Capítulo VII

(Por Katica&Katika)

Sanae subió rápidamente la escalera, y se encontró de frente con la puerta indicada. La abrió suavemente y entró. El lugar parecía vacío a pesar que aún no anochecía. La chica de traje ejecutivo detrás del escritorio le sonrió y le invitó a pasar.

-Buenas tardes, señorita Nakazawa.- La chica suspendió sus labores en el computador para atenderla.

-Buenas tardes. ¿Está Gabriela?- Se acomodó su bolsa y pasó una de sus manos por el cabello.

-Sí. Adelante- La chica le hizo un ademán indicando la puerta del consultorio.

Adentro, Gabriela organizaba papeles y carpetas en su escritorio. Le miró sorprendida y luego sonrío.

-Doctora Chams, ¿está ocupada o tiene tiempo para ayudar a una amiga en problemas?

-Cielo, creo que yo también soy una amiga en problemas.

Sanae se sentó, y acomodó su bolsa en la silla sobrante. Se apoyó en el escritorio y organizó una pila de carpetas que estaban por caer.

-¿Y a ti qué te pasó?- Se recostó en el respaldo de la silla, y cruzó los brazos.

-Justo lo que yo no quería que pasara. ¿Sabes? Empiezo a cansarme de esta situación. No sé cómo, pero debe haber alguna forma en la que ellos entiendan que volver con nosotras es una oportunidad de una en un millón.

-Lo sé. La pregunta es: ¿estás dispuesta a ser ese "uno en un millón"?

Gabriela apoyó los codos en el escritorio, y se tapó la cara con las manos.

-No lo sé, Sanae. Por un instante odié su atrevimiento al besarme, pero ya luego no pude resistirme. ¿Por qué tiene que ser tan desgraciadamente adictivo?

Sanae soltó una carcajada, que se le contagió rápidamente a Gabriela.

Ambas sabían que estaban en una posición dura, sobre todo porque el orgullo y el amor las tenían "entre la espada y la pared".

Después de un rato de silencio, Gabriela continuó.

-Ayer por la noche estuve pensando… En realidad lo que nos dolió fue que se largaran así, sin más. Como si nada hubiera pasado entre nosotros. Y no sé tú, pero yo no me voy a quedar con eso.- Terminó de guardar las carpetas en uno de los compartimentos de su escritorio, y lo cerró ruidosamente. Sanae la miraba fijamente, con una media sonrisa.

-Me encanta cuando piensas así. Significa que ya tienes algo en mente. Y sí. Me apunto sin dudarlo.


Una vez en su departamento, Gabriela se puso "manos a la obra". Aún era temprano, por la noche, y debía darse prisa. Cuanto antes le viera y hablara con él, mucho mejor. Se preparó un sándwich, encendió el estéreo y se quedó media hora inventando la excusa perfecta, aunque después de un tiempo sin encontrarla, le pareció que lo mejor era sincerarse.

Buscó su móvil en la bolsa, y marcó su número.

A una distancia considerable de allí, Genzo se preguntaba qué podía querer Gabriela para que le llamase.

-¿Ahora qué hice?- le contestó sin dejar que la chica pudiera hablarle.

-Pensé que la temporada había acabado, pero todavía estás a la defensiva.- Se acomodó de nuevo en el sofá, y sonrío para sí.

-Y lo dices tú, qué ironía. ¿Entonces no hice nada?

-Hasta ahora no. La verdad llamaba porque… eh…

-¿Porque me extrañas, sabes que no puedes vivir sin mí, y necesitas verme urgentemente?- Genzo reía. Tomó un poco de la copa de vino que le había servido hacía poco uno de los camareros del restaurante, pero casi se atora con la respuesta de Gabriela.

-Sí. No del modo en el que lo dices, pero algo así. ¿Podemos vernos?

-Está bien- respondió quedamente. Todo le parecía muy sospechoso. No había pasado mucho tiempo de aquel día de la charla en el consultorio, y sabía que Gabriela era lo suficientemente orgullosa como para ceder tan fácilmente. Sin embargo, decidió creer en el destino y en sus "habilidades de conquistador", y dejar que todo siguiera su curso.

-¿Dónde nos vemos?- la voz de Gabriela lo sacó de sus pensamientos.

-Eh, ¿Quieres que vaya a tu departamento?

-Bueno, pero no te tardes- Gabriela intentó sonar pícara y atrevida, aunque no era su estilo. Pero debía jugarse el todo por el todo y de ese modo definir su próximo estado civil.

Cerró la llamada, y le envió un mensaje con su dirección, el nombre del edificio y la nomenclatura de su departamento.

Salió corriendo a ducharse y a arreglarse frente al espejo, y luego se sentó a esperar. No quería que pareciera que estuviera tratando de conquistarlo de nuevo, ni que había planeado todo, así que se vistió lo más casual posible. Se recogió el cabello en un moño alto un poco desordenado, peinó con la mano su flequillo, y se pasó un poco de maquillaje en el rostro. Se puso unos shorts de tela suave, una camiseta de fútbol del equipo empresarial en el que su padre jugaba unos años atrás -que le quedaba extra grande-, y sus pantuflas de oso panda. Recordaba que Genzo sabía que eran sus favoritas. Buscó su mp3 y se puso los audífonos, aunque no escuchaba nada. Sabía que lo que hacía era una gran estupidez, pero prefería pensar que quería ponerse cómoda, antes que admitir que hacía semejante teatro sólo por él.

Después de un rato de espera, el vigilante le anunció que Genzo había llegado. Le dijo que le hiciera pasar, y un par de minutos después, tocaron a su puerta.

Respiró profundo y caminó hacia la puerta con los ojos cerrados. Una vez giró el pomo y abrió la puerta, le miró con un ojo abierto, mientras el otro permanecía cerrado. Genzo río. Sabía que estaba nerviosa porque Gabriela solía comportarse como una niña pequeña cuando los nervios le atacaban.

-¿Por qué me miras así?- Gabriela había tapado su cara con las manos, pero le veía a través de las aberturas de sus dedos.

-Estoy esperando que te rías- Aún no le había dado paso a su departamento, así que la escena se daba en el umbral de la puerta.

-No seas tontita.- Le apartó las manos del rostro y le miró tiernamente. Gabriela estaba ruborizada hasta las orejas.- ¿De qué se supone que debo reírme?

-De mí. Es que a veces eres tan presumido, que sé que eres capaz de molestarme el resto de mi vida por admitir que... Quería verte- Desvío la mirada, y notó que sus manos y las de él aún estaban unidas.

Genzo se acercó y le besó en la mejilla. Luego miró dentro del departamento, y le susurró al oído.

-Creo que esto es material para usar en casos necesarios.

Gabriela le apretó las manos. Le llevó de la mano hasta el sofá, y se regresó a cerrar la puerta. Genzo la miró de pies a cabeza.

-¿Ya ibas a dormir?

-La verdad no. Acabas de encontrarme en mis peores fachas.- Se sentó a su lado y subió las piernas al sofá.

Genzo pasó un brazo por encima de los hombros de ella, y le atrajo hacia sí. Permanecieron un rato en silencio, hasta que él volvió a hablar nuevamente.

-¿De qué va todo esto, Gaby? ¿Cómo es que de la noche a la mañana pasamos de la rabia a los mimos?

-Es que estuve pensándolo bien y creo que ya fue demasiada tontería eso de andar como perros y gatos. ¿No crees tú también que ya es suficiente?- Se inclinó y le dio un pequeño beso en la comisura de los labios.

Genzo le sonrió y le devolvió el beso, pero esta vez en los labios.

-Tienes toda la razón, gitanita. Aunque todavía no puedo creer que hayas cambiado de opinión tan rápidamente.

-Pues no creerás lo mucho que he cambiado en todo este tiempo.

-¿Qué quieres decir con eso?

Gabriela se levantó y fue a la cocina. Buscó algunas tostadas y algo de jugo en el refrigerador, y lo sirvió en dos vasos. Llevó las tostadas en un pequeño plato y las colocó junto al par de jugos en la mesita de centro del salón.

-Pues que no puedes esperar que yo sea la misma persona después de cinco años. Bueno, en esencia sí, uno nunca deja de ser quien alguna vez se decidió ser, pero sí madura y empieza a crecer de distintas formas de acuerdo a las experiencias y las situaciones que cambian perspectivas. Así que quizá te resulte raro mi comportamiento ahora, pero me conocerás más, y te acostumbrarás a la nueva yo.- se sentó de nuevo en el sofá, y cogió una de las tostadas y su vaso de jugo.

-Si lo pones de ese modo suena lógico.

Gabriela asintió con la cabeza, mientras comía un poco de su tostada.

-Pero, ya dejémonos de psicología, que de eso tengo mucho en el trabajo. Hay algo que aún no te he preguntado. ¿Por qué decidiste regresar a Japón después de todo el tiempo de ausencia? Algo venías a hacer, ¿No?

-Mm- Genzo le miró con gesto pensativo- Sí. Tsubasa y yo creímos que era el momento de regresar, no sólo por la familia y los amigos, sino por ustedes.

-¿Y por qué has dudado al principio para decirme eso?- Gabriela se acomodó en el sofá de tal modo que pudiera verle de frente. Le gustaba mirar a los ojos, porque más que un acto de cortesía hacia la otra persona, sabía que en ellos podría descubrir si era engañada. Genzo no sabía eso, pero le sostuvo la mirada.

-Porque tenía que decirlo de un modo en el que me creyeras.- le acarició la nariz con el dedo índice rápidamente.

-Entiendo. Ah, hablando del cabezota de tu amigo...

-¿Tsubasa?- le interrumpió.

-Sí, ese.- Genzo sonrío ante la forma desdeñosa en la que ella se refería a su amigo- Pensé que hoy estarías con él y que no vendrías por eso. No estabas ocupado cuando te llamé, ¿O sí?- Gabriela fingió mirar algo en su tostada mientras hablaba, aunque en realidad sólo ocultaba la sonrisa que le producía el saber que había encontrado el modo de sacarle información a su acompañante.

-No, no estaba ocupado. Sólo había bajado a la terraza del restaurante a distraerme un poco. Y Tsubasa... Eh, creo que iría de compras, o algo así. Me dijo que quería llevarle regalo a su familia, así que debe estar en el centro comercial que abrieron hace poco.

-Ah, sí. No me he pasado por allí. Quizá si... alguien me invitara al cine... podría ir sin pensarlo.- Tomó un poco de jugo, y sonrío para sí misma.

Genzo entendió el mensaje, y río quedamente.

-Ok, guapa. ¿Qué día estás libre?- Ahora fue él quien tomó un poco de jugo, mientras Gabriela buscaba en la agenda de su móvil.

-Veamos... ¿Qué tal este sábado?

-¿Por la noche?

-Sabes que así me encanta- le guiñó un ojo, y le dio una sonrisa.

Se puso de pie y caminó hacia la cocina, llevándose el plato y los vasos vacíos. Aprovechó para llevarse su móvil. Así, una vez dejó lo demás en el lavaplatos, le envió un mensaje a Sanae.

"Centro comercial nuevo. Regalos para la familia. Lo demás ya lo sabes. G."

Sintió el abrazo cálido de Genzo que le rodeó desde atrás, y le besó en el cuello.

-¿Qué haces?

-Sanae me envió un mensaje, y aproveché responderle ahora.- Cerró la mensajería del teléfono, y lo puso en inicio. Lo bloqueó y lo dejó en el mesón. Se giró y quedó frente a Genzo, aún abrazada a él.

-Aún no puedo creer que tú y yo hayamos llegado a esto.

-Pues créelo- se puso de puntillas, y le besó intensamente- Y disfrútalo.


Sanae había estado esperando el mensaje de Gabriela toda la noche. Por ello, cuando su móvil sonó indicando un mensaje, ella se acercó rápidamente al nochero para verlo, golpeándose el pie derecho con el borde de la cama. Maldijo en voz baja, pero se recordó a sí misma que no tenía mucho tiempo y se apresuró a leer el mensaje.

Le resultaba perfecto que Tsubasa no estuviera en su hotel, porque así no tendría que inventar excusas para acercarse. Se miró en el espejo, se aplicó maquillaje y buscó su bolsa, dispuesta a salir al centro comercial.

Bajó las escaleras porque el ascensor se tardaba, y pasó la recepción del hotel hacia la salida sorteando cualquier clase de maletas y personas que estuvieran en su camino.

Llamó un taxi y le pidió que le llevara al nuevo centro comercial.

Una vez allí pudo dimensionar lo difícil que sería encontrar a Tsubasa en aquel lugar. Al ser inaugurado recientemente, la cantidad de personas que decidían ir allí para realizar sus compras era incalculable.

Suspiró resignada. Ahora tenía que hacer uso de las ventajas que le había dado el ser parte de la familia Ozora por un tiempo. Se acercó a una de las bancas dispuestas en los pasillos, y se sentó a pensar. ¿Cuáles serían los regalos más apropiados para Kudai, Daichi y Natsuko Ozora?

"Veamos... La última vez que Tsubasa le regaló algo a su padre fue en su cumpleaños número cincuenta, hace cinco años. Eso esperando que no le hubiera enviado nada a algún puerto cercano a los viajes del capitán. Esa vez le regaló un reloj costoso. Podría estar en una de las joyerías, pero no creo que le regale algo parecido esta vez."

Ocultó su rostro entre las manos y respiró profundamente. Estaba perdiendo tiempo. ¿Y si ya se había ido?

"A Daichi también le gusta el fútbol, lo más probable es que esté en una tienda deportiva. Y si es así, llevará horas ahí dentro y no se marcharía hasta que no lo viera todo."

Empezó a recorrer el lugar, pero conseguir la dichosa tienda estaba siendo una tortura. Preguntó a uno de los vigilantes, y le indicaron que en el segundo piso había una tienda con ese tipo de productos.

Subió las escaleras eléctricas y rápidamente ubicó el lugar. Entró y echó un vistazo rápido, pero no estaba.

"¡Maldición! ¿Dónde se habrá metido? Mi última opción es el regalo de Natsuko. Y probablemente sean joyas. No pierdo nada con mirar"

Volvió al primer piso donde recordó haber visto una joyería y entró. Al igual que en la tienda deportiva, Tsubasa no estaba. Pensó en regresar a casa, pero ya estaba allí y debía agotar todas sus posibilidades.

Recordó la época en la que ella y él solían ir a los centros comerciales. Siempre llegaban por un helado, porque a él se le antojaban, sobre todo después de haber recorrido el lugar buscando los zapatos perfectos para ella. Entonces se decidió. Se acercó a la heladería más grande, y allí estaba. Llevaba varias bolsas, y un helado doble en la mano. Estaba recostado a una de las columnas que había en el pasillo, concentrado en las chispas de chocolate.

Sanae no asimiló el hecho de que él le estuviera mirando. Por el contrario, parecía que ni se había fijado en cómo él le sonreía. Cuando comprendió a quién iba dirigida su cara de fascinación, se aturdió. Ya no sabía qué diría o cómo reaccionaría ante él. Se fijó en que, a pesar de que no caminaba tan rápido, ya le tenía a pocos pasos de sí misma. Bajó la mirada, se aferró a su bolsa como quien cree que se la van a quitar de un tirón, y esperó su voz.

-Eres la última persona a quien esperaría ver hoy.

A pesar de haber estado esperándole, se sobresaltó levemente. Le miró a los ojos. Él sonreía ampliamente, y ella sólo pensaba si devolverle el gesto o no. Al final accedió, sobre todo porque necesitaba hacer funcionar lo que había en la mente de Gabriela.

-Bueno, ya ves cómo es la vida.

-Por esto, es más que bella. ¿Quieres un helado?- Le invitó sin pensar. Para él había sido la oportunidad que estaba esperando desde aquel día en el que discutieron fuertemente, para decirle todo lo que sentía.

Sintió alivio en el momento en el que ella aceptó su invitación. Se ubicaron en una de las mesas, y Tsubasa acomodó las bolsas encima.

Se fue a comprar el helado sin siquiera preguntarle. Ella aprovechó para ver un poco lo que llevaba, y se rió internamente al ver que había comprado lo que ella menos hubiera imaginado. Por las marcas de las bolsas pudo ver que llevaba zapatos, probablemente deportivos, alguna cartera femenina, y ropa fina para hombre.

Tsubasa se presentó con un helado de brownie y vainilla, sin aderezo. Tal como a ella le gustaba.

-Son pequeñas cosas que aún recuerdo.

Sanae asintió, y le dio una cucharada al helado. Más que delicioso por el sabor, lo era por la compañía y no pudo evitar pensarlo de ese modo. Como en los viejos tiempos.

-Como en los viejos tiempos- Sabía que acababa de pensarlo, pero no que lo diría perfectamente audible.

Tsubasa sonrió. Empezó a imaginar que quizá aún podría lograr algo, pero debía darse prisa y ser contundente. Una oportunidad como la del momento no volvería a repetirse. Aunque por cuenta de Gabriela -y esto sólo lo sabía Sanae- habría más de una.

-¿Sabes? Antes de que digamos cosas con las que podamos terminar mal otra vez, tengo que dejar en claro algo- Se fijó en que ella tenía la cucharilla en su boca, y no la había sacado, atenta a lo que él le decía. No quiso sonreír para no quitarle peso a lo que diría- Te quiero, y lo seguiré haciendo, te guste o no. Quieras o no. Es una decisión que no me ha costado nada tomar, y de la que no me arrepiento. La considero demasiado importante hasta el punto de lucharla, aunque me gaste la vida en ello. Probablemente esto no signifique nada para ti, pero no pierdo nada con decirlo.

Respiró profundo, y por primera vez, desde su regreso, sintió que había descargado una parte de él y se sintió lo suficientemente liviano y seguro, tanto, que empezó a disfrutarlo.

Sanae no lo miraba. De alguna forma no quería que le diese ese pequeño discurso por temor a despertar viejos sentimientos. Aún no entendía cómo el hombre que tenía en frente, con todo y ese cariño que reflejaba, pudo haberle hecho tanto daño.

-Cualquier persona normal que no hubiera vivido lo que yo contigo, lo menos que podría hacer es agradecer esas palabras. Pero como se trata de nosotros, sólo puedo decir que lo sé. Sé que me quieres, aunque no me queda clara la forma, porque no es normal lo que acabas de decir sobre todo después de que tú mismo hayas decidido dejar a la persona que dices querer. De todos modos, el que me quieras o no, es tu problema, y aunque se trate de mí, no es de mi incumbencia.

Para Tsubasa eso había sido peor que un fault. A pesar de que sabía que las cosas con ella no serían fáciles, en su imaginación la reacción de Sanae había sido menos dura.

Ella en cambio, creyó que era hora de ceder un poco. Le sonrió y siguió comiendo su helado.

Ese gesto para Tsubasa había sido confuso. ¿Cómo podía destruirle y a la vez sonreír como si nada estuviera pasando? Decidió aligerar un poco el ambiente, y liberar la tensión.

-Eh, ¿Te estoy quitando tiempo para algo?

Sanae le miró de reojo y se encogió de hombros.

-No, sólo vine a caminar un poco. Supe que es nuevo este centro comercial, y quería ver qué podía conseguir para mí.

-Pensé que ese era el trabajo de tu estilista. Alguna vez me dijiste que estabas tan ocupada que no podías comprarte ropa por ti misma.

-Sí, es cierto, pero he estado un poco más libre estos días, y necesitaba distraerme. Tengo una junta importante dentro de poco, y no puedo estar tan tensionada o lo haré mal- Se dio cuenta que su helado estaba por acabarse. Tsubasa ya había terminado el suyo hacía unos minutos.

-Mm. ¿Y qué tal si me ayudas a conseguir un regalo para mi padre? He estado dando vueltas por todo el lugar, pero no se me ocurre qué puede ser. Además que... Bueno, eres experta en eso. Él siempre dice que tienes un gusto especial al regalarle cosas.

Sanae quedó un poco sorprendida tanto por la invitación, como por la revelación que le hacía Tsubasa. Se sintió alagada a pesar de todo, y decidió aceptar.

Recogieron las bolsas y caminaron hacia las escaleras eléctricas. Subirían al segundo piso donde había un número mayor de tiendas. Empezaron por mirar ropa. Algunos suéteres habrían sido perfectos, pero no tenían idea de qué talla sería la correcta. Así que descartaron todo aquello que tuviera medidas que considerar.

Recorrieron los pasillos observando cada tienda como una posibilidad, pero no encontraban nada que pudiera ser el regalo deseado.

-¿Y qué tal un perfume?- Tsubasa señaló hacia una perfumería, y se acercó a la vitrina a observar lo exhibido.

-Podría ser, pero es un poco difícil. Cuando se trata de fragancias, es mejor que la persona escoja a su gusto. Quizá lo que a ti te gustó, a la otra persona puede parecerle horrible, así que lo mejor es darle otra cosa, ¿No crees?

Tsubasa asintió y le sonrío. Ambos estaban cansados de dar vueltas sin encontrar algo adecuado. Finalmente, Sanae propuso que le regalara algo que pudiera utilizar en sus viajes.

-Tu padre siempre está en altamar. A lo mejor le harán bien unos lentes de sol.- Recogió una de las bolsas que estaba a punto de caerse de la banca en la que se habían sentado.

-Sí, tienes razón. ¿Cómo no lo pensé antes?

-Porque eres un tarado, Tsubasa.

-Lo sé. ¿Qué haría sin ti?

Sanae prefirió ignorar el comentario, y se puso de pie. Tsubasa hasta el momento no se había dado cuenta del efecto de sus palabras, así que asumió la actitud de Sanae como cosa del momento.

Cogió las bolsas, y empezaron a buscar una óptica en la que conseguir los lentes oscuros. Iban en silencio, y de cuando en cuando, Sanae le miraba disimuladamente por el rabillo del ojo.

Llegaron al local, y Tsubasa se encargó de escoger los lentes para su padre. Sanae lo miraba en silencio, y sonreía sin darse cuenta. Siempre le había parecido que Tsubasa era como un chiquillo en una dulcería cuando de comprar se trataba. Quería ver todo al mismo tiempo, se probaba algunos lentes, y le hacía señas y muecas graciosas a ella, que sólo reía para sí.

Al fin Tsubasa logró escoger los lentes de sol, y a Sanae también le parecieron los correctos. Salieron de la tienda sin ningún plan en mente. De pronto, Sanae se acordó del reloj y le echó un vistazo.

-¡Dios! ¡Es muy tarde! Creo que ya debería irme.

-¿Quieres que te acompañe?

En su cabeza, Tsubasa ya estaba pensando cómo volverla a ver. Y aunque pareciera una guerra de estrategias, ambos estaban planeando, casualmente, su próximo encuentro.

-No, no te preocupes. Además tienes todas esas cosas encima, lo mejor es que te vayas a tu hotel y no te arriesgues en la calle. Yo puedo irme en un taxi.

-¿Segura?- Acomodó las bolsas de tal forma que no fueran a caérsele de las manos.

-Sí, totalmente.

Ambos salieron del centro comercial, y Sanae llamó un taxi. El auto se detuvo lentamente ante ellos.

-Gracias- Tsubasa le sonrío tímidamente. No sabía cómo dar el siguiente paso, o más bien, temía a la reacción de ella. Le miró a los ojos, y se encontró con una sonrisa sincera como respuesta.

-A ti. Fue divertido. Bueno, ya debo irme. Me están esperando.- Miró hacia el taxi- Saluda a tu familia de mi parte.

Estaba a punto de irse, cuando Tsubasa la tomó suavemente por el brazo, y la atrajo hacia sí. Le dio un beso tierno, fugaz, pero para ella había sido perfecto. Bajó la mirada, y caminó hacia el taxi, abordándolo.

Tsubasa permaneció de pie. Llamó otro taxi, y esperó que el auto se parqueara ante él.

-Oh, sí. Esta sonrisa idiota no se me quitará por un largo tiempo.