Epílogo

Unos ojos azules y huraños aparecieron a una altura inusual.

―Lárgate ―gruñó una voz volviendo a cerrar la pequeña rendija de la puerta que se había abierto.

―¡Espera! ―se apremió a pedir el chico rubio recién llegado.

―Lárgate, Albus no está ―insistió la voz desde dentro.

―¿Cómo que no está? ¿y dónde está? ―preguntó a la puerta, ligeramente molesto.

Pasaron unos segundos en silencio.

―Aberforth ―insistió.

―Lárgate ―repitió la voz de manera taxativa.

El rubio miró la puerta con furia, suspiró derrotado y lentamente sacó la varita apuntando a la puerta. No pasó nada, pero supo que el niño estaba conteniendo el aliento mientras lo observaba por la mirilla. Levantó una ceja y luego sonrió con malicia.

―Bo...

―¡Está bien! ¡Está bien! ―le detuvo el niño enfadado abriendo la puerta de nuevo tal como planeaba que hiciera―. Está encerrado en su cuarto y no quiere que nadie le moleste. Ni siquiera tú, me lo ha dicho.

―¿Ni siquiera yo? ―preguntó el chico levantando las cejas, eso sí era raro.

―Sí, no te creas tan especial, porque...

Dejó al niño hablando en la puerta mientras subía a toda velocidad por las escaleras, fuera lo que fuera lo que estaba haciendo su amigo no se lo había dicho ni por carta.

Golpeó suavemente la puerta de la habitación de Albus.

―...Y vienes aquí como si esto fuera tu casa y...―se oía protestar al niño mientras subía la escalera.

Golpeó de nuevo, un poco más fuerte.

―Aberforth, ya te he dicho que...

―¿Albus? ―preguntó extrañado, cortándole a través de la puerta, la voz de su amigo sonaba rara.

―¿Gellert?

―...eres un maleducado, porque si te dicen que no puedes entrar es que no...―seguía protestando Aberforth, acababa de llegar al rellano.

―¡Gellert, no entres! ―gritó muy agitada la voz rara, desde dentro de la habitación, pero éste no hizo caso, sacó su varita e hizo un hechizo no verbal contra el pomo al tiempo que entraba en la habitación y se volvía a la puerta para cerrarla desde dentro con otro complejo hechizo, dejando a Aberforth fuera, gritando.

―...porque si mi hermano me dice que no deje entrar a nadie y vienes... ¡Albus! ¡Es un salvaje! ¡Quería echar la puerta abajo!

―Ya, Aberforth, todo está bien ―le tranquilizó la voz rara mientras se oía movimiento desesperado, como si estuviera tratando de hacer algo más deprisa de lo debería, algo cayó y la voz protestó mientras el chico rubio seguía haciendo el hechizo de la puerta.

―Sí, claro...bien dice, el tío es un pirado que quería destrozar la puerta y entrar a la fuerza, pero claro, como es su amigo... ―se marchó el niño refunfuñando.

―Joder, tu hermano la ha tomado conmigo ―aseguró Gellert terminando con el hechizo, aun sin girarse.

―En cualquier caso tu y yo tenemos que hablar seriamente sobre meterte en las habitaciones de la gente sin permiso ―le riño aun la voz rara mientras el movimiento proseguía.

―Oh, vamos... Y ¿qué te pasa en la voz? ―preguntó al tiempo que se giraba a mirar a su amigo―. ¿Has estado respirando helio o es que...? ―se detuvo paralizado.

Albus Dumbledore estaba sentado en el suelo tratando de guardar y ordenar a toda velocidad un montón de pergaminos, ropa y chismes varios que había a su alrededor. Llevaba el pelo mal recogido para que no le molestase y unos pantalones feos de color marrón.

Pero había ciertos detalles sorprendentes. El primero de ellos era que su vello facial había desaparecido. El segundo que sus rasgos eran ligeramente diferentes, como más delicados. El tercero es que parecía aún más frágil. Y el cuarto era que en su torso desnudo tenía ausencia total de pelo y los pechos ligeramente más abultados de lo normal.

En la mesa había un pequeño caldero sobre un fuego invocado.

Gellert se quedó sin habla por primera vez desde que se conocían.

―Por favor, no pienses nada extraño ―suplicó Albus, nervioso―. Estoy probando una poción para mi hermana y necesito saber qué efecto tiene en el organismo femenino por que lleva una hormona que reacciona diferente dependiendo del sexo del individuo y como ayer la transfiguración funcionó en ti por accidente...

Albus se detuvo de hablar viendo de nuevo a su amigo, era raro que no hubiera dicho nada todavía.

―¿Va todo bien, Gellert?―preguntó preocupado. El rubio parpadeó un par de veces, carraspeó apartando la vista y recuperando la compostura mientras simulaba ponerse bien la ropa como si tal cosa.

―Sí, claro ―aseguró pasándose una mano por el pelo y evitando el contacto visual mientras se acercaba y se sentaba a su lado―. Ejem ¿cuánto dices que va a durar esto?

―Un par de horas, hasta que esté la poción. No creo que...

―Albus ―le interrumpió mirándolo un instante y volviendo a apartar la vista aparentemente muy interesado en uno de los varios objetos que había por el suelo―. Hasta entonces ¿te importaría... Ejem... Cubrirte? ―pidió levantando las cejas y tragando saliva visiblemente nervioso.


Para Gellert, por que mola.

Si alguien ha leído hasta aquí, no estaría de más una señal de humo o algo.

Feliz año, huevo.