Disclaimer: El fandom de Inuyasha, su historia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi, yo los tomo prestados sin fines de lucro.

Butterfly Wings
Por: Hoshi no Negai

1.Barrotes de oro

Observa, Mariposa, cómo tus alas se preparan para volar.
¿La sientes? ¡Vuela, vuela con esa brisa que te empuja hacia la libertad!
Pero no olvides, Mariposa, que tus alas son frágiles y pueden romperse con facilidad.
Especialmente, si te dejas atrapar por corrientes que luego no te querrán soltar.

...

La sonrisa de Rin no podía ser más ancha de lo que era en aquel entonces. ¡Ah, después de tanto haberlo anhelado, al fin se cumplía! Volvía al lado de su señor, teniendo aventuras inigualables por los distintos paisajes del país. Era lo que había querido desde… bueno, desde que la dejó en la aldea humana. No es que despreciara a los de su propia especie ni nada por el estilo, al contrario, tenía un cariño inmenso a todos los que vivían en la villa de la anciana Kaede, pero lo suyo era una vida nómada, no una atada a un pueblito.

Miró alegremente al Daiyoukai que caminaba unos pasos más adelante, y la ignoraba completamente. Luego miró a Jaken, quien le devolvió un gesto burlón en respuesta y por último a Ah-Un, que no hacía nada en particular.

Habían pasado sólo veinte días desde que Rin se les había unido nuevamente, y tenían viajando desde entonces. Ella sabía que no había quitado la sonrisa satisfecha en ningún momento, y hasta le dolía un poco la cara, pero no podía evitarlo.

Soltó una risita ante la mueca de desagrado que le dedicó el pequeño demonio, encantada de ver que todo era como había sido antes. Acarició dulcemente una de las cabezas del dragón, sacándole un ronroneo gustoso. Al animal sí le daba gusto tenerla de vuelta con él.

―Señor Jaken ―canturreó ella sólo para molestarlo. Sabía que él odiaba cuando le hablaba así―, ¿Cuánto más falta? ¿Está muy lejos?

―Niña fastidiosa ―refunfuñó él―, ¿cuántas veces debo decirte que sí, que está muy lejos?

―Lo sé, pero nunca lo especificó.

―Quizás lleguemos en otros diez días…

―¡¿En serio? ¿Está tan lejos? ―se asombró ella, abriendo mucho los ojos.

―Sí. Y está en un terreno muy peligroso también, es bastante fácil caerse por los acantilados y pendientes. ¡Oh, y los youkais! Sí, sí, son terribles, atacan a todo el mundo que pase por ahí. Son tantos… ―le contestó él con una risita maliciosa.

―Me está mintiendo, señor Jaken ―Rin infló las mejillas con disgusto y le frunció el entrecejo.

―No, Rin, te estoy diciendo la verdad. ¡Ah, me olvidaba de los árboles! Son asesinos, ¿sabes? Un descuido y ¡zas! Te atrapan con sus ramas y ya no te sueltan.

Rin rió ante la loca ocurrencia, olvidando su pequeño enfado.

―Está de muy buen humor, señor Jaken. ¡Se nota que me ha extrañado!

―¡En tus sueños, mocosa! ―el sapo le reprochó de la misma manera como cuando era pequeña, lo que le arrancó otra risita― ¡Estaba todo tan bien entre nosotros y tienes que venir tú con tu peste y tu interminable parloteo! ¿Es que nunca puedes estar callada por más de dos minutos? ¡Hay que ver lo hiperactiva que eres, pareces una ardilla!

Rin siguió riéndose de los reclamos que le hacía el viejo, reviviendo tantas buenas memorias de su infancia. De verdad el youkai le había echado de menos, porque no demoraba mucho en seguirle el juego.

Sesshomaru, indiferente a todo lo que sucediese a su alrededor, tardó sólo un poco en responderle a la muchacha la pregunta de cuánto tiempo faltaba para llegar hasta sus dominios.

―Estaremos en el palacio antes del anochecer.

―¡Vaya! ¡Ya estamos muy cerca! ―sonrió ella emocionada, adelantándose para ver mejor las tierras de su señor. A la distancia, entre las copas de los árboles, podía distinguir la fachada de una gran fortaleza. Su rostro se iluminó― ¿Es ahí? ¡Es enorme! ¿Cómo es por dentro, señor Jaken? ¿… señor Jaken?

―¿Qué? ―el pequeño youkai había dejado de prestarle atención desde que su amo había hablado. Rin notó que su rostro estaba más serio y sombrío que antes.

―¿Se encuentra bien?

―Sí, sí, estoy bien.

―¿Por qué tan serio? ―preguntó ella enseguida, preocupada.

―Por nada, Rin. Porque… ya falta poco para llegar ―agregó él en voz baja, evitando que Rin la escuchara. La observó un momento, curioseando todo a su alrededor mientras parloteaba sola acerca del bonito paisaje. Apenas pudo contener aquel impulso de decirle que se marchara de nuevo a la aldea, pero sabía que ya era demasiado tarde. El lugar de Rin estaba con los de su especie, ella sencillamente no pertenecía con los demonios. Lastimosamente la chica no lo veía así…

Luego de unas horas más de camino, habían llegado a las grandes escaleras de la entrada principal del Palacio del Oeste. Antes del anochecer, justo como su amo predijo.

Rin le encontraba gran similitud con el castillo de la madre del Daiyoukai, exceptuando que éste se encontraba bien escondido en lo profundo del bosque, y su fachada parecía ser algo… diferente. Quizás porque el otro lugar era comandado por una mujer ella lo asimilaba más con un sitio femenino. Pero apenas llegaron hasta la enorme puerta, sintió aquel aire de familiaridad que le daba Sesshomaru. Sí, ése era su hogar.

La chica se encogió al ver todo el protocolo con el que los guardias daban la bienvenida a su Lord y todas las reverencias tan respetuosas que le hacían al verlo pasar. Un poco tímida ante las duras miradas que algunos hombres le dedicaban, sin contar sus muecas de disgusto, se sintió muy fuera de lugar. Rin no era miedosa, pero tenía malas experiencias en sitios nuevos y aquella en particular le recordó a la aldea en la que había vivido luego de la muerte de su familia. Los guardias tenían las mismas expresiones de desagrado que habían tenido los hombres que la habían acogido con desgano.

Casi no se dio cuenta cuando uno de los youkais le quitaba las riendas de Ah-Un de las manos para llevarlo por otro camino. Tampoco recordó entonces que las pocas pertenencias que había llevado consigo estaban en las alforjas del dragón.

Una vez adentro, los recibió un corredor amplio y bien iluminado por lámparas de aceite y varias velas altas. Era un sitio muy bonito y elegante, se notaba que su señor pertenecía a la alta clase entre los youkais.

Dos filas de sirvientas en kimonos beige, una a cada lado del corredor, les dieron la bienvenida junto con una reverencia muy marcada.

―Que impresionante… ―dejó escapar Rin por lo bajo al ver la cantidad de mujeres que trabajaban ahí. Algunas parecieron notar su comentario, ya que pudo sentir como varias miradas se clavaban en ella. Rin se ruborizó pensando que las había ofendido.

―Amo Sesshomaru, sea bienvenido ―habló una mujer de mayor edad, parándose al frente de él. Rin sólo la podría distinguir del resto ya que su kimono era de un tono más oscuro.

Quizás es la… ¿la jefa? Se preguntó la chica humana, al verla erguirse nuevamente.

―Rin ―dijo Sesshomaru―. Ella es Tsukune, la encargada de los sirvientes en el palacio. Te enseñará tu habitación. Instálate y ve al comedor principal para la cena en una hora.

―Oh… sí, de acuerdo ―apenas ella contestó, su señor ya se había puesto en marcha por el pasillo, con Jaken a su lado quien le dirigió una última mirada antes de perderse en uno de los recodos. Las demás sirvientas también se habían comenzado a retirar, dejándola sola con la youkai de semblante tan rígido―. Mucho gusto, señora Tsukune, soy Rin. Ah, pero eso ya lo sabía… ¡Espero que podamos ser buenas amigas!

La mujer no se inmutó ante la simpática sonrisa que le dedicaba, y sólo se limitó a mirarla con expresión severa.

―Por aquí, señorita Rin ―Tsukune dio la media vuelta y comenzó a caminar sin esperarla.

―Sólo llámeme Rin, me siento rara cuando me tratan de usted ―se rió ella, tratando de animar un poco el ambiente. Nada. La youkai era casi tan seria como su señor y seguramente también le desagradasen los humanos.

O quizás la pillé en un mal momento, quiso justificar ella, esperanzada. Seguramente es buena persona, como lo es el señor Sesshomaru.

La mujer de cabello castaño la guió por los largos corredizos, cada uno igual de amplio y desolado que el anterior. ¿El sitio era demasiado grande o es que ella era muy bajita? ¡Hasta las escaleras que había bajado parecían estar hechas para gigantes! Quizás lo veía así por ser la primera vez, cuando se acostumbrase al palacio lo vería de un tamaño más normal.

Rin intentó hacer conversación un par de veces para romper el sepulcral silencio del lugar, pero las respuestas de su acompañante eran tan secas que la incomodaban un poco. Pero no se daría por vencida, no señor. Si iba a permanecer un tiempo ahí, quería al menos sentirse como en casa, así que estaba decidida a ganarse la amistad de aquella demonio.

Sus pasos la guiaron a un corredor exterior, que rodeaba uno de los jardines del castillo. Los ojos de Rin se agrandaron al ver la cantidad de espacio del sitio, junto con las variedades de plantas y la decoración tan exquisita y refinada le daban la apariencia de ser un paraíso entre muros.

―¡Qué bonito! ―exclamó Rin al notar los toques ornamentales y el pequeño arrollo que zigzagueaba a través del patio. Los puentecillos y el par de fuentes de piedra le daban un aspecto muy, pero muy aristocrático, y más allá, una línea de árboles finos y nudosos actuaban como pared limitante. La chica creyó que así debían ser los jardines de los más poderosos terratenientes―. Parece de cuento…

Si tan sólo Tsukune no llevase un paso tan apresurado, Rin se habría quedado admirándolo por horas. Seguramente ya tendría tiempo de explorar todo el sitio y conocer hasta su más pequeño detalle. No podía esperar para corretear por aquel jardín y los otros que seguramente ese gran palacio tenía.

Aún escrutando con la mirada el paisaje exterior, la chica apenas notó como la youkai se adentraba en el interior del castillo, llevándola otra vez por los pasillos que le parecían tan grandes e iguales.

Poco después, cuando Rin pensaba que ese lugar no tenía fin, la sirvienta se detuvo ante las puertas de lo que parecía ser una habitación. Ella nunca habría adivinado que lo eran, parecían ser parte de las paredes y tenían el mismo decorado.

―Esta es su recámara, señorita ―anunció la youkai, abriendo una de las puertas.

―No puede ser…

Era enorme, ¡enorme! Dio un par de pasos hacia adelante, con los ojos muy abiertos. ¡En ese cuarto podían entrar tres cabañas!

―¿Está segura de que esta es mi habitación?

―El amo dio instrucciones de arreglar ésta en específico, señorita Rin ―contestó monótonamente la mujer―. Con su permiso, me retiro ―e hizo una leve reverencia, dispuesta a marcharse.

―¡Ah, espere! ―la detuvo Rin justo a tiempo. La señora le dirigió una mirada un tanto molesta―. No sé cómo llegar al… al comedor principal, ¿Podría explicarme…?

―Yo la llevaré al comedor en cuanto la cena esté lista.

Luego de una reverencia más, la mujer cerró las puertas corredizas prácticamente en su cara, dejándola completamente sola.

―Sí, creo que la pillé en un mal momento ―se dijo la humana en voz baja. Ya habría tiempo de socializar, ¿verdad? No tenía que preocuparse mucho por eso todavía.

Se dio la media vuelta y contempló su habitación. ¿Cómo podía ser tan, pero tan grade? ¿Qué tantas cosas podría tener o cuánto espacio podría necesitar? Oh, se sentía tan raro estar ahí…

―¡Pero qué diablos! ―exclamó emocionada, comenzando a recorrer la estancia, hurgando por cada rincón, estantería y armario.

¿Cómo diantres habían llegado sus cosas tan rápido? Apenas abrió el primer armario que vio, sus pocos kimonos estaban perfectamente organizados en los estantes interiores. Qué veloces eran los youkais, por los Dioses. ¡Hasta sus demás objetos estaban ya acomodados en la recámara! Su pequeño espejo de mano, dos peinetas, el cofrecito metálico, la pulsera de cuentas que le dio Shippo… Y varios otros accesorios que no reconocía y suponía que eran regalos del youkai.

Cada vez que Sesshomaru le obsequiaba algo se sentía abrumada por tanta generosidad. Siempre eran cosas de gran valor, hasta parecían ser dignas de la realeza. Y aunque ella no le prestaba atención al valor monetario de sus regalos, los atesoraba sólo porque eran de parte de él.

Pero ahora… ¡Dioses, eso era demasiado! Tal vez debería decírselo en la cena… ¿O eso le molestaría?

Caminó hasta el fondo de la habitación, luego de haber inspeccionado curiosamente cada mínimo detalle, para encontrarse con seguramente la mayor sorpresa de todas.

―¡¿Un baño? ―casi gritó al abrir la puerta corrediza tan bien camuflada.

De acuerdo, eso ya era demasiado. ¿Dónde se había visto que una habitación tuviese su baño privado? ¡En ningún lado! Era exagerado, muy exagerado. Dio unos cuantos pasos, adentrándose en él sin poder quitar la expresión pasmada de su cara. No era tan monstruosamente grande como la recámara, pero sí tenía un buen tamaño. La tina de madera estaba colocada muy cerca de la pared del fondo, abajo de una ventanilla y sobre de un sistema de calefacción. Diablos, hasta tenía su sistema de calefacción con leña… No se imaginaba pidiéndole a alguien que mantuviese el fuego vivo para poder disfrutar de un baño caliente.

Cuando pensó que se le había quitado la mueca de asombro, se dignó a salir de ahí. Fue con pasos lentos hasta una zona del cuarto que tenía un cuadrado de tierra en el suelo. Era justo como en la casa de la anciana Kaede ―y todas las demás cabañas―, con su área de fogata para cocinar. Sabía que muchos terratenientes y hombres de poder tenían esa clase de sitios en las habitaciones grandes a modo de chimenea, pero nunca pensó que a ella le tocara uno. Ese lugar era demasiado sofisticado.

Sentada en el suelo, se imaginó que estaba de vuelta en la aldea y disfrutaba de una noche tranquila al lado del fuego. ¿Nostalgia, quizá? Era extraño estar en un lugar tan grande y tan vacío.

Una sonrisa se formó de repente en sus labios. Ésa era precisamente la clase de sitios que ella amaba explorar. Y un castillo… ¡Uh, cuantas maravillas podría tener! Una emoción le cosquilleó por la espalda al imaginarse la cantidad de cosas que vería y aprendería.

Justo cuando planeaba una excursión al primer jardín que había visto, dos golpes secos resonaron en su puerta. Antes de que pudiera contestar, la figura de Tsukune se asomó por el pequeño espacio recién abierto:

―Es hora de la cena, señorita. El amo la espera.

―¡De acuerdo! ―con un salto se puso de pie y avanzó rápidamente hasta la entrada, con su gran sonrisa entusiasta. La joven humana no pudo contener su alegría y comenzó a parlotear poco después de iniciada la marcha― ¡No sabía que habían baños privados para las habitaciones! Es tan, pero tan bonito ¡y grande! Me siento aún más bajita con tanto espacio, pero todo es tan lindo ¿Son todas las habitaciones así de grandes? ¡El Señor Sesshomaru debe ser un anfitrión estupendo!

Sin siquiera pensar en la segura molestia que le causaba a la demonio con su hiperactiva plática, continuó hablando hasta que llegaron al comedor. No tenía idea si era el único comedor, o si era el principal o lo que sea, sólo se dio cuenta de que era bastante grande y el ambiente que poseía era cálido. Se despidió contentamente de la sirvienta, quien seguramente se alegraba de deshacerse de ella, y entró radiante al lugar. Su señor y Jaken ya estaban ahí, pero no había nada en las mesillas delante de ellos. Como sólo quedaba una libre, a la izquierda de Sesshomaru, imaginó que sería la suya.

Llegaron tres sirvientas, igualmente vestidas de beige, a servirles la cena poco después de que ella tomara asiento. Luego de desearles buen provecho y hacer una reverencia, se marcharon rápidamente, como si no quisiesen molestar con su presencia. Mientras comía, Rin continuó hablando de lo bonito que le parecía todo y el impecable gusto de su amo para con la decoración del jardín, para luego tocar el tema de su habitación. El único que hacía comentarios de vez en cuando era Jaken. Para Sesshomaru ya era muy normal callar y escuchar la interminable charla de su protegida, así que cenó tranquilamente, sin dar señales ni de desagrado ni de prácticamente ninguna otra emoción.

―Pero señor Jaken, la habitación en la que estoy es demasiado grande… ―habría dicho eso ya varias veces, pero todavía no se lo podía creer―. Hasta tiene un baño y una chimenea. Es como si fuese una casa aparte. ¡Si me dejan ahí no tendría que salir sino para comer! ―dijo a modo de broma, esperando que no se notara lo incómoda que se sentía con un lugar tan lujoso.

Rin percibió la manera en la que Jaken se tensó, como si eso le insultase. Ojalá que no se ofendiera...

―Señor Sesshomaru ―llamó ella, cambiando el tono por uno algo más serio y haciendo una ligera reverencia―. Le agradezco mucho las atenciones que me dedica, espero no ser una molestia.

―Tonterías ―dijo él mientras se llevaba tranquilamente su taza de té a los labios. Rin le dedicó una sonrisa.

―Por cierto, ¿qué puedo hacer mientras esté aquí?

―¿Qué, quieres trabajar? ―preguntó Jaken. La chica todavía lo notaba rígido, lo que le preocupó.

―Bueno, sí. Sabe que no puedo quedarme quieta en un solo sitio, así que si estoy aquí, me gustaría hacer algo. ¿Puedo trabajar con los encargados de los jardines?

―No ―respondió secamente Sesshomaru. Rin encontró extraña su negación, ya que no le veía nada de malo.

―Ah… ¿En las cocinas? ¿Limpieza? ¿Lavar la ropa? ¿Atender los establos? ¿Ayudar a los enfermos? ―cada pregunta tenía una negativa muda por parte del Daiyoukai, logrando extrañarla más. ¿Por qué no podía hacer nada de eso? ¡Tampoco podían esperar que se quedara sin hacer nada!―. No entiendo, ¿Qué otra cosa puedo hacer? ―preguntó finalmente, luego de pensarlo.

―Trabajarás para mí ―contestó él―. Me asistirás cuando lo requiera.

Rin parpadeó un par de veces, para luego volver a recuperar su entusiasmo.

―Oh, ya veo, ¿seré algo así como su asistente?

La respuesta de su interlocutor se retrasó mientras él tragaba su bocado.

―Algo así.

―¡Qué bien! ¡Trabajaré muy duro, se lo prometo! ―prorrumpió alegremente la chica con una sonrisa solemne.

¡Qué suerte tenía! Pasaría mucho tiempo con él, le ayudaría con los recados, seguramente tomaría apuntes y haría prácticamente cualquier tontería que le ordenara. No pudo evitar imaginarse a sí misma sirviéndole el té a su amo, mientras éste le hablaba de las diligencias que tenía que hacer. ¡Ojalá le dejase acompañarla en sus viajes!

―Un momento… ¿Entonces seré como el señor Jaken?

―¡Como si pudieras igualar todo lo que hago, niña! ―dijo de repente el sapo, buscando una absurda confrontación. Rin se alegró al ver que volvía a relajarse y le siguió el juego con una risilla.

―Oh, señor Jaken, ¡quizás ya está muy mayorcito para hacer estas cosas!

―¿A quién le llamas viejo, niña insolente? ¡Estoy en mis mejores años, para que sepas!

―Sí, mejores años de vejez ―contestó ella bajando el tono y sacándole la lengua.

―Pues tú eres todavía muy mocosa como para hacer bien cualquier cosa.

―Claro que no, según la señora Kagome uno se hace adulto al cumplir los dieciocho, y como ya los tengo…

―¡Sigues siendo la misma mocosa insufrible de siempre!

La tonta discusión no siguió por mucho tiempo más, para luego dejarle espacio al silencio. La chica se encontraba bastante feliz de poder trabajar, por así decirlo, con su amo. Desde hacía un buen tiempo que había comenzado a mirarlo de una manera diferente, así que compartir tanto tiempo juntos le daba cierta esperanza. Quizás no era más que una tonta viviendo en su mundo de fantasías, pero al menos estar un poco más con él la contentaba lo suficiente.

Pocos días habían pasado y Rin se iba acostumbrando cada vez más a la vida en ese enorme castillo. Había explorado a sus anchas dos de los jardines ―cosa que le llevó varias horas― y ya casi no se perdía entre los pasillos que frecuentaba. Al menos sabía el camino directo hacia los jardines, el comedor y su habitación. A veces se adentraba un poco más en los corredores, pero siempre tenía que pedir direcciones para volver a su punto de inicio. Era bastante divertido, por lo menos la mantenía ocupada ya que su amo le había dicho que le avisaría cuando necesitase algo.

Lo malo era que los demonios que ahí trabajaban no parecían ser muy amables como los pocos que conocía. Le respondían sus preguntas de manera tajante y hasta de mala gana, le dedicaban miradas de desaprobación y algunos no se molestaban en disimular sus muecas en frente de ella. Eso la hacía sentir bastante mal. Seguramente sus opiniones acerca de los humanos eran terribles y era la razón para su comportamiento. Pese a la nula aceptación, se ganó, por así decirlo, la simpatía de una de las chicas que se encargaban de las cocinas. Era agradable y en comparación a los demás, era como un rayito de sol entre las nubes grises.

Aquel día, luego de tantas vueltas y caminos que había tomado al azar, Rin se descubrió exactamente al lado opuesto del castillo en el que ella solía estar. Se sorprendió por lo rápido que había llegado al ala oeste, y lo diferentes que eran las cosas por ahí. Las puertas eran de madera muy gruesa, y algunas hasta poseían llamativos candados de hierro. Sus ojos brillaron de curiosidad al ver tal seguridad, seguramente esas habitaciones escondían algo increíble. Cuando encontrase a su señor, le preguntaría. ¡Tal vez hasta le dejaría ver lo que había ahí adentro! Una risilla divertida se le escapó al imaginarse la clase de cosas curiosas que Sesshomaru pudiese ocultar.

Caminó un poco más por aquel largo corredor hasta dar con unas escaleras que conducían a un piso superior. Miró a ambos lados con disimulo, buscando a alguien que pudiera reprenderla. Al no ver a nadie, subió apresurada. Ya la habían regañado por estar yendo a lugares a los que no debería ir, pero era tan curiosa que no podía evitarlo. Ese castillo era de él, así que quería conocerlo todo.

Aquel segundo piso albergaba un recibidor amplio y bien iluminado en el cual se situaba al fondo una enorme puerta. En ésta, una mano habilidosa había retratado muy artísticamente al Daiyoukai en su forma canina, con nubes de tinta gris y la luna en cuarto menguante como decorativos. Se acercó lentamente, admirando asombrada tal realismo en la obra. ¡Si le hubiesen pintado los ojos de rojo habría creído que era real! ¿Serían esos los aposentos del señor Sesshomaru? Sintió un pinchazo de emoción al encontrarse ante el mejor hallazgo en días. Pero por más fuerte que fuera su curiosidad, no entraría. Eso sería una falta de respeto por su parte, y tampoco quería ganarse problemas con él.

―¿Qué estás haciendo aquí?

Tan concentrada estaba en la pintura y en sus propios pensamientos que no había notado como el demonio se le había acercado desde atrás. Afortunadamente no gritó, pero no logró contener el espasmo que su cuerpo dio ante la sorpresa.

―¡Ah, Señor Sesshomaru, qué susto! ―exclamó queriendo controlar su sonrojo. Le avergonzaba que la hubiera descubierto husmeando por ahí―. Disculpe, estaba caminando y llegué hasta aquí sin darme cuenta. ¿Esta es su recámara?

―Sí, lo es. No tienes permiso para estar por aquí sola.

La severidad de su tono logró disimular el pequeño énfasis en la última palabra, pasando desapercibido para Rin. La chica se sintió muy tonta ante el regaño, y bajó la cabeza a modo de disculpa.

―Lo lamento, no lo sabía. No volverá a pasar.

―Muy bien. Retírate.

―Ah, perdone… ¿Todavía no necesita nada de mí? ―se aventuró a preguntar antes de que él abriera la puerta. Al menos quería enmendar su error y contentarlo un poco. No le gustaba cuando se molestaba con ella. El demonio ni se volteó para responderle de una manera tajante:

―No. Pero pronto lo haré, así que está preparada.

Sin agregar nada más, entró y cerró la puerta enseguida, dejándola desconcertada por tal reacción. Generalmente se comportaba algo más paciente y amable cuando le hablaba, pero ahora le daba la impresión de que estaba realmente enojado con ella. Suprimiendo una mueca de tristeza, se marchó sin mirar atrás.

Al día siguiente, Rin no estaba muy animada para salir a explorar como hacía normalmente. Sabía que era algo idiota sentirse todavía mal por lo sucedido con el Daiyoukai, pero aún así opinaba que debía enmendarlo de alguna manera. Cómo odiaba cuando él se enojaba con ella… era muy difícil hacer que regresase a la normalidad.

Se quedó sentada cerca de la hoguera un buen rato, sin siquiera ir al comedor para el almuerzo. Bueno, no es que nadie la extrañara de todas formas, ¿no? El único podría ser Jaken, pero como éste también parecía estar de mal humor últimamente, había decidido no molestarle en aquella ocasión. Al menos hasta que se le pasara el misterioso enfado.

Cansada de pensar en alguna manera original de disculparse, remedió que era mejor no seguir retrasando ese asunto. Quizás si el demonio veía que lo sentía de verdad, hasta le mejoraría el carácter con ella. Un poco.

Peinó entonces su cabello, deshaciendo los comunes nudos que se le formaban en las puntas y aplastándolo para verse un poco más presentable. Sacudió su kimono naranja un par de veces y salió de la recámara, teniendo una vaga idea de dónde podría estar el amo del castillo.

Cuidando no perderse, hizo fuerza en recordar dónde diablos quedaba la cámara de guerra, aquella enorme sala en la que los dirigentes youkais más importantes tenían sus reuniones para discutir temas a los que ella no les veía mucho interés. No había habido una reunión desde que ella estaba ahí, así que estaba segura de que estaba vacía. Atravesó el palacio hasta llegar al ala norte, un sitio especialmente reservado para las actividades de índole político, o al menos eso le había dicho Jaken cuando le preguntó. Se detuvo decidida ante las grandes puertas corredizas de madera y papel de arroz, con la escena de una batalla youkai siendo protagonizada por el padre de su señor en su forma monstruosa. Pegó el oído un momento y se decidió a tocar cuando se había asegurado de no escuchar nada.

―Permiso… ―dijo al no oír respuesta y asomar la cabeza. Una pequeña sonrisa se formó en su boca al ver al demonio en el fondo de la sala, sentado en una mesa con muchos papeles encima― ¿Puedo pasar, señor Sesshomaru?

―Adelante.

―Perdone, mi señor, sólo quería disculparme por mi comportamiento el día de ayer. No debí estar en donde no me correspondía sin su permiso ―aclaró un poco atropelladamente, luego de dar varios pasos adelante en la sala y haciendo una reverencia. Sesshomaru no alzó la vista del pergamino cuando le respondió:

―Ya te habías disculpado.

―Lo sé, pero quería volver a hacerlo. Fui un poco imprudente y no quise hacerle enojar.

―No lo hiciste.

¿Entonces por qué actúa así? Quiso preguntar mientras formaba un mohín. Se acercó a la mesita en la que estaba él, completamente curiosa. ¡Cuántos papeles! No quería sonar inculta, pero ese tipo de trabajo lo encontraba muy aburrido. Ojeó la expresión del hombre, pero no podía decir qué era lo que sentía. Si es que realmente siente algo.

―¿Puedo hacer algo por usted? ―preguntó entonces, cultivando esperanza.

―Sí, hay algo. Ten ―le extendió un rollo de pergamino atado con una cinta, aún sin apartar los ojos de ese otro papel que leía―. Llévale esto al general Tanabe y dile que me entregue la respuesta inmediatamente. Luego volverás con ella.

Rin tomó el pergamino y volvió a sonreír. Asintió entusiasmada y comenzó a marchar a la salida. Pero tuvo que regresar corriendo para preguntar dónde podía encontrar a esa persona.

―En el patio de entrenamiento. Si no está ahí, búscalo por los alrededores.

―¡De acuerdo! ―se dio la vuelta y avanzó un par de pasos, pero nuevamente tuvo que girarse, apenada, para preguntarle otra cosa― Y… ¿dónde queda el patio de entrenamiento?

―En el otro extremo del palacio, al lado de los establos ―respondió con voz cansina el demonio. Rin se sonrojó al pensar en lo idiota que se veía. Agradeció una vez más y finalmente se puso en camino hasta el otro extremo.

¿Y dónde quedan los establos? ¡Y pensar que creía que había recorrido todo el castillo! Bueno, al llegar al ala sur le preguntaría a alguien. Mejor dicho, preguntaría por el general Tanabe para ahorrarse correteos. Uh, también debería preguntar cómo era…

Media hora después, luego de mucho deambular y dar vueltas, encontró su objetivo. El general era un youkai en toda regla: serio, severo y muy poco hablador. Cómo se notaba que trabajaba para su señor. El general aceptó el pergamino, no sin antes dirigirle una mirada estricta. Hizo esperar a Rin un momento y poco después le entregó un rollo de pergamino más pequeño.

En el camino de regreso, la chica se divirtió al pensar en un montón de tonterías que podrían estarse comunicando los dos hombres con esos mensajes, llegando a imaginar que hasta se enviaban dibujos muy estúpidos sólo para superar el ocio.

―Aquí tiene, Señor Sesshomaru ―la jovencita le entregó el pergamino al llegar a su destino, el cual aceptó sin decir una palabra―. ¿Hay algo más que necesite?

Luego de leer rápidamente el corto mensaje del papel y desecharlo a un lado del escritorio para tomar otro, le contestó:

―Más tarde requeriré tu asistencia, por el momento puedes retirarte.

―Oh… sí, está bien. Hasta… hasta más tarde.

Aún intrigada por la excesiva frialdad que su señor mostraba con ella, se retiró de la gran estancia, maquinando en su cabeza la clase de cosas que podría hacer ahora.

―¿Está el Señor Sesshomaru enojado conmigo? ―le preguntó Rin de repente a Jaken a la hora de la cena. El pequeño ser la miró interrogante mientras masticaba el bollo de arroz que había tomado recientemente―. Ayer en la mañana llegué a las puertas de su recámara y él me trató un poco… ¿cómo decirlo? Tosco. Hoy en la tarde fui a disculparme de nuevo, pero no pareció importarle mucho.

―¿Qué esperabas ―exclamó Jaken luego de tragar―, una sonrisa feliz? Al amo no le gusta que suban a sus aposentos.

―¡Pero ni siquiera entré! Sólo vi la pintura de la puerta, no hice nada malo.

―Da igual, niña. Simplemente no te metas con sus cosas y haz lo que él dice ―Jaken tomó un sonoro sorbo de su taza, dando por finalizado el asunto. Rin fijó la mirada en la mesa, pensativa.

―Pero no lo digo sólo por eso… desde que llegué me trata diferente. ¿No lo ha notado? Creo que hice algo que le molestó, pero no sé qué es. ¿Hice algo malo?

El cuerpo del demonio se tensó por un momento ante la pregunta de la chica.

―¿Qué quieres que te diga? No creo que hayas hecho nada malo. No eres el centro del universo, ¿sabes? Tiene muchas otras cosas que hacer, seguramente está de mal humor por algo que no tiene nada que ver contigo.

Rin se quedó muda un momento, sorprendida por la manera tan ruda en la que el pequeño sapo le había hablado. ¿Él también estaba enfadado con ella? ¿Y ahora qué había hecho?

Sin saber cómo responderle, simplemente guardó silencio por un momento, incómoda, para luego terminar de tomar su té. Estaban cenando los dos solos, puesto a que era extraño que su amo los acompañara. Rin sólo recordaba un par de veces en las que habían comido todos juntos, y tenía ahí casi dos semanas. Se llevó una porción de arroz a la boca, ya que no lo había tocado desde que se lo trajeron, un poco disgustada por la cantidad de sal que llevaba.

―Y… ¿Cuánto tiempo estaremos en el palacio? ―preguntó luego Rin, esperando que el humor de su acompañante hubiera mejorado.

―No lo sé. El amo siempre anuncia cuándo tenemos que salir, así que no te puedo dar una fecha ―le contestó indiferente, sin mirarle a la cara.

―Me gustaría volver a hacer las cosas que hacíamos antes. Caminar y caminar… ―exclamó más para sí misma que para él. Le gustaba el castillo, claro, pero más le gustaba recorrer los bosques y montañas, sin saber a dónde llegaría al día siguiente.

―Nada es como antes ―dijo el demonio sapo en voz muy baja, también para sí. Rin lo escuchó perfectamente y lo vio con preocupación. Se veía tan desanimado…

―Señor Jaken, ¿Le ocurre algo? ¿Está bien?

―Sí, niña, estoy bien.

―No, no es cierto. Desde hace días está bastante extraño, así que algo debe estar pasando ―el demonio no dijo nada, sólo le dirigió una mirada que no pudo descifrar―. Sabe que puede decirme lo que sea, quizás pueda ayudarlo. ¡Por favor ―añadió al ver como él bajaba la vista―, no me gusta que esté triste! ¡Quiero ayudarlo!

―No necesito ayuda, Rin ―respondió finalmente en tono bajo, mientras se levantaba y caminaba a la salida―. Te agradezco que te preocupes por mí, pero no hay nada que puedas hacer. Buenas noches ―y se fue justo en el momento en el que la cara de la chica formaba una mueca de desconcierto.

Resignada, recogió los utensilios y platos de las bandejas, llevándolos a la cocina mientras hacía un gran esfuerzo para mantener el equilibrio. A las encargadas les molestaba un poco que hiciera eso, al ser el trabajo de ellas, pero ya habían desistido en llevarle la contraria. Después de despedirse amablemente de las personas que quedaban en la cocina, se fue a su habitación. Cambió su ropa a una yukata de dormir y agarró un par de leños para encender el fuego de la hoguera.

Su mente aún seguía con las últimas palabras del pequeño demonio verde. Estaba tan preocupada por él… ¿Qué podría pasarle para que se comportara así? ¿Estaría en problemas? ¿Estaría enfermo? Una angustia se apoderó de su pecho al considerar la segunda opción. ¿Y si estaba sufriendo? ¡Oh, Dioses! ¡Tenía que encontrarlo! No le importaba que se negase a responderle o siquiera a pedirle ayuda, debía haber algo que ella pudiera hacer. Tiró los trozos de madera a la hoguera sin prender, decidida a ir con él y hacerle hablar de una vez por todas.

De súbito, la puerta se abrió justo antes de que ella la alcanzara.

―¿Señor Sesshomaru? ―el demonio entró en la recámara, haciéndola retroceder un par de pasos para darle espacio, luego de cerrar la puerta tras de sí― ¿Necesita algo? ¡Ah, es verdad! Dijo que requería mi asistencia, pero como ya es tan tarde no pensé que…

―Desvístete.

Rin parpadeó extrañada, jurando tener problemas de audición.

―¿Qué?

―Que te desvistas ―repitió, con un tono un poco más agresivo. Avanzó en su dirección, haciéndola retroceder varios pasos para dejar mayor distancia.

―Pero… ¿P-por qué?

―¿Eres tan tonta que necesitas que te explique lo que quiero hacer?

La había acorralado contra una estantería en medio de la habitación, que amenazó con caerse en cuanto su espalda chocó contra ella. Rin apenas podía pensar coherentemente o siquiera decir algo. Sesshomaru se veía muy amenazador con su rostro inexorable y con sus ojos tan amarillos que parecían resplandecer en la penumbra, lo que le daba un aspecto aún más aterrador. Como un verdadero demonio.

―Yo… no… ―logró decir ella con un hilillo de voz, cuando ya no tuvo a donde huir, aún con la mente incapaz de procesar lo que sucedía. Su respiración se congeló entonces cuando creyó ver, por una milésima de segundo, una mueca de satisfacción en la cara del hombre:

―¿Por qué más crees que estás aquí?

REVIEWS... REVIEWS... REVIEWS... REVIEWS...REVIEWS

Dum, dum, duuuum. A ver, ¿cuántos de ustedes se espraban eso? Habrán olvidado todas las sosadas que pasaron al inicio y sólo se habrán concentrado en este último trocito, ¿verdad? xD No los culpo, era más o menos mi intención.

Ah, ¿vieron que sí estaba preparando otro fic? Me he tardado una eternidad porque me gusta adelantar antes de publicar cualquier cosa. De hecho, estoy a punto de escribir el penúltimo capítulo. Creo que se me fue un poquito la mano con eso de adelantar… ¡Pero es mejor así! Porque ahora sólo me queda, además de escribir estos dos últimos capítulos, releer y corregir en donde haga falta antes de publicar.

Como pueden ver, intento deshacerme de mi lado azucarado al escribir esta historia. Bueno, es sólo el primer capítulo, pero ya pueden ver por dónde irá la cosa y por eso es de Rating M. Más específicamente a partir del siguiente, ya que ahí habrán escenas un tanto fuertes. No sé si recuerdan que en mi anterior fic largo, Fields of Fireflies (demasiado… shoujo…) una vez dije que no me gustaba escribir escenas de lemon. Ahora solo quiero hacerlo mejor, porque hay escenas que lo requieren. No se preocupen, que tampoco será algo exagerado.

Oh, y con respecto al intento de poema que hay ahí arriba, debajo del título, es algo con lo que decidí guiarme al inicio, como una especie de historia alterna que pudiese ser comparada con esta misma. Habrán más versos conforme la historia avance, y si prestan atención a lo que dice, pueden descubrir ciertas cosas con respecto a la trama.

¡Y les agradecería de todo corazón cualquier tipo de crítica que puedan hacerme! Si hay algo extraño por ahí, si tengo dedazos, errores ortográficos… o si hay algo fuera de lugar, por favor avísenme. ¡Y por favor, anímense a comentar si el capítulo fue de su agrado o no, les prometo que no muerdo :D!

Muy buenas noches y hasta la próxima, que creo que será el siguiente lunes.