EPOV:
Cuando me avisaron que Renée había fallecido, no pude creerlo. Después de un año de casados, estábamos a mitad del divorcio.
Conocí a Renée Swan cuando tenía 27 años. Era tonto, y por supuesto, caí en sus redes. Renée era sexual, exuberante, bella y dispuesta a experimentar, todo lo que yo buscaba en una mujer. Tuvimos una aventura a espaldas de su marido, y tres años después, cuando finalmente se divorcio de Phil Dwyer, le pedí matrimonio. No me importó que fuera mayor que yo, en aquellos momentos estaba pensando con la polla.
Después de que nos casamos Renée dejo salir a su verdadero yo. Claro, en la cama era genial, pero era tan celosa, histérica y dominante. Además gastaba mi dinero como loca. No lo soporté. La primera vez que le pedí el divorcio, me chantajeó con que estaba embarazada. Me dijo que en cuanto nuestro hijo naciera, nos divorciaríamos, pero que no deseaba tener un hijo bastardo. Acepté, y me puse a pensar que un hijo no sería tan malo. Un niño o una niña, corriendo sonriente por toda la casa, yo corriendo detrás del o ella. Jugando con juguetes, con un cachorro, desordenando mis papeles en mi oficina. Me emocioné tanto que compre un montón de juguetitos y ropa para bebés. Recuerdo la profunda depresión en la que entré cuando descubrí que todo era mentira. Ya había alumbrado mi vida con la idea de un hijo en ella.
Después de eso, más furioso que nunca, comencé de nuevo los trámites de divorcio despiadadamente. Sin embargo este no había tenido lugar, así que Renée pasó a ser mi difunta esposa. Mi abogado me aviso que tendría que hacerme cargo de la hija de Renée. Sinceramente, no me acordaba de ella. Cuando me lo dijo fue un balde de agua fría. Finalmente estaba divorciado, y con la billetera intacta, pero claro, la felicidad no me podía durar más que unos segundos.
¿Qué se supondría que haría yo, un hombre de 31 años, con una niña 11? Sin embargo, no tenía el corazón para dejarla en un orfanato. Accedí a hacerme cargo de la criatura, y me comprometí a ir por ella a su escuela y presentarme formalmente. Creí que sería fácil. Iría por ella, pasaríamos por el funeral, la dejaría los meses de luto en casa y después la regresaría a la escuela.
Pero nada resultó como creí que sería. La pequeña Isabella no tenía 11 años, si no 16, y era toda una belleza. Cuando la vi, creí que contemplaba a un pequeño ángel. Era pequeña pero con curvas perfectas, de piel muy blanca y perfecta. Su cabello castaño obscuro contrastaba con ella. Tenía una tierna naricita respingada, y sus labios eran pequeños, pero gruesos y rojos. Sus ojos. Tenía unos ojos increíbles, hermosos. Eran grandes y cafés, adornados por unas largas y gruesas pestañas.
Se veía tan inocente, e incluso un poco aniñada, pero era una mujer, esas curvas me lo demostraban. Había estado llorando. Sus ojos estaban un poco hinchados y rojos, y podía ver su delicioso labio inferior temblar de vez en cuando. Sentí unos enormes deseos de proteger a la pequeña, y entonces decidí que lo haría. Protegería a Isabella, ese pequeño ángel, de cualquier cosa.
No regresaría a esta escuela. Ella estaría mejor en casa, conmigo. Le contrataría tutores para que fuera educada en la tranquilidad de nuestra casa.
El viaje fue tranquilo. Ella trataba de contenerse, podía verlo.
Después de un par de horas llegamos a mi casa. Baje de la camioneta y fui por sus maletas, no quería que Isabella cargara un solo gramo de cualquier cosa pesada. Se veía demasiado frágil para ello, sin embargo ahí estaba yo para hacerlo. Cuando abrí la puerta para ayudarla a salir, la encontré llorando. Dejé las maletas y me quité las gafas, para tomarla en mis brazos. Le susurré palabras dulces y fui hacia el interior de la casa.
—¿Edward? ¿Qué pasa? ¿Ella es la chica? ¿Está bien? —me pregunto mi gran amigo Emmett. Estaba esperándome ahí.
—Sí, es ella. Oye, estoy en algo complicado ahora —dije en voz baja, sin querer incomodar a Isabella—. ¿Podemos hablar mañana?
—Claro —respondió con voz preocupada. Se fue de la casa, y yo me senté y puse a Isabella sobre mi regazo, consolándola, susurrándole palabras dulces. No quería que llorara, aún si era lo mejor desahogarse. Acaricié su suave cabello, intentando tranquilizarla.
El llanto aminoró al cabo de varios minutos, y ella se quedó dormida. Tome su pequeño cuerpo en mis brazos, y la recosté sobre mi cama, ya que era la más cómoda de la casa, tapándola con el cobertor.
La observé mientras dormía. Era tan hermosa. Me sentía como un acosador, pero valía la pena el remordimiento. Mientras tanto, yo me recosté en el sillón, y me dormí unos minutos. Volví a despertar, para velar el sueño de Isabella. Después de varias horas que estuvo dormida, suspirando cosas que no pude entender, le llamé a Jenks, mi abogado, para decirle que me quedaría con Isabella. Necesitaba todos sus papeles legales para inscribirla a una escuela aquí… o quizás podría contratarle tutores y que le dieran clases aquí en casa. Así no tendría que salir, siempre estaría a salvo.
Jenks me dijo que me conseguiría absolutamente todos los papeles de la niña y me los mandaría tan pronto como los tuviera reunidos. Ya me había hecho cargo del funeral de Renée con ayuda de Alice, mi hermana.
En realidad no tenía idea de cómo era la relación de Isabella y Renée. En todo el tiempo que estuvimos juntos solo la mencionó un par de veces, yo no sabía absolutamente nada de ella, solo que existía. Jamás vi a Renée hacerle una llamada, ir a alguna junta de su instituto o siquiera mandarle algo por correo. Pero podía ver que Isabella si estaba deprimida…
Demonios, ¿Qué era esto? No había conocido a Isabella por más de 24 horas y ella se había tornado en… una obsesión enfermiza. Por dios, que retorcido, era algo similar a una hija… pero por el otro lado, no la había conocido hasta este momento, no la había visto crecer, no…
Eres la única 'familia' que le queda. Ella te verá como una figura paterna, y tú debes verla como te corresponde: tu hija adoptiva y tu responsabilidad.
Suspiré, apesadumbrado. Isabella despertó unos cuantos minutos después. Conversé con ella y le expliqué lo del funeral de Renée. También le di de comida, debía estar hambrienta. Afortunadamente Emmett había ordenado unas pizzas antes de que yo llegara, y había un cartón completo y otro a la mitad.
La dejé comiendo en la mesa y me dirigí a mi habitación.
…
Mi mamá, Esme, nos contó durante toda nuestra vida como había conocido a papá, y que fue "amor a primera vista". Siempre creí que era mentira, pero ahora no estaba tan seguro. La intensidad de la atracción que sentía por Isabella era nueva y demasiado fuerte, jamás había sentido algo así, ni siquiera lo que alguna vez sentí por Renée se podía comparar a esto. Isabella me inspiraba ternura, amor, lujuria. Sentía esta terrible necesidad de protegerla incluso del viento, era ridículo.
Me recosté en la cama y reposé mi brazo izquierdo sobre mi frente. Isabella, Isabella, Isabella. Aún estaría comiendo, seguramente. A mí hasta el hambre se me había pasado por la impresión de ella. Le tenía preparada la habitación de huéspedes, pero en realidad no la había decorado. Luego le llamaría a Alice para que ayudara a Bella a remodelar la habitación frente a esta. Era la más grande después de la mía. Tenía pensado transformarlo en un cuarto de música pero eso podía esperar.
Antes de que terminara de comer salí por las maletas y las dejé en la habitación de huéspedes. Me aseguré de que esta tuviera todo lo necesario para que Isabella pasara la noche tranquila. También llamé a mi secretaria, para que le avisara a Jasper, vice-presidente de mi compañía, Cullen Co. Que estaría ausente por un par de días y que él tendría que hacerse cargo.
Desde el día en que comencé a tener problemas con Renée me refugié en el trabajo, no quería tener problemas con ella, deseaba que siempre fuera como antes, divirtiéndonos, sin tantas ataduras ni consecuencias. Después de que descubrí que ella no estaba embarazada, me hice muy duro. No quería que me lastimaran de esa manera otra vez.
En el trabajo la gente me temía y era ridícula la manera en que seguían mis órdenes. Si les decía que me besaran el trasero lo harían, literalmente. Mis padres intentaron hablar conmigo y endulzarme. Me pidieron que fuera a terapias para que el divorcio y la decepción no me causara un daño mental, pero no hice caso. Con el tiempo me hice de hierro. La llegada de Isabella me había hecho sentir una calidez en mi pecho que hace tiempo no experimentaba, pero estaba mal. No debería causarme estos sentimientos una niña que aparte era la hija de mi esposa. Además ¿Cómo estaba seguro de que la niña no era igual que su madre? Hasta ahora no había notado absolutamente nada malo en ella, pero tampoco lo había hecho con esa arpía de Renée.
Recuerda que Renée no la crió, no pienses tan mal de ella. Me reprochó esa vocecilla.
Negué con la cabeza en la soledad de mi despacho y revisé una vez más el papeleo sobre el funeral de Renée. Lo que en verdad había pasado en ese accidente automovilístico era que Renée y James, su más reciente amante, en uno de sus encuentros habían abusado del alcohol y así él perdió el control del coche. Ninguno de los dos salió vivo, y tuve que pagar bastante dinero para que la prensa publicara otra historia, no me importaba un comino que todos se dieran cuenta de lo puta que era Renée, pero yo no quería ser humillado públicamente. Maldigo el día en que la conocí, sin duda ha sido una de las peores desgracias que me han pasado. Lo único bueno de la situación era que en un par de días estaría bien sepultada a dos metros bajo tierra.