N/A: Hola a todos! Esta es la primera historia que publico en esta página, así que puede decirse que soy nueva - aunque habrá quien quizá me conozca de otros lares bajo el nick de 'Mione Granger-.

No hay mucho que pueda decir, más que se trata de mi visión alternativa de lo que podría ser el séptimo libro de Harry Potter. Básicamente las parejas que quedaron al final fueron como un batacazo, una cuchillada trapera que Rowling nos envió a todos aquellos que creemos en la pareja de Harry y Hermione, y por eso he decidido crear una historia partiendo de su base. Es, por lo tanto, una continuación del Príncipe Mestizo, así que comenzará con la línea marcada por JK (Harry/Ginny; Ron/Hermione) que poco a poco irá cambiando hasta que el Harmony triunfe xD.

Espero sin duda que os agrade este escrito y, como no, que me dejéis vuestra opinión al respecto.

Sin más que decir que espero me acompañéis en este viaje que despega, aquí os dejo el primer capítulo para que juzguéis.

Un saludo a todos y hasta la próxima publicación.

Disclaimer: El mundo de Harry Potter y sus personajes no me pertenecen a mí, sino a JK Rowling y a la Warner Bros.

"Emotio fissionis"

Capítulo 1: Privet Drive.

Harry Potter despertó en el medio de la noche sobresaltado. Respirando de forma errática y sintiendo el sudor frío pegándole la camiseta que vestía al cuerpo, tragó saliva y se movió con cuidado en el colchón, apresurándose a tomar sus gafas del escritorio a un lado y colocarlas sobre el puente de la nariz. Pestañeó para intentar despejar su vista una vez las puso. Cuando había abierto los ojos al despertar y había visto todo borroso creyó que se debía a su miopía, pero su visión apenas mejoró después de que se pusiera las gafas y suspiró recostándose contra el cabecero de la cama. Sólo había sido una pesadilla, nada más y aunque debía admitir que se sentía aliviado una parte de él no lograba tranquilizarse como le gustaría. Había sido tan real ver a Ginny retorciéndose de dolor a manos de Bellatrix que se obligó a apartar esa imagen de su cabeza repitiéndose a sí mismo que ella se encontraba en La Madriguera, junto a sus padres y hermanos, y que de seguro estaba bien.

Y sin embargo su organismo proseguía alborotado negándose a darle un respiro, por lo que trató de concentrarse en otra cosa que mantuviera sus pensamientos alejados de la pesadilla que acababa de reproducir tan vívidamente en su cabeza. Encendió la pequeña lámpara que tenía sobre el escritorio y su mirada cayó enseguida sobre el ejemplar de El Profeta que Hermione le había enviado hacía un par de días. En su portada, Kingsley Shacklebolt se encontraba frente a la entrada de Hogwarts con expresión seria mientras que detrás de él podía verse a la profesora McGonagall guiando a un grupo de magos y brujas vestidos con formales túnicas negras hacia el interior del castillo. El titular lo decía todo;

"El colegio Hogwarts de Magia y Hechicería reabrirá sus puertas doblando la seguridad"

Bajo el cual podía leerse un pequeño adelanto de la noticia:

"El Ministro de Magia Kingsley Shacklebolt consigue doblegar al Consejo Mágico y se sale con la suya. Una patrulla formada por diez de los Aurores más experimentados del Departamento se instalará en las dependencias de Hogwarts para la protección de los estudiantes, fortaleciendo todavía más las medidas de seguridad impuestas por la nueva directora Minerva McGonagall".

Harry debía admitir que apenas había leído media página de las seis que estaban dedicadas a esa noticia. Le había parecido que no estaba de humor como para que Rita Skeeter le recordase los acontecimientos sucedidos en la etapa final de su sexto curso en Hogwarts, lo cual parecía acaparar la historia olvidando por completo que en sí se suponía que lo importante era la reapertura del colegio. Pero claro, suponía que era imposible hablar de dicho evento sin antes recordar a los lectores que Albus Dumbledore había fallecido a manos de los Mortífagos que, de manera sospechosa, habían logrado penetrar las barreras hasta ahora imperturbables de Hogwarts. Hasta ahí Harry había devorado cada palabra sintiendo cómo poco a poco su estómago se iba encogiendo de congoja y asco al revivir lo ocurrido aquella fatídica noche, pero después de que Rita - siempre con ese talante viperino que la caracterizaba - hubiera empezado a poner en duda la cordura y lealtad de Dumbledore acusándolo de haber sido él mismo quien había permitido que los seguidores de "Todos-Sabemos-Quien" accedieran al castillo, analizando todo lo que podría haber hecho el director como para que sus propios aliados lo hubieran terminado matando, había acabado con la poca paciencia que tenía el ojiverde. Parecía ser que los detalles verdaderos de lo sucedido habían sido pasados por alto o bien se habían ocultado a la prensa, pero Harry esperaba que nadie de los que estaban allí esa noche olvidara que todo había sucedido por culpa de Malfoy quien, arrepentido o no en el el último momento ya que eso ahora carecía de importancia puesto que no había marcha atrás, había conseguido burlar la seguridad de Hogwarts poniendo en peligro a todo el castillo al introducir en él a una banda de dementes sedientos de sangre. No importaba que Snape hubiera dado el golpe de gracia a Dumbledore – o al menos Harry en ese momento de rabia prefería no pensar demasiado en ello -, porque en sí no había sido él sino Greyback quien había desfigurado a Bill y lo había puesto en peligro de muerte condenándolo a ser de por vida un licántropo. Y eso sin tener en cuenta a todas las personas que, en el enfrentamiento contra los Mortífagos, habían salido dañadas...

Dudaba en tener la suerte de que eso sucediera, pero Harry se juró a sí mismo que de encontrarse de nuevo a Draco Malfoy delante de sus narices, el estirado rubio platino iba a arrepentirse del día en el que llegó a la vida.

Con los puños apretados después de la lluvia de recuerdos que lo invadió miró la foto en movimiento de la portada una vez más y sus ojos se clavaron al instante en una figura que echaba un vistazo sobre su hombro antes de comenzar a subir los escalones. Podría ir cubierta en su totalidad, pero un simple mechón de pelo rosa chicle escapándose del capuchón negro de su túnica había delatado a Nymphadora Tonks en medio del grupo de Aurores que seguía a McGonagall hacia el interior del castillo. ¿Estaría entre ellos también Alastor Moody? No veía que ninguno de ellos caminase con dificultad, así que supuso que no era así y lanzó un suspiro recordando de nuevo cómo había llegado ese ejemplar de El Profeta a sus manos.

Harry conocía la razón de por qué Hermione le había enviado el periódico y no era otra que el deseo de que se replantease la idea de aplazar la búsqueda de Horcruxes, regresara al colegio para terminar con su educación y así poder tener más probabilidades contra Voldemort. Sabía que su mejor amiga estaba en lo cierto y que debían de prepararse, pero aunque apreciaba sus intentos por disuadirlo dudaba mucho que el colegio, ahora que Dumbledore no lo guiaba, fuera un lugar tan seguro como querían hacerles creer. No era que pensase que Minerva McGonagall los pondría en peligro de poder evitarlo, pero presentía que la presencia de Aurores en el castillo las veinticuatro horas del día no serviría de mucho cuando ya los mortífagos habían entrado a sus anchas la última vez, cumpliendo su cometido de asesinar a Albus Dumbledore.

Harry apretó los puños arrugando los bordes del periódico en el interior de sus manos al ser invadido de nuevo por los recuerdos que tanto se empeñaba en bloquear de su mente. Conteniendo las lágrimas de rabia, pensó en esta ocasión en Severus Snape sin poder apartarlo de su mente y su estómago se retorció de tal forma que sintió unas implacables ganas de vomitar. Se incorporó de forma brusca y tomó la papelera que tenía a un lado dejando de contener las arcadas que pronto se mezclaron con las lágrimas de furia y tristeza que llevaba días intentando controlar. Se percató de que nada le había servido no llorar por tanto tiempo si de todas formas había terminado haciéndolo. Con su cuerpo convulsionando debido a los esfuerzos para vomitar, ya que llevaba al menos dos días sin comer nada sólido siendo simple líquido lo que expulsaba por la boca, y también moviéndose en espasmos por causa del llanto, no advirtió el golpeteo que se producía en el cristal de su ventana sino hasta que se incorporó finalmente y vio una lechuza parda revoloteando en el exterior con un sobre en su pico. Dejó la papelera de regreso en el suelo y se quitó la camiseta sudada empleándola para limpiarse el rostro antes de lanzarla a un lado e inclinarse sobre la ventana, quedándose paralizado en cuanto se vio a sí mismo reflejado en el cristal. Sus días de encierro en esa minúscula habitación de la que apenas salía para ir al baño o hurtar algún alimento cuando le faltaban las fuerzas estaban haciendo estragos en él. Había adelgazado de tal forma que hasta sentía repulsión por sí mismo. En su rostro jamás se habían marcado tanto los huesos de su nariz, pómulos y mandíbula; bajo sus ojos había profundas ojeras negras que hacían un contraste tétrico con su tez nívea y qué decir de su cuerpo sumido. Estaba seguro que de verlo la señora Weasley lo maldeciría a hechizos malintencionados con una mano mientras que con la otra preparaba para él sólo la misma cantidad de comida que serviría para su extensa familia. Pensar eso lo llevó a sonreír con tristeza. La buena de Molly lo había tratado siempre como a un hijo y la estaba decepcionando al no cuidarse bien.

Con una mueca de desagrado por su propio aspecto y comportamiento, abrió la ventana permitiendo la entrada de la lechuza y se sentó de nuevo en el borde de la cama alargando los brazos para quitarle la carta, sintiendo que su corazón daba un brinco tan pronto como reconoció la inconfundible letra de la profesora McGonagall y el sello de Hogwarts en el sobre. Tuvo el impulso de arrojarla a la papelera, pero finalmente se dejó vencer por la curiosidad que lo embargaba. ¿Se trataba tan sólo de la simple lista de libros y el billete de tren para el Expreso de Hogwarts que lo llevaría a Hogsmeade desde King's Cross, o habría algo más? Era demasiado pronto como para que se tratara de la carta para el colegio, si era sincero consigo mismo. Rompió el sello y sustrajo el trozo de pergamino perfectamente doblado percatándose de que algo había caído al suelo en el proceso, por lo que se agachó a recogerlo. Un ruido sobre su cabeza lo llevó a incorporarse de forma brusca introduciendo a toda velocidad la mano bajo su almohada en busca de la varita, pero no pudo más que sentirse tonto cuando comprobó que sólo se trataba de Hedwig entrando en la habitación. Al ver que ella también transportaba una carta no pudo hacer más que insultarse mentalmente y voltear el rostro hacia el calendario colgado en la pared, en el que había ido tachando día a día el tiempo que le faltaba para largarse de esa casa para comprobar que, efectivamente, esa era la madrugada de su décimo séptimo cumpleaños. ¿Cómo podía haberlo olvidado?

Disgustado consigo mismo una vez más al haber pasado por alto ese día importante en su vida puesto que ya podía realizar magia libremente sin ser amonestado por el Ministerio, desdobló la nota que venía junto a la carta de McGonagall y contuvo el aliento al reconocer, en esta ocasión, la caligrafía de Albus Dumbledore. Todavía en estado de shock al parecerle imposible que de veras tuviera entre sus manos repentinamente temblorosas una carta escrita por el difunto director de Hogwarts, comenzó a leer después de pestañear varias veces y así asegurarse que su visión no lo había engañado.

Feliz cumpleaños, Harry:

No, no estoy vivo y no, tampoco he escrito esta carta para explicarte los motivos de mi repentina y planeada muerte porque sí, Severus está – estaba, porque debería de hablar en pasado para hacerme entender mejor - aliado conmigo para llevarla a cabo. ¿Por qué? Te preguntarás. Pues bien, todas las respuestas a tus interrogantes las encontrarás en mi despacho, puesto que para cuando leas esto Hogwarts volverá a ser un lugar seguro al que regresar y espero que lo hagas porque tenemos mucho de qué hablar.

Atentamente,

Albus Dumbledore.

Después de releer la nota al menos unas veinte veces y de convencerse de que efectivamente no estaba soñando, la dejó a un lado completamente paralizado y con los latidos de su corazón desbocados. ¿Dumbledore había planeado su propia muerte? ¿Por qué? ¿Con qué motivo? ¿Qué era lo que pretendía? Su cabeza se llenó de interrogantes similares y, como si el destino le jugara una mala pasada, contempló una vez más el titular de El Profeta ensimismado. ¿Que un escuadrón de Aurores se instalara en el castillo no había sido una decisión directa del Ministro, sino del propio Albus antes de perecer y por eso sabía que el colegio volvería a ser un lugar seguro después de su muerte? El saber que él podría haber planeado todo aquello fríamente y sin decirle nada lo enfureció de tal forma que le habría gustado tener fuerzas para destrozar su dormitorio, pero ese era su segundo día subsistiendo solamente a base de agua y apenas era capaz de mantenerse erguido. Las emociones que lo embargaron fueron tales que se sintió mareado y hubo un momento en el que incluso pensó que se desmayaría. Necesitaba bajar a la cocina y comer algo o sabía que al siguiente lugar al que sería llevado sería a San Mungo, y eso si con suerte alguien lo encontraba a tiempo para salvarlo, porque lo que eran sus tíos y primo no se habían molestado en todo el verano en ir a su cuarto a comprobar si todavía seguía con vida. Levantándose de la cama iba a dirigirse hacia la puerta cuando sus ojos se encontraron con los de Hedwig, recordándole que ella también le había llevado correo que debía de revisar. Quitándole el sobre del pico y acariciándole con agradecimiento las plumas, tomó su varita del colchón y apresuró sus pasos silenciosos hacia la cocina.

Sorprendiéndose a sí mismo del apetito que lo golpeó a esa hora de la madrugada después de prácticamente haber vaciado media nevera en la mesa, tomó en primer lugar dos rebanadas de pan de molde e introdujo entre ellas un buen número de lonchas de queso y jamón york, siendo eso lo primero que vio ante él. Mientras devoraba el sándwich con avidez contempló el sobre que le había llevado Hedwig, percatándose de que ni la claridad que penetraba a través de la ventana de la cocina lo ayudaba a distinguir quien se la había mandado. Fue entonces que realizó su primer hechizo al haber alcanzado la mayoría de edad, proclamando un lumus que surgió tan débil que apenas había provocado luz antes de apagarse. Contempló su varita con el ceño fruncido y suspiró volviendo a intentarlo. El resultado fue el mismo. ¿Qué diablos sucedía? Decidió intentar emplear otro hechizo y apuntó a la botella de zumo de naranja proclamando un accio no verbal. Ésta tembló encima de la mesa pareciendo que se removía incómoda, pero jamás llegó a él. Frustrado consigo mismo volvió a intentarlo, en esta ocasión pronunciando el hechizo en un susurro. Al no suceder nada dejó con enfado la varita encima de la mesa y hundió una mano en su cabello. ¿Por qué su magia no respondía? ¿Habría perdido sus poderes? En ese momento la única respuesta que obtuvo fue el rugido salvaje de sus tripas y lanzó un gruñido de fastidio. Su malestar corporal en ese momento no ayudaba en nada al temor que acababa de invadirlo, hasta que lo golpearon las palabras de la señora Weasley insistiéndole en que debía de alimentarse muy bien para mantener en forma tanto su cuerpo como su mente.

¿Sería eso lo que le pasaba? ¿Podría ser que al estar su cuerpo débil también sucediera lo mismo con sus poderes mágicos? Se insultó al comprender que aquella era la única opción factible que quería creer, porque simplemente se negaba a pensar que la magia lo hubiera abandonado ya que, de ser así, no habría sucedido absolutamente nada cuando había evocado alguno de los hechizos. ¿Cómo podía haberse descuidado de esa forma? Qué estúpido el haber permitido que los hechos de los últimos tres años se abalanzasen sobre él cuales animales hambrientos quitándole las ganas de vivir porque ¿qué sucedería si un grupo de mortífagos entrase en ese instante a buscarlo? Acabarían con él sin darle siquiera la oportunidad de defenderse, puesto que no podría hacerlo. Lanzó un suspiro y miró la comida sobre la mesa. El apetito fulminante de hacía unos minutos se había evaporado, pero se forzó a seguir comiendo. De todas formas la carta podía esperar unos minutos más a pesar de que podría leerla encendiendo la luz de la cocina, pero prefirió no hacerlo. En esa casa se sentía como un extraño, un ladrón que no era capaz de encontrar nada de valor que llevarse y por eso se comportaría como tal. Y los ladrones, al menos los inteligentes, jamás encendían la luz.

A Harry no le importó lo que pensaría su tía Petunia cuando bajara a preparar el desayuno a la mañana siguiente y se encontrara con que habían desaparecido la mayor parte de alimentos de su nevera. De todas formas estaba seguro de que en cualquier momento los miembros de la Orden irían a buscarlo para sacarlo de aquella pocilga, o al menos eso esperaba para no tener que recurrir a un plan B que todavía debería de elaborar. En más de una ocasión pensó que llegado el momento él mismo se largaría sin más, pero ahora que pensaba con más frialdad y con el estómago completamente lleno, sabía bien que no podía hacer eso a menos que quisiera acabar muerto al segundo paso que diese.

Después de tirar a la basura todos los envoltorios de las cosas que había comido, tomó la carta y regresó a su dormitorio decidiendo que había llegado el momento de preparar su baúl por lo que pudiera suceder, claro que el olor a vómito que percibió nada más entró en su cuarto lo llevó a retrasar esa faceta para evocar con su varita un "Fregotego" que distó de estar perfecto, puesto que todavía quedaron restos de saliva en el cubo. Arrugó la nariz a modo de disgusto y suspiró reprimiendo las ganas de vomitar de nuevo. De haberse cuidado de mejor forma sus hechizos serían tan efectivos como siempre, claro que hasta hacía cinco minutos no le importaba demasiado su destino. Sin Dumbledore y con la obligación de afrontar a un mago poderoso sin un respaldo que pudiera protegerlo, se sentía derrotado antes siquiera de la batalla, por tanto, ¿por qué luchar? De todas formas las personas a las que más amaba y a las que más respetaba habían muerto... Se insultó, retractándose al instante de sus pensamientos al percatarse de que Hermione habría montado en cólera si lo hubiese escuchado decir algo así en voz alta y frente a ella, porque al fin y al cabo su mejor amiga tenía razón y no podía olvidarse ni de ella, ni de los Weasley y tampoco de Hagrid y, por qué no, hasta McGonagall demostraba tenerle mucho aprecio a pesar de todas las veces que lo había castigado. Claro que, de todos ellos, Ginny reservaba un asiento especial.

El pensar en la pelirroja le produjo escalofríos de excitación. Sabía que había prometido que no volvería a acercarse a ella, por su bien, para protegerla, pero de regresar a Hogwarts y verla todos los días no sabía hasta qué punto podría mantener aquella farsa. Frunció el ceño. ¿Entonces iba a regresar a Hogwarts? O lo más importante, ¿iba a exponer a Ginny a que Voldemort descubriese lo importante que la pelirroja era para él en caso de volver al castillo? La pesadilla de esa noche asaltó su cabeza y se tambaleó sólo de pensar que podría volverse realidad. No, no podía permitir algo así. Fue en ese momento que decidió pensar también en Ron y Hermione. Ellos habían dicho que lo seguirían a donde fuera, que siempre se mantendrían a su lado... Voldemort ya sabía qué significaban para él sus dos mejores amigos y se preguntó si alejándose de ellos también podría conseguir desviar la atención del mago tenebroso. ¿Perdería algo por intentarlo? No concebía la sola idea de saberlos en peligro por su causa. Todas las personas a quienes él amaba habían ido desapareciendo de su vida y no creía que pudiera soportar perder a nadie más. Sabía que ellos no se lo permitirían, que lucharían por mantenerse junto a él y sabía que dolería, pero debía dejar de ser egoísta y pensar en el bienestar de sus dos mejores amigos y comenzar a poner distancias entre ellos. ¿Cómo? No tenía idea, pero ya encontraría la forma aunque tuviera que lograr que lo odiaran para ello. Sabía que todo sería más sencillo si se limitaba a huir para ir a buscar los Horcruxes solo, pero debía regresar a Hogwarts para obtener respuestas que sólo Dumbledore podía darle.

El ululato de Hedwig sobre su escritorio lo devolvió al mundo real y agitó la cabeza recodando que todavía le quedaba correspondencia por leer. A pasos rápidos se acercó a la cama dejando la varita de nuevo a su lado sobre el colchón y contempló la carta que le había llevado su fiel lechuza, reconociendo al instante la caligrafía de Hermione en el sobre. El estómago le dio un brinco al instante. Eso había sido como si su mejor amiga hubiera leído sus pensamientos y se sintió como si le clavaran una daga en el estómago y la retorcieran para acabarle con la vida. Con manos temblorosas miró el sobre pensando que tal vez no debería leerlo. Sería más sencillo si no lo hiciera. Apretó los labios. Era demasiado difícil contenerse. Ya bastante tendría con no hablarle tanto a ella como a Ron y Ginny como para aún por encima no leer sus cartas. Sabía que eso haría que los echase de menos, pero sería su castigo por apartarse de ellos...

Feliz cumpleaños, Harry:

Espero sinceramente que te encuentres bien. No has respondido a ninguna de mis cartas anteriores y jamás podré expresar con palabras lo preocupada que estoy por ti, pero todo eso terminará enseguida y podré sentirme tranquila una vez pueda verte con mis propios ojos.

He dado a Hedwig un margen de cuatro horas calculando el tiempo que tardaría en llegar a ti y el que te tomaría preparar todas tus cosas. A las tres de la madrugada mis padres irán a recogerte a Privet Drive y te traerán al cuartel de la Orden, así que trata de estar listo. Ya todos estamos aquí desde hace un par de semanas. Remus consideró que el lugar más seguro para todos era este y me temo que tiene razón. Si no te he dicho nada hasta ahora – ni tampoco Ron o Ginny - fue porque no queríamos hacerte daño sabiéndonos a los demás juntos y tú obligado a convivir con esas horribles personas a las que desgraciadamente tienes como única familia de sangre. Porque tu verdadera familia somos nosotros, Harry, y te queremos y extrañamos. No estás solo en esto y lo sabes.

Un beso de parte de todos, en especial de Ginny, Ron y mío.

Hermione.

PD: Recuerda, mis padres llegarán a las tres de la madrugada.

Harry suspiró sonoramente sintiendo un ardor incómodo en los ojos. Iba a llorar de nuevo y cerró los párpados apretándolos con fuerza para tratar de aplacar sus emociones, claro que las palabras que Hermione le había dedicado en la carta no le ponían la tarea fácil. Después de tomar grandes bocanadas de aire buscando calmarse, echó un vistazo al reloj mientras doblaba la carta y la introducía de regreso en el sobre, sintiendo que el corazón le latía a mil por hora. Pasaban ya de las dos de la madrugada y se levantó a toda velocidad, apresurándose a mirar a su alrededor para ver qué cosas tenía que guardar en el baúl, percatándose de que en realidad casi lo tenía lleno desde que había llegado a Privet Drive hacía un mes. Se acercó al escritorio y apiló los libros de Pociones y Defensa Contra las Artes Oscuras de sus últimos años en Hogwarts, los cuales había ojeado durante ese tiempo de encierro, e iba a girarse hacia el baúl para guardarlos cuando de pronto vio su reflejo en el cristal de la ventana una vez más. Su estómago dio un brinco en el interior de su cuerpo y tragó saliva al darse cuenta de que, aunque hubiera decidido terminar con ese aspecto suyo, ya era demasiado tarde para ello. En cuanto la señora Weasley lo viera no sabía qué reacción debería esperar por parte de ella, pero estaba seguro de que algún que otro maleficio se le vendría encima y de pronto temió que la matriarca de la familia de pelirrojos dominara algún otro encantamiento parecido al Moco-Murciélago de su hija o a esos canarios asesinos de Hermione. Sintió que algo en su pecho se contraía y deseó saber elaborar alguna poción que hiciera a una persona engordar diez kilos a los dos minutos de ingerirla, pero en su libro de sexto año, posesión del Príncipe Mestizo alias Severus Snape, no venía nada de eso. Aunque de todas formas dudaba que algo así existiera verdaderamente, al menos proporcionando una larga duración.

Sus pensamientos se detuvieron y rebobinaron al nombre de Snape quedándose ensimismado. La noticia que Dumbledore le dio acerca de que Severus estaba aliado con él para acabar con su vida todavía le punzaba la mente de forma hasta dolorosa. Necesitaba obtener las respuestas a todos los interrogantes que invadían su cabeza, pero sabía que todavía faltaba un mes para regresar a Hogwarts y que hasta que ese momento llegara tendría que vivir con la incertidumbre que lo estaba matando.

Con paciencia guardó todas sus posesiones en el baúl y se sentó sobre él después de haber metido a Hedwig en su jaula y de cerrar la ventana cuando la lechuza que había enviado la profesora McGonagall abandonó su cuarto tras beber un poco de agua y alimentarse. Con la mirada fija en el reloj viendo que todavía faltaban veinte minutos para la llegada de los señores Granger – estrujó su cerebro tratando de recordar sus nombres sin demasiado éxito puesto que ni siquiera se acordaba de un sólo momento en el que Hermione los hubiera nombrado -, pensó en que debería de dejarles una nota a sus tíos, pero después se despreocupó de ellos tanto como lo hacían de él. ¿De qué le valdría malgastar tiempo y energías en escribir si estaba seguro que sólo se alegrarían de habérselo quitado de encima?

Después de que el minutero marcara las menos cinco tomó su varita de encima de la cama e iba a guardarla cuando de pronto recordó que ya tenía permitido usar magia y que, por lo tanto, no había necesidad alguna de emplear la fuerza para transportar sus pertenencias cuando de un simple movimiento podría encogerlo todo y metérselo en el bolsillo. Comprobó una vez más que su magia todavía era débil cuando no logró el resultado esperado. Resignado tomó su baúl, el cual ahora era del tamaño de una mochila, y la jaula de Hedwig y se encaminó hacia el piso inferior teniendo la suerte de verse reflejado en un espejo para así darse cuenta de que todavía vestía su pantalón de pijama y nada más. ¿Dónde diablos se suponía que tenía la cabeza? Devolvió su baúl al tamaño original y después lo abrió sacando de él un par de vaqueros y una camiseta, resoplando cuando vio que los pantalones le quedaban al menos dos tallas más grandes y la camiseta parecía cubrir el palo de una escoba. De nuevo se insultó. Debía de recuperar su fortaleza física cuanto antes y tomando los esfuerzos necesarios para hacerlo.

Fue en ese momento que escuchó un coche acercándose desde el fondo de la calle disparando sus pulsaciones al límite. Con nerviosismo abrió la puerta principal después de encoger una vez más su baúl sin tener en cuenta que de nuevo no había logrado efectuar bien el hechizo y lo arrastró hacia el exterior junto con la jaula de su fiel lechuza, en el momento justo en el que un flamante Audi negro último modelo se detenía frente a la casa. Las manos comenzaron a sudarle. ¿Cómo se suponía que debía comportarse con los padres de Hermione cuando tenía pensado alejarse de su hija? Fue cuando una mujer de altura media y cuerpo esbelto, enfundada en unos vaqueros y una camisa se bajó del coche abriendo la puerta del copiloto que Harry pensó en cómo diablos habían mandado a dos muggles – no pretendía faltarle al respeto a los padres de Hermione, pero así era – a buscarlo que olvidó el cómo debería de comportarse frente a ellos. ¿Y si los Mortífagos los interceptaban? ¿Y si...? Todo pensamiento coherente de Harry murió en cuando avistó una mata de cabello castaño rizado brillando bajo la luz de las farolas que iluminaban la calle. Recordaba haber visto a la señora Granger en una ocasión en el callejón Diagón cuando apenas tenía doce años, pero debía admitir que había olvidado por completo su aspecto puesto que su atención había estado más fija en Hermione que en ella o su marido, quien en ese momento apareció a su lado. Harry frunció el ceño sin atreverse a moverse mientras los dos conversaban en cuchicheos y él pensó que de seguro no lo habían visto.

'H-hola' se llevó una mano a la garganta. ¿Era posible que aquella fuera su voz? ¿Tanto tiempo llevaba sin hablar que se había vuelto más ronca de lo que la recordaba? Se quedó tieso en el sitio mientras la señora Granger miraba en su dirección. Cuando pareció verlo sonrió y él frunció el ceño todavía más. Ver a esa mujer que rondaba los treinta y tantos era como tener delante a una versión adulta de Hermione, y de pronto se preguntó por qué el pelo de su mejor amiga era tan rebelde cuando el de su madre semejaba tan sedoso.

'Harry, querido, no te habíamos visto' saludó el señor Granger con voz amable apresurándose a caminar hacia él a pasos amplios. El ojiverde frunció el ceño mientras tomaba nota del aspecto del hombre que en ese instante extendía una mano hacia él. Harry percibió su altura imponente, la anchura de sus hombros y sus rasgos amables que, en un pestañeo, se tornaron preocupados. Sus ojos marrones – claro que no tenían mucho que ver con los de Hermione – lo contemplaron de arriba abajo a modo de análisis y el chico se encontró a sí mismo tornándose nervioso mientras devolvía el apretón de manos que el señor Granger le ofrecía.

'Hola, señor' dijo sintiéndose avergonzado de sí mismo y terminó por carraspear al encontrar una vez más su voz extraña y que los nervios lo asaltaban.

'Nada de señor. Mi nombre es Mathew, pero puedes llamarme Matt, ¿de acuerdo?' el señor Granger recuperó su sonrisa amable, aunque él podía ver un rastro de preocupación en sus facciones y miró a los lados. Harry lo contemplaba con curiosidad, pensando en esta ocasión que tal vez la dificultad de esconder las emociones que tenía su mejor amiga la había heredado de su progenitor '¿Son tus cosas?' le preguntó señalando el baúl reducido al tamaño de una mochila y la jaula de Hedwig. Él sacudió la cabeza saliendo de su ensimismamiento.

'Sí' Matt se agachó al instante frente a él y tomó el baúl y la jaula, cada cosa en su mano.

'Esto pesa muchísimo menos que el equipaje de Hermione' bromeó el señor Granger alejándose hacia el coche.

'Eso es porque de seguro contiene doscientos libros menos que el de nuestra hija' comentó la señora Granger quien, sin que Harry lo hubiera notado, se había acercado hasta ellos. El moreno iba a hacer un amago para darle la mano, pero antes siquiera de poder moverse se vio envuelto en un afectuoso abrazo por parte de la mujer quien, como si lo conociera desde siempre, estampó un sonoro beso en su mejilla antes de separarse de él tomándolo de los brazos 'Hermione se alegrará de saber que sigues con vida, sin duda alguna, pero no te prometo poder contenerla cuando vea tu aspecto' él sintió que se sonrojaba y bajó la mirada al suelo contemplando las puntas de sus zapatillas de casa. Maldita sea, había olvidado ponerse zapatos '¿Te han cuidado mal tus tíos?' le preguntó y él volvió a mirarla mientras sentía sus manos moviéndose de arriba abajo a lo largo de sus brazos. En cuanto sus ojos conectaron sintió un pinchazo en el pecho. Aquella era exactamente la mirada de Hermione cuando se mostraba preocupada por algo 'Porque si es así iré ahí dentro y-'

'Señora Granger, no se moleste. No han sido ellos. Yo...' no supo qué decir y de nuevo miró al suelo sintiéndose avergonzado. Pasaron varios segundos antes de que ella volviera a hablar.

'Está bien, cielo. Entonces larguémonos de aquí, ¿no te parece? Pero recuerda de ahora en adelante que puedes llamarme Jane' rodeó sus hombros con un brazo y tiró levemente de él para que se echara a andar hacia el coche. El señor Granger ya estaba cerrando el maletero cuando alcanzaron el vehículo y les lanzó una sonrisa.

'¿Todos listos?' preguntó con emoción mientras abría la puerta trasera para Harry. Él entró en el coche y la señora Granger lo soltó al fin, siendo ella misma quien cerró la puerta mientras su marido bordeaba el vehículo dirigiéndose al asiento del conductor. Harry abrochó el cinturón de seguridad acomodándose junto a la ventanilla justo detrás del copiloto y suspiró levemente mientras echaba un vistazo a la casa número 4 de Privet Drive.

'Llegaremos a nuestro destino en poco más de dos horas' informó la señora Granger 'Puedes dormir mientras tanto, si quieres...' añadió 'Oh, y Harry...' él miró hacia adelante encontrándose con sus ojos castaños y percatándose de que le daba un codazo a su marido mientras él ponía en marcha el motor del Audi. Pronto la mirada del señor Granger estaba también sobre él.

'Feliz cumpleaños' dijeron al unísono con una sonrisa antes de que Jane le entregara una bolsa de lo que parecían ranas de chocolate. ¿Cómo era posible que-?

'Hermione me dijo que eran tus favoritas' la mujer le guiñó un ojo y se acomodó en el asiento mirando al frente mientras Harry contemplaba la bolsa que acababa de entregarle con las mejillas sonrojadas.

El coche comenzó a avanzar y el ojiverde, sin poder evitarlo, volvió a echar un vistazo a la casa que había sido su cárcel durante tantos años despidiéndose de ella y esperando no tener que volver allí en lo que le quedaba de vida.