Nota: El primer capítulo de este Fanfic está situado en el año 2007, ya que es el año de creación de la serie, en el cual todos tienen la misma edad que en el dibujo animado (Candace 15, Phineas y Ferb 10, etc.)


Disclaimer: Ningún personaje de Phineas y Ferb me pertenece. Ellos son propiedad de Disney y de sus creadores Dan Povenmire y Jeff "Swampy" Marsh. La historia de este Fanfic, los ocs y el idioma tulcruic son creaciones mías, pero están hechos sin ánimo de lucro. La imagen, utilizada como portada en este Fanfic, es una creación de Aura1096 y se puede encontrar en su página de deviantART.


20 años de nada

A veces pensamos que el mal no existe en sí, creemos que hacemos lo suficiente para mantener a salvo a los que más amamos, para seguir escuchando sus risas; pero a veces, estamos equivocados. Fallar es casi tan sencillo como respirar, lo difícil es vivir con ese error, continuar cuando no te queda nada. Cuando sólo te aferras a la posibilidad de volver atrás, a la esperanza de reencontrar los días felices y de volver a escuchar sus risas; pero a veces, el destino es cruel y traza caminos poco gratos. Caminos cuyo único propósito es evitar que logres escapar de aquel infierno que alguna vez… denominaste hogar.


Capítulo 1: El puerto de Danville

Era un día hermoso y soleado, que llenaba de alegría a cualquiera que viviese en Danville. El verano casi llegaba a su fin, así que los dos hermanastros se levantaron temprano, para planear las actividades que se llevarían a cabo. Finalmente, después de pensar un poco y ver televisión, Phineas tuvo una idea.

—¡Hey, Ferb, ya sé que vamos a hacer hoy! —exclamó el pelirrojo—. La más grande pista de hockey del mundo –Phineas observó los alrededores, antes de preguntar—. Oye, ¿y Perry?

Como de costumbre nadie respondió, entonces ambos niños se encaminaron a construir el proyecto de aquel día. Mientras el ornitorrinco de la familia, se escabullía para poder llegar a sus cuarteles, acto seguido divisaba a su jefe en la pantalla.

—Hola, agente P —saludó Monograma—. Descubrimos que Doofenshmirtz está construyendo un rayo para derretir hielo, averigua que trama.

Perry saludó al Mayor, inmediatamente subió al planeador con su forma y se retiró a cumplir su misión. Entre tanto, en el interior del hogar de aquellos dos chicos se podía divisar a una adolescente de quince años, la cual hablaba por el celular hasta que vio a sus dos hermanos salir de la casa.

—Ya me voy, Stacy —colgó el aparato—. ¿Qué están planeando? —preguntó a nadie en particular—. Será mejor que los siga.


"Doofenshmirtz malvados y asociados" —se escuchó el típico jingle del mal, que anunciaba la proximidad del edificio.

El agente ornitorrinco conducía el planeador con lentitud, debido a que no estaba muy emocionado. Él prefería tener un día libre a pasar otro día de rutina, sin embargo, no tenía una opción. Él simplemente debía ir a luchar con Doofenshmirtz. Perry suspiró, intentando dejar de pensar en eso; después de todo, acababa de enviar una segunda solicitud de vacaciones, ya que la primera había sido rechazada. Pero tal vez, con un poco de suerte, ésta sería aprobada.

El ornitorrinco ingresó por el balcón, sin ninguna intención de hacer una entrada ostentosa y llamativa. Casi de inmediato una trampa lo atrapó.

—Ah, Perry el ornitorrinco, que inesperada sorpresa y por "inesperada" quiero decir totalmente esperada —Doofenshmirtz habló con clara ironía en la voz—. Ahora que estás atrapado, te contaré mi malvado plan. Verás mi hermano Roger dará una fiesta esta noche, para la cual ordenó una escultura de hielo, tamaño real de sí mismo —caminó hasta un extraño aparato—. Por eso inventé: ¡el descongelador inador! —señaló al aparato para mostrarlo—, que… Bueno, hace básicamente lo que dice su nombre.

Perry suspiró. Iba a ser un día largo, estaba seguro de eso.


Isabella y su tropa paseaban por el puerto de Danville, hasta que divisaron la embarcación en la que se hallaban sus amigos. Entonces decidieron acercarse.

—Hola, Phineas, ¿qué estás haciendo? —preguntó la niña de cabellos negros.

—Hola, Isabella —saludó el aludido—. Construimos esta lancha y este aparato, que utiliza las propiedades de la madera para convertir el agua en un tipo especial de hielo, que es capaz de resistir al calor por más tiempo.

—Wow... ¿y eso para qué?

—Queremos hacer la pista de hockey más grande del mundo, para eso nos adentraremos en el mar, con ayuda de la lancha, hasta lo más lejos que podamos —respondió Phineas—. Luego dispararemos el rayo que hará que toda el agua se convierta en hielo en un área de 9000 metros y estará listo

—Suena divertido —dijo Isabella, antes de subir a aquella embarcación, acompañada de los demás amigos de los jóvenes inventores.

A lo lejos, una silueta los seguía y, sin que ellos pudiesen percatarse, también abordaba.


El doctor Doofenshmirtz procedía a intentar activar su aparato, pero fue interrumpido por una patada en el rostro.

—¡Perry el ornitorrinco, cómo escapaste! —preguntó frustrado.

El monotrema no le respondió y simplemente procedió a atacarlo.


En el puerto de Danville, Phineas y su hermanastro Ferb observaban, con entusiasmo, su proyecto terminado, hasta que una voz los interrumpió.

—Están en problemas.

Los hermanastros voltearon y divisaron a la dueña de aquella voz.

—Hola, Candace —saludó el pelirrojo—. ¿Cuándo subiste al barco? —preguntó, un tanto confundido.

—¡Se lo diré a mamá! —gritó ella, acto seguido tomó su celular y marcó un número—. ¡Mamá, Phineas y Ferb hicieron una pista de hockey!

Se podía apreciar con claridad la voz de Linda del otro lado de la línea.

—Candace, ¿no crees que ya es suficiente de esta obsesión con tus hermanos? —preguntó su madre.

—No, mamá, es verdad. Si vienes al puerto de la ciudad lo podrás ver.

—Bien, voy para allá —dijo con un tono frustrado.

Candace cerró y colgó el teléfono, mientras los chicos jugaban, con alegría y entusiasmo, en aquella cancha deportiva.

—Mamá llegará aquí pronto y cuando lo haga estarán en problemas —dijo para sí, aunque parte de ella pensaba que sería igual que todos los días.


La pelea entre el doctor y el ornitorrinco destruía casi cualquier cosa que estuviese alrededor; entre golpe y golpe el rayo descongelador se movió y llegó a apuntar a una dirección muy contraria a la anterior en que se encontraba. Luego, sin que ninguno de los presentes lo percibiera, se disparó una vez.

—No, Perry el ornitorrinco, no presiones el botón de autodestrucción —dichas estas palabras se escuchó una explosión.

El inador estaba destruido y el monotrema se marchaba en el planeador, que lo había ayudado a llegar hasta aquel edificio.

—¡Te odio, Perry el ornitorrinco! —gritó Doofenshmirtz.


Phineas, Ferb y sus amigos patinaban en el hielo, hasta que éste comenzó a hacerse más frágil.

—Wow, ¡la pista se derrite! —gritó el niño pelirrojo, mientras intentaba conservar el equilibrio.

—Hay que subir a la lancha —respondió Isabella.

Los niños corrían para llevar a cabo la acción que la niña de pelo negro había indicado. Pronto todos abordaron, excepto Baljeet, que no lo consiguió. Candace observaba impresionada de lo que acontecía.

—¡Amigos, ayúdenme! —gritó el hindú.

Inmediatamente Phineas arrojó un salvavidas atado a una soga.

—¡Baljeet, toma el salvavidas! —exclamó el pelirrojo.

—¡Ya lo hice! —respondió, mientras sostenía aquel objeto.

—Ahora cálmate —dijo Phineas—. Te subiremos.

Los chicos, incluyendo a la pelirroja, colaboraban para realizar esa tarea. Después de terminar tal acción, Candace decidió hablar.

—¡Lo sabía! —gritó la adolescente—. ¡Sus inventos son peligrosos! ¡Cuándo mamá llegue van a estar en problemas! ¿Y cómo el hielo se derritió tan rápido? ¡No tiene sentido!

Todos la observaban en silencio, hasta que un gruñido se escuchó. Phineas giró un poco y halló la fuente del sonido.

—Oh, ahí estas Perry —dijo el pelirrojo.

Candace, por su parte, sacó su aparato telefónico y comenzó a marcar.

—Mamá, no vas a creer lo que hicieron los chicos… —la muchacha de quince años proseguía con las quejas a su madre, pero el pelirrojo no escuchaba nada de aquello. Él estaba más concentrado en otro asunto.

—Creo que será mejor volver a tierra —dijo Phineas.

—Sí, también lo creo —se escuchó la voz de Ferb, quien no había dicho palabra en todo el día. Acto seguido se dirigía a la cabina del conductor y encendía el motor de la lancha, para regresar al puerto.

—Mamá está en camino —Candace habló, cuando colgó su celular— y para qué su invento no desaparezca lo sostendré hasta que lo vea —tomó el aparato, pero por accidente presionó el botón que lo activaba. Para su desgracia, el proyecto apuntaba al ornitorrinco, que estaba parado al borde de la embarcación, el cual quedó convertido en un bloque de hielo y, por el impacto, cayó irremediablemente en el mar. Todo aquello había sido presenciado por el joven inventor de pelo rojo.

—¡Perry! —se oyó el grito desesperado del niño.


Un hombre de edad madura y bata blanca se dirigía al balcón de su apartamento.

—Perry el ornitorrinco volvió a frustrar mis planes —suspiró y apoyó su mano en un masetero grande, el cual se movió a la misma posición en que había estado el descongelador. Después se escuchó un sonido, como el disparo de un rayo—. Mi rayo reductor. Creo que olvidé desconectarlo.


Phineas corrió, con desesperación, hacía el barandal de aquella embarcación. Observó el mar pero no logró divisar nada de lo que esperaba. Se suponía que el hielo debería flotar, pero al parecer no lo hacía o tal vez algo había pasado, sin embargo, no se detuvo a pensar. Todo lo contrario, él saltó al agua. Candace estaba impresionada. De inmediato soltó lo que sostenía y corrió hasta el lugar donde, segundos antes, se encontraba su hermano. Sin previo aviso aquella lancha comenzó a temblar y pronto parecía que el espacio de esta se reducía.

—¡La lancha se encoge! —exclamó Isabella.

Ferb salió de la cabina y los demás gritaron, hasta que la embarcación fue tan pequeña que todos quedaron en el mar.

—Phineas, ¿dónde está Phineas? —preguntó la niña de pelo negro.

La adolescente, Isabella y los demás buscaron entre las olas al perdido. Se zambullían, pero no lo encontraban. Continuaron explorando el mar, hasta que la chica de quince años por fin logró divisarlo; había perdido el conocimiento. Lo tomó de un brazo y nadó hasta la superficie. Los demás, al presenciar esto, se dirigieron al lugar en que Candace se encontraba, luego la ayudaron a llevar al inconsciente hasta la costa. Por suerte estaban cerca de la playa. Ya en la orilla, intentaron despertarlo y cuando finalmente comenzó a abrir los ojos, sólo murmuraba.

—Pe… Pe… Perry… Perry… —decía.

Ante esto el niño de cabellos verdes observó a su alrededor, pero no halló lo que esperaba.

—¿Y Perry? —preguntó Ferb.

Era natural que indagara esto, ya que nadie había presenciado lo acontecido, a excepción de Candace y su hermano.

—Él está… está… él ca… —la adolescente de pelo naranja comenzó a balbucear—. Fue… fue un accidente. Yo no…

—¡Él cayó al mar! —habló el, ya consiente, niño de pelo rojo—. ¡Tenemos que buscarlo!

—Pero es un animal semi-acuático —interrumpió Isabella.

—No, no lo entiendes —respondió Phineas— Él cayó al mar congelado en un bloque de hielo.

Los niños se sobresaltaron, pero antes de que alguien pudiese decir o preguntar algo, se escuchó la bocina de un auto. Giraron, sólo para enterarse de que Linda Flynn había llegado.

—Y bien, Candace, ¿dónde está el peligroso invento de los chicos, que requiere mi presencia...? —pero se detuvo al observar la expresión de todos—. ¿Qué pasó? —preguntó.

Continuará…