Por consejo de mi sufrida lectora Ginevre (gracias por todos y cada uno de tus comentarios a mi otra historia), he modificado mis planes y me saltaré mis buenas intenciones de no publicar nada que no esté totalmente terminado.

Pero, ¡qué demonios!, ahora mismo me apetecía desempolvar esta historia, y como voy a tener más tiempo (cruzo los dedos), espero no tardar demasiado en actualizar... no más de tres meses para cada capítulo...

Así que bueno, espero que les guste. Este fic es diferente a todo lo que yo haya publicado hasta ahora, se me antojaba una historia rosa, romántica sin más (aunque la deformación profesional se hará evidente en algunas cosas), y he tomado como base de la historia una película que me encanta (por más cursi que sea, cada vez que la echan en la tele, me la trago): Un paseo por las nubes, con Keanu Reeves y Aitana Sánchez-Gijón. Los personajes siguen siendo los de JK Rowling. Y mío solo es el batiburrillo resultante de mezclar ambas.

Un último aviso: por comodidad, he etiquetado la historia como un Harry-Ginny. Pero en este fic sale hasta el tato, y por supuesto hay muuuucho Ron-Hermione.

Que la disfruten.

: 1-Deseos de cosas imposibles

El joven sintió el viento salado soplándole a la cara, y lo aspiró con fruición. Le había costado mucho acostumbrarse a estar en alta mar, pero la línea de costa de San Francisco se recortaba con claridad contra el amanecer, y saber que esas eran sus últimas horas en el ejército, sus últimas horas embarcado, le daban una deliciosa sensación de libertad, así que cerró sus ojos, de un verde luminoso, y volvió a respirar profundamente el aire salino que le alborotaba los recortados mechones de cabello negro.

Tenía que hacer acopio de ese aroma para cuando volviera a tierra, porque no pensaba volver a pisar un barco en su vida. De hecho, los cuatro años que había pasado en la guerra, saltando de isla en isla, embarcando y desembarcando, le habían convencido de que su futuro estaba tierra adentro. En cuanto lo licenciaran, pensaba convencer a su mujer para que recogieran los pocos bártulos que tenían algun valor e invirtieran sus ahorros en comprar un terreno en el interior. Si no llegaba para una granja, al menos una casa, acogedora y cálida, donde pudieran empezar una nueva vida, olvidándose de la guerra.

Al llegar al muelle, la multitud se agolpaba esperando a los héroes vencedores de Japón. Madres, esposas, hijos, hermanos,… agitaban sus manos hacia el imponente acorazado. El joven había escrito a su mujer avisándole del día de llegada, y recomendándole que no acudiera al muelle, donde la aglomeración les haría difícil encontrarse, amén de que resultaría llamativa. Sin embargo, al descender del barco, reconoció sentir algo de envidia al ver como sus compañeros se abrazaban a los familiares que los recibían, mientras él se quedaba solo. El pobre huérfano solitario, otra vez.

Se despidió con un saludo rápido de sus compañeros de litera en esta última travesía… pocos quedaban de los que había formado su escuadrón al comienzo de la guerra. Una punzada de dolor lo atravesó al recordar a Colin, su mejor amigo, que había muerto cuando la guerra ya casi estaba ganada. Solo se había alistado, y solo se licenciaría. Pero al menos, ahora la tenía a ella, y con ella, un hogar. Con paso más alegre, se encaminó a su apartamento.

00000

Una joven de larga melena pelirroja recogía lentamente sus pertenencias para embalarlas y mandarlas por correo a casa. No paraba de pensar en el encuentro que había tenido, la noche anterior, con su amante.

-No puedo creer lo que me estás diciendo – la joven miraba con dureza al hombre que estaba sentado en el sofá, las piernas cruzadas con indolencia y un rostro que expresaba más fastidio que comprensión.

-Nena, tú sabes que soy un espíritu libre… lo sabías cuando nos conocimos, nunca te he engañado respecto a eso.

-No, nunca me has engañado respecto a eso… me he engañado yo sola. Pero creí que por lo menos merecía que me lo dijeras a la cara, y no con esta asquerosa carta.- ella esgrimió un manoseado papel. Él se encogió de hombros.

-Sabes que tú me gustas, nena, pero… a mi no me van esos convencionalismos, y no es justo que cambiemos las reglas a mitad del juego.

La joven miró fijamente al maduro hombre que ahora se pasaba una mano por el abundante cabello ondulado y buscaba un pitillo en su chaqueta. Ese gesto, que en otro tiempo la había derretido, ahora le cayó como un balde de agua fría, como la confirmación de su indiferencia. Estaba sola. Bien, pues lo estaría. No pensaba rogar. Ni llorar.

-De acuerdo. Supongo que esto es una despedida – recogió el bolso que había dejado en la mesa y se volvió a mirarlo, para fijar bien en su mente el rostro del que pensó que era el hombre de su vida.

-Nena, espero que todo te vaya muy bien. Te lo mereces.

Las palabras de su ex amante seguían resonando en su mente mientras acaba de hacer la maleta. Sí, por supuesto que se merecía algo bueno. Siempre lo había tenido, una buena familia, una infancia feliz, gente que la quería y le demostraba el afecto que ese perro le negaba ahora. A pesar de la cálida temperatura de principios de verano, un escalofrío la sacudió. Acababa de darse cuenta de ahora mismo daría cualquier cosa por un abrazo, porque alguien le demostrara cariño. De inmediato pensó en su numerosa familia, y se preguntó si después de lo que había pasado, y de lo que iba a pasar, ellos también le darían la espalda.

00000

La joven de frondosa melena castaña recogió sus útiles de trabajo y los introdujo en un maletín de suave piel. La consulta no había sido muy fructífera, pero sabía que debía tener paciencia. Su amigo estaba destruido, más moral que físicamente, y soportaba el tipo de heridas que nunca sanan del todo. De momento, seguiría conformándose con que aceptara recibir sus visitas, y con que a veces dijera alguna palabra que le diera continuidad a su charla. ¡Qué vacía se sentía al acabar esas visitas! Le resultaban agotadoras, mantener todo el peso de la conversación, si es que se la podía llamar así, y sobre todo, comparar la situación con lo que había sido antes de la guerra, cuando su pelirrojo compañero de clase había sido el alma de todas las fiestas, el eje de la diversión. La explosión que lo había desfigurado también se había llevado ese espíritu juguetón que tanto se echaba de menos en su casa.

La doctora suspiró. Si la casa de la familia de su amigo mantenía ese tono sombrío, es que algo iba muy mal aun después de la guerra. Con nostalgia, recordó las risas que siempre llenaban el jardín, y las añoró de forma dolorosa. Ella siempre había sido muy seria, y a veces incluso había reprendido a los ruidosos pelirrojos, pero secretamente los envidiaba. Y justo ahora se daba cuenta de que daría algunos años de su vida por volver a sentir la alegría respirando en esa casa, aunque solo fuera por si ella podía disfrutar de algunas migajas de esa alegría.

00000

Desde la ventana, un joven pelirrojo observó cómo se marchaba la visita. Ella no había fallado ni un solo día desde que volvió a Las Nubes. Y él se lo agradecía doblemente, por él, y por los que no le decían nada. Verla era como recibir los regalos la mañana de Navidad, y la visita se había convertido en un agradable y cotidiano pedacito de cielo, la clase de feliz rutina en la que su familia vivía antes de que la guerra lo desbaratara casi todo.

El joven suspiró sin dejar de mirar la silueta castaña que se alejaba. En el pasado se había quejado de lo insignificante que era su vida, de lo opacado que se sentía entre los demás. Ahora, daría lo que le pidieran por un poco de normalidad, aunque él volviera a ser invisible.

00000

A ver, se admiten apuestas: ¿quién es quién? ¡Lo puse fácil!