Comentarios del autor: Luego del poco satisfactorio final de "De sueños húmedos y deseos insatisfechos" para los amantes de los desenlaces felices, decidí que le debía un fic a esta parejita en el que tuvieran una historia menos tortuosa. Así que ahí va, espero que les guste.
Muchísimas gracias de antemano por tomarse su tiempo en leer, y si puede ser, en comentar. Enjoy it!
Título: Encadenados
Autor: Quimaira
Pareja: Scorpius Malfoy/Albus S. Potter
Advertencia: Slash (relaciones homoeróticas explícitas) entre menores de edad. Lenguaje soez. BDSM.
Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen a mí, sino a JK. Aún así me tomo la libertad de escribir sobre ellos para cumplir mis enfermas(¿) fantasías.
ENCADENADOS
Las serpientes muerden...pero los leones no son simplemente cachorritos achuchables.
Si alguien pensaba que cargar con el apellido Potter era una bendición, una ventaja, es que sencillamente no entendían el estigma que eso representaba para el joven Albus.
Él adoraba a su padre, claro que sí, como prácticamente todo el Mundo Mágico. Harry Potter, nada menos. El Niño-Que-Vivió, El Elegido, El Salvador y un sinfín más de apelativos que enaltecían la grandeza de su persona. Su padre había sido un jodido héroe, y lo seguía siendo ahora que había entrado a formar parte de las filas de los aurores, y no precisamente en un puesto mediocre.
El apellido Potter era sinónimo de grandeza, de grandes logros y hazañas. De orgullo.
Sus hermanos no se quedaban atrás.
James parecía haber heredado la cualidad de su progenitor de llevar el quidditch en las venas. Manejar una escoba era para él algo tan mecánico como el respirar. Verlo perseguir la snitch dorada en los partidos era como ver un halcón abalanzarse sobre su presa: Preciso, sin dudar, cortando el aire a grandes velocidades sin ningún atisbo de vacilación. La escoba como una extensión más de su cuerpo, como si se tratara de otra pierna o de otro brazo.
Había entrado al equipo en su segundo año y por méritos propios. ¡Y menudos méritos! Gryffindor no había perdido un solo partido en los últimos dos años, en parte por lo infalible que era James como buscador, en parte por el derrotismo anticipado que suponía ya para los otros equipos el tener que enfrentarse a los leones.
Su hermana pequeña, Lily, en contraparte al mayor, gozaba de una inteligencia fuera de lo normal. No es que fuera trabajadora o demasiado aplicada, simplemente era de esas personas que nacen con el envidiable don de absorber como esponjas todo lo que sucede a su alrededor. Su mente era prodigiosa, necesitaba poco más que leerse un párrafo un par de veces para ser capaz de citarlo de memoria con cada punto y cada coma. Y no conforme con eso, era una muchacha tremendamente despierta para su joven edad, así como intuitiva. Si una poción iba a salir mal, ella lo sabía de antemano. Los "¿Ves? Ya te lo dije" formaban parte de su discurso diario de relamida sabelotodo. Aun con esas, lejos de ser odiada por sus compañeros, la joven pelirroja era un contenedor andante de encanto, de carisma.
Ambos podían cargar con el apellido de su familia con la cabeza bien erguida, en cambio Albus sentía que podía caminar hasta encorvado del peso que aquello suponía a sus espaldas.
Él no había entrado en el equipo de quidditch porque había estudiantes que lo hacían mucho mejor que él. No es que fuera extremadamente torpe montando en escoba, pero no era lo suficientemente bueno como para ocupar un puesto.
Había perdido el interés con pasmosa facilidad – si es que alguna vez había tenido alguno verdadero más allá de satisfacer el orgullo de Harry – y aun así continuaba entrenándose por mera cabezonería. Porque pese a su espíritu derrotista, no quería que los demás supieran que ya se había rendido.
En sus estudios tampoco era ninguna lumbrera. No es que fuera tonto, ni extremadamente torpe, simplemente por más que se esforzaba no lograba destacar, sobresalir de la media.
Era un alumno normal, pero el ser normal bajo el apellido de Potter solo lo hacía sentir poco menos que mediocre. Y la mediocridad le pesaba. Era la pescadilla que se mordía la cola: Cuanto peor se sentía, más taciturno se mostraba; Cuanto más taciturno, menos gente le prestaba atención; Cuanta menos gente le prestaba atención, más se embebía en sus estudios; Pese a pasarse el día con las narices metidas entre libros y pergaminos, sus notas no mejoraban más allá de una media normal. Y al no salir de lo normal, volvía a considerarse mediocre, y vuelta a empezar.
Lo peor de todo era quizá que sus padres se sentían igualmente orgullosos de él. Ninguno esperaba grandes cosas, y así como sonreían felices cuando James o Lily le daban alguna buena noticia de algún logro conseguido por ellos, igualmente tenían palabras de elogio para él cuando les mostraba sus mediocremente normales calificaciones. Palabras de ánimo y nunca de desilusión cuando les confesaba que – de nuevo – no lo habían admitido en el equipo de quidditch a pesar que ése era ya el tercer año que se presentaba a las pruebas.
Un suave carraspeo lo hizo levantar la vista del pergamino dónde hacía distraídas anotaciones sobre el libro que tenía delante de las narices, fijando sus verdes orbes en el muchacho rubio frente a él y pestañeando un par de veces al notar la vista cansada.
Scorpius Malfoy estaba ocupando la silla frente a la suya y mirándolo fijamente, y él no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí sentado. Quizá acabara de llegar, o tal vez hubiera estado ahí por varios minutos sin que el moreno se hubiera dado cuenta de su presencia.
- ¿Quieres algo? – su voz sonó suave mientras se quitaba las gafas de delgados cristales que solo utilizaba para leer, dejándolas a un lado sobre la mesa y presionándose el puente de la nariz con un par de dedos, en un gesto de cansancio. El muchacho frente a él se removió levemente en la silla. Por la postura juraría que llevaba las manos en los bolsillos.
- La verdad es que sí – comenzó en el mismo tono que había utilizado Albus para dirigirse a él.- ¿Me dejarías tus gafas?
La cara del moreno fue en ese momento velada por una expresión de total sorpresa. Por inercia llevó un par de dedos a una de las patillas de sus lentes y volvió a mirar al rubio de ojos grises frente a él, que seguía con un rictus inalterablemente serio.
- ¿Éstas…? – musitó no muy seguro, a lo que Malfoy rodó los ojos ante la evidencia de la respuesta, cosa que descolocó más al otro.- ¿Y para qué quieres tú mis gafas?
- He perdido una apuesta – fue todo lo que recibió por respuesta.
Por supuesto Albus no iba a inmiscuirse en los asuntos concernientes a los retos de los Slytherins, pero que consiguiera sus gafas como pago por haber perdido no le parecía un desafío demasiado duro.
- Pero…¿Sólo te han pedido mis gafas?
- ¿Qué querías, que me pidieran tu ropa interior? Sinceramente no creo que a nadie le interese ver lo que tienes bajo los pantalones – la recta nariz del rubio se arrugó un poco así como las mejillas del joven moreno se sonrojaron ante la idea y tuvo que apartar la vista, frunciendo el ceño levemente para alejar esa idea de su cabeza – Creían que no me rebajaría a acercarme a un Potter, y mucho menos que un orgulloso Gryffindor me prestara algo suyo solo para hacerme un favor.
El silencio se instauró unos segundos entre ambos. Albus parecía meditar si se sentía ofendido o no por esas palabras, mientras que el rubio semejaba esperar con una paciencia que realmente no sentía.
- No voy a darte mis gafas. Ni a ti ni a nadie – resolvió entonces, nuevamente ceñudo aunque sin sonar brusco ni irritado.
- No serán ni cinco minutos, Potter – rebatió su interlocutor, recostándose un tanto más contra el respaldo de la silla de madera, señalando con un sutil gesto de cabeza un par de mesas tras ellos y a la derecha, dónde un grupo de Slytherins los miraban de soslayo.- Ni siquiera las perderás de vista. Solo tengo que cogerlas, enseñárselas y traértelas de vuelta. – Los ojos grises se clavaron de nuevo en el moreno, que parecía ya dudar un poco de su rotunda negativa.- ¿Por favor? – añadió como si fueran las palabras mágicas.
- Que sean dos minutos, Malfoy – claudicó finalmente en medio de un suspiro, mientras le tendía los lentes una vez cerradas las patillas.
Albus fue obsequiado con una enigmática sonrisa que no supo cómo definir mientras el rubio tomaba las gafas y se levantaba para dirigirse a la mesa indicada. Por supuesto no le sacó la vista de encima aunque las gafas quedaron fuera de su atención el momento que el Slytherin se dio la vuelta para caminar junto a sus compañeros. De igual modo no hubo nada raro en su comportamiento, simplemente mostró su trofeo y al momento volvió sobre sus pasos, dejando delicadamente los anteojos sobre la mesa.
- Gracias por tu colaboración, Potter. Me has salvado el pellejo – murmuró sin que su voz mostrara ese agradecimiento que decía sentir. Más bien era un tono de ligera superioridad que el moreno no tuvo en cuenta.- Ten un buen día.
Era un ingenuo, un completo ingenuo – por no decir otra cosa.
Caminaba airado por los pasillos del colegio, con las mejillas arreboladas y una expresión tal que si ya de por sí no se acercaban mucho a él por su fama de aburrida rata de biblioteca, ahora no lo hacían porque semejaba que a la menor palabra se lanzaría a la yugular del primero que se cruzara en su camino.
Jamás volvería a confiar en las palabras de ninguna serpiente – a muy rubia que ésta fuera – y mucho menos prestarle nada de su propiedad. Ese maldito hijo de Salazar se había atrevido a embaucarlo con palabras medianamente amables solo para abochornarlo después, y ahora en la cabeza del moreno sólo cabía la idea de encontrarse con ese Malfoy del demonio y meterle un par de comadrejas por el culo seguidas de un hipogrifo.
La noche anterior no había notado nada raro. Simplemente se había quedado un rato más en la biblioteca antes de regresar a su dormitorio. El problema llegó al día siguiente cuando a primera hora, en herbología, había pegado tamaño grito de sorpresa cuando sus apuntes se habían transformado por arte de magia en un texto de lo más obsceno y sugerente.
Abochornado a más no poder, sobre todo cuando el profesor Longbotton se acercó a ver qué era lo que pasaba y él tuvo que esconder los ejercicios y fingir que se había olvidado de hacer la tarea. Por supuesto prefería mil veces un castigo por eso que entregarle al maestro una redacción de lo más explícita sobre alguna película pornográfica.
La clase de Defensa Contra las Artes Oscuras no fue mucho mejor, solo que ésta vez no fueron sus tareas las que estaban corrompidas, si no el propio libro, en el tema de los kelpies, dónde se narraba también con todo lujo de detalles una aberrante situación zoofílica. Ésta vez fue capaz de sofocar el grito de asombro que quiso escapar de su garganta, pero no de esconder el rubor que se extendió por sus mejillas.
Lo peor de la situación fue sin duda, cuando tras un par de sustos más en diferentes clases, se dio cuenta que el problema no residía en una mala broma que alguien le había jugado hechizando sus manuales de lectura y sus deberes. No. Lo que estaban hechizadas eran sus gafas. Había sido tan ingenuo – idiota – que había tardado más de cuatro horas en darse cuenta de ello.
Por eso ahora se movía por los corredores como alma que lleva el diablo, intentando encontrar al causante de su desastre de día ya que a las ocho tenía un castigo que cumplir en el aula tres de herbología. Pero la escurridiza serpiente parecía haberse esfumado en el aire, ya que ni siquiera la vio en el comedor y de casualidad no compartió ninguna de sus clases de la tarde con los de la casa Slytherin.
¿Casualidad? Já. Seguro que esas sabandijas lo tenían todo planeado para no coincidir con él y evitarse problemas. Aunque conociéndolos, seguro que tuvieron un gran debate antes de decidir qué día le hechizarían las gafas. Nadie quiere hacer una travesura sin ver luego las consecuencias de su obra. Pero para buena o mala suerte del Gryffindor, esa vez no estuvieron presentes en su hazaña.
Ocho menos cinco y llevaba ya un par de minutos plantado a las puertas del aula tres. El profesor Longbotton se dejó ver al final del pasillo, caminando a grandes zancadas pero con cierta parsimonia. Se notaba que no era lo suyo infligir castigos, mucho menos a los hijos de sus amigos y a muchachos que no solían meterse en líos, ¿pero qué clase de profesor sería si dejaba pasar por alto que sus alumnos no hicieran los deberes?
Albus comprendía perfectamente su postura, así que le era imposible enfadarse con él. Estaba incluso seguro de que si le explicaba lo que en realidad había sucedido, dejaría pasar por alto el castigo, pero le resultaba bastante humillante el tener que explicar lo que había pasado con sus tareas como para aún encima hacer ver la soberana falta de inteligencia que le había supuesto el no haberse dado cuenta de lo que le ocurría a sus gafas.
Resignado y con una expresión de culpabilidad en el rostro que nada tenía que ver con la de cabreo que acarreó gran parte del día, pasó entre las mesas hasta las estanterías del fondo, siguiendo a su profesor mientras éste le soltaba un nada alterado discurso sobre la decepción que se había llevado y lo mal que le sentaba tener que castigarlo. Aún con un guiño de complicidad en la voz, le aseguró que por una vez no le diría nada a Harry y que pasarían el pequeño incidente por alto dado que sabía que no se volvería a repetir.
El moreno simplemente asintió y esbozó una escueta pero sincera sonrisa de agradecimiento, atendiendo posteriormente a la labor que le llevaría las dos horas siguientes desinfectando tarros y tiestos.
Arremangado hasta los codos para no estropearse la ropa con el abrasivo líquido que tenía que utilizar para la limpieza, frotaba con cierto brío, como si con esas pudiera sacarse de encima toda la humillación que le había supuesto la jornada.
Longbotton hacía rato que lo había dejado solo, aludiendo que no necesitaba ningún tipo de supervisión de su parte, ya que ni la tarea era peligrosa, ni el muchachito un pícaro que fuera a escaparse del castigo simplemente por verse libre de vigilancia.
En un momento dado estornudó fuerte dados los gases que ascendían del cubo metálico que contenía la mezcla consistente del producto de limpieza.
- Salud – La voz tras él hizo que se volteara sobresaltado, para inmediatamente fruncir el ceño al ver allí al villano al que llevaba todo el día buscando. De pie a pocos metros de él, el rubio mantenía las manos en los bolsillos, bajo la túnica, y lo miraba con una leve sonrisa que Albus interpretó como burla.
- ¡Tú! ¡Bastardo mentiroso! – se había levantado como impulsado por un resorte y lo señalaba con una mano enguantada, sujetando un estropajo jabonoso de intenso olor - ¡Nunca, jamás te atrevas a acercarte a mis cosas! – espetó con furia. Su voz sonó tan ruda que incluso el rubio levantó despacio ambas manos en son de paz, dando un paso atrás.
- No ha sido para tanto. Con un simple finite lo habrías solucionado. ¿Quién iba a imaginar que no te darías cuenta del encantamiento? – Los ojos del moreno se abrieron un momento, asimilando que de alguna manera se habían enterado de que el muy torpe no había caído en la cuenta hasta terminadas las clases de la mañana. Suficiente detonante.
- Corre – masculló de forma peligrosa mientras tomaba el cubo de jabón. Los ojos del rubio fueron esta vez los que se abrieron de incredulidad ante lo que imaginaba que pretendía el Gryffindor.
- No te atreverás… - murmuró no demasiado seguro, dando un cauteloso paso atrás, sin perder de vista el caldero.
- ¿Que no? Espera y verás.
Aún no bien expuesta la amenaza, ambos se encontraron corriendo por los pasillos. El rubio buscando alcanzar la varita alojada en el bolsillo trasero de su pantalón y el moreno intentando apuntar con el cubo para lanzarle todo su contenido, fueran cuales fueran las consecuencias.
Palabras afiladas de amenazas e insultos mezclados con intentos de disuasión se gritaban a lo largo del corredor de piedra, hasta que finalmente Albus vio una oportunidad de tiro limpia y vació de golpe todo el mejunje en dirección al Slytherin.
- ¡Impervius! – bramó el rubio varita en mano, dándose la vuelta al tiempo que el agua salía repelida en el último momento. Dando al traste con el intento de agüicidio del cabreado adolescente. Quiso la suerte que el líquido saliera repelido hacia la derecha y bañara de patas a cabeza a la Sra. Norris, saliendo la vieja felina maullando como una loca y corriendo despavorida por el corredor mientras el pelo iba perdiendo su color rápidamente…y luego además se caía a puñados.
Ninguno de los dos tuvo tiempo de reaccionar antes de que Filch asomara sus narices por una de las puertas, lanzándoles a ambos una fulminante mirada, con la pelona gata enredándosele entre las piernas.
Albus palideció todavía más de lo que su clara piel podía considerarse saludable y Scorpius pasó saliva de forma sonora, sabiendo que de esa no se libraba, aunque no fuera exactamente culpa suya.
- Vosotros….vosotros…¡vosotros! – tal era el enfado del conserje que había perdido cualquier atisbo de elocuencia y se limitó a lanzar maldiciones e improperios a voz en grito, acercándose a grandes zancadas y tomando a los dos adolescentes por las orejas de manera muy poco elegante y más bien dolorosa – ¡De esta no os libráis! ¡Oh no no no no! Malditos mocosos traviesos. Para cuando acabe con vosotros no quedarán ni los huesos…
- ¡Oiga, suélteme! ¡Todo es culpa de Potter! – el aludido gimoteaba intentando guardar la poca compostura que era capaz de reunir mientras procuraba caminar a la par que Filch para que el dolor en su enrojecida oreja fuera el menor posible. Malfoy hacía las cosas más difíciles, retorciéndose con la mayor expresión de indignación que era capaz de poner.- ¡Cuando le hable de esto a mi padre se pasará lo que le reste de vida limpiando los retretes del colegio! ¡Que me suelte, le digo! ¡Usted y su momificada gata estarán fuera de aquí en menos que un Heliopath reduce a cenizas una margarita!
De poco les sirvieron las protestas, ambos acabaron de muy malas maneras en el frío y destartalado despacho del conserje, sentados en unas precarias sillas de madera que rechinaban a cada cambio de peso. Albus seguía sin decir palabra, con los labios apretados y las mejillas encendidas, y ni qué decir de su oreja derecha, que no había sido arrancada de pura suerte. El rubio se arreglaba la ropa y el pelo con desdén, y su oreja izquierda no semejaba en mucho mejor estado que la del Gryffindor.
Filch seguía mascullando entre dientes mientras garabateaba un apurado informe de solicitud de castigo, con tortura implícita por supuesto – por pedir que no fuera – para ambos vándalos, tal como los definía en el pergamino que pensaba entregarle personalmente al director.
Mientras el unigénito de los Malfoy parecía indignarse a cada momento que pasaba, poniendo muecas de desacuerdo y removiéndose en el chirriante asiento de manera molesta, los ojos del otro muchacho se paseaban distraídos por la diminuta estancia, fijándose en las pilas de papeles acumuladas en un par de rincones, las estanterías llenas de artilugios que no tenía ni la menor idea de para qué servían, un gastado camastro que probablemente pertenecía a la Sra. Norris… La Señora Norris. ¿Cuántos malditos años vivía un gato? Había escuchado por su tío Ron que cuando su padre y él estaban en el colegio ese bicho peludo – al menos hasta hacía diez minutos – era ya un despojo felino.
Su verdosa mirada reparó entonces en una serie de cadenas en fila que colgaban de una de las paredes, grilletes incluidos. No podía más que parecerle una celda de una película de terror. Contuvo un escalofrío, pero no despegó la vista del lugar. Perversamente imaginó que el Slytherin sentado a su lado bien se merecía ser atado a una de esas cadenas, quedándose un día así como escarmiento a la mala broma que le había hecho. Sí, seguro que después de unas buenas horas allí colgado por las muñecas se le pasaban las ganas de fastidiar.
Sin saber cómo ni por qué, no tardó en imaginarse a sí mismo de esa forma. La idea lejos de espantarlo, hizo que se le erizaran los pelos de la nuca. Se obligó a despegar la mirada de allí mientras volvían a ser amonestados.
Bien, se habían conseguido una semana de arresto, de ocho a doce – por la noche – haciendo diversos trabajos tanto de limpieza como de orden. Por supuesto que el moreno no estaba para nada conforme y le fastidiaba enormemente tener que ocupar cuatro de sus preciosas horas de estudio en tareas que no le correspondían, pero una maquiavélica y rencorosa parte de su ser aullaban de gusto por poder ver la cara de indignación que el Niño-Mimado-Malfoy llevaba todo el día por la parte que también le había tocado.
- No dejo de pensar lo que habría pasado si me hubieras echado eso encima, Potter. Eres un inconsciente – rosmaba por lo bajo y con la boca pequeña mientras le sacaba brillo a unos candelabros, sujetando el mango con un par de dedos y frotando con desgana con otro par. Delicado hasta para eso. Albus lo miró de reojo y no pudo evitar sonreírse un poco por la expresión de tedio en el rostro de su compañero – Se le cayó el pelo casi al instante… ¿Te imaginas que me hubiera pasado a mí? ¡Por Merlín! Creo que te habría matado…
- Te lo hubieras merecido – se pasó el antebrazo por la frente para apartarse los desordenados cabellos que le caían casi sobre los ojos, frotando con bastante más ímpetu una de las cristaleras que cubrían las estanterías de ingredientes.- Confié en que te hacía un favor dejándote mis gafas y me engañaste de forma sucia.
- Me hiciste un favor – aclaró mirando su reflejo en el bronce del tenebrario, volviendo a frotar un poco.- En verdad había pedido una apuesta y necesitaba tus gafas. Solo obvié la parte que intuí arruinaría mi plan.
Nuevo silencio solo roto por el frotar de gamuzas sobre superficies pulidas. El primer día ni se habían hablado. El segundo lo habían dedicado a insultarse entre dientes de vez en cuando, incluso a empujarse con los hombros cuando pasaban uno al lado del otro. Por suerte les habían requisados las varitas durante los castigos, en teoría para que no usaran la magia para terminar con las tareas antes de tiempo, aunque Albus imaginaba que también tenía que ver con que no usaran maldiciones para matarse entre ellos.
Esa noche parecía al menos que podían cruzar alguna frase sin alterarse demasiado. Era un momento tranquilo, casi agradable para pensar. Se le había pasado ya el enfado, aunque no la vergüenza cada vez que recordaba la situación.
Se encontró lanzándole fugaces ojeadas de reojo al rubio, observando su perfil recortado contra uno de los ventanales. Mantenía un semblante serio, casi concentrado. Sus perfiladas cejas, un poco más oscuras que su oxigenado tono de cabello, convergían en una expresión de concentración. Se preguntó qué le estaría pasando por la cabeza en ese momento, dudaba mucho que tuviera que ver con quitar alguna mancha rebelde del candelabro con el que llevaba enredando ya más de tres cuartos de hora.
Sin querer volvió a sonreírse de forma leve, volviendo la vista a la cuarta cristalera de la noche. No conocía en lo absoluto a Scorpius Malfoy. Casi ni se había cruzado con él en los pasillos, no compartían más que un par de clases a la semana, y desde luego jamás habían tenido una conversación profunda.
En su casa a veces salía a relucir el apellido Malfoy en alguna comida familiar en la que sus tíos y sus padres contaban alguna anécdota sobre sus días de estudiantes, pero no es que profundizaran mucho en el tema y tampoco es que Albus le prestara demasiada atención.
- Potter. – el aludido pegó un respingo.
- ¿Qué?
- No pude evitar fijarme en cómo mirabas los grilletes del cuartucho de Filch. – el moreno parpadeó un momento ante tal confesión y sin poder evitarlo sintió un atisbo de nerviosismo recorrer su cuerpo, por lo que se afanó más en frotar el ya limpio vidrio de la estantería.
- Pensaba en si alguna vez habrían castigado a algún alumno ahí – murmuró de la forma más casual de la que fue capaz.
- No sabía que tenías una mente tan perversa, te ha afectado el hechizo de las gafas más de lo que pensaba – expresó con jocosidad el rubio, dejando ya de fingir que limpiaba y colocando el candelabro en su lugar.
- No sé de qué me hablas – no pudo evitar contestar a la defensiva, notando el calor subir desde su cuello hasta sus mejillas, pasándose nuevamente el antebrazo por la frente para apartarse el pelo, sin despegar la vista del cristal. Sentía que si volteaba a mirar a Scorpius sus ojos mostrarían algo que sin duda no quería mostrar.
- Uhn… - el Slytherin sacudió el acolchado asiento del profesor y se dejó caer elegantemente en él.
Todavía quedaba más de una hora para dar por terminado el castigo del día. Una hora en la que Albus sentiría una intensa mirada de ojos platinados arañándole la nuca.
¡Hasta aquí el primer capítulo del fic! Espero que haya sido de su agrado y que me dejen comentarios con sus opiniones, así como recomendaciones, dudas, sugerencias, críticas y demás. ¡Muchas gracias por leer! Prometo subir el siguiente capítulo con prontitud. Tengan un buen día!