Corazones (Rojos) / Rey: Alemania / Reina: Japón / Jack: Italia / Ace: España

Diamantes: (Amarillos) / Rey: Francia / Reina: Liechtenstein / Jack: Suiza / Ace: Canadá

Trébol: (Verdes) / Rey: Rusia / Reina: Hungría / Jack: Austria / Ace: Lituania

Espadas: (Azul) / Rey: America / Reina: Inglaterra / Jack: China / Ace: Korea

Jokers: Prusia y Sealand

Revisado por la siempre eficiente Kaith Jackson ;)

ADVERTENCIA: ESTE CAPITULO CONTIENE VIOLENCIA Y UN POCO DE GORE (no es demasiado, pero es material un poco sensible).


Capítulo 18. Después es la tormenta

Si le preguntaran cuál era la mejor manera de despertar, su respuesta definitivamente sería: En la recámara de su castillo, porque al ser completamente honestos, ¿a quién no? También, dicha fantasía tendría que protagonizarla el cuerpo a su lado, perteneciente a su esposo. La respiración rítmica de Alfred lo relajaría, se daría la vuelta y vería los ojos cerrados del otro. Notaría lo joven que se ve su esposo sin anteojos y probablemente acariciaría su cabello.

Ese, evidentemente, no era el caso.

Estaba seguro que moriría en ese lugar, dejaría todas sus vísceras en el suelo, al paso que evacuaba completamente su estómago. No había empezado la guerra y él sería el primer cadáver. Arthur se estiró, su espalda dolía por la posición que había adoptado de cuclillas; su propio cuerpo no le había dado tiempo de reaccionar ante la ola de náuseas que se habían apoderado de él.

Pensaba en la guerra que estaba a punto de comenzar en cualquier instante. Los guardias se habían quedado en su puerta toda la noche, Yao nunca perdía de vista a Alfred, aun así se le había hecho difícil dormir. Recordó los sueños del rey, rara vez se repetían, pero eso no quería decir que su destino de destrucción cambiaba. Algo estaba seguro, a Lythirus le aguardaba muerte, sangre y desesperanza.

Tembló ante el pensamiento y sintió las rodillas débiles, abrió la boca y volvió a vomitar; ya no le quedaba nada en el estómago, pero las molestias no se iban. Con el dorso de su mano limpió una gota de saliva que bajaba sobre su barbilla.

Sentía pánico —nunca lo diría pero por lo menos sería honesto con su mente—, estaba aterrorizado; temía que Alfred muriera, que algo le pasara a Yao y tenía miedo por todos los soldados. Ellos habían seguido a su rey con espada en mano y espíritu en alto, se asegurarían de velar por su esposo pero ¿quién velaba por ellos?

En Icedrop había sentido lo que en verdad era la soledad y el frío, sin escapatorias ni descansos. Había visto a hombres más fuertes que él, caer por la borda y morir en las aguas infestadas de monstruos; sirenas que los habían llamado con su bello cántico para devorarlos con cientos de dientes. También recordaba a viejos que morían de hambre y frío.

El viaje a la tierra blanca había sido una larga pesadilla.

Arthur pensaba que el período que había pasado en alta mar habían servido para fortalecerlo.

Pero ahí estaba, apoyado sobre un viejo roble sin ser capaz de controlar su propio estómago. Tal vez era por el hecho que en Icedrop, era de esperarse, los enemigos eran criaturas, era la misma atmósfera. Pero ahora era diferente, los enemigos eran dos de los cuatro hombres más poderosos de Lythirus, y miles de soldados con ellos. Iván era un sanguinario, lo había dejado en claro al matar a una mujer a sangre fría frente a todos sin dudarlo un segundo. Y Francis era una carta bajo la manga, nadie sabía qué era lo que el diamante sacaba de todo esto ni cuáles eran sus intereses, solamente por ese hecho, era más peligroso.

No sólo los reyes, Arthur recordó al demonio de cabellos blancos y ojos rojos. Se acordó de la cola juguetona y de los cuernos.

Peter.

La última vez que había visto a su hermano menor fue en su boda, el pequeño rubio había tenido unos pequeños cuernos y una cola con punta de pica igual que aquella criatura. ¿Significaba esto que Peter era un demonio ahora? ¿Dónde había estado todos estos años? El sol no había salido y Arthur quería que el día acabara.

Su estómago parecía haberse calmado y debería regresar antes que Alfred notara su ausencia.

—¡Arthur! —llamó la emocionada voz del rey de Spades.

'Muy tarde,' pensó, al darse la vuelta y encontrar los ojos color cielo que, de alguna forma, siempre hallaban la manera de tomar su aliento. El rey venía a paso rápido saliendo de su tienda. Cuando se acercó, Arthur notó que se veía fatigado, como si se había cansado de llevar un peso enorme. Bajó su cabeza, sabía que no podía hacer nada por su amado. Sólo un rey es capaz de entender lo que otro igual está pasando.

—¿Qué haces aquí? Están por servir el desayuno, debes comer o la comida se terminará antes que des el primer bocado.

—Apuesto que ya te acabaste la mitad ¿no, Al?

Su rey se rio, la felicidad no alcanzó sus ojos.

—Aún tengo muchas cosas por hacer, Ludwig llegará en cualquier momento. Pero come por mí, Artie ¿sí?

El rubio se mordió el labio, desde que partieron no había visto a Alfred comer. Aun así, conocía demasiado bien a su esposo, sabía lo que estaba haciendo. Las bocas eran demasiadas en comparación con las raciones y él, dejaba a su pueblo de primero.

Como el héroe que era.

Arthur, en cambio, no había parado de comer desde que salieron de Spades. 'Soy un maldito egoísta' pensaba. Pero no podía evitarlo, era lo único que le quitaba la ansiedad.

El rey de Spades ya había dado la vuelta y regresaba al campamento. Arthur apresuró el paso para alcanzarlo. Tomó su mano y le dio un apretón, su esposo le devolvió el gesto. Reunió todo el coraje que pudo y preguntó:

—Al, ¿has tenido más sueños?

El rubio rojizo paró en seco, su mirada perdida en algo que él no era capaz de ver. ¿Quién había arrebatado a su niño-esposo y en su lugar había dejado a un adulto? Alfred actuaba como rey, Arthur se sentía más nervioso que nunca.

—Soñé que Gilbert danzaba sobre el cadáver de Ludwig.

Arthur se congeló, y las náuseas empezaron nuevamente.

—¿Gilbert? —cuestionó, intentó ignorar la terrible descripción.

—Es el nombre del demonio blanco, exheredero del Kingdom of Hearts.

El de cejas gruesas se cubrió la boca con la mano, se sentía enfermo. ¿Estaban caminando hacia el matadero? ¿Esa era la voluntad de los dioses?

—Artie, ya te he dicho, los sueños cambian con cada decisión que tomamos, cada palabra que decimos o callamos. El futuro es inestable, el presente es efímero y el pasado está tallado en roca. Tengo sueños en los que Iván se retira antes de empezar la primera batalla, a veces Francis cambia de bando. No puedo darte una sola respuesta, pero te puedo asegurar con miles de opciones.

Se acercó al más alto y sostuvo su rostro entre sus manos. Alfred bajó el rostro para estar a la altura de su esposo. Miró los infinitos ojos azules de su rey y retiró los anteojos, besó cada parpado intentando prometer con ese beso que todo estaría bien. Luego besó su frente, ¿cuándo había crecido aquel niño a quién había conocido en el jardín real? Deseó regresar al pasado, al claro con el árbol bicolor, ese lugar mágico que nadie más sabía, excepto el otro rubio, pero era demasiado tarde para eso.

No había más que hacer que confiar en los dioses del quinto reino.

—¿Artie? —llamó Alfred, con el mismo tono que cuando eran niños.

—Hmm —murmuró.

—Apestas a vómito.

Por lo menos algunas cosas nunca cambiarían.


Era la última revisión que daba a su batallón. Caminaba mirando a los jinetes, a los soldados de la vanguardia y a los de la retaguardia. Algunos, hombres y mujeres adultos se veían decididos; los más jóvenes, como los que tenían su misma edad, se veían muertos del miedo. El sol brillaba en lo más alto y el cielo se había vestido de un azul claro. Alfred lo tomó como una señal de los dioses, el índigo significaba una victoria para el reino de espadas.

Tal vez, el árbol bicolor que había descubierto cuando era sólo un niño, con Arthur, había sido un augurio, en el que anunciaba su unión con el rey rojo. El rubio daba gracias por su aliado, de todos los reyes, Ludwig siempre había sido su único y verdadero amigo. Podría vendarse los ojos y dejar que el fornido lo guiara. El otro rey estaba a su lado, haciendo sus propias revisiones a sus soldados, su corona olvidada; igual que Alfred. Sus ropas hechas de pieles habían sido reemplazadas por acero, la tela por cota de malla. Era lo más incómodo que alguna vez había usado, pero no tenía otra opción.

En su pecho mostraba un nuevo escudo, confeccionado para esta guerra, un corazón escarlata en la esquina superior, junto a una pica cobalto en la inferior, ambas figuras rodeadas por una guirnalda negra. El rojo de los corazones significaba fortaleza; el azul de la pica, libertad; y la diadema negra, poder.

Los soldados estaban enumerados, del dos al diez; cada uno pertenecía a una zona que resguardaba. Del dos al cinco estaban en la vanguardia, junto al ace correspondiente de cada reino. Alfred había conocido al de Hearts, no recordaba su nombre pero parecía un hombre sin preocupaciones; le recordaba a Yong Soo, sólo que un poco más adulto.

Ojos de color hielo de Ludwig se encontraron con los suyos. El otro rey asintió con la cabeza, indicando que ya estaba todo listo.

Los minutos pasaban corriendo y no era su lugar frenarlos.

Había mandado soldados de Spades y de Hearts en las primeras horas del día, para explorar y vigilar la zona, ellos regresaron con noticias de haber visto el ejército de Iván y Francis viniendo del noroeste. Estaban en el borde de Hearts y de Diamonds.

El inevitable encuentro estaba próximo, ahora solo debían dar los últimos pasos.

'Oh, Guerrero' rezaba en su cabeza al dios, 'dame la fuerza para traer la victoria a Spades.'

—¡Hombres y mujeres! —exclamó el alto rubio, con una voz de autoridad que sólo Ludwig podía expresar, en seguida todos los soldados prestaron su atención completa al hombre frente a las líneas—. No hace falta repetir la razón de su presencia en este lugar, la espada en sus manos, la lanza en sus hombros y las flechas en sus espaldas hablan por ustedes. Esta es la primera guerra en Lythirus en más de un siglo; ni mi padre ni su padre sabrían lo que estamos a punto de dar inicio. Tienen miedo, lo sé; lo puedo sentir, no les mentiré, deberían tenerlo.

El rey paró, recorriendo con su mirada a todos los centenares de hombres y mujeres.

—El miedo es lo que demuestra que estamos vivos, el miedo nos hace más poderosos, hace que nos concentremos. ¡El miedo nos hace sentir! —gritó, fue respondido por las aclamaciones de unos cuantos soldados; los demás, estaban demasiado aterrados como para decir algo—. El reino de Clubs ha cometido un asesinato y se ha aliado con un adversario desterrado, y además de eso le ha dado su espalda a los dioses. Es un enemigo de Lythirus y no dudará actuar como tal.

—No les obligaremos a quedarse —exclamó Alfred esta vez. Ludwig miraba a los hombres y mujeres reunidos, estaban en perfecta sincronía—, son libres de retirarse. Empiecen una familia, vivan una larga vida. Pero piensen en los monstruos que dejarán libres. ¡Piensen con sus corazones, pero hablen con su espada! ¡Háganles sentir la furia de su reino! ¡Háganme sentir orgulloso de ser su rey!

Su voz alcanzó el volumen más alto que podía, los hombres empezaron a levantar su puño vitoreando: ¡Larga vida a Hearts! ¡Larga vida a Spades!

Miró al otro rey, el rubio claro no apartaba los ojos de la multitud, fue ahí que Alfred supo, lo poderoso que era el don del rey del Kingdom of Hearts. Todos los hombres se veían seguros, como si les hubiera sido borrada cualquier duda de sus mentes. Se veían feroces y sin miedo. Era obra de Ludwig, el de anteojos se imaginó cómo se debían sentir; quizás cálidos con un fuego en el pecho que los inspiraba a gritar: ¡Viva el rey Alfred y el rey Ludwig!

Arthur se veía mucho más confiado que ahora en la madrugada, dio gracias a los dioses que el don del otro rey funcionara también con su reina. Él quiso también poder sentir esa ola de valor y confianza. Era una lástima que los reyes eran inmunes a los poderes de otros. Lo único que él sentía era temor, un oscuro y macabro miedo.

Estaban en el campo abierto, lejos del campamento, un predio baldío que parecía no tener fin se desdoblaba frente a ellos. Un jinete galopó hacia ellos que venía del horizonte, estaba manchado de sangre y parecía como si hubiera visto a un dragón.

—Calma —dijo Ludwig, el hombre lo hizo visiblemente, de seguro el rubio había ayudado—, dinos lo que pasó.

—¡Explorábamos el terreno en busca del rey Iván! —El hombre jadeaba y parecía no encontrar las palabras—. ¡Se aproxima a paso rápido! ¡Asesinó al explorador que me acompañaba a sangre fría y me dejó vivir!

El hombre irrumpió en lágrimas.

Como si hubiera sido una señal, un gris oscuro devoró el azul del cielo, las nubes habían muerto y el sol se había escondido en su cobardía. El firmamento parecía guardar luto. Algo helado cayó suavemente sobre su nariz, investigó de qué se trataba con su dedo, lo miró y…

¿Un copo de nieve?

A esto jugaría Iván.

Muy pronto el solitario copo fue acompañado por miles y miles que caían rápidamente; el rey helado se acercaba y con él, muerte y desolación. Esta sería una guerra fría.

En el horizonte se podía divisar una larga sombra, con colores verdes y naranjas. Los ejércitos de diamantes y tréboles marchaban con paso seguro. Aun así, sus hombres no perdieron la valentía y el coraje. La nieve sirvió para hacerles gritar sus nombres más fuertes.

Miró a Arthur, éste le devolvió la mirada. 'Que los dioses te protejan, te esperaré cuando esto termine, te amo': fueron las palabras silenciosas que decía con sus ojos, estaba seguro que las había dicho antes, pero quería que él las escuchara una última vez. Se devolvió al rey de corazones.

—Ya es hora —murmuró Alfred, asegurándose que solo Ludwig lo escuchara.

El rubio claro asintió y se volvió a sus hombres.

—¡Es vida o muerte! ¡Peleen por todo lo que aman y odian! ¡Y si es la voluntad de los dioses les aseguro que nos encontraremos otra vez en el Quinto Reino!

Hombres, centauros y gigantes comenzaron a correr, con lanzas y espadas impacientes por probar carne.


Todo alrededor de Feliciano era la definición de un caos.

Metales chocaban unos contra otros, se escuchaba el sonido de líquido escarlata salir de las personas que se convertían en cadáveres en cuestión de un segundo. Ruidos sordos de cuerpos cayendo sin vida, manchando con su sangre la nieve. Montículos blancos llevados por el viento, intentando cubrirlos, como si se avergonzara de los actos humanos; y con su abrigo quisiera callarlos a todos.

Muerte por todos lados. No estaba preparado para esto.

Estaba seguro que debería tener miedo, correr detrás de una roca y esconderse hasta que todo esto hubiera terminado. Llorar por los soldados que conocía, que caían uno a uno, sumándose a lo que serían faltas del ejército y pésames a sus familias.

Pero nada de eso pasaba.

No había inestabilidad emocional, sus nervios estaban calmados y actuaba en modo automático.

Movía su lanza hacia los soldados que portaban un uniforme diferente al del reino rojo o azul y, sin pensarlo, los atravesaba. No arrepentimientos, no segundos pensamientos.

Soltaba la primera arma y desenvainaba su espada, atacando a otro soldado enemigo, viéndolo caer y llenándose con el líquido vital ajeno. Cuando daba muerte a dos personas, sacaba su lanza, siempre leal al llamado de su dueño, y la volvía a utilizar. Repitió ese ciclo otras veces más.

Quitó diecisiete vidas antes de sentirse cansado.

Se detuvo a respirar por cinco segundos, bajar sus brazos para que recuperaran fuerzas.

Se había jurado a sí mismo rogar por las almas que llevaría al quinto reino. Pero si se detenía a unir sus palmas en oración, sería su último rezo. No podía perder tiempo.

Será para después, entonces.

No podía desviar su mirada mucho tiempo o le costaría caro.

Miró adelante, buscándolo. El caballo blanco de Ludwig galopaba lo más rápido que podía. Feliciano era conocedor del plan que estaba en ejecución. Sólo esperaba que tuviera éxito.

Las órdenes eran que el jack debía quedarse en la batalla principal. Si iba con Ludwig, llamaría más la atención, y todo fracasaría. Debía hacerlo solo.

No pudo quedarse mirando mucho tiempo, soldados enemigos corrían hacia él y hacia sus colegas. Perdió de vista al rey conforme se disponía a luchar nuevamente.

Detuvo un ataque que fue dirigido a él, el cuerpo de su lanza no cedería ante el filo de una espada. El hombre frente a él era más grande, su cuerpo más fuerte. No tardaría mucho en dejarlo por el suelo.

Feliciano usó sus pies para patear al otro hombre. No le dolería, pues tenía armadura. Pero al golpearlo en un lado de la rodilla, su extremidad cedió y se flexionó, haciéndolo perder su equilibrio el tiempo suficiente para hundir su lanza en su tráquea. Escuchó al hombre atragantarse con su propia sangre, no podía respirar.

Todo era tan violento, tan sangriento. Nada atrayente había en una guerra.

Atrás de él escuchó la queja repentina que hace un hombre al morir.

El jack se dio la vuelta, miró al hombre caer sobre su espalda, una flecha enterrada en su pecho, justo por encima de su corazón. Había estado a punto de atacarlo por detrás.

—G-gracias —dijo a su salvador, dándose cuenta de quién era.

—Por nada, Feli —le respondió su reina. Kiku aún estaba en su caballo, soldados alrededor impidiendo que alguien se le acercara demasiado. Luchaba desde la distancia, dando flechazos mortales en el pecho de sus enemigos.

Heracles era uno de esos soldados que lo protegían.

Kiku cabalgó con su pequeño grupo unos cuantos metros más, dispuesto a continuar con su aporte a la batalla. Feliciano fue con ellos.

La unidad no tardaba mucho en dispersarse y en volverse a ensamblar, en repetidas ocasiones. Incluso con la organización estratégica que Ludwig había ideado, los planes solían cambiar a medida eran puestos en ejecución.

El jack se separó por un tiempo del grupo.

Abuelo, cuídame desde arriba.

Continuó con su deber. Siguió luchando por su nación sin pensarlo demasiado, no más de lo que sus acciones requerían. Se convirtió en una pequeña rutina, un acto sublimado de la agresión y pelea.

No era arte exactamente, pero quizás a los dioses así parecía.

Atacó con su lanza en el estómago de alguien, sangre y vísceras salieron de él. Sería una muerte más lenta y dolorosa, pero la resistencia de costillas le hacía difícil apuntar al corazón.

Cuellos cortados por su espada.

De nuevo usaba la lanza.

Una vez más agredía con su espada.

Necesitó un momento para descansar, tomó aire. Lo necesitaba. ¿Cuándo tiempo más faltaba? Tenía sed, y el sudor le ardía cuando llegaba a sus ojos. Se limpió la frente y su visión con la mano que tenía libre.

Soldados con un traje naranja formaban un grupo alrededor de un hombre en su caballo. Se separaron para atacar soldados cerca de Feliciano.

El jack se giró en esa dirección, listo para enfrentar al enemigo que había decidido luchar contra él. El hombre portaba una armadura más gruesa y de apariencia pesada. Cabellos rubios salían de los lados de su casco.

—¿Pero si no es el jack de Hearts? —escuchó al más alto decir, su voz sonaba divertida.

Esto… ¿él me conoce? Cabello rubio y largo, armadura llamativa, porte refinado…

Tuvo un mal presentimiento.

El atacante usó su espada contra él, Feliciano se defendió; las hojas filosas chocaron, produciendo un sonido rechinante. Su contrincante era muy fuerte, más que él.

—Lo siento, querido. No puedo perder mucho tiempo, ¿te gustaría inmortalizar tu atractivo?

Esta vez sí reconoció su voz, era el rey de Diamonds. ¿Qué significaba lo que había dicho? No estaba seguro de haber prestado tanta atención.

De repente el rey Francis se inclinó sobre él, una sonrisa pícara en sus labios. Hizo sus espadas a un lado. Instintivamente, Feliciano retrocedió.

Al ver esto, el diamante actuó rápido. Extendió la mano que tenía libre, hasta la cara del jack de Hearts y, a manera de ataque, dio una cachetada con la mano abierta en su mejilla derecha.

'Toque de oro' pensó Feliciano con horror.

Sintió que su cabeza se ladeaba, un peso extra en la mitad derecha. Francis se dio la vuelta y continuó con sus ataques.

Feliciano tuvo miedo, esto no podía ser real. ¿Se convertiría en una estatua de oro como Jeanne d'Arc? Había rumores sobre la primera esposa del rey de Diamonds.

Se llevó una temblorosa mano a la mejilla, nervioso por lo que iba a sentir, no realmente preparado para morir. Palpó la suavidad de algo que definitivamente no era oro. Su piel se sentía igual.

Era su cabello. La mano del rey diamante no impactó directamente con su rostro. Gracias a los dioses por cortarme el pelo hasta la barbilla.

Lentamente tomó de la raíz los mechones castaños, miró apenas como lentamente iban volviéndose dorados y sólidos. Pesaban más cuando eran devorados por el metal precioso.

Un corte con su espada, dos, tres, justo donde nacía su cabello. Casi la mitad de su cabeza quedó rapada, los mechones cayeron al suelo mientras terminaban de tornarse oro, produjeron un ruido sordo con el impacto de su caída.

Estuvo cerca.


Ludwig cabalgaba a toda velocidad, no en vano había pedido el caballo más veloz que tenía su reino.

Sentía el aire colarse entre las ranuras de su yelmo. Se mezclaba con la respiración cálida que exhalaba por su boca.

Los enemigos lanzaban flechas contra él, su defensa fue su escudo en su brazo izquierdo. A toda costa intentaba evadir las multitudes, para no tener retrasos. Cuando era imposible evitar soldados, los laceraba con cortes de su espada.

Había recorrido el campo de batalla. Miraba hacia todos lados buscando al rey que provocó esta guerra. Lo más probable era que el rey Trébol quisiera que su objetivo fuera Alfred, así que buscó en la dirección donde pudiera estar.

Con el rabillo de su ojo, captó el traje del rey Iván. Su cabeza cubierta por su casco. Los colores verdes en forma de líneas decorativas que marcaban su armadura, para identificar su reino. No era difícil reconocerlo por el metal más fuerte y resistente que usaba, ese que era reservado para la protección del rey. El trébol luchaba contra los soldados de Spades y Hearts que se abalanzaban contra él. Era un hábil espadachín, evadía sus ataques y agredía con más fuerza.

—Iván —llamó su atención Ludwig.

El otro rey se giró para mirarlo.

—Enfréntate a mí —ordenó el rubio.

Notó cómo su enemigo giró su cabeza en dirección al rey espada. Era evidente que no estaba en sus planes iniciar una riña contra Ludwig.

—Pelearás conmigo ahora, si quieres llegar a Alfred —terminó.

Ludwig levantó su espada, los soldados de Hearts que lo rodeaban inmediatamente atacaron a los tréboles. Todos peleando, dejándole el espacio libre. Una lucha entre reyes.

Los enemigos esperaban que fuera Alfred al frente de la batalla, dispuesto a vengar el asesinato a su madre, satisfacer su deseo de pagar muerte por muerte. Convencer al rey no fue fácil. Pero la táctica de que fuera Ludwig quien se enfrentara a Iván, era una mejor estrategia. Poco obvia, menos esperada, más sorpresiva.

Además, el rey de Clubs era alto y fornido, aún más difícil de derrotar con una armadura puesta. Por eso era Ludwig quién debía luchar contra él. No era momento para ser regido por emociones, o para debilidad a causa de sus sentimientos. Debían pensar con la cabeza fría. La rabia, por su dolor, había cegado a Alfred.

"Tráeme su cadáver… o mejor no. Hiérelo, pero tráelo vivo. Voy a matarlo yo mismo".

Ludwig no estaba seguro de qué tan fácil sería capturar a Iván sin matarlo. En caso que fuera imposible, tendría que darle muerte y explicar a Alfred que nunca hubo otra opción. Él sería la espada que cumpliría con el deseo de venganza del rey de Spades.

Se enojará, pero prefiero eso a que dañen a mi familia.

El rey trébol se lanzó contra él, su caballo relinchando cuando fue azotado. Sus espadas chocaron produciendo un quejido resonante. La adrenalina hacía que todo pareciera más lento. Sus movimientos eran tan claros que pudo reaccionar a tiempo para evitar cortarse.

Fue atacado con la espada de su enemigo. Usó su escudo para protegerse, su brazo se acalambró al sentir la fuerza del otro completamente puesta sobre él. No había forma de otro desenlace. La espada había quedado atascada en el escudo.

Ludwig lo soltó, quedando su brazo izquierdo libre y desprotegido. Se preparó para atacar. Solo tenía una oportunidad.

Su enemigo llevó su brazo atrás con fuerza, desesperadamente intentando zafarse del molesto escudo adherido a su arma. Ludwig aprovechó para impulsarse desde el caballo y lanzarse sobre el otro rey. Apuntó con su espada al espacio donde se unen el casco y la armadura, en el cuello había una pequeña zona desprotegida del metal.

'Por la señora Jones'. Aquella amable mujer que Ludwig había conocido desde pequeño, íntima amiga de su madre. Una dulce señora que siempre lo había tratado bien.

Su pie izquierdo se hundió en la nieve en un ángulo extraño. Escuchó un sonido que le indicó que la caída no había sido exitosa, seguido de un profundo dolor el mismo pie.

Se levantó apoyándose solamente en el pie derecho, irguiéndose hasta donde pudo. Caminó cojeando hasta recuperar su espada, sacándola del cuello del otro rey.

Para confirmar que realmente su mirada estaba perdida, que la vida había dejado sus ojos. O aún más, reconocer una lucha respetable contra un enemigo temido. Ludwig se agachó para remover el casco del cuerpo inmóvil.

¿Qué significa esto?

—Ohhh… vaya mira lo que hay aquí… —escuchó una familiar voz detrás de él.

Ludwig se dio la vuelta, reconociendo a su hermano como el origen de la voz.

—¿Quién lo hubiera imaginado? ¡Después de todo no era Iván!… Debe ser un doble haciéndose pasar por él.

—Gilbert… explica esto. ¿Dónde está Iván? —preguntó sin el mínimo atisbo de paciencia.

—¿Hablas en serio, hermanito? No me vengas con ese ridículo tono autoritario. —Su hermano sonreía con la mitad de su boca—. ¿Para qué quieres a Iván? Tú lucha es conmigo, ¿recuerdas?

Ludwig se dio la vuelta. Si Iván no estaba aquí, su ojo debía estar puesto en Alfred. Tenía que regresar lo más rápido posible, debía avisar que…

Sintió un dolor punzante en su hombro, uno pesado y fuerte que lo derribó por completo al suelo.

—¡Pon tu atención en mí, West! —le gritó el peliblanco, encolerizado de repente. Su cola regresando a él como un látigo. Lo había usado como arma contra él.

El rubio se llevó una mano al hombro para aliviar el dolor. Notó que su armadura había sido cortada con la punta de la peligrosa cola de su hermano, sintió la caliente sangre brotar de él, un escozor acompañaba a la sensación pulsátil en su hombro.

Esa cosa podría romper un hueso.

—¿Qué quieres, Gil? —Hablar con su hermano se volvía cada vez más delicado, y lo debía hacer con cuidado. No sabía exactamente de lo que era capaz, pero no quería averiguarlo.

—Esa brillante corona que te pones cada día en esa cabezota tuya —le respondió burlándose de él, molestándolo con sus palabras.

—Sobre mi… cadáver —bramó el rey. Si bien había hecho una pausa al hablar, no había tartamudeado ni titubeado.

Gilbert sonrió completamente, mostrando la línea de sus dientes.

—Esa es mi intención —murmuró, suficientemente alto para ser escuchado por su hermano.

El demonio blanco corrió hacia un soldado perteneciente al reino de Clubs, lo tomó por ambos hombros y lo miró fijamente a los ojos.

—Ese hombre malo quiso matar a tu rey. Haz algo —le ordenó simplemente.

El soldado dirigió su mirada a Ludwig, y lanzó un grito de guerra. Corrió hacia él a toda velocidad.

—Escucha, no tienes que hacerle cas… —intentó decirle el rey de Hearts, pero el atacante no se detuvo.

Ludwig se giró para evitar ser agredido por el arma del enemigo. Usó su espada para defenderse del segundo golpe, mientras el hombre frente a él continuaba con el deseo de matarlo. No le dejaba dar un respiro.

Es mejor que me tengas miedo.

El rey extendió su mano para tomar al hombre por el cuello de su armadura, obligándolo a mirarlo fijamente. El soldado gritó, se dio la vuelta, soltó su espada y corrió lo más lejos de él que pudo. Como si hubiese visto un monstruo.

Ludwig suspiró. Dirigió su atención de nuevo a su hermano.

Gilbert dio dos aplausos en forma de burla y se dirigió a otro soldado.

—Yo soy tu verdadero rey, mata a ese impostor —le dijo al hombre que vestía la armadura de Hearts.

No puede escucharte, él me obedece a mí.

Pero el hombre miró a Ludwig, y emprendió carrera hacia él. Sacó su espada y le apuntaba a su rey.

¿Cómo lo haces?

No pudo pensar mucho, tuvo que enfrentar al nuevo hombre.

Con el rabillo de su ojo notó que Gilbert ya se encontraba hablando con un nuevo soldado.

Se repitió muchas veces, más de treinta soldados buscaron luchar contra él. Hombres pertenecientes a cualquiera de los cuatro reinos eran controlados por las palabras del albino, y luchaban contra Ludwig indiscriminadamente. Incluso cuatro soldados de Hearts intentaron matarlo.

Ludwig usó su poder contra la mayoría. Si el enemigo era muy rápido o sus ojos no estaban fijados en los del rey, usaba su espada contra ellos. Tuvo cuidado de no lastimar físicamente a sus propios soldados. No tuvo tiempo para lamentarse al matar a uno que pertenecía a Spades.

Para cuando el último cayó, el cansancio ya se había apoderado de él. Ludwig se agachó, una rodilla en la nieve y su pie sostenía el resto de su peso. Inspirando y espirando, intentando recuperar su aliento. No parecía funcionar, su respiración no se normalizaba. Nunca había usado tanto su poder.

Su hermano puso un pie en su hombro herido, y lo empujó hacia atrás con fuerza. La resistencia que puso el rubio no fue suficiente, cayó al níveo suelo sobre su espalda.

—Una pequeña guerra es algo bueno de vez en cuando. Te da un excelente entretenimiento —comentó Gilbert. Colocó un pie a cada lado del cuerpo de Ludwig y comenzó a agacharse.

—¿Vas a matarme? —preguntó Ludwig sin energía. Sintió a su hermano colocar una mano en su mejilla, y acercarse a su rostro. Sintió el aliento del mayor rozar su cara, una calidez nada propia de un ser que se había vuelto tan frío.

Gilbert dio un beso en la frente del menor, de la misma forma que hacía cuando eran pequeños. Ludwig recordó las múltiples noches que había tenido miedo a la oscuridad, o había despertado de una pesadilla que lo marcaba y le quitaba el sueño; hace años había corrido al cuarto de su hermano para pedirle quedarse ahí, y el mayor había estado con él siempre. Lo había calmado con un fraternal beso en su frente.

Hace tanto tiempo.

Ahora todo era diferente.

—¿Dónde está tu jack, West? —preguntó mirándolo a los ojos. El rey no pudo leer nada en ellos; eran un eterno enigma los pensamientos del peliblanco.

—No te lo diré —respondió débilmente.

—No puedo matarte aún. Vas a verlo morir primero —sentenció mostrando una sonrisa cruel.

—No tiene nada que ver con esto, East.

Gilbert sonrió ante la mención del viejo apodo que usaban de niños. Cuando soñaban con gobernar juntos, cuando prometían que uno sería el rey del este, y el otro del oeste. Ambos tendrían poder sobre el reino, porque su hermano mayor lo amaba lo suficiente como para no desear quedarse con el poder para él solo. "Puedo ser más genial que tú, West. Pero creo que también mereces ser rey".

Eran tan ignorantes, tan inocentes. Pero eran verdaderos hermanos.

—¿Lo amas, verdad? Ni siquiera sé por qué pregunto —comentó. A Ludwig le tomó un segundo darse cuenta que hablaba de Feliciano.

—¿Eras tú el de mis sueños? —murmuró cansado en respuesta.

—Soy el de tus pesadillas, rey de Hearts —aseguró el mayor.

Ludwig tragó en seco. Un nudo en la garganta le impidió responder a eso.

Gilbert se levantó, alejándose del cuerpo del menor. Miró en una dirección específica y se dirigió a su hermano de nuevo.

—Creo que asistirás a un nuevo funeral, West. Vístete de negro, y porta algo azul.

¿Azul? No podría hablar de Spades.

—Tengo que irme, falso rey. Saluda a tu jack por mí… o mejor no. Yo mismo lo haré…

—¡Gilbert! —Elevar su voz era extenuante, era como si quisiera descansar y no pudiera—. No hemos terminado. Deja en paz a los demás, no tienes que lastimar a nadie.

—Esta fue una buena batalla, pero no tienes la fuerza para pelear conmigo ahora. —Su hermano se encogió de hombros, como si estuviera diciendo la cosa más obvia de todo Lythirus—. Sería injusto si te quito la vida sin darte la oportunidad de enfrentarme.

Gilbert dio unos pasos lejos del menor, se arregló la vestimenta que usaba y se pasó una mano por su cabello.

—Además aún no sabes qué es el sufrimiento —fueron sus últimas palabras. Desapareció, dejando atrás una cortina de humo negro.

Ludwig no se creía capaz de mover. No era que no quisiera, sino que le parecía imposible. O tal vez no recordaba cómo se daba la orden a las extremidades para que pusieran su cuerpo en pie.

Pensó en dormir para recuperar las fuerzas, pero tenía miedo de no despertar.


Cabalgaba sin dirección, sólo agitaba su espada, atacando a los soldados por igual, haciéndolos caer; atacaba sus brazos o pies, nunca en el torso. El acero estaba empapado de sangre. Miró al frente, sus hombres, peleando contra los enemigos; unos ganando y otros perdiendo. No sabía quién era quién; la tierra estaba helada y era esa la razón por la que usaban yelmos.

Creyó divisar a su ace, Yong Soo tenía la mejilla manchada de escarlata, no parecía proveniente de él. El joven estaba dotado de gracia y talento para luchar. Usaba la armadura pero debajo vestía sus usuales ropas holgadas con enormes mangas; las usaba para despistar a sus oponentes y manejarlos como él quería.

A su derecha notó un soldado de Diamonds, no, no era cualquier soldado; su uniforme parecía el de alguien de alto rango. Tendría que ser el jack o el ace. Era rubio, cabello rizado, llevaba un arco en su mano. Enderezó la flecha y la lanzó en su dirección.

Alfred haló las riendas del caballo para evitar el impacto. La flecha atravesó el pecho de su equino, haciendo al animal tropezarse sobre sus patas delanteras, mandándolo a volar hacia adelante. Recibió la fuerza de su caída con ambos antebrazos envueltos en el acero de la armadura. Sintió cómo el metal abría su piel, lacerando sus brazos, pero lo ignoró. Se incorporó rápidamente para enfrentarse al hombre de diamantes, pero cuando lo buscó con su mirada, había desaparecido.

En lugar de eso, un soldado de Clubs se abalanzó sobre él, Alfred se defendió con su espada y aprovechó el impulso para empujar a su oponente. El hombre cayó de espaldas con un gruñido. Alzó la espada con el fin de aumentar la fuerza para el golpe final, apuntando al cuello del trébol.

Miró los ojos de su oponente, el hombre a sus pies había dejado cualquier esperanza de vivir, era visible en su mirada; de su sien caía un arroyo de sangre, probablemente de otra pelea. Su rostro estaba sucio y su cabello pegado a su cara.

La sangre del hombre manchó su armadura, el cuerpo convulsionó hasta morir, Alfred empezó a correr a la vanguardia, nunca había quitado la vida de un hombre hasta ese día. No había contado las vidas que mandó al quinto reino desde que la batalla empezó. Pensamientos cómo si el hombre tenía familia, empezaron a llenar su cabeza; ¿tendría una madre? ¿Hijos? ¿En qué clase de rey lo convertía esto? Todo lo que siempre había querido ser era un héroe… ¿Y ahora?

Sentía una tremenda ira hacia Iván, pero fue él quien asesinó a su madre, no sus soldados. Era la cabeza del de los ojos violáceos la que quería sobre una pica, no la del hombre que había dejado atrás.

Inmerso en sus pensamientos, se dio cuenta que estaba al borde de su defensa, el combate era más sangriento ahí, la batalla recién comenzaba y los cadáveres se empezaban a apilar. De Spades, de Hearts así como de Diamonds y Clubs. En la periferia de su ojo divisó a uno de sus soldados, giró su cabeza para verlo mejor, éste corría al lado contrario; es decir, huyendo del combate.

'¿Un desertor?' debatió Alfred.

Se ocuparía de él luego.

Alcanzó a estar al lado de su ace, que ahora se enfrentaba a cinco soldados enemigos. Atacó al primero desde su costado; mientras, Yong Soo, con su guadaña, saltaba y cortaba la faringe de otro. Algunas gotas escarlatas cayeron sobre sus anteojos, haciendo que retrocediera. Fue entonces que escuchó la voz de Yao.

—¡Soldado, regresa a tu posición!

Su jack parecía frenético, eso no era usual, Wang Yao era una de las personas más tranquilas que conocía. Buscó rápidamente con su mirada la raíz del alboroto. No pudo mover ni un dedo ante la escena, paró de respirar, dejó de existir.

El mismo soldado que había corrido en dirección opuesta había llegado al lado de Arthur, su reina lo veía confundido pero confiado. El extraño hombre desenfundó su espada, el brillante acero era del reino de espadas. Sujetó a Arthur de su armadura, separando el metal de su cuerpo, atravesó al rubio en el costado con tanta fuerza que sus pies dejaron el suelo por segundos.

—¡NO! —gritó Alfred, la voz se le atascó en su pecho, en donde su corazón amenazaba con colapsar—… por los dioses, por favor no…

Corrió hacia donde se encontraba el enemigo disfrazado, quién tenía todavía la espada adentro del cuerpo de Arthur, la reina se sostenía con dedos débiles del hombro del perpetrador, palideciendo cada segundo, parecía que no respiraba y no podía quedarse de pie. La sangre goteaba manchando la nieve bajo sus pies de un enfermo carmesí.

Alfred cerró los ojos y se concentró, los abrió de golpe y todo a su alrededor había cesado de moverse. Si el tiempo no avanzaba, la herida de su esposo no empeoraba. Arthur estaría bien, nada pasaría; se repetía, nada pasaría, nada…

Pero el traidor de sus líneas se seguía moviendo aun en el tiempo congelado.

'No es posible'

El extraño hombre removió el yelmo de su cabeza, y dejó ver sus cabellos grisáceos. Giró su rostro y miró a Alfred, los crueles ojos violetas le revolvieron el estómago. Sólo los reyes eran inmunes a los dones de sus iguales. Iván le sonrió, tenía el arma todavía enterrada en las entrañas de su Arthur, su sangre manchando hasta las muñecas del rey helado.

—¡Iván, los dioses serán testigos que arrancaré tu cabeza!

Alistó su espada para matar al otro rey, corrió hacia él con todo lo que podía, éste sería el último respiro del rey de Clubs. Apuntó a su cuello, fue cuando un sonido húmedo llenó sus oídos; paró en seco, dejando de sentir sus dedos. Iván movió la espada adentro del cuerpo de su esposo, un sollozo salió de los labios del rey de Spades. De nuevo estaba a la merced del otro.

El de cabello gris sacó de un solo movimiento la espada, manchada con la sangre de Arthur.

—Decide, rey —burló Iván.

Dichas las palabras, el trébol corrió hacia su ejército, la espada en su mano dejando un camino de gotas de sangre. ¿Qué debía hacer? Si alcanzaba a Iván, Arthur moriría desangrado, si se ocupaba de su esposo, quizás no tendría otra oportunidad de encontrar al rey de hielo así de vulnerable.

El tiempo volvió a correr y el silencio desértico se convirtió en los gritos de los hombres luchando. Arthur dejó salir un grito ahogado y cayó de lleno sobre la nieve de espaldas, la sangre fluía rápidamente de la herida. Un charco de sangre lo empezaba a rodear.

Alfred se lanzó a su lado, ejerciendo presión a la herida, Iván tendría que esperar.

—Al- Al- Alfred… —tartamudeaba su amado, estaba palideciendo y sus labios comenzaban a ponerse lilas—… ese es… ese era Iván, de-debes ir por él y…

—No te preocupes por eso, estoy aquí, bebé —se limitaba a decir—, no te dejaré. Recuerda, me debes aguantar para toda tu vida —su voz se quebraba pero se negaba a llorar, no era lo que Arthur necesitaba—, aunque no quieras, Artie.

Su rubio dejó salir un quejido que parecía una risita, Alfred sólo sonrió, su visión se empezaba a humedecer aunque quería evitarlo.

—¡Médico! —gritó, llamando la atención de alguien, quien sea, Arthur debía sobrevivir, si no…

El de los ojos esmeraldas subió su mano hasta su mejilla, la pequeña palma temblaba y los dedos estaban pintados de sangre, acarició su rostro. Un grito quiso escapar de su pecho al sentir el tibio líquido en su cara. Arthur estaba llorando, pero la sonrisa seguía en su boca. Alfred llevó la mano a sus labios para besarla, la sangre de su esposo manchándolos.

Levantó su mirada para ver a Yao buscando al curandero. Su pecho temblaba por los gritos que se negaba a dejar salir. Escuchó un sollozo proveniente del rubio. Limpió las lágrimas con su mano, sosteniendo la herida con la otra, para evitar que fluyera más sangre. Sus rodillas y piernas estaban empapadas del nauseabundo líquido carmesí, derritiendo la nieve debajo de ellos.

—T-tengo miedo… —susurró Arthur—… no te lo dije antes… y-y lo siento Al… soy un cobarde…

—Shh… —calló a su amada reina; debía ser fuerte, por su reino, por su esposo por todos.

—No quiero morir…

El peso de ser rey, que había llevado sobre su espalda desde que estaba en la cuna, nunca antes se había sentido tan pesado como ahora. Había perdido a su madre y ahora perdería lo único bueno que alguna vez le había pasado, por esa misma razón. Sus hombros empezaron a convulsionar cuando ya no pudo más. Dejó salir las lágrimas libremente.

¿Qué crimen había cometido para merecerse este castigo?

¿Quién querría esta maldición?

¿Quién querría ser rey?


Tengo un poco de miedo de preguntar qué tanto me odian ahora... pueden decírmelo en un review *risa nerviosa* D: