Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo

Hola a todos, gracias por llegar hasta aquí! Bueno, así termina esta historia. La intención fue imaginar un posible encuentro previo en otra vida y que haya sido significativo para ambos, tanto así que el destino o el azar (o el tiempo) hayan hecho que se reencuentren. Algo así como el concepto del karma, o como si les dieran una segunda oportunidad para remediar los errores, de ahí el título del capi final.

Por las dudas les recuerdo que seppuku es el suicidio ritual y que se llamó shogunato a la forma de gobierno asumida por los samurais. El kashi es un árbol típico de la isla de Shikoku, un tipo de roble.

Es la última ocasión que tendré para agradecer los reviews anónimos. Muchas gracias a Mai.V, Candy-chan y arisawtatsuki por sus hermosos mensajes, me alegra que les haya gustado la historia pese a la decisión de que termine de forma trágica.

Al respecto debo aclarar que ese final para los personajes pretende justificar de algún modo, y con mucha humildad, los hechos que se suceden en Bleach, sobre todo durante los primeros episodios. Creo que es el Bleach que nos conquistó, el que extrañamos, el que motivó el surgimiento de este conjunto de fanáticos locos y románticos denominados ichirukistas XD

Sólo me queda agradecerles a todos los que han leído la historia. Muchas pero muchas gracias por haber aceptado la propuesta, por el apoyo, el cariño y la compañía :D Les deseo lo mejor, felices fiestas para todos!

Hasta otra :D


Capítulo VIII: Oportunidad


En el estrecho de Shimonoseki finalizó la guerra, se extinguió un nombre y se apagó una era. En el mar las naves de los Taira contaron con la ventaja sobre el ejército de los Minamoto, pero con el correr de las horas las mareas (o la providencia) trocaron las circunstancias.

Y más allá de la naturaleza, la acción de los hombres, siniestros y ambiciosos, también imprimió su marca en la historia. Taguchi Shigeyoshi, vasallo del clan Taira, traicionó a los suyos y le señaló al líder enemigo el barco donde se escondía el Emperador. Tal y como lo había predicho su sobrina, acarreó la deshonra para su propia familia.

Sobre la nave señalada se centró la ferocidad del ataque. Al verse rodeada, la totalidad de la tripulación prefirió cometer seppuku antes que dejarse matar por el ejército rival. De este modo, con la muerte del Emperador, la desaparición de los Taira y la recuperación de la Regalía Imperial, los Minamoto se alzaron con la victoria y asumieron el mando del país.

Así concluyó la guerra, así expiraron aquellos años sangrientos y oscuros. Los samurais obtuvieron el poder absoluto, convirtiéndose en la clase dominante, y poco tiempo después se establecería el primer shogunato. Fue el inicio de una nueva era.

-o-

Cuando abrió los ojos demoró algunos instantes en entender que había despertado en el mundo. Las cosas no se veían como siempre, casi ni se sentían. Todo se percibía ajeno.

¿Qué había pasado? Su mente era un nudo que no se deshacía, no lograba recordar los hechos que la habían traído hasta esa situación. ¿Y por qué el cielo se veía tan apagado, tan funesto? ¿Qué era esa sensación tan extraña que percibía en el cuerpo?

Se irguió con gran esfuerzo y echó una escrutadora mirada a su alrededor. Todavía se hallaba en el bosque, ¿pero qué hacía en ese lugar? No había razón…

Sus ojos se abrieron con espanto. Las imágenes de un combate se abatieron desordenadamente en su memoria, provocándole una serie de dolorosas punzadas en la cabeza. Se la tomó entre las manos, como si con eso pudiese disminuir la tortuosa molestia. ¿Era ella, era ella la que peleaba con tanta angustia, con tanto orgullo, casi sin esperanzas?

El dolor se trasladó repentinamente. Sintió como si le hiciesen una profunda incisión en el pecho. Corroía, ese dolor corroía… Se llevó una mano al corazón y se topó con algo sólido y frío. Su rostro se contrajo en una mueca de perplejidad ante la insólita visión de una cadena pendiendo de su cuerpo, emergida de su propia piel.

Taguchi gritó. Más imágenes se agolparon en su cabeza de súbito, como si alguien se las arrojara sin consideración. Su memoria se llenó de una luz apabullante que le reveló en un instante quién era y cómo había llegado hasta allí. El rostro de Kumagai se dibujó tan claramente y sus emociones afloraron con tanta impetuosidad que no demoró mucho más en discernir lo que ocurría. Empezó a respirar con gran agitación.

Conmocionada, comprendió por fin que no había sido un sueño, ese combate que veía en su mente era la evocación de su propia muerte. Porque esa era la única explicación posible y la cadena colgando de su pecho era una prueba irrefutable. Había muerto, finalmente había muerto… ¿Entonces qué diablos hacía ahí?

Intentó serenarse para observar mejor en derredor. Hasta donde podía percibirlo ese seguía siendo el mundo tal y como lo conocía, no podía equivocarse. Luego se puso de pie y miró hacia abajo: sus piernas parecían desvanecerse como si fuesen bruma en el viento. Así que era esto, así se sentía ser un espíritu, así se sentía la muerte.

Sin saber muy bien qué hacer, Taguchi comenzó a caminar (o deslizarse, o desplazarse). Avanzó sin rumbo con la cabeza gacha, intentando comprender su situación. Recordó las palabras de su abuela, las de Kumagai, trató de unir las ideas en su mente para encontrar una explicación. Ella le había dicho una vez que si las almas de los muertos permanecen estancadas en el mundo de los vivos es por alguna razón. ¿Se trataría de eso? ¿Habría algo que todavía no había resuelto, algo que no se hubiese definido en relación a ella? ¿Acaso sería por…?

Se detuvo y dirigió su mirada hacia el cielo. Estaba nublado pero, ¿serían las mismas nubes de la última vez? ¿Era el mismo día o habría transcurrido el tiempo? Parecía ser de tarde, pero eso no era evidencia suficiente para sacar ninguna conclusión al respecto. ¿Por qué estaba allí aún, por qué su alma se había varado en el bosque donde murió? Y lo más importante: ¿existiría la ínfima posibilidad de reencontrarse con él? Porque ella no sentía que tuviese otros pendientes más que el desconocimiento de su paradero, la duda sobre la suerte que corriera Kumagai.

¿Y si también había muerto? El solo pensarlo le llenó de angustia. Taguchi cayó en la cuenta de que no sabía nada de él, no tenía la menor idea de lo que hubo acontecido entre el joven samurai y su general, si es que se habían enfrentado. ¡Ni siquiera sabía si estaba vivo! Esta incertidumbre pesó sobre su corazón con mayor densidad que la de su propia contingencia.

Con creciente desazón buscó cobijo bajo la fronda de un kashi. Se sentó allí para pensar mejor en lo que haría, si es que podía hacer algo para averiguar lo que había sucedido con Kumagai. Una repentina brisa se levantó en torno a ella y pareció traspasarla. Segundos después, un reflejo la distrajo y levantó la vista. Para su sorpresa, se cruzó con la mirada de un hombre que caminaba lentamente en su dirección. Un samurai… y podía verla.

Taguchi permaneció muda de asombro, sin saber cómo reaccionar. El sujeto se detuvo a pocos pasos de distancia, la miró con cierta arrogancia y le habló en un tono desaprensivo.

-¿Estás perdida, jovencita?

-o-

-Taguchi…

Un torbellino ardiente y opresivo lo envolvía, un continuo vaivén de murmullos, presencias y roces parecían entrar y salir de su conciencia agravando su estado de confusión. No sabía dónde se hallaba, solo podía estar seguro de un dolor acuciante e imperecedero que lo aguijoneaba sin tregua. Tampoco podría especificar de dónde surgía, pues sus sentidos vacilaban.

Volvió a llamarla. Su nombre era la única certeza en medio de aquel mar de remolinos asfixiantes que se revolvían en su alma. Carecía de fuerza, había olvidado quién era y la realidad se había transfigurado en aquella ominosa e interminable pesadilla. No sentía su cuerpo, pero sí su dolor. Y recordaba su nombre, el nombre de la única persona que podría sacarlo de allí.

Gritó. Sin poder evitarlo, sabiendo lo que le costaría, se desgarró en un grito desesperado e inútil. Si continuaba gritando de ese modo se ahogaría y entonces sí que no tendría salvación.

De pronto sus chillidos sonaron diferentes. Ya no brotaban de adentro, parecían llegar de lejos, más allá de él, más nítidos. No entendía y siguió gritando, porque sólo así se concebía a sí mismo.

Unas manos desconocidas lo sujetaron. Parecían garras, acentuaban el dolor de su cuerpo. Su cuerpo… por fin sentía su cuerpo. Abrió los ojos y ya no había oscuridad, una luz llegaba de alguna parte, una luz que también lo hería.

-¡Tranquilo!

Esa voz no era la suya. Cuando Kumagai por fin reaccionó, logró visualizar la figura de un hombre que le sujetaba los brazos. Lo contempló con extrañamiento, agobiado por el sopor.

-Fue solo una pesadilla, tranquilo, debes descansar.

Estaba agitado y se sentía arder. Trató de controlar la respiración y, cuando lo consiguió, volvió a experimentar una terrible punzada en el pecho. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor.

-La herida no se ha cerrado aún. Por favor, debes descansar, de otro modo ninguno de nuestros cuidados tendrá algún sentido.

-¿Quién es usted… qué hago aquí? –Kumagai se esforzó por entender lo que lo rodeaba, pero su mente era un atolladero y sentía tanta molestia física que no lograba enfocarse. Lo único que pudo dilucidar fue que estaba recostado.

-Mi nombre es Josuke. Te encontré hace cuatro días en el bosque, herido. Al principio creí que estabas muerto, pero me extrañó que no te hubiesen enterrado. Los guerreros, antes de irse tras los Taira, se aseguraron de sepultar los cadáveres.

-¿Cuatro días?

-Así es. Es la primera vez que despiertas más allá de los sobresaltos causados por la fiebre. Has estado gritando y delirando, por eso lo mejor es que te duermas otra vez.

-¿Los guerreros, dijiste?

-Sí, los que vinieron a destruir Yashima. ¿Eras uno de ellos? No me extrañaría. Tampoco me importa a quién sirves, aquí en Shikoku somos gente pacífica, la mayoría campesinos y pescadores. No nos interesa la guerra.

-No recuerdo haber visto a ningún nativo de la región –musitó Kumagai con esfuerzo.

-Desde que los vimos llegar procuramos refugiarnos en nuestras casas, y ahora que ya se han ido hemos regresado a nuestra vida cotidiana. Iba en busca de agua cuando te encontré.

-¿Estaba solo, no había nadie más?

-No, nadie más. Estás vivo de milagro.

Josuke le dio algunas referencias más para apaciguar un poco su curiosidad. La pequeña cabaña donde vivía, al igual que las de los otros aldeanos, se ubicaba lejos de la playa al reparo de la espesa vegetación del monte, por eso los guerreros no las habían visto. Le contó que a la distancia fueron testigos del desmoronamiento de la fortificación de los Taira. Cuatro días atrás, poco antes de encontrarlo, vieron que el ejército de los Minamoto partía en sus naves.

Notando el agotamiento del enfermo y su pesadumbre ante las novedades, Josuke se negó a darle más detalles. En cambio, lo instó de nuevo a descansar. A continuación le ofreció un poco de agua fresca, que Kumagai bebió atropelladamente, y luego se retiró para que pudiese dormir.

Kumagai cerró los ojos con cansancio. Aún se sentía confuso y adolorido, aunque su cabeza comenzó a despejarse. Había sobrevivido. Entre la turbación de la fiebre y el agobiante malestar físico que lo acometía pudo comprender perfectamente que él sí había sobrevivido, pero ella no.

-Taguchi… –murmuró temblorosamente-, Taguchi… -repitió, con una pena tan honda que apenas podía contenerse. La guerra había terminado, él estaba vivo pero ella no, ¡ella no!

Maldito Benkei. Tuvo que tener piedad justo en ese momento, justo con él. Un samurai de su experiencia no hubiese fallado jamás, lo hizo adrede, le permitió vivir. ¡A ella no pero a él sí! ¿Por qué, maldita sea, por qué a él sí? ¡Qué acto de misericordia tan estúpido e inútil!

Kumagai se estremeció. La ira, la congoja, la impotencia, eran sensaciones que se agolpaban en su interior y amenazaban con hacerlo estallar, constituían una cruel maraña de tormentos que retorcía sus entrañas y fustigaba su corazón. Y ahora qué, ¿qué haría con eso, de qué le serviría continuar con vida? Ya no tenía nada que proteger, había perdido… la había perdido.

Su cabeza ardía y su alma se desgajaba. Sumido en el aturdimiento, se dejó llevar otra vez por un sueño intranquilo y penoso.

-o-

-¿Quién eres? –preguntó Taguchi. El sujeto vestía como un samurai, sin embargo en algún punto no parecía serlo, llevaba sólo una katana y su kimono era completamente negro. Además, podía verla y oírla.

-Quién soy yo no importa, importa lo que hago –dijo él, dando otro paso hacia ella. Luego se puso en cuclillas, ya que la joven no había atinado a levantarse-. Soy un shinigami y vengo para guiarte a la Sociedad de Almas.

-¿Qué?

-Lo que oíste –contestó el otro, tratando de no impacientarse-. Es muy repentino, lo sé, pero no puedo perder el tiempo explicándotelo todo. Estamos en época de guerra y hay mucho trabajo –Se puso de pie nuevamente y, sin más preámbulos, desenvainó-. Prometo que no te dolerá.

-¿De qué demonios estás hablando? –Taguchi también se levantó y lo enfrentó con obstinado talante. Sea quien sea ese sujeto, no estaba dispuesta ni a dejarse tocar-. En lugar de amenazarme con tu katana mejor explícame cómo diablos puedes verme.

El interpelado rodó los ojos denotando poca tolerancia. Se lo temía. Le respondió de mala gana.

-Puedo verte porque estás muerta. Eres un plus, un espíritu ambulante. Mi trabajo como shinigami es segar tu alma para que puedas partir a la Sociedad de Almas, tu próxima morada.

-Tonterías –farfulló Taguchi.

El shinigami suspiró con cansancio, cosas así le pasaban más a menudo de lo que hubiese querido. De pronto, fue acometido por un mal presentimiento. Echó una ceñuda mirada sobre su hombro, ya que una gran presión espiritual se acercaba a toda velocidad.

Un terrible alarido resonó a lo lejos y un temblor sobrenatural sacudió la tierra. De súbito, una bestia gigantesca surgió entre los árboles y se dirigió ágilmente hacia ellos, dispuesta a atacarlos. Al verla, Taguchi se paralizó del espanto. En cambio el otro, sin dudar, se encaró con el monstruo. Una precisa y muy hábil maniobra de su katana alcanzó para partir en dos mitades a la inverosímil criatura, que se transformó en una oscura estela de partículas volátiles.

Taguchi se quedó de piedra. Jamás había presenciado una escena semejante ni visto un demonio como aquel. Sin embargo, tuvo la impresión de haber vivido ya ese momento.

-Entonces eras tú… -murmuró, entendiéndolo por fin.

El shinigami, con la katana en la mano, volvió junto a ella.

-Sí, eso fue lo que les sucedió hace poco a ti y a tu amigo, fueron atacados por un hollow –explicó-. Al parecer ese muchacho posee una gran energía espiritual, por eso aquella criatura se sintió atraída. Además pudo vernos, muy pocos humanos tienen esa capacidad. A propósito, tú te convertirás en un hollow si no hacemos el konso ahora mismo.

-¿Konso? –Taguchi no lograba salir del estupor. Por primera vez adquiría plena conciencia de lo que significaba estar muerta. Ya no pertenecía al mundo de los vivos ni se regía por sus leyes, ahora formaba parte de otra realidad.

-El konso es el ritual que te llevará a la Sociedad de Almas.

-No iré a ninguna parte –objetó Taguchi con decisión-, al menos no todavía. ¡Necesito verlo! No sé qué ha sido de Kumagai y…

-Ya no puedes hacerlo –la cortó él, mirándola con seriedad-. Llevaría tiempo y no puedo dártelo. Acéptalo, la muerte es un hecho irremediable y debes partir.

-Pero…

-Reconozco que no eres un plus cualquiera, parece que tienes un asunto pendiente –declaró el shinigami-. Sin embargo, debo advertirte que mientras tu alma esté en estas condiciones serás una pieza muy tentadora para los hollows. No puedo dejar que te devoren ni que sigas aquí para que termines convertida en uno. Lo siento, soy alguien muy práctico y demasiado perezoso como para esperar. Pero, si dejas que haga el konso en este momento, puedo sacarte de la duda.

-¿Puedes averiguar si Kumagai está vivo? –consultó ella con esperanza.

-Claro que sí, es fácil, solo debo localizar su reiatsu –repuso él, que a continuación se concentró. Taguchi omitió preguntar qué era eso, estaba demasiado ansiosa por saber-. Listo, lo encontré. Está vivo.

La joven comenzó a experimentar una tenue tranquilidad, aunque quiso asegurarse.

-¿De verdad? ¿Cómo puedes saberlo?

-Su energía no está con los muertos, aún está entre los vivos. No te miento ni estoy equivocado, niña, tu amigo está con vida.

Al oír esas palabras, Taguchi se dejó envolver por la felicidad. Su alma se sentía reconfortada, libre de toda duda o preocupación. Kumagai vivía… Así tenía que ser, así debió ser siempre. Lo único que temía era que el chico se quedase con algún sentimiento de culpa por su causa.

-Debo ir a hablar con él.

-¡Lo único que deseabas era saber si estaba vivo, y ya te di esa información! –exclamó el otro con fastidio-. La duda era lo que te retenía, y ya la he disipado. Lo siento pero no puedo darte más tiempo, ¡no tienes más nada que hacer aquí!

Parecía molesto, casi ofendido. A Taguchi no le importó. Dolía no poder despedirse, necesitaba buscar a Kumagai para decirle que así estaba bien, que no le debía nada.

-Tengo que decirle que me salvó.

El shinigami suspiró con cansancio. Malditas emociones humanas… Era extraño, en ese momento pudo vislumbrar que ella también poseía una gran energía espiritual, solo que parecía rezagada. Podía jurarlo, su espíritu era tan fuerte como el de aquel muchacho, aunque evidentemente ese poder no se manifestaría aún, al menos no en esta vida.

Sin responder a su pedido, levantó su katana y apuntó el sello del mango hacia su frente. Era un shinigami práctico y perezoso, aun así algo en sus grandes ojos lo conmovió y se contuvo durante algunos instantes. Su trabajo era muy intenso, la guerra había dejado un tendal de muerte y destrucción que él tenía que limpiar lo más rápido posible antes de que más hollows hagan acto de presencia, sin embargo creyó ver en ella un misterioso designio y no pudo ejecutar el ritual aún. Se maldijo entre dientes.

-¿Cómo te llamas?

La joven se sorprendió un poco por la repentina pregunta.

-Pertenezco al clan Taguchi, vasallo del clan Taira. Soy Taguchi Rukia.

Su interlocutor cerró los ojos con gesto meditabundo. Luego los abrió y la miró con seriedad.

-Te diré una cosa, Rukia –Taguchi lo observó con interrogación-. El tiempo es una ilusión. Los seres humanos intentan medirlo pero es en vano, el tiempo es una constante, el tiempo es siempre. Acabaste tu vida humana y ahora empezarás tu vida como espíritu, pero cuando termines tu vida espiritual iniciarás una nueva vida humana. Tu alma no perece jamás, tu alma migra una y otra vez al compás del péndulo del tiempo, que oscila eternamente. Entre estos dos mundos viajarás continuamente, vivirás muchas vidas y quizás, en alguna de ellas, de este o del otro lado, volverás a encontrarte con las almas de aquellos a quienes te has aferrado.

Taguchi lo escuchaba con asombro.

-Vienes de muchas vidas y aún te quedan muchas más por vivir, aquí como humana y allá como espíritu –prosiguió el shinigami-. Has tenido muchos nombres, tendrás otros tantos y quizás, en algunas vidas, tendrás el mismo. Quién sabe, ¡las casualidades ocurren! Aun así es imposible que conserves la memoria de todas esas vivencias. Pero si te has unido a alguien con un lazo fuerte, si ese vínculo ha sido sincero y leal, entonces tal vez, algún día, sus almas volverán a cruzarse.

Sin más, el sello se posó sobre su frente. Taguchi ya no tuvo tiempo de hablar o de pedir, ni de medir el consuelo que aquellas palabras le ofrecían. Sólo alcanzó a percibir un atisbo de esperanza brillando en el fondo de su corazón, siquiera la posibilidad de una espera.

Tal vez, algún día.

Sintió como si se desprendiera, como si se dejara. Su vista se oscureció y su mente se apagó, se olvidó de ella misma y del mundo que le rodeaba.

Mucho después, del otro lado de la frontera de la muerte, todo fue luz.

-o-

Varios días le llevó a Kumagai reponerse de la herida. Durante ese arduo proceso, de vez en cuando meditaba en las razones por las cuales Benkei le había perdonado la vida, y nunca alcanzaba a comprenderlo del todo. El código era muy claro al respecto, la traición se lavaba con sangre, aun así el otro le permitió vivir. El ser humano es un ser indescifrable.

Si bien el dolor en su pecho se reducía gradualmente, el de su alma persistía. Le dolía en lo más hondo el haberle fallado, el no haber podido protegerla, el haberla dejado sola. La única persona con la que se entendía, un espíritu afín para compartir las desazones de un mundo intransigente con los débiles. En más de una ocasión tuvo ganas de dejarse ir, de dejarse vencer por la nada.

Un día, cuando pudo levantarse, le pidió a Josuke que lo lleve hasta el sitio donde lo había encontrado. Le fue entregada su vestimenta de guerrero, pero después de sopesarlo durante unos instantes le suplicó que le prestara un atuendo de campesino e insistió para que quemaran sus ropas. El otro lo miró con extrañamiento, aunque no pudo negarse. Lo ayudó a vestirse con uno de sus modestos kimonos, lo sujetó de la cintura con un brazo y pasó uno del joven sobre sus hombros, ya que todavía estaba débil y no podía sostenerse por sí mismo.

Cuando llegaron al bosque, Kumagai echó una mirada alrededor. Todo era quietud, solo se oía el roce de la suave brisa entre las hojas.

-Vamos más allá –pidió.

El cielo estaba despejado. Se desplazaron a paso lento sin ninguna dirección fija, Kumagai sólo quería deambular mientras pensaba. Él podía ver a los muertos, así que existía una posibilidad de encontrarla. Esa leve esperanza lo había alimentado durante los días pasados, entre el malestar de la fiebre y su invariable estado de postración. Concentrado, le prestó atención a cada movimiento, a cada actividad que percibía en el ambiente, por si la veía.

-No sé qué esperas encontrar –comentó Josuke.

Kumagai se sorprendió por tal abordaje. Miró a su compañero con asombro y luego se enfocó nuevamente en lo que tenía delante, con el entrecejo fruncido.

-Sólo quiero una oportunidad.

Ese día no encontraron nada, tampoco al día siguiente ni en los posteriores. Kumagai le pedía al campesino que lo ayude a ir al bosque y Josuke insistía cada vez para que se quede a reposar, en vano. Trató de disuadirlo, de hacerlo entrar en razón, pero el joven era demasiado obstinado.

En ocasiones Kumagai los veía. Era extraño, porque ya no sentía molestias de ninguna clase ni temor frente a ellos. Un día veía un alma, otro día se topaba con una diferente, a veces se encontraba siempre con la misma. Ninguna era Taguchi.

El muchacho no se desalentó. Desoyó las bondadosas advertencias de su amigo y descuidó su convalecencia, perseverando en su propósito. Hasta que una tarde, la última de su búsqueda, se decidió a acercarse a uno de los espíritus que veía deambular. Josuke ya no lo acompañaba, pues a esas alturas se había repuesto lo suficiente como para valerse por sí mismo. Por su apariencia, el alma pertenecía a la de un campesino del lugar.

-Por favor, quisiera hacerle una pregunta –lo interpeló Kumagai, no muy seguro de la forma como debería conducirse con el alma de un muerto.

El hombre se sorprendió al verse requerido.

-¿Me hablas a mí? –preguntó.

-Lo siento, no quisiera molestarlo –Kumagai también se sentía desconcertado.

-Oh, no es molestia, ¡para nada! De hecho, le agradezco mucho que quiera hablar conmigo. No sé qué debo hacer en estas circunstancias y me siento terriblemente solo y confundido. Soy Yada Yutaro, gusto en conocerlo –El espíritu se inclinó profundamente ante él.

El joven se sobresaltó por lo sencillo que resultó. Le correspondió con cierto atolondramiento.

-El gusto es mío, soy Kumagai Ichigo –replicó, inclinándose a su vez. En la situación actual no podía permitirse revelar más detalles sobre su identidad-. Lamento oír eso. Perdone, sólo quería hacerle una pregunta: ¿ha visto por casualidad a una muchacha... así… digo, co-como usted? –indagó, vacilando al elegir los términos-. Ella… ella viste como un samurai.

El hombre compuso un gesto reflexivo. Hacía tiempo que no veía personas jóvenes en su estado.

-Desde que estoy así sólo he visto campesinos de edad avanzada –respondió-, no he visto ni jóvenes ni samurais. Tengo entendido que la guerra finalizó hace tiempo.

Kumagai cayó en la cuenta de que eso era verdad, la guerra había terminado hacía mucho ya, por lo cual lo que intentaba hacer no tenía ningún sentido. Bajó la mirada, apesadumbrado. El otro lo notó.

-No se desanime por favor, estoy seguro de que algún día encontrará lo que busca. La vida puede parecer injusta a veces, pero siempre le dará una segunda oportunidad. ¿Me haría un favor?

El chico apenas lo escuchaba.

-¿Cuál? –preguntó sin pensar.

-¿Podría cortar aquellas flores y dejarlas al pie de este árbol? –pidió el espíritu, señalándole el lugar en cuestión-. Allí es donde morí. No tengo familia y nadie ha puesto nada sobre mi tumba.

El interpelado se extrañó ante aquel pedido tan simple como insólito. Le habían dicho que las almas estancadas parecían tristes y solitarias, que si se manifestaban era porque algo necesitaban y él no había podido vislumbrar qué sería. En ese momento le pareció comprender. El ser humano arriba solo a este mundo, y solo se marcha. Si alguien piensa en esa existencia, si aunque sea una sola persona cobija un sentimiento y conserva un recuerdo de aquel que se ha ido, de alguna manera, entonces, lo salva de la oscuridad.

Ese sencillo descubrimiento, imprevistamente, aplacó un poco su pesar. Kumagai fue por las flores, las cortó y regresó hasta el árbol, donde las depositó. Luego oró en silencio. El espíritu, a su lado, sonreía en paz.

Después Kumagai se despidió de él y prosiguió su camino. Hacia dónde, no tenía importancia. Era cierto, la guerra había concluido y ni siquiera las almas de los caídos permanecían en ese lugar. Ya no podría encontrarse con Taguchi.

Divisó de lejos un kashi, se encaminó hasta él y se recostó al amparo de su sombra. La brisa de la tarde revolvió apaciblemente su cabello. Cerró los ojos para descansar, para desistir, para aceptar.

Más tarde, una repentina calidez lo abrazó. El sol. Más allá, la luna se hacía transparente. Pensó que así habían sido ellos, juntos y alejados, compañeros apartados.

Si tan solo fuese posible.

"Luchar del mismo lado", había pedido ella. Pero él no, él era un hombre y los hombres no se conforman fácilmente. Él quería ser más fuerte, quería que todo comenzara de nuevo, quería una nueva oportunidad para protegerla, para retenerla. No importaba cómo, ni las circunstancias ni la razón, solo quería volver a verla una vez más porque únicamente con ella se sentía completo.

Su vida se extendía por delante pero él sólo deseaba regresar, desandar. Taguchi… Su corazón latía con anhelo. No eran lágrimas las que surcaban su rostro, era la lluvia, la lluvia que caía continuamente dentro de él.

Si tan solo fuese posible…

-o-

El tiempo es una ilusión.

Kumagai, a pesar de todo, vivió, y su descendencia se perdió entre las generaciones. Cuando llegó el momento su alma migró al mundo espiritual, y cuando volvió a ser su turno regresó al mundo humano, para transitar una nueva vida. El tiempo se mueve como un péndulo y las almas danzan al son de su compás.

A veces nos cruzamos con una mirada que llama nuestra atención. Esa breve correspondencia, imprevista, nos sacude. Cada encuentro es como un milagro, no obstante las personas caminan muy rápido y no atinan a detenerse para mirar mejor. Y se va, esa mirada desaparece definitivamente, se confunde entre las otras. Pero la impresión perdura.

Cuántas veces a lo largo de sus innúmeras vidas, las almas que alguna vez llevaron por nombres Kumagai y Taguchi se cruzaron en una mirada casual, en un intercambio silencioso y efímero, en un roce accidental. En cualquier lugar, en cualquier época, a cualquier edad. Después, los vaivenes del azar los volvieron a alejar y quizá se preguntaron, cada uno por su parte, por qué, si se trataba de un desconocido, los resortes de su alma vibraron con tanta intensidad.

Así se cruzaron, así se desencontraron, en este y en el otro mundo, a lo largo de todas sus vidas. Pero la rueda del destino no se detiene en sus caprichosas mudanzas, y aunque a veces pueda manifestarse injusto o extraño, siempre les deja a los hombres las elecciones finales. Eso es lo que llamamos una nueva oportunidad.

-o-

Entonces, en otro punto del tiempo…

Se quedó pasmado, la escena que se desarrollaba frente a sus ojos no podía ser real. Desde el principio, desde que se la topara aquella tarde, la muchacha se interponía en su camino obrando de forma incomprensible. No tenía necesidad de hacer eso, por qué, ¿por qué demonios se había lanzado sobre aquella aterradora criatura, exponiendo su propia vida?

Karin yacía inconciente a un lado de la calle y la shinigami estaba gravemente herida. No sabía qué hacer. De pronto la chica le habló, mientras se sentaba sobre el pavimento con gran esfuerzo.

-¿Quieres salvar a tu familia? –le preguntó.

-¡Por supuesto! –respondió él de inmediato, seguro de lo que quería aunque no supiera cómo hacerlo-. ¿Hay alguna manera?

-Sólo hay una –repuso ella con gesto contraído. Parecía muy fuerte, pese a la gravedad de sus lesiones no se dejaba doblegar. Sujetó su katana con ambas manos y le apuntó-: debes convertirte en un shinigami –dijo. El otro se sobresaltó-. Entierra esta zanpakutou en tu corazón y yo verteré mis poderes sobre ti. No sé si funcionará, pero no hay otra forma.

El hollow aullaba con amenaza, ansioso por tomar a sus víctimas. Él estaba de pie frente a ella, con el corazón palpitante de incertidumbre. Era noche cerrada y no había nadie más a quien pedir ayuda. No tenía idea de lo que sucedería si aceptaba semejante cosa, apenas podía entender lo que estaba ocurriendo en ese instante. Siempre había poseído la capacidad de ver las almas de los muertos y había aprendido a convivir con lo sobrenatural, pero esto… esto era una completa locura. Aun así, la vida de su familia corría peligro y él necesitaba protegerlos.

La miró a los ojos. Algo en ellos le transmitió confianza. Había reñido con ella hasta hacía pocos minutos, apenas si había entendido la explicación sobre las diversas clases de espíritus que le dio con esos dibujos tan torpes como innecesarios. Sin embargo, por alguna extraña razón, no dudó de su palabra ni de sus intenciones. Tomó su decisión y no se echaría atrás por ningún motivo.

Ya nada sería lo mismo, porque cada vez que la conocía su vida cambiaba.

Al ver la resolución con la que se dirigió a ella, la muchacha sintió una repentina vibración dentro de sí. Ni siquiera sabía por qué le había hecho semejante propuesta, en la Sociedad de Almas la castigarían severamente por el solo hecho de sugerir que compartiría sus poderes con un ser humano, pero la necesidad de confiar en él la conminó a realizar aquello que estaba prohibido. Su trabajo era protegerlo, pero parecía que, por esta vez, tendría que dejarse proteger.

La rueda del destino gira constantemente, caprichosamente.

-Dame la katana, shinigami –pidió el joven con determinación.

Quizás fuera la primera noche, o tal vez fuese una de muchas en el acontecer de sus vidas.

-Mi nombre no es shinigami –repuso ella, llenándose de esperanzas-, soy Kuchiki Rukia.

El otro tomó su katana con ambas manos y apuntó directamente hacia su pecho. Allí empezaba y acababa todo, o desde allí el río del tiempo fluía incesantemente a través de ellos y entre ambos, uniéndolos para siempre.

-Yo soy Kurosaki Ichigo –replicó él, y hundió la katana en el centro de su ser.

El tiempo es una ilusión.

FIN