Dos caras de una misma moneda

5. Salvar al futuro rey

Juventud

No hacía más de una semana que Merlín había regresado una vez más al Camelot que tan bien conocía, ese en el que Uther reinaba con tozudez y ceguera, en el que se perseguía a los magos y brujas inocentes con el fin de erradicarlos para siempre.

El tiempo corría con lentitud y parsimonia, y Merlín contemplaba cada escena ante sus ojos tal y como si de un sueño se tratara. Un sueño que había vivido.

Recordaba todo, absolutamente todo lo que acontecía en aquella realidad, los gritos de Arturo, sus palabras hirientes, las miradas suplicantes de Morgana hacia su padre, la preocupación de Gaius… Todo. Incluso la juventud de Arturo, esa juventud que (aunque el príncipe negara más de una vez) le hacía ser impulsivo, temerario y sobretodo… ingenuo. Porque aunque el futuro rey se mofara de la estupidez de su siervo, lo cierto era que Merlín sentía el paso de los años sobre sus hombros (aunque su imagen física no lo revelara), se sentía agotado, abatido y, definitivamente, resignado.

Porque a veces, toda aquella confianza que le había invadido cuando tomó la decisión de retroceder en el tiempo, desaparecía; y solo quedaba Merlín, el cansado y derrotado mago que lo había dado todo por salvar a su rey aun cuando sabía que no había esperanzas, ya que, aunque él mismo se hubiera empeñado en modificar aquel destino, su destino, lo cierto era que este permanecería inmutable, hiciera lo que hiciera y luchara cuanto luchara.

Sabía que Arturo moriría una vez más, en el mismo momento y lugar que lo hizo la primera vez, a manos de Mordred y no a manos de algún otro, porque ese era su destino. Y tal vez, solo tal vez, había ocasiones como esta, en las que Merlín, mientras preparaba el desayuno del príncipe y se dirigía a despertarlo, se preguntaba si era necesario tanto sufrimiento por solo verlo con vida unos cuantos años más.

Merlín, tal y como todas las mañanas, encontraría a su futuro rey entre las sábanas, durmiendo de forma despreocupada, sin pesadillas, y sin cerciorarse de cuantos peligros le rodeaban. Su juventud le hacía ser ingenuo, al igual que lo fue Merlín en aquella época, y al igual que le gustaría volver a serlo una vez más.

Esa mañana Merlín no despertó a Arturo, no se sintió con fuerzas para hacerlo. Pensó que no le haría daño dormir unas horas más.

Gaius

Merlín casi había sentido que las lágrimas escapaban de sus ojos cuando vio a Gaius una vez más. Evitó recordar aquella fatídica noche en la que perdió al que había considerado su padre durante tantísimos años. No era un recuerdo con el que disfrutara, y aún ahora, después de tanto tiempo de haberlo perdido, sentía que sus pilares se derrumbaban al recordarlo.

Fue por eso que el mago no pudo evitar correr hacia él y darle un abrazo tan fuerte que el anciano no pudo librarse de él por mucho que lo intentó.

—Hay algo especial en ti, Merlín —le diría semanas más tarde, observando como el chico cenaba con una sonrisa en el rostro—, y no me refiero a tu magia.

El mago alzó la cabeza para dirigir su mirada al anciano.

—Es como si hubieras vivido el doble de los años que tienes —dijo con una sonrisa cariñosa—. Tal vez sean imaginaciones mías.

Merlín sonrió, dirigiendo su atención al plato de comida una vez más.

El mago sostenía toda la carga de los años vividos sobre sus hombros, sería injusto que alguien más cargara con sus penas.

Dragón

Merlín no había escuchado la voz de Kilgarrah desde su llegada a Camelot, y eso era algo que le desconcertaba, ya que aún recordaba su llamada durante los primeros días que pasó en el castillo. Fue por eso, que decidió adentrarse una vez más, tal y como lo había hecho durante los primeros cuatro años de estancia en el reino, en la cueva que el dragón habitaba.

Casi sonrió al notar que esta se encontraba igual a la imagen de sus recuerdos, cada piedra, cada sonido. Casi, ya que después recordó los años de sufrimiento que habían llevado consigo aquellas cuatro paredes de roca antigua.

—Te esperaba, joven mago.

Pese a que la voz grave del dragón inundó la cueva en un instante, Merlín no se inmutó. Había vivido demasiados años como para hacerlo.

—Creo que tanto tú como yo, sabemos que ya no soy tan joven —le respondió, de forma seca.

Kilgarrah no rió, tal y como había hecho la primera vez, tampoco le habló de Albión, ni de Arthur, ni de su destino. Merlín conocía demasiado bien aquella historia como para tener que escucharla una vez más.

—Solo necesito preguntarte algo —comenzó de nuevo Merlín, tras unos momentos de silencio.

—Pregunta pues.

Merlín, aun con todos sus años de experiencia, dudó entre hablar o no hacerlo.

—¿Hay alguna remota posibilidad que permita vivir a Arturo?

Su voz era temblorosa, y tal vez fue por eso que, por primera vez en todos aquellos años, Kilgarrah decidió responder con palabras precisas.

—Creo que eso ya lo sabes, joven mago.


Siento mucho haber tardado tantísimo en actualizar, pero este fanfic me cuesta horrores escribirlo (tanta angustia me angustia, nunca mejor dicho xD). Espero actualizar más seguido ahora que está la nueva temporada.

¡Gracias por leer!