor que pudo al estar mojada.

—¿De verdad? Es muy guapa.

—¿He dicho que hay una escena de un beso?

—¿Tu director va a dejar que dos chicos de quince años se besen?

—¿Y? Hoy en día veo a gente de diez años liándose en el cajón de arena —bufó Souta y Kagome se rió mientras cerraba la ducha. Su brazo salió del borde de la cortina y cogió una toalla.

—¿Souta? ¿Kagome? —resonó la voz de Korari al entrar en la habitación de Kagome.

—¿Sí? —dijo Souta mientras se incorporaba. Kagome cogió su ropa del estante al lado de la ducha y la metió dentro de ella para poder vestirse.

—Habéis estado aquí arriba casi una hora… ¿Qué estáis haciendo? Los Onigumo están esperando.

—Estamos hablando —gruñó Souta.

—¡Y yo me estoy duchando!

—Souta sal, tengo que hablar con tu hermana.

Souta frunció el ceño pero se levantó y se fue de todos modos, yendo abajo para entretener a sus grasientos invitados junto con su padre. Tan pronto como Souta abandonó la habitación de su hermana, Kagome salió de la ducha con una falda blanca que le llegaba a la altura de las rodillas y con una camiseta de lacitos negra.

—Kagome, ¿puedo hablar contigo? —dijo Korari cuando Kagome se sentó a su lado.

—¿Sobre?

—Naraku…

Kagome arqueó una ceja mientras se recogía el pelo con la toalla.

—¿Qué pasa con Naraku?

—Bueno, verás —empezó Korari, sujetando el brazo de Kagome—, tu padre y yo hemos decidido que Naraku y tú hacéis muy buena pareja. Una señal divina. Su familia es de la industria de los negocios y nuestra familia es de la industria cinematográfica y si os casáis… no, cuando os caséis, se producirá un alboroto en nuestro grupo social.

Kagome no podía creer lo que oía.

—¿Qu-Qué?

Korari sonrió.

—Sé que estás sorprendida, nosotros también lo estábamos cuando los Onigumo hicieron la proposición, pero tienes que admitir que es un gran oportunidad. Ya les hemos prometido tu mano en matrimonio, sabemos que él te gustará —rió Korari—. Incluso hemos fijado el día del compromiso mientras te duchabas.

—¿Y si quiero decir que no? —dijo Kagome tensamente.

Korari frunció el ceño.

—¿No? ¿Por qué ibas a querer decir que no? Además, está decidido, vosotros dos os vais a casar.

—¿Y si no quiero? —susurró Kagome peligrosamente, su mal humor estaba creciendo.

—Tu opinión ya no cuenta —susurró Korari—, ya les hemos dicho que sí. No te preocupes, es un hombre encantador.

Kagome sintió como si su mundo se hubiera roto y hecho añicos cuando su madre se levantó y la besó en la frente.

—Estamos orgullosos de ti —dijo Korari—, por hacer esto… por casarte con Naraku. Sabíamos que dirías que sí.

Kagome sintió que sus ojos se empezaban a llenar de lágrimas cuando su madre abandonó su habitación…

¿Cuándo he dicho que sí?

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Kagome se arrastró silenciosamente hacia las escaleras para que nadie pudiera oírla. Sus ojos le ardían con las lágrimas mientras se arrodillaba detrás de la barandilla para que nadie pudiera ver que estaba allí. Le alegraba ver que todos estaban sentados con sus espaldas o costados hacia ella y sólo Souta estaba sentado de forma que tenía una clara visión de ella.

Kagome se levantó y movió la mano para captar la atención de su hermano. Él la miró un momento antes de levantarse.

—Disculpadme, tengo que ir… al baño… —dijo cuando salió apresuradamente de la habitación y subió corriendo las escaleras, siguiendo a su hermana cuando saltó y corrió a su habitación.

—¿Qué pasó? —preguntó Souta.

—¿Te gustó la charla con tu futuro cuñado? —dijo Kagome con voz peligrosa y los ojos de Souta se abrieron como platos.

—No juegues conmigo, Nee-chan…

—Ésa fue la charla que tuvo mamá conmigo hace cinco minutos —susurró Kagome mientras se tumbaba en su cama, el recogido de su toalla se había deshecho y su pelo estaba esparcido por toda la superficie. Pero a ella no le importaba, su vida acababa de terminar.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Qué puedo hacer? Voy a tener que casarme con él. Mamá no me dejó elección. Aparentemente papá y mamá ya dijeron que sí antes de que siquiera llegara a casa del trabajo.

—Puedes —Souta meneó la cabeza—, no importa…

—¿Qué? —dijo Kagome incorporándose…

—Iba a decir que te escaparas pero…

Los ojos de Kagome se abrieron como platos mientras salía disparada de la cama y cogía un pequeño bolso de viaje de su armario. Sacó un poco de ropa, zapatos, calcetines, ropa interior, champú, pasta de dientes, jabón y tres de sus exquisitos vestidos, por si los necesitaba. Lanzó unos cuantos zapatos dentro y luego cogió su cepillo, primero lo pasó por su pelo y luego lo tiró en el bolso.

Todo eso en diez minutos. Kagome abrió un cajón y sacó su pasaporte y agarró su móvil.

—¡No voy a casarme con él! —dijo con firmeza—. Esto es sólo una treta para hacer que nuestros nombres crezcan en estatus social. No voy a arruinar mi vida por ellos.

Souta frunció el ceño.

—Te vas, ¿adónde?

—Hong Kong —dijo Kagome y Souta supo exactamente adónde iba.

—Llámame al móvil cuando llegues —dijo Souta—, ¿quieres que los mantenga ocupados mientras te vas?

Kagome asintió y abrazó a su hermano.

—Gracias Souta.

Souta sonrió.

—De nada. Tienes 20 años, tienes tu propia vida. Ve a divertirte y mantente en contacto, ¿vale?

Kagome asintió mientras lanzaba el bolso sobre su hombro y se dirigía hacia su ventana. Souta abandonó la habitación con una última mirada y Kagome esperó cinco minutos antes de lanzarse al árbol que estaba al lado de su ventana. El árbol estaba en el lado opuesto de la casa, así que tuvo que correr un poco para llegar al frente. Apretó con fuerza las llaves de su coche mientras bajaba del árbol, sudó un poco, pero no le importó.

Kagome tocó la base y empezó a arrastrase lentamente, asegurándose de que ninguno de los trabajadores la viera. Al fin llegó al frente, miró a la ventana y agradeció a Dios que Souta los hubiera sacado a todos de la habitación. Se dirigió hacia su coche, lo encendió y aceleró por el camino de entrada antes de que alguien pudiera notar su ausencia…

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—¿Dónde está tu hermana? —preguntó Korari.

—En el baño —dijo Souta rápidamente y Korari asintió. Setsuna y Hiroshi se levantaron y proclamaron que tenían que irse. Akira estaba enfadado porque su hija decidiera no despedir a sus invitados, pero no importaba.

Akira y Korari acompañaron a los invitados a la puerta y Souta se quedó atrás.

—Bueno —Korari sonrió—, ha sido un placer. Me alegro mucho de que hayamos hecho este acuerdo…

—Sí —Setsuna se rió—, ¡ídem! Oh, ¡me encantaría ver a Kagome antes de irme!

—Sí, iré a llamarla —dijo Akira. Cuando estaba a punto de girarse, sus ojos se abrieron como platos…

—¿Dónde está el coche de Kagome? —dijo y Souta se paralizó.

Oh, oh…

Akira se volvió hacia su hijo.

—¿Dónde está tu hermana?

Souta respiró hondo. Esto era por su hermana.

—¡No lo sé! Todo lo que sé es que estaba en el baño cuando bajé.

Akira gruñó.

—Korari, la policía… llámala… ¡ahora!

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Kagome entró corriendo en el aeropuerto y depositó bruscamente un fajo de billetes.

—Cualquier asiento que tenga para Hong Kong —dijo y la mujer de detrás del mostrador tecleó algunos botones. Kagome sacó su teléfono, llamó a su encargada y le dijo que no podría ir a trabajar en un tiempo.

Ari dijo que no pasaba nada.

La mujer del mostrador le dio a Kagome una tarjeta de embarque y Kagome vio que el vuelo despegaba en media hora y que el embarque empezaría pronto. Corrió rápidamente hacia la puerta de embarque, con el móvil apretado en su mano.

Entonces marcó el número de su mejor amiga, aunque fuera de larga distancia.

Sonó siete veces y no cogió nadie.

Kagome gruñó mientras se sentaba, su corazón latía con rapidez y las lágrimas volvían a empezar a aparecer. Se frotó los ojos con fuerza, deseando no llorar. Un interfono sonó y dijo que su avión iba a despegar. Se puso rápidamente a la cola, le comprobaron su tarjeta de embarque y entró en el avión, sentándose tras poner su bolso en el compartimento que estaba encima de su cabeza.

Justo cuando se sentó, sonó su móvil. Era Souta.

—¿Sí? —susurró.

—Mamá y papa lo descubrieron y fliparon. Enviaron a la policía de Japón por el país adelante. No creo que lleguen a Hong Kong hasta dentro de unos meses, después de que hayan registrado todo Japón.

—Vale —susurró Kagome—. Estaré fuera todo lo que haga falta para que no me hagan casarme con Naraku.

—Cuídate —dijo Souta en voz baja y colgó. Justo cuando Kagome cerró los ojos, volvió a sonar su móvil.

Esta vez, era su mejor amiga devolviendo su llamada perdida.

—¡Hola! —dijo su voz dulcemente y Kagome contuvo las lágrimas.

—Sango —dijo con voz quebrada.

Sango, su mejor amiga que estaba al otro lado, frunció el ceño.

—¿Kagome? ¿Qué pasó?

—Te lo contaré más tarde —Kagome cerró los ojos—, todo lo que necesitas saber es que voy hacia Hong Kong. Te llamaré desde el aeropuerto cuando aterrice.

—Vale —dijo Sango con seriedad—, ¿estás bien? ¿Quieres que lleve algo cuando vaya?

—Sí —murmuró Kagome—, sólo tráete contigo a Miroku y a Ai —dijo Kagome, nombrando al marido y a la hija de su mejor amiga—, los echo de menos.

Sango ahora sabía que algo iba definitivamente mal. Kagome nunca pedía que Miroku y Ai fueran con ella cuando iba a Hong Kong. La mente de Sango comenzó a funcionar, pensando en todo lo que podría haber disgustado a su mejor amiga.

—De acuerdo, duerme durante el vuelo. Llámame cuando aterrices e iré, ¿vale?

—Gracias —susurró Kagome—. Te quiero, Sango.

—Yo también te quiero, cariño. Ahora cuídate. —Y colgaron.

Kagome cerró los ojos y se recostó contra el respaldo de su asiento. Nunca me casaré con Naraku, pensó, ¡nunca!

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Comenzamos este fic después de mucho tiempo de prometerlo, sólo aviso que las actualizaciones no van a ir demasiado rápidas. En un principio intentaré hacerlas semanalmente, pero no puedo prometer demasiado.

Espero que os guste, besos.